Prólogo
Era una noche fría de invierno y el viento azotaba con toda su fuerza en las afueras, pero en el cálido interior de la mansión Vandervick, todo era tranquilidad o lo aparentaba, tanto Alisa, como Duncan, tenían clavada una espinita en el corazón, que desde hacía días perturbaba su paz, pero fingían indiferencia, o simplemente negaban su existencia. Luna su pequeña hija dormía plácidamente y ellos en su habitación se miraban sin decir absolutamente nada, había algo, una especie de barrera invisible que los separaba, se amaban, pero no sabían cómo demostrárselo el uno al otro, eran buenos padres, pero por separado, juntos solían contradecirse.
Ella era una mujer muy terca, orgullosa y tan pragmática como podía ser una abogada de la fiscalía, y él era perfeccionista y muy absorto en su mundo, como el magnate en la industria de ordenadores que era, aunque ninguno de los dos podía negar la enorme pasión que había entre ambos, cuando estaban solos en la habitación, su calor, su ternura, su amor se encendía y cobraba vida, entonces podían llevarse, y dejaban atrás las máscaras y eran uno mismo, sólo de forma física podían demostrarse cuanto se amaban, porque con palabras eran un fracaso y con detalles ni que decir.
Su relación estaba rota, ambos lo sabían, pero ninguno se atrevía a admitirlo.
Ambos deseaban un amor más espiritual, más comprensivo y emocional, pero sabían que no podían dar la talla, en conclusión, no sabían cómo amarse y al parecer sólo en la cama podían entenderse.
─Deberíamos dormir, es tarde y está muy frio el clima, necesitamos entrar en calor.
─Cierto, pero no me apetece dormir, quiero encontrar calor de otra forma más íntima, excitante y romántica.
Ella le miro a los ojos entendiendo lo que él pedía, sintió como le acaricio suavemente la mejilla y enredaba un mechón de su cabello entre los dedos.
─ ¿Quieres que? Duncan estoy cansada y.....
Lo miro a los ojos y vio el fuego en ellos, se estremeció, pero no pudo evitar desear a su marido, era tan atractivo, y después de todo le pertenecía. Por un momento se imaginó hambrienta y sedienta caminando en el desierto y ante sus ojos le presentaban un jugoso filete y una opa de vino tinto. Por qué a veces así veía a su marido, como un buen trozo de carne o un ser embriagante.
─Está bien. ─ Sonrió. ─ Yo también quiero sentir tu calor, tus besos, tus caricias, ¿ahora?
─Sí, ahora.
Él apago la luz y comenzó a besarla, ambos se dejaron llevar por su amor, más bien por su pasión y deseo, entonces finalmente pudieron entenderse o eso creyó.
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