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Capítulo 9

Antes de las seis de la mañana, recibí dos notificaciones que rompieron mi ensoñación por completo. Me levanté bostezando y desconecté mi celular e intenté encenderlo, pero no pude. El móvil había impactado contra un desperfecto que parecía irreparable. Al margen de aquello, sabía que este inconveniente no era para preocuparse demasiado. Pero me frustraba no poder abrir a tiempo esos mensajes. 

Intenté revivir el celular de maneras poco ortodoxas. Con cada pestañeo la hora me daba un cachetazo. Al final, el que también necesitaba carga era yo, además de paciencia. El interés por estudiar se distanciaba de mí a medida que pasaban los minutos.

Tenía clases a las diez, por lo que me fui al servicio técnico don Bernard. Solo esperaba que mi dinero fuera compatible con la ambición del experto. Tal vez el hombre me esperaba con un bote de basura acorde a mi añejo celular.

Llegué al local, donde un aparador de cristal resguardaba cajas y accesorios de índole tecnológico. En la trastienda, había más equipos y aparadores que reducían el pasillo para entrar y salir.

Un hombre de vientre grueso y de rostro inmutable, me recibió, apoyando los codos sobre el cristal. Tenía una espinilla en la cara, que parecía que se agrandaba con cada contemplación. Le conté mi problema sin mucha paciencia.

Aquel hombre avejentado e imberbe observó el terminal. Su expresividad envenenaba la última pizca de esperanza. Se tocó la nuca e hizo un gesto con la boca, que significaba lo opuesto a lo bueno.

—¿Se puede reparar todavía? —pregunté, aunque podía intuir sus palabras.

El señor inspeccionó el celular otra vez y su rostro ya había sido moldeado para dar noticias desalentadoras.

Segundos después, el hombre gruñó porque sabía que ni Dios podría arreglarlo.

—Ya no sirve… La placa está quemadísima… El conector está gastadísimo... Pero tal vez yendo al mercado Zanzanah puedan revivirlo. Allá trabaja un hombre llamado Nasir que, prácticamente, hace milagros…

—¿Mercado qué…?

—Zanzanah.

—Ah, ya. Lo recordaré.

—Pero debes ir con cuidado —advirtió el hombre—. Hace poco hirieron de gravedad a un tipo que iba a revender unos electrodomésticos viejísimos. Hay comerciantes, extranjeros, malvivientes, mafiosos, de todo.

—Ya, gracias por la información.

Antes de acudir a otro técnico por enésima vez, decidí ponerle punto final a mi vinculación con mi antiguo teléfono, cuya reparación era equivalente al precio de compra de uno nuevo. Aún tenía el número de Íngrid en mi cabeza y en la tarjeta SIM.

Tiberio solía renovar su celular cada cierto periodo, cosa que yo era ajeno a esa norma. Solo debía comprar otro para quitarme un peso descomunal. Llorar por la leche derramada era acorde a otra situación. Así que busqué mi alcancía, para pedirle un préstamo: ya estaba a poco de reventar con la plata ahorrada y la venta de los cachivaches.

Así pues, una tarde, desde una cabina telefónica, llamé a mi compañero para pedirle asesoría sobre terminales en vez de la última tarea.

—Tiberio…

—Yamil... ¿Qué estás haciendo?

—Estaba, porque dejé mis libros y mis obligaciones para llamarte —A veces confundía mi cuarto con la cabina.

—¡Yamil! Me tienes que contar lo que pasó con Eloy. Me dijeron que discutieron enfrente de todos.

—En otro momento, Tibe… ¿Qué andas haciendo tú?

—Rehaciendo una tarea y luego otra y otra... Oye, el juego que me vendiste ya está por romperse… No lo he vuelto a tocar.

—Ya, pero no hay problema, te vendo otro.

—Deberías hacer aplicaciones de tus juegos de mesa. Son muy populares.

—¿Yo? Creo que a ti se te daría mejor.

—Si hago eso, venderé mi primer juego cuando tenga bisnietos.

—Cambiando de tema —dije y me rasqué la mejilla— ¿Me puedes recomendar algún celular barato que hayas visto? Yo estaba pensando en un F4Z...

—¿El F4Z? Tiene unos defectos de software que deberían reparar antes… Vas a tirar tu dinero a la basura. Aunque tu dinero sí es reciclable.

—Ya, entonces voy a descartar ese.

—Te iba a recomendar uno muy bueno, pero recordé que tiene un diseño tan afeado, que deberían regresar a la fábrica y cancelar la producción.

—Sí, creo que tienes razón, Tibe.

—Tendremos que hablar luego… Mi perro está oliendo mi tarea y eso significa que debo preocuparme… En serio.

—Vale, Tiberio, espero que termines tu trabajo pronto.

—Para esto solo debo concentrarme como Buda.

—Suerte, Tibe.

—Gracias, Yam, me avisas cuando te decidas por uno, y recuerda que dentro de tres días tenemos que dar el examen de la materia de administración.

—Sí, ya lo sé. Tengo mucho tiempo. Empezaré a estudiar desde esta noche.

Mañana no tenía clases porque el docente estaba acatarrado y, por ende, no debía salir por la mañana, a menos que fuera para comprar un texto. Mi padre regresaba a casa cuando quería. Debía actuar con mucha perspicacia.

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