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Cap 11.

—¿Mamá? —preguntó el pequeño Roier, de seis años, recostado boca abajo en la cama mientras observaba a su madre tejerle una bufanda para protegerlo del frío—. ¿Cómo lo supiste?

—¿El color para tu bufanda? —respondió su madre con una risita, sin apartar la vista de su trabajo.

—¡Noooooo! —Roier alargó dramáticamente la respuesta, haciendo un puchero—. ¿Cómo supiste que papá era la persona con la que querías casarte?

Lo miró con ligera sorpresa, pensando que era aún demasiado pequeño, y sin embargo, aquí estaba, preguntándole cosas sobre el amor.

—Veamos —empezó con una sonrisa nostálgica—, supongo que lo supe cuando me pidió ser su esposa.

Roier se levantó de golpe con una gran sonrisa, comenzando a saltar sobre la cama; su madre suspiró enternecida, no tuvo el corazón de decirle que parara.

—¿Te lo pidió con esas flores rojas tan bonitas? ¿Al amanecer y con el sol de fondo?

—No exactamente, tu padre es algo tímido, ¿sabes? Me lo pidió una tarde en el pueblo, mientras esperábamos dentro de una tienda a que parara de llover.

Roier frunció el ceño y dejó de saltar al instante —Eso no suena muy romántico.

—No, de hecho, no —su madre rió mirándolo un momento antes de seguir tejiendo los últimos detalles—, pero ¿sabes? Aunque no fue exactamente romántico, fue uno de los momentos más bonitos de mi vida —alzó la bufanda a la altura de su rostro para inspeccionar el trabajo—, lo que quiero decir es que, mientras sea la persona especial destinada a ti, no importa cómo te lo pida, será especial y mágico.

El pequeño Roier inclinó la cabeza en confusión. ¿Mejor que con un ramo de flores rojas y con el sol de testigo? Honestamente, lo dudaba.

—Listo.

La voz de su madre lo sacó de sus pensamientos. Se acercó a la cama para envolver la recién terminada bufanda en el cuello de su hijo, cuyos ojos brillaron mientras jugaba con el extremo.

—¿Cómo lo supiste?

Deja vú. Su madre sonrió —¿El color para tu bufanda? —esperó a que el pequeño terminara de asentir—. Fácil, el rojo es tu color favorito.

—Sí, pero ¿y el azul?

Roier no lo supo en ese momento, pero la sonrisa que su madre le dio en ese momento quedaría grabada a fuego en su memoria por toda la eternidad.

—Rojo y azul quedan bien juntos, ¿no crees?

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La propuesta de matrimonio de Cellbit fue preciosa.

Lo tenía todo planeado: un picnic a media tarde en un campo lleno de flores de todos colores, con el sol poniéndose de fondo, bonitas palabras y un anillo de por medio.

La de Spreen fue todo lo contrario. Torpe, brusca, no había flores ni mucho menos sol, y encima acababa de arrojar por una montaña el único anillo que tenían. El pequeño e ilusionado Roier de seis años estaría devastado. Todo estaba mal...

Todo excepto una cosa: era Spreen. Aquí y ahora, viendo cómo sus ojos amatista lo miraban, tímidos pero con decisión, Roier por fin sentía que entendía a lo que se refería su madre.

Y también sabía su decisión. Le diría que sí. Que en vida y muerte no había cosa que quisiera más que casarse de verdad con él. Que, aunque era poco el tiempo que tenían de conocerse, sentía que, a pesar de no ser lo ideal, era lo correcto para ellos. ¿Y es que qué parte de su relación era ideal o normal?

—Yo--

—¡No pueden!

La voz alarmada de Missa los sacó de su burbuja, Spreen por fin rompió el contacto visual para girarse a ver al esqueleto, la incredulidad reflejada en su rostro.

—¿Por qué? —preguntó con honesta confusión— Hasta hace poco vos creías también que estábamos casados y no dijiste nada, ¿qué cambia ahora?

Solo entonces Missa pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer, miró nervioso alrededor. Quackity y Wilbur miraban la interacción desde lejos con sorpresa, Spreen parecía querer matarlo con la mirada, y Roier no tenía ojos para nadie que no fuera el pelinegro.

No culpaba al último, parecía enamorado en verdad...

Era eso lo que le preocupaba.

—¿Missa? —el pelinegro presionó, regresándolo a la realidad.

El esqueleto rebuscó rápidamente en su mente por alguna razón, lo suficientemente buena al menos para hacer cambiar a Spreen de parecer.

—Es solo que —empezó, teniendo cuidado de no hacerle saber al castaño que se había tomado el atrevimiento de contarle sobre su pasado— ¿Qué ganas con ilusionarlo así? Mira, casarse es--

—Soy bastante consciente de lo que es casarse —interrumpió en voz baja—, antes no tanto, pero ahora lo sé.

—Y-ya —volvió a insistir, controlando su voz lo más posible para no tartamudear tanto— pero ¿seguro qué te gusta Roier? Es decir, ¡m-míralo! Todo muerto.

—¿Gracias? —Roier giró los ojos con vergüenza y algo de molestia. Un resoplido divertido de Spreen y un apriete a su mano lo hizo ignorar el comentario de Missa.

—Suena re cursi, pero ¿no es el interior lo que cuenta?

«Genial» pensó Missa y hubiera girado los ojos si los tuviera «El partido perfecto para Roier llega en el peor momento...»

—Tu estas vivo, Spreen, y Roier ya no —era su último as bajo la manga—, no es... normal, ¿sabes? Tu no perteneces aquí...

—No veo el problema —respondió al instante—, con el hechizo ese que vos haces, puedo ir y venir como me venga en gana, ¿no?

Missa hizo una mueca inconforme porque el pelinegro tenía razón en eso, su culpa por hablar de aquel hechizo en primer lugar.

Jaque mate... pensó y miró disimuladamente a Roier, quién miraba con ojos llenos de ilusión al pelinegro. Si esa boda se llevaba a cabo...

...

No podía permitirlo. Debía haber algo más que pudiera hacer.

—Bueno, pero Spreen, ¿en verdad estás--

—¡Ya mejor di que te gusta Roier, cabrón! —tres pares de ojos se posaron sobre Quackity, mientras Wilbur luchaba con todas sus fuerzas por taparle la boca —O por qué te da tanto pinche miedo que se vayan a casar, ¿eh? ¡Ni que se fuera a morir!

Wilbur consiguió contenerlo en ese preciso instante y disculpándose con la mirada comenzó a arrastrarlo escaleras abajo.

Una vez los gritos de protesta de Quackity dejaron de escucharse, Missa soltó el aire que estaba sosteniendo, el amigo de Roier no le desagradaba, pero resultaba ser bastante imprudente y boca floja al hablar.

Estuvo por disculparse por la acusación sin sentido, sin embargo, una mirada a Roier le hizo querer agradecerle al del beanie su repentina intervención.

Se había dado cuenta.

Spreen no lo notó, pero Roier tenía la mirada perdida en un punto en el suelo, por fin entendiendo a lo que quería llegar Missa con su oposición a la propuesta de Spreen, ¿por qué no lo vio antes?

Aquella “boda” improvisada en el bosque donde conoció a Spreen no era amor, por un momento pensó que sí, pero el hecho de que siguiera aquí era prueba de que nunca lo fue. Sin embargo, las cosas ahora eran diferentes.

Tembló un poco con temor. Si él y Spreen se casaban, y si era amor verdadero, él iba a--

—Spreen, recapacita, por favor —presionó Missa, con algo que Spreen calificaría como autoridad, pero Roier sabía que era más bien una súplica —, si haces esto, Roier--

—Roier merece ser feliz.

Cuatro simples palabras cargadas de emoción y Roier supo dos cosas.

Primero... sí... era amor verdadero. Por primera vez en años sintió algo cálido florecer desde su pecho hasta la comisura de sus labios intentando no curvarse en una sonrisa boba.

El sentimiento duró poco, sin embargo, porque lo segundo que Roier supo... era que Spreen no se rendiría...

Era terco, bastante bobo, y la mejor persona del mundo. Estaba dispuesto a una vida yendo y viniendo entre dos mundos, sin pertenecer a ninguno de los dos en realidad, todo por hacerlo feliz.

Pensó en Vegetta y Rubius, estaba seguro de que ni en sus sueños más locos imaginaron un destino así para su único hijo.

Luego pensó en Juan, su imagen materializándose en su mente, cabello vibrante, mejillas sonrojadas, corazón latiente, vivo... no lo conocía de nada, pero casi podría jurar que él lo haría mucho más feliz de lo que el mismo Roier podría.

Tomo aire, decisión tomada. No podía hacerle esto... lo liberaría de aquello en lo que él mismo lo metió en contra de su voluntad...

—Y tú también mereces serlo, Spreen...

Spreen se giró a mirarlo, sorpresa y alegría reflejadas en lo más profundo de sus bonitos ojos amatistas, y Roier grabó esa imagen en su cabeza, tratando de ignorar la mirada que le daba Missa, poco a poco tintándose de pánico.

—Roier, no--

—De acuerdo—dijo con una sonrisa—. Hagámoslo.

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La noticia se corrió en el mundo de los muertos como pan caliente: Roier, el novio cadáver tan querido en vida y muerte por igual, finalmente iba a casarse.

Bobby aun quería pegarle a Spreen, y de hecho lo hizo, solo que, por supuesto que el pelinegro ni siquiera lo sintió, por suerte el auto proclamado dragón era bastante simple, solo bastó que Spreen fingiera haber sentido dolor en la zona y ya se lo había ganado.

Molly insistió en que le dejaran el banquete a su cargo, Spreen arqueó una ceja preguntándose cómo planeaba hacerlo sin un cuerpo, pero bueno, era él quien iba a casarse con un muerto, tampoco era la mejor persona para opinar.

Y por último, Aldo y Mariana acordaron encargarse de lo que ellos decían era lo más importante...

—¡Y pues aquí estamos de nuevo! —animó Quackity, alzando su tarro de cerveza— ¡Vivan los novios! ¡Salud!

—¡Salud! —le siguieron Aldo y Mariana, chocando sus respectivas botellas junto a las del nuevo, y Molly giró los ojos desde el lado contrario de la barra, ¿cuándo iba a entender Aldo que cada que bebía algo, caía deliberadamente por el gran hueco de su estómago y era ella quien tenía que limpiar?

...espera... ¿y si lo hacía solo para molestarla?

Roier sonrió animando al grupo de amigos, encantado de ver que sus dos mejores amigos del mundo de los muertos se llevaran tan bien con su mejor amigo del mundo de los vivos.

—¿Qué pasó, mi Roier? —Aldo pasó un brazo por los hombros del castaño— ¿no vas a beber nada?

—No, yo--

—¡Déjalo, es un aburrido! —interrumpió Quackity abordándolo por el otro lado—, algo sobre “disfrutar del momento sin alcohol en su sistema”

—También me sirve para verte hacer el ridículo y recordarlo —le contestó y rio divertido al ver a su amigo hacer un puchero.

Spreen observaba al castaño con una pequeña sonrisa, desde uno de los sillones del otro extremo del bar, una botella sin abrir entre sus manos. No alcanzaba a escuchar su conversación, pero su rostro alegre y la forma en que brillaban sus ojos le indicaba que estaba pasándola bien rodeado de sus amigos, en su ahora improvisada despedida de soltero.

—Tranquilo, Spreen —giró a ver a Wilbur sentado frente suyo, sorbiendo elegantemente de una copa de vino—, Roier no va a ir a ningún lado, puedes pestañear.

El pelinegro casi se ahogaba con su propia saliva al escuchar el tono burlón del inglés, carraspeó dejando la botella aun sin abrir en la mesa frente ellos.

—Todo fue muy caótico allá con Missa y no te lo dije, pero sabía que volverías por él.

El menor entrecerró los ojos —Ya, ¿y no pudiste mejor traerme de vuelta vos con esa palabra de mierda que elegiste?

Wilbur lo observó un par de segundos antes de sonreír —Si, aunque bueno, no hubiera tenido tanto impacto, quería ver si tú eras capaz, lo importante es que salió bien al final, ¿no?

Spreen resopló fastidiado mientras giraba los ojos, el tal Quackity era exasperante en su explosiva forma de ser, Wilbur no se quedaba muy atrás que digamos.

—En fin, enhorabuena —continuó Wilbur, alzando levemente su copa—, era verdad lo que te dije ahí arriba, realmente me agradas, y creo que ustedes dos serán muy felices juntos.

Aun así, el mayor era bastante maduro y, odiaba admitirlo, algo genial, bajó la mirada sintiendo sus orejas arder.

—Gracias —respondió en voz baja, aun algo escéptico de todo lo que estaba pasando en tan poco tiempo. Pasó de no saber nada del amor, a estar comprometido, a ser secuestrado por un cadáver y ahora a no desear nada más que seguir a su lado, y resultaba increíble, considerando que sus únicas fuentes de experiencia con el romance eran sus bobos padres, sueños infantiles de Juan, el pasado de Roier... y lo que sea que fuera que pasara entre Wilbur y Quackity.

Miró hacia el más alto, específicamente al bolsillo de su gabardina donde sabía que llevaba la pequeña caja.

—¿Y vos? —empezó— ¿vas a hacer algo con ese anillo?

Wilbur suspiró pesadamente, mientras dirigía la mirada al grupo del otro lado del bar, Quackity ahora estaba llenando de besos la mejilla de Roier quien intentaba quitárselo de encima, sonrió con ternura, el chico nunca fue bueno tolerando el alcohol.

—Supongo que el tiempo lo dirá, después de todo ambos estamos muertos, tenemos todo el tiempo del mundo, ¿no?

La palabra “tiempo” hizo eco en la mente de Spreen, pero no tuvo tiempo de materializar algún pensamiento cuando el grupo de cuatro amigos se acercó a tropezones a su mesa.

—¡HEY! ¡SPREEN CULERO! —empezó Quackity acusadoramente, arrastrando a Roier por el cuello— ¡ESTA BIEN QUE YA TE ESTEN ORGANIZANDO TODO, PERO TU TAMBIEN PARTICIPA! A VER ¡¿YA DECIDIERON DONDE SE VAN A CASAR?!

El pelinegro parpadeó varias veces, es verdad ¿había iglesias acá abajo? Aunque realmente le daba bastante igual, solo necesitaban a alguien para oficiarla, y tenía entendido que Roier ya había convencido a Missa para eso.

Y sonaba bastante cursi en su cabeza, pero mientras fuera con Roier, sentía que podía casarse en cualquier lugar.

—Nos casaremos arriba, en el mundo de los vivos —interrumpió Roier, liberándose del agarre de Quackity.

Excepto claro, ESE lugar.

Spreen chasqueó la lengua en molestia, la simple idea de Roier cruzándose con Cellbit formándole un nudo en el estómago que nunca antes había sentido.

¿Celos? pensó con diversión, en verdad Roier había logrado sacarle sentimientos y emociones que ni en sus sueños más locos pensó sentir antes.

—Ni en pedo— contestó un poco más duro de lo que pretendía hacerlo—, ¿para qué regresar solo para eso? Hagámoslo acá abajo y ya está.

El castaño apretó los dientes disimuladamente, tratando de pensar en algo que pudiera hacer al chico cambiar de opinión sin levantar sospechas; el aroma de huevos con tocino regresando a su mente.

Le dio una mirada rápida a Quackity, el chico ahora estaba sentado a horcajadas sobre Wilbur, llorando dramáticamente y golpeándolo en el pecho mientras el mayor reía y lo sujetaba de la cintura para que no se cayera, estaba lo suficientemente distraído para no revelar lo que pasó mientras estaban arriba.

—Tus padres deben estar ahí —empezó—, no me gustaría que un día llegaras diciéndoles que te casaste sin decírselos —recordó la cálida sonrisa de Vegetta y no pudo evitar sonreír también—, no creo que merezcan eso...

Y Spreen no encontró en sí mismo nada que pudiera negarse ante eso, Roier tenía razón, pocas cosas cambiarían realmente una vez se casaran, pero les debía la verdad, agregó además en su mente el hecho de que no quería que el castaño sintiera que lo estaba ocultando o algo por el estilo.

Además... ¿qué si se encontraban con Cellbit? Roier lo quería a él, no es como si fuera a dejarlo...

¿Verdad?

Sacudió la ridícula imagen de Roier caminando hacia el altar con el brasileño.

—Dale —respondió mientras alcanzaba la cerveza olvidada en la mesa, sentía que ahora sí que necesitaba un trago—, lo hacemos arriba, pero justo después vos y yo volvemos acá juntos, ¿trato?

Roier esperó a que Spreen estuviera distraído abriendo su botella para sonreírle tristemente.

—Claro.

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Spreen no se consideraba alguien rencoroso, y mucho menos, con alguien como Missa. Había algo en el esqueleto que hacía imposible que pudiera mantenerse molesto con él.

Y aunque Roier le insistió mucho que Missa tampoco era de los que se tomaban las cosas a pecho, el pelinegro sentía que le debía una disculpa antes del gran día. Missa conocía a Roier desde mucho antes que él, aun no entendía del todo por qué no le sentó nada bien la idea de que se casaran, pero suponía que sólo estaba viendo por el bienestar de su amigo.

Por eso, después de convencer a Bobby de mantener a Roier distraído (fue fácil, recordó, solo tenía que pasar el resto de sus días refiriéndose a él como “Oh gran Bobby, dragón chingón entre los chingones”), se escabulló entre preparativos de boda hacia la guarida del esqueleto.

—¿Y tengo que decidirlo ahora?

Se detuvo un momento en el umbral de la puerta al escuchar la voz de Quackity desde el interior, un rápido vistazo por la habitación y lo encontró de pie frente a Missa, un gran libro abierto entre ambos.

—No tiene que ser justo ahora, pero sería bueno que vayas pensando en eso, tu misión es importante para ir al más allá, no planeas quedarte aquí toda la eternidad, ¿o sí?

Quackity arqueó una ceja —Pero si acabo de llegar. Además, tú sigues aquí ¿y cuántos años tienes? ¿trescientos millones?

—¡Pero! ¡Oye! ¡Más respeto muchacho!

Para cuando Quackity dejó de reír, Missa ya estaba cerrando el libro frente suyo, habiendo notado la presencia de Spreen en la puerta e invitándole a pasar —Bueno, en vista que aún no lo decides podemos dejarlo para después--

—¡Espera! ¿Wilbur ya decidió? —preguntó abruptamente el más bajo, ganándose una mirada divertida de Missa y Spreen, si estuviera aun vivo, juraría que sus mejillas se hubieran sonrojado— ¡N-No es que me importe! Solo es curiosidad.

—Por supuesto —el esqueleto respondió entre risas, encantado de poder devolverle un poco de lo mucho que el menor se burlaba de él—, y sí, él ya decidió. Fue muy rápido, además, lo tenía bastante claro.

—¡Pues claro! —Quackity explotó— ¡Seguramente ya se hartó de mí y no puede esperar a cumplir su estúpida misión de muerto para irse! ¡Pues que lo haga! ¡Al cabo que ni me importa!

Missa sonrió ligeramente, conteniendo las ganas de decirle que la misión de Wilbur era todo lo contrario a lo que el menor pensaba.

—¡Ya verá el muy imbécil! —escupió mientras se daba media vuelta para irse— ¡Voy a pensar en la mejor misión de todas y el cabrón va a tener que resignarse a pasar toda la eternidad conmigo!

Ni Missa ni Spreen pudieron contener la risa esta vez al escuchar de primera mano los deseos más profundos del de beanie, el cual solo les dio una mirada avergonzada por sobre su hombro antes de correr escaleras abajo.

Rieron un poco más antes de mirarse a los ojos, supieron enseguida que no había rencores por parte de ninguno de los dos, Missa tomó el gran libro entre sus manos y se encaminó a acomodarlo en uno de los libreros de la habitación.

—Che Missa —empezó el pelinegro, rascando nerviosamente su nuca—, perdón por hablarte así el otro día.

El susodicho saltó un poco sobre sí mismo, y Spreen contuvo una sonrisa, debía haber algo realmente mal en su cerebro si le parecía que un esqueleto era adorable, casi como un hermano pequeño.

Missa se giró sonriendo, increíblemente reflejando alivio en su rostro casi inexpresivo —No pasa nada, yo también me pasé un poco, la verdad.

—Ya, que los dos somos boludos —sacudió una mano en desdén—, igual ya queda todo olvidado, no quería que estuviéramos mal antes del gran día, Roier me contó que vas a oficiarlo vos, ¿no?

—Si... —Missa bajó la mirada, debatiéndose un momento antes de hacer un último esfuerzo— Spreen ¿No crees que es muy pronto? Digo, quizás deberían tomarse más tiempo, tú sabes, para conocerse mejor y así.

Inhaló y exhaló con calma, no quería volver a pasar por esto —Estoy seguro.

—Es que... —comenzó a jugar con sus manos, evitando la mirada penetrante del pelinegro— n-no creo que sea buena idea... digo, igual pueden seguir viéndose aun sin casarse, ¿no?

Y Spreen tuvo suficiente.

—Missa —lo tomó por los hombros con fuerza, obligándole a mirarlo a los ojos— ¿qué pasa? ¿no querés que Roier se case?

—N-no es eso...

—Entonces... —Spreen tragó saliva— ¿es verdad? Lo que dijo Quackity... sobre que Roier te gusta--

—¡¿QUÉ?! ¡NO! ¡POR DIOS! ¡NO!

Spreen soltó el aire que estaba sosteniendo, en otras circunstancias, la respuesta sobresaltada de Missa le hubiera dado gracia, pero por ahora no hacía más que incrementar sus dudas.

—Entonces ¿qué es?

—…

—Missa... podés decirme, lo que sea, no me voy a molestar.

Missa miró a su alrededor, nervioso, un par de los cuervos de su guarida observándolo desde la parte alta de uno de los muchos libreros.

Si tan solo Philza estuviera aquí, él sabría que hacer...

Spreen quería a Roier, de eso no le quedaba ninguna duda. Y ese era precisamente el problema, pero le había prometido a Roier no decirle nada sobre--

—Por favor... —el tono de súplica no pasó desapercibido para el esqueleto, quien alzó la mirada para encontrarse con los ojos tristes de Spreen— Mirá... nunca antes había sentido esto que siento por Roier, y me asusta un poco, aun así, no sé cómo ni por qué, pero sé que es lo correcto. Que él y yo debíamos conocernos. De una forma u otra.

Spreen soltó los hombros del contrario, dejando caer los brazos a sus lados —Pero no quiero ser egoísta, y es re obvio que vos y Roier me están ocultando algo importante. Posta, si él en verdad no quiere casarse, lo acepto y ya. Sólo quiero...

...

—Sólo quiero que Roier sea feliz...

Missa siempre fue muy inseguro. Incluso tras siglos y siglos de haber terminado su entrenamiento por parte de Philza, no se sentía capaz ni merecedor de ser considerado uno de los guardianes del mundo de los muertos.

Y el mayor siempre lo supo, Missa ayudaba con tareas mundanas, pero al momento de tomar una decisión se asustaba y prefería dejárselo a él. Solía creer que Philza se molestaba, o que se arrepentía de entrenarlo, pero en su lugar, le sonreía cálidamente acariciando su cabeza.

—No me molesta, pero son cosas que puedes decidir por tu cuenta.

—Pero... ¿y si me equivoco?

—No pasará. Eres bueno, Missa, necesitas confiar más en ti mismo.

Tomó aire, disculpándose internamente con el castaño por lo que estaba a punto de hacer.

—Cuando alguien muere y llega aquí abajo —empezó en voz baja—, eso no es el fin, ¿sabes? La muerte les arrebata todo lo que alguna vez tuvieron en vida, y una vez aquí, les damos una última oportunidad de enmendar cosas... una última decisión que ellos tomen ellos mismos. Le llamamos “misión”, algunas son bastante sencillas, otras algo rebuscadas, pero todas y cada una de ellas son definitivas —con un movimiento de cabeza, señaló el libro que hace poco estaba sujetando—, es nuestro deber registrarlos, pero no se nos permite interferir en si se cumplen o no. Eso es deber de cada uno.

Spreen escuchaba atentamente, su mente recordando la conversación que alcanzó a escuchar apenas llegó a la guarida del contrario. Wilbur ya había definido su misión, y por lo visto Quackity seguía en ese proceso.

—Bien —Missa tomó el silencio del pelinegro como luz verde para continuar— ¿Recuerdas lo que te conté antes? Sobre el pasado de Roier, y la promesa que se hizo una vez murió.

—Nunca más huir del amor —Spreen respondió al instante, y Missa asintió con tristeza.

—Más que una promesa, esa es la misión que Roier eligió, lo sé porque yo mismo la escribí en el libro... la cosa es... si Roier y tú se casan, eso sería la culminación del amor, al decir “Acepto” Roier habría cumplido su misión.

Spreen frunció el ceño, si, muy noble y todo, pero ¿a qué quería llegar? Estuvo a punto de preguntarle cuando recordó la conversación del par minutos atrás.

—No planeas quedarte aquí toda la eternidad, ¿o sí?

Spreen sintió un escalofrío recorrerle toda la espalda.

—Missa... —empezó en voz terriblemente baja— ¿qué pasa cuando alguien cumple su misión?

—No estamos del todo seguros que hay más allá, lo único que sabemos es que una vez alguien cumple su misión--

Desaparece.

Para siempre.

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He vuelto 🤪 locura, perdón por la tardanza!

A veces siento que no explico bien las cosas ahskdjs pero en resumen: si Roier se casa, le pasa lo que a Emily 😁

Ya estamos al fin en la recta final de este bonito fanfic 🫶 muchisimas gracias a todos por leer 🩷

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