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Cap 8.

Parpadeó varias veces, ajustando su vista después de la intensa luz. El viaje de vuelta era corto, pero no por eso menos aterrador.

En el mundo de los vivos ya había amanecido, y Roier sonrió de lado, qué ironía.

Estaba nublado...

—¿Es todo? Eso fue rápido, neta creí que venir de regreso iba a ser más épico, no sé...

Al escuchar la voz de su amigo miró hacia abajo, a sus manos entrelazadas, a pesar de no entender los motivos, Quackity le había hecho caso a Spreen respecto a sujetar su mano durante el viaje.

Era una pendejada, pero lo recordó... su mente comenzó a hacerle jugarretas y la pequeña mano de su amigo poco a poco se iba transformando en la grande y de dedos largos de Spreen...

En ese momento Quackity soltó su mano, y Roier luchó contra el impulso de tomarla nuevamente.

—Bueno —comenzó el más bajo, mirando a ambos lados, satisfecho de que Missa cumpliera su deseo de enviarlos separados del otro grupo—, vamos pues, la casa queda por allá, está muy cerca.

Quackity empezó a caminar, seguido por Roier un par de pasos atrás, a diferencia de la vez anterior ahora no estaban rodeados del bosque que él tanto conocía a las afueras del pueblo, a su alrededor se extendían grandes campos de cultivo.

—Te mudaste —remarcó Roier, haciendo a su amigo mirarlo sobre su hombro.

—Sí, es un pequeño poblado a las afueras, igual no está tan lejos, sólo a un par de horas del pueblo principal en carruaje, me fui poco después de... bueno... tú sabes...

Roier tragó saliva. Había tanto que quería preguntarle sobre lo que pasó durante esos tres años, pero al mismo tiempo la idea le aterraba un poco.

Quizás, pensó, podría empezar por sus amigos...

—Y... ¿qué ha pasado por aquí? Bueno, contigo, y Rivers...

—Lo creas o no, nada muy fuera de lo normal. Rivers comenzó a practicar boxeo, yo me mudé, y el pinche Wilbur sigue dándome alas para luego acobardarse al último minuto el muy pendejo.

Roier rio bajito ante lo último. Conocía a Quackity desde niños, y desde que el inglés llegó al pueblo todos notaron que fue amor a primera vista por parte del más bajo, pero, aunque a veces Wilbur parecía igual de enamorado, simplemente no se atrevía a ir más allá.

Silencio.

—Rivers y yo... pasamos mucho tiempo pensando que fue nuestra culpa...

El castaño alzó la mirada, sorprendido.

—¡¿Qué?! ¡Claro que no! —se apresuró a negar el castaño, aunque no podía culparlo por pensar así, bien sabía que si hubiera sido al revés él igual se sentiría culpable— Ustedes solo estaban preocupados por mí...

—Lo sé —sonrió tristemente—, pero bueno, son cosas que no puedes evitar sentir... ella encontró alivio en el boxeo, bastante profesional de su parte, yo solo me largué del pueblo en un intento estúpido de olvidar. Hemos hablado pocas veces desde entonces, pero creo que le va bastante bien.

La conversación entonces pasó a sus padres, naturalmente reaccionaron mal a la pérdida de su propio hijo, aunque para alivio del castaño, lograron resignarse, siguieron el ejemplo de Quackity y se mudaron, aunque ellos sí que optaron por alejarse lo más posible.

La vida en el pueblo no cambió mucho, a pesar de la triste noticia, el mundo seguía girando, aunque Roier sonrió con nostalgia cuando se enteró que la amable señora de la panadería seguía hablando de él cada que veía a un niño pequeño sonriente.

Anduvo unos metros más, entretenido mirando sus pies mientras Quackity seguía liderando el camino, reuniendo valor para lo siguiente que quería preguntar, tomó aire y empezó sin despegar la vida del suelo.

—Y... ¿qué pasó con Cell--

El nombre quemó en su garganta antes de que pudiera terminar de pronunciarlo. Hacía años que no lo había dicho en voz alta.

Pero Quackity lo entendió, porque sabía que podía ser inmaduro y explosivo, pero no por eso era un mal amigo.

—Ese día... cuando no llegaste a la iglesia todos salimos a buscarte, y ya conoces a Cellbit, se inventó una historia de que alguien quería separarlos y te secuestro, no tardó en usar sus dotes de detective para seguir tu rastro desde casa...

La mirada del castaño se ensombreció, ya se temía como iba a terminar el relato...

—Fue él quien te encontró.

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Una hora después.

Roier miraba inquieto de un lado a otro en el pequeño vecindario, sujetando con fuerza la manta que cubría su cabeza y ocultaba al menos un poco su no-viva apariencia.

Después de la visita a la casa de Quackity, y asegurarse de que Tenta culos estaba relativamente bien, su amigo escribió una carta para enviársela por correo a Rivers, explicándole la desafortunada situación de su muerte y pidiéndole se hiciera cargo de su amada mascota. Claro, la carta iba con remitente "anónimo", tampoco quería matarla de un susto.

De más estaba decir que el castaño no apoyaba la idea, mientras más tiempo pasaban en el mundo de los vivos, más riesgo corrían de ser descubiertos...

"Para eso es la manta, genio" Roier giró los ojos al recordar lo que le había dicho su amigo.

Por supuesto, Quackity, el maestro del sigilo... y después de arrojarle la manta en la cabeza, lo dejó en el parque asegurándole que no tardaría mucho.

Por suerte al menos poca gente pasaba por la zona, y Roier se permitió relajarse un poco para pensar, sentado en aquella banca del solitario parque.

Recordó con pesar la historia de Quackity después de que Cellbit lo hubiera encontrado de apenas algunos minutos atrás.

—Cellbit enloqueció... —le contó con tristeza su amigo—, no dejaba que nadie más se acercara a tu cuerpo, ni siquiera a revisar si en verdad estabas... tú sabes, estuvo ahí por horas...

—Después de tu funeral, pasó meses encerrado, no quería ver ni hablar con nadie...

—Yo me fui poco después de eso, pero supe por Rivers que finalmente fue Forever, un amigo suyo, quien logró poco a poco sacarlo de ese abismo... supe también que hace poco tiempo volvió a su trabajo como investigador, aunque ahora de forma independiente.

Las manos de Roier temblaban al imaginar el momento, pensar que fue él mismo quien, sin saberlo, le causaría tanto daño a alguien que quería tanto.

Entrecerró los ojos, fingiendo que no había notado que dijo "querer" y no "amar" ...

Suspiró y murmuró en voz baja —¿Qué es el amor, de todas formas?

—Disculpa.

Una voz lo sacó de sus pensamientos, sin moverse demasiado pudo ver a un hombre de pie frente suyo, sosteniendo un montón de papeles bajo el brazo.

—¿Sí? —no queriendo ser descortés, le contestó en voz baja mientras aseguraba más aun la manta sobre su cabeza.

—Estoy buscando a mi hijo —vio como el extraño tomaba uno de los papeles y se lo tendía para mostrárselo— ¿no lo habrás visto? Creo que debe ser como de tu edad, mira es él, ¿a qué no es guapo? ¡Claro, si salió a su padre!

Roier contuvo una risa al escuchar al hombre, y aunque sabía que no podría ayudarlo, alzó la mirada para echarle un vistazo al cartel de "Se busca" en sus manos.

Pero casi se va de espaldas al ver unos bonitos ojos amatista que él conocía bastante bien mirarlo de vuelta desde el papel.

—¡¿SPREEN?!

—¡Ostias! ¿Lo conoces?

Se llevó su mano buena a la boca en seguida, su mirada elevándose un poco más para toparse con unos ojos púrpura mirarlo con sorpresa y alegría, sin darle tiempo de reaccionar, lo tomó del brazo para levantarlo.

—Ven, que te explico--¡ostias! ¡Pero si estas en los huesos! ¿Has comido algo ya? No, no, no ¡tu vienes conmigo ahora!

«¡Verga!» pensó mientras era arrastrado por el hombre fuera del parque...

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—¡Pero pasa! No seas tímido muchacho.

Roier entró a la bonita casa a paso lento, cuidando que la manta sobre su cabeza siguiera cubriéndole lo suficiente.

El hombre, quien en el camino se había presentado como Vegetta De Luque, lo llevó tan solo un par de minutos andando hasta lo que llamó su hogar.

—Ya te preparo algo, pero ponte cómodo.

—N-no tengo hambre, gracias, de hecho, estaba esperando a un amigo y no quiero incomodar--

—¡Tonterías! —Vegetta habló mientras hurgaba en la alacena por algo sencillo que pudiera cocinar, sonrió tomando el canasto de huevos— Cualquier amigo de Spreen es más que bienvenido, ¿qué diría de mí como padre si te dejo así nada más?

La mención de Spreen por supuesto alertó nuevamente al castaño, estaba metido en un lío bastante grande... tendría que salir de ahí cuando antes.

¿Qué era lo malo? Amaba el chisme... y la curiosidad por saber, aunque sea un poco más del pelinegro lo estaba volviendo loco.

Su mirada viajo a través de las paredes de la casa, repletas de fotos familiares, de Vegetta y otro hombre castaño, de ambos recibiendo algún tipo de reconocimiento, de una bonita boda en el bosque y por supuesto de Spreen. Roier suspiró enternecido al ver a un Spreen bebé en más de una de ellas.

—Y... Roier, ¿verdad? ¿De dónde conoces a Spreen? —le habló Vegetta desde la cocina— Sin ofender, pero él nunca ha sido de muchos amigos, ¿sabes?

—Lo imagino —bufó divertido y en voz baja, recordando lo arisco que podía llegar a ser el pelinegro—. Tengo poco de conocerlo, aunque ha sido algo... intenso, muchas cosas en poco tiempo...

—Ya veo, entonces supongo que sabías que desapareció, Doblas y yo suponemos que fue por lo de la boda.

Roier se giró tan rápido que la manta se deslizó de su cabeza, por suerte Vegetta estaba de espaldas y no pudo verlo, se apresuró a acomodarla —¿Boda? ¿Spreen iba a casarse?... —tragó saliva antes de probar una teoría— con... ¿Juan?

Vegetta asintió —Ah que conoces a Juan también, pues sí, con él. Aunque desapareció justo terminando el ensayo... tampoco puedo culparlo, si fue algo repentino.

El olor de huevos con tocino comenzó a llenar la casa y Roier jadeó nostálgico. Ya no necesitaba comer, pero el aroma le trajo buenos recuerdos.

—Uno no quiere que sus hijos se queden solos ¿sabes? —continuó Vegetta— Quizás nos dejamos influenciar mucho por eso... y Juan no es mal chaval, de hecho, me atrevería a decir que es demasiado bueno para alguien tan temperamental como mi Spreen —rio bajito— Aunque bueno, puedo entender que no es amor verdadero.

—¿Cómo lo sabe? —las palabras salieron de la boca de Roier antes de que pudiera registrarlo— ¿cómo sabe cuándo es o no es amor verdadero?

Vegetta se tomó unos segundos para contestar —El problema es que no lo sabes hasta que lo experimentas, muchacho. Y Spreen definitivamente no lo experimentó con Juan, lo sé yo, que soy su padre.

—¡¿Y aun así iba a obligarlo a casarse?! ¡No, qué mamada!

Vegetta por poco deja caer la sartén en sus manos al escuchar a Roier gritarle de repente, lanzó un "fiu" aliviado al lograr rescatar el desayuno mientras el castaño continuaba.

—¿No pensaron en cómo se sentiría él? —interrumpió Roier con fuego en la mirada, el pequeño Spreen de 7 u 8 años de la foto frente suyo mirándolo de vuelta.

—Ya, que ya lo sé —respondió Vegetta—, pero es que insisto, no queremos que Spreen se quede sólo, supongo que confiamos mucho en nuestro criterio de que podría llegar a quererle si se casaban cuanto antes--

Y Roier explotó.

—¡El amor de verdad no es casarse cuanto antes!

Le siguió un momento de silencio. Vegetta miró un momento sobre su hombro antes de volver su atención a la estufa.

—¿Ah no? —el mayor esbozó una sonrisita cómplice que pasó desapercibida para Roier— ¿Y cómo es el amor de verdad, según tu?

Roier se congeló, no esperaba esa pregunta dirigida a él.

—P-pues... amar es... —tartamudeó el castaño, mientras recuerdos con Spreen se repetían en su cabeza

—¿Posta el tal Missa vive acá? Amigo, imagina tener que subir y bajar todo esto solo para la despensa, ¿y si se le cae algo ya arriba y tener que volver? Yo me muero... bueno, vos me entendés...

—Amar es... saber cuándo esa persona está pasándola mal, y hacer de todo para levantarle el ánimo...

—Ajá, ¿y?

—¡ANDATE A CAGAR PELOTUDO!

Rio bajito, recordando lo infantil que se vio cuando le sacó el dedo de en medio a Spreen a pesar de lo dura que era la situación —Y discutir como si fueran niños...

—¿Y qué más?

Casi podía sentir los fuertes dedos de Spreen cerrándose alrededor de los suyos...

—Y... tomar tu mano cuando tienes miedo... y...

—No estamos casados en verdad, que bien... ¿no, Spreen?

—Y... —bajó la mirada— desear lo mejor para él... a costa de lo que quizás podría ser tu propia felicidad...

Por un instante solo se escuchaba el golpeteo de la cuchara sobre el sartén.

—Qué bonito —sonrió el sabio—, ¿ves? A eso me refería cuando decía que no puedes darte cuenta cuando es amor de verdad hasta que lo experimentas —miró sobre su hombro con una gran sonrisa— Y tú, mi queridísimo Roier, tú sí que estás enamorado.

La realización golpeó a Roier como si de una brisa fresca se tratara.

Lo amaba.

Amaba a Spreen.

Pero, aunque la idea debería llenarlo de alegría, en su lugar solo sentía pesar...

Spreen estaba vivo, y él estaba muerto. Él no figuraba para nada en el camino de Spreen, nunca lo hizo, nunca debió entrometerse--

—Nunca fue mi mascota realmente... la cuidaba y jugaba con ella en el pueblo, mis viejos no la aceptaban...

—Y... ¿crees que me aceptarían a mí?

—Me agradas mucho, Roier, sé que recién nos conocemos, y honestamente no entiendo porque Spreen nunca me contó de ti. Aceptaría sin rechistar a alguien como tú para mi hijo...

Los ojos de Roier se llenaron de lágrimas, mientras se permitía pensar que podía ser cierto...

Si tan solo hubiera conocido a Spreen en vida...

—¡Vegettita! ¡Mira lo que encontré en el pueblo!

Roier se giró ante la nueva voz, no le sorprendía encontrar al otro protagonista de las fotos familiares de Spreen en el marco de la puerta, pero lo que sí le impactaba era ver como venía arrastrando por el cuello de la camisa a Quackity.

—¡Qué me sueltes, pendejo! ¡Ya te dije qué estoy bien!

—Te dije que mi nombre es Rubius, y ¿qué dices? Esa cara tan pálida que me llevas no es ni medio normal, ¡ah! ¿Tenemos invitados? ¿Qué pasa, chaval? —el hombre alto y castaño se acercó, aun arrastrando a un inquieto Quackity mientras le tendía la mano.

—¿Q-qué tal? Soy--

—¡Roier! —su amigo finalmente pareció reconocerlo, librándose del agarre del mayor —¿qué chingados haces aquí? ¡Te dije que me esperaras en el parque! Por tu pinche culpa estuve por ahí buscándote como pendejo y este imbécil me secuestró.

—Pero Doblas, tú has traído a un maniaco a nuestra casa —Vegetta se acercó a golpear amistosamente el hombro de Roier—, al menos mi invitado es adorable.

—¡¿A quién chingados le dices maniaco?!

—En fin, basta de charla —Vegetta aplaudió un par de veces, ignorando a un bastante enojado Quackity—, el desayuno está listo. Comamos primero y ya luego vemos el plan para seguirle el rastro a nuestro hijo, que Roier le conoce, chiqui, él nos va a ayudar.

—¿En serio? —Rubius sonrió de oreja a oreja mientras intentaba echar un vistazo de cerca a la cara del castaño— Hombre, pues muchas gracias, ya nos vendría bien una mano.

Mientras Roier miraba a Vegetta poner la mesa, a un molesto Quackity cruzar los brazos, y Rubius excusarse un momento para ir al baño, se permitió una pregunta que llevaba rato queriendo hacerle al mayor.

—No están... ¿muy tranquilos con todo esto? —habló— Digo, su hijo desapareció...

—No es la primera vez que lo hace —sonrió Vegetta—, y llámame loco, pero mi sentido de padre me dice que Spreen ésta bien, o vivo, al menos, donde quiera que esté.

Y Roier no pudo evitar reír, bien era cierto que Spreen seguía con vida, ¿instinto de padre, quizás?

Su sonrisa sin embargo desapareció cuando vio el rostro sorprendido de Quackity.

—¿Spreen? —su voz resonó en la habitación— ¿Hablamos del mismo Spreen? De tu espo--MFFF!

Roier corrió a taparle la boca ante la mirada curiosa de Vegetta.

—¡Cállate! —le susurró al oído.

—¿Q-qué? ¿Por qué? —murmuró entre dientes cuando Roier finalmente lo soltó.

—¡Ellos son los padres de Spreen! —susurró alarmado— Y discúlpame por no querer asustarlos con eso de que su hijo estuvo todo este tiempo en el mundo de los muertos

Quackity sonrió divertido.

—Ay ¿apoco sí, tilín?

El viento a su alrededor se levantó y una luz comenzó a rodearlos, Roier apenas alcanzó a ver la mirada... ¿poco impresionada? de Vegetta.

—¡¿Qué?! ¡¿Qué pasa?! —Quackity comenzó a gritar mientras se aferraba a la manta de Roier, dejándola caer al suelo...

—¡QUACKITY! ¡ERES UN PENDEJ--

Y desaparecieron, sin dejar más rastro que un par de mantas en el suelo. Vegetta se agachó a recogerlas mientras un recuerdo pasaba por su mente.

—Spreen estuvo aquí

—Apareció otro chico y se lo llevó ¡Un chico muerto!

—¡ERA UN CADAVER! ¡¿OKAY?! Blanco como el papel, piel llena de huecos y con huesos expuestos, dijo algo sobre que estaban casados, una luz los envolvió y desaparecieron sin dejar rastro.

Oh...

—Bueno, volví —Rubius entraba por la habitación segundos después de todo el suceso, parpadeando confundido al ver sólo a Vegetta de pie en medio de la habitación— Ostias, ¿qué se han ido ya? ¿Y el plan para buscar a Spreen?

Vegetta se tomó un par de segundos más, pero finalmente sonrió. Ese Roier realmente le caía bien...

—Nada, ya aparecerá... ¿tienes hambre? 

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¡ACTUALICE!

Aca no paramos por cosas del canon, fingimos demencia y tiramos para adelante, eaaa

Mil gracias por leer! 🫶

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