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Capítulo Seis: Enfermos.

Revisaba sus caderas en el espejo, sus huesos comenzaban a marcarse, era algo bastante confuso, comía bien y hacía ejercicio, ¿por qué seguía viéndose tan demacrado?

De pronto comenzó a oír voces, quería ignorarlas. Miró la medicina y por alguna razón quería dejar de tomarla, tenía un muy mal presentimiento. Suspiró y miró entonces hacia la puerta del baño.

Se vistió sin dejar de ver afuera, una cama pequeña y blanca estaba presente y oía una y otra vez las voces en su cabeza que le repetían...

"Deja las pastillas."

Pero decidió solo tomarlas junto al desayuno, debía llenar de comida su refrigerador, estaban quedándose sin comida y Sakusa estaba en el trabajo. Era algo agotador hacer las compras y más cuando la ansiedad social y una enfermedad como la esquizofrenia te consumían vivo, aunque no fue impedimento, salió obligado por sí mismo a ir a comprar.

Veía la lista que le había hecho Sakusa, estaban sus pastillas de las primeras así que fue a pie a la farmacia más cercana, debía tener sus repuestos antes de que se acabaran las que están en casa. Suspiró y metió sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta, suspiró viendo el humo; o mejor dicho, vapor; salir de su boca, el estúpido frío iba a congelar sus huesos.

Fue entonces que lo vió, Suna. Éste al verlo alzó una mano y corrió hacia él, no se contuvo y lo abrazó con fuerza. Incluso en el novio de su gemelo podía sentir el aroma de éste. Soltó una ligera carcajada, Suna acarició sus mejillas como una muestra de cariño y le dió un beso esquimal; sus narices rozandose con ligereza.

— Al fin me dejaron venir a verte, pronto te sacaremos de aquí. Estamos en una demanda, debes dejar las pastillas, Tsumu, déjalas.

Cuando abrió sus ojos ante aquellas palabras no vió a nadie, sólo se veía a sí mismo en el reflejo de la puerta de aquella farmacia, ¿otra ilusión?

¿Por qué cada día las ilusiones eran más crueles? Incluso había sentido la calidez de su mejor amigo... Cerró sus ojos y entró a la farmacia.

Casi tres horas después volvía a casa con las bolsas en sus manos, daba pasos castos y aprovechaba todo eso para ver su alrededor. El frío hace mucho se había colado por su ropa y había congelado hasta su más mínimo hueso.

Abrió la puerta de su casa y caminó entonces a través de la sala, dejó las bolsas en los sofás, confundido y asustado cuando vió la mitad de una cara viéndolo desde ese pasillo que tantos sustos le había sacado.

— ¿Quién eres? —Su voz sonaba firme, más claro que no lo estaba, ni siquiera sabía si era real. La cara por supuesto desapareció y solo escuchó risas, unas que conocía mejor que nada. — ¡Hey! ¡Espera!

Siguió las risas por ese pasillo, estaba tan oscuro, intentó buscar con su mano el interruptor de la luz pero parecía haber desaparecido de entre la pared. Pasó saliva cuando al final del pasillo vió una figura sonriendole, no era lindo. Nada lindo.

— Ya basta... Tomé mis pastillas, las tomé. No es real. —Susurró negando con su cabeza, entonces la persona comenzó a correr hacia él. Gritó y cubrió su rostro para defenderse, más no sintió nada...

Cuando se describió, notó unos ojos viéndolo de cerca y unas manos intentando tocar su cabeza, estaba temblando del miedo.

— Déjame...

— Tú... —Alzó una ceja cuando lo escuchó hablar. — Eres tan lindo... Eres tan... Tan lindo...

— No... No, no, no. —Cuando aquellas garras negras lo tocaron cayó desmayado en aquél oscuro pasillo.

Estaba asustado, metido entre los brazos de su gemelo quien lo protegía a gritos de aquellas personas que se le acercaban, incluso pudo notar algo brillante frente a ellos.

— ¡No lo toquen! —Sus ojos se llenaron de lágrimas, oía risas, risas de lo que había echo y gritos que le ordenaban hacer cosas horribles, su mente era un desastre.

Sintió un tirón en su brazo, un hombre de bata, un hombre con una bata blanca lo alejaba de su hermanito.

— ¡Osamu! ¡Ayúdame, ayúdame, ayúdame!

— Es el 007,  buen precio.

La sangre corría por sus venas con una velocidad imparable, una fuerza increíble se hizo posesión de su cuerpo y se soltó corriendo hacia su otra mitad. Éste lo puso detrás de su cuerpo, entonces lo vió.

— ¡Si se acercan los mato, hijos de puta!

Osamu era quien sostenía el cuchillo en sus manos y amenazaba con asesinar a esos hombres, sus padres preocupados a una esquina de la habitación; claramente fingiendo.

— Samu...

— Yo voy a cuidar de ti, jamás me iré. Somos hermanos desde antes de haber nacido.

Ante eso notó entonces el brillo del cuchillo y las linternas de los profesionales que estaban frente a ellos, sus padres luego de una "conversación" con los doctores lograron hacer que se fueran. Osamu de quince años veía todo con seriedad, incluso había adoptado una postura posesiva con su gemelo. Atsumu sentado en su regazo escondiendo su rostro en su cuello, dormía luego de una noche llena de dolor.

— ¿Viste lo que hiciste? —El menor de los gemelos alzó una ceja y soltó una risa viendo a su padre entrar a la habitación.

— Haz lo que tengas que hacer conmigo, déjalo a él. —Susurró mientras acariciaba el cabello de su hermanito, besó su cabeza y lo acostó, el hombre desataba su cinturón y miró a su mujer quién lloraba detrás de él.

— Deja de llorar, siempre fingiste. Estás incluso más asustada del Don que tiene Atsumu e intentas justificarlo.

— Tú hermano tiene esquizofrenia, fue diagnosticado. ¿Olvidaste esos días donde ibas a despertarme porque Atsumu hablaba sólo? —La sangre de Osamu hirvió.

— Atsumu tiene un Don, no es un puto loco. ¡Lo estabas vendiendo a un laboratorio! —Calló entonces, un golpe en su mejilla que lo hizo caer al suelo. No hizo nada cuando su padre lo cargó al sótano. Atsumu dormía plácidamente en la cama de su gemelo, mientras que gemidos salían del menor.

Este era constantemente abusado desde los diez años sexualmente por el que era su padre, su madre había caído en las drogas y el alcohol para olvidar que tenía hijos defectuosos. Uno con una enfermedad mental y el otro con una enfermedad imparable, era gay.

Pero estaba convencida de que los vendería a ambos. Primero al rubio, quitó de su mente esos momentos felices e incluso subió la música en la sala mientras bebía, ignorando los gemidos y gritos de dolor de Osamu quien era brutalmente violado en el sótano.

— Ambos están enfermos, ¿por qué me los diste Dios? ¿Estoy pagando un pecado de alguna vida pasada? Fui y soy fiel servidora de la iglesia y mis hijos nacieron enfermos. Pero haré lo correcto como dijo el padre de la iglesia, mandaré a Atsumu a ese laboratorio para que abran su cabeza y averigüen como curarlo y mi amado marido, mi amado marido le hará ver a mi Osamu que ser gay no es más que una enfermedad dañina... Oh Dios, corrigelos.

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