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Los cuervos volaban alrededor y llenaban el aire con horribles graznidos que le ponían el pelo de punta a Alianna. El viento que soplaba era frío y parecía traer consigo centenares de copos de nieve, aunque este no podía verse y de igual forma era una idea estúpida. Nunca nevaba en Clung.
Alianna observaba el agua cristalina de la corriente que recorría la gran parte del bosque real, un gran pozo que simbolizaba la pureza de aquellos que podían verse reflejados en él. Estaba helada cuando metió su mano y le congeló los dedos y eso le encantaba porque significaba que todavía podía sentir. Tras haber vivido años bajo los dominios de su padre, era sorprendente que todavía pudiera darse aquel lujo.
Su madre y hermana nunca pudieron entender por qué gustaba tanto de entrometerse en aquellos lares para sentarse por horas a contemplar su reflejo en el pozo en lugar de trabajar en cosas mucho más productivas como aprender el arte de hilar, historia, lectura o danza. Alianna tampoco comprendía a la perfección su placer por estar en aquella laguna, pero quería creer que se debía a que al mirarse y darse cuenta de cómo iba avanzando en edad y belleza podría analizar con quien querría prometerla su padre.
También se debía a que odiaba ver los estandartes negros en las salas. Significaba que una nueva familia vendría para reclamar el dinero por los servicios de su hijo en la guerra.
Y ella entendía a la perfección que ellos jamás ganarían la guerra.
Sus dedos comenzaban a entumecerse por estar jugando con el agua durante tanto tiempo y Alianna se dio cuenta de que sería mejor que se retirase con prontitud si no deseaba enfermar. Dando una última mirada a aquellas aguas profundas y cristalinas, se levantó y caminó a la entrada del bosque.
Ser Jonnah nunca deseaba seguirla adentro cuando realizaban sus caminatas, así que Alianna tenía unos 20 minutos de perpetua soledad antes de retomar sus tareas habituales. La brisa removía su cabello rojo pero no se molestó en subir la capucha de la capa que colgaba en sus hombros. De igual forma una mujer nunca podía verse perfecta cuando ya tenía los pies llenos de barro.
— ¿He tomado más de tu tiempo?
Ser Jonnah negó con prontitud. Alianna siempre se preguntaba qué haría aquel hombre durante las largas horas que ella pasaba metida jugando con su reflejo, pero siempre llegaba a la misma respuesta: Era un hombre y ella nunca lograría entender cómo funcionaba su cabeza.
Una vez le había preguntado a su hermano menor Peter el cómo se entretenía cuando todos en el castillo estaban ocupados y hasta el día de hoy no lograba entender su respuesta.
— Me entrenó en el arte de la espada con el maestro de armas. Dice que algún día podría ser un caballero.
— ¿Y qué haces después? Mientras mamá, Vidian y yo estamos en distintas comitivas y padre se encuentra resolviendo asuntos del reino.
Peter se encogió de hombros: — El general Hoat me enseña las tácticas que maneja padre para la guerra. Dice que un buen príncipe debe estar atento a todo lo que ocurre a su alrededor.
— ¿Nunca haces nada divertido aparte de pensar en batallas?
— Un día yo voy a estar dirigiendo las batallas. ¿Qué puede ser más divertido que cuando llegué el día y sea mejor que todos mis oponentes?
Alianna no veía lo divertido en asesinar gente inocente solo porque servían bajo el banderín incorrecto, y cuando se lo hizo saber a Peter él solo dijo que eso era porque ella había nacido para criar pequeños niños en su vientre y aquello la hacía incapaz de entender lo que él y su padre hacían para mantenerla a salvo. Alianna no lograba entender como un busto podría hacerla diferente a su hermano, pero al parecer no solo Peter opinaba de aquella forma.
Ser Jonnah caminaba en silencio a su lado por los verdes prados que debían surcar para llegar al castillo. Algo en sus ojos negros le recordaba a la joven princesa a una noche en dónde la luna no se dejaba contemplar por ojos mortales. El Meigi Saúl siempre decía que aquellas noches eran un augurio de mala suerte, un castigo de los Dioses para aquellos que no cumplían con sus mandatos y vivían en pecado.
— Los vientos se acercan con temor —Alianna anunció a la vez que un ventarrón sacudía sus largos mechones— El Meigi dice que una posible sequía podría acercarse.
— Los Meigi dicen muchas cosas, su alteza. Es difícil saber cuándo van a cumplirse.
— ¿No crees en los Dioses?
Ser Jonnah le sacaba una cabeza de alto y era flacucho comparado a otros pertenecientes a su guardia real, pero eso no significaba que fuera menos fuerte o que no estuviese dispuesto a entregar su vida por mantenerla a salvo. Alianna a veces solía olvidar que él no era su amigo pero si una especie de perro al que dar órdenes. Podría decirle que se quitará una mano y él lo haría sin pensarlo dos veces.
— Consideró que las oraciones y los lamentos van para tres personas: Las mujeres, los niños y los ancianos.
— ¿Qué sucede con los soldados?
Ser Jonnah negó: — He estado en la guardia durante ocho años y nunca he visto a los Dioses bajando para ayudarme a blandir mi espada cuando alguien comete un delito en la ciudad.
Alianna sabía que aquello era una mentira. Varias veces había visto que los Dioses realizaban milagros en las situaciones más desesperadas para mostrar su justicia a los hombres justos y correctos. De seguro era debido a su falta de fe por lo cual Ser Jonnah no recibía de ellos alguna guía.
Las majestuosas puertas se alzaron para recibirlos. Los guardias a ambos lados se mantenían en total quietud, como si fuesen piedras esculpidas perfectamente para mantener seguros a quienes se encontraran dentro. Alianna siempre había sentido un terror irracional por aquellos hombres cuya mirada vacía le contaba los perversos horrores que escondía la oscuridad. Era otra razón por la cual todas las noches rezaba que su padre y hermano no tuvieran que ir al campo de batalla.
Ser Jonnah la condujo tras los largos pasadizos de piedra caliza que dirigían a su recámara. En aquella tarde Alianna tan solo tenía pensado el sentarse y leer un rato a la luz de su ventanal mientras veía caer los últimos rayos del sol, ya después pensaría en cómo arreglarse de forma que se viera elegante pero sencilla cuando bajará a la cena de aquella noche. De seguro y se vería interrumpida por Vidian en unos momentos de forma que pudieran discutir sobre los nuevos jóvenes que habían enlistado sus nombres para la protección del reino, siempre con su hermana comentándole cuál de ellos era el más guapo mientras dejaba salir carcajadas tontas.
Alianna le seguiría el juego aunque sabía muy bien que ninguna de las dos sería comprometida con alguno de aquellos jóvenes. Ellas eran mucho más importantes para ser casadas con alguien de tan baja descendencia.
Ser Jonnah hizo una reverencia y se retiró para dejar a Alianna completamente sola. Con delicadeza retiró la capa de sus hombros lechosos y la dejó encima de la gigantesca cama que se encontraba en la mitad de su habitación. Pasando los dedos por su cabello empezó a desenredarlo a la vez que se acercaba al librero que estaba en la esquina derecha, al lado de la puerta por la cual ingresaban sus criadas cada mañana cuando debían prepararla para su rutina. Alianna normalmente las despachaba apenas veía que sus ropajes estaban puestos sobre la colcha y se encargaba ella sola de restregar la mugre de su piel, no soportando que manos diferentes la tocaran.
No había alcanzado a tocar un volumen de poemas cuando alguien tocó a su puerta y le dio entrada. El joven era Branden Mullington, un muchacho de trece años que servía de escudero a su padre y esperaba algún día ser nombrado Ser de la guardia real. El chico era torpe y un tanto tímido, cosa que le había ganado apodos descorteces por parte de Vidian.
— Sirve más para ser bufón que para blandir una espada. A menos claro que durante una batalla deba clavarse él mismo su daga, entonces escogió el trabajo indicado.
Alianna le vio inclinarse y le dedicó una sonrisa tierna para calmar al muchacho. Ella no era como su hermana y jamás se atrevería a burlarse de alguien que solo había cometido el triste error de una vez derramar vino en un vestido nuevo. Además, había soldados con menos honor que el joven Mullington.
— Su alteza, su majestad el rey me ha pedido escoltar a la sala de juntas en el menor tiempo posible.
Alianna frunció su ceño en preocupación y alarma. Su padre nunca pedía por su madre, Vidian o ella bajo ninguna circunstancia. Clamaba que las mujeres debían estar ocupadas con otras cosas en lugar de obstruyendo la visión de un hombre cuando debía tratar asuntos importantes que significaban un cambio en el reino: — Las cocinas y bibliotecas son para ustedes —Le dijo a Alianna antes de cerrarle una fría puerta de acero en la cara— El problema es que muchos hombres han permitido que se les olvide. Pero yo no soy como muchos hombres, para tu buena fortuna.
Viendo que esperaba una respuesta, Alianna se levantó y volteó a ver el cristal para asegurarse de que se encontraba lo suficientemente arreglada para impresionar a su padre.
— Muchas gracias por informarme, Mullington. Iremos enseguida.
Las cámaras de juntas se encontraban en la torre sudoeste del castillo, por lo que tenían que tomar aproximadamente veinte escaleras antes de llegar. Alianna no pudo evitar notar que Mullington se ponía nervioso al ver las cabezas de osos que colgaban de algunos muros o cómo observaba por el rabillo del ojo a las viejas pinturas de antiguos Protetivo, reyes y reinas, como si creyese que alguno le saltaría encima. Era gracioso para ella el pensar que alguna vez podría existir un guardia cobarde.
— ¿Te ha comentado mi padre la razón por la cual ansia verme?
— No, su alteza. El rey no suele compartir cosas importantes conmigo.
Alianna no tenía duda de ello. Solo preguntaba por cortesía, pero entendía perfectamente que la razón por la cual había sido Branden quien fue a buscarle era debido a que posiblemente estuviese pasando cerca a su padre y el rey le encomendará la tarea. Su padre jamás confiaría información importante con el muchacho a menos que supiera que iban a capturarle para torturarlo y obtenerla y está fuera falsa.
— Se ve muy hermosa hoy, alteza.
Alianna sonrió: — Es muy galante de su parte el mencionarlo, joven Mullington. ¿Qué tal ha ido vuestra práctica con el maestro de armas?
— El príncipe Peter maneja a la perfección la espada. El maestro considera que podrá empezar a entrenar la lanza dentro de muy poco tiempo.
— Si hubiese preguntado por mí hermano habría sido su nombre el que brotará de mis labios, no obstante me interesa saber de usted. La última vez que crucé durante un entrenamiento os vi sollozando por una herida en la pierna. ¿Has mejorado?
— ¿La herida o la espada, su alteza?
Alianna creía ya saber la respuesta a aquella pregunta por la evidente cojera del chico y su reticencia a contestar.
— Sorpréndeme.
— Al menos la espada no se me ha caído. Esa sería la mayor deshonra que podría traer a mi nombre.
Los Mullington no tenían mucho que perder de cualquier forma. Tuncston Mullington había perdido gran parte de su fortuna invistiendo en prostíbulos a lo largo de la ciudad y desde entonces la familia entera deseaba engrandecerse antes de que se vieran obligados a trabajar en ellos. Por lo que Alianna sabía, Branden era sobrino de Tuncston, hijo menor de Lady Meerena. Incluso antes de que su tío perdiera el castillo, él nunca hubiese heredado nada en absoluto pero aquello parecía mejor que las burlas de los pasillos cuando lo llamaban el Lord de las rameras.
— Rezaré para que perfeccionéis vuestro arte con la espada.
— Es muy dulce de vuestra parte, su alteza, pero ningún Dios podría hacerme blandir bien una hoja.
El chico se retiró y la dejó frente a la puerta de escalofriante hierro en dónde ella nunca había entrado. Ajustando sus hombros se acercó para tocar y escuchar retumbar la voz que le permitía el paso.
Su sorpresa al ver a su padre, madre y Vidian en la sala fue monumental. No entendía si ese era el día en que las reglas de etiqueta se estaban rompiendo. Su susto aumento al ver a su padre sonreír.
— Finalmente podremos comenzar está pequeña reunión familiar.
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