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E3


Los reality shows de bodas eran un paseo en el parque con los dramas que se armaron durante la boda de Romero y Juliana. Desde Romeo y Julian armando escenitas de telenovela, pasando por el papá malo que hizo llorar a la novia, hasta terminar con el escándalo que se armó para repartir las cabañas y los sitios donde dormirían, todo eso volvió la boda un evento inolvidable.

Ahora estaban desayunando en el restaurante, los amigos estaban en la mesa de los novios, Romeo y Julian desaparecieron de la vista de los demás, pero ellos sospechaban que estaban recuperando el tiempo perdido, así que eso los dejaba a merced de la curiosidad de los mayores, quienes les obligaron a soltar los detalles de su historia hasta el matrimonio.

Aquello parecía una bomba de tiempo y dado que Julio era un descarado hijo de puta, eso dejaba a Tom cómo el mediador de toda aquella escena. Él sería quien detendría aquella receta para el desastre o al menos eso se suponía.

José Julian los miró con una mezcla de suspicacia, mal humor y curiosidad genuina mientras picoteaba la fruta que le habían servido con el tenedor.

—Así que, ustedes se han casado ¿Cierto? —él parecía haber encontrado muchas piezas que no encajaban en la imagen de los dos juntos—. ¿Cómo es eso posible? —su pregunta sonó bastante incrédula, parecía que aún no terminaba de digerir todo aquel asunto de las peleas y las bodas. En cierto modo Tom se sintió un poco mal por el hombre, aunque eso no lo volvió más blando.

—Culpa a las leyes progresistas y las huelgas del colectivo —respondió Julio en tono divertido, mientras se llevaba un poco de pan a la boca—. Vivan los juzgados inclusivos —agregó en un balbuceo, mientras levantaba un puño al aire.

—No estoy hablando de eso —espetó el hombre, quien parecía tener una vena a punto de reventar de en su cuello—. Me refiero a que ustedes no parecían llevarse muy bien que digamos —dijo obviando el hecho de que ellos peleaban todo el tiempo—. ¿Cómo es que han conseguido casarse sin rebanarse el cuello cuando duermen? —A pesar de su lenguaje rudo, el hombre parecía tratar de comprender con mucha fuerza.

—Cuando tengo muchas ganas de asesinarlo descargo mi ira de forma terapéutica teniendo sexo duro en lugares inusuales —comentó Julio, mirándose las uñas, cómo si aquello no fuera la gran cosa.

Tom le dio un pisotón tan fuerte que el muchacho apenas y pudo contener un alarido de dolor.

—Nosotros ya no peleamos cómo antes, aprendimos a llevarnos bien, excepto cuando Julio insiste en ser un gran bocón —explicó con una sonrisa en el rostro que fue tan falsa que daba escalofríos.

Aun así, José Julián no se mostró en lo absoluto sorprendido o impresionado por las palabras de los chicos. Él parecía estar tratando de comprender la naturaleza de la relación que sostenían. Era probable que estuviese pensando en su propio hijo y en Romeo, quienes parecían haber cedido en un momento de sentimentalismo a una relación que a simple vista no tenía mucho futuro.

—Entonces, me están diciendo que ustedes han permanecido más de cinco años lejos de la familia y se han casado en secreto —explicó—. ¿Pero han invitado a Mefisto a su boda? —el hombre parecía reparar en detalles extraños dada la naturaleza del relato.

—Así es, el tío ha sido muy amable hasta ahora —opinó Julio señalando la mesa de al lado—. Y ahora está siendo extra amable con tu mamá Tom —comentó, haciendo una mueca hacia el hombre, quien parecía coquetear con Lucía de una peculiar manera.

—Dios, cierra la maldita boca —espetó Tom, llevándose las manos al rostro. Parecía muy abochornado.

—No es de extrañarse, ellos fueron novios cuando eran jóvenes, pero terminaron cuando Mefisto se fue de la ciudad por trabajo —comentó Lilia, la madre de Julian, con una sonrisa en el rostro. José Julian la miró cómo si estuviera loca.

—¿Que Mefisto qué? —su rostro era un poema.

—Es historia vieja —opinó Diana desde su lugar—. Ella conoció a su marido casi enseguida y ellos nunca le contaron a nadie de eso —agregó con una sonrisa divertida en el rostro.

—¿Mefisto les contó? Se supone que yo soy su hermano ¿Por qué nunca me dijo nada? —Gruñó cruzándose de brazos—. ¿Por qué nadie me cuenta lo que está pasando? Siempre me tengo que enterar de todo por boca de los demás —Espetó. Julio no estaba seguro de si hablaba de su hermano, de su hija o de su hijo.

—Eso es porque eres un intolerante hijo de puta —opinó Ricardo mientras fingía que estaba muy interesado en su comida.

—¿Cómo me has llamado? —preguntó José Julian mirando al hombre como si estuviera considerando reventarlo a golpes.

—Si le sirve de consuelo puedo decir que yo tampoco lo sabía —intervino Tom, haciendo una mueca entre desconcierto y terror—. Joder, yo podría haber muerto sin saberlo —agregó, fingiendo que tenía arcadas—. ¿No es Mefisto muy mayor para ella? —agregó echándole un vistazo rápido.

Diana y Lilia sólo comenzaron a reírse. Parecían divertidas mientras revelaban los secretos de la juventud de todo el mundo. Por lo que Julio había escuchado ellas fueron muy amigas alguna vez, incluso su propia madre estaba en aquel grupo de amigas de la infancia, así que podía decir que aquello era el resultado de una feliz reunión.

—No soy quien para juzgar Tommy —comentó Julio levantando las manos, tratando de quitarle hierro al asunto—. Pero me parece que es sólo que tu madre se ve joven.

—Así es, nadie debería juzgar las relaciones de los demás sólo porque no parecen correctas a simple vista, además, de hecho, sólo se llevan tres años —agregó José Julian en tono juicioso. Todos en la mesa le miraron cómo si tuviera dos cabezas y nueve brazos—. ¿Qué? —Preguntó el hombre—. Yo no tengo la mente tan cerrada cómo piensan.

Ahí estaba, todos dejaron salir el aire de sus pulmones, sólo era un tipo tratando de demostrar algo. En ese sentido su hijo se parecía mucho a él, los dos eran muy orgullosos, no les gustaba perder, Julio los conocía los suficiente a los dos cómo para tenerlos girando alrededor de su maquiavélico meñique, aunque José Julian fuera un adulto responsable, no podía evitar comportarse como un niño cuando estaba rodeado de sus compañeros de generación.

—¿De qué están hablando? —preguntó Graciela, quien se acomodó en la mesa con un plato de comida en la mano. A su lado Julio César hizo lo mismo.

—Mi querido maridito está diciendo que él es un hombre de mente abierta que está de acuerdo en no juzgar las relaciones de los demás —comentó Lilia, con una mueca que decía claramente que ella no creía que las palabras del hombre fueran ciertas.

—Vaya ¿Eso quiere decir que no se meterá en la relación de Romero y Juliana? —comentó en tono distraído.

Marina, quien estaba tan callada que casi desaparecía en su asiento, casi se atora con la bebida y tuvo que golpearse el pecho antes de calmarse.

—Uh, claro que no lo haré —aseguró, apenas manteniendo la fachada.

—¿Tampoco lo harás con Romeo y Julian? —agregó Ricardo en tono de incredulidad, mientras alargaba la mano para tomar la sal de en medio de la mesa.

El hombre se aclaró la garganta, haciendo una mueca de puro terror, pero al ver las miradas de los demás sobre él, tosió un poco y asintió.

—Claro, él ya es mayor cómo para que me meta en su vida —dijo, pero después de que las palabras salieron de sus labios, los apretó cómo si se negara a dejar salir alguna otra estupidez.

—Marina también ya es mayor, va a diecinueve pronto, seguro que si tuviera novio usted tendría una mente tan abierta que no le reñiría —Julio comenzó a cortar la carne en su plato, dejando caer el comentario cómo si no fuera nada.

—¿Qué? —su voz salió una nota más alta de lo que se esperaba. Lilia soltó una risita, mientras la chica se ponía pálida.

—Intolerante hijo de puta —murmuró Ricardo una vez más, logrando que Diana le pegara un codazo en las costillas. Sin embargo, José Julian alcanzó a entender lo que el hombre había dicho y aquello picó su orgullo.

—Bueno, ella puede hacer lo que quiera, confío en ella, yo la crie, así que pienso que tiene un buen criterio —Otra vez sucias mentiras salieron de sus labios porque sus ojos parecían a punto de saltar de sus cuencas.

—Genial, Marina ¿Por qué no le enseñas a tu novio? El vendedor de patas de cerdo ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¡Ah! ¡Ya! ¡Mika Cortéz! —Julio hizo un buen trabajo fingiendo que no tenía idea de los problemas que podían causarle a la chica con aquella información, pero ella sí que sabía la bronca en la que se estaba metiendo. Por lo mismo se puso pálida cómo el papel, mientras su padre soltaba una exclamación y se levantaba de su sitio hecho una furia.

—¿Que dijiste? —gruñó, adoptando una expresión de asesino serial en busca de su próxima víctima.

—Vamos, cariño, no te pongas así, que Mika es un buen chico —comentó Lilia, dándole un par de palmadas en el hombro.

—¿Tú sabías de esto? —preguntó el hombre, frunciendo el ceño. Ella asintió con una sonrisa divertida en el rostro, mientras Julio César, Julio y Graciela le miraban expectantes.

—Estoy seguro de que Marina es una niña lista, ella nunca saldría con un mal chico —dijo el primero.

—Eres muy admirable primo, dándole tanta libertad a tu hija, tan diferente del abuelo —agregó la segunda.

—Tío, es usted un ejemplo a seguir, todos los adultos de esta familia deberían comportarse así de maduros —opinó Julio, cómo quien no quiere la cosa.

José Julian observó a todos con la cara roja de vergüenza e ira, para finalmente fijarse en el asustado rostro de Marina.

La pobre parecía que estaba a punto de sufrir un paro cardiaco, pero, después de que Julio le diera un pisotón debajo de la mesa ella supo qué hacer.

—Te amo papá, eres el mejor —dijo con tono mimoso y José Julian tuvo que sentarse en su sitio, tragándose todo lo que tenía que decir.

Julio, Julio César y Graciela no dijeron nada, pero todos podían ver el brillo de maldad en sus ojos. Esa pequeña rama de la familia era demasiado maliciosa y no había nadie que dijera lo contrario.

Tom sonrió, José Julian había sido embaucado.


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