Capítulo Tres: Osamu...
Vaciló entre salir y quedarse en casa, podría ser mejor salir y enfrentar el mundo, gritar a cada conocido que estaba bien y que no necesitaba a nadie más que a Sakusa pero eso era algo totalmente fuera de lugar.
Sentarse en la sala y mirar un punto fijo se calificaba como la acción que más hacía en su vida, oía rasguños en la puerta que daba a la cocina pero se negaba a mirar y como si fuese alguien con discapacidad auditiva se mantuvo firme en su lugar, ignorando su alrededor.
Su cabello era acariciado y podía escuchar una melodía que su madre solía tararear cuando cuidaba de él y su amado gemelo, una melodía que últimamente no sacaba de su cabeza. ¿Por qué?
De pronto el sueño hacía de las suyas, sus ojos pesaban y aunque su estómago imploraba por algo de comida se dejó caer en el sofá, durmiendose tanto como le fuese posible.
— ¿Tsumu? —Sus ojos poco a poco se abrieron, sorprendido al ver a Osamu sentado frente a él en aquella mesita de cristal que había elegido con Sakusa para decorar la sala.
— ¿Samu?.. ¡Samu!
Cuando las lágrimas comenzaron a recorrer sus mejillas y sintió su pecho hundirse por la emoción que sentía de ver a su amado gemelo, se levantó y se lanzó a los brazos, podía sentir esa calidez que había perdido hace mucho tiempo, ¿podía volver a sentirse pleno?
Su otra mitad estaba ahí y lo abrazaba con fuerza, lloraba de emoción, de felicidad, pasó saliva y comenzó a acariciar las mejillas de Osamu, su respiración tan agitada como ese viento de las tardes que golpea tus ventanas y las hace temblar.
" ¡Emergencia! ¡El número 007 está sangrando!"
Se negó a oír en ese momento las voces de su cabeza, sólo podía admirar a su hermanito, a quien tanto había anhelado volver a tocar, fue entonces que en un simple pestañeo, en una frecuencia de 000,01 segundo, Osamu ya no estaba.
No estaba y lo que rodeaba con sus brazos no era más que un vidrio grande de aquella mesa de cristal, esa calidez que sentía era proveniente de aquella sangre que recorría sus brazos y mejillas. Se había dañado por culpa de la alucinación más cruel.
Se levantó temblando, abrazandose así mismo, en esos momentos la sangre era lo de menos, comenzó a dar caminatas en círculo, su ira crecía y sentía murmullos y risas.
— ¡Callense! —Su manos subieron a cubrir sus oídos, se negaba a oír las burlas de él. Negaba con su cabeza y las lágrimas no dejaban de fluir, recorrían una parte de su mejilla y caían al suelo acompañadas de esas gotas de sangre. — ¡Ya no se rían de mí!
Suplicó, sollozando. Cayendo al suelo de rodillas, no podía con esos demonios, luchar contra su enfermedad ya no era suficiente.
Despertó en el sofá de su hogar, por alguna razón sus heridas estaban vendadas y todo olía a cloro. Se sentó con cuidado, sintiendo un ligero mareo.
— Tranquilo, perdiste mucha sangre. Te limpié y vendé, estaba preocupado, Atsumu. ¡¿Cómo pudiste hacerme algo así?! —Los sollozos de Sakusa eran bastante fuertes y lo aturdian, frunció su ceño.
— ¿Crees que lo hice a propósito? —Cuestionó de mala gana, Sakusa en cambio se ofendió por el tono en que su pareja le hablaba.
— ¡¿Cómo no?! ¡Eres un puto suicida!
Sakusa entonces cubrió su boca; eso pudo observar el rubio. Soltó una risa de mal gusto, eso era lo que era. Todos sabían, todos.
— T-tsumu, perdóname... Yo... Yo no quise...
— Claro que quisiste, si no quisieras haberlo dicho ni siquiera se habría pasado por tu cabeza el pensamiento. ¡Felicidades, Sakusa Kiyoomi! ¡Por primera vez en tu asquerosa vida eres honesto! —Felicitó con aplausos y risas falsas, más ante él todo era borroso por el agua que se acumulaba en sus ojos.
— ¡Tampoco te pongas así!
"El quiere reírse de ti" "Eres una broma andante"
"No le importas" "Mátalo"
— ¡Silencio!
Aquél grito alejó a Sakusa, más Atsumu ni siquiera se preocupó, estaba adolorido y cansado. Se levantó para ir al baño, ignorando aquellos llamados de Sakusa; los cuales ni siquiera podría decir si eran reales o no.
Al llegar al baño se sorprendió al verse... Estaba pálido más que eso, parecía estar gris y tenía ojeras muy notorias, sus pómulos se notaban, claro que sí, así como sus costillas en ese cuerpo que le había tocado al nacer.
"Que gordo estás" "Osamu, quiero a Osamu"
"Matalos, matalos a todos" "El cuchillo, toma el cuchillo"
— ¿Mi amor? —De pronto su reflejo ya no era igual, una vez más estaba como antes, joven y grande, alto y brillante. Se giró para ver a Sakusa, éste lo abrazó. — Ya no quiero pelear mas, quiero estar bien contigo, por favor...
— Te amo... —Decir aquello había salido como uno de los peores dolores que había sentido en su garganta, como si lo asfixiaran aquellas dos palabras.
"Yo voy a cuidar de ti, jamás me iré. Somos hermanos desde antes de haber nacido."
Frunció su ceño ante la voz más notoria entre todas, era la voz de Osamu, se enderezó alejándose del abrazo que tenía con su pareja para ver a su alrededor. No estaba por ningún lado, sacudió su cabeza.
Se iba a volver loco; aunque realmente ya lo estaba.
"Estaba asustado, metido entre los brazos de su gemelo quien lo protegía a gritos de aquellas personas que se le acercaban, incluso pudo notar algo brillante frente a ellos.
— ¡No lo toquen! —Sus ojos se llenaron de lágrimas, oía risas, risas de lo que había echo y gritos que le ordenaban hacer cosas horribles.
Sintió un tirón en su brazo, un hombre de bata, un hombre con una bata blanca lo alejaba de su hermanito.
— ¡Osamu! ¡Ayúdame, ayúdame, ayúdame!
La sangre corría por sus venas con una velocidad imparable, una fuerza increíble se hizo posesión de su cuerpo y se soltó corriendo hacia su otra mitad. Éste lo puso detrás de su cuerpo, entonces lo vió.
— ¡Si se acercan los mato, hijos de puta!
Osamu era quien sostenía el cuchillo en sus manos y amenazaba con asesinar a esos hombres, sus padres preocupados a una esquina de la habitación; claramente fingiendo.
— Samu...
— Yo voy a cuidar de ti, jamás me iré. Somos hermanos desde antes de haber nacido."
— ¡Osamu! —Se sentó entonces en la cama, sudaba frío y sentía que todo le daba vueltas, quería vomitar. Se levantó corriendo al baño y comenzó a vomitar sin parar una vez tuvo el inodoro justo frente a él, su garganta ardía y su estómago rogaba por parar.
— Tsumu, ¿estás bien?
— Mhm, solo... Una pesadilla más... Odio ésto, mi mente ya ni siquiera me pertenece, ni dormido soy capaz de descansar...
— Tienes que tomar tus pastillas, por favor...
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