Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Kimono


Era hijo de un comerciante de telas en Kanda, y al ser el único descendiente sin haberse casado ayudaba a su padre en el negocio, al igual que su madre. Esa tarde uno de los empleados del local se acercó a hablarle de un grupo de extranjeros que se habían asentado en Hōnda hace un par de días, y todos hablaban de ello, era una familia que resaltaba por sus cabellos rubios y sus finas facciones.

Entre las gentes del lugar y especialmente entre las sirvientas de aquella casa señorial similar a las de un distinguido samurái los cuchicheos sobre lo inconformes que estaban con aquellos extranjeros del demonio eran muy presentes, y estaba claro que llegarían a sus oídos tarde o temprano. 

Era curioso, con lo joven que era ya toda su felicidad estaba cerca de evaporarse, y no había nada malo que pensar sobre la familia, ya que estaba solo. 

— Señor Kaito, está un tanto disperso. — Llamó a la realidad uno de sus amigos de la infancia, también hijo de comerciantes de la zona, habían casado a ambas familias hace un par de años, por lo que sus padres eran socios y ellos parientes. — ¿Pasó algo? 

Kaito recobró la conciencia luego de un momento y se ubicó en el presente, en un pequeño restaurante sentado frente al brasero acompañado de su buen amigo, siempre con un kimono oscuro y misterioso, usando siempre una capucha de seda roja. Ambos estaban discutiendo sobre cosas que ya no recordaba del todo. 

— Sí, sí... Discúlpame, he estado algo perdido últimamente, pero no es nada... — La disculpa fue leve y en las nubes, de verdad que seguía devastado. Su acompañante se echó a reír. 

— Pareces no tener hambre, mejor ayúdame a completar un pedido. — Propuso el muchacho de ropas oscuras, y ambos salieron del local, no hacía tanto frío ahora que había entrado la primavera, y las flores ya habían empezado a brotar. 

Ambos muchachos caminaron un largo rato sin cruzar palabra alguna, pero siempre hablando con miradas y su misma compañía. 

— Katsu... ¿Falta mucho para llegar? — Kaito se alertó un poco al notar que habían llegado a Hōnda sin que se diese cuenta, tampoco que su pariente tenía en brazos un cajón de madera. — Los otros empleados se pudieron haber encargado de eso, nosotros somos chônin. 

Katsu se sonrió un poco mientras le veía de reojo. 

— A decir verdad tenía cierta curiosidad y era la mejor oportunidad de que me acompañases. — No evitó sentirse como todo un inspector en ese instante al llevar a cabo un engaño, siendo esa la única forma de hacerle un poco feliz. 

Continuaron caminando por el alrededor, cruzaron un pequeño puente con farolas de piedra y pasaron a varios niños jugando en los pastizales, hasta detenerse en una gran casa que resaltaba del resto por sus brillantes colores, sus altos árboles y los detalles en la entrada de piedra lisa. 

Llamaron a la puerta y una muchacha cercana a su edad les abrió un tanto apenada, su cabello negro estaba recogido con varios ornamentos de colores y su rostro pintado como el de una actriz de kabuki, pero ambos sabían muy bien que era una sirvienta de la casa que correspondía al nombre de Otora. 

— ¿Están los anfitriones en casa? — Preguntó Katsu con completa serenidad, a lo que la joven asintió y les permitió la entrada. Kaito no añadió palabra alguna. 

Se despojaron de sus zapatos y siguieron a una sala adjunta que medía alrededor de nueve tatamis y medio, decorada con pinturas que desconocían y ornamentos extranjeros de oro y plata. 

Una mujer llegó inmediatamente después, y era igual a como los sirvientes la habían descrito, cabellos rubios pálidos y ojos azules profundos, una sonrisa en sus labios que marcaba un poco sus arrugas pero con cierta calidez de bienvenida. 

— Oh, por favor pasen, siéntanse como en casa. — Dijo la señora, su manejo del idioma no era el mejor, pero se le entendía muy bien. Ambos asintieron y pasaron a lo que se asemejaba a una sala.

— Usted hizo un pedido de unos kimonos hace dos semanas. — Habló Katsu haciéndose cargo de la situación como si fuese algo de todos los días. 

La mujer asintió con felicidad y pidió un momento para llamar a su hijo, para el cual también habían kimono según lo que Katsu le murmuraba. 

Hasta el momento Kaito había estado siempre distraído con el sonido de música en la distancia, pero una música muy diferente a la que estaba acostumbrado, era muy extraña, delicada y puntiaguda. Luego de que la mujer se haya retirado la música se detuvo, unas voces a lo lejos en un dialecto que desconocía y pasos emocionados, luego llegó el muchacho. 

Un rostro joven, pero la misma sonrisa que su madre. Ojos azules y cabellos rubios preciosos, brillando con los toques del sol que se colaban por las ventanas. Kaito quedó prendado con su aspecto exótico. 

Ambos parientes dieron una reverencia de saludo, y se dispusieron a trabajar, dejando la caja de madera en el suelo para poder sacar los bellos ropajes que había dentro. 

Les pagaron con seis ryô, se despidieron y luego se marcharon de regreso a Kanda, comenzaba a atardecer y preferían llegar a tiempo cada uno a su casa antes de que les sucediese algo por el camino. 

Al llegar ambos se despidieron con una sonrisa y Katsu invitó a Kaito a una función de Kabuki al día siguiente, el plan estaba hecho. 

Se hacían cerca de las once de la mañana para cuando ambos se ubicaron dentro del teatro para la función, Kaito notando que entre las multitudes resaltaba una cabellera única en su clase, de tonos claros y joviales que llamaba la atención, era el extranjero que vio ayer. 

Para la una de la tarde Kaito perdió de vista al muchacho, y perdió la noción de toda la obra que se suponía que vería, acompañado de su pariente. 

— Nos vemos luego en el almacén. 

Katsu se había despedido pero Kaito no lo notó en lo absoluto, se había quedado en aquella búsqueda tonta con su mirada, deseante de encontrar lo que buscaba. 

Pasó uno de los puentes mirando al fondo del agua, había escuchado de un suicidio en un lugar aledaño al que se encontraba que tuvo lugar hace un par de días, pero su desanimado reflejo era mayor a los rastros de sangre. 

Suspiró levemente y levantó de nuevo su cabeza, viendo a lo lejos a la esposa del que alguna vez fue su amor, Okuma, de joven sonrisa y lindo cabello. 

La joven se le acercó sonriente al verlo, lo conocía desde hace largo rato, y nadie podía negarle aquellos bellos ojos o esa piel pálida de porcelana, era hermosa, explicaba la razón por la cual Tsubasa se había enamorado de ella. 

— ¡Kaito, Kaito! — La joven se escuchaba animada y feliz, como siempre. — Escuché que viste a los extranjeros en persona. 

Kaito asintió levemente, devolviendo su mirada al agua. 

— ¿Eran malos? — Volvió a preguntar, era mera curiosidad, por las cosas que se decían en los alrededores o las miles de restricciones que existían era fácil no saber nada al respecto.

Kaito torció los labios y negó levemente con la cabeza, vista fija en el lago, ojos perdidos, y Okuma con un espléndido kimono a su lado.

El cielo seguía igual de azul, y la brisa igual de suave, las parejas salían de paseo y los aprendices se empeñaban en su oficio.

— Eran amables. — Respondió levemente, como si nada.

— ¿Viste algo raro en su casa o en ellos?

El agudo pero armonioso sonido volvió a los sonidos del muchacho, y sintió una extrema familiaridad con algo que nunca en su vida había escuchado y quizá nunca vea, porque le aterra el simple hecho de acercarse a su casa de nuevo.

Lo que le siguió a ese recuerdo fue la particular casa, que era muy llamativa a pesar de lo secundario. Sí, era de un hatamoto, pero no parecía existir mayor japonés en aquella casa que la servidumbre y uno que otro intérprete, además que adentro se veía muy exótico para su gusto, no había mayor cosa nacional. ¿De dónde vendrán?

— Pues sí, son extranjeros, no van a tener las mismas costumbres que nosotros... — La respuesta fue extrañaba, e intentando evadir a la chica, quien no le caía muy bien.

La chica se quedó callada un momento, quizá pensando en ello, Kaito no prestó atención a sus sentimientos o cómo estrujaba los labios.

— Entonces te veo otro día Kaito, adiós...

Okuma solo se fue, dejando a Kaito en paz con la vista del agua recorrer y una constante pregunta en su mente, que quizá no desaparecería por un largo rato.

¿Cómo eran los extranjeros?

Pero no podía volver a visitarlos, a sus ojos de seguro sólo era un trabajador más que sólo cumplía órdenes de un jefe (Aunque el jefe era su padre), tendría que tener una buena excusa, pero no le cuadraban muchas cosas, y tenía que salir de dudas.

Alguien se le acercó por la espalda, a juzgar por la sombra era alto, y su cabello curiosamente corto, aunque fuese de mal gusto.

— ¿El río tiene propiedades mágicas? — La pregunta fue de imprevisto, y el acento muy curioso.

— No, aunque en los seres que hab--

Se cortó a sí mismo de inmediato y se volteó al instante, era el extranjero, ya lo había visto dos veces seguidas y no sabía la razón. ¿Debería pedir un deseo? Porque esa suerte se la envidiaría cualquiera.

— Hola, mucho gusto. — Fue lo primero que el extranjero le dijo con solo verle, y fijarse en aquellos lindos ojos y ese curioso cabello claro.

— Ho-hola... — Fue la respuesta, asustado.

El extranjero se quedó callado un buen rato, viéndole de frente, y eso a Kaito le aterraba, en especial porque no conocía absolutamente nada de él en un sitio en donde casi todo mundo se conocía.

— ¿Qué tal? Es sorprendente poder volver a encontrarte, debido a que no conozco a muchas personas...

Kaito quedó expectante a lo que decía, no era tan tajante como alguien pensaría, pero el brillo de sus ojos indicaba algo completamente distinto, y eso le aterraba.

— Ehh, en fin. — La historia quedó corta cuando el extranjero sintió que no obtendría su objetivo de aquel modo, cambiando totalmente de estrategia.

Extendió su mano frente a él y sonrió.

— Me llamo Christopher, aunque me suelen llamar Chris. ¿Y tú?

La mano que el extranjero había ofrecido quedó en el aire, nadie le había ofrecido la mano a Kaito así en su vida, y no sabía realmente qué hacer con ello, solo caminar para atrás y quedar al borde del puente, al borde de caer.

Chris notó esto y escondió su mano, haciendo una reverencia en su lugar, olvidaba que las costumbres eran totalmente distintas, y por lo tanto debía tener extremo cuidado.

— Yo me llamo Kaito, mucho gusto... — Respondió el muchacho de pelo azulado, dando también una reverencia, destartalado.

Luego hubo un silencio, Chris notó lo incómodo que Kaito se sentía por su ubicación al borde, y le dio cierto espacio para poder moverse con una poca libertad, a pesar de estar atrapado en esa conversación.

— ¿Quieres venir a mi casa? Hay muchas cosas que podría enseñarte, te veías muy interesado ayer. — Ofreció el extranjero algo apenado, realmente no sabía tratar con personas nuevas en un ambiente tan diferente, y con condiciones completamente opuestas.

Kaito volvió a recordarlo, los puntiagudos y delicados sonidos que escuchó antes, volvían a repetirse una y otra vez en su cabeza, y consideró aquel como el momento perfecto para probar cosas que nadie pudo haberse imaginado.

— Oh, eso sería maravilloso, si es posible...

Lo siguiente fue caminar hasta Hōnda, y luego hasta la señorial casa en la que Chris vivía, saludar a Otora y también a la madre de Chris, quien estaba complacida con la presencia de Kaito ahí, según lo que le era traducido.

Era muy raro que alguien completamente diferente pudiera cautivarlo, y también que sea consciente de ello para aprovecharlo y así cumplir un objetivo misterioso a ojos de Kaito.

La sala principal estaba bien decorada con ornamentos de oro de todos los tamaños y colores, obras de arte que creyó imposibles por lo acercadas que estaban a la realidad, personas plasmadas en pinturas que parecían sacadas de un sueño, pero se parecían a Chris.

— Esto se ve irreal... — Kaito no evitó mencionar lo que se le venía a la cabeza mientras seguía a Chris por la hermosa casa.

Lo único que escuchó en respuesta fue una risa, eso tenía en común con los extranjeros.

El silencio se hizo presente mientras la vista de un muy anonadado Kaito recorría todos los objetos, no habían rollos de papel, no habían abanicos, los juegos de té eran excéntricos, nunca hubiese pensado que la vajilla sería así alguna vez.

Y finalmente, su destino.

— Está es la sala de música, mi madre toca el violín, yo toco el piano. — Mencionó Chris corriendo la puerta de shoji para que el japonés pudiera apreciar.

Ahora al parecer los extranjeros también tenían música, pero supone que muy distinta a la suya.

— ¿Violín? ¿Piano? ¿Qué es eso?

No entendía cómo un instrumento tan hermoso y esparcido como el shamisen no llega tan lejos como para que personas sacadas del mismísimo sol no pudieran apreciarla.

— Entra y lo descubrirás, Kaito. — El extranjero era cálido, y a pesar de no poder usar apropiadamente un idioma con el que no era cercano podía expresar algo de lo que sentía

No hubo mayor espera, Kaito ingresó a la habitación con altas expectativas y no fue decepcionado en lo absoluto, frente a él ya se apreciaba una habitación con una longitud media de cuatro tatamis y algo, y estaba llena de muchas más maravillas.

Varios papeles sin enrollar de un color amarillento se amontonaban por todos lados, pero dos objetos llamaban su atención mucho más que el alrededor, que posiblemente sólo complementaban la majestuosidad de lo desconocido.

Lo primero que captó su curiosa vista fue el objeto más grande, una cosa sin forma aparente, su color era negro, tenía ruedas y también una butaca que combinaba en la gama de colores, sobre una de sus curvas yacía uno de los papeles amarillentos sin enrollar con líneas negras que no sabría clasificar, en general le recordaba a una de las carretas de los vendedores de pescado.

Por otro lado, el otro objeto era más pequeño y de un marrón claro muy cálido, brillaba con la luz de la tarde que se colaba por la ventana de la habitación, tenía cuerdas y a su lado había un palo a juego, de cierta forma le recordaba a un shamisen, pero muy poco.

— ¿Y esto qué tiene que ver con la música?

Otra risa, Kaito no llegaba a entender del todo la razón pero por lo menos sabía que los extranjeros eran tan iguales a él como lo hubiese pensado.

— Estos son los instrumentos que usamos en Europa, el violín y el piano.

— ¿Y cuál es el que suena puntiagudo?

Chris ingresó a la habitación cerrando el shoji tras de sí y se sentó a un lado de la butaca negra que acompañaba a la extraña carreta, o mejor dicho, el piano.

Kaito siguió a su nuevo amigo y se sentó a su lado, con bastante curiosidad y realmente expectante. Chris abrió el instrumento, había una tapa oculta que escondía unos finos palos de color blanco de un material que no encontraría en ningún otro lado, y colados pequeños palos negros, del mismo misterioso material.

— Estas son las teclas del piano, ahora te voy a demostrar cómo se toca. — Explicó el muchacho del sol con dulzura, poniendo sus grandes manos sobre el instrumento, y presionó las teclas.

La música que tanto había hecho soñar a Kaito se estaba volviendo a reproducir, y a pesar de no ser la misma melodía seguía relacionándolo a Tsubasa, su amor imposible, o a Oki, la esposa de su hermano.

Mientras Chris tocaba el joven Kaito cerró los ojos a escuchar con atención, imaginando los sonidos y a quienes lo relacionaba, sintiendo la angustia, melancolía e impotencia que se lo llevaba y lo traía de nuevo.

— Quiero tocar

Con los ojos cerrados Kaito interrumpió la canción para él mismo hacerlo, pero nada fue acorde a lo que deseaba, y lo dulce del puntiagudo instrumento se volvió una tormenta.

Chris volvió a reír, Kaito abrió los ojos.

— Kaito, primero tienes que aprender a tocar. — Advirtió el extranjero tomando las manos de Kaito entre las suyas para alejarlo de las teclas.

— ¿Me enseñarías?

Kaito sonreía al observar los fantasiosos ojos decielo del extranjero que juraba que no eran reales, al igual que él y su apariencia.

— Me encantaría.

Ambos rieron, y las lecciones iniciaron. 

A/N

Me demoré un chingo y está bien pendejo, grax   

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro