Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5.


Todo lo que necesitas en tu vida es amor — The Beatles.


—Así que no solo eres millonaria, ¿sino que también eres la nueva dueña de la escuela? —dijo Lucía tratando de hacer un resumen de las cosas que me habían pasado en las últimas cuarenta y ocho horas de mi vida.

—Sí, más o menos así se resume todo lo que me pasó desde ayer.

—Vaya, es mucho para procesar. —Dijo Lucía de nuevo. Pero Alex no dijo mucho, solo se sentó en mi pequeño gabinete en silencio.

—¿Y qué significa eso exactamente para nosotras?

—Nada, ustedes seguirán cómo hasta ahora, la que tendrá el cambio grande seré yo. —Le dije a las dos, pero Alex apenas me miraba ahora. Intenté hacer que me mirará de frente, porque eso no era propio de ella, pero no lo hizo.

—¿Segura?

—Bueno, te prometo que veré que se les dé un jugoso aumento de sueldo a todos. —Dije riendo. Trataba de quitar la tensión que Alex había sembrado en la habitación con su comportamiento.

—Bueno eso es muy bueno, pero me refería a que tú te irás en algún punto, supongo que te ofrecieron un gran puesto y una gran oficina de lujo en el piso más alto.

—Chicas, vamos, yo jamás me iría de aquí.

—Pues deberías —dijo Alex por fin—. Si tienes la oportunidad de irte, aprovéchala y no dejes que nadie te la quité, no te detengas por nosotras, estaremos bien sin ti. —Y después se fue de la oficina.

—Pero ¿qué demonios le pasa?

—Está sentida, supongo.

—Sí, lo veo pero ¿por qué?

—No, lo sé, pero ella tiene razón, sí puedes irte de aquí para mejorar, hazlo y no dejes que nadie te detenga, ni siquiera tú misma, solo porque crees que no estás lista para ello.

—No estoy lista para ello, Lucía —dije soltando aire— mira no sé qué le pasa a Alex, pero yo no pedí esto, no lo quería.

—Creo que Alex estará bien, tiene sus propios problemas ahora, solo dale tiempo y se le pasará.

Eso esperaba.


<<>>


Después de horas, llamé a Hugo para avisarle del cambio de planes, ya que gracias al extraño comportamiento de mi mejor amiga, tuve que reajustar los planes que ya tenía.

Y tampoco es como si tuviera muchas ganas de comer algo. Así que terminé en la cafetería de la universidad, como siempre, comiendo lo que pude. Aunque más bien, solo le di un par de mordidas y fue todo. Mi estómago no pudo hacer nada más.

A las seis de la tarde, encontré a Rodrigo en el estacionamiento ya esperándome, en el asiento del copiloto iba Hugo, quién al verme se bajó y me abrió la puerta de inmediato.

—Buenas tardes, Ella, ¿tuvo un buen día? —dijo él tratando de darme una buena sonrisa, pero fracaso al final al ver que yo no tenía ganas de sonreír.

—¿Define bueno?, Hugo. —Le dije sin mirarlo de frente.

—Me dijo el señor Alfonso sobre lo que había pasado en la oficina del rector.

—Por supuesto que te dijo. —Dije algo molesta. Pero no con él, sino conmigo misma.

Me recosté en el asiento del auto el resto del camino a casa, cuando me bajé no dije mucho, solo les dije que necesitaba ir por unas cosas a mi casa y que los vería en la oficina del abogado para la lectura del testamento y la asignación de bienes.

Hugo quiso quedarse, pero yo no se lo permití.

En cuanto cerré las puertas de mi casa tras de mí. Sabía que el infierno era poco para lo que mi vida se iba a convertir esta vida para mí de ahora en adelante.

Dejé mi bolsa en cualquier parte y me fui desvistiendo conforme llegaba a al clóset de mi cuarto. Era un viejo clóset de madera, restaurado, lo tenía desde niña y cuando me vine a vivir aquí me lo traje.

No tengo idea del porqué, pero supongo que quería aferrarme a una parte de mi vida con mi padre, ya que fue él quien lo encontró en una venta de jardín y me lo dio por mi cumpleaños número cinco, solo para mí.

Él era ese tipo de padre, se desvivía por sus hijas, sobre todo aún más, cuando Celine nació. Sintió que ahora más que nunca era su deber el cuidarnos y lo hizo hasta sus últimos minutos de vida.

Y por eso me odiare cada segundo de mi vida.

Tomé la ropa y me la puse, los guantes y los abroche fuertemente.

Y cuando salí de mi cuarto, y entré a ese otro, sabía que esta era la única manera de desquitarme.

De sacar lo malo que había dentro de mí, yo tenía la culpa después de todo de que mi padre hubiera entrado a esa casa a rescatar a esas personas.

Era mi culpa que no quisiera a mi hermano mayor.

Era mi culpa que nos hubiera dejado tan joven, tan lleno de vida, era mi culpa.

Y ahora parecía que había adquirido una maldición y no dinero.

Le di un golpe al saco, luego otro y otro y otro y así hasta que mis manos comenzaron a sangrar y me tuve que detener.

Pero es que no era suficiente.

La música seguía saliendo de las bocinas por lo que no tarde en regresar a darle golpe tras golpe al saco que colgaba del medio de la habitación.

Convenciéndome una vez más, de que esta era la única manera de arreglar todo lo que estaba mal en mí.


<<>>


Más tarde Alfonso continuaba recitándome las múltiples propiedades que recibiría, así cómo el dinero y algunas responsabilidades que adquiriría al dirigir sus empresas, pero solo sí yo quería.

Y no quería, pero no porque no supiera que hacer, sino porque no estaba lista.

No quería estar ante esa gente, que me creí una cazadora de fortunas o peor una escoria de la sociedad. Solo por heredar algo que nunca quise.

Alfonso me había dado una lista para ir repasando las propiedades mientras él las recitaba para mí.

Aspen, Las Vegas, París, México... —dijo él frente a mí.

—Espera, ¿dijiste Las Vegas? —dije interrumpiéndolo.

—Sí.

—¿Porque él querría tener una casa ahí?

—Eso no te lo sé decir ni yo. —Dijo ahora sonriéndome. Había algo en él que me hacía confiar, pero al mismo tiempo no.

No lo sé explicar.

—¿Pero se puede uno de deshacer de ella?

—Es tuya, puedes hacer lo que quieras con ella.

—Dime una cosa, ¿qué tan bien conocías al Señor Marx?

—Fui su amigo desde que teníamos dieciséis, nos conocimos en un internado y cuando sus padres murieron fui el segundo en saberlo.

—¿Qué internado?

—Uno muy prestigioso en Inglaterra, pertenece a una de las mejores escuelas de la Ivy League.

—Y si estudio haya, ¿qué hacía aquí?

—Pues después de la muerte de sus padres, tuvo que regresar a encargarse de todo por aquí, por su primo y por él que en ese entonces aún no cumplía la mayoría de edad.

—¿Ese fue el motivo de que ellos nunca se llevarán bien?

—Sí y no, ellos nunca se llevaron bien, pero supongo que también fue culpa de sus padres, los criaron como rivales, todo lo que hacían debía ser puesto a prueba, cómo sí fuera una competencia por cual ganarían la fortuna de la familia.

—¡Eso es horrible!

—Lo es, pero siempre ha sido así, incluso sus padres hacían eso cuando eran más jóvenes, también influenciados por sus padres, era como una tradición dentro de la familia.

—¿Entonces siempre hubo tensión entre ellos?

—Sí, siempre, desde que nacieron, quien era mayor era el que tenía todas las de ganar en la familia, todo era una competencia para ellos.

—¿Cuál es el nombre de su primo?

—Alberto Alix Marx II.

—¿En serio ese es su nombre?

—Sí, se lo pusieron por su abuelo, siempre fue su favorito.

—¿Y qué hay de Santiago? —nunca había usado su nombre, y el solo hecho de decirlo me dio una sensación de nauseas, como sí fuera algo prohibido para mí.

—Siempre estuvo en conflicto con su abuelo, él creía no era suficiente y tenía razón, nunca lo sería, pero aún así, fue el primero en nacer y por derecho se quedaría con todo el dinero de su abuelo, le gustara a él o no.

O al menos esa sensación me daba.

—¿Y qué ha sido de él?

—¿De su primo? Pues vive la vida loca, entre fiesta interminables y excesos, chicas y más chicas, solo gastándose el dinero de sus padres y el de Santiago.

—¿Así qué si le daba dinero?

—Sí, le dio por muchos años, hasta que se cansó, pero no te preocupes por él, él tiene su propio capital gracias a sus padres y Santiago se encargó de asignarle una buena pensión, para que nunca tenga que preocuparse por nada.

—Entonces no tengo que preocuparme por él, viniendo a mi puerta a reclamarme por el dinero de su primo.

—No, para nada, él no tiene porque, tiene todo lo que siempre había querido.

—¿Todo?

—Todo, ¿qué te preocupa?

—¡Qué no! Todo me preocupa, desde que me puedan quitar el dinero hasta que me puedan demandar alegando que soy una caza fortunas.

—Nadie puede acusarte de eso, porque tú no lo eres, además Santiago se aseguró de que eso no pueda suceder.

—¿Cómo?

—Digamos que es una especie de póliza.

—Pero nada ilegal, ¿verdad?

—No, por supuesto que no, pero digamos que a veces tenemos que hacer este tipo de cosas para nuestros clientes —dijo alcanzando mi mano y apretándola un poco—. Sobre todo para aquellos que son nuestros amigos.

—Como Santiago.

—Y como tú. —Dijo ahora dándome una gran sonrisa. Aún tenía mi mano en la suya, pero algo no me gusto de la forma en que lo dijo, así que me liberé rápidamente de su agarré.

Pero para quitar tensión le dije que me trajera un vaso con agua, necesitaba tiempo, solo eso, para sobrellevar todo esto.

Estaba revisando la lista, cuando escuche voces afuera de la habitación.

Estaba en una sala de juntas, Alfonso dijo que la había reservado solo para nosotros dos, todo para mi comodidad, por lo visto no había olvidado lo que había pasado más temprano en la universidad.

Me acerqué a la puerta para tratar de escuchar lo que se decía, detrás estaban dos hombres discutiendo y riendo.

—Deberías de hacer todo esto más rápido, así el plan resultaría mejor y más rápido con la caza fortunas. —Dijo el otro hombre.

—Lo hago, lo más rápido que puedo, además apenas está empezando a confiar en mí, si la presionó ahora, seré demasiado obvio. —Decía Alfonso.

—Vamos, solo enamórala más rápido, y pronto estaremos nadando en dinero también, solo tienes que convencerla de casarse contigo, ella no tiene por qué negarse, eres un excelente partido, lo veas por dónde lo veas.

—Buen punto, pero debes confiar en mí, la chica ya tuvo mucho por el día de hoy.

—No, tu confía en mí, solo un poco más de presión y ella estará comiendo de la palma de tu mano.

Ahora no había duda, de que estaban hablando de mí.

Esto era lo único que me faltaba, no solo mi amiga no me hablaba y mi compañera pensaba que era una gallina llena de miedos, sino también debía cuidarme de mi propio abogado.

Bueno técnicamente, era mi abogado heredado, pero creía que era mío.

Creía que era mi amigo, pero está claro que cuando tienes dinero, nada te pertenece realmente.


<<>>


—Hugo, ¿hay alguna posibilidad de que una propiedad se venda?

—¿Cuál quiere vender? Ella.

—La Universidad.

—Pero el Señor Marx acababa de comprarla, justo para usted. —Dijo él sobresaltándose un poco. Estábamos sentándose en la mesa de mi cocina, mientras discutíamos.

—Pero yo no se lo pedí, así cómo no le pedí a nadie que me diera este dinero —le había pedido a Hugo que entrará un momento a mi casa, para que me explicará algunas cosas, y mientras Antonio esperaba en el auto mis órdenes- Yo no pedí nada de ésto Hugo, sé que su señor se encapricho conmigo y que usted solo está cumpliendo con sus deseos, pero que hay de los míos, ¡Yo no quiero este dinero!

—Lo sé, señorita.

—Quiero que algo le quede bien claro, yo no pretendo ser mala con nadie, pero no puedo hacerme cargo de algo que no quiero, por lo que lo mejor será que usted regresé a la enorme casa donde vive y yo me quedaré en mi estúpido trabajo, modesto, haciendo lo que mejor se, que es quedarme callada. —Estaba al borde de las lágrimas ahora, y no podía permitir que ni él ni nadie me viera así.

Yo no había vuelto a llorar desde el funeral de mi padre, hice una promesa ese día y pretendía cumplirla siempre, al pie de la letra.

—Señorita, ¿le puedo mostrar algo? —dijo finalmente Hugo.


<<>>


Estuvimos dando vueltas por algunas calles, hasta que llegamos a un lugar muy bonito, tenía un gran portón pintado de colores llamativos y con flores de colores dibujadas algo burdas, pero aún así eran preciosas.

El lugar parecía muy grande, tenía una gran puerta de madera por donde pasamos, en el letrero decía Fundación Marx.

—¿Qué es este lugar?

—Esta fundación fue hecha por la abuela del Señor Santiago cuando él nació —dijo ayudándome a abrir la puerta del lugar—. Fue cómo un tributo para él, ella era la única que lo comprendía y su cariño era su principal motor para él, cuando ella murió el dedicó su vida a ser un mejor hombre, solo por ella.

Dentro nos recibieron con total y completa alegría, había niños por todos lados, correteando de un lado al otro, sin siquiera detenerse por nosotros, nos pasaban por las piernas, entre los dos y nos sonreían aun sin conocerme.

—Todos estos niños, son pertenecientes a esta comunidad, algunos viven aquí con sus madres y hermanos, algunos son huérfanos completamente y otros solo vienen por las actividades.

—¿Todo esto lo hizo él?

—Sí y cada semana, él mismo venía a inspeccionar todo, se encargaba de ciertas actividades y jugaba los niños. —dijo saludando a la chica detrás del mostrador de recepción— Sí usted renuncia a su dinero, sí , renunciaría a todos esos lujos y responsabilidades, pero también cerraría esto.

—¿Cerrar?

—Sí, el dinero del amo ha estado entrando aquí, pero cómo usted sabe, rara vez se obtiene un beneficio de la caridad, más que el saber que contribuyes a tu comunidad y su mejora. Esto no es solo una propiedad señorita, es el sueño de ser mejor de la abuela del Señor Marx y de su nieto.

—Pero no es solo eso, ¿no?

—No, la señora Leonora creció siendo una niña torturada y abusada, salió de casas de adopción más veces de las que puedo contar, sus padres eran un par de drogadictos que la abandonaron, un día sin más en una estación de trenes abandonada, sí la policía no hubiera pasado por ahí minutos más tarde, ella podría haber muerto de hipotermia, pero apenas y sobrevivió, luego, siendo un poco mayor conoció al que sería su esposo, un joven muy maduro para sus cortos dieciocho años que se enamoró a primera vista de ella, la sacó de la vida que llevaba, llena de carencias y pesares y la convirtió en la dama que ella siempre debió ser.

Asentí. No comprendía el sentimiento, pero quería que siguiera el relato.

—Luego cuando ella tuvo dinero y vio a su primer y más amado nieto nacer, supo que era momento de regresar algo de la suerte que ella había tenido, después de todo solo era eso, suerte, y fundó este lugar.

Miré al centro de la recepción y junto a la foto de una señora preciosa, morena, de ojos color castaños, ahora colgaba la foto de Santiago.

—No se dejé llevar por las apariencias, no todo en la vida es tan malo cómo parece Gabriella.

Sentí un tirón en mi pantalón y bajé la mirada para encontrar a una pequeñita de al menos unos seis años mirándome de la manera más dulce del mundo, me dio tal sonrisa, que pude notar que le faltaba un diente en el frente.

—Hola, me dijeron que tú eras la novia de Santi. —Miré arriba en dirección de Hugo por ayuda, pero a cambio solo recibí un encogimiento de hombros.

—Algo así. —Le respondí también sonriendo.

—Me han mandado para darte el recorrido por el lugar.

—Oh, está bien, vamos. —Me dio su mano y la tomé no demasiado fuerte. Antes de ella el único contacto que había tenido con niños era con mi sobrina Alexandra.

Alexandra, era hija de mi hermano mayor Leonardo.

—Por cierto, me llamo Beatriz, pero todos me dicen Trixie.

—Yo soy Ella.

—¿Cómo la Cenicienta? —dijo ella aún sonriéndome. Mientras caminábamos con ella, iba dando saltitos, jugando con las líneas del piso.

—Sí, cómo la princesa Cenicienta.

—¡Vaya que nombré tan genial! —le sonreí en respuesta.

—¿Cuántos años tienes?

—Casi seis, mi mamá y yo llegamos aquí antes de que yo naciera.

—Entonces, esta es cómo tú casa.

—Es mi casa. —Dijo ella muy segura. Hugo tenía razón yo no podía renunciar a este lugar, era una casa para muchos.

Una esperanza, una vida, no podía quitarle eso a la gente.

Pero sí podía tratar de hacer algo bueno con lo que tenía para cambiar lo que no me gustaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro