3
Tom estaba soñando. La noche parecía más larga de lo que realmente era y le permitió vagar en su subconsciente sin preocupaciones. Permaneció hundido en un mundo onírico que se veía tan real, que casi creyó que se encontraba despierto.
En el sueño estaba sentado en medio de una gran habitación, tenía cinco años otra vez y todos sus juguetes favoritos se encontraban regados en el cuarto. Había un pastel enorme para él solo, su madre le llevaba dulces para cenar y su padre aún estaba vivo.
Sin embargo, se aburría muchísimo, porque estaba encerrado en aquella bonita habitación y cada mañana se asomaba mirando por la ventana, deseando poder salir a jugar con aquel niño tan divertido que correteaba por el patio. Sonriendo, le saludaba con la mano, llamándole para que fuera con él, pero el niño jamás volteo a verle.
Durante todo el sueño, lloraba porque se sentía solo.
Julio se acomodó a un lado de Tom, con una manzana en la mano y el mando del televisor en la otra.
—Este canal tiene muy buenas películas —dijo dándole una mordida a la fruta—. Ayer pasaron Jet boy en una transmisión especial de cine francés, hoy pasarán "El final de mis días", aunque, así como estás no creo que te vaya a gustar tanto como la anterior —Él se quedó mirando la pantalla un momento y luego lanzó una exclamación—. ¡Oh! Ya está por comenzar, hay que guardar silencio, así que perdóname si hago que te pierdas algo por parlotear como un idiota —Y le dio otra mordida a su manzana.
Julio permanecería en su lugar durante la siguiente hora y a pesar de su petición de hacer silencio, comentaría cada cosa relevante de la historia.
Tom por su parte, haría lo mismo de siempre, dormir, dormir y dormir.
—¡Julio! —exclamó Graciela, su madre, al encontrarlo acostado en la cama de Tom mientras veía tranquilamente una película—. ¡Quítate de ahí! —gruñó viendo con disimulo a Lucia, la madre de Tom, tratando de saber si ella estaba molesta.
—Está bien Graciela —dijo la mujer—. Le está haciendo compañía a mi Tom.
Luego del accidente donde un vehículo desconocido les arrolló, Tom y Julio habían quedado tirados en la carretera hasta que la familia de Julio los encontró y llamaron a una ambulancia. Este último permaneció inconsciente alrededor de dos semanas, sólo para despertar en un mundo muy diferente al que conocía.
Para empezar, ni siquiera estaba en el mismo estado. Sus padres se movieron hacia el mar. La madre de Tom también lo hizo, ella vendió todas las propiedades que le había dejado su madre para poder comprar una nueva casa, muy lejos del resto de su familia. Para Julio el despertar fue muy difícil, estaba desorientado y tenía una sensación de vértigo constante que fue desapareciendo poco a poco, hasta dejar su vida en un silencio tranquilizador.
Tom, sin embargo, a pesar de haber pasado ya medio año, seguía sin mostrar progresos en su condición. Habían tenido que operarle la pierna destrozada en una maniobra riesgosa, el chico aún se hallaba despierto cuando lo intervinieron, pero después no volvió a abrir los ojos y Lucía culpaba a los médicos por ello.
Sin embargo, ella aún mantenía la esperanza de que su hijo recuperase la conciencia pronto y parecía ponerse de muy buen humor cuando Julio se pasaba a ver películas en la habitación de Tom. Al menos de tan buen humor como la tristeza le permitía. Ella sabía que aquello era beneficioso para su hijo, que le ayudaría a despertar, así que Julio se esforzaba por darle a la mujer unas pocas horas de descanso. Lucía estaba segura de que la compañía era de ayuda para su hijo, de modo que él se aparecía por ahí cada vez que tenía la oportunidad.
—Por favor, sigue viniendo a pasar el rato con mi Tom —Le dijo esa tarde, antes de marcharse para realizar las diligencias del día.
Ella había trasladado a Tom a su casa y contrató a una enfermera para que se hiciera cargo de todos sus cuidados. Esta aparecía en las mañanas, le limpiaba, revisaba los signos vitales del muchacho y se marchaba hasta que daban las cinco de la tarde, cuando regresaba para repetir el proceso.
Antes de aquella mujer Julio nunca había encontrado sexy el asunto de la enfermera, sin embargo, siempre había una primera vez para todo.
Ana Cranston entraba fácilmente en la descripción de femme fatale. Tenía curvas pronunciadas, labios gruesos y un caminar cadencioso que distraía cualquier hombre que la mirara. Justamente por eso la madre de Tom se vio reacia a contratarla, no entraba en su descripción de "adecuada" para el cuidado de su hijo. Sin embargo, luego de ver sus referencias y el limpio historial que tenía, terminó por ceder a la presencia de la mujer.
Lucía era de personalidad sencilla y algo tradicional, así que fácilmente se sintió amenazada por la presencia de Ana, sin embargo, después de notar que la mujer se interesaba poco en otra cosa que no fuese el cuidado de Tom, dejó de prestarle la atención que debía. Era obvio que Ana no planeaba hacer nada más que su trabajo, lo que no sabía es que ella ya se había fijado en un jovencito delicioso que se pasaba seguido por la casa.
—¿Tarde de películas? —preguntó Ana asomándose en el cuarto, encontrándose con Julio acostado al lado de Tom.
—Es un maratón de cine francés —agregó este sin voltear a verla.
Ana sonrió, moviéndose en silencio, encargándose de cambiar el suero y vigilar que todo se encontrase en orden. Julio, a pesar de que evitaba mirarla, era muy consciente de la manera en que la mujer se inclinaba para sacar la bolsa de suero nueva, logrando que la ajustada pieza que llevaba encima se pegara, mostrando las formas que habían debajo.
Aunque lo intentaba con todas sus fuerzas, ignorarla era una tarea titánica.
La mujer a veces se inclinaba cerca de él con la excusa de alcanzar a Tom, mostrando su escote sin ningún tipo de vergüenza. Aquello era algo que le distraía de sobremanera; el cine francés era interesante, pero el cuerpo de Ana era, sin lugar a dudas, una obra de arte.
Julio, como un tremendo idiota, se había prestado a las insinuaciones de Ana, respondiendo de manera sutil, a veces de forma positiva y otras de forma negativa. A ella le gustaba el tira y afloja, estaba siempre al pendiente de las reacciones de Julio, era evidente que todo el asunto la mantenía interesada.
Por culpa de aquella actitud irresponsable no se dieron cuenta la primera vez que Tom movió un dedo, ni cuando su rostro mostró un pequeño signo de movimiento, mucho menos cuando el chico abrió los ojos durante algunos segundos.
Lo hizo cuando nadie lo estaba mirando, las gasas en sus ojos estaban ligeramente arrancadas. Aturdido, mareado y cansado, escuchó un festival de risitas y besuqueos en la habitación de al lado.
Esa vez Tom volvió a dormirse casi enseguida, así que su madre realmente se sorprendió un par de noches después, cuando hablaba con su hijo sobre las cosas que le habían pasado en el día y este movió las manos, comenzando a balbucear.
Al principio ella pensó que era alguna clase de broma pesada, sin embargo, ahí estaba Tom, despierto y luchando por articular palabra, aunque su pobre voz estaba tan atrofiada que era difícil hacerlo.
Gritos de felicidad y algarabías se escucharon esa noche por la cuadra, como si se hubiese terminado la cuenta atrás en año nuevo.
Un deseo fue cumplido y la beneficiaria del mismo, no tuvo que comerse doce uvas antes de la media noche.
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