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#1. Amantes prohibidos

En el mundo demoniaco todo era pacífico como cualquier otro día, pero algo cambió cuando Estarossa notó a su hermano verdugo extrañamente deprimido.

💜💜💜

Después de una buena cacería de un enorme dragón rojo, los mandamientos lo llevaron al castillo real para compartirlo en la comida. A pesar de que Estarrossa no prestaba atención a las cosas que no eran de su interés, ese día, Zeldris no había participado en la captura. No es que importara, pero.... era de las cosas que más le gustaba hacer al chico pelinegro, pero no se había visto interesado en ningún momento.

Después de atravesar el portal que daba a su hogar, todos fueron al castillo para disfrutar en el comedor de la deliciosa carne de dragón que a todos les gustaba.

Todos lo devoraban extasiados, incluso tomando grandes porciones con ambas manos que esperaban por ser devoradas.

Todos comían a excepción de Zeldris que solo contemplaba el enorme cadaver a medio comer en silencio, con una expresión idescifrable, como si su mente estuviera en otro lado.

-¿Qué ocurre, Zeldris?- Monspeet fue el primero en interesarse por su extraña actitud. -¿No vas a comer?- Este lo miro por un momento para después ponerse de pie.

-No tengo hambre- Cortante, se marchó dejando atrás a sus compañeros extrañados en un silencio breve; no le dieron mucha importancia y continuaron comiendo. Estarossa fue el único que mantuvo su vista fija en Zeldris sin dejar de masticar hasta verlo desaparecer en el pasillo tras pasar la puerta.

Pasado un rato, Estarossa se dejó guiar por su curiosidad y deambuló por el castillo, hasta que dio con Zeldris pasando frente a él, viéndolo caminar solo y cabizbajo.

Estarossa sonrió y le dio alcance llegándole por la espalda, rodeandole los hombros con un brazo, simplemente para hostigarlo.

-¿Qué pasa? Has tenido esa cara de malhumorado todo el día, más de lo normal, ya sabes.

-Déjame, Estarossa- Apartó el brazo de su hermano de mala gana y apresuró sus pasos para adelantarse y llegar a la puerta de su aposento.

Ya que el mandamiento del amor había encontrado algo con lo que entretenerse, no dejaría en paz a Zeldris hasta que supiera la razón de su extraña actitud. Sus ganas de saber lo que distorcionaba la admirable calma del serio y resevado verdugo le carcomían.

Antes de que Zeldris pudiese cerrar la puerta que le brindaría privacidad en el espacio de su habitación, la mano de su insistente hermano se interpuso entre ella y el marco.

-Vamos, ¿qué pasa contigo? ¿Estás triste?

-Los ojos de Zeldris parpadearon un par de veces anodadado, girando rapidamente la cabeza frustrado. No esperaba que alguien se diera cuenta de ello, mucho menos el tonto insensible de su hermano.
-No es de tu incumbencia.

-Vamos, no hablamos mucho que digamos, ¿o sí. Podemos hacerlo de vez en cuando.

- No lo entenderías, vete.

- Hey, eso duele. ¿Crees que soy tan tonto?

-No tengo nada de qué hablar contigo.

-¿No puedo preocuparme por mi hermanito alguna vez?

- ¿Te estás burlando de mí?
Te conozco lo suficiente como para saber que solo estas aquí porque no tienes nada mejor que hacer. Mis asuntos nunca te han importado ni lo más mínimo.

¿Qué había sido eso? ¿Por que sentía como si le hubiera importado? Al principio, era verdad que había ido tras Zeldris por su aburrimiento, pero ahora, después de escucharlo se puso a pensar, ¿realmenre era eso o de verdad estaba interesado en él?

Estarossa, el mandamiento del amor, ¿estaba siendo empatico?

-Heh... no exageres. Además, ¿con quién desahogaras tus penas si no es conmigo?- Le mostró una sonrisa labina, seguro del efecto que provocarían sus palabras.

Zeldris no le dio respuesta. Suspiró con cansancio, probablemente por la insistencia del peli plata. Se alejó de la puerta dejándolo pasar; mientras le daba la espalda, se quitó sus guanteletes y desabrochó su cinturón dejando todo en un sillón individual.

Estarossa lo miró confundido. El pelinegro se sentó en su cama, dándole la espalda a su hermano. Antes de que este hiciera algún comentario, el moreno habló.

-¿Recuerdas a Gelda?- Al mayor le extrañó la pregunta. La verdad es que aunque no recordara con claridad el rostro de aquella mujer, visualizarla le carcomía el estómago debido al aura que percibía en ella cuando se cruzaban; y, que a decir verdad, le resultaba desagradable.

-¿Tu noviesita vampiro? Un poco.

-Terminamos- El peliplata sonrió como de costumbre, pero esta vez, fue sin darse cuenta.

-Oh, ¿y es solo por eso? Que triste...- Masculló sarcástico. El verdugo se encogió de hombros, probablemente molesto.

-Sabía que no lo entenderías. Ya lárgate.

-¿Qué? ¿Pretendes quedarte todo el día encerrado en esta habitación?... ¡Ya sé!- Fue hacia Zeldris, rodeándole los hombros y apegándolo a su cuerpo sin su consentimiento, provocándole al verdugo incomodidad por esa cercanía, una que no habían tenido nunca antes.

- Ngh, ¿qué dem...?

- Te invito unos tragos. Salgamos a algún otro lado menos aquí, es deprimente.

- Suéltame. Es muy temprano para beber.

- ¿A quién le importa? Todo el mundo sabe que en situaciones como la tuya, el sake es la mejor solución.

- Es estúpido.

- Si te quedas aquí, les diré a los demás que esa chica te botó- Zeldris accedió bajo amenaza, maldiciendo a su hermano.

Salieron volando de la torre en la que se encontraban y se dirigieron a la parte externa del castillo donde tenían una taberna, una donde distintos demonios buscaban diversion.

Al entrar, Zeldris se sintió fuera de lugar, pues realmente no encajaba en sitios tan habitados y ruidosos como ese; pensar que Estarossa se la vivía casi diariamente llendo a ese tipo de lugares.

- Bastante animado, ¿verdad?- El joven pelinegro se retractó de su decisión al permitir que el mayor lo llevara allí. Quiso irse, no estaba de humor para tratar con ese ambiente; Estarossa no se lo permitió, le agarró del hombro para que se quedara a su lado y se sentaron en un rincón, alejados del bullicio en una de las mesas de piedra con vista nocturna al amplio panorama del inframundo.

Al principio parecía casi imposible entablar una conversación fluida y descente, solo se escuchaba el ruido y las voces ajenas de fondo.

Estarossa, como buen bebedor que era, ordenó cinco barriles para ambos.

Cuando su orden llegó, bebieron en silencio, hasta que los efectos del alcohol comenzaron a surgir efecto en sus sistemas dando un empujón a una mejor interacción.

-Hey...- Murmuró Zeldris con su tarro a medias y su rostro enrojecido -Tú... ya habías bebido en la tarde.

-¿Y? Nunca está de más- Volvió a darle un gran trago a su bebida. -¿Entonces? ¿Ella te dejó?

-Cierra la boca- El verdugo frunció su entrecejo enojado, molestándose facilmente por el comentario insensible del mayor debido al alcohol, que aumentaba enormemente su temperamento.

-Solo pregunto.

- En realidad...- Se sinseró pensando que se sentiría mejor contándoselo a alguien- Ella estaba convencida de que era mejor para ambos terminar.

-Ohh, ¿y se puede saber a que se debe?- Cuando levantó el tarro para empinar la bebida, se detuvo al recibir la respuesta de su hermano.

- Me gusta alguien más- Contestó con un poco de vergüenza.

Ok, eso definitivamente no se lo esperaba. Sintió curiosidad, una que quemaba su estómago.

-¿Qué? ¡¿En serio?!- Carraspeó sorprendido.

No se le ocurria quien podría ser ese alguien, por más que lo pensara. Antes de que pudiera abrir la boca, Zeldris le interrumpió.

- No te diré quien es.

- Claro...- Se sintió decepcionado, pues de verdad quería saber, necesitaba saber.

Sabía que Zeldris no se lo diría, él tampoco quería seguir hablando del tema; así que decidió dejar eso de lado y tratar de pasarla bien en compañía de su hermano, a sabiendas de que era poco probable que una situación así se repitiera en el futuro.

Cuando los barriles se acabaron, Estarossa ordenó otra ronda. La mesera era una sexy demonio castaña y piel extrañamente rosada Que llevaba un ropaje pequeño de cuero negro que apenas si cubria sus atributos. Su a pariencia era bastante normal entre los de su especie.

Al llegar a la mesa, la chica se sorprendió al reconocer a ambos principes, más que nada, debido a la presencia al pequeño Zeldris, pues era muy común ver al mandamiento del amor en ese lugar, pero jamás al reservado e intimidante verdugo.

- Z-ze...¡¿Zeldris-sama?!- La chica abrió enormemente sus ojos carmín.

- Baja la voz, Erista. Mi hermano necesita despejarse un poco, no está acostumbrado a estas cosas.

- E-entendido- La mujer se sonrojó cuando el mayor le puso la mano en el brazo al pedirle el favor. Zeldris observó aquello con atención.

Una banda en el escenario de demonios enanos de piedra comenzaron a tocar una melodía alocada que resonó en todo el lugar.

- ¡Esa es mi canción!- Estarossa abandonó su asiento abriéndose paso en la pista de baile, entre criaturas demoniacas y humanoides que lo observaron con admiración y entusiasmo.

- ¡Estarossa-sama!

- ¡Es el príncipe Estarossa!-Recibiendo los alagos de sus admiradores, se desabotonó la gabardina, quitándosela lenta y provocativamente deslizandola por su cuerpo, haciendo un sensual movimiento de caderas que enloquecía a las féminas. Arrojó su ropa a su asiento junto a Zel que contemplaba cohibido el espectáculo. Le daba pena ajena solo mirarlo, ¿cómo podía ser tan desvergonzado e irresponsable? Alocado y sin preocupaciones. Tal vez era... porque a Estarossa no le importaba nada, ni nadie.

Sus pensamientos se disiparon al ver a las chicas que comenzaban a acercarse al mayor e incluso se atrevían a tocarlo, cuando estaban casi desnudas y él con el cuerpo al descubierto.

Con cada segundo, el arrepentimiento sobre su decisión de asistir iba en aumento. Estaba frustrado y enojado, ¿se supone que ir ahí debía hacerlo sentir mejor? Pues estaba teniendo el efecto contrario.

- Hey, ¿qué haces ahí sentado?- Estarossa estaba nuevamente a su lado.

-No te gusta bailar, eh...

- Fue una estupida idea venir.

- Te propongo algo-; Retomó su lugar sosteniendo su tarro - una competencia. Bebamos hasta quedar inconcientes.

- No bromes, tendrías que beberte todo en la tanerna para quedar inconsciente.

- ¿Tienes miedo de perder?- Ante una desafiante mirada, iniciaron su duelo y que al poco tiempo, llamó la atención de la gentuza que se juntó a su alrededor presenciando el desenlace.

"¡Fondo, fondo, fondo!" gritaban todos.

Zeldris era un buen bebedor, no se emborrachaba tan fácilmente, pero tomar tanto a la velocidad que lo hacía le estaba pasando factura con cada tarro, que lo aturdía cada vez más, eso tampoco era bueno para su temperamento.

Su boca se sentía amarga y su rostro caliente, la cabeza comenzaba a pesarle y ya se había llenado de tanto beber.

Por un momento, durante la duración de esa competencia pudo olvidarse de todo lo demás, pudo olvidar sus problemas y dejar de sentirse mal por la situación sentimental que lo atravesaba.

El mareo, hizo que ambos mandamientos azotaran el tarro en la mesa al terminar de beberlo. Ambos se veían afectados por lo mucho que ingirieron, incluso los demonios hacía un rato que se habían callado asombrados al contemplar lo mucho que llevaban bebiendo.

La mesera habia estado limpiando y despejando su mesa cada tanto, cuando se acercaba a cumplir con su tarea, tropezó con unos barriles en su camino que Estarrosa había dejado vacíos, cayendo accidentalmente sobre su regazo, pillandolo desprevenido, pero este no hizo nada por apartarla.

- ¡M-mil disculpas!

Nuevamente, Zeldris tuvo un malestar que lo hizo echar fuego por los ojos. Su poder azotó en el lugar violencia, abrumando a todos los demonios inferiores que se encontraban ahí, llegando a desmayarlos, incluida su mesera que al sentir un terrible escalofrío, se levantó horrorizada ante tal aura, antes de caer desmayada junto a todos los demás.

Estarossa le miró desconcertado.

- Oi, oi, ¿Qué fue eso?- Preguntó divertido.

- No te importa- Presionó su mano contra la mesa de piedra, haciéndola añicos.

- Que desastre, acabaste con el lugar. Salgamos de aquí- Tuvieron que esperar a que el pelinegro se calmara y bajara su aura. Se levantaron yendo a la salida, dejando atrás el desastre ocasionado.

El verdugo se tambaleaba al caminar; sus pies dieron pasos torpes, tropezando accidentalmente, siendo sostenido por Estarossa antes de caer. Este lo había tomado del brazo, manteniéndolo de pie cerca suyo.

- Ja, parece que tomaste demasiado.

-Cállate...- Al verlo adormilado, el mayor lo levantó en brazos pese al impactando de este.

- ¿Qu...? Ba...- Estaba tan perdido que no podía hablar claramente, ni siquiera se sentía con la fuerza para resistirse y no ayudaba el hecho de estar a disposición de ese pecho tan fuerte y cómodo, donde sin problemas podía acurrucarse con solo recargar su cabeza.

Estarossa voló a la habitación de Zeldris aterrizando en el balcón, recostándolo en la cama, donde pareció querer dormirse al instante de hacer contacto con la almohada. Al intentar alejarse del pelinegro, unas manos aferradas al cuello de la tela de su gabardina le impedían separarse del pequeño que aun acostado, no lo soltaba.

- Eds... tharossa...- Balbuceó entre abriendo los ojos tiernamente, mirando perdidamente hacia el techo.

- ¿Zel? ¿Qué pasa?- Dejó escapar una pequeña risita al contemplarlo así de indefenso, la cual desapareció cuando l escuchó hablar nuevamente.

-Me... gustas- Masculló con una dócil voz. Entonces, los labios del moreno se pegaron a los suyos dulcemente, sellándole la boca.

Estarossa quedó pasmado e inmóvil, sin saber como reaccionar, su mente se había quedado en blanco, un escalofrío le envolvió el cuerpo al sentir la lengua de Zeldris lamerle los labios, tan sensual y lentamente como si estuviese saboreando un sabroso manjar. El besó finalizó, con Zeldris dejando caer su cabeza sobre la almohada nuevamente.

Estarossa permaneció en la misma posición, sin procesar lo que acababa de pasar. Sacudió su cabeza en un intento de recuperar la razón, y así fue como su cuerpo por fin se movilizó para apartarse del pelinegro que ahora dormía profundamente como si nada en su cama.

El príncipe mayor se sentó al borde del colchón dándole la espalda al menor, llevándose una mano a la boca, reflexionando aun sobre las acciones inconscientes de Zeldris.

Sus labios todavía conservaban la sensación del contacto de esos suaves y cálidos labios finos semi húmedos, los cuales habían declarado directamente que gustan de él.

Sintió algo crecer abruptamente en su pecho, algo que se infló hasta provocarle un revoloteo juguetón en el estómago y causó un aumento en su temperatura corporal, en especial en su bronceado rostro.

Se giró a ver al verdugo hundido en un tranquilo sueño. Se le acerco de nuevo, esta vez con la intención de despertarlo zarandeándolo, pero al tenerlo indefenso tan de cerca, no pudo atreverse ni a tocarlo.

Continúa en la siguiente parte.

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