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Capítulo 41. Lo que un héroe debe hacer.

Desde las profundidades de mi existencia, me permito contar una historia que muchos han olvidado, una leyenda que reverbera en los ecos del tiempo y que se teje en la esencia misma del mundo. Esta es la historia del Antares, una entidad cuyo mero nombre provoca escalofríos en aquellos que son lo suficientemente sensatos como para comprender su significado. La simple mención del Antares evoca imágenes de un terror antiguo, un poder primordial que podría hacer temblar a cualquier ser, incluso al más valiente de los guerreros.

En tiempos remotos, el Antares era una bestia desatada, atrapada en las ruinas de Elsos, un lugar impregnado de magia y antiguos secretos. En aquellos días, los grandes espíritus del mundo se unieron en un esfuerzo desesperado para sellar a esta criatura, una tarea monumental que desafiaba incluso a los más poderosos entre ellos. Con la esperanza de preservar la paz, conjuraron un poderoso sello, un acto de sacrificio que, aunque glorioso, estaba destinado a ser solo una solución temporal. Se dice que el aire en torno a las ruinas vibraba con la energía del sacrificio, resonando con los ecos de sus conjuros que hasta el día de hoy siguen susurrando cosas con su débil voz.

Sin embargo, el paso del tiempo es cruel y, como todo lo que se forja en el fragor de la batalla, el sello que mantenía al Antares cautivo comenzó a debilitarse. Los años se convirtieron en siglos, y la vigilancia que había sido constante se desvaneció. Las grietas comenzaron a aparecer, y lo que una vez fue un potente candado se convirtió en un simple recordatorio de lo que se había reprimido. A medida que el sello se desgastaba, la energía de la bestia comenzó a corromper todo lo que la rodeaba. Las plantas se marchitaban, la tierra se agrietaba, y un aire de desesperación comenzaba a infiltrarse en el ambiente. Todo ser vivió que rondara los alrededores de la zona estaba destinado a enfermar o perecer si se mantenían en su territorio el tiempo suficiente.

Así fue como, en uno de mis viajes de entrega de vino, me encontré en el lugar equivocado en el momento equivocado. Lo que parecía ser una simple travesía para llevar mis preciados vinos a los pueblos aledaños era en realidad una fachada para sembrar las bases de mis planes. Los mortales son criaturas tan ingenuas, atrapadas en su rutina, con sus vidas simples y sus preocupaciones mundanas. Ellos nunca sospecharían que un dios podría estar utilizando su vino como un vehículo para su ambición. ¡Cuán fácilmente se engañan! A medida que avanzaba, me reía para mis adentros, burlándome de su ceguera. ¿Quién podría imaginar que detrás de cada sorbo había una historia más profunda, un propósito más siniestro?

Fue en ese momento que sentí la energía fluir, un pulso que vibraba en el aire y que me hizo detenerme en seco. La atmósfera se tornó densa, como si el mismo aire estuviera vivo. De repente, me percaté de que Filvis, quien también es una criatura de sobrenatural, entre la vida y la muerte, había comenzado a inquietarse. A pesar de que estaba acostumbrada a los fenómenos y peligros de nuestro lugar de origen, Orario, esta sensación era diferente. La energía emanaba de las ruinas de Elsos, como si el propio suelo estuviera clamando por ser escuchado.

-Dionysus-Sama...-Me nombró, su voz estaba llena de un tono que rara vez había oído. Estaba llena de miedo.

-Hay algo en el aire. Algo que me llama-Informó, mostrándose inquieta.

Su mirada se centró en el horizonte, donde se alzaban las ruinas como un recuerdo olvidado de un tiempo en el que el equilibrio entre la luz y la oscuridad era más que una simple idea. La bruma que rodeaba el lugar parecía retorcerse, danzando con un propósito, y un escalofrío recorrió mi espalda al ver el brillo inquietante en sus ojos.

Lo que ella percibía era un fenómeno que yo no había anticipado. La energía del Antares, aún atrapada en su prisión, estaba drenando la de su alrededor, como si la bestia intentara comunicarse con nosotros desde la oscuridad de su cautiverio. No obstante, en ese momento no lo sabía.

Las palabras de mi hija despertaron en mí un interés que me llevó a mirar más allá de lo evidente. Me burlé una vez más de los humanos, pensando en cuántos de ellos habrían estado en el mismo lugar que nosotros, ignorando la advertencia en el aire. Se aferraban a sus copas de vino, riendo y celebrando la vida, completamente ajenos al horror que acechaba bajo sus pies. La ironía me hacía sonreír. Esos idiotas eran capaces de ver el cielo despejado, pero no el abismo que se abría justo delante de ellos. Sin embargo, aunque me divertía a su costa, no podía dejar de sentir una punzada de preocupación.

Sin pensarlo dos veces, abandonamos nuestras labores, dirigiendo nuestra total atención hacia las ruinas que parecían resonar con una urgencia creciente. La energía oscura que emanaba de ellas se convertía en un imán, atrayéndonos con un poder que no podíamos ignorar. Era como si la tierra misma estuviera llamándonos, un eco del pasado que reverberaba en el presente.

Una sensación inquietante se cernía en el aire mientras miraba a mi acompañante. Sin embargo, en ese momento, mis instintos me decían que necesitaba más que una simple compañía, necesitaba un seguro de vida. A medida que el eco de lo desconocido resonaba en mi mente, decidí que debía prepararme para lo que estaba por venir.

-Filvis-Le llamé, para que se detuviera, una llamada de atención.

-Creo que es mejor que tu otra yo sea quien me acompañe. Tráela ante mi-Ordené.

Ella arqueó una ceja, intrigada por mi inusual solicitud. En el fondo, sabía que un mar de sospechas se habían apoderado de mí.

Su rostro, normalmente sereno, se tornó grave mientras comprendía lo que le pedía. Sin más dilación, cerró los ojos y comenzó a canalizar su magia.

De repente, su figura se dividió en dos. Ante mí aparecieron dos versiones idénticas de ella, unidas por la misma esencia, pero diferentes en su propósito. Una de ellas se convirtió en mi sombra, mientras que la otra se mantenía a la defensiva, como una guardiana que protegía desde lo lejos, preparada para actuar de ser necesario. Ambas eran fuertes, pero aún había una notable diferencia entre ellas. La primera, la que permanecía a mi lado normalmente, irradiaba una calma que me reconfortaba, mientras que la otra, quien sería mi protectora parecía vibrar con una energía agitada, anticipando lo que estaba por venir.

-Mira hacia esa montaña-Le indiqué, señalando hacia lo alto, donde se alzaba imponente el hogar de la bestia.

-Esa es nuestra ruta-Añadí, emocionado.

A medida que nos acercábamos, el ambiente se tornaba cada vez más pesado. El aire se espesaba, y cada inhalación se volvía un desafío, como si la propia atmósfera intentara resistir nuestro avance. La sensación de opresión era palpable, y el agotamiento se hacía evidente mucho más rápido de lo que esperábamos. Aunque Filvis era un clon mágico, con una fuerza digna de nivel 4, las condiciones estaban desafiando incluso su resistencia sobrehumana.

-Esto es... extraño. No debería ser así. ¿Qué es esto?-Musitó. Su expresión demostraba profusa sorpresa.

Se llenó de inquietud, y el sudor comenzaba a formar perlas en su frente. A pesar de su naturaleza mágica, el entorno estaba desgastando su energía, como si la propia montaña estuviera drenándola a medida que nos acercábamos a su cima. Y, sin darme cuenta, comenzó a tambalearse.

-D-Dionysus-sama...-El titubeo en sus palabras la hacían sonar temblorosos, tenebrosa, aterrada.

Al oír su llamado, sentí un leve tirón en mi consciencia, pero estaba demasiado absorto en mis pensamientos. Ignoré su inquietud mientras me sumergía en las visiones que se arremolinaban en mi mente. Estaba ansioso, casi desesperado por llegar a la meta, por experimentar el poder que me llamaba desde el origen. No sabía cuán arriesgado era mi deseo, ni conocía la magnitud de la bestia que lo aguardaba.

La atracción era intensa, un anhelo voraz que me empujaba hacia adelante. Todo lo que podía pensar era en poseer esa fuerza que se escondía en las sombras. Mi corazón latía con fuerza, cada pulso resonando en mis venas, como un canto que prometía la realización de mis más oscuros deseos.

Filvis continuó llamándome, entre preocupación y súplica. Aunque sus labios se movían, sentí que no podía permitir que su voz interfiriera en mis delirios. La llamada qué en este entonces no sabía que se trataba del Antares se volvía más fuerte, un canto hipnótico que prometía poder y grandeza, y yo no podía resistir. No quería perder la oportunidad de reclamar lo que consideraba mío.

En un instante volteé de reojo, y vi el cansancio y la angustia que se reflejaban en el rostro de mi hija. Esa imagen me hizo dudar, pero la sed de poder me mantenía ciego.

A pesar de su agotamiento, ella se esforzó por mantenerse a mi lado, iluminando el camino a medida que ascendíamos. Sin embargo, su lucha era evidente, como una losa de piedra.

Cada paso que dábamos era un recordatorio de que el poder viene con un costo, y mientras más cerca nos acercábamos al hogar de la bestia, más claro se volvía que quizás yo no estaba preparado para lo que estaba a punto de desatarse.

Las advertencias resonaban en mi mente, pero mis deseos se entrelazaban con la oscuridad que nos aguardaba como una araña esperando a que su presa sea atrapada en su telaraña. La lucha interna crecía, pero la ambición era una llama que no podía apagar.

Finalmente, en la cima de esa montaña, nos esperaba lo inevitable.

El aire enrarecido de la montaña se tornó electrizante, pulsando con una energía oscura que latía en sincronía con mi propio corazón, como si estuviésemos conectados por el propio destino.

Una voz susurrante, suave y seductora, reverberaba en mi mente, aquel ser encerrado podría ser la respuesta a todos mis problemas, un as bajo la manga que anhelaba. Su poder podía transformarse en mi emisario del Caos, y la promesa de lo que podría lograr era un néctar embriagador, más embriagador que cualquier vino que pudiese concebir.

Poco a poco, mi mirada se fue llenando de un incontrolable deseo, como si un veneno dulce se filtrara por mis venas. Mis ojos comenzaron a tornarse rojos, una indicación de la hipnosis que me consumía. Era como si una sombra estuviera tejiendo una red de locura a mi alrededor, atrapándome en sus múltiples hilos. En ese momento, la travesía que estaba emprendiendo se convirtió en algo más que un viaje; era la búsqueda de un gran botín, la realización de un sueño que había albergado en lo más profundo de mi ser.

Visiones comenzaron a cruzar por mi mente, vívidas y llenas de un caos excitante. Imaginé los rostros aterrorizados de los habitantes de Orario, sus miradas implorando piedad mientras eran aplastados por la fuerza de mi inconmensurable poder. Una sinfonía de muerte y destrucción se apoderó de mí; el mismo viento se volvió frío, reflejando mis más oscuros deseos.

En mis visiones, veía a Loki, esa estúpida y entrometida diosa de las mentiras, atrapada en una vorágine de horror. Su rostro, habitualmente confiado y desafiante, se transformaba en uno de absoluto terror. En un instante de clímax, la imagen de ella fue aplastada, convirtiéndose en un charco de sangre y carne triturada. Me detuve en seco ante esta revelación, la euforia de mis deseos mezclándose con un profundo temor. ¿Qué clase de ser podría llevar a cabo semejante atrocidad?

El eco de la pregunta resonó en mi mente, pero una respuesta inminente parecía asomarse. Era como si ese entorno tétrico, cargado de presagios oscuros, me mostrara exactamente lo que tanto añoraba para convencerme. La imagen de Loki, aplastada y vulnerable, se repetía en mi mente como un mantra, mientras mi deseo por el caos se tornaba más fuerte. Me preguntaba cómo era posible que este ser desconocido conociera mis deseos más profundos y oscuros, usándolos como arma en contra mía para rendirme ante él.

Sumido en esos pensamientos, no me percaté de que parte de mi arcanum me rodeaba, formando un aura protectora que fortalecía mi esencia. Era una manifestación de poder, un escudo que me mantenía a salvo de las influencias externas, pero también había un problema. Esa energía, aunque me empoderaba, era jalada por una fuerza misteriosa que parecía alimentarse de ella. Cada vez que absorbía esa energía, sentía cómo una parte de mí se desvanecía, como si la bestia que me llamaba también intentara devorarme.

Era un juego peligroso, uno en el que cada paso que daba hacia adelante se sentía como un sacrificio. Con cada oleada de poder que liberaba, el control que tenía sobre mí mismo se perdía, y en su lugar surgía una sed de destrucción que amenazaba con consumirme. La ambición se transformaba en un monstruo de dos cabezas, tanto un impulso hacia la grandeza como un camino hacia mi propia perdición.

Mis pensamientos giraban en torno a esa bestia, ese ser encerrado, como un imán que atraía todos mis deseos reprimidos. Podía sentir cómo su energía pulsaba a través de ahí, cada latido era una llamada a mi propia naturaleza caótica.

Con cada paso, la conexión con Filvis se hacía más tenue, su esencia luchaba por mantenerse al margen. Sentía su preocupación como un eco distante, pero mi atención estaba completamente centrada en lo que me esperaba. Ese glorioso poder que ayudaría a mi propósito. El llamado del caos era demasiado fuerte para ignorarlo, y cada vez que luchaba contra esa atracción, sentía cómo me desgastaba.

La cumbre estaba más cerca que nunca, y las visiones se tornaban más grotescas y aterradoras, tanto que me erizaba la piel. Muerte, destrucción e inhumanidad eran los temas que dominaban mis pensamientos, y un escalofrío de anticipación recorrió mi espalda. ¿Qué podría encontrar allí arriba? La posibilidad de desatar una tormenta de caos era tan seductora que sentía que no podía dar marcha atrás.

-¿Lo sientes, Filvis?-La pregunta salió de mis labios repleta de éxtasis rebosante.

Sin embargo, al voltear hacia ella, el horror me invadió al darme cuenta de que ya no estaba. Mis ojos se abrieron de par en par, incapaz de procesar la ausencia. Solo quedaban las pisadas en la tierra que indicaban que, en algún momento, hubo una compañía a mi lado, y ahora esa presencia se había desvanecido sin dejar rastro, abandonándome a mi propia suerte.

-¡¿Dónde te has ido, Filvis?!-Grité al vacío y mi voz resonó en el silencio ominoso que me envolvía. Me detuve en seco, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a florecer en mi pecho.

-¡No me estés bromeando con esto!-Insistí, pero la elfa simple y sencillamente había desaparecido, llevándose detrás suyo cualquier atisbo de normalidad o cuidado.

¿Podría ser que ese clon mágico hubiera sido devorado? Aún no comprendía la magnitud de lo que estaba sucediendo.

Un grave gruñido resonó desde lo profundo de las ruinas, una vibración tan visceral que no pude ignorarla. Ese sonido me empujó a dejar de cuestionar el paradero de Filvis y a seguir avanzando hacia lo desconocido, sin considerar mi endeble posición.

-¿Esa cosa se la tragó? ¿Me está debilitando?-Me cuestioné, sintiendo mis hombros pesados y la energía drenándose de mi ser.

-¿Y si al ser un clon de magia simplemente se la comió? No pude darme cuenta; no hubo ruido, solo sucedió.-Las palabras brotaban de mi boca, revelando profunda impresión e incredulidad que se apoderaba de mí y que poco a poco se transformaba en indiferencia.

Una sombra de temor comenzó a dibujarse en mi mente. Había un monstruo capaz de asimilar esa energía, un ser con la habilidad de almacenar incluso una parte del poder de un dios. Y, en ese momento, sentí que se me estaba arrebatando, como si las raíces de mi propia esencia se estuvieran deshilachando.

Finalmente, alcancé el lugar anhelado. Ante mí se alzaba una edificación gigantesca, un vestigio de tiempos antiguos que había resistido el paso de los años, aunque ahora se presentaba como una pálida sombra de lo que había sido. La arquitectura, majestuosa en su momento, ahora estaba en un estado de descomposición; las paredes, agrietadas y cubiertas de un musgo gris, parecían lamentar su pasado. Todo era gris. La vegetación a mi alrededor estaba muerta, sin alma, sin vida. La atmósfera carecía de color, como si la propia naturaleza hubiera abandonado este lugar.

Un escalofrío recorrió mi espalda, y sentí que la desolación del entorno me contagiaba. Era como si mi esencia comenzara a adoptar la apariencia de lo que me rodeaba, convirtiéndome en una extensión de ese vacío. Cada paso se sentía más pesado, como si la gravedad del lugar intentara atraerme hacia sus entrañas. Sin embargo, a pesar de ese estado, continué avanzando. A pesar del mareo que comenzaba a instalarse en mi mente, seguí mi camino, impulsado por determinación y quizás una locura que se afianzaba.

La oscuridad que me rodeaba era más que una simple falta de luz; era un eco del caos. Podía sentirlo pulsar en el aire como un latido distante, una amenaza acechante desde las sombras. Sabía que lo que se encontraba en las profundidades de las ruinas era más que un simple ser; era un artefacto de poder que podría transformarme, podría convertirse en el catalizador de mi ambición desmedida. Pero, también comprendía que este camino podría llevarme a mi propia perdición y... no me importó.

Al cruzar el umbral de la gran edificación, supe, sin lugar a dudas, que lo que buscaba se encontraba en su interior. ¿Cómo llegué a esa conclusión? La respuesta era simple. Todo, hasta el mínimo ápice, del arcanum que liberaba sin intención, casi obligado por la atracción que sentía hacia ese lugar, se dirigía allí. El suelo se movía a cada paso, y una luz roja comenzaba a parpadear en las profundidades, el único destello de color en medio de la grisácea desolación que decoraba la zona.

Mi egoísmo me impulsaba a seguir adelante, sin mirar atrás. Sabía que debía proseguir hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, a medida que avanzaba, la energía comenzaba a escasear. El brillo dorado que antes ondeaba a mi alrededor se convertía en una fina capa de luz, casi pegajosa, que se adhirió a mi piel como una segunda piel. Pero eso no me importaba. O mejor dicho, no tenía forma de negarme a seguir. La seducción del poder me mantenía en movimiento, y era un deseo que no podía ser ignorado.

El interior de la estructura se reveló ante mí como un vestíbulo inmenso, cuyas paredes estaban adornadas con un arte desconocido, un lenguaje antiguo que danzaba en la penumbra. Allí, en el centro, se erguía un enorme sello agrietado, un círculo de piedra redonda cubierto de inscripciones en un idioma que no pertenecía ni a dioses ni mortales. Era una lengua perdida, sepultada por los milenios que habían pasado, una señal de un tiempo en el que el caos y el orden eran solo matices de la existencia.

Entre curiosidad y anhelo, estiré la mano hacia el sello, sintiendo que una fuerza poderosa emanaba de él. Pero, en el instante en que la piel de mis dedos tocó la fría superficie de la piedra, un tentáculo rojo, grueso y escamoso como un intestino, emergió del sello y atrapó mi brazo. La desesperación se apoderó de mí al sentir cómo me impedía liberarme, forcejeando contra la asfixiante sujeción.

-¡Es fascinante!-Susurré mientras una tétrica sonrisa se dibujaba en mi rostro.

La sensación de ser consumido por ese tentáculo era extrañamente cautivadora, emoción que mis profundos instintos no comprendían y trataban de actuar automáticamente para escapar.

A medida que la criatura se alimentaba de mí, sentía mi brazo siendo devorado como un simple aperitivo. No entendía del todo la naturaleza de esa cosa, pero sabía una verdad, yo la añoraba. La idea de obtener su control me llenaba de una euforia incontrolable. Era la llave que me abriría las puertas del poder absoluto, la oportunidad que había estado esperando.

Por un momento, dejé de luchar. Una risa maníaca brotó naturalmente, tirando por la borda la poca consciencia que conservaba mientras aceptaba este destino. Era un caos hermoso, un remolino de posibilidades ilimitadas que revoloteaban en mi mente. Aquel torrente dorado de arcanum, que hasta ese momento había permanecido como una fuerza volátil dentro de mí, se activó por voluntad propia. Pero, en lugar de ser devuelto al Tenkai, ese pilar fue absorbido por la criatura.

El instante fue increíble; sentí cómo la energía que había cultivado durante milenios se desvanecía en un instante, como si el mismo mundo se traspasara a través de mí, haciéndose uno con la bestia que me devoraba. El miedo se entrelazaba con la euforia, creando un cóctel de emociones que desbordaba mis sentidos. Comprendí que había cruzado una frontera, que estaba a punto de caer en un abismo del que no habría regreso.

La criatura, a la que me había atrevido a tocar, parecía regocijarse en mi sacrificio. Su piel, roja y gelatinosa, pulsaba con vida propia, mientras yo perdía lentamente mi forma, mi esencia, mi poder. Las inscripciones del sello comenzaron a brillar con intensidad, como si estuvieran agradeciendo mi entrega. La luz roja se volvió más brillante, iluminando el lugar con un fulgor ominoso que prometía caos.

Mi mente, atrapada entre la locura y la lucidez, se debatía entre el anhelo y la desesperación. Quería gritar, luchar, pero la voracidad de la bestia me mantenía cautivo. Era como si una parte de mí se hubiera entregado a la criatura, deseando ser parte de ese potencial destructivo que prometía liberarme de mis ataduras, trayendo de ese modo el mal a nuestros tiempos.

En un instante, la verdadera Filvis hizo su entrada. Su rostro era marcado por la preocupación y el miedo que reflejaba lo que su corazón ya sabía.

Algo terrible estaba sucediendo a su muy estúpido punto de vista. No comprendía lo beneficioso que era esto.

-¡Dionysus-Sama!-Lanzó un grito ensordecedor, disponiéndose a disparar su magia al apuntar el báculo al tentáculo carnoso, pero su impulso fue frenado por la firmeza de mi mano al descubierto al detenerla.

-No, Filvis. Esto es algo que tiene que pasar-Le respondí, mi juicio había sido nublado. Mi decisión tomada.

Era cierto que la desesperación estaba tomando forma, pero en mi mente, la idea brillante comenzó a germinar. En ese momento, la imagen de lo que podría llegar a ser un verdadero poder se aferró a mi consciencia, un anhelo que ni siquiera los gritos de mi hija podían ahogar.

-Recita tu encantamiento, trae otra Filvis ante mí-Ordené con una voz que resonó con la autoridad de un dios.

Ella me miró confundida, pero el terror en sus gestos fue suficiente para que yo repitiera la orden con más fuerza.

-¡HAZLO AHORA!-Temblando, Filvis asintió y comenzó a recitar el encantamiento y su voz temblorosa llenó la sala. A medida que el cántico se desplegaba, sentí cómo parte de mi arcanum, esa energía dorada que me había caracterizado, comenzaba a fluir hacia el clon que ella estaba invocando.

La magia se entrelazaba con mi esencia, y con cada palabra que ella pronunciaba, la figura que emergía se asemejaba cada vez más a mí.

El proceso fue aterrador y fascinante. La Filvis que aparecía ante mí adoptaba una apariencia extremadamente similar a la mía, hasta que, finalmente, se convirtió en un reflejo perfecto de mí mismo. Era como si un fragmento de mi ser hubiera sido despojado y colocado en esta nueva forma, y con ello, la energía vital comenzó a asimilarse, conectando nuestros destinos de una forma que no podía predecir.

No obstante, mientras el hechizo culminaba, sentí un tirón. Mi cuerpo real fue arrastrado hacia un pequeño hueco que parecía abrirse en el vacío. El clon, ahora una proyección, fue abrazado por mi hija, que había sentido la urgencia del momento.

Rápidamente huyó de ahí e intentaba alejarme de aquel lugar en la mayor velocidad posible. Sus instintos la guiaban, sintiendo que algo horrible se aproximaba.

Tenía razón. Del sello de piedra emergió un ser de pesadilla. Los cimientos crujieron bajo su peso mientras un monstruoso desatado se liberaba sin medir la destrucción que causaba.

Tentáculos rojos, grotescos y bulliciosos, se aferraban a todo lo que encontraban, mientras una enorme coraza de color azabache se asomaba, acompañada de una cola poderosa y enormes pinzas que desgarraban la realidad misma.

Aquella fue la primera vez que el Antares, la bestia de la que tanto había oído hablar en susurros, atacó.

Mientras el caos se desataba a mi alrededor, una extraña lucidez se apoderó de mí. Era consciente de todo lo que estaba ocurriendo, incluso atrapado dentro de un núcleo de cristal magenta en el pecho del monstruo. Mi mente se entrelazaba con la de la bestia en una colmena de pensamientos y recuerdos compartidos. Las visiones que antes había ansiado comenzaron a fluir, dándome un nuevo conocimiento sobre el horror que había liberado.

Un grito ensordecedor brotó de la garganta del Antares, y pronto varios clones de menor tamaño, versiones deformadas de mí, comenzaron a arrasar con los pueblos aledaños. La devastación estaba a la vista, dejando muerte, destrucción y desesperación a su paso. Era un espectáculo que mi divinidad, en el fondo, disfrutaba, una pizca de lo que siempre había querido.

La conexión de mi arcanum con aquellos pequeños seres les otorgaba vida, y aunque sentía que los cielos querían arrastrarme de regreso a Tenkai, no podían hacerlo. Era como si el Antares fungiera como una prisión que mantenía todo atado, robando e impidiéndome la indeseada libertad.

La idea de usar el poder de esta nueva adquisición libremente, sin ninguna atadura, comenzaba a seducirme. En medio de la destrucción, el poder que había deseado toda mi existencia ahora se presentaba ante mí, un camino hacia la omnipotencia. Sin embargo, el horror de la situación no se desvanecía. La oscuridad se apoderaba de la ciudad, convirtiéndose en segundos en una fosa de fuego y cenizas, mientras el rayo del ojo, de mi ojo, se disparaba, desintegrando los vestigios de la civilización en un instante.

-Filvis... hemos encontrado nuestra arma contra Loki-Declaró mi clon, sabiendo lo que yo pensaba, una conexión mental, de forma casi triunfante, mientras ella, aterrorizada, contemplaba lo que sucedía ante sus ojos. Era un horror indescriptible que incluso una mortal cargada de pecados reconocía como demasiado.

Las llamas que devoraban los restos de la ciudad iluminaban la noche como si el mundo estuviera ardiendo. Mientras la devastación aumentaba, comprendí que lo que había comenzado como un deseo insaciable se había transformado en un monstruo que no podía controlar. La esencia de mi ser estaba atrapada en una creación de caos, y mientras el Antares se liberaba, sabía que nada podría volver a ser como antes.

Y... ¿Por qué carajo querría que fuese como antes? ¡JAJAJAJAJAJAJAJA!

En la actualidad.

-¿Q-Qué es esa cosa?-Preguntó Bell, titubeante y con miedo mientras miraba el caos desatado frente a ellos.

El dios castaño que lo acompañaba, quien por un momento parecía sumido en un silencio sombrío, se volvió hacia el albino, y su expresión reflejó el terror que lo consumía.

No había respuestas simples, pero no podía dejar que la ignorancia se extendiera.

-Ese... ese era el plan de Dionysus desde el principio-Dijo retirándose el sombrero y deslizando sus dedos por el cabello, jalándolo en señal de desesperación.

-Usar su poder de dios para cumplir su deseo. Ese maldito idiota... claro... con razón Artemisa no encontró nada cuando exploró las ruinas de Elsos...-Susurraba sin sentidos para el responsable de dirigirle esa pregunta, no obstante, eso no evitaba que comprendiera la gravedad del asunto y la amenaza a la que se enfrentaban.

El conejo sintió cómo un frío inexplicable recorría su columna al escuchar aquellas palabras. Frente a sus ojos, el Antares, la gigantesca bestia que dominaba el campo de batalla, empezó a multiplicarse. Miles de versiones más pequeñas de sí mismo surgían de su cuerpo principal, como si fueran engendros de pesadilla.

Las pequeñas criaturas, similares a escorpiones color azabache, comenzaron a dispersarse por la ciudad a una velocidad aterradora. Destruían todo a su paso, arrasando con casas, calles, y todo vestigio de vida que encontraban. Los gritos de pánico y desesperación llenaban el aire, gritos de aventureros que habían decidido unirse al conflicto, era una cacofonía desgarradora que hacía que el corazón del chico latiera con furia.

Él observó con horror desde lo alto del edificio donde se encontraban. Abajo, las criaturas se extendían como un cáncer, devorando la ciudad con su violencia incontrolable. Hermes, a su lado, parecía petrificado, incapaz de reaccionar ante lo que ocurría.

-¡Hermes-Sama, tenemos que hacer algo!-Bell exclamó.

No podía quedarse inmóvil ante la devastación que estaba ocurriendo bajo sus pies.

Pero el susodicho no compartía su convicción. Su mirada estaba fija en la bestia, vacía, como si todo atisbo de esperanza lo hubiera abandonado.

-No hay nada que podamos hacer-Murmuró, roto.

-Esa cosa... puede absorber a más dioses y aumentar su fuerza. Si luchamos contra él, solo le daremos más poder. E-Es algo que jamás debió ser despertado-Añadió.

El joven quedó paralizado por un segundo. Las palabras desesperanzadoras resonaron en su cabeza,

Sus ojos se abrieron con incredulidad, tratando de procesarlo.

-¿Absorber dioses?-Musitó.

Miró de nuevo a su alrededor, contemplando el caos que se desplegaba debajo. Desde su posición elevada, podía ver las criaturas despedazando el entorno con una furia inhumana. Todo a su paso era destruido, y los gritos de las personas, tan fuertes como desgarradores, llegaban hasta él. La ciudad se estaba desmoronando frente a sus ojos.

Arrugó las cejas. ¿Cómo podía simplemente observar sin hacer nada? ¿Cómo podía permitir que todo aquello continuara sin intentar siquiera detenerlo? El peso de la responsabilidad cayó sobre él como una losa de piedra.

-No puedo quedarme aquí sin hacer nada-Se dijo con firmeza, afianzando el agarre en el mango de su espada, cesando con la inquietud, deteniendo su temblor.

-Estos últimos meses era un clon... él ha sido un mero clon-Repetía, ignorando la resolución de su protegido e incapaz de creer lo que había sucedido

-Por supuesto, por eso no podía sentir la presencia de un dios en su interior-Sostuvo su barbilla, analizando la situación.

Había sido engañado. Dionysus, o lo que sea que hubiera tomado su lugar, había manipulado todo desde las sombras, y ellos no habían sido capaces de ver la verdad.

-No está todo perdido-Declaró el conejo, dando un paso hacia adelante, despertando la atención de la deidad. Sus músculos estaban tensos, debatiéndose internamente lo que estaba a punto de hacer. Nuevamente se dirigía a una misión suicida sin aparente retorno

Aunque eso ya era cualquier lunes en la mañana para el conejo.

Solo necesitaba un empujón, un simple empujón el cual llegó a manera de suplica.

-¡ALGUIEN AYÚDENOS!-La voz de un hombre lo sacó de su trance.

Sonrió ligerament, hallando la energía.

¿Qué caracteriza a un héroe? Su hipocresía...

¿Qué cosa es más hipócrita que arriesgar la vida por otros? Nada...

-Será un gusto salvarlos-Declaró de forma arrogante, mostrando sus dientes blancos al igual que su cabello en una enorme sonrisa.

Sin más preámbulos, Bell tomó una decisión impulsiva pero necesaria. Corrió hacia el borde del tejado y se lanzó al vacío, cayendo con una gracia que parecía desafiar la gravedad.

Mientras el viento le revoloteaba el cabello. Conforme sus pies se aproximaban al suelo, entendió que siempre había esperanza.

"Esa cosa fue derrotada una vez ¿No es así?" Expresó en sus pensamientos, cerrando los ojos.

Su enfoque no flaqueó ni un segundo.

"Entonces... significa que no es invencible. Si puede ser derrotado...".

*¡PUM!*

Cayó al suelo con un estruendo, aterrizando en una postura firme, agachado, con una mano tocando el suelo y el puño cerrado, un aterrizaje digno de los héroes que solía admirar en las historias. Las criaturas, que hasta ese momento habían estado ignorándolo, ahora lo notaban. Los ojos de los engendros del Antares se volvieron hacia él, y su agresividad aumentó.

Se puso de pie, mirando sus múltiples objetivos de frente.

-¡SI PUDO SER DERROTADO, PUEDE SER ASESINADO!-Vociferó, desenfundando su espada y plantándole cara a otro enemigo formidable.

Sin perder un segundo, se lanzó hacia los cientos de monstruos, sin darles tiempo para reaccionar.

Su velocidad era vertiginosa, sus botas retumbaban en contra del suelo quemado, levantando nubes de polvo en el campo devastado. El aire estaba pesado, cargado de cenizas y un ambiente asfixiante que parecía empeorar con cada respiración.

-¡HRRRRRRRRGGRRRRRRR!-El rugido gutural del Antares resonaba a lo lejos. La gigantesca figura de la bestia, de 15 metros, se erguía como una sombra omnipresente que dominaba el paisaje desolado.

A pesar de ello, nuestro héroe no vaciló.

Lo clones del monstruo, interpretaron el rugido de su progenitor como una señal. Sin previo aviso, comenzaron a moverse, avanzando como una ola oscura hacia Bell, precisos y sincronizados.

El conejo no se detuvo. No podía permitirse el lujo de fallar. Con un rápido movimiento, extendió su palma hacia adelante, invocando la energía que fluía dentro de él.

-¡Firebolt!-Gritó con fuerza, sintiendo cómo la magia se concentraba en sus manos.

En un instante, esferas de fuego se formaron a su alrededor, brillando intensamente. Las bolas de fuego atravesaron el aire, dirigiéndose hacia los escorpiones.

*¡BOOOOOOM!*

El primer proyectil impactó a uno de los escorpiones, pero en lugar de ser destruido, la criatura absorbió la magia. Su cuerpo oscuro se deformó momentáneamente al recibirla, como si la digiriera. Antes de que Bell pudiera reaccionar, este lanzó un rayo escarlara de regreso que voló hacia su cercana posición con una velocidad alarmante.

*¡ZOOOOOOM!*

Apenas tuvo tiempo para esquivar, lanzándose al suelo en una rápida maniobra.

*¡BOOOOOOOOOOOOM!*

El rayo pasó silbando por su costado, impactando contra el suelo detrás de él con una explosión sorda. El joven se levantó rápidamente, sin darse el tiempo de procesarlo.

¿Qué era esa cosa? No solo eran inmunes a su magia, sino que podían absorberla y devolverla con una fuerza aún mayor. Simplemente era aterrador.

Los clones se abalanzaron sobre Bell, cerrando el cerco con velocidad al mismo tiempo, como un enjambre.

Rodeado por todos lados, apretó los dientes, el sudor le resbalaba por su frente.

"Es absorción ¿No es así? Entonces... deben tener un límite. Bien, voy aprendiendo de esa cosa" Pensó, tomando con ambas manos el mango de la espada.

"Pero en caso de equivocarme, supongo que deberé encontrar otra forma de destruirlos. Si no es por magia, será por fuerza bruta" Añadió, respirando hondo sin preocuparse por el ejército de pasos apuntando a su dirección, en una sobrehumana calma que no coincidía con la crítica situación a la que se afrontaba.

Una ráfaga de energía blanca estalló desde su cuerpo, iluminando la oscuridad circundante. Su poder creció de forma exponencial, llenando el ambiente con una vibración intensa. Con la espada levantada, su hoja brillaba con una luz cegadora, canalizando su fuerza interior.

Era su habilidad argonauta manifestándose. No estaba seguro de que su fuerza de nivel cuatro bastará para destruirlos de un solo golpe, por lo que mejorar sus habilidades era una opción segura e invaluable.

-Sin dudar-Dijo, mostrando el brillo rojo de sus ojos.

*¡ZOOOOOOOOM!*

Se lanzó hacia adelante, dejando un enorme cráter donde antes yacía de piel.

*¡SLASH!*

Mediante un tajo horizontal a una monstruosa rapidez cortó a través de los clones, despedazándolos en un parpadeo con suma facilidad.

El filo de su imponente arma dejaba un rastro de luz, desintegrando a las criaturas con cada golpe preciso, implacable.

Estos se desvanecían como un monstruo del calabozo, dejando tras de su una nube de humo, difiriendo en la entrega de cristales al caer derrotados.

Los enemigos retrocedieron al ver a varios de los suyos convertidos en Nada, como si los propios instintos primitivos de un ser antiguo percibieran en él un riesgo a tener en cuenta, uno que no midieron correctamente.

Sin embargo, a pesar de la falta de respuesta de los clones, Bell no les dio tregua.

Su mirada seguía fija, y la espada en su mano brillaba con más potencia, señalando su nula intención de detenerse ahí. Cargaba por fracciones de segundo su habilidad para que no quedara indefenso ni por un instante. Una técnica que le permitía hacer más perecedero el uso de la misma al no gastarla toda en una única carga.

La energía que lo envolvía era intensa, enfocándose principal en brazos, piernas y su arma, como si su plan fuese no recibir ni una clase de daño, centrándose única y exclusivamente en el deceso rápido de los monstruos sin darles una ventana para contraatacar.

Suspiró profundamente, concentrando toda la atención en su siguiente movimiento. La potenciación en sus habilidades físicas había demostrado surtir efecto ante ellos, cosa que la magia no pudo. No dependería de "Firebolt" conociendo ese hecho.

Como si el brillo que fluía en sus extremidades lo empujara hacia adelante, arrugó las cejas con decisión, contrayendo las piernas ligeramente para prepararse.

Este ligero movimiento fue percibido por el ejército miniatura, quienes casi forzados a combatir, se dispusieron a rodearlo una vez más, de forma frenética, casi desesperada, como un enjambre que buscaba asfixiarlo por su número aunque la diferencia en fuerzas había sido marcada de un solo tajo.

Los múltiples pasos semejantes a chasquidos de bastones retumbando en el suelo hicieron eco en cada rincón de Orario. Cualquiera que estuviese a la redonda fue ignorado. Los escorpiones azabache se movilizaron hacia un único objetivo, terminar con la vida de Bell Cranel.

Ese odio que el propio Enyo le tenia al albino los impulsaba a restarle importancia al resto de las presas indefensas. Y eso... parecía ser el plan del albino.

"Muy bien, los tengo enfocados en mí. Ahora... ¿Solo los cortarė y despedazaré? Creo que debí pensar mejor el plan. En fin, tocará improvisar" Pensó, con una gota de sudor bajándole de la frente ante su ineptitud a la hora de formular estrategias.

Por lo pronto la aplicada era suficiente. Mitigar los daños y las bajas era lo más importante en ese momento. También serviría para reducir las fuerzas y... acercarse a la verdadera amenaza que se erguía a lo lejos, entre las llamas ardientes y la aterradora oscuridad del humo elevado.

*¡PUM!*

Nuevamente aplicó gran fuerza en su arranque, haciendo que el suelo se sacuda y dejando marcadas las huellas de sus botas a cada paso que daba.

Como si esa fuese la señal para la trifulca, los remanentes se lanzaron cual kamikazes hacia él.

El joven esquivó un ataque desde su derecha, ágilmente se movió en medio de su carrera para evitar el impacto de las pinzas y la cola de uno de los clones.

Mientras este continuaba en el aire, cayendo a una velocidad pausada, casi congelada a la percepción del héroe, se le respondió con un rápido contraataque sin la oportunidad de anteponerse, de esquivarlo, de evitarlo.

La espada blanca trazó un arco limpio, separando al clon en dos mitades antes de que pudiera reaccionar, dejando caer una sangre espesa y negra antes de desaparecer.

*¡SLASH!*

El polvo que quedó flotando en el aire apenas le dio tiempo de respirar antes de que otros dos monstruos saltaran hacia él desde ambos lados.

Justo anotes de que se abalanzarán encima suyo, sintiendo el viento cortar sobre su cabeza mientras las criaturas fallaban su embestida. Aprovechó el error de los enemigos, y en un solo movimiento, cortó a ambos de un solo tajo con una innata habilidad y precisión que no tenía nada que envidiarle q la Princesa de la espada.

*¡SLASH!*

El sonido de los cuerpos deshaciéndose en polvo resonó como una constante, dejando la marca del corte el un edificio aledaño, siendo muestra de la potencia con la que cada uno de ellos era recibido.

No escatimaba en esfuerzo ni poder. Estaba más que dispuesto a destruirlos a como diera lugar que dejó de medir los ataques.

Más y más clones aparecían en el sitio., rodeándolo por completo.

Caían de los techos, salían del drenaje, lo acorralaban desde cada callejón visible e invisible.

Unos inclusos abandonaban el interior de los edificios, rompiendo ventanas y paredes para tenderle una trampa, pero la gran concentración del chico le proveía de una previsión lo suficientemente veloz para permitirle reaccionar a esos escenarios.

Los clones ataques desesperados, intentando morder, rasgar o aplastarlo. No obstante, no lograban dar en el blanco. No se comparaban en habilidades físicas a la bestia blanca que decidieron enfrentar. Al monstruo de apariencia de conejo con deseos de ser héroe que le hacia dar un extra, volviéndolo un enemigo de temer.

El albino giraba sobre sí mismo, creando un torbellino claro que arrastraba el aire y a los enemigos flotando en el mismo. Ya estando reducida la distancia, entrando en los dominios de la técnica, eran rebanados cual licuadora, convirtiéndolo en pedazos sangrantes y mutilados de lo que una vez fue un cuerpo.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

En medio del caos, una luz de esperanza se erguía, deslumbrando a quienes tuvieran la dicha de admirarla.

El poder de Argonauta lo mantenía en un equilibrio perfecto entre ataque y defensa, cortando a los enemigos antes de que pudieran siquiera acercarse demasiado.

Un clon saltó hacia él desde el aire por millonésima ocasión. Había perdido la cuenta de cuántas veces lo han intentado y fallado. Nuevamente lo detectó con el rabillo del ojo y, sin detenerse, levantó su espada con fuerza y, empleando su manejo con ella, hizo varios cortes que solo fueron vistos como una imagen holográfica sin un aparente efecto, no obstante, nada más alejado de la realidad.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

Ese ataque lo partió cientos de pedazos antes de que pudiera aterrizar.

Otro grupo se abalanzó desde el frente, pero no retrocedió. Cargó hacia ellos con una rapidez que los superaba por completo. Cada tajo era preciso, cada movimiento una danza mortal. Los clones no podían seguirle el ritmo, y sus cuerpos empezaron a acumularse, convertidos en polvo antes de tocar el suelo.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

Sus piernas no dejaban de moverse. No se detenía ni por un segundo a pesar de la enorme barrera de monstruos que se hacía más gruesa delante suyo.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

Uno tras otro cayeron y sus cuerpos sufrieron de cientos de cortes con una precisión tan aterradora como vertiginosa que parecía imposible que viniera de una sola persona.

El sudor resbalaba por la frente del conejo, su aliento comenzaba a mostrarse saliendo de su boca ante la fría noche en la que desenvolvía un acto de gran valerosidad y heroísmo.

A pesar de las leves señales de cansancio, no se detenía. Sus músculos ardían por el esfuerzo, pero la determinación en sus ojos solo crecía.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

Se abrió paso por la maraña de enemigos, cortando y girando, despedazando, separando, eliminado, avanzando hacia el centro del caos.

Los monstruos seguían intentando abrumarlo por números, pero su fuerza superaba con creces cualquier resistencia que ofrecieran. La neblina oscura que dejaban tras de sí llenaba el aire, pero esto no tenía efecto alguno en él, quien no se inmutaba. Estaba centrado, enfocado, y su espada mantenía su brillo, parpadeando en momentos tan puntuales y fugaces que podrías cuestionarte si siquiera existían.

El hombre que había pedido ayuda para él y su grito, aquel que lo impulsó a dar el paso adelante y quien estaba rodeado por los monstruos, finalmente fue liberado. Se tambaleó hacia atrás, observando desde la distancia el destello blanco que lo había salvado, una borrosa figura que se perdía a lo lejos.

Bell ni siquiera le prestó atención. Su único objetivo estaba más adelante, en el corazón del desastre, y sus ojos rojos que se encendían cual lámparas rojas, mostraban las ansias de alcanzar ese sitio, sin interesarle o siquiera parecerle problemático el problema en el que continuaba inmerso.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

La distancia se reducía. La resistencia se mermaba. Lo que antes era un ejército de cientos, sí no es que miles, se redujo a una pequeña docena de remanentes dispersos quienes dudaban sí acercarse o no, permitiéndole un camino menos infestado y reducido de obstáculos.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

El cambio en las manos para cubrir cada flanco era abrumador. No importaba la dirección en la que lo atacaras, su defensa era tan férrea y sin aperturas que el solo querer enfrentarlo representaría una inminente muerte sin que tuvieses la oportunidad de sentirlo, procesarlo y sobretodo evitarlo.

Más pronto que tarde, cuando por fin Bell llegó al centro del embrollo, fue testigo de manera clara y precisa del verdadero contrincante, el temible Antares.

La criatura se alzaba imponente, con sus extremidades colosales aplastando la tierra con cada paso, destrozando el suelo bajo su peso, formando enromes fosas humeantes y carbonizadas. Su cuerpo era una pesadilla, una amalgama de terror, con una cabeza deforme y un único ojo brillante que pulsaba con energía escarlata, siendo la única fuente lumínica a varios kilómetros de ahí.

Su cola, afilada como el aguijón de un escorpión, correspondiendo y coincidiendo con su apariencia, se alzaba amenazante. Pero lo que más captó la atención del chico no fue su monstruosa apariencia digna de los libros de terror o cuentos de héroes que tanto adoraba, no, su visión no pudo centrarse en otra cosa que no fuese el cristal color amatista en el centro del pecho de la criatura.

Dentro de ese cristal, como si de una prisión se tratara, estaba Dionysus, el dios atrapado y quien invocó esa calamidad, quien controlaba ese ser.

Desde el interior, se dibujaba su sonrisa, extrañamente calmada, que contrastaba en demasía con la locura que ardía en sus actos. A sus pies, un clon del dios empezaba a desvanecerse, disipándose lentamente en el aire, no sin antes percatarse de la presencia de aquel mocoso que tantas veces había arruinado sus planes en los últimos meses, dejando solos a su yo real y a su enemigo jurado.

-Te deseo buena suerte evitando mi victoria, "Héroe de papel"-Susurró el clon mágico del rubio, una sonrisa irónica cruzando su rostro antes de desaparecer por completo, satisfecho y confiado de lo que vendría. Bajo su punto de vista, la victoria era inevitable.

El conejo sintió una punzada en el pecho ante aquellas palabras. "Héroe de papel." La burla se instaló en su mente, clavándose profundamente. Pero no podía permitirse el lujo de detenerse. Su respiración, entrecortada y agitada por el esfuerzo anterior, se mezclaba con el sonido de los escombros que crujían bajo sus pies.

El monstruo colosal, a pesar de su figura imponente y desmesurada, se movió con una rapidez sorprendente para su tamaño. Su gigantesca cola se curvó en el aire, cortando el viento como un látigo afilado, dándole poco tiempo para reaccionar.

La sombra del aguijón se cernía sobre él como una sentencia inminente, descendiendo con la fuerza de una guillotina.

*¡ZOOOOOOOOOM!*

Saltó hacia un lado, rodando sobre la tierra irregular, sosteniendo firmemente su espada.

*¡CRASH!*

El aguijón se estrelló contra el suelo donde él había estado un instante antes, levantando una columna de escombros y polvo.

El impacto retumbó, sacudiendo el terreno. El joven se levantó rápidamente, consciente de que quedarse bastante tiempo inmóvil podría ser su condena de muerte.

El latido de su corazón resonaba en sus oídos. La cola del Antares dejó una grieta profunda en la tierra a pocos centímetros de donde antes yacía quieto, inerte, pero no hubo tiempo para contemplarlo.

El ojo único del monstruo parpadeó con una intensidad maligna, siendo el preámbulo de un poder devastador e identificado por el albino.

De repente, una luz escarlata comenzó a emanar en el centro de ese ojo, pulsando con energía destructiva.

-¡DEMONIOS!-Bell lo supo antes de que sucediera. Su cuerpo se tensó. Apenas levantó su espada cuando el rayo salió disparado hacia él con un silbido ensordecedor.

*¡ZOOOOOOOOOM!*

Este chocó contra la hoja de su espada, tenía la esperanza de que su arma la absorbiera como era en el caso de su ataque Argovesta, pero nada más alejado de la realidad.

El impacto fue demoledor. Sus pies se arrastraban, incrustaban, en la sólida roca al ser empujado por la potencia del ataque. La fuerza infundida en los brazos para anteponerse a este era demasiada, tanta que estaba desgarrando sus músculos en las cuatro extremidades.

-¡UGHAAAAAAAAAAAAH!-Soltó un grito ahogado mientras la fuerza del golpe lo catapultaba por los aires, arrastrándolo como si fuera una muñeca de trapo.

*¡PUUUUUUUUUUUUUUUM!*

Su cuerpo chocó brutalmente contra una pared a unos metros de distancia, haciéndola temblar, deteniendo su vuelo. El sonido del impacto resonó como el estallido de un trueno.

*¡CRAAAAAASH!*

La superficie se agrietó detrás de él, y la tierra bajo sus pies tembló.

-¡Puah!-Cayóde rodillas, tosiendo sangre, jadeando, con el dolor punzante irradiando desde su pecho.

Sangre tibia corría por su frente, deslizándose por su rostro, nublándole la visión. Cada zona de su organismo ardía, cada movimiento era una agonía, como si gritara pidiendo descanso.

No obstante, ignorando la súplica, afianzó el agarre en el mango de la espada. No había tiempo para el dolor. No había tiempo para dudar. Mucho menos para morir.

Luchando por levantarse, apoyó una mano en la tierra e incrustó la hoja del arma en el lado contrario, sintiendo su respiración pesada y entrecortada.

Sus piernas temblaron al obligarse a ponerse de pie. Enfrente suyo, el Antares, quien todavía se alzaba como un elefante ante una hormiga, imponente, lo miró con frialdad. En el interior del cristal el dios malévolo sonreía, consciente de lo que sucedía, deleitándose con la apariencia tan deplorable de su futura víctima.

Los dientes del chico se apretaron, sosteniendo su espada con ambas manos, sintiendo el peso del arma como si fuera la única cosa que lo mantenía conectado al mundo real. No podía caer aquí. No después de todo lo que había atravesado. No podía dejar que aquella bestia lo aplastara. Su derrota podría significar la caída de Orario.

Los latidos ensordecedores de su intranquilo corazón fue lo único que escuchó mientras daba un paso hacia adelante, aun tambaleándose. Levantó el arma encima de su cabeza y...

*¡ZOOOOOOOOOM!*

Otro rayo salió disparado del ojo del monstruo, pero esta vez, el joven estaba preparado.

*¡CLASH!*

*¡BOOOOOOOOM!*

*¡BOOOOOOOOM!*

Desvió el ataque con la espada, o mejor dicho, lo partió en dos, aunque la onda de choque lo hizo retroceder y las fracciones del mismo impactaron en edificios detrás suyo.

-Antes cometí el error de querer absorberlo. Y tú el de no haberme matado con ese ataque-Declaró.

Arrastró los pies en la tierra destrozada. Se enderezó y su voluntad inquebrantable lo impulsaba a seguir. La arrogancia de un héroe, la necedad que los caracterizaba se encendía en su pecho, sonriendo.

Dio otro paso hacia adelante. Luego otro. Ignorando el dolor, ignorando la sangre que corría por su cuerpo. Alzó su espada una vez más, listo para enfrentarse al terror que lo superaba en tamaño y poder.

-¿Eso es todo lo que tienes?-Preguntó Bell con una voz firme, casi desafiante, mientras reducía la distancia con el Antares con una resolución que ignoraba por completo el dolor y el agotamiento.

Sus pasos, cada uno más firme que el anterior, resonaban en el campo de batalla con un eco que parecía amplificado por la intensidad de su voluntad.

El suelo bajo sus pies temblaba, sacudido por el colosal rugido de Antares.

-¡GRRRRRRRRRRR!-

El rugido reverberó por toda Orario, haciendo vibrar hasta las piedras y los edificios. La criatura, irritada, levantó sus colosales extremidades, con su ojo brillando con una rabia oscura, buscando aplastar al héroe que osaba desafiarlo.

Pero él no se inmutó. Su mirada permaneció fija en el monstruo, fría y decidida. No tenía miedo. Solo una cosa ocupaba su mente y era llegar hasta el corazón de este, a ese cristal en su pecho, y destruirlo.

No estaba seguro de por qué lo sabía, pero algo en su interior le decía que ese era el punto débil de la bestia. Si lograba alcanzarlo, todo acabaría.

Con esa certeza empujando su cuerpo al límite, Bell avanzó con determinación, alzando la espada.

-Un héroe no duda...-Susurraba, apretando los dientes.

-Un héroe no cede...-Añadió, volviendo a iluminarse como antes, activando Argonauta aunque a eso... se le añadía algo desconocido incluso para él.

-Un héroe jamás se rinde...-Proseguía, dejando que su cuerpo se imbuya en el aumento de la fuerza.

Apuntó la espada, mostrándose confiado.

-Un héroe... ¡NUNCA PIERDE!-Finalizó, dispuesto a todo para conseguir la victoria.

El Antares, consciente de la creciente amenaza que representaba el joven aventurero, lanzó su gigantesca cola como un látigo una vez más.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

El suelo tembló bajo la fuerza de los golpes, cada impacto sacudiendo la tierra con un estruendo ensordecedor.

El joven apenas tenía tiempo para esquivar, sus piernas ardiendo por el esfuerzo mientras concentraba la energía de Argonauta en ellas, incrementando su velocidad para seguirle el ritmo a la criatura. A veces rodaba por el suelo, sintiendo el viento de la cola que destrozaba todo a su paso.

*¡PUM!*

*¡CRASH!*

El suelo se partía en pedazos, los escombros volaban en todas direcciones, pero Bell seguía moviéndose, su instinto lo mantenía a salvo, siempre un paso más rápido que la furia de la bestia.

Sin darle tregua, la bestia levantó su colosal cabeza. Su ojo se iluminó de nuevo, acumulando la energía para preparar otro disparo. El chico, reconociendo el peligro e identificándolo, se lanzó hacia un costado justo cuando el poder escarlata fue lanzado a quemarropa, derritiendo y chamuscando los alrededores.

*¡BOOOM!*

Golpeó el suelo con una explosión devastadora, levantando una nube de escombros y polvo en todas direcciones.

El calor y la fuerza del impacto empujaron al albino hacia atrás por millonésima ocasión, haciéndolo tambalearse, pero apretó los dientes, forzando a su cuerpo a mantenerse firme, a seguir adelante.

"Estuvo cerca. Recibir otro me dejaría en mal estado. Antes fingí que no fue nada pero me duele todo" Pensó, sudando frío y riendo nerviosamente, arrepintiéndose por su charlatanería.

Frunció en ceño, arrugó las cejas y se llenó de decisión.

-No voy a detenerme-Murmuró entre dientes, alzando su espada y cargando nuevamente hacia eso.

Con el polvo aún en el aire, corrió hacia adelante, apareciendo entre la suciedad y los escombros, acortando la distancia.

El Antares, irritado por la persistencia del aventurero que parecía no morir por más que lo intentara, agitó sus patas delanteras con violencia, tratando de aplastarlo bajo su peso.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

Cada pisotón era como el golpe de un martillo gigante sobre la tierra. Las pinzas de la criatura chasquearon en el aire, tratando de capturarlo y triturarlo, pero él se movía como un relámpago, zigzagueando entre los ataques con una precisión calculada, listo para contraatacar.

-¡AHHHHHHHHH!-Con un grito feroz, lanzó un corte ascendente, abriendose paso con suma facilidad en la coraza azabache, atravesando una de las colosales extremidades de la criatura.

*¡SLASH!*

La carne oscura se abrió bajo el filo luminoso de su arma, y un líquido oscuro brotó mientras los trozos caían al suelo.

-¡GRRRRRRRRRRRRRAAAAAAAAAAAAHGGGGG!-La bestia rugió de dolor, sacudiendo el aire con su grito agónico mientras seguían rebanándolo.

A pesar del retroceso, la colosal bestia alzó nuevamente su cola, esta vez moviéndola como un látigo mortal, mientras sus golpes caían como una tormenta incesante de impactos estruendosos y destructivos.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

Los impactos resonaban en el aire, destrozando todo a su paso. El chico apenas tuvo tiempo de esquivar, concentrando la energía de Argonauta en sus piernas, mejorando su velocidad y capacidad de reacción para superar el ritmo de los ataques. Sus músculos ardían con cada movimiento, pero su mente estaba fría, enfocada. Saltó hacia un lado justo antes de que la cola golpeara el suelo donde se encontraba.

*¡PUM!*

Rodó por el suelo, evitando por milímetros otro golpe.

*¡CRASH!*

La cola destrozó el terreno a su alrededor, levantando escombros mientras Bell se impulsaba hacia adelante, zigzagueando entre los ataques.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

Su respiración era controlada, sus ojos fijos en el monstruo. Cada uno de sus movimientos estaba calculado, moviéndose con precisión, sabiendo que cualquier error le costaría la vida.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

Con un giro ágil, evitó un nuevo ataque de la extremidad que pasó rozando su costado.

"¡ESTUVO DEMASIADO CERCA!" Se lamentó. Sus ojos se dilataron sumido en el miedo. Su armadura había sido rayada por el roce de las escamas gruesas y filosas de la bestia.

Su cuerpo parecía fluir, reaccionando de manera instintiva mientras el monstruo intentaba aplastarlo.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

Aprovechó una pequeña apertura, dando un salto hacia un costado justo cuando la bestia levantó su cabeza, y su ojo comenzó a brillar por millonésima ocasión, siendo la señal que necesitaba para prepararse y reaccionar.

Fue entonces que, en segundos, que parecieron horas para el conejo ya que si se movía antes podría ser redireccionado, el rayo salió disparado.

*¡ZOOOOOOOOOM!*

"¡AHORA!" Se gritó a sí mismo y se lanzó hacia un lado, rodando sobre su hombro mientras el rayo impactaba el suelo a su lado con una explosión que levantó una nube de polvo y escombros que ocultaban su presencia.

*¡BOOOM!*

El calor del impacto quemaba la piel de su brazo expuesto, pero se mantuvo firme, afianzando la posición de sus pies apenas tambaleándose cuando obligó a su cuerpo a seguir adelante.

-No voy a detenerme-Murmuró entre dientes, levantando su espada con la energía que la quedaba. A pesar de que se ha limitado meramente a esquivar, el esfuerzo lo empezaba a agotar.

Cada fibra de su ser le gritaba que no podía permitirse descansar. Así el cansancio lo asfixiara o los músculos se desgarraran, continuaría, algo más profundo que el dolor o la incertidumbre lo empujaba.

Calmó su respiración, tranquilizó su inquieto corazón. Otra vez... dibujó una sonrisa.

"¡VAMOS DE NUEVO!" Pensó como suma determinación, encendiendo la llama de su alma, prendiendo el rojo de sus ojos.

Corrió hacia el monstruo con una velocidad renovada, su figura dejaba una imagen residual, representando la ferocidad del movimiento.

El Antares agitó sus patas delanteras, intentando aplastarlo bajo su inmenso peso.

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

*¡PUM!*

Los golpes caían pesados, rompiendo la tierra a su paso, pero el chico, decidido a derrotarlo, se deslizaba entre ellos, siendo rozado, más no alcanzado por los embates. Las pinzas de la bestia intentaban atraparlo, pero él las anticipaba, moviéndose como una sombra.

*¡CRASH!*

*¡SLASH!*

Esquivó un golpe y lanzó un tajo preciso, la hoja de su espada cortó una de las secciones de las extremidades del monstruo.

-¡GRAAAAQAAAAAAAAAGHHHHHHHHHHH!-El miembro cayó al suelo con un rugido que sacudió el aire, tiñendo la tierra de la espesa y negra sangre del ente mientras los cristales intactos en los edificios aledaños se quebraban por la onda expansiva del grito.

-¡AHHHHHHHHHHHHHHH!-Como si respondiera a la vociferación del escorpión azabache, Bell alzó su voz lo máximo posible, dándose energía, ánimos.

*¡SLASH!*

*¡SLASH!*

Cortó a través de otra extremidad, la espada atravesaba la carne oscura con facilidad, algo que nadie se imaginaría por la aparentemente dura coraza que poseía.

-¡GRRRRRRRRRRRRRGHHHHHHH!-El Antares rugió de nuevo, su dolor era palpable, el daño le causaba cólera.

El joven no perdió tiempo; con agilidad, trepó por el cuerpo de la bestia, usando los cortes como puntos de apoyo mientras su espada brillaba más y más, siendo un indicativo de su creciente voluntad.

El guerrero saltó, su mente se enfocó en el cristal en el pecho del monstruo. Sintió la energía de Argonauta recorrer su cuerpo, alimentando su fuerza, extendiendo la hoja de su espada.

-¡ESTE ES EL FINAL!-Gritó con toda su fuerza.

Y lanzó el golpe.

*¡SLASH!*

La espada se hundió profundamente en la carne del Antares, justo bajo el cristal que contenía a Dionysus. Causándole más daño del que había recibido con los ataques anteriores, inquietándolo tanto que empezó a realizar movimientos erráticos tratando de quitárselo encima sin éxito alguno.

Muchas veces el tamaño mayor no es una ventaja.

-Si lo rompo... se acaba ¿Cierto?-Musitó, mirando al Dios reposando en calma, mientras de su frente se deslizaba sangre por los múltiples golpes que ha recibido, sin quitar expresión confiada.

-¡UHHHHHHHHHH!-Tensó los músculos de sus brazos, alzando la espada para impactar el cristal, cortando la carne hasta este.

*¡CRACK!*

Se formó una grieta.

Los oídos del albino recibían un pitido, el cual no le permitía escuchar ni siquiera sus propios gritos.

*¡CRACK!*

Otra grieta se formó.

-¡VE MÁS ALLÁ! ¡ROMPE LA BARRERA DEL NIVEL! ¡SUPERA TUS LÍMITES! ¡SÉ UN HÉROE, BELL!-Vociferó en su mente, saliendo de esta misma y aumentando la luminosidad de su cuerpo.

Fue entonces que un mensaje resonó en lo profundo de su subconsciente.

"Alma de héroe ha sido activada...".

Su fuerza aumentó exponencialmente. Sus habilidades de nivel cuatro alcanzaron niveles parecidos o superiores a los de un primera clase, abriendose paso con mayor facilidad en el duro material que rodeaba el cuerpo inerte de la deidad responsable del caos.

*¡CRACK!*

Una nueva fisura se formó, extendiéndose más que las otras. Fue entonces que los oídos del chico se destaparon, permitiendo que cada sonido fuese recibido.

Infló sus pulmones, los llenó de aire lo más que pudo y...

-¡AHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!-Lo exhaló en ese grito que desgarraba sus cuerdas vocales, trayendo como resultado que la voz se fuese perdiendo, quedando afónico.

*¡CLASH!*

Como si ese hubiese sido el último empujón que requería, el cristal se rompió en cientos de pedazos. Los fragmentos volaban en todas direcciones.

La luz que envolvía la espada de Bell brillaba con una intensidad cegadora, iluminando la batalla. Todo parecía detenerse por un instante. El aire se llenó de esa luz incandescente, y por un momento, creyó haber triunfado.

Saltó hacia atrás con un impulso feroz, dando un giro en el aire antes de caer al suelo con fuerza. Cayendo hacia atrás lentamente, apretando los dientes para prepararse para el impacto.

*¡PUM!*

Un ruido seco y violento lo recibió, rodando en el suelo hasta que la velocidad se redujo. A pesar de su cansancio, se reincorporó rápidamente, jadeando, clavando la espada en la piedra para apoyarse, mantenerse en pie, simulando un bastón.

Pero el silencio que siguió fue tan pesado como el miedo que comenzaba a invadirlo. El Antares no cayó. Las patas de la bestia seguían firmes, su ojo seguían iluminado. La criatura aún estaba de pie, a pesar de todo el daño infligido, su presencia seguía siendo abrumadora, casi invulnerable.

Él, arrodillado en el suelo, observaba, el sudor recorriendo su rostro. Las esperanzas de una victoria rápida empezaban a desvanecerse mientras la sombra del monstruo se cernía encima suyo.

-¡Tch! Esto no puede ser verdad...-Se quejó, visiblemente frustrado.

-¡JAJAJAJAJAJAJAJAJA!-.

Desde lo profundo de la oscuridad que envolvía al Antares, emergió una risa gutural, un sonido profundo y distorsionado que se propagaba por el aire como una reverberación siniestra.

Los ojos del albino miraron a lo altonavarro figura colgante y delgada de la deidad responsable.

Era la voz de Dionysus, que aún permanecía atrapado dentro del cristal que se alzaba en el pecho del monstruo, sin ninguna clase de daño o efecto por destruir su prisión, más parecida a un centro de mandos.

La expresión de su rostro no era de desesperación, mucho menos de ese miedo que te llena al estar cercano a la muerte, no... era de deleite.

A través de la celda cristalina, su sonrisa se curvaba en una mueca perturbadora, y sus ojos, brillando con un carmesí incontrolable, irradiaban una locura que parecía no tener fin.

-¡NO PUEDES IMPEDIR EL INEVITABLE COLAPSO! ¡TUS ESFUERZOS SON INÚTILES! ¡TÚ, MALDITA ESCORIA DELIRANTE, JAMÁS PODRÁS DETENERME!-Pronunció con una voz repleta de certeza y burla, llenando el silencio con el eco de los gritos, provocando que las palabras del dios resonaron en el campo de batalla.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal del joven y no pudo evitar mostrar una mueca de enojo que fungía una dosis de adrenalina para su enemigo.

Dionysus no se calló, como si quisiera asegurar que su mensaje de desesperación se grabara en la mente del joven albino, marcarlo en el fondo antes de que los pocos minutos de vida que le quedaban fuesen consumidos y su odio por fin alcanzada al responsable de tantos fallos.

-La destrucción es lo único que nos espera a todos...-Añadió, con una sonrisa de oreja a oreja, podría en la negrura y roto psique.

Si algo le ha quedado claro a Bell es que ese sujeto... no tiene ninguna clase de salvación.

El chico, con el cuerpo adolorido y su respiración entrecortada, apenas tuvo tiempo para procesar las palabras antes de que algo aún más desconcertante sucediera.

Las heridas que había logrado infligir al Antares, aquellas que parecían mortales, comenzaron a cerrarse. La carne destrozada se regeneraba a una velocidad increíble, y el cristal roto se reconstruía, como si nada hubiera pasado. El monstruo alzó la cabeza hacia el cielo, avanzando a su dirección mientras el control volvía a ser suyo.

Él sintió cómo su corazón se hundía en el pecho, teniendo un muy mal presentimiento de lo que vendría a continuación.

-Contempla... la perdición-Finalizó, antes de que un torrente de energía de un rojo brillante se elevara del cuerpo del Antares.

*¡BOOOOOOOOOOOOOM!*

Como si de un fuerte estallido de llamas que se disparara hacia el cielo se tratase, la luz roja se arremolinó, atravesando con un silbido ensordecedor, al igual que lúgubre, y agitando los cielos como una tormenta de caos puro.

Las nubes en lo alto se ennegrecieron, formando un vórtice amenazante que comenzó a girar con furia, como si estuviera convocando a una catástrofe inminente.

En el horizonte, una espiral gigantesca de energía destructiva apareció, y su dirección no dejaba lugar a dudas. La intención de la deidad era acumularla en ese sitio y soltarla cuando la hora del destino de al llegase.

La atención del chico estaba completamente centrada en ese enorme cúmulo de energía. El agarre en el mango de su espada se afianzó, representando su frustración al fallar.

Había dado su mejor golpe, la culminación de su esfuerzo, y aun así, no había sido suficiente.

-T-Tengo que...-Murmuró el aventurero, apretando los dientes, mordiendo su labio del que un hilo de sangre brotaba y forzando a su cuerpo a moverse.

Sin embargo, sus fuerzas estaban al borde de quebrarse. Su rodilla golpeó el suelo, y el dolor le recorrió todo el cuerpo como una corriente eléctrica.

Las piernas le temblaban, incapaces de sostener su propio peso, y cada respiro que tomaba era precedido de un esfuerzo monumental.

Estaba cubierto de heridas, cortes que atravesaban su piel y quemaduras que latían con un dolor constante.

Si bien los embates de su enemigo no lo alcanzaron de lleno, los breves roces con la coraza de la bestia y las extremas temperaturas que lo alcanzaban a manera de nube y humo lo habían dañado, la extenuación lo había consumido, y aún así, el torrente de energía que emanaba del Antares continuaba intensificándose, amenazando con arrasar todo a su paso.

El tiempo se agotaba y él lo sabía.

El gigantesco monstruo, observando la condición desesperada del albino, sus débiles e inútiles esfuerzos de encararlo, enfrentarlo, levantó su cola de nuevo.

La extremidad afilada resplandeció bajo la luz de la tormenta roja. Era un golpe final, definitivo, y el objetivo apenas podía mantenerse en pie.

Dionysus, desde el cristal, se inclinó levemente hacia adelante, como si estuviera disfrutando de cada segundo de la desesperación de su enemigo.

-Lástima que no vivirás para observar mi obra maestra-Dijo, fingiendo tristeza, pero en el fondo se llenaba de júbilo y sus palabras rebosaban de arrogancia.

El cristal terminó de regenerarse por completo, su superficie perfecta y reluciente, reflejó la imagen de un Bell caído, agotado.

El joven aventurero cerró los ojos, sus pensamientos nublados por la extenuación, pero en el fondo de su ser una chispa se mantenía encendida.

"¡MUÉVETE MALDITA SEA! ¡ESTO NO PUEDE TERMINAR ASÍ!" Se gritaba a sí mismo, intentaba forzarse a moverse, a evitar el golpe que sabía sería el último si no reaccionaba.

Por un instante, mientras sentía el aire cortarse y el rugido del Antares llenando el campo de batalla, pensó en Eina. Recordó su sonrisa cálida, sus ojos llenos de preocupación pero siempre tan amables, la forma en que sus palabras lo reconfortaban en sus momentos más oscuros. Pensar en ella, aunque solo fuera por un segundo, llenó su pecho de un calor que había estado ausente durante toda la batalla.

-He dicho... ¡QUE TE MUEVAS!-Se gritó nuevamente, y con un esfuerzo que parecía casi imposible debido a su condición, encontró la fuerza para apartarse.

La cola del monstruo descendió con una velocidad brutal, cortando el aire como una cuchilla gigantesca y.ñ.

*¡ZOOOOOOOOOOM!*

Se lanzó a un lado, apenas esquivando el ataque en el último instante.

*¡CRASH!*

El impacto fue devastador. La tierra se destrozó bajo el golpe, y un enorme cráter quedó allí donde el joven había estado apenas un segundo antes.

Fragmentos de piedra y tierra se elevaron en el aire, y él sintió las rocas golpear su costado y espalda, desde el agrietado suelo a pocos metros de ahí.

El dolor agudo pero insignificante comparado con el alivio de haber escapado por tan poco lo apenó. No obstante, el peligro no había pasado; el Antares no parecía dispuesto a detenerse, por lo que ese descanso breve terminó.

El ojo único del monstruo volvió a fijarse en la nueva ubicación del chico, que se levantaba desesperadamente, poniéndose de pie por fin y preparándose para alejarse, mantener la distancia entre ambos.

Cuando éste se dispuso a atacarlo nuevamente...

*¡ZOOOOOM!*

*¡ZOOOOOM!*

*¡ZOOOOOM!*

*¡ZOOOOOM!*

*¡ZOOOOOM!*

*¡ZOOOOOM!*

El silencio que había seguido al golpe se rompió repentinamente por un silbido agudo. Un sonido que atravesó el caos como una flecha certera. De hecho, eso era exactamente lo que era.

Una ráfaga de flechas azules descendió desde el cielo, impactando directamente contra el monstruo y perforándolo con una precisión mortal, provocando el retroceso de aquel ser, al verse sacudido por la embestida inesperada, y por primera vez desde que la batalla había comenzado, parecía haber perdido el control.

El joven levantó la vista, aturdido. Con la visión borrosa por el dolor y el agotamiento, apenas podía discernir la figura que se acercaba desde el cielo, pero lo que vio lo dejó atónito.

Encima de él, majestuoso y enorme, un dragón azul surcaba los cielos, sus alas se extendían en una imponente demostración digna de los cuentos heroicos que tanto admiraba.

Desde su lomo, una figura saltó hacia el campo de batalla, descendiendo con gracia y precisión sobrehumana.

*¡PUM!*

Aterrizó justo delante de Bell, extendiendo su largo cabello azul que se ondeaba con el viento, y en sus manos, sostenía un arco que brillaba con una luz etérea, una luminescencia que contrastaba con la oscuridad circundante.

-¡Los refuerzos han llegado!-Gritó la mujer, con una voz firme y resonante que cortó el aire, imbuida de una autoridad que devolvió la esperanza al chico.

El aventurero la miró con asombro, tratando de enfocar la figura que se erguía frente a él. Había algo en ella que transmitía serenidad y fuerza al mismo tiempo.

Llegó rápidamente a una conclusión. Era una diosa, de eso no había duda. Su presencia imponente llenaba el espacio, y aunque su rostro era serio, había una calidez y una resolución inquebrantable en su mirada. Antes de que pudiera encontrar las palabras para preguntar quién era, un estruendo resonó desde el cielo.

El sonido era como un trueno, pero acompañado de algo más. El muchacho volvió a mirar hacia arriba, y allí, en el cielo ennegrecido, una gigantesca ciudad flotante apareció como si emergiera de las profundidades de una dimensión oculta. Era hermosa, majestuosa, contrastando con la oscuridad que rodeaba el campo de batalla. Por un momento, todo parecía detenerse, como si la misma aparición de la ciudad hubiera cambiado el curso de los acontecimientos.

El aire se llenó de una sensación de renovación. Había llegado ayuda, y aunque el peligro no había desaparecido, había una nueva luz en el horizonte, algo por lo que seguir luchando.

-¿Q-Quién eres...?-Logró articular Bell, aunque su voz era débil, su corazón estaba lleno de una mezcla de asombro y alivio. Pero antes de que pudiera obtener una respuesta, una voz conocida se hizo escuchar, fuerte y clara.

-¡Tardaste demasiado, Artemisa!-Era Hermes, su tono medio burlón, pero cargado de un alivio evidente. Su figura emergió entre la confusión, y aunque el peligro seguía presente, por primera vez en mucho tiempo, la esperanza había ganado terreno.

El campo de batalla aún era caótico, pero ya no era un lugar de desesperación absoluta. La llegada de los refuerzos marcaba el preludio de lo que estaba por venir, y Bell, aunque herido, podía sentir que el final no era inminente.

El peligro no había terminado, pero la esperanza, por mínima que fuera, se había encendido una vez más.

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Bueno, hasta aquí llega el capítulo de hoy amigos, espero que sea de su agrado y dejen su apoyo como ya es costumbre.

En fin, déjenme sus opiniones.

¿Cómo estuvo el capítulo? ¿Sí les gustó?

Buzón de sugerencias/opiniones/comentarios.

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