Capítulo cuarenta
Rifftod corrió por los pasillos de la casa presidencial. Tras él, lo escoltaban cinco soldados con sus armas preparadas.
—¡Abra la puerta ahora mismo! —le exigió a los dos guardias que custodiaban la oficina —. Es una maldita orden.
—Señor, solo recibimos órdenes del presidente. No podemos abrir la puerta hasta que...
Rifftod no esperó respuesta. Ordenó a sus soldados que apartaran a los guardias, y así lo hicieron. No fue fácil ya que de hecho comenzaron a enfrentarse unos con otros a punta de puñetazos.
Rifftod aprovechó ese momento para entrar apresuradamente en la oficina. Al hacerlo, vio a Jones sentado en su escritorio, con las manos cubriéndole el rostro. La angustia era más que evidente.
—Señor... Rusia nos está atacando —le informó y tomó aire. Rifftod estaba exhausto, pero aún así prosiguió —. En cualquier momento llegaran. Han enviado hombres rusos y vienen en camino. Vienen a por usted, señor.
Jones levantó la mirada. En ella solo se podía reflejar el brillo ardiente de su furia.
—Todo esto es tu culpa, agente Rifftod —lo señaló y se puso de pie repentinamente. Jones golpeó su escritorio con fuerza y ante un arrebato de rabia lanzó todo lo que estaba sobre la mesa —. ¡ Tu maldita incompetencia arruinó mis planes!
—Pero, señor, yo...
—¡No me vengas con excusas! Tu único trabajo era detener a la maldita organización de Karl. ¡Pero fallaste! ¡Ahora MABS y todo nuestros planes son irrelevantes ahora!
Jones se acercó a pasos firmes hacia Rifftod. A pesar de ser más bajo, era mucho más intimidante. Jones le propinó una fuerte golpiza al agente, haciéndole caer de bruces contra el suelo.
A través del enorme ventanal de su oficina se podía percibir la ciudad Astra, y así mismo, las múltiples bombas que estallaban sobre ella.
—Mira lo que has causado, Rifftod. Acabarán con mi país. ¿Sabes lo mucho que me costó llegar hasta donde estoy ahora?
—MABS fue tu plan desde el principio, no el mío. Yo solo seguía tus órdenes —refunfuñó Rifftod con la nariz goteando sangre.
—¿Te atreves a contestarme? —Jones le propinó una patada en el estómago —. Levántate, pedazo de basura. Tenemos que irnos ahora.
El presidente llegó hacia su escritorio, abrió uno de los cajones y de él sacó un arma. Fue en ese instante en el que escucharon disparos provenientes del interior de la casa presidencial. El teléfono, que ahora estaba tirado en el suelo, comenzó a sonar. Jones respondió de inmediato.
—¿Qué está sucediendo allá abajo?
—¡Abandone el lugar, señor! ¡Las fuerzas rusas se han apoderado de la recepción y van en camino!
Un estruendo, que no podía ser nada más que un disparo, cortó la llamada.
Los gritos inundaron los pasillos. Jones agarró a Rifftod y lo obligó a ponerse de pie. Juntos salieron de la oficina y se toparon con algunos soldados que estaban preparados para escoltar al presidente.
—Señor, lo llevaremos a la azotea. El helicóptero espera por usted —le informó el capitán. Jones asintió.
Corrieron por los pasillos, los cuales estaban repletos de pinturas del presidente, estas reflejaban una apariencia intimidante, digna de un poderoso rey.
Rifftod se detuvo en seco. Se acercó a una de las tantas ventanas que había en el pasillo y se asomó. No eran soldados rusos los que estaban atacando, de hecho, eran civiles armados, con los rostros cubiertos. Marchaban todos por la calle principal, y se dirigían hacia aquí.
Todos tenían un objetivo en común: matar al presidente y hacerle pagar por la aparición de las criaturas.
El gentío derrumbó la puerta, entraron como si se tratara de una estampida. No obstante, lo que ninguno de ellos tenía previsto era que las criaturas aparecerían y harían de las suyas. Rifftod apretó la mandíbula al observar la masacre que se estaba propagando a las afueras de la casa presidencial. Ahora, luchaban contra las bestias que aparecían por todos lados, otros, seguían metiéndose en el edificio para resguardarse.
Rifftod retomó la huida y siguió a Jones, quien no paraba de correr. Llegaron hacia el elevador y comenzaron a subir.
—¡Quieren asesinarlo, señor! Soldados rusos, y civiles terroristas se han unido para derrocar al gobierno —dijo uno de sus soldados. Todos iban apretujados en aquel ascensor.
—Lo sé, y no me importa. No van a poder acabar conmigo tan fácilmente. He ordenado que disparen a todo aquel que intente entrar.
Las puertas se abrieron nuevamente, prosiguieron por otro pasillo, este llevaba directamente a unas escaleras metálicas que los llevarían a la azotea. Sin embargo, Jones se detuvo en seco.
—¿Qué pasa, señor? —preguntó Rifftod desconcertado. Jones comenzó a girar lentamente hasta que sus ojos se posaron fijamente en los de Rifftod.
—¿A dónde crees que vas, agente Rifftod?
—¿Qué? ¿De qué habla, señor?
Una bomba estalló a lo lejos y sacudió de nuevo el suelo. Las paredes se agrietaron finalmente ante el impacto lejano.
Jones se giró hacia sus soldados y les pidió que lo esperaran en el helicóptero. Ellos obedecieron sin rechistar y continuaron corriendo por el pasillo. Ahora Jones y Rifftod habían quedado completamente solos.
—Verás, Rifftod, soy un tanto orgulloso —comenzó a decir Jones mientras avanzaba lentamente hacia el agente —. No me gusta cuando me fallan, y tampoco me gusta dar segundas oportunidades. Ya confié en ti lo suficiente, pero ya no más, agente... Ya no más.
—Venga, Jones... Ya sé lo que planeas hacerme pe-pero, no te servirá de nada, yo... yo te seguiré sirviendo fielmente, yo no —titubeó Rifftod. Intentó retroceder, quizás podría correr hacia el ascensor y escapar pero ya era tarde. El presidente había sacado su arma y le apuntaba fijamente.
—Ha sido un grato placer —dijo él con sorna.
La firmeza del agente se esfumó. No era el hombre intimidante de antes, ahora solo actuaba como un cobarde.
Rifftod no podía creerlo. Se arrodilló y comenzó a suplicar por su vida.
—No vamos a caber todos en el helicóptero —Jones estalló en carcajadas. Puso el cañón de la pistola justo en la frente de Rifftod —. ¿Y tus últimas palabras? Quiero escucharlas.
—¡ERES UN MALDITO INFELIZ! ¡Voy a matarte, maldito estúpido!
—¿Cómo un muerto puede matarme?
Jones disfrutaba ese momento.
—Basta, Jones... Somos compañeros ¡Te he servido durante cinco putos años! ¡No puedes hacerme esto!
—Oh, si que puedo, agente. He controlado tú vida a mi antojo, y no será diferente ahora. Ya no me sirves para nada, Rifftod. Y lo que no me sirve, lo desecho.
El gran presidente de Sillury, Frederick Jones, apretó el gatillo, y se echó a reír al contemplar los sesos y la sangre que se esparcía por doquier...
***
El jeep se bamboleaba en torno a los baches de la carretera. Y a pesar de que todos iban estrechos al interior del auto, trataban de mantener la calma.
—¿Cuánto falta para llegar? —preguntó Joseph a su compañero.
El pelirrojo se aclaró la garganta, y respondió:
—En veinte minutos llegaremos a la frontera.
—Solo espero que no se encuentren muchas personas, porque si es así, se nos dificultará pasar —habló esta vez Alex.
El pequeño Lucas sacó su cabeza por la ventana y miró el cielo con recelo.
—Papá, veo avionetas...
Todos se asomaron, e inclusive Rick detuvo el auto. Sobre ellos sobrevolaban máquinas de guerra, y todas tenían el mismo destino: la ciudad Astra.
—No son aviones silurianos... Parecen rusos —supuso Rick, quien iba frente al volante.
Pasaban zumbando a una velocidad increíble. Y aunque parecía un espectáculo, en realidad era el inicio de una guerra.
—Sigue conduciendo, no hay tiempo que perder —le pidió Joseph con un dejo de desconfianza en su voz.
Tras largos minutos, lograron llegar a la frontera. Había demasiadas personas, incluyendo tanto a militares como a civiles desesperados por salir del país. El gentío estaba en una larga hilera, y esperaban ser atendidos por el embajador de Sillury, éste estaba al otro lado de la reja que separaba a las dos naciones y supervisaba todo el proceso.
—¿Los dejaran entrar a todos? —preguntó Natalie con el ceño fruncido.
—Así parece —respondió su padre —. Nuestra embajada en Estados Unidos tiene la obligación de darnos refugio ante situaciones de peligro, como la que está sucediendo ahora.
—¿Pero cómo vamos a cruzar? —Margaret tenía la mirada fija en la muchedumbre —. No tenemos documentos ni nada por el estilo, será imposible cruzar.
—Yo me encargo de eso. Vengan conmigo —anunció Rick y se bajó del auto.
Todos lo siguieron.
Se acercaron hacia una caseta que estaba al otro lado de la reja, allí se encontraba un soldado estadounidense que estaba muy concentrado en una computadora.
Rick se puso al frente y pasó su mano a través de la reja.
—Señor, disculpe. Pero necesitamos hablar con el embajador personalmente.
—Lo siento, pero él está muy ocupado en estos momentos. Hagan la fila y serán atendidos —le respondió el soldado sin siquiera dirigirle la mirada.
—Lo entendemos, señor. Pero necesito que mire este documento, lo hará cambiar de opinión.
El soldado levantó la mirada centrándose en el papel arrugado que Rick trataba de entregarle a pesar de la reja que se interponía entre ambos.
—¿Vale la pena? —le cuestionó el soldado alzando una de sus cejas.
—Si, señor. Este documento es importante para el embajador.
El soldado lo dudó, pero luego de varios minutos decidió recibir el papel. Luego se encaminó a la otra caseta, en donde se encontraba un hombre de traje elegante, que portaba un botiquín repleto de papeles. Recibió el papel y lo desdobló cuidadosamente.
—¿Qué es lo que acabas de entregar? —quiso saber Alex.
El embajador comenzó a leer lo que contenía el papel.
—No lo sé. Wegner me dijo que entregara esto y que de inmediato nos dejarían pasar.
Rick se mordió el labio. Lo agobiaba la espera.
El soldado y el embajador intercambiaron algunas palabras, y luego, sus miradas se centraron en ellos, quienes esperaban impacientes la entrada a territorio estadounidense.
Por fin, el embajador decidió acercarse. El gentío se empujaba contra las rejas, le pedían que los ayudara. Sin embargo, el hombretón solo se detuvo frente a Rick y el resto.
—Así que vienen de parte del señor Wegner ¿eh?
—Si.
—¿Pasó algo en la organización?
Todos se miraron entre sí, con preocupación.
El embajador apretó la mandíbula. Ya deducía lo que había pasado en aquel complejo.
—Trabajaba con el vicepresidente Karl antes de lo que sucedió. Yo también soy parte de la organización —comenzó a decirles y miró a todos lados. Estaba algo asustado —. Se les permitirá entrar. Los esconderemos en un refugio con vigencia de tres meses, luego tendrán que retomar su regreso a Sillury ¿lo entienden? Me refiero a que van a entrar ilegalmente en territorio estadounidense...
La familia Lewis se miró entre sí con desconfianza. Por otro lado, Rick estuvo de acuerdo de inmediato.
—Pues bienvenidos a Estados Unidos —el embajador sonrió. Pero aquella sonrisa no denotaba alegría, sino que era una sonrisa vacía, triste.
Les abrieron la reja y les permitieron cruzar, de inmediato los obligaron a subirse en una minivan. El conductor era un señor estadounidense, gordo pero musculoso e intimidante. Estaba sudando. Alex supuso que le habían pagado para llevarlos al refugio, en donde permanecerán escondidos por tres meses.
A la lejanía, se percibía la gran ciudad Astra. Ésta ardía en llamas ante los múltiples bombardeos a la que estaba siendo sometida.
Joseph, uno de los muchachos de Jefferson, tenía los ojos llenos de lágrimas. Estaba sufriendo por la ausencia del sargento, y al igual que todos, anhelaba que tanto él como el científico Marcus regresaran a salvo.
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