
Cap 16.
Roier consideraba que en su vida y muerte había dicho y hecho muchas bromas bastante buenas. Incluso hubo un tiempo donde pidió ser llamado "la eminencia de la comedia", aunque como con muchas otras cosas, se aburrió a los pocos días y decidió volver a ser llamado simplemente Roier.
Pero pensaba que, de ser la eminencia todavía, Spreen le hubiera robado el título por la mejor broma jamás dicha con la pendejada que acababa de decir.
—Creo que escuché mal —rio por lo bajo, levantando la mirada— ¿Qué dijiste?
—Que yo también voy a morir.
El castaño ensanchó su sonrisa, esperando el rematé cómico.
Pero este nunca llegó.
...
Espera...
—¡¿VAS A MORI--?!
Spreen y Missa reaccionaron casi al mismo tiempo, cubriendo con sus manos la boca del castaño antes de que pudiera completar aquella frase, lo menos que querían era provocar el caos en el recinto.
—¡MMMPH! —farfulló el castaño contra ambas palmas.
—Si no haces un escándalo y me dejas explicarte te suelto, ¿trato? —amenazó Spreen con mirada filosa.
Roier asintió varias veces con la cabeza, y dándole una señal a Missa, ambos lentamente retiraron sus manos.
—A ver ahora sí —habló solamente un poco más calmado Roier—, ¿qué chingados estas diciendo?
—Decís que no podemos estar juntos porque vos estas muerto y yo vivo, vos no podés revivir, así que la respuesta es muy obvia en realidad, me muero yo y ya está.
Si hubiera sangre aun corriendo por sus venas, Roier estaba seguro de que estaría hirviendo en este momento.
—¿Te estas burlando de mí?
El inusualmente serio tono de voz del castaño sorprendió a Spreen, a sus espaldas pudo escuchar a Missa suspirar preocupado, este era uno de los momentos que tanto él como el esqueleto más se temían.
—¿Tú crees que yo elegí morir así tan fácil? —continuó el castaño— Morir fue lo peor que en vida pudo pasarme... dejé atrás a tantas personas, sueños, futuro...
La mirada de Roier pasó alrededor de la iglesia hacía sus amigos, claro, de no haber muerto aquel día quizás no los hubiera conocido, quizás incluso no hubiera conocido a Spreen... pero por más cosas buenas que pudieron venir tras aquella tragedia, la muerte no era algo que "agradecía" en realidad.
—Ni en pedo me burlo de vos, Roier.
La voz de Spreen era calmada, pero cargada de seriedad.
—Lo que te pasó fue una cagada, posta. Y todo lo que decís es verdad, vos no escogiste una mierda, vos tenías una vida planeada.
Con cuidado tomó la mano del castaño antes de continuar.
—Pero pasa que, aunque no lo sabía hasta ahora, mi plan de vida incluía encontrarte a vos... y que putada que para cuando lo hice vos ya estabas muerto, pero ni siquiera eso va a detenerme para estar a tu lado —apretó la mano de Roier entre la suya—, ¿entendés?
Roier sentía que podía ponerse a llorar mientras miraba directamente a los ojos de Spreen.
¿Hasta dónde estaba dispuesto a llegar por la persona que amaba?
Suspiró con sentimientos encontrados, girando un poco la cabeza hasta toparse con el rostro del esqueleto a su lado.
—Tú se lo dijiste... ¿cierto, Missa?
Missa abrió los ojos con sorpresa, para acto seguido mirar al suelo, avergonzado.
En su corta vida y los siglos que llevaba de muerto, nunca fue bueno socializando. Claro, Philza era más que amable con él, y los cuervos eran una muy buena compañía realmente. Mariana y los chicos eran geniales también, pero Roier era uno de los pocos que realmente se enorgullecía considerar como amigo cercano.
Saber que no solo había traicionado su confianza, sino seguramente también perdido su amistad, era devastador. Grandes y oscuras nubes grises comenzaron a nublar su mente con pensamientos negativos y de auto desprecio, mientras internamente planeaba mil y una maneras de no volver a molestar al castaño.
—Gracias.
Pero no se esperaba para nada su respuesta.
La gran sonrisa de Roier, brillante como la Luna en su punto más alto, comenzó a despejar la tormenta en su interior, acompañada por ojos vidriosos tintineantes como estrellas y las mejores palabras que el esqueleto jamás había escuchado ser dichas hacía él.
—Eres un gran amigo, Missa... gracias.
Missa buscó los ojos de Spreen, quien le dio un asentimiento rápido.
Sospechaba que en él ya había encontrado a otro buen amigo.
—Pero bueno, a ver si entendí —Roier regresó a su tono de voz habitual, soltándose un momento del agarre de Spreen y cruzándose de brazos— ¿Entonces planearon esto entre ustedes?
Tanto Spreen como Missa se miraron mutuamente antes de confesarlo.
—La idea era hacerlo sin que vos te dieras cuenta porque sabía que ibas a intentar detenerme.
—¿Apoco? —Roier puso los ojos en blanco—, y dime tu entonces, oh gran genio, ¿cómo planeabas morir sin que yo me diera cuenta?
—Con esto.
Spreen tomó la copa del altar para mostrársela al castaño, el cual parpadeó un par de veces sin entender realmente.
—¿Vino? —arqueó una ceja— Tu plan es... ¿emborracharte hasta morir? Poco efectivo...
—Es veneno —respondió Missa en voz baja, ganándose una mirada incrédula de parte de Roier.
...
...
—¡¿VENENO?! ¡¿IBAS A BEBER VENENO?!
Bueno, adiós a la discreción. El fuerte grito de Roier sin duda logró que el recinto estallara de nuevo en cuchicheos.
—¡¿Qué pasó con el trato de que no ibas a hacer un escándalo?!
—¡El pinche trato se fue a la mierda cuando dijiste que ibas a tomar veneno, pendejo!
Se giró a mirar a Missa, quien inútilmente trataba de calmar a la ahora bastante inquieta audiencia.
—¡¿Ibas a permitir que bebiera veneno?!
—E-es que era eso o apuñalarlo frente a todos, y yo no iba a hacer eso —puso ambas manos frente suyo en defensa—, p-pero tranquilo, no es veneno cualquiera, eliminé el agente que ocasiona dolor, solo debería sentir el sabor amargo, pero nada más.
—Pero--
—No andes culpando a Missa, fue mi decisión.
—Ya, pero Spreen--
—Y no, nada de lo que digas me hará cambiar de opinión.
—Spreen.
Algo en la voz de Roier le indicó a Spreen que debía escucharlo, en silencio dejó la copa nuevamente sobre el altar antes de darle toda su atención.
—Eso me quedó claro —empezó en voz baja y jugando con el dobladillo de su traje—, y agradezco que vaya a ser algo que no te cause dolor, pero... incluso si lo haces no tiene caso..., si mueres y algún día estamos juntos en verdad, en ese momento yo habría cumplido mi misión de no huir y voy a...
Spreen no le dejó terminar la frase.
Acercándose el par de pasos que los separaban, tomó con cuidado la barbilla del contrario para elevar su mirada, acto seguido unió sus labios contra los ajenos.
Fue un beso casto, apenas una pequeña presión, labios fríos contra labios cálidos, y terminó tan pronto que Roier se preguntaba si lo había imaginado todo.
—¡EH! ¡CULERO! —la voz de Quackity resonó en toda la iglesia.
—Quacks, espera —Luzu, entre risas, sujetaba por la cintura al menor, quien ya estaba a punto de saltar encima de las bancas con el puño en alto.
—¡EL BESO ES HASTA QUE EL PADRECITO DE PERMISO! ¡PINCHE MUCHACHO PRECOZ! ¡ESO NO LE GUSTA A DIOSITO!
Bien, claramente no fue un producto de su imaginación.
Hubiera soltado una risita nerviosa, y se hubiera acercado por otro más, de no ser porque aún estaba atrapado bajo la mirada del pelinegro.
—Confía en mí, ¿sí? —habló Spreen en voz lenta y baja, mirando a lo más profundo de sus ojos y uniendo su frente con la del contrario.
Roier apenas tuvo la suficiente fuerza para asentir con la cabeza, ganándose una sonrisa del pelinegro y un beso fugaz en la punta de su nariz.
—Buen chico.
Los pocos pasos que lo separaban del altar donde el veneno lo esperaba, Spreen repasaba en su mente lo que pasaría.
Durante su vida, nunca pensó en los detalles de su muerte, no le preocupaba realmente, pero al parecer a sus padres sí, tanto que una tarde de su rebelde adolescencia abordaron el tema con él.
Vegetta le aseguraba que moriría de viejo, en paz, en una cómoda cama y rodeado de sus seres queridos.
Rubius, por el contrario, le recomendaba ser cuidadoso, pues decía que también podía morir joven, en alguna pelea o un desafortunado accidente.
Spreen aun recordaba cómo Vegetta obligó a Rubius dormir afuera aquella noche por asustar a "su niño", y aunque apreciaba el claro intento del par de mantenerlo alejado de la muerte, la verdad es que la conversación no duró en sus pensamientos más allá del día siguiente.
No se enorgullecía del tipo de chico problemático que fue en sus años previos a la adultez, y mucho menos le enorgullecía el estúpido pensamiento de "la muerte me persigue, pero yo soy más rápido" que cruzaba por su mente cada vez que se veía a sí mismo escapando por los pelos de ésta, el hecho de que más de una vez estuvo cerca de morir a causa de sus propios malos juicios era un secreto que se llevaría a la tumba.
Por suerte nada quedaba de aquel chico idiota, y curiosamente tantas experiencias cercanas a la muerte hicieron que Spreen cambiara por completo su forma de ser de buscar estímulos a solamente dos palabras:
Vivir tranquilo.
Y aunque una vez conoció a Roier su concepto de "tranquilidad" cambió completamente, lo más curioso de todo era el tema de vivir.
Irónico, pensó, como para comenzar a "vivir" realmente tenía que morir. ¿Quién le diría al pibe pelotudo que se jugaba la vida y se reía en la cara de la muerte que su versión adulta ahora iba caminando a encontrarse con ella a voluntad?
Un movimiento captó su atención por el rabillo del ojo y Spreen apretó los puños a sus costados, tratando de ignorar el hecho de que sus padres lo observaban fijamente, no había que ser un sabio como Vegetta para saber que sus rostros estaban entre asustados y tristes.
Nada de lo que dijeran le haría cambiar de parecer, pero siendo honestos, hasta ahora no había pensado en cuál sería la mejor manera de abordarlos al respecto.
Sus propios padres, que en su manera siempre extraña de ser siempre velaron por él y lo cuidaron, ¿cómo podría siquiera empezar a decirles que iba a morir?
Resopló sarcásticamente mientras sus dedos se envolvieron alrededor de la copa.
Igual no había mucho que pudiera decir, pensó, seguramente los tenía decepcionados por completo...
Cerró los ojos mientras acercaba la copa hacia su boca.
—Espera.
La voz de Roier junto con su mano cubriendo la parte superior de la copa para evitar que el líquido llegara a sus labios lo detuvieron, en sorpresa abrió sus ojos nuevamente.
—Roier, ya está, te dije que--
—Lo sé —Roier le interrumpió y sin dejar de mirarlo apuntó hacia su izquierda.
Spreen se debatió unos cuantos segundos entre voltear o no, pero finalmente suspiró cansado y siguió la dirección en que apuntaba el castaño, para encontrarse con sus padres, efectivamente mirándolo con tristeza, a pocos pasos.
El Spreen del pasado se hubiera dado media vuelta y seguir a lo suyo.
Pero el Spreen adulto sabía que tenía que hacer esto. Tomando aire comenzó.
—Yo...
—¿Esto es lo que quieres, Spreen? —interrumpió Rubius, en voz inusualmente firme pero gentil.
Curioso, pensó, que a pesar de ser quién le insinuó que su muerte podría llegar a temprana edad, Rubius parecía completamente destrozado de ver que tenía razón después de todo.
—Es lo que quiero —empezó bajando la mirada—, perdón si es algo que no les parezca o no entiendan... pero tengo que hacerlo...
Vegetta observaba la escena en silencio. Para ser un gran sabio, por primera vez en toda su vida, no sabía que decir.
Su hijo, su niño iba a...
Ni siquiera podía decirlo, la sola idea le aterrorizaba.
Sentía miedo, y su instinto protector le decía que lo detuviera a toda costa, instinto que luchaba internamente con el sentimiento de dicha que le daba al verlo, por primera vez, pleno y al lado de alguien a quien amaba de verdad.
¿Qué debía hacer?
¿Qué era lo correcto?
Algo contra su pierna lo sacó de golpe de sus pensamientos, miró hacia abajo para encontrarse con un pequeño esqueleto de gato, ronroneando y frotando su cabecita contra él.
Una mirada a las cuencas donde deberían ir sus ojos, y el sabio enseguida supo de quién se trataba.
Sonrió mientras extendía sus brazos, la pequeña Pelusa saltando enseguida a estos y acomodándose en su pecho.
Levantó la mirada al aun cabizbajo Spreen y enseguida supo lo que tenía que hacer:
Su más importante y, quizás, última misión como padre.
—¿Recuerdas aquel día que trajiste a Pelusa a casa? —habló finalmente Vegetta con una sonrisa divertida— ¿Y la rabieta que tuviste cuando no te dejé conservarla?
Spreen levantó la mirada como un rayo, sintiendo de pronto un fuerte golpe de nostalgia al escucharlo.
Recordaba maullidos asustados, un pequeño arañazo en su brazo que dolía más de lo que le gustaría admitir, preciosa magia violeta flotando en el aire, palabras hirientes dichas sin intención, mantas cubriendo su pequeño cuerpo del frío que sentía por dentro.
Y entre todo ese caos, una cálida y gran mano sobre su cabeza, un lugar seguro, acompañada de palabras llenas de infinito amor, justo como las que pronunció su padre a continuación.
—Spreen —empezó—, eres valiente, fuerte, amable y estas lleno de amor para dar. Y aunque eres un adulto, siempre, pero siempre serás nuestro pequeño.
Spreen solo entonces notó a Pelusa a salvo entre los brazos de su padre.
—En la vida hay veces que hay que tomar decisiones... y quizás alguna te dé miedo —miró hacía su costado para encontrarse con los ojos de Rubius— o nos dé miedo a nosotros... porque para conseguir algo que de verdad quieres, a veces hay que hacer sacrificios. Pero sé que eres lo suficientemente sabio para saber lo que implica y evaluarlo por ti mismo.
Rubius se acercó al sabio, rodeando sus hombros con un brazo para animarlo a continuar.
—Y tu padre y yo siempre vamos a apoyarte en lo que tu decidas...
Spreen los miró fijamente un segundo, antes de girarse a ver de nuevo al chico frente a él, rogando porque con solo su mirada el castaño pudiera comprender lo que el cumulo de emociones no le dejaba expresar con palabras.
Roier enseguida entendió el mensaje.
—Ándale, ve —sonrió, tomando con ambas manos la copa—, no iré a ninguna parte, lo prometo.
No se lo tuvo que decir dos veces.
Spreen se echó a correr para abrazar con fuerza a sus padres, aplastando en el proceso a Pelusa quien, curiosamente, esta vez ni siquiera se inmutó.
—Gracias... —murmuró entrecortadamente, conteniendo las ganas de llorar— Gracias posta.
—Vengan a casa de vez en cuando, ¿eh? —Rubius revolvió su cabello— o Vegettita va a llorar.
—¡YO NO VOY A LLORAR! —contestó Vegetta, llorando.
Spreen rio por lo bajo, mientras se permitía a sí mismo hundirse un poco más en el abrazo, era la última vez que sentiría esta calidez emanar de ellos después de morir.
La anticipación y el recuerdo de que Roier seguía esperándolo fue suficiente para lentamente soltarse, sonriéndoles con cariño y acariciando la cabeza de Pelusa antes de dar media vuelta y regresar con el amor de su vida.
Resopló sarcásticamente, ¿quién le diría que ahora pensaría ese tipo de cursilerías?
Aunque, agregó en su mente mientras sus dedos rozaban los de Roier al tomar nuevamente la copa, quizás amor de su existencia era más apropiado...
—Entonces... —habló Roier, aun cauteloso.
—Roier, es lo que quiero, créeme —sonrió levantando un poco la copa—, te veo del otro lado... bueno, vos entendés.
Llevó la copa hacia su boca en un movimiento decidido y comenzó a beber el veneno. El líquido algo espeso y amargo bajaba por su garganta poco a poco. Para cuando acordó ya había terminado todo el contenido.
Miró al aun estupefacto Roier con una sonrisa triunfante...
...
Y acto seguido, se dejó caer de rodillas sobre el suelo en un grito agonizante.
—¡SPREEN! —exclamaron Roier, Vegetta y Rubius al mismo tiempo.
Quemaba. El maldito líquido quemaba todo a su paso, sus labios, su garganta, su estómago. Todo se sentía en llamas.
—¡¿Qué pasa?! —Roier dio un paso tembloroso hacía Spreen, hecho un ovillo sobre el suelo en evidente dolor antes de girarse al esqueleto— ¡Dijiste que no le dolería!
—¡N-no sé! —exclamó Missa algo angustiado, revisando la botella de un lado a otro como si pudiera confirmar los ingredientes de esa manera— ¡No debería! ¡Quitamos el agente que le ocasionaba dolor! ¡Bobby y yo revisamos la fórmula cientos de veces!
—Si, sobre eso...
El pequeño Bobby apareció en el hombro del esqueleto, con una pequeña sonrisa y ojos traviesos.
—Spreen es genial y todo, pero pienso que necesitaba un pequeño escarmiento después de hacer llorar al tío Roier.
—¡¿Qué?! —los ojos de Roier se abrieron de par en par— ¡Bobby!
—Nadie se mete con el tío Roier y se va tan campante.
—¡Si, bueno! —Roier giró los ojos— ¡Pero tampoco es para que lo mates!
—¡Ay! Si de todos modos de algo se tenía que morir —contestó Bobby, apartando la mirada con un puchero.
Vegetta se abrió paso entre la pequeña multitud alrededor con una mirada angustiada.
—¡¿Por qué están discutiendo?! ¿No ven que mi niño se muere de dolor?
—¡Ay si! —Roier se dirigió al mayor— ¿¡Y usted cree que a mí me encanta verlo sufrir!? ¡Estoy que me muero de la angustia aquí!
—¡¿PUEDEN PARAR YA CON LOS CHISTES DE MUERTOS?! ¡SON PESIMOS! ¡LOS DETESTO!
Spreen no supo ni de dónde sacó fuerzas para mandarlos a callar a todos, ahí estaba él, sufriendo en terrible agonía y todas las personas que deberían preocuparse por su bienestar estaban de nuevo haciendo esos terribles chistes.
Aunque en realidad... el dolor ya no era tan malo, sí, quemó al principio, pero ahora era mucho más soportable...
...
De hecho... ya no dolía en lo absoluto.
...
Lentamente se levantó y parpadeó confundido mirando sus propias manos. Missa se acercó a él y puso una mano en su hombro.
Y lo entendió. Había muerto.
Así como en su juventud no pensaba en los detalles de su muerte, tampoco había pensado en que se sentiría.
El proceso, aunque corto, fue agonizante... gracias, Bobby, pensó mirando acusadoramente y de reojo al pequeño aun en el hombro de Missa, quien al sentir su mirada reaccionó mostrándole con burla su pequeña lengua de lagartija pseudo dragón.
Fuera de eso se sentía... bastante normal, a decir verdad. El dolor ya solo era un vago recuerdo que poco a poco iba desapareciendo, en su mente recordó aquella vez que cayó de las escaleras junto con Luzu, mientras él se quejaba del dolor por el fuerte impacto, el más alto parecía bastante tranquilo, con honesta curiosidad pinchó con fuerza uno de sus brazos.
Nada. Ni un cosquilleo. La piel, que en vida le hubiera dejado un moratón, ni siquiera se inmutó, simplemente se puso blanca por la presión antes de volver a adherirse a sus huesos.
Spreen resopló con gracia, era tan extraño... pero no por eso menos increíble.
La suave risa de Missa lo hizo mirar en su dirección.
—Tranquilo, Spreen —le dijo con una sonrisa—, te acostumbraras.
—¡UNO NUEVO!
La voz animada de Aldo llenó la habitación y pronto el ambiente que por tantos cambios de ánimo había pasado en pocas horas se tornó casi una fiesta.
Spreen resopló divertido al ver la emoción estallar entre las filas de muertos, recordaba cuando Roier le contó sobre la manera en que los muertos celebran a alguien nuevo en su mundo con lo más cercano a una fiesta. Juan y Cellbit, sin entender realmente que pasaba, se abrazaban mutuamente ante la mirada divertida de Quackity y Luzu.
Pero lo más importante.
Con su mirada buscó al castaño, encontrándolo pronto justo donde lo vio en sus últimos segundos como vivo.
Dio un paso y sin previo aviso tomó la mano de Roier, maravillándose al confirmar una de las cosas que, durante su investigación sobre todo el tema de las misiones había captado su atención.
Recordaba haber leído sobre esto en uno de los libros de la guarida de Missa: el contacto entre un vivo y un muerto era antinatural y por eso existía aquel frio, pero entre muertos la sensación era diferente.
Era difícil de explicar, y con el abrazo a sus padres aun en su memoria, ciertamente no era una calidez similar a la del mundo de los vivos, pero era algo bastante diferente al frío que solía sentir cuando en vida la piel de Roier y la de él entraban en contacto.
Y decidió que, si bien podría acostumbrarse pronto a la corriente eléctrica y extrañamente acogedor calor que le causaba tocar a Roier, sabía también que no le aburriría jamás.
—Spreen... tú estás... —habló el castaño en un hilo de voz.
—Si —contestó Spreen con algo cercano a la emoción en su voz—, yo--
—¡VETE A LA VERGA!
Como si de una película barata de comedia se tratara, los gritos de alegría cesaron en ese momento, todas las miradas se posaron en la joven pareja.
Roier lo miraba acusadoramente, y Spreen parecía que en cualquier momento se pondría a llorar. En ninguna parte de su increíble plan Roier lo insultaba.
—¿Qué? P-pará... ¿qué?
—¡NO ES JUSTO! —continuó Roier, apuntándolo mientras hacía un puchero— ¡¿CÓMO ES QUE TE VES TODO PINCHE HERMOSO A LA VERGA A PESAR DE ESTAR MUERTO?! ¡NO SE VALE!
Missa levantó la mano como pidiendo permiso para explicar, a pesar de que nadie le respondió, decidió hablar igualmente.
—Cómo sabes, uno conserva el mismo físico que tenía justo antes de morir, técnicamente Spreen murió por envenenamiento letal, así que aparentemente no hay ningún daño físico, salvo quizás quemaduras internas, aunque bueno, igual esas no se van a ver jamás...
Spreen no entendía el alboroto, hasta que Vegetta a su lado invocó un espejo para que pudiera mirarse.
Ver su reflejo como muerto era... extraño.
Era él, eso estaba claro, solo mucho más pálido, lo cual marcaba sus ojeras, su cabello pasó de ser negro azabache a una tonalidad más cercana al gris, casi como el carbón, y ciertamente tendría que acostumbrarse a no ver sus hombros subir y bajar junto con su respiración.
Honestamente él se miraba casi igual, seguía siendo solamente Spreen.
—¡AJA! ¡¿Y YO CHINGO A MI MADRE, VERDAD?! —la voz de Roier interrumpió sus pensamientos, lo escuchó sollozar dramáticamente y cubrir su rostro con sus manos— Me voy a ver bien pinche feo a su lado...
A diferencia de Roier.
Sus manos tomaron las ajenas con sumo cuidado, apartándolas lentamente de su rostro, y Roier jadeó sorprendido al ver que los bonitos ojos amatista del contrario no habían disminuido en lo absoluto su brillo.
Su impresión duró poco, pues de nuevo al querer compararse con el pelinegro, apartó la mirada con vergüenza.
—¿Qué decís, boludo? —habló, tomando al contrario por la nuca para acercarlo y unir sus frentes una vez más— Si sos perfecto, Roier.
Roier contestó con un resoplido —Lo dice el guapísimo, tampoco es mentir para convivir, cabrón.
—Eu —Spreen bufó divertido—, si me veo exactamente igual que estando vivo, ¿por qué te ponés así ahora?
—Porque era diferente —empezó Roier en voz baja—, tu vivo y yo muerto era normal que yo diera miedo, pero ahora incluso los dos muertos tu sigues igual y yo...
«Soy un monstruo. Un adefesio. Un--»
—Vos brillas.
Las palabras salieron de la boca de Spreen antes de que pudiera pensarlas, pero no se arrepentía en lo más mínimo, pues es lo que pensaba en realidad.
—Posta, lo he pensado desde que subí con vos acá por primera vez —continuo, acariciando cuidadosamente con el dorso de su mano la zona de su mejilla dónde le faltaba un trozo de piel—. Cuando la luz se refleja en vos, brillas, sos como la luna.
Con su mano libre entrelazó sus dedos con la mano del castaño.
—Aunque también sos algo pelotudo —sonrió de lado—, asustadizo a pesar de estar muerto, re infantil y demasiado honesto. Sos todo eso y tantas cosas más, sos--
El más tenue rayo del alba asomándose por el horizonte, atravesando los vitrales y sorteando recovecos cayó directamente en el rostro de Roier, y Spreen, aun sabiendo que no era posible, casi podía jurar que sintió algo parecido a un latido en su pecho al verlo reflejarse en la pálida piel del castaño y estallar en brillos tornasol a sus ojos.
Tan colorido, tan etéreo tan...
—Espectral...
Soltó la palabra en apenas un susurro, como si el decirla en voz demasiado alta fuera de pronto a romper el pequeño y mágico momento.
—Un espectro, entendido —dijo Roier con auto desprecio mientras ponía los ojos en blanco, solo para ser tiernamente golpeado en su cabeza por parte de un sonriente Spreen.
—No espectral como un fantasma, boludo —le interrumpió con una risita suave—, espectral, cómo los colores que solo yo veo cuando estás cerca, por el castaño de tus ojos brillantes, la bonita amapola roja en tu cabello y los destellos de luz que irradiás.
Roier quiso contestar algo ante tan bonitas palabras, pero no pudo hacerlo.
En primera porque Spreen continuó justo después.
—Sos una aparición, Roier, no podés ser tan perfecto... —sonrió—, te amo.
Y en segunda porque por segunda vez en la misma noche, Spreen volvió a unir sus labios en un beso.
Si Roier pensaba que el primer beso que le dio, poco antes de su muerte, era la mejor sensación que había sentido en vida y muerte, estaba equivocado.
El mundo desapareció, literalmente, solo se veía a sí mismo y a Spreen, solo escuchaba el suave y casi imperceptible roce de sus labios, y solo sentía esa embriagante calidez mezclada con un cosquilleo de electricidad correr a través de su cuerpo.
Cuando Roier murió, pensó que lo había perdido todo. Pero ahora mismo, sabía con certeza que nada de lo que alguna vez tuvo era ni medianamente cercano a lo que tenía con Spreen.
No supo a ciencia cierta si el beso duró algunos segundos o varias horas, pero sí que fue consciente de que no era suficiente, pues tan pronto Spreen comenzó a alejarse, por instinto buscó volver a juntar sus labios con el pelinegro una vez más.
Y lo hubiera hecho, de no ser porque tan pronto dejó de sentir el beso, el mundo de pronto regresó a la normalidad y sintió clara vergüenza al darse cuenta de que estaban siendo observados.
—¿Te queda claro así? —habló de nuevo el pelinegro, con una algo seductora sonrisa en sus labios.
Estúpido Spreen, pensó Roier mientras golpeaba su pecho y hacía un puchero, en vida estaba seguro de que su rostro estaría completamente rojo ahora mismo.
—Cuando estemos solos voy a volver a besarte —declaró monótonamente Spreen, como si fuera lo más obvio—, una, y otra, y otra vez, una ventaja de estar muerto es que no voy a tener que parar para respirar, así que prepárate. Pero antes hay una última cosa que debo hacer.
Para sorpresa de Missa, la mirada de Spreen se dirigió a él en ese instante, lo miró con ojos serios antes de continuar.
—¿Puedo elegir mi misión ahora?
—P-puedes —contestó el esqueleto, aturdido por la inesperada declaración—, por lo general los invitamos a hacerlo lo antes posible, pero no hay prisa igual, técnicamente puedes elegirla cuando tú quieras.
Spreen evaluó sus opciones, su misión estaba clara en su mente desde hacía algún tiempo ya, pero dependería de la respuesta que recibiera de parte de Roier en este momento para decidir si elegirla ahora o no.
—Decime, Roier —empezó, mientras con ambas manos tomaba las mejillas del castaño, fijando miradas con él— No va a poder ser hoy, pero algún día... ¿querés casarte conmigo?
El repentino cambio de tema lo tomó por sorpresa, pero igualmente los ojos de Roier temblaron ante la mención.
—Pero si lo hacemos yo--
—No pensés en nada más, solo respondeme: ¿querés casarte conmigo o no?
Cerró los ojos con fuerza. No era fácil no pensar en todas las posibles consecuencias.
De casarse, Roier cumpliría su misión y ahora no solamente dejaría a Spreen solo por su vida, lo dejaría solo por toda su eternidad.
Y aunque no era experto en las leyes que regían al mundo de los muertos, sí que sabía que en ninguna circunstancia un muerto podía pedir algo que influyera directamente la misión de otro, no era tan simple como que Spreen pidiera "que Roier no desaparezca".
Todo estaba condenado al fracaso, no importaba lo que hicieran.
Un apretón en sus mejillas lo incitó a abrir los ojos lentamente, justo a tiempo para ver los labios de Spreen repetir en un murmuro tres simples palabras:
—Confía en mí.
Dejando de lado sus preocupaciones, la respuesta brotó de inmediato de su boca.
—Sí —sonrió, jadeando contento, cómo si en su respuesta despejara todos los demonios internos que le prevenían de ser feliz—, si tú también quieres... algún día quisiera casarme contigo...
Spreen sonrió, no necesitaba escuchar nada más.
Con infinito cuidado soltó las mejillas de Roier y llevó sus manos a las del contrario, entrelazando sus dedos.
—Missa —empezó en voz alta, sin despegar su vista ni soltar la mano de Roier—, estoy listo para elegir mi misión.
Sintió a Roier temblar en sus dedos y Spreen reaccionó apretando su agarre.
Missa, entre esperanzado y temeroso, se hizo paso hacia el par, abriendo el gran libro y con pluma en mano.
Spreen le contó todo sobre su plan, excepto por la misión que elegiría.
—Conoces las reglas, Spreen —empezó en voz inusualmente seria—. No puedes elegir nada para siempre y no puedes interferir directamente en la misión de nadie más, de romper alguna de estas reglas puedes ser castigado...
Spreen sonrió confiado, recordaba las reglas al pie de la letra.
—Lo sé.
¿Qué tramaba? Se preguntaba Missa mientras miraba con insistencia los grandes y altos ventanales de la iglesia, casi como si esperara que de un momento a otro la silueta de Philza se asomara ahí para detenerlo y decirle que todo esto era una pésima idea.
Su mirada se alternaba entre el espacio por el que imaginaba Philza aparecería y la pareja, para finalmente quedarse mirando fijamente al par.
Había algo que no sabía explicar en la forma en que Roier y Spreen se miraban mutuamente, y sea lo que sea, al final fue más fuerte que su propio temor por fallarle a su mentor.
Era todo o nada, y tomando aire comenzó en voz solemne.
—Tu misión es importante, Spreen, debes elegirla con sabiduría —repitió el mantra que daba a cada nuevo residente de su mundo— ...una vez la cumplas, dejarás el mundo de los muertos e irás al más allá, ¿lo entiendes?
Pudo observar a Spreen meditarlo un segundo, antes de asentir con seguridad.
—Lo entiendo.
—Bien... entonces —tomó aire a pesar de no necesitarlo y acercó peligrosamente la pluma a la página— ¿cuál será tu misión, Spreen?
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