
20. El hospital en Hamil
Hamil, 2019
Isla
Llegamos a la puerta del único hospital del pueblo. Decidí guardar mis conclusiones aceleradas. Tenía que hacer como si nada estuviese pasando, y seguir con la misión.
Así que tomé aire, y me quedé plantada en la entrada. Entramos a un lugar que se veía más triste que la fachada. Las paredes azules y manchadas, el piso agrietado, y los asientos en su mayoría ocupados por ancianos. Me acerqué al mesón. Y antes de hablar con el señor que atendía detrás de un computador antiquísimo, noté la puerta detrás de él que decía "archivo".
—Hola, mi nombre...
—¿Usted tiene el número veintitrés?
—No, pero...
—Entonces saque su número y yo la llamaré.
—Es que vinimos a preguntar por una ex paciente —dijo Gastón, con su mejor sonrisa—. Es nuestra madre que vino hace algunos años, ella quiere su informe médico.
El hombre alzó una ceja.
—Tiene que venir ella para eso.
Puse cara de tristeza.
—¿Usted sabe si ese informe existe? No quiero hacer que venga hasta Hamil por algo que no está.
—Nombre —preguntó, hastiado.
—Vera Harris.
El hombre levantó la vista de golpe y nos escudriñó con la mirada, posando sus ojos en mí y Gastón, varias veces. Revisó largo rato en un cajón con una H fuera. Volvió más molesto.
—Ella nunca fue internada en este hospital. Ahora, les pediré que se vayan—. ¡Veinticuatro!
Antes de salir por la puerta principal, por el rabillo del ojo vi que alguien nos hacía señas. Era una anciana de unos ochenta años, vestida con el hábito de monja. Me acerqué.
—¿Dijiste Vera Harris?
—Sí —respondí, ansiosa.
—Me puede fallar todo, menos mis oídos —comentó orgullosa—. Ella estuvo algún tiempo con nosotras, viviendo en el orfanato Esperanza. —Abrí la boca para hablar, pero siguió—: Una chica encantadora, nos ayudó mucho con los niños. Dos años estuvo sin salir del orfanato.
—¡Veintiseis! —gritó el hombre.
—¿Por qué estuvo allí?
—¡Oh, ese es el mío! —dijo, poniéndose de pie con dificultad—. Ese orfanato luego lo compraron otras personas y ahora es mucho más grande, sin embargo, no tiene ninguna relación con el anterior —explicó, como si estuviese algo avergonzada—. Este es mucho mejor.
—¿Y usted sabe qué hacia ella allí?
La anciana hizo como que no me escuchó, y comenzó a caminar hacia el mesón.
Busqué de inmediato en el celular algo referente a ese orfanato.
"Cierra Orfanato Esperanza luego de desmantelar el proceso en el cual aceptaban chicas embarazadas —bajo secreto y orden de sus padres— para luego dar los niños en adopción —con o sin consentimiento de la madre del menor.
—¿Te pasa algo? —preguntó Gastón.
Me encogí de hombros, perturbada por lo que acababa de leer. ¿Y si yo no era la única hija que ella había tenido?
—Es solo que no sé cómo vamos a seguir, sabemos más pero no lo suficiente.
Gastón me tocó el hombro.
—No te preocupes Cookie, ¿volvamos a Carum? Tengo hambre. Te invito a unas hamburguesas.
—¿No le he dicho a mi novio que soy vegana? —pregunté, sacando la lengua. No quería que me viese afectada.
—No, pero ahora lo sé. Iremos por unas hamburguesas veganas, entonces. Para ti y para mí.
Sonreí. Le golpeé el hombro cariñosamente.
—Gracias —dije en voz bajita.
Y con la promesa de ir a comer hamburguesas, nos devolvimos a Carum. Fue igual que la ida a Hamil. Se me ocurrió poner a One Direction de los que yo estuve obsesionada cuando era más pequeña. Y casualmente Gastón también se sabía todas las canciones, así se nos pasó volando el viaje. Estacionó en su casa.
—¿Qué hacemos acá?
—Isla, lo que vas a presenciar hoy es un acto histórico. Ninguna otra mujer lo ha hecho.
—No me digas que...
Asintió con la cabeza, y tosió. Le iba a preguntar si se sentía bien, pero me interrumpió:
—Voy a cocinar. Sin fotos por favor que después tendré a una fila de chicas persiguiéndome.
Me reí a carcajadas. Y la verdad es que aunque él lo hubiese dicho de broma, pensé que efectivamente podría pasar algo así. Las chicas en la escuela lo miraban descaradamente —y a cada uno de los hermanos—, y ya Mia me había mostrado un Instagram dedicado a la belleza y calidez de Gastón Fonseca.
Tosió nuevamente.
—¿Te sientes bien?
Asintió con la cabeza.
—Me duele un poco la garganta. Vamos.
De nuevo me encontré entrando a la casa que no debía entrar. Literalmente mis peores amenazas vivían allí. Al pasar la puerta principal tuve que hacer una respiración honda para poder sonreír ante lo que vi. Era la escena más adorable que había visto en un largo tiempo. Y a la vez, era una daga en el corazón. Fran, Gaspar y Gonzalito tirados en el piso jugando con autos.
Si creía que ver a Gaspar sonreír de vez en cuando era todo un acontecimiento para mi corazón, verlo divirtiéndose con su hermano pequeño me produjo una aceleración anormal.
—¡Hola Fran! —dije, interrumpiendo el momento. Me sentí expuesta y estúpida. Gastón entrelazó sus dedos con los míos y eso —extrañamente— me calmó.
¿Sabe algo sobre Gaspar y yo?
—¿Cómo les fue? —Fran se puso de pie y se acercó para abrazarme.
—Podría haber sido mejor —respondí, haciendo un puchero.
Se escuchó una risa. Todos nos giramos hacia Gaspar, quien seguía en el piso.
—Vaya, Gastón. Que alegría que tu chica diga eso después de una cita. ¿Qué se siente?
Respiré hondo, conteniendo las ganas de lanzarle un zapato.
—No soy su chica —repliqué—. Y no sabes a qué me refiero.
Gaspar puso esa cara de autosuficiencia, y cuando alzó las cejas, se me vino a la mente el momento exacto en que su penitencia fue que yo tenía que ganar la cita con él.
—Voy a hacer hamburguesas, ¿quieren?
—¡Siiii! Tengo mucha hambre, llevo una hora pidiéndole a Gaspar que me traiga algo. —Fran lo miró con el ceño fruncido.
Es decir, llevan más de una hora juntos. Isla, calma. Además te ha dicho que tú no le gustas.
Supéralo. Aún hay dignidad en tu ser.
—Estaba a punto de pedir pizzas —explicó, sonriente. Se puso de pie, y tomó en brazos a Gonzalo—. Lo iré a dejar a su habitación. Diviértanse.
La paz me duró medio segundo. Salió una de mis pesadillas, y entró otra: Gustavo sin camiseta y pantalones cortos deportivos; con gotas de sudor sobre sus tatuajes, y su abdomen perfectamente marcado. Se quedó plantado, con la mirada fija en mi mano entrelazada con la de Gastón, mientras que con una toalla se secaba el cuello.
Tragué saliva.
Tenía muchos tatuajes más que la última vez que lo vi sin camiseta. O sin ropa.
¿Por qué piensas eso justamente ahora?
Y está más ejercitado también. ¿Le ves esos brazos? ¿ese abdomen?
Y uno de sus tatuajes me llamó la atención de inmediato: era pequeño, pero por ser el único a color, mi mirada se fue de inmediato a ese. Sentí un hormigueo en mi cuerpo. Era una isla. Un pequeño trozo de tierra, una palmera verde, y un cielo estrellado.
Una gota de sudor bajó por mi espalda, y el silencio que se produjo se me hizo eterno. Me pareció que con Gastón y Fran vimos lo mismo al mismo tiempo. Sacando todos también la misma conclusión. Gustavo carraspeó y se llevó una mano a la cintura, tapando el tatuaje con su mano.
Tarde Gustavo. Muy tarde.
Ahora, arregla lo que le has provocado a mi ser.
—Voy a cocinar —dijo Gastón, soltándome la mano para tocarse la garganta—, ¿quieres hamburguesas?
No, ¿qué haces?
Gustavo se encogió de hombros.
—¿Cocinando un sábado por la noche? ¿Así de aburrido?
Gastón levantó una ceja, divertido.
—¿Tú en casa un sábado por la noche? ¿Cómo es que no estás en Los Ángeles tirándote a alguien?
Innecesario Gastón, gracias.
Gustavo miró de reojo hacia la puerta.
—Si quieres te paso un megáfono para que papá se entere.
—Ya, perdón. ¿Quieres o no?
—Bueno —gruñó Gustavo—. Iré a ducharme y vuelvo.
Los cuatro sentados en la mesa era algo que no me hubiese imaginado nunca.
—¿Por qué eres tan asocial en la escuela? —preguntó Fran, con toda la confianza del mundo. Gustavo la quedó mirando unos segundos.
—Porque quiero. No me gusta la atención sobre mí —replicó, sacudiendo su cabello. Fran siguió con la cabeza sus movimientos, embelesada. Era difícil no hacerlo.
No lo mires tanto que te embruja.
Gastón nos dio una hamburguesa a cada uno.
—Aunque la tienes igual, ¿no has visto los Instagram dedicados a ti?
Fran, ¡control!
Gustavo la quedó mirando con el ceño fruncido.
—¿Qué?
—Sí, mira. —Fran buscó algo en su celular, y con Gustavo nos acercamos a ver. Había muchas fotos de él. Porque él era bonito, así que cualquier cosa que tuviese su imagen, era algo digno de mirar.
Alguien carraspeó. Y allí me di cuenta que prácticamente nuestras caras se encontraban pegadas, tenía mi mentón apoyado en hombro de Gustavo, con la confianza de dos personas que se conocían de hace mucho tiempo. Me giré. Gerardo Fonseca nos observaba.
Ok, ya bajé cien puntos con mi suegro.
Me separé de Gustavo, y volví a mi lugar.
—Niñas, buenas noches. ¿Dónde está Gaspar? —preguntó, mirando a Fran.
—Yo...no lo sé. Se fue con Gonzalo. —Fran se levantó de su asiento—. Yo ya me debería ir, mañana temprano debo hacer la tarea de historia con Sofía.
Gerardo le sonrió, y se distrajo cuando vio a Gastón.
—¿Estás enfermo?
La verdad es que se veía bastante mal, y no me había dado cuenta.
Mala novia, Isla.
—Un poco. Me iré a acostar pronto. Isla, ¿hacemos mañana la tarea?
Asentí.
—Vas a la casa.
Gaspar entró a la cocina. Gustavo aprovechó que su padre se distrajo para huir
—Pensé que no estarías hoy —le dijo Gaspar a Gerardo.
—¿Y tú, has hecho la tarea de Historia?
Gaspar arrugó la frente y nos lanzó una mirada mortal.
—No. Estaba esperando a que llegara Francisco de su paseo pero no lo hará hasta el lunes así que la haré...el lunes.
Gerardo bufó.
—Si mañana Gastón se sigue sintiendo mal. Harás la tarea con Isla. No permitiré que la haga sola por culpa de tu hermano.
Gaspar me miró con esa expresión de no tener ninguna emoción. Cara de Poker.
Oh, no.
Oh, no.
Alerta. Peligro.
—Voy a estar bien mañana —replicó Gastón, agitando la mano—. No será necesario.
—No voy a permitir que la enfermes. Es más —agregó, mirándonos a Fran y a mí—. Gaspar, ve a dejarlas a su casa.
Ay, dios.
Sálvenme.
Seguramente el plan de Gerardo era que Gaspar fuera a la casa de Fran... por ella.
No sabía que era a mí a quien estaba tirando a los leones.
De repente la idea de que a Gaspar le pudiese gustar Fran no era tan alocada. Ella era hermosa, entretenida, e inteligente. Y yo... casi sin saber para donde iba mi vida. Fran murmuró para que solo yo escuchara:
—Ahora falta que llegue Gabriel y que le diga que nos tiene que hacer dormir.
***
Carum, esa misma noche, 2019
Gabriel
—Estás jodido —le dije, mientras sacudía mi cabeza—. Te tiene comiendo de su mano.
Se rio, más para sí mismo que para mí.
De alguna forma lo intuía. Actuaba muy diferente a lo usual, y por más que él lo negase —o incluso creyese que no era así—, yo lo presentía. Le gustaba Isla, para mí no había dudas.
—¿Tú te crees que eres mi jefe o algo? —preguntó secamente. Se puso de pie con una actitud algo amenazadora, se pasó la mano por el cabello. Hastiado—. Yo hago lo que quiero Gabriel, y siempre ha sido así. Así que sal de mi habitación, y no vuelvas a entrar.
—Solo quiero saber cuando la harás sufrir. Esto se nos va a salir de las manos, y creo que más pronto de lo que esperaba. Y cuando llegue ese momento, ella se va a reír de nosotros. No puede seguir viviendo en Carum.
—Pronto —gruñó, volviendo a sentarse. Comenzó a mezclar dos colores en la paleta con mayor intensidad. Giró su cabeza—. ¿Te vas o no? No puedo pintar con alguien observándome todo el tiempo.
—Pero es tiempo que podrías estar ocupando en hacer que se enamore de ti.
—Y tú tampoco has hecho nada —murmuró, pasando el pincel delicadamente por el lienzo—. Ya se te acabó la creatividad para tus juegos —agregó.
—No, sigo en eso.
—Y yo también —replicó. Me señaló la puerta de la habitación—. Tú, has lo que quieras. Isla no me importa. —Se puso los audífonos y siguió pintando.
Sí, claro.
—Pensaré en algo.
_____
Pero a ver... calmación Gabriel.
OMG.
Espero que lo hay
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro