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Epílogo

¡Qué día perfecto para...!

Una cita.

—Bueno, ¿y qué opinas de este?

Puerco araña levantó la mirada de entre sus patitas una vez más para mirar el reflejo del hechicero en el gran espejo. ¿Cómo decirle que el conjunto que se había probado era exactamente igual a los 17 anteriores?

Sin embargo, antes de que pudiera reaccionar, la sonrisa de Juan iluminó su rostro.

—¡Lo sabía! ¡Solo con ver tu rostro es evidente! ¡Este es el indicado!

Puerco araña giró los ojos, los humanos podían ser realmente tontos, hechiceros o no.

Satisfecho con su elección, y tras afinar un par de detalles, Juan miró al reloj de la pared, asintió para sí mismo contento, había terminado justo a tiempo.

Despidiéndose de Puerco Araña, comenzó la larga pero satisfactoria caminata escaleras abajo del santuario.

Su santuario.

Apenas alcanzó a contener una risita al pensar en eso.

Poco más de un año había pasado desde todos los eventos con Spreen, Roier y el mundo de los muertos.

Tras la muerte de Spreen, Cellbit amablemente se ofreció a acompañarlo el día siguiente a informar sobre todo a sus padres, desde la gran aventura hasta el evidente rompimiento de su compromiso con el hijo de los De Luque.

Claramente no lo tomaron para nada bien. Juan recordó con amargura la terrible cantidad de insultos con los que se refirieron a toda la familia del pelinegro, y lo increíblemente groseros que fueron al insinuar que seguramente todo lo de "los muertos" no era más que una farsa orquestada por Roier y Spreen solo para dejar al linaje de los Guarnizo en ridículo.

El brasileño seguro tenía una o dos cosas por decirles, pero él, para sorpresa de todos, fue más rápido.

Juan carraspeó avergonzado recordando cómo explotó contra ellos. Años de guardarse sus comentarios y darles siempre por su lado salieron a flote en forma de un discurso para nada agradable. No se enorgullecía de muchas cosas que había dicho, y aunque no recordaba gran parte de eso, solo bastaba con acordarse del rostro sorprendido de Cellbit para saber que no fue exactamente cortés con sus padres.

¿Lo malo? Lo echaron de casa después de eso...

¿Lo bueno? ... ¡Lo echaron de casa después de eso!

La incertidumbre de a dónde ir y dónde dormir duró aproximadamente treinta segundos, pues un exaltado Vegetta, justificándose con que sentía que algo andaba mal con el aura de Juan, se materializó frente suyo apenas había terminado de bajar las escaleras fuera de la residencia Guarnizo.

Cellbit se desmayó, recordó con gracia. Aún era bastante nuevo en estas cosas de la magia.

Siempre se sentiría en deuda con Vegetta y Rubius por acogerlo y tratarlo casi como si fuera de la familia, y podría jurar que aprendió mucho más del sabio en ese tiempo que de su padre en 22 años, en magia y en confianza en sí mismo.

Y así, tan solo dos meses después, mucho esfuerzo y los ahorros de toda la vida de Spreen (oye, se lo debía por perder el anillo de su madre, además, no iba a necesitarlos más, ¿o sí?) pudo comenzar con la construcción de su soñado santuario.

Llegando a la planta baja con un suspiro agotado sonrió con orgullo. Su gran santuario era todo lo que siempre había soñado y más. Cuatro plantas, inspirado en la arquitectura japonesa y construido sobre una gran montaña a las afueras del pueblo. Claro, aun hacía falta afinar varios detalles, pero con el apoyo de una familia que lo adoptó como su hijo y el de una persona ahora demasiado especial para él, sabía que todo al final valdría la pena.

Ojalá viajar en el tiempo, pensó, y decirle al pequeño Juan, quien pasaba noches en vela leyendo a escondidas libros de grandes aventuras y romance, que todo eso era real. Que, en efecto, tras una odisea increíble en un mundo oscuro lleno de monstruos y un compromiso arreglado con un terrible villano, un galante caballero llegaría a su vida para salvarlo.

Con algunos pequeños cambios, claro. El mundo de los muertos parecía tener más vida y luz que el propio, Roier debía ser lo más alejado a ser un monstruo y lo único que Spreen tenía de "terrible" era su terriblemente nula capacidad para mantener encendida una vela.

Al final, los "antagonistas" de su vida de cuento de hadas no eran más que personas increíbles, dos mitades de un todo, buscándose el uno al otro sin conocerse aún, y triunfando al lograr estar juntos, contra todo pronóstico y el aterrador "hasta que la muerte nos separe".

Aunque la parte del galante caballero sí que era verdad, pensó materializando el rostro de Cellbit en su mente y sintiendo sus mejillas arder. Hizo una nota mental para investigar sobre los viajes en el tiempo... tenía que ver la cara de aquel pequeño y soñador Juan cuando se lo contara, quizás incluso exageraría diciéndole que llegó en un caballo blanco.

Saliendo de sus pensamientos, abrió la puerta principal, parpadeando un par de veces en sorpresa, antes de estallar en una risita.

—Y hablando del Rey de Roma —arqueó una ceja, divertido.

—¿Qué? —el rostro de Cellbit era una combinación de sorpresa con un tinte de pánico, sin mencionar el evidente cansancio— ¿Llegué tarde? ¿Esperaste mucho? Meu Deus, lo siento tanto, tenía un caso esta mañana, y en verdad sentía que ya estaba llegando a algo, pero entonces vi la hora y salí corriendo y--

Juan colocó su dedo índice sobre los labios del brasileño, impidiéndole continuar.

—En primera, llegaste a tiempo, siempre estas a tiempo ¿vienes corriendo desde tu oficina? Y en segunda, te dije que esta vez nos veríamos en el centro del pueblo, no tenías que subir toda la puta montaña hasta aquí, ¿acaso lo olvidaste?

—Lo recordé, pero lo lamento, no puedo hacerlo —contestó Cellbit casi como si lo hubiera ofendido—, yo te invité a salir, así que debo recogerte y dejarte en la puerta de tu casa, es etiqueta.

¿Lo ven? Galante caballero. Cellbit era tan anticuado en algunas cosas, pensó Juan, quien no sabía si girar los ojos o ponerse a gritar de emoción ahí mismo.

—Sí, sí, entendido, eres todo un caballero —bromeó divertido— ¿Y qué? ¿Trajiste flores también?

—Por supuesto —respondió al instante con una gran sonrisa y sacando de detrás suyo un sencillo pero precioso ramo de girasoles.

Y Juan entonces gritó de emoción.

Entre risas tomó el arreglo, invocando rápidamente un jarrón con agua, Cellbit observó completamente maravillado hasta que el jarrón lentamente se fue levitando de vuelta al interior, la magia ahora siendo parte de su día a día.

—Ni siquiera es una fecha especial, tonto —bromeó Juan, cerrando la puerta tras de sí mientras ambos lentamente caminaban escaleras abajo— ¿Qué vas a hacer cuando cumplamos un año de salir? Estas dejando la vara bien alta.

—Supongo que solo tendré que esforzarme más —contestó el brasileño, encogiéndose de hombros y tomando con naturalidad la mano del hechicero en la suya—, será divertido.

Y Juan sonrió cómplice porque era verdad. Todo era divertido desde entonces.

—Bien —lo miró cálidamente tras sus gafas— ¿Nos vamos?

Mano con mano, el par bajó el camino de escaleras y barandales que Juan tanto se esmeró en dejar precioso para sus visitantes, y veinte minutos después ya caminaban lado a lado por el centro del pueblo.

El de gafas sonrió al saludar a algunos tenderos en su camino. La vida aquí arriba no había cambiado mucho tras aquella noche donde "los muertos deambulaban entre los vivos", la gente, demasiado cerrada de mente para considerar la posibilidad, poco a poco fue olvidando el hecho, y los pocos que aun la recordaban giraban los ojos diciendo que era imposible, y seguramente fue solo un mal sueño.

Cellbit, siempre tan precavido y considerado, sorteaba calles para evitar tener que pasar frente a la residencia Guarnizo, un gesto adorable para evitarle un disgusto al menor, pero algo innecesario desde que sus padres se mudaran a otra dimensión. Su relación con ellos seguía siendo algo delicada, pero al menos no tan mala como para cortar lazos por completo. Su madre ya había visitado su santuario y comenzaba a aceptar a Cellbit como parte de su vida. Confiaba en que, tarde o temprano, su padre también dejara de lado sus diferencias.

Vegetta y Rubius, por el contrario, lo visitaban con más frecuencia. Siempre amables y siempre divertidos. En cuanto a su vida desde entonces, adoptaron un gato, Juan pensaba que era lo indicado tras escuchar la historia de Spreen de niño y Pelusa, además, les ayudaba a seguir dando todo el amor que tenían para dar ahora que el chico no estaba con ellos.

Y luego estaban Spreen y Roier...

—¿Juan?

La voz de Cellbit interrumpió su tren de pensamientos, alzó la mirada para ver que ya habían llegado al acogedor restaurante donde el mayor muy seguramente había reservado para merendar.

—¿Pasa algo? —volvió a hablar el brasileño mientras sostenía la puerta para él, y Juan negó con la cabeza varias veces con una sonrisa.

—No, todo en orden , ¿entramos?

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La comida fue estupenda y la compañía espectacular, y tras una intelectual e igualmente divertida visita al museo y parar por un postre en una adorable cafetería, el par dio por terminada otra exitosa cita romántica.

Cellbit, por supuesto, seguía en su rol de novio modelo y confirmó que dejaría a Juan en la puerta de su casa. Sin embargo, tras dar solo algunos pasos hacia allá y mirarse furtivamente, ambos dieron media vuelta.

Ninguno de los dos hizo comentarios cuando, al caer el atardecer, sus pasos los llevaron hasta el extremo contrario de donde estaba el santuario, hasta la vieja iglesia abandonada donde, un año atrás, sus destinos habían cambiado por completo.

Sumidos cada quien en sus propios pensamientos, se limitaron a observar el horizonte, el Sol ocultándose tras ellos y enviando los últimos rayos de luz y calor al pueblo.

—Me pregunto cómo estarán —susurró Juan, mirando con nostalgia hacía el desierto campo frente ellos y el bosque a la lejanía.

—Seguro que bien —agregó Cellbit, metiendo ambas manos a sus bolsillos y siguiendo su mirada—, la experiencia de morir debió ser algo impactante para Spreen, pero conozco a Roier, es demasiado bueno, sé que ha estado con él durante todo el proceso.

Juan confiaba en que era verdad. Si bien no era un experto en las leyes de los muertos o cómo era la vida (¿o muerte?) allá abajo, en verdad esperaba que ambos estuvieran bien.

Las comisuras de sus labios bajaron un poco al recordar al par. No había vuelto a verlos desde aquella noche.

Supo por Vegetta que subieron una vez algunos meses atrás, cuando ya él se había mudado al santuario, aunque fue una visita corta, para cuando se enteró, ya habían regresado a su mundo.

Era una lástima, pensó, realmente los extrañaba.

—Ese Spreen —habló el de gafas, divertido—, todavía me acuerdo cuando lo conocí, parecía tan aburrido y resignado con todo el tema de casarse, como si no fuera la gran cosa —suspiró—, ¿quién diría que terminaría volviéndose loco de amor por alguien hasta el punto de morir por él?

Cellbit, a su lado, bufó divertido.

—No es que apoye todo el tema de morir, pero me alegra que fuera así —el brasileño exhaló, contento—, Roier en verdad merecía a alguien que lo amara de esa manera. Ambos se merecían mutuamente.

Con una sonrisa, el hechicero miró a sus pies, entrecerró los ojos al ver un pequeño y vibrante punto rojo entre la seca maleza, se agachó para apartar la hierba muerta, sus ojos abriéndose ligeramente al encontrarse frente a frente con una flor.

Juan resopló divertido mientras giraba los ojos, tenía que ser una broma...

—Vaya —escuchó a Cellbit silbar desde arriba—, no esperaba ver algo florecer aquí... ¿es una rosa?

"Vaya déjà vu".

—En realidad, es una amapola. Aunque es normal que las confundas, no son muy comunes en esta dimensión.

Recuerdos del cuadro en la ahora abandonada casa de sus padres y de Spreen de pie admirándolo inundaron la mente del castaño, quien afectuosamente rozó los pétalos, pensativo.

—¿Conoces el significado de las amapolas rojas? —dijo al cabo de un rato.

Cellbit se tomó un tiempo para buscar en su mente, Bagi en particular adoraba las flores, y estaba seguro de que en algún momento le dijo su significado de uno de los muchos libros que tenía sobre el tema.

—Si mal no recuerdo —empezó, con una mano en su barbilla—, las amapolas rojas están relacionadas con la muerte.

Juan sonrió de lado —Sí, lo están... es curioso ¿sabes? Cuando lo conocí, Spreen estaba mirando casi en trance un cuadro de estas flores en mi casa.

Entendiendo a dónde quería llegar, esta vez fue el turno de Cellbit para reír.

—Así que la flor que simboliza la muerte... es cómo si desde entonces estuviera destinado a conocer a Roier, ¿no?

—Cierto —canturreó Juan, antes de continuar—, pero no lo decía solo por eso ¿sabes?

El brasileño esperó a que el contrario continuara.

—Escuché que hace algunos años las amapolas florecían aquí. Quizás es porque desaparecieron que solo recuerdan su simbolismo con la muerte —sonrió cálidamente mientras se levantaba— Pero en otras dimensiones, tienen un significado muy diferente.

—¿Sí? —Cellbit ahora parecía curioso— ¿Y qué significan?

—Simbolizan éxito, buena fortuna y--

Una pluma negra flotó por encima de ellos interrumpiéndolo a media oración, apenas alcanzaron a alzar la mirada para ver un par de enormes alas negras desapareciendo tras la torre más alta de la iglesia.

—Pero qué--

Las palabras de Juan murieron en su boca cuando, por el rabillo del ojo, vio la pequeña amapola a sus pies brillar, para luego, en un destello de luz, extenderse a lo largo y ancho de aquel desolado campo. Instintivamente Cellbit se colocó frente al castaño, abrazándolo protectoramente y de espaldas a lo que sea que estuviera pasando.

Pero Juan lo vio todo con ojos abiertos en sorpresa, y por un momento dejó de respirar.

Frente a él ahora se extendía un enorme campo de amapolas rojas, vibrantes y llenas de vida, brillando al atardecer.

Y en medio del precioso paisaje pudo ver dos conocidas siluetas a la lejanía.

Un castaño de piel pálida, traje blanco, apariencia algo demacrada que a primera vista podía parecer aterrador, pero se contrarrestaba con sus ojos grandes y brillantes, con una gran y dulce sonrisa agitaba su mano, saludándolo efusivamente.

Y justo a su lado, un ligeramente más alto pelinegro igualmente pálido, sonrisa ligera pero ojos igual de brillantes y expresivos, quien sin soltar un segundo la mano libre y la cintura del contrario le hizo una pequeña reverencia con la cabeza.

Era como ver al Sol y a la Luna juntos, envueltos en un rojo lleno de magia, vida y color.

Para cuando el brillo de las amapolas a sus pies paró, ellos también habían desaparecido...

¡¿O que foi isso?! —Cellbit exclamó en su idioma natal, claro signo de que estaba alterado, aunque igual sorprendido por el ahora floreado campo ante ellos— ¡¿Estas bien?!

La mirada de Juan se suavizó mientras esbozaba una ligera sonrisa —Sí... todo bien.

Escucharon un maullido y para cuando voltearon abajo pudieron ver a un pequeño esqueleto en forma de gato alejarse, tras haber dejado un pequeño sobre a sus pies.

Ante la mirada de Cellbit, Juan se agachó para tomarlo, con cautela lo abrió y leyó su contenido.

Sonrió.

—Tenías razón —le dijo a Cellbit mirándolo con complicidad por encima del papel en sus manos—, están de maravilla, y presiento que será así para siempre.

El brasileño ladeó la cabeza algo confundido.

—¿Qué quieres decir?

—Digo que —con un chasquido de dedos, Juan envió el envoltorio directo a casa de Vegetta y Rubius—, tendremos una boda.

El rostro de Cellbit pasó de la duda a la confusión a la alegría en cuestión de segundos, mientras Juan reía por lo bajo.

—Y vaya manera de proponérselo —miró alrededor—, con un campo enorme de bonitas amapolas rojas y los últimos rayos de Sol de fondo, si Roier es tan romántico como creo que es, seguro estuvo encantado.

Y quizás Juan no era adivino, pero intuía que el niño interior de Roier no se hubiera conformado con menos. Quizás hasta hubieran sido buenos amigos de la infancia.

—Pero bueno ¿en qué estábamos? —preguntó al cabo de pocos segundos, dando media vuelta para emprender el camino a casa.

—Me contabas sobre las amapolas rojas —respondió Cellbit, pasando un brazo alrededor de los hombros del más bajo y besando ligeramente su cabeza.

Juan rio encogiéndose en cosquillas —¡Oh, es verdad! Sí, en otras dimensiones significan--

Éxito...

Buena fortuna...

Y amor verdadero.

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Perdidos en nuestra propia oscuridad

Encontramos nuestra otra mitad en el lugar menos esperado

No existen los límites ni los demasiado tarde en nuestra historia

Esperando nos honren con su presencia en nuestra boda

Vida. Muerte. Eternidad.

Spreen & Roier

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Fin

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¡Gracias a todos por acompañarme en esta bonita historia!

Nos vemos pronto 🫶🩷

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