He trabajado anteriormente en oficinas, pero la situación en Venezuela ha llevado a muchas empresas a cerrar sus puertas. Estuve cuatro años sin empleo hasta que se me presentó esta oportunidad, y, por supuesto, la acepté con entusiasmo.

Mientras me dirijo al trabajo, observo a través de la ventana cómo se ha deteriorado el país desde la crisis económica que comenzó en 2013. La situación empeoró en 2016, trayendo consigo hambruna y escasez de productos y medicamentos; estábamos peor que Cuba. Muchas personas quedaron sin empleo y sin hogar, pero, sinceramente, yo conté con suerte.

Al llegar a la estación Las Adjuntas, donde se ubica la oficina principal, me entregaron el uniforme, el carnet, el manual de instrucciones y mi horario.

El día transcurrió con normalidad, y al finalizar mi período como pasante, escuché a unos compañeros hablar sobre un supuesto espíritu que ronda el Colegio de Ingenieros. “¿Tan viejos y todavía creyendo en historias de fantasmas?”, pensé mientras los observaba desde la distancia. Finalmente, el bus llegó para llevarme de regreso a Chacao.

En el camino, pasé por la estación Colegio de Ingenieros, y la duda sobre la existencia de esa historia comenzó a atormentarme. “Por Dios, Andrea, no caigas tan bajo”, reflexioné mientras el bus continuaba su trayecto.

Después de una hora, llegué a casa. Como ya había almorzado en la oficina, no tuve problemas. El día transcurrió de manera habitual hasta que cayó la noche.

Al llegar la noche, seguí mi rutina nocturna, ya saben, cosas de chicas. Después de terminar, me acosté a ver TikTok, cuando recibí un mensaje de WhatsApp de un número desconocido. “¿Quién demonios será?”, pensé. Al abrir el mensaje, me encontré con una imagen de una novia manchada de sangre que decía que venía por mí. Ignoré el mensaje y seguí viendo TikTok hasta que se fue la luz. “Maldito Maduro”, lo maldije hasta el cansancio. Aburrida y sin nada más que hacer, no tuve más opción que dormir hasta el día siguiente.

Fin.