Capítulo 11.
Eres tan hermoso, que no puedo decirte nada a la cara, porque mira tu cara, eres hermoso, y estoy tan furiosa por eso — Taylor Swift.
Había escuchado antes de hombres de negocios temerarios por ahí, mi padre solía ser todo un conocedor del mundo de los negocios, ya que su padre hubo un tiempo que probó ser un chico de negocios, pero terminó dejándolo para ingresar al camino de la justicia.
Pero eso no quería decir que se le quitara el querer saber sobre ese mundo y sus movimientos y había un apellido que siempre se mencionaba en mi casa, en un punto o en otro de la conversación, por lo general siempre era al final, cuando mi padre buscaba a quien echarle la culpa sobre la mala economía de la ciudad.
Y ese apellido era De La Vega.
Mi abuelo conoció al Señor Leonardo De La Vega cuando era joven, fueron amigos desde los doce años hasta los veintiún años cuando sus caminos se separaron por un sinfín de cosas diferentes.
Para empezar mi abuelo quería casarse con mi abuela y entrar a la academia de policía y el Señor De La Vega solo buscaba hacerse más rico con cualquier oportunidad que se le pudiera presentar en el camino.
Vendió todo lo que pudo en sus inicios, lavadoras, televisiones, planchas, licuadoras, todo lo que se le pusiera en frente, él lo convertía en oro puro. En ganancias sin fin, estaba en la cima del mundo, según todos. Era un vendedor nato, había nacido para ello, así fue como en muy poco tiempo el hombre se hizo de un muy buen capital y con ello comenzó a fundar la compañía que lo haría multimillonario en un par de años más.
Siendo la competencia de las cadenas más importantes, y aunque comenzó por representarlas, al poco tiempo las compró y absorbió.
Pero lo más importante de él, es que podía convencer hasta el más tonto de gastar hasta el mínimo centavo en cualquier tontería. Y eso fue la gota que derramo el vaso con su amistad con mi abuelo.
Él no tenía ética o moral, solo vendía para tener más y más dinero.
Su avaricia y orgullo le hicieron ganar mucho dinero, pero perdió a su mejor amigo en el proceso.
Mi abuelo falleció hace diez años ya, pero cuando aún estaba solía hablar del hombre con mucho cariño, claro hasta que llegaba al momento en que por dinero ellos se separaron. No sé exactamente que paso, pero sí sé que, hasta el día de su muerte, él quería arreglar las cosas con él y lo intento por años, pero el Señor De la Vega jamás lo quiso recibir.
Así fue como el cariño que le tenía, se convirtió poco a poco en odio. Y al morir mi abuelo, ese odio se lo pasó a su hijo quien a su vez se lo paso a sus hijas e hijo.
Haciéndonos enemigos mortales del hombre, sin siquiera conocerlo realmente.
Bueno, yo sí que conocía a uno de los De La Vega.
Su nombre era Nicholas De La Vega. El hijo mayor de la familia y el nieto favorito del retirado Señor Leonardo De La Vega.
Era un idiota, déspota, orgulloso, mujeriego y el mejor en los negocios. Recuerdo cuando cerró su primer trato, el periódico local lo llamó imprudente, pero al cabo de unos años les calló la boca y ellos mismos lo llamaron un triunfador con todas las letras de la palabra en los encabezados del periódico local por al menos una semana.
También debo agregar que estuve enamorada de él desde el preescolar hasta que entré a la preparatoria y me di cuenta de que era ridículo estar enamorada de una persona que en su vida me había visto o dedicado más de dos palabras.
La última vez que supe de él, fue hace dos años cuando vi una fotografía en una revista de sociales, estaba tomando de la cintura a una rubia de piernas largas y kilométricas que olía a dinero aún a través de las páginas de la revista.
Y ahora lo tenía de frente, y el tipo no podía ser más perfecto.
Con su estúpido metro ochenta perfecto y exacto.
Su piel morena natural y no brillosa.
Su traje gris costoso y perfecto.
Sus labios bien proporcionados.
Sus ojos color verde, con motas miel en ellos.
Sus manos grandes y sus zapatos negros.
Lo odio, ya lo dije antes, ¿cierto?
Ese tipo con su sola presencia podía hacer que a cualquier chica se le bajaran las bragas con tan solo decir hola, pero no haría eso conmigo, ah ah ah.
No.
Me alise el vestido que había elegido llevar, era un vestido azul marino, con una falda con un poco de volumen en la parte de abajo, escote en forma de corazón y finos tirantes, cayendo en mis hombros bien afianzados.
Ahora mismo me sentía tonta por ir vestida de manera tan informal para ese momento, él iba de traje, ¿se suponía que yo tenía que llevar también uno?
¿O estaba bien que llevara solo un vestido y ya?
¡Demonios, el tipo tenía dos minutos en la sala y ya me estaba haciendo dudar hasta de mi cuestionable elección de ropa!
El chico estaba saludando a Christian que estaba parado a mi lado ahora, y ahora venía hacia a mí.
¡Demonios!
Estaba mal peinada, me había cepillado el cabello antes de venir, pero siempre se me esponjaba un poco al salir, haciéndome parecer una loca.
¿Y me había cepillado los dientes antes de salir de la casa?
No lo recordada, no recordaba nada, ahora.
—Hola, Nicholas De la Vega, ¿y... usted es? —dijo dándome su mano para estrecharla. Lo hice, pero no pude decir nada antes, durante o después de hacerlo.
Traté de hablar, pero nada, abrí la boca, pero nada salía.
Dios mátame ahora, por favor.
Nada.
—Ella es la señorita Gabriella Martínez Valero. —Al ver que no dije nada, Christian se decidió a hablar por mí.
—¿Eres la nieta de Armando Martínez? —me dijo mostrando solo una pizca de sorpresa en sus ojos verdes.
—Sí —dije al fin. Gracias a Dios si tenía voz aún—. Y tú el nieto de Leonardo De La Vega.
—Sí.
—Sí todas las partes están aquí, ¿podemos comenzar con el proceso, señores y señorita?
—¿Tú eres la dueña de la universidad?
—Sí. —Dije soltando mi mano, no sé en qué momento me había quedado con ella en el aire, esperando a que él me la devolviera, lo cual hizo en algún momento, sin que yo me diera cuenta.
Me di la vuelta y le di la espalda a él, Christian me estaba esperando en un lugar cerca del rector para firmar el acta que lo acreditaba como el nuevo dueño.
Pero en el segundo en que me di la vuelta, pensé en sí esto es lo que querrían mi abuelo y mi padre.
Después de todo, esa familia en cada oportunidad que tenía nos había hecho menos.
Y si yo le daba esto a ese estúpido niño rico, él ganaría. Ellos ganarían.
Mi estúpida conciencia ganaba.
¡Demonios!
Tenía que inventar una excusa para irme de aquí, ¡No podía darle el poder a ese idiota!
—En realidad, pensándolo mejor, necesito estar en otra parte en... —miré a mi teléfono y vi la hora— Cinco minutos, así que les molesta si re agendamos esto para otro día, no ¿verdad? —y me fui del lugar dejando a todos con la boca abierta y sin ninguna oportunidad de decir nada.
Llegué a la camioneta corriendo y le dije a Rodrigo que me llevará de ahí lo más rápido posible.
Después de eso, me fui a mi casa, tomé una manta y me metí a mi clóset molesta por ser tan tonta.
Estuve a punto de caer de nuevo con él.
A punto.
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