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Capítulo treinta y seis

Matías logró ver a la multitud de hombres que corrían por el pasillo disparando frenéticamente. Los disparos formaban eco en el lugar, y lo aturdían de una manera aterradora.

Fue entonces cuando detalló a una de esas criaturas lanzarse sobre un tipo. Comenzó a desgarrarle la piel emitiendo gruñidos amenazantes. Los que estaban alrededor comenzaron a dispararle hasta que por fin la vencieron, pero ya era muy tarde. El tipo herido estaba perdiendo mucha sangre, y esta formaba un enorme charco en el pasillo.

Lo más extraño era el collar que poseía el animal. Era grueso, parecía de un material resistente, en el centro tenía una pequeña luz roja y en los extremos lo decoraba el símbolo del gobierno.

—¡¿Qué mierda haces, Maty?! ¡Escóndete bajo la puta mesa! —le gritó Cris, quien ya se encontraba refugiado.

Matías cogió un cuchillo, tomó a Natalie y los dos se agacharon bajo la mesa.

El sonido del caos era aterrador. Tenían que comunicarse a gritos para poder oírse unos a otros.

—¡Ese cuchillo no va a servir de nada! —le replicó Natalie. Claro que estaba asustada, pero algo en su mirada denotaba seguridad y firmeza, lo cual le pareció algo de admirar —. ¡Tienen pieles gruesas! ¡Son difíciles de atravesar! Con ese cuchillo no podrás ni hacerle un corte.

—Hay que tener fé. O al menos, debemos ser optimistas. Tener el cuchillo me da seguridad aunque sea inútil —le contestó él con una sonrisa, pero sus labios temblaban. Natalie también le dedicó una linda sonrisa a pesar de que sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Los cocineros salieron despavoridos de la cocina. Abandonaron la cafetería dejando la puerta abierta.

—Mierda... —soltó Cris.

La puerta abierta los dejó en peligro. Ocasionó que una de las criaturas se adentrara a pasos lentos en el lugar. Alzó el hocico y comenzó a olfatear el ambiente.

Los percibía. Sabía que había carne allí. Carne humana.

Su respiración los tenía totalmente paralizados. Miraba curiosa hacia todos lados, hasta que finalmente, su mirada se detuvo en Matías y en el resto del grupo. Cris comenzó a llorar.

La criatura gruñó dejando a la vista sus dientes. En realidad, parecía como si estuviese sonriendo macabramente.

Se miraron los unos a los otros. Cris se aferró a Matías, y Natalie solo se mantuvo al lado de su pequeño hermano que no paraba de llorar. Todos lloraban y estaban asustados. No dijeron nada, pero sus miradas lo decían todo.

Sentían que se acercaba el fin...

La criatura corrió atropellando varias sillas y mesas. Pegó un salto en dirección a ellos, pero antes de alcanzarlos, un disparo la frenó y la hizo caer al suelo.

Se retorció de dolor chillando y arañando el suelo con sus afiladas garras.

Richard, el padre de Matías, apareció. Recargó su rifle y se acercó a la criatura herida. Le disparó dos veces en el cráneo e hizo que todos sus sesos salpicaran por doquier.

Richard tomó aire. Luego su mirada encontró a Matías y a los demás.

—¿Se encuentran bien?

Matías corrió hacia él abandonando el escondite. Se lanzó hacia su padre y lo abrazó. Al fin pudo soltar las lágrimas que tanto se había esforzado en ocultar.

—Pensé que íbamos a morir —dijo con la respiración agitada.

—No hay tiempo. Tenemos que abandonar este lugar de inmediato —Richard lo apartó y se centró en el resto, que aún seguían temblando bajo la mesa —. Todos ustedes, síganme. Debemos bajar y tomar las salidas de escape ¡Ahora!

Así lo hicieron. Natalie tomó a Lucas en sus brazos y abandonó el escondite. Cris también salió. Y todos avanzaron a la par de Richard.


***

Fueron minutos de pánico. Richard corrió por los pasillos asegurando a los jóvenes que lo seguían totalmente aterrados. La situación, y todo su alrededor era caótico: sangre, cuerpos, gritos que formaban eco en los pasillos, disparos que retumbaban en su cabeza. Todo era demasiado. Simplemente, era difícil de asimilar.

En su mente, solo tenía clara una idea: Salvar a su hijo.

Sin darse cuenta, llegaron al final del pasillo. Frente a ellos se interponía una pared que no les dejaba continuar.

Richard maldijo en voz baja.

—Tenemos que volver. Tenemos que bajar al piso de abajo. Al laboratorio —les dijo manteniendo a raya su nerviosismo.

—¿Qué? ¡No podemos volver! —recriminó Cris.

—¡Las criaturas están por todas partes! —le siguió la hija mayor del señor Lewis.

—¡Quiero a mi papi! —comenzó a sollozar el niño pequeño.

Richard se estaba quedando sin ideas. Fue como si su mente se hubiese quedado en blanco. Por lo general, era ingenioso al momento de elaborar un plan, pero en ese momento estaba demasiado aturdido. Demasiado asustado.

Se fijó en su arma, y para colmo, solo le quedaba una bala.

—¡Es un lobo! —exclamó el niño y comenzó a llorar.

Richard se volteó perplejo. Una criatura se acercaba a gran velocidad hacia ellos.

—¡Papá!

No podían correr. Tras ellos se encontraba la pared que no los dejaba avanzar.

Richard apuntó hacia la bestia y disparó. La bala traspasó su cuello provocándole un corte. La criatura no se detuvo.

Richard se puso al frente para protegerlos. Tomó el arma de manera contraria para usarla como si fuese una especie de bate. La criatura saltó para alcanzarlo, y al mismo tiempo, impulsó el arma hacia atrás y luego golpeó al animal con toda la fuerza que su cuerpo le pudo proporcionar. La criatura se estrelló contra la pared, rodó por el suelo y luego de gruñir y chillar se incorporó de nuevo.

Esta vez, fue Richard quien se lanzó hacia el animal a pesar de los gritos desesperados de su hijos. Comenzó a embestir a la bestia con puñetazos y patadas. Estaba sobre ella sosteniéndole la mandíbula. Luego perdió el control y fue la bestia quien tomó poder sobre él. Se montó encima y lo hizo caer de espaldas contra el suelo.

Richard forcejeó con el animal. Apretó los labios y cerró los ojos para evitar tener contacto interno con la baba que se desprendía de aquella bestia.

Escuchaba los gritos de su hijo hacerse cada vez más lejanos. Estaba perdiendo fuerza.

Sintió que ese era su fin.

Jamás volvería a ver a su hijo. Moriría de una manera atroz y totalmente dolorosa.

—¡Señor Wegner!

Escuchó la voz prepotente de un hombre. Abrió los ojos y ladeó la cabeza solo para darse cuenta de que el señor Lewis y su esposa se acercaban a toda velocidad y traían un hacha consigo.

Alex logró asestar un golpe a la criatura. La cuchilla gruesa se quedó atascada en el lomo y aunque intentó sacarla, no pudo. Sin embargo, logró hacer que el animal se apartara de Richard, quien débilmente se puso de pie.

Su hijo corrió hacia él y lo abrazó a pesar de que estaba empapado de esa baba repugnante.

—¡¿Cómo pudiste lanzarte de esa manera?! ¡¿Acaso no piensas en mí?!

Richard solo pudo forzar una sonrisa. No era el momento, pero a veces Matías le recordaba a su difunta esposa.

La familia Lewis se reunió. Se abrazaron y se examinaron unos a otros para determinar si estaban heridos o no. Por suerte todos estaban bien.

Richard se encaminó hacia Cris, el mejor amigo de su hijo, le acarició la mejilla y le acomodó los anteojos.

—¿Estás bien?

Cris tenía los ojos llenos de lágrimas, pero aun así, sonrió y asintió con la cabeza.

La criatura que hace un rato los había atacado se arrastraba por el pasillo con el hacha atascada en su cuerpo, esta no paraba de chillar y de emanar un camino de su baba asquerosa.

—Tenemos que irnos, ahora —les dijo Richard a todos —. Tenemos que bajar. Tomaremos la salida de escape 3.0. No nos queda otra opción.

—¿Y por qué no subimos por la fábrica? Estamos más cerca, solo debemos subir y ya está —propuso Cris haciendo una mueca de confusión.

—Arriba están los agentes de MABS. Nos quieren a todos muertos. Ellos trajeron a las criaturas para matarnos.

Todo el grupo corrió por el pasillo siguiendo a Richard. Debían evitar a toda costa toparse con las criaturas o con soldados, ya que no tenían armas ni nada con que defenderse. El pánico se apoderaba de todos. Los gritos no cesaban, al contrario, se hacían más potentes.

—¡Todos adentro! —ordenó al mismo tiempo que una horda de militares corrían hacia ellos. Richard abrió las puertas del ascensor y todos entraron empujándose.

Comenzaron a dispararles. Las balas estallaban contra las paredes y soltaban chispas. La lejanía de los militares les provocaba una pésima puntería, a lo cual Richard cerró las puertas y el ascensor comenzó a descender hacia el laboratorio.

—¿Todos están bien? —examinó el señor Lewis con notoria preocupación en su rostro.

—No podremos escapar. Están por todas... ¡Por todas partes! —exclamó Cris quedándose sin aliento. Tuvo que sentarse un momento en el suelo para descansar.

—Lo vamos a lograr. Confíen en mí.

Richard sintió las miradas de todos sobre él. No parecían muy convencidos. Era como si ya se estuviesen preparando para morir.

Las puertas del elevador se abrieron. Al otro lado no había pasillo, sino que directamente habían llegado al laboratorio.

Richard quedó desconcertado al ver que sus trabajadores aún no habían abandonado el lugar, y que aún seguían tomando documentos.

—¡Dejen todo eso! ¡Abandonen el lugar! ¡Ya vienen! —gritó a todo pulmón. La gente se desesperó más de lo que estaba y comenzaron a correr por el ancho pasillo que quedaba después del laboratorio. Se empujaban entre sí con brusquedad. Solo querían salvarse el pellejo sin importarle los demás —. Tengo que descomponer el ascensor. Así nos dará tiempo antes de que encuentren las escaleras secretas que llevan hasta aquí.

Richard tomó una silla metálica. No sabría si le sería de ayuda, pero sentía que valía la pena intentarlo. Comenzó a estrellarla contra el interruptor en la pared, el cual proporcionaba funcionamiento al elevador.

Las chispas revoloteaban por doquier.

Alex Lewis decidió ayudarlos. Tomó otra silla, y entre los dos comenzaron a golpear el aparato.

—Papá... Dice que el ascensor está bajando —señaló Matías desconcertado.

Richard maldijo en voz alta. Ya era demasiado tarde.

—Lograron bajar... —anunció y se limpió el sudor de su frente —. Vengan conmigo ¡Ahora!

Atravesaron el laboratorio abriéndose camino entre los científicos. Escucharon las puertas del elevador abrirse nuevamente y una horda de disparos invadió el lugar. La sangre salpicó por doquier casi de inmediato. Muchas personas a su lado caen brutalmente contra el suelo. Los militares del gobierno se lanzaron hacia todos. Las cápsulas de la sustancia estallaron, y el líquido verde se esparció rápidamente.

Todos intentaban escapar del virus suelto.

Ahora los disparos y los soldados parecían irrelevantes. Entrar en contacto con la sustancia era mucho peor.

Richard le indicó a Alex el pasillo que debían tomar, y él se encargó de irse con su esposa e hijos, incluso Matías corrió tras ellos convencido de que Richard los seguía, pero no fue así. Richard se detuvo al notar que alguien faltaba: Cris.

Se giró y rápidamente localizó al muchacho. Este estaba siendo atropellado por todos. Estaba gritando desesperado mientras lo empujaban. Cayó al suelo de rodillas, y aunque intentó levantarse le fue imposible. Todos pasaban por encima. Nadie lo ayudaba.

Richard corrió hacia él desesperado, pero lo empujaron y lo hicieron caer al suelo. Pasaron sobre él, pisoteándolo como si fuera nada. A nadie le importaba que él fuera el jefe.

—¡Cris! ¡Ven aquí, Cris! —repetía a gritos.

Cris lo miró con los ojos llorosos. Ya no tenía sus lentes, y su ojo izquierdo estaba hinchándose de una manera anormal.

—No... ¡Mierda, no! ¡Cris!

Richard no podía creer lo que estaba viendo.

Trató de ir hacia el mejor amigo de su hijo, el cual era igualmente un menor ¡Maldita sea! ¡Solo era un niño indefenso!

Pero era demasiado tarde. Cris tuvo contacto con la sustancia.

En ese instante fue como si todo a su alrededor se paralizara. A Richard ya no le importaba la gente que corría sobre él, pisoteándolo. Vio a los soldados disparar. Vio a los cuerpos caer, unos sobre otros.

Lo que estaba presenciando era una masacre. Y Cris también sería una víctima.

El muchacho, de tan solo dieciséis años, comenzó a convulsionar en el suelo. Sus extremidades se torcieron, sus huesos se sobresalían. Cris estaba muriendo, y Richard no podía hacer nada para salvarlo.

—¡Cris! ¡Joder, no! ¡Cris! ¡PAPÁ HAZ ALGO! ¡SÁLVALO! —escuchó los gritos de Matías. Su hijo había vuelto a por él.

Richard corrió y lo detuvo antes de que pudiera alcanzar a su mejor amigo. Con todas su fuerzas, lo cargó en sus brazos a pesar de que ya no era un niño, y corrió por el pasillo escuchando sus lamentos.

Matías lloraba y pataleaba en sus brazos. Acababa de ver a su mejor amigo morir.

Una explosión los lanzó hacia adelante y cayeron estrepitosamente contra el suelo.

Más disparos.

Más dolor.

Una espesa neblina limitó su visión. Ahora solo podía ver las siluetas de hombres y mujeres que intentaban escapar.

Richard, a pesar de quedar momentáneamente sordo, se incorporó y agarró a su hijo del brazo. Lo obligó a correr por el pasillo hasta que se adentraron en el cuarto de aseo, en donde los esperaba la familia Lewis.

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