Capítulo 13.
Oh, soy un desastre justo ahora — Ed Sheeran.
Y es que no somos nada hasta que estamos junto a la persona que más nos ha amado en el mundo. Eso solía decir mi abuela, lo dijo desde antes de que conociera a mi abuelo, lo mantuvo junto con él y lo sostuvo cuando él se fue.
Pero yo creía que tú eres lo que eres, estés con alguien o no, eres una persona completa.
Punto.
Hoy me había levantado con dolor de cabeza y con el estómago bastante molesto, pedía a gritos un buen desayuno pesado y una buena taza de café.
Tomé mi teléfono y vi la hora, pasaban de las dos de la tarde.
Tomé el comunicador y pregunté por la Chef en la cocina, quien me dijo que mi desayuno ya estaba siendo preparado, agradecía cuando la Chef y Martha ya sabían lo que quería, así no me hacían pensar cuando no quería.
Sentía como si mil tractores me hubieran pasado por encima. Me preguntaron si quería que me lo llevarán a la cama, conteste que sí.
Tomé mi teléfono viejo y revise un poco las redes sociales.
No había más que novedades que no me interesaban, bebés, viajes, nuevos proyectos por emprender, noviazgos que iniciaban y terminaban, memes y risas.
Vídeos inspiradores y ya.
La comida llegó y cuando estaba por darle un largo trago al café, a Martha se le ocurrió arruinarlo todo.
—¿Señorita?
—Sí, Martha. —Me metí un poco de tocino en la boca y seguí comiendo mientras la invitaba a que siguiera hablando.
—Tiene una visita que la está esperando en el recibidor.
—¿Y me dices eso apenas?
—¿Quién es? —Martha no decía nada.
—Martha ¿quién es?
—Es que no le va a gustar lo que le voy a decir...
—Martha si tienes miedo de que te regañe, ten por seguro que tú no tienes la culpa de nada.
—Es que es el Señor del que hablaba ayer en la comida.
—¿Quién?
—Ese De La Vega. —Eso hizo mi boca abrirse de par en par y la comida se me cayó también.
—¿Qué hace aquí? —dije parándome, fui directo al clóset a sacar ropa decente para ponerme. Pero al segundo de hacerlo me arrepentí.
—¿Porque esta aquí?
—Dijo que quería hablar con usted del asunto de la compra de la universidad, Hugo lo dejó pasar solo porque dijo que eso se tenía que resolver tarde o temprano —y tenía razón ¿pero porque tenía que ser hoy? ¡Hoy que me veía como una loca recién salida del manicomio!
—Porque no puedo hacer nada a gusto, ¿me puedes contestar esto Martha?
—Un gran poder, con lleva una gran responsabilidad, señorita. —¿Tenía que usar a Stan Lee en mi contra?
Tenía miedo, pero aun así bajé. Terminé lo más rápido que pude mi comida y me puse un poco más presentable.
Cuando llegué el hombre estaba sentado de espaldas en la sala, venía en una camisa blanca y pantalones azules marino satinados, con un saco a juego del color de los pantalones.
No veía más desde aquí.
—Señor De La Vega. —Le dije. Eso lo hizo voltearse. El hombre me miró de arriba abajo y luego habló.
—Señorita Martínez...
—Por favor siéntese, ¿le ofrezco algo de tomar?
—No, gracias.
—¿En qué le puedo ayudar?
—No quiero sonar grosero, pero le importaría explicarme que fue lo que paso el otro día en la universidad.
—Sí, me di cuenta de que estaba cometiendo un gran error al venderle la propiedad al primer comprador, sin conocer el mercado, la oferta y la demanda —bien, eso me había salido bien, muy bien, iba bien—. Como hombre de negocios creo que usted me dará la razón, yo soy muy nueva en esto y debo admitir que no sé lo que estoy haciendo, pero sí sé que es la decisión correcta no venderle ahora.
—Como hombre de negocios la comprendo, pero conociendo la historia de nuestras familias, no puedo evitar preguntarme si esta decisión no está más basada en los sentimientos de personas que debieron disculparse antes, pero por alguna razón un tanto ilógica, no lo hicieron.
—Yo creo que usted no sabe de lo que está hablando. —Dije yo.
—Claro que lo sé. —Dijo él.
—Porque sí lo supiera, sabría que no somos nosotros los que debemos de disculparnos, sino otros. —Dije yo.
—Yo creo que usted es la que está mal informada.
Alguien aquí estaba mal y no era yo, claro está.
—Le voy a pedir que salga de mi casa, ahora. —Le dije mientras me levantaba.
Él se puso de pie y lo aceptó, me causo algo de gracia que no puedo evitar reprimir, que él era notablemente más alto que yo.
—¿Qué pasa señorita Martínez?
—Nada. —Dije tratando de no reírme más. Pero estaba fallando miserablemente. Me llevé las manos a la cara para cubrirme la boca.
¡Carajo!
—Bien, sí le divierte tanto la situación, ¿podría por lo menos explicármela para que yo también me ría?
—No. —Dije ahora riendo a carcajadas. No podía contenerme, y es que no había reído en días, así que no me podía detener, por más que quisiera. Tanto que en un descuido tomé del brazo a Nicholas De La Vega y seguí riéndome, aferrada a él.
Mientras tanto él me observaba con aspecto divertido, esperando a que parará y le explicará. Pero yo estaba tan cómoda con la situación que seguía riendo a carcajadas.
Y por primera vez en mi vida y en todos nuestros encuentros me sentía cómoda como para no verme siempre perfecta o molesta, bajé mi guardia y no debí de hacerlo.
Lo supe por lo que dijo a continuación.
—Siempre he creído que tu risa es muy bonita, Ella. —Reaccioné por fin, al segundo y medio de oírlo llamarme por mi nombre.
Nunca antes lo había hecho, nunca antes se lo había permitido si quiera, ni siquiera me acercaba a él, para que no tuviera que decirlo jamás.
En cambio, yo sí que decía su nombre muchas veces al día, antes.
Pero eso era antes.
Ahora todo es diferente.
—Lo siento, me disculpó porque no debí de comportarme de esa manera. —Tosí un poco para aclarar mi garganta que se sentía rasposa por tremenda carcajada que me había aventado yo sola y para aclarar la mente.
Que ya vi, buena falta me hace.
—No te disculpes, la verdad fue refrescante saber que tienes alma y corazón, comenzaba a creer que no.
—No sé a qué se refiere con eso. —Contesté seriamente.
—No te preocupes, yo sí —dijo dándome una gran sonrisa blanca—. Le propongo algo para solucionar nuestra situación, le ofrezco seguir con el trato abierto, pero cambiando los términos un poco.
—¿Qué propone?
—Dado nuestra historia y tu inseguridad por ello, propongo seguir adelante con mi propuesta, pero sin garantía, eso te da la libertad de buscar otro comprador, si lo encuentras y la oferta es mejor, te lo quedas, pero si después de cierto tiempo no hay una oferta mejor, el trato se cierra conmigo ¿de acuerdo?
—¿Y cuánto tiempo sería?
—¿Qué tal un mes?
—Me parece razonable.
—A mí también.
Nos estrechamos las manos y el hombre salió de la casa con una gran sonrisa en la boca, algo me dice que en este trato voy a perder más de lo que pienso.
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