Después de la muerte de Bulma:
Mi vida se derrumbó cuando ella se fue.
Mi vida dejo de tener importancia, la vida de los demás dejo de tener importancia, la existencia misma ya me daba igual. Sin ella yo no quería saber de nada.
La primera vez que entre aquel bar donde la conocí, jamás imaginé que esa chiquilla de cabellera azul se convertiría en alguien tan importante para mí. Y es que ¿Quién podría imaginarse que una simple bailarina sería tan importante en su vida? Pero así fue. Y ahora que ya no la tengo, ya no tengo razones para vivir. Me eh condenado al vicio. Eh vuelto a ir a bares que me hacen recordar aquel día que la conocí, así que me embriago hasta olvidarme de todo. Siempre regreso tambaleante a mi casa, donde me espera un sobre de cocaína. A esto se ha reducido mi vida. A tomar y luego drogarme, y ni así logró olvidarla.
*
Me desperté a duras penas, fuí a trabajar, y después a la salida hice mi rutina de siempre. Fui al bar a embriagarme. Salí casi sin poder caminar de ese lugar y recordé que ya no tenía cocaína. Necesitaba más. Me dirigí como pude al callejón donde le compraba a aquel tipo llamado Raditz. Lo encontré en un negocio con alguien más. Cuando terminó volteo a verme.
Viejo ¿Qué haces aquí? ¿Vienes por tu sobre? —pregunto sonriendo. A estos tipos no les importaba que vidas destruían. Ellos eran felices forrándose en dinero mientras que jóvenes y personas con familia se destruyen lentamente ¡Me daban asco! En otras circunstancias yo jamás me relacionaria con tipejos como él, pero sin ella; sin Bulma nada tiene sentido.
¡Pues claro que si insecto! Si no, no estaría aquí —le grite a ese inepto.— ¡Ok! Cálmate Vegeta —murmuró con sus manos por delante de él haciendo un estúpido esfuerzo por calmarme.— Tengo exactamente lo que necesitas. —dijo después girándose para buscar la droga.
¡Espera Raditz! —el peli-negro volteo a verme. Hoy le daría fin a mi patética vida. Hoy sería el fin.— Esta vez no solo quiero un sobre. Quiero más, muchos más dame cinco, diez, los que tengas —exclamé recargándome en la pared— ¡Y daté prisa!
¡Estás loco! ¡Esto debe ser obra del alcohol! No puedes mezclar tanta droga con el alcohol, viejo —me dijo sermoneándome.
Estaba ebrio, pero no era un tonto. Bien sabía lo que podía ocurrir, y yo solamente quiero morir ¿Y ahora este gusano me viene con que se preocupa por mí? Patrañas. Está gente solo quiere dinero. Saque mi billetera y lo mire enfurecido— ¡Quédate con todo mi dinero! Y ahí hay suficiente para que me des la droga. Ustedes solo buscan dinero ¡No me vengas con esas estupideces y dame la coca ahora!
Después de eso Raditz no se negó más. Saco varios sobres de cocaína y me los dio. Yo me fui de ahí. Ya no recuerdo donde terminé. No recuerdo cuanta droga consumí. Todo mi cuerpo estaba ardiendo, hasta que las luces se apagaron para mí. Yo sonreí. Al fin la vería....
Desperté en el hospital. La luz era cegadora y todo era blanco. Mire a mi alrededor. Estaba conectado a una máquina que dictaba mis signos vitales. También tenía conectado a mi vena una bolsa con lo que supuse era un suero. Mis manos fueron a mi rostro y talle mis ojos esperando que esto no fuera real, pero lo era. La irá se apoderó de mí entonces. Arranque todos los cables que tenía conectados. Me paré lleno de furia y destruir todo lo que había dentro de esa habitación. Varios empleados del hospital entraron a sujetarme. Una enfermera corrió hacia mí con una jeringa. Me inyectó e inmediatamente sentí como el contenido me tranquilizaba. La enfermera se me quedó viendo por unos instantes. Sus ojos negros estaban llenos de un sentimiento que no pude identificar, pero también había alegría y algo de emoción. Después de eso me desvanecí.
Cuando volví a despertar, aturdido miré a mi alrededor. Esa enfermera castaña y de ojos negros estaba dormida en el sillón de la habitación. Por un momento no pude dejar de observarla, y de la nada una imagen se formó dentro de mi cabeza que me partió el alma. Por un momento el cabello de aquella chica no era café sino azul. Por un momento que no duró mucho creí que era ella. Todos los sentimientos que había estado reprimiendo por bastante tiempo salieron a flote. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Cubrí mi rostro soltando un jadeo.
¡Maldita sea! —grité lleno de ira— ¡¿Por qué no morí?!
¿Tú lo hiciste a propósito? —esa voz tintineante me saco de mi arranque de enojo y tristeza. Descubrí mi rostro y miré a aquella castaña mirándome horrorizada.— ¿Por qué querías matarte? —pregunto asustada. Vi dolor en sus ojos.
¿Quién eres? —me limité a preguntar, limpiando algunas lágrimas traicioneras de mi rostro.
Ella agachó la mirada— Soy Krishna Ookami —murmuró ella tendiéndome su mano tímidamente. Yo solo mire su mano sin tomarla. Ella la bajo de forma lenta y luego aclaro su garganta— Yo soy la enfermera que ha estado cuidando de ti. Necesito hacerte unas preguntas. Es que no encontramos ninguna identificación así que no sabemos quién eres... —su timidez era palpable en el aire. Yo solo asentí.
¿Cuál es tu nombre? —pregunto tomando unos documentos que estaban colgados al pie de mi cama y un bolígrafo.
Vegeta Ouji —murmuré.
¿Tienes algún familiar? ¿Alguien que debamos contactar? —exclamó. Yo solo negué. La muchacha se sentó al pie de la cama. Yo la mire enarcando una ceja ¿Esto hacia normalmente con sus pacientes?— Vegeta. Llegaste aquí por una sobredosis. Estuviste en coma por cuatro meses. —me explico ella de la forma más tranquila que pudo. Mis ojos se abrieron como platos ¿Cuatro meses?
Ella se acercó más a mí y tomó mi mano— No tienes que pagar nada. Los gastos están cubiertos —murmuró desviando su mirada. Un sonrojo cubrió sus mejillas. Yo aleje mi mano bruscamente.
¿Cuándo podré irme? —pregunte. Ella soltó un pequeño jadeo y aclaro su garganta.
Supongo...Creo que, dentro de un par de días —hablo con su voz temblorosa. Sus ojos brillaron por las lágrimas contenidas.— ¡¿Por qué?! —murmuró de pronto con su tono de voz algo alto.
Yo la miré. Sabía a qué se refería ¡¿Que le pasaba a esta chiquilla queriéndose meter en mi vida?!
¿De qué estás hablando? —pregunte para luego bufar.
¡¿Por qué trataste de matarte?! —grito poniéndose de pie.— ¡La vida es un hermoso regalo! ¡Nadie debería atentar contra su propia vida!
Yo la miré enfurecido— ¡¿Un hermoso regalo?! —murmuré lleno de ira.— ¡¿UN HERMOSO REGALO, DICES?! ¡Mi vida es un completo martirio! —grite poniéndome de pie de golpe. Me acerqué a ella. La castaña retrocedió asustada.— ¡Perdí al amor de mi vida! ¡Lo perdí todo! ¡¡La vida es un asco!!
La castaña estaba llorando. Yo la tenía acorralada contra la pared. La joven busco una salida y salió corriendo de la habitación. Ese mismo día me dieron de alta. La vi cuando salí del hospital. Ella estaba destrozada ¿Pero joder? Porque me importaba. Solo era una mocosa que creyó que todo sería de película. Ella se enamoró estúpidamente y creyó que cuando despertara le correspondería por todo lo que me cuido.
Después de eso volví a mi vida cotidiana. Mi trabajo -El cual no había dejado por que tenía que abastecer mis vicios- y mis idas al bar y al callejón a comprarle droga al inepto de Raditz. Jamás me di cuenta que alguien me espiaba. Hasta que fue demasiado tarde.
*
Fui con Raditz como de costumbre. Siempre compraba la droga para tener en mi casa cuando regresará del bar.
Dame lo de siempre —le dije a esa sabandija quien con una sonrisa asintió ¡Maldito gusano! ¡¿Dónde quedó su "preocupación" por mí?!
Vegeta... —esa voz ¡¿Como se le ocurría a esta tonta aparecerse por aquí?! Me giré de inmediato encontrándome con esa chiquilla. Sus ojos negros me imploraban.— ¡Basta de hacerte daño! Yo puedo ayudarte. —ella se acercó a mí.
¡Vete de aquí mocosa! —exclamé sin siquiera mirarla— ¡Este no es lugar para chiquillas como tú!
¡Déjame ayudarte! —murmuró tomándome del brazo. Eso me enfureció. Tomé su muñeca con más fuerza de la necesaria y la empujé. Ella cayó al suelo y jadeo del dolor.— ¡Vete ya mocosa estúpida! —le grite. Sus ojos se aguaron.
¡Pero... —ella sollozó, se colocó de pie y me miro desafiante. Su valentía me sorprendió— ¡Quiero ayudarte! ¡No me voy a ir si no vienes conmigo! —hablo con firmeza— Y en cuanto a ti... —exclamó después señalando a Raditz quien como yo estaba muy sorprendido.— ¡Llamaré a la policía para que acaben contigo y tus malditos venenos!
Yo negué con la cabeza. Está chiquilla no sabía en lo que se estaba metiendo. Eso era lo peor que podía haber dicho. Raditz se echó a reír, y con justa razón lo hizo. Un hombre gigante salió de una de las puertas del callejón.
¡¿Qué diablos está ocurriendo aquí?! —pregunto enojado fulminando a Raditz.— Nappa, está mujercilla dice que llamara a la policía.— exclamó Raditz señalando a Krishna. En ese momento supe que las cosas se pondrían feas.
Las risas frías de Nappa y Raditz hasta a mí me dejaron helado. Nappa se acercó lentamente pasando por mi lado.
¿Quién te crees para decir que tú puedes acabar con nosotros muñequita? —exclamó aquel tipo tomándola de la barbilla. La castaña frunció el ceño y de un manotazo alejó la mano de Nappa.
¡Ustedes son unos malditos! —grito ella— ¡Son unos asesinos! Yo sé bien la cantidad de gente que muere en el hospital por una sobredosis, y es repulsivo pensar que eso tan solo es una pequeña parte del daño que ustedes hacen —Krishna no dejaba de gritar. Me sorprendía la valentía de esta niña.
¿Y tú te crees una salvadora o qué? —Nappa río mientras negaba con la cabeza.— No sabes en qué te estás metiendo.
Raditz también río haciéndome voltear instintivamente. Su puño se estampó contra mi nariz. Sentí como el líquido caliente comenzaba a brotar.
¡¿Qué te pasa maldito insecto?! —le grite enfurecido. Estaba a punto de lanzarme contra el pero un grito me saco de la concentración.
¡Suéltenme! —grito Krishna desesperadamente.
Me giré de inmediato. Dos tipos la sujetaban, uno de cada brazo mientras reían muy divertidos. Nappa levantó su mano y la soltó contra la mejilla de la castaña.
¡Oye! ¡Maldita sabandija! —grite sintiéndome enfurecido. No entendía por qué esa chiquilla me importaba así. Cuando quise abalanzarme contra ese maldito no pude hacerlo. Raditz y otro tipo me sujetaron con fuerza. Eran bastante fuertes, y por más que traté de zafarme no lo logré.
¡No eres ninguna salvadora mocosa! —grito Nappa riendo de forma maniaca. La tomó del cabello con fuerza. Las lágrimas asomaban ya por sus ojos negros.— ¡Solo eres una puta que solo sirve para una cosa! —después de que esas palabras salieron de su boca el maldito desgarro la blusa de Krishna. Ella a este punto ya estaba llorando desgarradoramente.
¡No! ¡No me toques! ¡¡No me hagas daño!! —gritaba ella con mucha fuerza y sin dejar de llorar.
¡Joder! ¡Déjenla! —grite furioso. Jale con fuerza el brazo que sostenía Raditz. El imbécil estaba tan distraído riendo que logre soltarme con facilidad. Golpeé al otro sujeto con mi puño cerrado en el pecho y luego a Raditz quien trataba de detenerme le di un codazo en el estómago.
Me lancé contra Nappa con mi puño en alto. Derribé al maldito y comencé a molerlo a golpes, pero Raditz y aquel tipo me volvieron a sujetar junto a otros dos hombres que quien sabe de dónde demonios salieron. Nappa se levantó enfurecido. Su cuerpo temblaba de ira.
¡Eres un estúpido! —me grito acercándose a mí. Chasqueo los dedos y uno de los hombres que sujetaban a Krishna se acercó para entregarle una pieza de metal que el desgraciado colocó en sus dedos. Cerró su mano en un puño y a la vez que reía me lanzó el primer golpe justo en las costillas, y luego otro en el rostro, y otro, y más golpes cada vez con más intensidad. El olor a hierro de la sangre inundó mis fosas nasales. Terminé en el piso apenas un poco consciente, mirando como Krishna forcejeaba para acercarse a mi mientras gritaba una y otra vez algo que no lograba oír, pues un zumbido intenso no me dejaba oír nada a mi alrededor.
Nappa se acercó a ella y la tumbo en el suelo jalándola del cabello. El maldito se lamió los labios mientras desabrochaba sus pantalones. La pesadez que sentía en mi cuerpo obligó a mis ojos a cerrarse, pero de pronto sentí a alguien levantando mi cabeza.
¡Será mejor que no te pierdas de esto viejo! —hablo Raditz golpeando mi mejilla para hacerme reaccionar. El zumbido constante dejo de aturdir mis oídos dando paso a gritos desgarradores que jamás saldrían de mi memoria.
Mis ojos se abrieron de golpe mostrándome una escena horrible. Krishna forcejeaba con Nappa mientras él la violaba brutalmente. La expresión de terror de la castaña, su desesperación, sus gritos y su llanto eran cosas que se quedarían grabadas en mí. Y a pesar de los golpes que el desgraciado le proporcionaba ella seguía luchando. Lo rasguñaba y trataba de zafarse.
¡Ahora entenderán que no deben meterse con nosotros! —me dijo Raditz con una sonrisa maniática Y después, todo se oscureció.
*
¡Ve...Vegeta! —escuchaba una voz murmurar en la lejanía. Unas manos tocaron mi rostro.
¡Bu...Bulma! —vocifere con una sonrisa.
¡Vegeta! —exclamaba aquella voz, se podía escuchar la desesperación.— Despierta, Vegeta.
Su llanto llegó a mis oídos trayéndome de vuelta a la realidad. Gotas de agua helada caían en mi rostro. Mis ojos se abrieron con pesadez y de golpe el dolor de mis músculos y mi rostro volvió a mí. Una castaña de ojos negros me miraba llena de preocupación y dolor. Sus ojos estaban llenos de desesperación y pánico.
¡Qué bueno que estás bien! —hablo ella con su voz temblorosa. Yo me levanté un poco jadeando de dolor. Me senté frente a ella y la miré. Todo su rostro estaba lleno de moretones. Tenía una cortada en su labio inferior y en la ceja izquierda, pero su labio era el que más sangraba. Su blusa estaba hecha pedazos y no traía sujetador. Cubría sus pechos solo con su brazo, lo único de ropa que estaba intacto era su falda. Ella notó mi mirada y agacho la cabeza. Los sollozos no tardaron en salir. Yo estaba en shock. Levante mi rostro al cielo; la lluvia caía intensa, mis ojos se pasearon por el lugar; no era el mismo callejón. No sabía dónde estábamos.
Cuando...cuando terminaron. Ellos nos subieron a una camioneta y....nos tiraron aquí —me explico Krishna.
Yo trague grueso recordando los gritos de ella. Me coloqué de pie y la ayudé a ella a ponerse de pie. La vi quejarse de dolor, mientras sus piernas temblaban. Me quité mi saco y se lo puse a ella. Luego comencé a caminar.
¿A dónde vas? —me pregunto. Lo que le había pasado a esta chiquilla era horrible y todo había sido mi culpa. Después de esto quizás pensaría en dejar la droga, pero mis demás vicios jamás los dejaría. Está niña no se merecía tanto dolor. Debía alejarla de mí.
A mi casa. —conteste simplemente.
¡Acompáñame a la policía! —grito ella— Te lo ruego... —hablo después bajito. Yo no me giré a verla.
¡Aléjate de mi niña! —le dije lo más seco que pude.
Pe-pero... ¡Vegeta! —murmuró ella. No hacía falta mirarla para saber que estaba llorando— Yo...no sé cómo pasó...pero... ¡Te quiero! —hablo. Sentí su mano en mi brazo. La mire con enojo y ella me miraba con súplica.
¡A mí no me interesa lo que sientas niña estúpida! ¡¡Yo ya no puedo sentir nada por nadie!! —le dije para alejar mi brazo con brusquedad— ¡¿Entiendes?! —le grité.
¡Pero...! —comenzaba a decir, pero la interrumpí.
¡No pienses que lo que te pasó lo puedes usar para convencerme! Si te pasó eso fue tu culpa ¡¡Por entrometerte en mi vida!! —grite con furia haciéndola retroceder. Mis palabras le habían dolido. Yo solo me giré y me alejé de ahí dejándola sola en la lluvia.
*
Nunca más regresé aquel callejón a comprarle drogas a Raditz, de hecho, dejé la cocaína por completo. Ahora solo frecuentaba el mismo bar al que siempre iba. Había pasado ya una semana desde lo ocurrido con Krishna. Como todos los días me fui al bar. Siempre me sentaba en la barra, pero esta vez decidí sentarme en una mesa y pedí lo mismo de siempre. Copa tras copa sentía como mi vida se caía a pedazos. Muchas mujeres se me acercaban, pero yo las mandaba al diablo a todas. Solo eran unas cualquieras que buscaban un poco de atención.
Me da gusto saber que has dejado la cocaína —hablo alguien a mis espaldas. Me giré, pero no vi a nadie. Volví mi vista al frente y.... ¡Oh! ¡Sorpresa! Frente a mi estaba esa chiquilla castaña. Sus ojos se posaron en mi vaso lleno de Whisky. Se miró la decepción en ellos.
Que mal que no puedo decir lo mismo del alcohol —un suspiro broto de sus labios carmesís.
¿No aprendiste nada de la última vez? —pregunte arrastrando las palabras, ya estaba demasiado ebrio. Sus ojos se llenaron de miedo que luego fue reemplazado por lágrimas contenidas.
¡Te dije que te quiero! —exclamó sencillamente— ¡Quiero que estés bien! —otro suspiro más. Era inevitable mirar sus bien formados labios, que resaltaban en su piel blanca por el color rojizo.— ¡Quiero ayudarte!
Me levanté con brusquedad en un ataque de ira.— ¡No necesito tu ayuda! —grite golpeando la mesa con mis puños cerrados. Ella brincó del susto, pero se repuso con rapidez y se colocó igualmente de pie.
¡Claro que sí! Se que necesitas a alguien que repare tu corazón. Solo déjame hacerlo. —dijo con leve desesperación.
¡Mi corazón no tiene reparo! —dije para luego sacar unos cuantos billetes de mi billetera. Los dejé caer en la mesa y me dirigí tambaleante a la salida. Ella me siguió se colocó frente a mí con el ceño fruncido.
¡A penas si puedes mantenerte en pie! —me grito. Yo la empujé haciendo que cayera al suelo.
¡Déjame en paz! —le grite. Toda la gente nos observaba. Ella estaba a punto de llorar. Suspiro cerrando los ojos. Yo me apresure a salir del bar. Me dirigía a mi coche, pero ella me alcanzó.
¡No puedes conducir en ese estado! —me dijo.
Siempre lo hago... —me encogí de hombros.
Pues está vez no lo harás. —replicó la chiquilla con las manos en sus caderas que por cierto estaban muy bien formadas.
¡Ya deja de entrometerte en mi vida! ¡Por eso te violaron! —grite y me eché a reir. Ella se quedó pasmada. Su labio inferior tembló. Me giré hacia el coche, pero tropecé y casi caía. Ella me sostuvo, pasó mi brazo por su hombro y abrió la puerta del copiloto.
¡No me importan tus desprecios! —me habló con su voz temblorosa. Ella me metió al carro y tomó las llaves de mi chaqueta. Cerró la puerta para luego subirse en el lado del piloto. Se giró a mirarme— ¡Estoy loca! —dijo y suspiró— ¡No sé cómo pude enamorarme de ti si no te conozco! ¡Pero te quiero Vegeta Ouji!
Inserto las llaves en el carro y arrancó.
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