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Cap 4.

Desde pequeño siempre adoró el sol.

¿Juguetes nuevos, fiestas, mascotas? Nada de eso, él era feliz solo con poder salir a echarse en el pasto y tomar el sol un buen día de primavera. La forma en que iluminaba todo a su paso y cómo cosquilleaba en su piel dándole calidez, era como estar en un eterno abrazo. Lo hacía sentir a salvo, feliz...

Vivo.

"Roier es como un rayo de sol" solía escuchar a los adultos refiriéndose a él, y eso lo llenaba de orgullo y alegría. ¿Qué mayor honor que ser relacionado con el sol? Tenía que estar a la altura.

Alegre, positivo y cálido, Roier basó su vida en torno a estos valores. A medida que crecía, iluminaba el día de las personas que lo rodeaban. La vida, a cambio, lo recompensó con momentos llenos de felicidad, una familia maravillosa, amigos increíbles...

Y él...

Roier nunca olvidaría el día que murió.

Era un día terrible para una boda...

—¿Roier?

Salió de sus pensamientos al escuchar la voz de Spreen llamarlo, quiso abrir los ojos, pero una fuerte luz tras sus parpados lo alertó de que abrirlos de golpe sería una mala idea.

Se paralizó, ¿sería acaso?...

Sintiendo una emoción creciente en su estómago, parpadeó repetidamente mientras abría los ojos poco a poco, entrecerrándolos mientras trataba de adaptarse a la intensa luz.

No era el sol, pero era igualmente hermoso.

Sin pensarlo mucho, deslizó su mano de la de Spreen, caminando unos pasos más para tener una mejor vista de la gran luna llena asomándose entre las copas de los árboles del bosque.

Era casi gracioso, pensó, mientras el sol brillaba y daba calor, la luna era fría y no irradiaba luz propia. Sonrió con algo de tristeza, a diferencia de cuando estaba vivo, ahora se sentía más como la luna. Algo apagado, carente de calor.

Algo muerto.

—Re linda la luna, ¿no?

Giró un poco su cabeza para encontrarse con Spreen, quien se había acercado a él hasta quedar a su lado, mirada fija en la luna sobre ellos.

Le tomó varios segundos armarse de valor para preguntarle lo que cruzaba por su mente —Si tuvieras que elegir solo uno... ¿preferirías el sol o la luna?

—La luna, obvio.

Roier no supo que le sorprendió más, si la propia respuesta de Spreen, o lo rápido que la dijo, sin ningún tipo de duda.

—¿Por qué? —preguntó con honesta curiosidad— No tiene nada de especial, sí, se ve linda, pero solo porque refleja el sol... ¿no hace eso al sol mejor?

Spreen lo miró de reojo, apenas empezando a preguntarse por qué el castaño sacó el tema tan de pronto —El sol está bien, pero no podés verlo directamente sin lastimarte los ojos, y si te quedas mucho tiempo ahí también te puede quemar, es una banda, abruma un montón.

Roier parpadeó varias veces y Spreen tuvo que reprimir una risa, casi parecía como un niño pequeño intentando comprender lo que le decían.

—La luna, en cambio —continuó, su mirada viajando de nuevo al cielo—, es más tranquila y tiene una luz tenue, podes mirarla por horas sin que te canses, encima no te aburre porque cambia de forma. La luna es re piola.

Tan pronto Spreen terminó, Roier se giró de nuevo al cielo, dejando que sus palabras poco a poco asentaran en su cabeza.

Ya no podía ser un rayo de sol, pero si la luna conseguía despertar ese sentir en las personas, quizás no estaría tan mal comenzar a ser como un rayo de luna.

—Si... creo que tienes razón.

Roier sonrió por fin, y el pelinegro sintió ese extraño pellizco en su pecho de nuevo, pero igualmente se giró a mirarlo y le devolvió la sonrisa.

La piel pálida del castaño absorbía la poca luz de la luna y Spreen pensó por un momento si el tocar su mejilla sería lo más cerca que podría estar de esta.

Número 6: Cuando no estaba hablando tanto o molestando, brillaba como la luna...

—Pero bueno, no es eso a lo que venimos —habiendo recuperado su característica alegría, giró sobre sus talones y comenzó a encaminarse hacia el pueblo—. ¡Vamos, tienes que presentarme a mis suegros!

Y con eso Spreen sacudió su cabeza varias veces deshaciéndose de aquellos pensamientos, ¿qué demonios estaba haciendo, perdiendo el tiempo así? Era ahora o nunca.

—Roier, escucha —lo tomó por los hombros y logró guiarlo hasta un tronco caído, empujándolo hacia abajo hasta que lo dejó sentado sobre este—, venia pensando y tengo que avisarles a mis viejos, ya sabes que me c-casé y eso, y creo que es mejor si primero voy yo solo.

—¿Seguro que no necesitas apoyo? Soy tu esposo —intentó levantarse—, a lo mejor si vamos juntos--

—¡No! —dijo algo alterado poniendo de nuevo presión en sus hombros para dejarle sentado— Digo, no es que no quiera —carraspeó—, solo que, pues vos sabes, como fue todo tan rápido quiero prepararlos... así que... ¿qué tal si vos esperas acá, yo les digo, y ya luego vengo por vos para que los conozcas?... ¿va?

Tragó duro, sus ojos fijos en los color avellana del chico que lo miraban con un toque de desconfianza al principio, aunque no tardaron en iluminarse de nuevo junto con una pequeña sonrisa.

—¡Va! No te tardes.

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Spreen dio varias vueltas innecesarias entre los árboles, anduvo así varios minutos hasta que se aventuró a mirar atrás.

Nada, ni un rastro de cuervos, ni de cadáveres, ni de Roier.

Y corrió.

Corrió con todas sus fuerzas, sin importarle la forma en que las ramas rasgaban su ropa y su piel. Y no dejó de correr ni siquiera cuando al fin alcanzó el puente.

Ya era muy entrada la madrugada cuando llegó al centro del pueblo, ni un alma a la vista... viva o muerta, en realidad ya le daba igual.

Trotó los últimos metros hasta la residencia Guarnizo, mirando el carruaje de sus padres aún en la entrada, debían seguir ahí.

Subió a tropezones los escalones hasta la puerta principal. Tenía que decírselo a sus padres y a los de Juan cuanto antes. Vegetta era muy sabio, sabría qué hacer, y el señor Guarnizo era un reconocido hechicero, seguro de un conjuro podría arreglar todo, rompería este estúpido matrimonio sin sentido y de algún modo mandaría a Roier lejos--

Su mano se detuvo a centímetros de tocar la puerta ante ese último pensamiento.

Su padre no era malvado, si estuviera en sus manos, seguramente solo lo enviaría de vuelta a su mundo.

Pero el rostro colérico del padre de Juan pasó por su mente, ¿cómo reaccionaría él? Se supone que él y Juan debían casarse y ahora, a horas de la boda, él aparecía en la puerta de su casa unido en matrimonio a alguien más. ¿Y si le hacía daño?

Roier podía ser exasperante y terco, pero no era malo, de hecho, era mucho más bueno que la mayoría de vivos que conocía, no se perdonaría jamás que lo lastimaran.

Se alejó de la puerta y en su lugar comenzó a caminar alrededor de la casa, mirando por las ventanas mientras pensaba en una solución.

Y entonces lo vio por el rabillo. El más tenue rojo en el fondo de la habitación principal se detuvo en seco mientras sus ojos miraban fijamente el cuadro de amapolas rojas.

Curioso como esta mañana le pareció sólo intrigante, pero ahora no podía despegar la vista de este...

—No son muy comunes en esta dimensión.

La voz del chico de gafas resonó una vez más en su cabeza —¡Juan! —se llevó ambas manos a la boca, cuidando no hacer más ruido del necesario.

¡Claro! ¿Cómo no lo pensó antes? Juan también tenía sangre de hechicero, y contrario a su antipático padre, a él podría explicarle todo el asunto y con suerte pensar en una forma de salir de ese embrollo sin perjudicar a Roier.

Con paso decidido empezó a rodear la casa buscando cómo subir a las ventanas del segundo piso sin que le vieran...

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Roier suspiró pesadamente por quinta vez en los últimos tres minutos. Seguía sentado, con la espalda recta y sin moverse aun ni un milímetro del lugar exacto donde Spreen lo dejó...

...hacía ya más de una hora.

Los primeros minutos fueron fáciles, los pasó admirando más tiempo la luna y sintiendo un cosquilleo en su estómago al recordar lo que el pelinegro pensaba de ella.

Luego se puso a tararear, golpeteando sus palmas contra sus rodillas al son de varias canciones, algunas de su vida, otras cuantas de las que escuchaba cantar a Molly y Mariana ebrios en el bar.

Cuando se aburrió de eso cerró los ojos y los suspiros pesados empezaron.

—Hola, soy yo de nuevo, tu conciencia chingona...

Roier elevó la comisura de sus labios con una risita —¿Apoco sí? ¿Y qué me va a decir o qué? ¿Qué regresando quiere ir por unos tacos?

Sin embargo, para su sorpresa, Bobby no siguió la broma, lo sintió moverse dentro de su cabeza y salir por su oreja —Ya en serio, tío Roier... el tal Spreen, no me termina de convencer.

—Es porque no te has dado el tiempo de conocerlo, te la pasas ahí adentro.

—Ajá, y tú lo conoces taaaan bien...

Roier abrió los ojos e infló las mejillas. Era obvio que Bobby no lo entendía.

No era ningún tonto, claro que era consciente de que tenía un día de conocer a Spreen, pero es que así era el amor, ¿no?

El flechazo de conocer a una persona que te hace sentir especial.

Confiar ciegamente en esa persona, ante todo y todos.

Sentir un amor tan desbordante e intenso... sentir que no puedes desperdiciar ni un segundo más...

Casarse cuanto antes...

Un rostro familiar comenzó a materializarse frente suyo y Roier de inmediato apretó los ojos y sacudió fuertemente su cabeza de un lado a otro, provocando que Bobby cayera al suelo.

Eso es parte del pasado. Un pasado por el cual murió. Un pasado que no podía volver a repetirse...

—El caso es —continuó Bobby, nada inmutado por la repentina caída—, ¿No crees que ya se tardó mucho? Solo iba a avisar a sus padres, ¿no?

—Pues... —sin quererlo, las palabras del pseudo dragón comenzaban a causarle dudas— a lo mejor pasó algo, no sé, pero ha de tener una buena razón.

—Ya —contestó Bobby varios segundos después—, ¿y si se lo preguntas mejor?

—Lo haré tan pronto vuelva.

—¿Y por qué esperar a que vuelva?

Roier bajó la mirada al suelo confundido, solo para encontrarse al pequeño observando con una sonrisita el rastro de huellas en el suelo del bosque dejadas por el pelinegro varios minutos atrás...

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—A ver, tampoco me mires así, amigo, soy aprendiz de hechicero, no detective.

Puerco araña giró los ojos, ¿no había sido el mismo Juan quién subió a toda prisa ilusionado por investigar la desaparición del tal Spreen? Igual, el pequeño no era ningún experto, pero al menos estaba seguro de que ponerse una capa y conseguir una lupa no lo volvería automáticamente un investigador.

Y no hablemos del bigote falso, pero bueno, al menos Juan se veía contento con su caracterización.

—Mejor repasemos los hechos —continuó Juan, paseándose de un lado a otro de su habitación, acariciando su bigote hacia arriba y mirando a través de su lupa—, dicen que la última vez que Spreen fue visto estaba junto a otro chico, y se sospecha que fingió todo el fiasco del ensayo para poder huir con él... ¡OBJECIÓN!

Se detuvo dramáticamente y apuntó su propio reflejo en el espejo. Puerco araña no tuvo el corazón de decirle que ahora estaba confundiendo el ser un investigador con un abogado —¡Tal nivel de estupidez no puede fingirse! Además, yo estuve ahí y pude ver que realmente lo estaba intentado, aparte, si en verdad quería huir con alguien más, lo hubiera hecho antes de conocernos siquiera.

El pequeño puerco araña asintió efusivamente, dentro de lo que sea que Juan intentara personificar, al menos tenía un punto muy válido.

—Así que mi conclusión es... —hizo una pausa de suspenso— ¡Spreen fue abducido por alienígenas de otra dimensión quienes ahora mismo están sometiéndolo a terribles experimentos inhumanos! ...es eso o el puñetas se perdió en el bosque.

Juan debería sentirse afortunado de que sólo él pudiera entenderlo, pensó Puerco araña, de no ser así, estaba seguro de que lo chantajearía para no gritarle al mundo las múltiples tonterías que decía el aprendiz de hechicero.

Un ruido en la ventana hacia el balcón sacó a Juan de su increíble deducción y lo hizo girarse, habría esperado cualquier cosa, menos ver a Spreen de pie ahí.

—¡Spreen! —dejó caer su lupa al suelo y corrió a abrir, el contrario entró enseguida cerrando la ventana apresuradamente tras su espalda— ¿Dónde estabas? Todos en el pueblo dicen que escapaste.

El pelinegro se apoyó en sus rodillas, intentando recuperar el aliento —E-es una larga historia...

—A ver, primero siéntate

Juan lo guio hasta el centro de la habitación, dejando que el chico se sentara junto a la chimenea, alzó ambas cejas al verlo perturbado —Verga, parece que hubieras visto a un muerto, ¿qué te pasó?

Spreen no pudo evitar reír con sarcasmo, no podía estar más cerca de la realidad...

—Juan, yo--

—Sabía que no habías huido —lo interrumpió el de gafas y solo entonces Spreen alzó la mirada para encontrarse con su rostro sonriente y aliviado.

—Che... —parpadeó confundido— ¿Por qué tenés un bigote?

El alivio en el rostro de Juan fue poco a poco desapareciendo mientras un fuerte sonrojo se extendía desde su nariz hasta sus orejas, de un fuerte tirón retiró el mostacho falso —¡N-n-no es nada! Es solo que, p-pues yo sabía que eso de que habías huido no podía ser y me puse a investigar--o más bien me IBA a poner a investigar, pero pues necesitaba meterme en el papel y--

—Pará —lo detuvo en medio de su explicación— ¿Vos no creías que hui?

—Obvio no —continuó con seguridad en su voz—, mira, sé que esto de la boda es bien apresurado, y que apenas y nos conocemos, pero no sé, llámalo intuición, sabía que no podías ser ese tipo de persona.

Decir que Spreen estaba sorprendido era poco. Sin mucho de donde conocerle y con todo el mundo en su contra, Juan decidió creer en su instinto que le decía que había algo más detrás de su repentina desaparición.

Juan era un gran tipo, pensó. No le molestaría estar casado con él.

Casado... ¡casado! ¡Roier!

Spreen se acercó de golpe a Juan y lo tomó de los hombros con fuerza —Juan, tenés que ayudarme, c-creo que me casé hoy.

—¿Qué? —Juan sonrió divertido— A ver, yo sé que parecía real con el cura y todo, pero era un ensayo nada más... uno que hiciste bastante mal, debo añadir.

—¡No, pelotudo! Escucha, yo--

Puerco araña chilló de pronto y corrió a ocultarse bajo la cama, Juan quiso preguntarle que ocurría, pero no hubo tiempo, por la vista periférica de ambos chicos, algo o alguien terminaba de trepar por el balcón.

—Perdón Spreen, pero es que la neta me aburrí de esperarte, me moría por conocer a mis suegros... bueno, tú sabes, es un decir, ¡Sorpres--

Roier levantó la mirada tan pronto terminó de escalar la pared justo encima de donde perdió el rastro de Spreen mientras alisaba un poco su traje, pero su voz murió en su garganta cuando vio la escena frente a él.

Spreen estaba casi abrazando a otro chico. Uno... nada feo, debía admitir.

Cabello castaño vibrante, ojos color caramelo tras unas gafas que en lugar de ocultarlos parecía hacerlos resaltar y brillar más, piel clara... y un gran sonrojo en sus mejillas y orejas.

En vida y en muerte, Roier nunca se comparó con nadie más, hasta ahora. Sintió algo de envidia al pensar en lo bien que se veían juntos.

Tomó aire y con algo de esfuerzo sonrió, y aun ante la mirada sorprendida de ambos se acercó hasta entrelazar su brazo con el del pelinegro, jalándolo lo suficiente para que soltara el agarre en los hombros del otro —¿Quién es él, Spreen?

—Perdona, pero estás en MI casa, las preguntas las hago yo —contestó Juan algo ofendido— ¿Quién eres tú?

Sonrió satisfecho. Si Spreen no le había dicho sobre ellos, no debía ser nadie importante ¿cierto?

—Yo soy su esposo —contestó con orgullo, extendiendo su mano izquierda y mostrando su bonito anillo de bodas.

Roier esperaba varias posibles reacciones.

"¡Felicidades por su matrimonio!"

O "¿Te casaste? ¿Por qué no me lo dijiste?"

O su favorita "Verga, que afortunado eres Spreen, de tener a un esposo tan increíble, la verdad que envidia, ojalá yo tener un amor así, ¿para cuándo los hijos? ¿puedo ser el padrino?"

Pero ciertamente no esperaba lo que el chico de gafas contestó.

—¡¿Es ese mi anillo?!

Y peor aún, lo que contestó Spreen

—Pará Juan, es lo que trataba de decirte, te lo puedo explicar —se zafó del brazo de Roier y tomó sin cuidado su mano esquelética, y lo sacudió de un lado a otro haciendo los huesos resonar por la habitación— ¿Ves? Esta muerto, no lo escuches, no sabe lo que dice.

—Mirenlo nada mas, es como un rayito de sol —Roier recordaba claramente a la amable señora de la panadería diciéndoselo a sus padres mientras él se llenaba la boca de buñuelos—, siempre sonriente, siempre brillando, siempre cálido. Jamás lo he visto enojado...

Spreen se tambaleó un poco cuando sintió a Roier tirar fuertemente de su brazo para liberarse de su agarre. Se giró sorprendido y lo que encontró fue el mismo par de ojos avellana que apenas horas atrás lo miraban con ilusión y calidez, ahora fríos, acusadores... sin vida.

El repentino cambio en la mirada del castaño lo dejó sin aliento por un momento, hasta que lo vio retroceder unos pasos hacia la ventana y sin despegar la mirada de la suya comenzó a abrir los labios.

«¡Mierda!» pensó Spreen, al mismo tiempo que una sola palabra inundó la habitación

—Infernáculo...

Una fuerza magnética obligó a Spreen a acercarse mientras una luz cegadora los envolvía por segunda, y quizás, última vez...

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Waooos, doble update (? muchisimas gracias por leer ♥

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