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10


Julio estaba tumbado en el sillón de su casa. Era fin de semana, domingo y sin nada que hacer. Hastiado miró su teléfono, no tenía ni una sola persona con la cual salir por ahí. Él no era nuevo en la ciudad, tampoco nuevo en la universidad, pero los chicos habían comenzado a llamarle con el apodo que sus compañeros usaron con él cuándo estaba en primero de primaria: Julio el sombrío.

Recordaba que cuando era pequeño a los niños no les gustaba jugar con él, decían que era raro, que siempre estaba enojado y como era grande le tenían miedo. Todo aquello cambió cuando, comenzó a pelear con Tom, de repente los demás chicos se dieron cuenta de que no era ni la mitad de fuerte de lo que parecía y que hacía unas bromas buenísimas. Sin embargo, en esa nueva escuela no había un Tom para molestar.

Suspiró, había pasado de ser Julio el sombrío, a Jerry y ahora volvía a ser Julio el sombrío.

Apestaba. No le molestaba el mote en general, sino porque la gente se alejaba de él, por lo tanto, no tenía amigos y en consecuencia no tenía nada que hacer ese domingo en la tarde.

El tedio era el peor enemigo de Julio De La Vega.

—La gente que duerme todo el día se apesta —dijo su mamá después de verle tirado frente al ventilador durante tres horas seguidas—. Párate y anda a hacer algo de utilidad —Le regañó quitándole el cojín en el que descansaba la cabeza.

—Pero mamá, no hay nada que hacer —se quejó como un niño pequeño, acomodándose en su lugar, sin hacer amago de levantarse.

—Acabo de ver a Tom armando un rompecabezas en el corredor de su casa, anda a jugar con él, que debe de estar muy aburrido el pobre —Le pidió Graciela como cada vez que podía. La mujer se sentía muy mal por Tom, quien llevaba ya bastante tiempo aislado y le pedía a su hijo a menudo que fuera a hacerle compañía.

—Anda a jugar con él —repitió Julio en tono burlón, recibiendo como respuesta un golpe en la cabeza con el cojín.

—¡Niño grosero! ¡Que soy tu madre! —exclamó la mujer, causando que Julio lanzara un quejido. Graciela le hablaba como si tuviera cinco años y luego se quejaba cuando él se comportaba de manera infantil.

—¡Auch! ¡Déjame! No quiero ir, de todas formas, Tom no me habla —se quejó incorporándose.

—¿Cómo? ¿Se han peleado? ¡Pero si ustedes se llevan muy bien! —exclamó, era evidente que no tenía idea de lo que estaba hablando, sin embargo, Julio agradecía que sus padres se hubieran hecho de ideas equivocadas, gracias a eso había podido ir a sus anchas de una casa a otra y pasar el rato molestando a Tom.

Sin embargo, luego del incidente con Dominik, Tom había dejado de hablar con él... De manera literal, no le contestaba las preguntas, como si le hubieran cosido la boca, se la pasaba ignorándolo. Julio había intentado de todo, pero Tom no soltaba prenda.

Él incluso le compró un montón de cosas para que se contentara, jugos, dulces, comida, algunos discos de música; por supuesto que Tom se quedaba con todo, pero seguía sin responderle.

—Aaaah —Julio hizo una pausa—. Pues algo así, pero ya no nos hablamos, está enojado conmigo por no sé qué razón —Aunque la verdad era que Julio sabía.

Graciela soltó un bufido y luego se le quedó mirando, evaluando sus palabras, era cierto que últimamente su hijo estaba un poco irritable, pero no se había detenido a pensar en la razón. Ahora entendía un poco lo que estaba pasando.

Su hijo era de los que la cagaban y nunca pedían disculpas; El hermano de Graciela siempre influenciaba a los niños de la familia y más de una vez le encontró dándoles el mismo consejo.

—Hay dos cosas que nunca, nunca, deben decir si se consideran hombres —él hacía una pausa dramática—. Por favor y gracias, es parte de las reglas de la hombría.

Y claro, ella estaba segura de que Julio no creía en eso, pero también de que su hijo era muy chico cuando escuchaba la palabrería del hombre y algo de eso terminó quedándosele.

Exasperada se sentó en el sillón frente a Julio, mirándole fijamente.

—Tú sabes por qué está enojado —dijo ella cruzándose de brazos—. Puedo verlo en tus ojos, ahí, detrás de tu eterna negación —agregó señalándole.

Julio soltó un bufido. Ellos tuvieron un largo duelo de miradas, que por supuesto, Julio perdió.

—¡Bien! ¡Sé por qué está enojado! Pero ¿sabes? Le hice un favor, un gran favor, su nuevo amiguito era un poquitín raro y no le convenía —Le explicó asintiendo varias veces, como tratando de convencerse de sus palabras.

El problema en ese instante es que él realmente pensaba que había hecho lo correcto, aunque quizás de la manera equivocada.

Su madre suspiró.

—Ya ¿Qué hiciste? —preguntó tratando de creer que no era lo que se estaba imaginando.

—Solo... Como que guie a uno de sus amiguitos para que dijera algo estúpido y se pelearon, no es la gran cosa, no lo conocía bien —se justificó de inmediato.

Su madre guardó silencio un momento, se quedó pensando, aquello sonaba como algo que su hijo haría, con la malicia de un niño y los medios de un adulto, era una mezcla peligrosa según su criterio. Julio Cesar, el padre de Julio, era muy parecido cuando era joven; en la actualidad se comportaba como un hombre centrado y simpático, pero no siempre fue así. Por suerte, Graciela nunca fue una dulce damita y supo poner al hombre en su lugar, sin embargo, estaba segura de que Tom era mucho más tranquilo que ella en su juventud.

Negando con la cabeza, suspiró mirando al muchachito descarado delante suyo ¿Por qué no tuvo una niña? Se preguntó para sus adentros y luego ladeo el rostro, arrepintiéndose de su pedido, una niña sería aún peor, al menos una niña con la forma de ser de Julio habría podido ablandar su carácter rápidamente, ya la imaginaba consiguiendo las llaves del auto a los dieciséis con solo un aleteo de sus pestañas.

La idea le causó escalofríos, obligándola a centrarse de inmediato en el problema actual.

—¿Sabes? La gente suele llamar de una manera a las personas que hacen cosas como tú; imbéciles —su madre suspiró—. El punto no es que se pelearan, o que el chico dijera algo malo, yo creo que el problema es que tú lo causaste y tienes que disculparte con Tom —dijo recargando el rostro en una de sus manos.

—¿Disculparme? —preguntó Julio frunciendo el ceño y luego su cara se iluminó mientras se levantaba del sillón. Él era bastante más expresivo cuando tenía confianza con la persona a la que se estaba dirigiendo—. ¡Oh, ya veo! ¡Voy a hora mismo! —agregó, pero su madre se apresuró a tronarle los dedos señalando el sillón.

—Sentado —ordenó y por inercia Julio le obedeció—. Primero, un "lo siento" vacío no es nada y no vas a lograr que Tom esté menos enojado contigo si te limitas eso —Ella hizo una mueca—. Para la mayoría de las personas, las acciones son mucho más contundentes que la cháchara sin sentido —Ella había adoptado la pose que utilizaba con sus alumnos. Ser la consejera vocacional de una escuela secundaria le había dejado muchas manías, porque sus chicos casi nunca le pedían ayuda con sus elecciones escolares, aunque sí con cuestiones personales.

—Entonces ¿Qué tengo que hacer? —gruñó—. ¿Ponerme de rodillas? No voy a ponerme de rodillas.

—No, no hablo de eso —Graciela se quedó en silencio, torciendo el gesto a uno pensativo y luego sonrió—. ¿Por qué no arreglas las cosas entre él y su amigo? Consigue que hablen y aclaren el malentendido, si es un buen chico Tommy lo perdonará y así también podrá saber que tus disculpas son sinceras —dijo asintiendo, muy orgullosa de su idea.

—Creo que voy a arrodillarme —contestó Julio de manera inmediata.

—Julio —advirtió Graciela.

—Es que no me apetece hablar con ese tipo —gruñó retorciéndose en su lugar.

—Pues ese es el punto —La mujer le hizo una seña con la mano—. Bueno, eso solo es en caso de que quieras que vuelva hablarte, si no, puedes seguir pudriéndote en tu sillón un domingo por la tarde —agrego levantándose y dirigiéndose a la salida—. Lo que sea, ahora tengo que hacer las compras, avísale a tu papá que me llevé la camioneta —Y se fue dejando a Julio de peor humor que antes.

No quería, pero iba a tener que hablar con el tal Dominik.


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