Capítulo 3.
Es el lugar correcto, el tiempo equivocado — Dr. John.
Me fui a casa, ese día, esperando, deseando y rezando que no fuera tan malo como yo estaba pensado que era, el hombre o quién quiera que fuera el que estaba detrás de mí.
No podía evitar ahora el pensar que a donde fuera que hubiese ido en las últimas dos semanas, podía haberme seguido, espiado mi aburrida y patética vida.
Esperé en casa hasta que fueron las siete con cuarenta minutos, antes de tomar de nuevo mi bolsa e irme hacia el único café que había en el centro de la ciudad.
El café de Al's, era lo mejor de lo mejor y como no, sí su café era casi celestial.
Me senté en una pequeña mesa en cuanto entré, una de las meseras que reconocí como Sherry me preguntó que quería tomar.
—Café americano, con crema batida arriba y chocolate encima.
—Con dos de azúcar, ¿verdad? —le sonreí en cuanto ella dijo eso. Era bonito que ella se acordará siempre de mi orden, aunque no venía tan seguido como antes, me seguían recordando, y eso era muy bonito.
Por un momento me hacía olvidar que estaba aquí esperando a mi acosador número uno. O quizá era mi fan, eso esperaba al menos, esperaba que no quisiera matarme en cuanto me viera.
—Sí, por favor. —Dije en respuesta a eso.
—¿Esperas a alguien Ella?
—Algo así.
—Es una cita. —¿Lo era? Esperaba que mi acosador no pensará que esto era una cita. Eso sería lo peor, que creyera eso y que yo tuviera que explicarle después, qué no lo era.
—No, solo somos colegas en la escuela.
—¿Entonces te traigo algo para él?
—No, ya que llegué, que él pida. —Dije. No le iba a premiar con un café por nada de lo que había hecho hasta ahora. Ni que yo estuviera tan loca, como él.
Estuve revisando mi teléfono todo el tiempo, viendo la hora, luego la puerta y de regreso a mi teléfono.
Esperando.
Esperando.
Esperando a que un tipo raro y loco entrará por las puertas de la cafetería.
Esperaba que no fuera ese el caso, aunque por sí acaso, había ido antes a casa de mi madre por la vieja arma de mi padre que estaba en la caja fuerte.
Por sí acaso.
Pero nada, nadie más que un par de personas de siempre habían entrado y sí bien algunas de ellas me habían saludado, ninguna se había tomado la molestia hasta ahora de venir hacia mí.
Estaba comenzando a desesperarme.
Cuando una figura masculina con un traje azul marino entró en la cafetería.
—¡Tienes que estar bromeando! —dije. Frente a mí, tenía al chico de mis sueños, el mismo chico atractivo y moreno, imposiblemente guapo, que me había agregado a Facebook dos semanas atrás y detrás de él un hombre de traje negro, lo seguía muy de cerca.
Miró en todas direcciones y luego hacía mí.
Lo miré de frente, extrañada y dudosa, pero cuando camino hacia mi mesa, supe que él era mi acosador.
¿Por qué los locos siempre son guapos?
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—¿Puedo sentarme aquí? Ella...
—Haz lo que te plazca, vivimos en un país medio libre —dije enojada de que me hubiese tocado el loco guapo a mí. ¿Por que, Dios por qué?— Casi todo el tiempo.
—Sabía que eras graciosa, pero no me imaginé que también fueras sarcástica. —Seguíamos viéndonos de frente, no le iba a quitar la mirada a él, si él no me la quitaba a mí.
No soy ninguna muñequita asustada y él tenía que verlo en mis ojos.
—Gracias. —Luego llamó con la mano al hombre que lo acompañaba quién se sentó a su lado, sin decir nada, solo se quedó ahí— Creo que me has descubierto, sabía que eras una buena detective pero es bueno aún así tener el privilegio de comprobarlo por mi propio pie.
—¿Qué quieres?
—¿No es obvio?
—No, no lo es.
—A ti.
—Lo siento, pero no estoy en venta.
—Todos tenemos un precio, Gabriella...
—Yo no soy como todos. —La mesera llegó y colocó lentamente la bebida frente a mí, en realidad se tomó una cantidad exagerada para solo irme a dejar una bebida caliente.
Fue bastante obvio que la chica había sido atraída como todas las demás por el adonis sentado frente a mí.
Pero el hombre solo me miraba a mí, y aunque sentía ahora mismo que un escalofrío me recorría por completo, no iba a dejarlo ganar.
No tendría nada de mí.
—Eso me queda muy claro, por eso te elegí a ti.
—No soy una muñeca que puede comprar en una tienda, señor... —me quedé esperando, con las palabras en el aire, a que el hombre que parecía un dios griego de Rick Riordan, terminará la frase.
—Me queda claro eso también, pero soy un hombre que siempre obtiene lo que quiere y te quiero a ti.
—Pero yo no lo quiero a usted.
—Eso no lo sabes aún, pero deja que me conozcas y me querrás, todas me quieren.
—Yo no soy todas. —Repetí tratando de no elevar demasiado la voz. Después de todo estaba en un lugar público y había mucha gente a mi alrededor que podía escucharme.
—Bien, entonces vayamos al grano, te quiero a ti y tú quieres empezar de nuevo, ¿si no me equivoco? —levantó su ceja izquierda y me miró. Me dedicó una sonrisa burlona al mismo tiempo.
Sus ojos se abrieron aún más y el hombre adquiría más y más confianza con cada minuto que pasaba.
No podía permitirme quedarme demasiado tiempo ahí o él ganaría todo de mí.
—Lo que yo quiera, no es de la incumbencia de nadie. —Dije mientras me levantaba de mi asiento y en mi torpe caminar me torcía el tobillo. Traté de que no se notará, pero en cuanto el hombre vio mi situación, vino a mi lado.
A mi rescate.
—Ven, aquí. —Dijo dándome su mano.
Lo alejé de un empujón y salí corriendo de la cafetería lo más rápido que pude.
El hombre gritó algo, pero no lo escuché mientras seguía corriendo de él.
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La cita era a las ocho, lo sabía, apenas eran las siete y ya sentía que todo mi cuerpo me impulsaba a irme de ahí, de esa estúpida y aburrida oficina lo más rápido posible, solo para estar cerca de ella.
Para oler su perfume, tocar su mano cálida sobre la mía, su piel morena amarilla y tenerla a tan escasos centímetros míos, como para inclinarme y besarla.
Pero eso no era lo que más me tenía nervioso de verla, sino el que quería que escuchará lo que le tenía que proponerle.
Esperaba que aceptará, que dijera que sí y podríamos estar juntos. Después de todo, mis días estaban más que contados ahora.
Esa era la razón detrás de los regalos.
No quería acercarme demasiado a ella y no tener nada para ofrecerle. Así que pensé en la alternativa dos. Me la había planteado desde el momento que supe que morirá sin ningún heredero y siendo el último de mi familia y el responsable de su fortuna tenía que apresurarme a encontrar una esposa y tener hijos con ella.
Pero hasta el momento ninguna mujer de las que conocía y frecuentaba en mi círculo social, me había llamado la atención, todas eran vacías y solo buscaban dinero, más y más dinero.
Excepto ella.
Dicen que lo que buscas, siempre aparece cuando dejas de buscar.
Y así fue con ella, yo sabía que era para mí, desde que la vi. No tenía ninguna duda, pero ¿qué le dices a una chica tan espectacular cómo ella?
Le dices, hola, disculpa que te moleste, pero me he enamorado de ti a primera vista, ¿quieres casarte conmigo y heredar todos mis millones?
Ah y solo estaremos casados por poco tiempo, porque estoy muriendo.
Por lo que debemos de apresurarnos a concebir un hijo, además, te amo.
No, no podía llegar con ella de esa manera. Ella se merecía el cielo, la luna y las estrellas.
Por eso me decidí a investigar algo más de ella, antes de decidir si quiera sí me iba a acercar a hablarle. Y cuando menos lo pensé, ya estaba enviándole una serie de regalos que ella siempre había querido.
Primero fueron los libros, casi todos los pedí de diferentes lugares y quería que también fueran las mejores ediciones, no importaba el costo. Yo podía gastar esas cantidades en ellos, así que compré más de una edición, por sí una se arruinaba con el tiempo o por sí no le gustaba lo suficiente.
Luego fueron los chocolates y las flores, lo cual siempre ha funcionado con todas las mujeres a lo largo de los años. Pero en ella solo funcionaron los chocolates, y es que descubrí muy tarde que ella odiaba las flores rojas porque le recordaban al funeral de su padre, el cuál estaba lleno de ellas.
Su padre fue un héroe, cómo pocos, y también era la persona que más le importaba en el mundo. Ahí fue cuando comencé a investigar su pasado, quería saberlo todo, absolutamente todo. Pero tengo que admitir que hay cosas que son más difíciles de hallar que otras, pero no imposibles.
Sobre todo, para una persona como yo, con digamos, recursos ilimitados.
Investigué y fui a dar con muchos detalles de su vida de joven. Cómo que fue campeona de lectura y redacción en el periódico de su secundaria y preparatoria, lo que le dio una beca muy necesaria para seguir estudiando periodismo en una de las escuelas más prestigiosas del país. Porque sin su padre, su madre apenas y pudo mantenerla a ella y a su hermana pequeña, que apenas tenía dos años y medio cuando su padre murió.
También supe que la chica era una detective nata, como su padre, quién desde muy joven demostró aptitudes singulares para la investigación, por lo que como él, llegó a pensar en ser policía. Pero después de su muerte, desecho la idea, sin volver a pensar en ello, nunca jamás.
Así que cuándo ella me encontró, ella a mí, no yo a ella. No me sorprendió en lo más mínimo. Sabía que no podía esconderme demasiado tiempo, sobre todo no de ella.
Estaba más que feliz, cuándo mi asistente me dijo que ella le había dicho que me viera en su cafetería favorita, hoy a las ocho.
Pensé que me iba a morir, que mi corazón estallaría, ahora sí, en miles de pedazos cuando la vi.
Tan hermosa, tan sencilla, tan luminosa, como la luna misma. Era un verdadero ángel, cómo su nombre lo decía. Era un mensajero de Dios y de todos los dioses conocidos así en la tierra como en el cielo, y venía a ser mi salvación o mi perdición.
Era una preciosidad y ella ni siquiera lo sabía, era arte y magia pura.
Era una mujer completa, deslumbrante, hermosa, luminosa.
Lo supe el primer día que la vi, la primera vez que sus ojos vieron a los míos desde lejos, escondido detrás del vidrio de mi auto.
Y lo fue, lo fue hasta que me dijo que no estaba en venta.
Cuando se fue, trate de alcanzarla a como diera lugar, pero no la alcancé. Se perdió en los arbustos más cercanos, y cuando traté de decirle, cuando traté de darle mis razones, ya se había ido.
Lo último que le dije fue que siempre sería suyo.
Después de eso, solo me quede cerca de ella dos días más, hasta que pasó lo inevitable. Mi corazón estalló, tal y como los médicos lo dijeron, trataron de hacer todo lo que pudieron para ayudarme.
Pero yo estaba muerto antes de que sí quiera lo intentarán.
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Después del evento y desafortunado encuentro con el loco, cuyo nombre supe hasta después, me reporte como enferma y me ausente casi una semana del trabajo.
Tenía miedo de salir y de encontrarlo en la puerta de mi casa. Estaba más que segura que sí podía saber cosas de mi pasado, podría dar fácilmente con mi casa.
Estaba tan aterrada, que incluso me fui a casa de mi madre a dormir las últimas tres noches, sin darle mucha explicación, claro está, de lo que me estaba pasando.
Pero como soy la hija de mi madre, al final terminó descubriéndolo.
—No puedes vivir tu vida con miedo, eso no fue lo que tu padre y yo te enseñamos. —Me dijo mientras jugaba con mi cabello mojado. Todas las demás en la casa estaban sentadas en la sala, viendo el televisor, como antes.
—Ya lo sé, lo siento.
—No lo sientas, está bien tener miedo, pero no debes dejar que este te controle y te impida hacer las cosas que tienes que hacerlo.
—Sí, cómo ir a la policía. —Dijo mi abuela poniéndose frente a mí.
—Lo sé, pero es que estoy demasiado asustada para hacerlo.
—Siempre puedes llamarle al viejo Lalo en la estación. —Dijo mi abuela, de nuevo metiéndose en la conversación.
—Abuela deja de decirle de esa manera. —La regañé— Ahora es el Capitán Eduardo López.
—Siempre será Lalo para mí, así cómo fue el mejor amigo de tu padre desde siempre.
—Tú abuela tiene razón, deberías de llamarlo, sabes bien que siempre está dispuesto a ayudarnos.
—Está bien abuela, lo llamaré mañana por la mañana, lo prometo.
Hubo un leve toque de la puerta. Me levanté a abrirla sin si quiera dudarlo. Pero un segundo antes de hacerlo, me di cuenta de que podía ser el loco y retrocedí, aunque otro toqué ligero en la misma puerta me hizo decidirme.
No debía tener miedo.
—Hola, buenas tardes busco a la Señorita Gabriella Martínez Valero.
—¿Quién la busca?
—¿Es usted? —preguntó un hombre joven.
—Depende de quién me busqué. —Dije mientras me escondía un poco detrás de la puerta. Frente a mi tenía a un hombre de traje negro, camisa perfectamente blanca y pulcra a juego, corbata negra, joven, pero no tanto como mi admirador.
—Señorita mi nombre es Alfonso Chapa, soy abogado, del bufete de abogados Chapa y Asociados. —Así que hasta era dueño del lugar. Vaya.... dije para mí.
—Sí ¿y qué hay con eso?
—La buscó porque tengo que hablar un tema serio con usted.
—No fui yo, él se atravesó y yo solo quería huir y yo... —comencé a decir entre balbuceos y lo que creo, eran lloriqueos. Si algo me enseño mi padre, es que cuando tienes en la puerta a un abogado, no puede estar aquí por algo bueno.
—No, sé de qué me habla Señorita. —Luego se sacó un pequeño pañuelo de un bolsillo que apenas había notado en su traje y me lo pasó.
Pero él jamás se movió de su lugar en la puerta.
Agradecía eso.
—Si no está aquí por lo del otro día, ¿porque está aquí?
—Estoy aquí para hacerle entrega de su herencia, Señorita Martínez.
—¿Cuál herencia?
—¿Conoce al señor Santiago Marx? —el acosador.
—No, bueno sí... bueno es un poco complicado de explicar. —Dije tratando de devolverle su pañuelo, pero él se negó, me lo devolvió con una gran sonrisa plena en su rostro.
Cómo si me hubiera ganado la lotería.
—Él Señor Santiago Alix Marx le ha dejado toda su herencia, valuada en 500 billones de dólares a usted, Señorita Martínez.
—Señor me da mucha pena tener que decirle esto, pero ese señor estaba loco, así que es más que obvio que nada de lo que me diga usted se lo voy a creer.
—Entonces créaselo a su asistente personal, el Señor Hugo González. —El pequeño abogado frente a mí se movió y dio paso al mismo hombre que había visto en la cafetería acompañando a mi acosador.
—Esto... no... está... pasando... —dije antes de irme.
Esperaba que alguien me hubiera atrapado, porque ahora mismo, estaba a punto de caer en la oscuridad.
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Cuando desperté por fin, estaba en mi cama y junto a mí estaba recostada Celine, jugando con su computador, cómo siempre.
Me acomodé a su lado y la observé.
Con su metro sesenta, era una chica muy bonita e inteligente para apenas estar en la preparatoria, tenía cabello castaño cómo yo y gracias a Dios ella había sacado los más hermosos ojos cafés oscuros, que en mi vida había visto.
Tenía que admitir que la primera vez que la vi, no la quería, no la esperé con amor en mi corazón cuándo supe que venía, ni quise nunca tener una hermana, mucho menos una que fuera menor que yo por ocho años.
Yo tenía siete años cuando mi madre me dijo que estaba embarazada de nuevo, pero eso no era lo peor, si no que su embarazo era de muy alto riesgo, estuvo a punto de morir cuando la tuvo, pero al final y después de muchas complicaciones, este ángel llegó a la tierra para mejorar la vida de todos.
Y eso ha hecho desde siempre, cada que me sonríe, mi mundo se ilumina.
Cómo ahora.
—¿Qué haces? —le dije acurrucándome a su lado.
—Esperando a que reaccionaras, por supuesto. —Y tan directa cómo siempre.
Siempre he pensado en nosotros como Rory y Lorelai Gilmore de la serie las Chicas Gilmore. Por nuestra conexión tan accidentada y tan natural que se daba.
A veces las dos sabíamos algo al mismo tiempo, compartíamos todo, secretos, accidentes, amores y desamores, estupideces y cuando peleábamos teníamos la política de que o lo hacíamos a lo grande o no lo hacíamos.
—Dime por favor qué fue un sueño.
—No, no, lo fue —dijo ella bajando la tapa de la computadora— El abogado y el Señor ese raro Hugo, te están esperando en la sala.
Me levanté entonces de la cama, resignada, rezando para que esta fuera solo una pesadilla.
¿Qué clase de maníaco le deja tanto dinero a una chica cómo yo?
Repito, soy una aburrida don nadie, no tengo nada de especial.
Mi cuerpo es anormal, no soy delgada ni muy gorda, uso lentes de diario y odio el ejercicio, amo los vegetales y detesto la comida vegana, estoy loca y no soy una buena persona.
¿Porque en el cielo, la tierra y el infierno, alguien me dejaría tanto dinero?
¿O por lo menos alguien cuerdo?
Oh, espera, ahí está la respuesta, él estaba loco.
—Hola, perdonen mi episodio de locura desmedida... de hace un rato.
—No se preocupe señorita, lo entendemos, esta no es una noticia fácil de digerir.
—Dígame alguna vez había tenido que decir algo cómo esto a otra persona, ¿cómo antes?
—No, la verdad es que no Señorita.
—Entonces ¿ahora qué procede?
—Bueno, usted tiene que decidir si se queda con el dinero del Señor Marx o lo dona todo a la caridad.
—¿Solo tengo esas dos opciones?
—Sí, Señorita. —Dijo el hombre removiéndose en el sillón de mi abuela. Nuestra sala no era nueva, en realidad tenía más años que yo y mi hermana menor juntas, pero era cómodo. Aunque no creo que eso fuera lo que le incomodaba, parecía que el chico quería decir algo más, pero no sabía cómo empezar.
—Escúpalo de una vez, abogado. —Yo sería una jueza genial. El hombre miró al asistente y luego de que este le asintió con la cabeza, prosiguió hablando.
—Hubo otra opción antes, pero fue descartada por el Señor Marx antes de morir.
—Descartada... —dejé que la palabra se quedara en mis labios un poco más y luego seguí hablando— ¿Quién era?
Ninguno de los dos dijo nada.
—Miren sí voy a quedarme con el dinero, quiero saber todo, odio los secretos y creo que si ustedes saben quién soy yo, saben que portó un arma cerca de mí siempre, así que van a hablar.
Y por primera vez en todo el momento, el Señor asistente habló.
—El Señor Marx tiene un primo y considero dejarle toda su fortuna a él, pero él se ha dedicado a malgastar el dinero que se le ha dado, por lo que hace un par de meses que la buscó a usted para ser su heredera, intentó pedírselo, de verdad Señorita, por las buenas, pero usted no lo quiso escuchar. —Ok ahora sí que me sentía mal por haberlo rechazado, pero él tenía la culpa, se comportó como un idiota todo el tiempo.
—Lo siento, no debí de ser tan grosera, pero su jefe fue un idiota y usted lo sabe.
—Lo sé, Señorita, era un hombre entregado y amable en sus buenos días.
—¿Era?
—Sí, cuando él supo que su corazón no aguantaría mucho, busco por todos los medios el estar bien con él, pero a el chico solo le interesaba el dinero.
—¿Cómo murieron sus padres?
—Fue un accidente, en su avión privado, sus padres y los de su primo iban juntos, fallecieron en el acto, después de eso, solo se tenían a ellos.
—¡Qué horrible! —como una chica que había perdido a su padre, a su héroe, en un accidente, sabía lo que debieron de haber sentido los dos— ¿Qué edad tenían, los dos?
—Ambos tenían dieciocho, Señorita, fue un golpe muy duro para él.
—¿Usted lo conoce de hace mucho tiempo?
—Sí, trabajé con sus padres y luego con él, cuando ellos se fueron. —Algo en la manera en que lo dijo el hombre, me hizo pensar, que quizás él no era tan insensible como yo creía.
—Entonces dice ¿que él solo quería el dinero?
—Sí, Señorita y cuando supo que su primo moriría, intento quitárselo por todos los medios, de ahí que él la buscará para casarse con usted.
—¿Él quería casarse conmigo? ¿Pero por qué? Ni siquiera me conocía...
—Porque vio algo en usted, que no vio en nadie más.
—Eso sí que es muy difícil de creer, pero Ilumíneme Señor, por favor...
—Vio bondad, desinterés, cariño, usted es era una persona fascinante para él, un enigma para la pupila.
—No creo eso, Señor, con todo respeto.
—Debería señorita, el Señor estaba acostumbrado a siempre vivir rodeado de bellas y banales mujeres de sociedad, pero en cuánto la vio a usted, se enamoró por completo y sí, tal vez no fue la manera correcta de acercarse, pero la verdad es que tampoco gozaba de demasiado tiempo como para desperdiciarlo.
Me sentí mal por el hombre por octava vez, desde que había empezado a hablar con estos dos hombres.
—Está bien, aceptaré el dinero, pero con una condición.
—Quiero que los dos me aseguren, que nadie podrá quitármelo, es mío por la razón equivocada pero prometo hacer con él algo honesto, ¿de acuerdo caballeros?
—Por supuesto Señorita, si el Señor Marx no estuviera seguro de eso, no se lo hubiera dejado a usted. —Dijo el asistente. Le sonreí en respuesta, me regreso la sonrisa en seguida.
—En ese caso necesitaré que firmé un par de documentos para mí. —Dijo el joven abogado.
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—¿Entonces solo aceptaste el dinero?
—No creía que tuviera otra opción, hermana.
—No, pero por lo menos lo hubieras pensado mejor.
—¿Qué había que pensar? O me quedaba con el dinero o se lo daban a la caridad o peor, lo podía reclamar el primo idiota.
—Porque dices que es un idiota, si tú no lo conoces.
—Se quería quedar con todo el dinero de su primo, solo para gastárselo a lo tonto.
—Bueno entonces si es un idiota.
—¿Crees que tomé la decisión correcta?
—No lo sé, supongo que en esas cosas nunca puedes estar completamente segura, solo el tiempo lo dirá.
Ese día regresé por fin a mi casa y como creía que el peligro había pasado, dije que mañana regresaría al trabajo.
Esperaba que el peligro realmente hubiera pasado.
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