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Especial Navideño | Roja Nochebuena

Notas Importantes

Queda estrictamente prohibida cualquier copia y/o adaptación de esta obra de ficción. Todos los derechos reservados.

Disclaimer: Los personajes no son míos, pertenecen a Rumiko Takahashi.

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Advertencia: Este especial navideño puede contener escenas eróticas que rayan con el exhibicionismo, violencia y lenguaje adulto/vulgar. Además de un demonio perro desesperado por encontrar el regalo perfecto de Navidad, un Lord irritado y sexualmente frustrado por culpa de una irreverente humana; una niña y un hanyou mortalmente inoportunos, y una humana del futuro trayendo obsequios de su tiempo cuya repentina aparición en el pasado resultan un aliciente perfecto para una perversa diversión.

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Especial Navideño | Roja Nochebuena

Kagome observó cuidadosamente los objetos expuestos en la vitrina, sopesando sus opciones sin dejarse convencer por ninguna. Llevaba cerca de diez minutos frente a ésta, mordiéndose los labios con duda y una pizca de frustración que con el transcurrir del tiempo iba incrementándose cada vez más. Su amiga Yuka, en cambio, no dejaba de revolotear por la tienda tomando cosas por aquí y por allá, sin detenerse más de un par de segundos frente a los diversos objetos y prendas antes de tomar el de su elección.

—¿Puedo ayudarla en algo, señorita? —escuchó que le preguntaba una dependienta.

—Busco un regalo. —respondió con una nerviosa sonrisa.

—¡Ya veo! —exclamó de repente emocionada la chica. —¿Para alguien en especial? ¿Papá, mamá, una amiga...? ¿O quizás un novio?

¿Un novio? El corazón de Kagome comenzó a latir acelerado ante la pregunta y pudo sentir sus mejillas llenándose de color y calor ante la repentina imagen que se le cruzó por la cabeza. Sacudiéndose el pensamiento con vehemencia, intentó pensar con rapidez en alguna respuesta sensata.

—¿Un novio? ¿Kagome? ¡Por supuesto que no! —intervino a tiempo su mejor amiga. —A menos que...¡oh por Dios! ¿Empezaste a salir con Hojo y no me lo dijiste?

Kagome la miró con el nerviosismo incrementándose y su rubor profundizándose. ¿Salir con Hojo? ¡Cielos, no! Hojo sólo era un buen amigo y sí, era muy guapo también pero no podía compararse con el atractivo que los hermanos Taisho habían demostrado tener. Y una mierda, ¿desde cuándo había empezado a incluir a Sesshomaru en ello?

—No, no es así. —respondió finalmente.

La dependienta la observó con confusión sin saber cómo proceder. Kagome no la culpaba, ella tampoco tenía ni idea de qué hacer con Yuka interviniendo de manera imprudente la mayor parte del tiempo. Afortunadamente para ambas, su hiperactiva amiga se encargó de distraer a la trabajadora pidiendo más cosas para llevar y finalmente conduciéndolas a ambas hacia la caja para pagar por todo.

La Navidad se acercaba a pasos agigantados y, acostumbrada a pasar esas festividades con su familia, se había encargado de programar un viaje exprés al Sengoku una semana antes para tener la oportunidad de llevarles algunos regalos a sus amigos. No es que la Navidad fuera una fiesta que se celebrara en aquellos tiempos donde los demonios se disputaban el lugar de Dios y criaturas de gran poder rondaban la tierra como si nada, pero llevaba un par de años esforzándose por inculcarles un poco del famoso espíritu navideño.

Es así que la Navidad pasada había robado de su casa una vieja caja con esferas y la había transportado al pasado para adornar junto con Shippo un pequeño pino que Inuyasha les había hecho el forzoso favor de conseguirles e instalar en la cabaña de la anciana Kaede. Junto con las esferas había conseguido colar algunos platillos que su madre le había ayudado a preparar y un par de regalos para cada uno de los integrantes de su grupo, incluida Kaede.

Lo cierto es que había sido realmente difícil explicarles el sentido de semejante festejo e incluso después de ello, estaba casi segura de que el único sentido que habían visto en los escasos preparativos había sido recibir regalos. Una sonrisa se esparció por sus labios ante ese pensamiento. No había sido su ideal pero de todos modos, la idea de por lo menos haberles dado esa satisfacción, le había hinchado el corazón de emoción.

—Oye, Kagome, ¿estás ahí? —le preguntó Yuka moviendo su mano de arriba hacia abajo frente a su rostro.

—Lo siento, ¿qué decías?

—Te estaba preguntando si realmente no te habías conseguido un novio del que no nos has dicho nada. —repitió deteniéndose por un momento. —¿Es el chico malo del que ya nos habías hablado? Ese...¿Inuyasha? ¿Finalmente superaron sus problemas y empezaron a salir? Te dije que podía ser peligroso.

Kagome la observó sin saber bien cómo responderle. Muchas cosas habían pasado desde su última visita al pasado y la verdad era que llevaba un tiempo pensando en alguien que no era Inuyasha. El encuentro que había tenido con Sesshomaru aquella noche donde su amigo había olvidado recogerla todavía rondaba su cabeza y la serie de eventos que después la habían impulsado a viajar en periodos cada vez más largos con el extraño grupo de Sesshomaru eran la causa principal de que el hanyou no fuera más su pensamiento principal.

—No, no tengo novio. —le respondió con seguridad.

Yuka podía llegar a ser un sabueso en busca de una pista una vez que se le daba entrada y no la necesitaba husmeando en sus pensamientos y sentimientos sobre su nuevo protector. Lo que la llevaba a Sesshomaru y su frustrante comportamiento para con ella. La confundía. Había empezado a viajar con ellos después de que la pequeña Rin enfermara y Kagome fuera prácticamente secuestrada para ayudarla a recuperarse.

El Lord no había sido particularmente amable con ella desde que la arrancara de su grupo mientras Inuyasha disfrutaba de una noche junto a su amada Kikyo y el resto de su grupo dormía, pero la sacerdotisa no tenía el corazón para dejar vulnerable a la niña de ese grupo. El daiyokai ni siquiera había tenido la delicadeza de aprenderse su nombre y usualmente se dirigía a ella como "mujer", "humana" o en ocasiones muy raras donde sus ojos brillaban más dorados de lo usual, "hembra".

—Está bien, no voy a presionarte por más. —se rindió la chica. —Así que, ¿este año vas a darle doble regalo a Souta?

—¿Doble regalo?

—Te vi comprar dos cuadernos para dibujo y dos cajitas de colores. Supuse que le darías un doble regalo a tu hermano. —se encogió de hombros.

—Oh, no, son para Ship- —se interrumpió a medio camino y tras unos segundos, carraspeó. —Son para Souta y uno de sus amiguitos que pasa mucho tiempo en casa. Pensé que les serviría para...entretenerse cuando estoy enferma y no puedo hacerme cargo de ellos.

—Eso tiene sentido. —respondió sin darle mayor importancia. —Por un momento pensé que era algo demasiado infantil incluso para Souta pero entiendo por qué los regalos. Como sea, ¿quieres que vayamos a comer algo?

Kagome sopesó la posibilidad de ir a comer algo con su mejor amiga, después de todo llevaba mucho tiempo sin verla debido a sus viajes al pasado y no le caería mal pasar un poco más de tiempo con ella, pero terminó rechazando la invitación. Tenía planeado viajar esa misma noche al Sengoku y todavía le faltaba conseguir un regalo muy importante.

—Lo siento, me encantaría ir pero no puedo. —susurró avergonzada. —Quizás podamos dejarlo para después.

—Seguro, no te preocupes. No consideré que tal vez no te sintieras todavía muy bien.

La chica tragó fuerte ante sus palabras, sintiéndose a cada momento más culpable por mentirle de esa manera a una de sus mejores amigas. Sin embargo, tras una cálida despedida y el correspondiente intercambio de buenos deseos, se forzó a continuar con ese largo día de compras.

Recorrió tiendas y más tiendas, se abrió camino entre compradores enloquecidos por las ofertas, se rompió la cabeza en busca del regalo ideal para quien le faltaba y a punto de caer el sol, suspiró derrotada. No había conseguido el regalo más caro, ni el más hermoso, mucho menos el más llamativo pero tenía la esperanza de que fuera a funcionar para el propósito. Quizás cuando regresara a pasar la Navidad con su familia, tendría la oportunidad de buscar algo mejor o por lo menos tendría una mejor idea de qué podría dar.

Esa noche, con la enorme mochila amarilla que había sido su fiel amiga desde que empezaran sus viajes voluntarios entre los dos tiempos bien cargada, se despidió de su familia con la promesa de volver en unos días a celebrar. Su madre se había tomado la molestia de preparar alimentos extra desde que se le había escapado su reciente mudanza al nuevo grupo y a la pequeña niña que cuidaba en él, ignorante de que tanto Sesshomaru como su fiel sirviente odiaban todo cuanto tuviera que ver con los humanos y su comida. De modo que llevaba a cuestas más de lo que había planeado originalmente.

—Ten cuidado, hija. —la abrazó su madre con amor.

—Siempre lo tengo. Estaré de vuelta pronto.

—¡Salúdanos a Inuyasha! —gritó su hermanito desde el interior de la casa y la chica sonrió. Si tan sólo su hermano supiera.

Sosteniendo con firmeza los tirantes de la mochila a su espalda y rezando a los dioses que nada se rompiera durante el viaje a través del pozo, se dejó caer por este con la mente llena de toda clase de pensamientos extraños y una bola de anticipación pesando en su estómago.

El Sengoku la recibió con un tibio atardecer mientras luchaba por hacer su camino cuesta arriba por el viejo pozo. En esta ocasión nadie la estaría esperando pues para conseguir escapar de la dura y vigilante mirada del daiyokai, había tenido que mentirle respecto a su ausencia y la necesidad de la anciana Kaede de tener su ayuda para cuidar de una enfermedad entre los aldeanos. Inuyasha había tenido que cubrir su huida hacia el pozo después de que Kagome decidiera que no era una buena idea perder el tiempo explicándole al demonio su procedencia y el portal sujeto al pozo devora huesos.

—Keh, tardaste mucho, Kagome. —le gruñó el hanyou apenas llegó a la cima.

No lo había estado esperando y una pizca de temor se coló en su interior ante su no planeada presencia. Tal vez Rin había vuelto a ponerse enferma o la falsa emergencia en la aldea se había vuelto repentinamente real, lo que no sería de extrañar considerando los bruscos cambios de temperatura que habían estado presentándose desde hace semanas.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó más sorprendida que enojada por su forma de hablarle.

—Esperarte, tonta.

—Eso es evidente. Me refiero a, ¿por qué diablos estás esperándome aquí?

—Tal vez sólo pensé que serías lo suficientemente torpe para olvi-

—¡Inuyasha, abajo!

Suficiente, su paciencia había llegado a su límite y la larga caída del hanyou desde el árbol donde la esperaba fue el resultado de una tarde de cansancio, frustración e incertidumbre. Cuando Inuyasha terminó de golpear contra el suelo soltando una sarta de maldiciones contra la maldición de su collar y contra ella misma, sonrió divertida.

—Intentémoslo de nuevo, Inuyasha. —susurró con dulzura. —¿Por qué estabas esperándome aquí y no en la aldea como habíamos planeado?

Su amigo la miró con enojo antes de levantarse del suelo, sacudir su ropa con torpeza y dirigirle una mueca mal disimulada. Su largo cabello ondeó con una brisa y por un momento, Kagome no pudo evitar compararlo con los sedosos mechones plateados de su medio hermano. Sacudiendo la cabeza para apartar esos pensamientos, volvió a presionarlo.

—Inuyasha...¡aba-

—¡Espera! —interrumpió. —Keh, está bien. El bastardo de Sesshomaru ha estado rondando sospechosamente la aldea y la niña que lo acompaña se ha acercado un par de veces preguntando por ti y un...¿regalo?

Kagome se golpeó mentalmente, recordando su promesa a Rin. La última vez que había estado con ella después de que se recuperara de la fuerte fiebre que la había ido consumiendo durante días, Kagome no había podido evitar que las carencias de la pequeña la golpearan duro. No es que Sesshomaru no tomara cuidado de la niña, porque la realidad es que con los pequeños trozos de información que se le habían ido escapando a ésta, había quedado patente la preocupación del daiyokai por su bienestar, pero todavía había muchas cosas que cubrir en cuanto a sus necesidades.

De hecho, mientras escuchaba a la chiquilla hablar emocionada sobre los nuevos kimonos que el "Señor Sesshomaru" le había dado, Kagome no había podido evitar preguntarse qué diablos haría el orgulloso daiyokai cuando la pequeña entrara en la adolescencia y los cambios físicos y hormonales hicieran su aparición. Probablemente se volvería loco, si es que su duro rostro era capaz de mostrar algo más que una fría mirada y su usual inexpresividad.

—Como sea, espero que no estés planeando darle mis bocadillos. —le gruñó después de un rato. —Todavía no comprendo del todo qué diablos hace una niña siguiendo a ese bastardo pero si está con él, no es digna de mis bocadillos.

La chica del futuro lo fulminó con la mirada, murmurando un suave "abajo" antes de comenzar a caminar rumbo a la aldea. Otra ronda de maldiciones la acompañó en el silencio del claro mientras pensaba con enojo en el desconsiderado comentario del hanyou. Cualquier conflicto que todavía tuvieran los hermanos no era razón para involucrar a la niña que nada tenía que ver con ello.

Llegar a la aldea, pese a traer a un malhumorado Inuyasha a su lado, no fue tan difícil como enfrentarse a la sorpresa de ver a Rin sentada ansiosamente afuera de la cabaña que Sango y ella solían utilizar cuando estaban en la aldea. La pequeña balanceaba los pies con ansiedad, sentada en el borde que fungía como escalón para ingresar en la cabaña, su boca dejando escapar un sonido chillón que tardó poco en comprender que se trataba de una canción.

—¡Señorita Kagome! —chilló emocionada cuando la vio. —¡Señorita Kagome! Rin la ha estado esperando por muuuucho tiempo aquí.

Kagome observó con ternura la enorme sonrisa que se dibujó en los labios infantiles y se acercó a ella. Rin era una niña muy dulce y bonita para su edad, y la sacerdotisa en ella sabía que crecería para convertirse en una mujer tan fuerte como hermosa. Si se le guiaba adecuadamente en el camino.

—¿Por mucho tiempo? —le preguntó divertida.

—Muuuuucho tiempo. Mucho, mucho más del que el señor Jaken, A-Un y y Rin esperaban al Señor Sesshomaru en el prado del bosque.

—Ya veo. —le respondió sin entenderle del todo.

—¡Kagomeeeeee-chan! —se lanzó a sus brazos repentinamente Shippo y ella lo recibió con una sonrisa todavía más amplia. —Ese perro tonto de Inuyasha no quiso ayudarnos mucho pero conseguimos poner el árbol de Navidad. ¡Sólo faltan los regalos!

—¡Y Rin ayudó también! —exclamó la niña poniéndose de pie.

La sacerdotisa la vio vacilar un poco antes de que se quedara quieta, sus ojos revelando un anhelo que la confundió. Casi le pareció leer en ellos el deseo de ocupar la posición de Shippo entre sus brazos y eso la desarmó. Ya había pensado en algunas de las carencias de la niña y de los obstáculos a los que se enfrentaría el Lord cuando ésta creciera, pero realmente no había pensado mucho en que un afecto más maternal estaba fuera de su corta vida. Es decir, si se consideraba que vivía entre varones que además de todo, eran los demonios que hasta hace poco despreciaban la vida humana.

—Eso es genial. Estoy segura de que debió quedarles fantástico.

—¡Apresúrate, ven a verlo! —exclamó Shippo bajando y comenzando a tirar de su mano.

Kagome sonrió y lo siguió, tomando la mano de Rin en el camino. Estaba de vuelta y no había señales de Sesshomaru. Todavía tenía un poco de tiempo para analizar bien sus opciones y adquirir valor para hacer lo que tenía que hacer. Una misión navideña nunca le había parecido más complicada.

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Sesshomaru volvió a observar el diminuto papel entre sus manos mientras Yako resoplaba frustrado en su interior. No tenía ningún sentido. El pequeño trozo que se asemejaba a un pergamino de un blanco mucho más brillante, tenía sellado en su superficie una especie de imagen de la que su protegida se había negado a separarse en ausencia de la sacerdotisa.

Desde que lo consiguiera, Rin había estado parloteando sin cesar sobre objetos mágicos que desprendían colores al contacto con el pergamino, plantas todavía más extrañas, figuras redondas colgando de altos árboles y leyendas que si el Lord se detenía a analizar, le parecían la epítome del sin sentido. Y con todo ello, la niña había ido poniendo a prueba cada vez más su muy limitada paciencia, al grado en que finalmente la había dejado partir rumbo a la patética aldea humana.

"No existe". —gruñó con irritación la bestia.

El Lord del Oeste apartó de su mente los pensamientos de éste antes de volver a enfocar su mirada en la ofensiva figura. Rin lo había llamado un "dibujo" y aunque normalmente no le hubiera prestado atención suficiente a su diatriba, había empezado a hacerlo cuando mencionó lo que significaba y lo que eso representaba para la miko que los seguía.

Su plan jamás había contemplado secuestrar a la mujer de su medio hermano en mitad de la noche, pero largas horas nocturnas contemplándola y acechándola por su cuenta, habían sacado lo peor de Él. La enfermedad de su protegida sólo se había vuelto un motivo más trascendente para hacerlo que su mero instinto golpeándolo y un irritante Yako presionando.

"No podemos decepcionarla". —continuó gruñendo Yako.

Y el Lord sintió deslizarse un poco más de su paciencia fuera de sí. Su mundo había comenzado a ponerse de cabeza con la llegada de la mujer humana de un modo en que la presencia de su protegida no había conseguido hacerlo. Y aunque era innecesaria ahora que había cumplido su cometido de ayudar a Rin, se había resistido más allá de lo normal a dejarla partir de vuelta a la aldea. La niña no quería que se fuera y Él poseía un orgullo suficientemente grande para utilizar ese deseo en lugar de sus propias intenciones, para conservarla con ellos.

Sin embargo, estaba ahí esa otra cuestión de lo que le generaba cargar con otro ser humano a cuestas. Su opinión sobre una raza tan débil y patética no había cambiado siquiera un ápice y todo lo que les concernía le parecía intolerable. La enfermedad de Rin sólo había sido un aliciente más para conservarse en esa posición y recordarle cuán frágiles podían llegar a ser los humanos en comparación con Él. Además de eso, estaba la irreverente forma en que la sacerdotisa se comportaba en su presencia, cómo lo desafiaba, le bufaba, gruñía y murmuraba para sí opiniones que de tratarse de alguien más, ya lo hubieran tenido acabando con su vida.

"Un plan". —soltó de repente la bestia y Sesshomaru gruñó sin energía.

Yako había tomado un especial e insano interés en la mujer de Inuyasha mucho antes de que comenzaran a acecharla. No podía decir con seguridad de dónde había venido ese interés pero había sido la causa principal de que todo comenzara a tambalearse. Sintiendo a través de su conexión con la bestia las fuertes cargas de ansiedad, deseo y anhelo junto con una serie de imágenes altamente sádicas y perversas donde la humana era la protagonista, el Lord había tenido que vivir al borde de Sí mismo para no sucumbir y tomarla.

Las cosas sólo habían empeorado desde entonces. Sesshomaru había comenzado a sentir una serie de emociones con las que no estaba familiarizado y que tampoco le agradaban de sobremanera, mientras luchaba por conservar el control y contener a una bestia cada vez más desesperada y enloquecida por el deseo. Y dado que Yako no obedecía a reglas, lógica y autocontrol, y se dejaba llevar únicamente por impulsos e instintos, es que habían terminado en este punto.

"Yo la haré". —gruñó Yako con un borde afiladamente emocionado.

El Lord del Oeste se resistió a actuar bajo la guía de Yako, sin dejar de observar la desproporcionada figura. Nochebuena. Rin la había llamado así. Una extraña flor de hojas largas y puntiagudas que resplandecían de un tono rojo brillante, casi ofensivo para la mirada, y en cuyo centro sobresalían unas pequeñas esferas doradas. En medio de sus extravagantes e incoherentes historias sobre algo llamado "Navidad", había relatado una leyenda sobre la flor que no tenía el más mínimo interés en recordar y luego había mencionado que representaba "la nueva vida de los guerreros muertos en batalla".

"Estupideces humanas". —pensó llevando casi de manera inconsciente una de sus manos a Tenseiga.

De igual modo e independiente de lo estúpidas que encontraba las creencias de un grupo de humanos, Yako había tirado el poco sentido común que poseía y había convertido en su misión encontrar la dichosa flor. Para conseguirlo había peleado contra Sesshomaru en repetidas ocasiones, sin mayores resultados que conseguir bajar las defensas del Lord y enfurecerlo cada vez más hasta que finalmente había decidido ceder un poco.

No lo admitiría nunca con facilidad pero en el recorrido por sus tierras mientras la miko y su protegida se encontraban ausentes, prestó una renovada atención a las superficies que delimitaban su territorio y, cuando debió encargarse de algunos invasores y les siguió al territorio Norte, continuó haciéndolo en busca de otras posibles amenazas.

Sin embargo, nada de eso dio resultado. El inclemente tiempo que se abría paso en la naturaleza había acabado con casi todas las flores en los terrenos y aquellas que tercamente continuaban en pie tenían poco o ningún parecido con el ahora arrugado trozo de pergamino.

"La blanca, toma la blanca". —presionó Yako, tirando de su prisión.

Sesshomaru volvió a resistirse, apreciando con total claridad el plan de la bestia. No tenía tiempo para hacer semejantes estupideces cuando había asuntos más importantes que tratar. Mucho menos para complacer a un insignificante ser humano que pertenecía a otro macho.

Y entonces la percibió de vuelta. Una delicada y sutil esencia que abría su camino a través de la distancia que los separaba para envolverse en torno a Él, seduciéndolo e inundando sus sentidos con una mezcla de sensaciones que tenía a su cuerpo endureciéndose, y al mismo tiempo relajándose sin igual. Había regresado, la humana había vuelto de donde quiera que se hubiera metido tratando de engañarlo.

"Mía". —gruñó guturalmente la bestia.

Y aunque fuera en una muy pequeña parte dentro de Él, sabía que Yako tenía razón: la mujer humana les pertenecía. No al molesto y patético hanyou con quien compartía padre, sino a Él, el poderoso Lord de las Tierras del Oeste.

Sin apenas prestar atención a la tarea, el daiyokai arrancó de la tierra la flor blanca que Yako había estado exigiendo y emprendió el camino de vuelta a la aldea humana. Sabía que la imagen que representaba en esos momentos resultaría extraña a la vista de cualquiera y estaba más que dispuesto a llevarse la vida de todo aquel que osara darle un segundo vistazo o que siquiera prestara atención a su figura sosteniendo la delicada flor entre sus garras.

"No es roja". —reflexionó tardíamente Yako. —"Necesitamos algo rojo".

Unos metros más adelante percibió en la cercanía una de las tribus humanas que tanto le desagradaban y que no tenía ningún reparo en atacar. Después de todo, el Gran Sesshomaru había decidido respetar la aldea de la sacerdotisa pero no extendía la misma cortesía al resto de la población humana, para su gran deleite.

—¡Vete de aquí, demonio! —gritó una voz masculina frente a Él.

Sesshomaru detuvo su andar, observando al nervioso pero envalentonado humano que estorbaba su camino, La mujer había regresado y su esencia no dejaba de tirar de Él para alcanzarla, marcando un cuidadoso camino hasta su posición. No podía, ni quería perder el tiempo con un grupo de patéticos humanos.

—Apártate. —le ordenó sin emociones.

—¡L-lárgate de aquí o te mataremos! —respondió en su lugar el hombre.

Por el rabillo del ojo, el daiyokai pudo percibir a los otros tres humanos agazapados tras los árboles con sus armas en alto. Realmente no tenía tiempo, ni paciencia para esto. Cuando la primera flecha surcó el aire en su dirección, Sesshomaru dio un ligero salto hacia atrás, protegiendo la flor y, con un fluido y ensayado movimiento, sacó a Bakusaiga y en un abrir y cerrar de ojos, se deshizo del primer humano, aquel que le había atacado.

"¡Rojo!", —gritó Yako extasiado. —"Eso nos servirá".

Sesshomaru observó brevemente las corrientes de roja sangre humana escapando del cuerpo despedazado y sonrió. Por primera vez en largos días, Yako y Él estaban de acuerdo en algo. Preparándose para un pequeño calentamiento, pues no podía considerar su enfrentamiento con los humanos una batalla, sostuvo con firmeza su espada y se dedicó a cumplir el cometido. Un par de minutos después había dejado tras de sí cuatro cadáveres despedazados y cargaba consigo una flor teñida de escarlata.

Durante la primera mitad del trayecto rumbo a la aldea donde su protegida y la mujer humana lo estarían esperando, la flor había ido dejando un camino goteante de sangre, pero para el momento en que finalmente había bordeado la repulsiva aldea y había enviado una señal de su presencia, ésta finalmente había secado y parecía una flor completamente diferente a la que originalmente había tomado.

"Le va a encantar". —comentó con lo más parecido a un chillido de emoción que podía lanzar una bestia.

Por supuesto, estaba seguro que a la sacerdotisa no le iba a gustar nada descubrir que el color de su deseada flor provenía de la sangre de su propia especie, a la que a su parecer ya no había vuelto a atacar voluntariamente, pero sería un pequeño secreto que la bestia y Él se guardarían para sí.

—¡Señor Sesshomaruuuu! —gritó emocionada la pequeña niña.

Mientras corría emocionada hacia Él, sostenía entre sus brazos dos extraños objetos rectangulares, uno de cuya débil estructura sobresalían diminutas lanzas con puntas filosas de diferentes colores y el otro en cuyo borde podía apreciarse una extraña espiral negra que parecía sospechosa. ¿Qué demonios era todo eso?

—Rin. —la saludó con un simple llamado cuando lo alcanzó.

Unos metros por detrás de ella, la mujer humana se acercaba con pasos vacilantes y los brazos ocultos tras su espalda, en actitud sospechosa. Con su excelente vista había podido apreciar un destello plateado saliendo de su espalda y por un momento, la idea de que fuera a intentar atacarlo le había irritado de sobremanera. Aunque no importara que lo intentara, jamás sería rival para Él y someterla podría volverse una interesante actividad.

—Mujer. —la llamó en el mismo tono y una sonrisa perversa se extendió en los labios de la bestia. —Detente.

—¿Perdón? —preguntó confundida.

Después de volver a la aldea y repartir los regalos entre sus amigos, había pasado el tiempo dibujando y coloreando con Shippo y Rin, enseñándoles a utilizar sus nuevos presentes y bromeando con ellos en el proceso. No había sido hasta que Inuyasha les había informado que Sesshomaru había vuelto, que su corazón empezó a acelerarse y extrañas cosquillas en su estómago comenzaron a revolotear. Rin había guardado todo con cuidado y premura antes de salir corriendo al borde Oeste de la aldea en busca de su protector y, después de unos largos minutos de vacilación, ella misma había tomado el pequeño paquete envuelto y la había seguido, evadiendo las preguntas curiosas de Shippo y enviando a Inuyasha hacia abajo para impedirle ver lo que ocultaba.

Mientras caminaba siguiendo el camino que Rin había tomado, estuvo preguntándose cuáles serían los pros y contras de retractarse y olvidar que ingenuamente le había traído un regalo de Navidad al ser que probablemente compartía más características con el Grinch, que cualquier otro ser sobre la faz de la Tierra. ¡Y eso sin siquiera conocer lo que era la Navidad! Pero sus hormonas habían terminado por tomar la decisión después de ver al estoico daiyokai parado a la sombra de un árbol, luciendo tan impasible y malditamente atractivo como siempre.

—¿Sesshomaru-sama? —preguntó igualmente confundida la niña.

—No lo intentes. —reiteró sus palabras. —No tienes oportunidad contra Mí.

Kagome no tenía ni la más mínima idea de lo que el demonio estaba hablando pero tenía la ligera sospecha que tenía algo que ver con sus manos escondidas y temblorosas detrás de ella. ¿Habría averiguado que le traía un regalo y le estaba advirtiendo que ni siquiera se atreviera a dárselo? No le había comprado nada particularmente grande ni especial, pero la simple idea de que éste lo rechazara antes de siquiera echarle un vistazo, la molestaba muchísimo.

—Y si quiero hacerlo, ¿qué? —lo desafió sin una pizca de temor.

A su costado, Rin respingó y comenzó a retroceder unos pasos, como si percibiera en el ambiente una batalla y estuviera preparándose para resguardarse. Kagome no pudo evitar darse cuenta de su proceder, ni sentirse ligeramente culpable por ponerla en esa situación pero la nueva tensión en el cuerpo del enorme daiyokai frente a ella, la eliminó.

—No me desafíes. —siseó en un tono bajo y grave que envió una llamarada de calor por todo su cuerpo.

—Tú empezaste. —resongó. —Yo puedo hacer lo que se me dé la gana.

—Lo que planeas, no. —le respondió con una renovada frialdad.

Presionando con fuerza el pequeño paquete a su espalda, lo fulminó con la mirada. ¡Había pasado horas buscando un maldito regalo para Él! Algo que fuera útil pero que no sobrepasara la barrera del tiempo, que pudiera disfrutar pero no atentara contra su orgullo del tamaño del universo. ¡Y así lo pagaba! Ordenándole que no se atreviera siquiera a intentarlo. ¡Pues ya lo había hecho! Había gastado parte de sus ahorros en ese regalo y así tuviera que dárselo utilizando la fuerza, eso haría.

—Por si no lo dejé claro la primera vez, cuñado. —hizo una pequeña pausa para dar mayor énfasis al apelativo empleado. —Haré-lo-que-yo-quiera.

—Rin, vuelve a la aldea. —ordenó con dureza el daiyokai, aferrándose a lo último de su autocontrol.

—Señor Sesshomaru...

—Ahora. —la interrumpió con mordacidad y gran autoridad.

La pequeña se debatió unos segundos más antes de aferrar con mayor fuerza sus obsequios y encaminarse de vuelta a la aldea. No temía que su protector hiriera a la sacerdotisa porque una noche le había robado la promesa de que jamás le haría daño, pero tampoco estaba cómoda con la idea de dejarlos solos tan enojados como parecían estar. Su experiencia en su aldea natal le había enseñado que las personas tendían a actuar de manera irracional cuando estaban molestos y las consecuencias no se medían.

Pensó que tal vez podría decirle a Inuyasha lo que estaba sucediendo y él se encargaría de todo pero aún a su temprana edad, ya había visto demasiado de su proceder y había una parte en su mente que le gritaba que haciendo eso, el hanyou querría alejar a Kagome para siempre de ellos, y Rin ya había estado sola demasiado tiempo. No quería que la señorita Kagome se marchara, quería que se quedara con ellos, al lado de su Amo, y que jugara con ella o le contara esas graciosas y extrañas historias de un futuro diferente mientras le cepillaba el cabello.

No pediría ayuda. En cambio, se sentaría junto a su nuevo amigo Shippo y "colorearía" los dibujos que la señorita Kagome le había obsequiado mientras esperaba que volvieran. Guardaría silencio.

—Repítelo. —la retó, una vez que Rin se alejó.

—Creo que dos veces son incluso suficiente para un demonio tan cabezota como tú.

—Repítelo, mujer. —reiteró su reto, estrechando la mirada.

"Y atiéndete a las consecuencias". —completó en medio de un gruñido la bestia que ya rondaba el frente de su prisión.

—Haré lo que yo quiera, cuñado.

Sesshomaru estaba en el borde después de la primera vez que lo había llamado así, con la segunda sólo lo había perdido de sí. En un parpadeo, cortó la distancia entre ellos y tiró del delgado cuerpo de la sacerdotisa contra un árbol, enjaulándola entre sus dos brazos y permitiendo dejar escapar un gruñido proveniente de Yako que deslizó una pizca de temor en sus hermosos ojos oscuros.

—¿Q-qué te tiene tan enojado? —preguntó tentando de más a su suerte. —¿Que te llamara "cuñado" o lo que estaba "planeando" hacer?

Ser llamado así y su estúpida idea de atacarlo. Ambas. Ninguna. Su mera presencia dentro de su perfecta existencia. Todo. Nada. No importaba porque no había una respuesta sencilla para su pregunta. La verdad era que realmente no se había dado cuenta de cuán al borde estaba y había estado desde su partida, hasta que la vio caminando hacia él con una daga a su espalda, dispuesta a intentar patéticamente a atacarlo.

—Eres sólo una humana.

—No me digas...¿qué te dio esa pista? —se burló socarronamente.

"Me gusta su actitud". —rió roncamente la bestia.

Sesshomaru ignoró la burla pese a que todos sus sentidos gritaban por enseñarle una lección, centrando su atención en la incómoda posición a la que la chica había llegado por negarse a mostrar lo que ocultaba tras su espalda.

—Suéltala. —le ordenó.

—No.

—Suéltala. —se repitió cada vez más molesto.

—Diablos, no. Pasé por mucho para conseguirlo como para arruinarlo tirándolo al sucio suelo.

Kagome frunció el ceño tratando de controlar el latido desbocado de su corazón. Cuando Sesshomaru había acortado la distancia y la había tomado para atraparla entre el árbol y él, su corazón se había vuelto loco y un rubor insano se había extendido por todo su cuerpo. Sin embargo, aún con la forma incómoda en que sus manos habían quedado clavadas contra la dura corteza, se había negado a dejar caer su obsequio. Y aunque el daiyokai se había referido a éste en femenino, no le había costado comprender que hablaban de la misma cosa.

La intención del Lord del Oeste no era lesionar a la humana pero ya estaba más allá de sí cuando decidió tirar de los brazos de la chica hacia afuera y presionarlos por encima de su cabeza contra el tronco. Sorpresa lo invadió al observar que pese a la rudeza del movimiento y la fuerza del impacto, la pequeña mujer no dejó ir lo que sostenía en una de las manos, y más al descubrir que no era una daga lo que había estado ocultando.

—Ouch. —gimió la chica, sintiendo la dura presión del demonio. —Eso duele, Sesshomaru.

—¿Qué es eso?

Kagome se distrajo de la pregunta observando los cincelados y perfectos rasgos del Lord. Las extrañas pero atractivas marcas púrpuras que podían percibirse a la perfección a la distancia en la que se encontraban en ese momento, la fascinaban como pocas cosas, y el dorado ámbar de sus ojos la tenía casi derritiéndose en su furioso agarre.

—Mujer, respóndeme.

—Sí, eh...es un obsequio. —respondió, tratando de apartar la mirada de su apuesto rostro. —Un regalo para ti.

Sesshomaru la observó durante unos instantes, sin perderse su lento escrutinio y las reacciones de su cuerpo ante su apreciación, mientras intentaba darle sentido a sus palabras y un Yako anonadado se quedaba quieto en su interior.

—¿Para mí?

"Nadie nos ha dado nunca un regalo". —gimió emocionada la bestia.

—Bueno, sí, algo así...—vaciló la chica. —Es Navidad, ¿sabes?

En teoría, todavía no era Navidad y dudaba mucho que Sesshomaru supiera a lo que se refería o que siquiera le fuera a admitir su ignorancia pero daba lo mismo. Era un obsequio navideño y lo había comprado para él.

—La Navidad es una época para estar juntos y demostrarle a quienes quieres cuánto los quieres. Los obsequios son sólo una forma de hacerlo y dadas las circunstancias, este es el tuyo.

Sesshomaru analizó cada una de sus palabras, aumentando su control sobre un Yako demasiado excitado por abrir el "obsequio" del que le estaban hablando. Pero había algo más ahí, algo entre sus palabras que no sonaba bien y despertaba a su instinto en alerta. ¿Qué podía ser?

—Si me sueltas un momento, puedo dártelo. —continuó la chica.

Aún analizando sus palabras en busca de lo que estaba mal, apenas fue consciente de que sus manos la dejaron ir y que ésta extendió la diminuta caja de brillante papel plateado y con un lazo dorado, hacia sus manos.

—Feliz Navidad, Sesshomaru. —susurró con repentina timidez.

El daiyokai observó por unos instantes el paquete, apartando de su mente los anteriores pensamientos para prestar atención. El obsequio no pesaba mucho y se sentía pequeño contra sus manos pero desprendía un aroma que nunca antes había percibido y que de alguna manera había hecho que Yako empezara a salivar en su interior. Sin mucha ceremonia, ni cuidado, desgarró la envoltura con una de sus garras, apartó la parte superior de la caja y observó curioso el contenido, inhalando con mayor fuerza el delicioso aroma que de ahí se desprendía.

Los segundos pasaron con rapidez y Kagome comenzó a sentirse más y más nerviosa ante el silencio sepulcral del demonio. De repente se sentía sumamente avergonzada de su elección. Había visto innumerables prendas de ropa, relojes, carteras, llaveros y anillos que las tiendas ofertaban para el público masculino esta Navidad, pero ninguno de esos objetos había encajado con la imagen de Sesshomaru, ni con el tiempo en el que se encontraban, así que había optado por deslizarse a un terreno más seguro.

—S-si no te gustan puedo comérmelas yo. —susurró nerviosa.

La comida le había parecido ese terreno más seguro pero viendo la inexpresividad de Sesshomaru, ya no estaba tan segura de haber hecho una buena elección. El daiyokai era un perro demonio como Inuyasha, y dado que éste ya había probado antes un bocadillo parecido al del regalo de Sesshomaru sin tener efectos secundarios, había optado por darle algo así a su medio hermano. En su tiempo, los perros enfermaban terriblemente cuando comían chocolate.

—Son fresas con chocolate. —sonrió tenuemente.

—Fresas...¿con chocolate?

Kagome no pudo evitar sentir una ligera pizca de ternura ante el tono desorientado del demonio. Por un momento le había dado la impresión que su habitual máscara de inexpresividad caía y dejaba entrever una vulnerabilidad que estaba ahí y que resplandecía tras recibir un regalo. Casi como si se tratara de un niño o un cachorro.

"Cómelas". —ordenó impaciente Yako.

No sabía qué eran esos alimentos que la humana y el Lord habían mencionado pero el aroma que desprendían era muy semejante al de la esencia de la mujer y la bestia estaba ansiosa por probarlas, a ambas.

—Te juro que no son venenosas. —se apresuró a decirle viendo su vacilación. —Mira, yo comeré una primero.

Extendiendo la mano con rapidez, pescó una de las fresas y la llevó hasta sus labios, permitiendo a la punta de su lengua salir para probar un poco de la cubierta del chocolate e introduciéndola cada vez un poco más hasta arrancar un trozo y degustar la combinación ácida del fruto con el dulzor del chocolate. Estaba deliciosa y no pudo evitar gemir en apreciación mientras le daba otro mordisco y un poco del jugo de la fresa se escapaba por la comisura de sus labios.

Sesshomaru observó cercano a la fascinación la forma tan erótica en que la mujer humana comió una de esas fresas y, por un momento deseó que fuese otra parte de su anatomía la que estuviera entre sus labios. Cuando un poco del jugo del fruto escapó de los labios de la chica, se encontró a sí mismo capturándolo en la barbilla de la humana con su propia boca. Sabía bien. Muy bien.

Kagome se quedó sin aliento mientras terminaba de empujar en su garganta el último bocado de su bocadillo y sentía los suaves labios del daiyokai moverse absorbiendo un poco del jugo que había escurrido. Era una posición incómoda si es que lo pensaba pero no se sentía mal, por el contrario, su cuerpo había comenzado a cosquillear de una manera extraña ante el cálido contacto.

—Sabes bien. —lo sintió susurrar contra su piel.

—S-sí, saben bien. —concordó, haciendo caso omiso al error del demonio en su expresión. —Deberías probar una también, ahora que has visto que son seguras.

Sesshomaru lo pensó realmente poco y no requirió que Yako insistiera, antes de tomar una nueva decisión. La Navidad de la que le había hablado la humana no le sonaba tan mal ahora.

—Dámela tú.

La chica del futuro lo observó boquiabierta por su petición. Había esperado que le dijera un montón de cosas como que las coas dulces no le gustaban, o que podía quedarse con su obsequio pues no necesitaba nada de nadie, pero definitivamente no se había esperado que le ordenara darle de comer en la boca. Eso era un acto demasiado íntimo que no estaba segura de querer compartir con él cuando minutos antes habían estado a punto de matarse.

—No creo que eso sea buena idea.

"Sí, lo es. Danos una". —gruñó Yako.

—¿Dijiste algo? —le preguntó más sorprendida. Podía jurar que por un momento lo escuchó hablar con mucha más ronquedad pero sin mover los labios.

—Dámela. —repitió con simpleza el Lord.

Antes de darse cuenta de lo que estaba sucediendo, Kagome tomó otra de las fresas entre sus dedos y con sumo cuidado la acercó hasta los labios del Lord, empujando ligeramente con la punta para invitarlo a abrir la boca. Cuando éste finalmente lo hizo y sus labios chuparon un trozo del bocado, la chica casi se desmayó y tuvo que forzar a sus piernas a cerrarse con fuerza y frotarse cuando un cosquilleo la recorrió en su zona íntima. Ver a Sesshomaru probando una de esa malditas fresas era probablemente lo más erótico que había visto nunca en su vida. Más incluso que haber visto a un Inuyasha semidesnudo en el río.

—Más. —ordenó el Lord.

Kagome empujó más de la misma fresa entre sus labios, observando los largos incisivos del demonio perforar el fruto y extraer de él el néctar con la capa de chocolate, antes de recaer en la mirada llena de deseo de Sesshomaru. Siguiendo con ese lento juego de alimentar, la sacerdotisa no fue consciente del toque del daiyokai hasta que, desaparecida la fresa, su dedo índice quedó capturado entre los labios de éste y sus piernas perdieron su fuerza.

Sesshomaru la sostuvo sin problemas contra él, tomándose su tiempo para extraer con la punta de su lengua los restos de chocolate en su delicado dedo, mordisqueando juguetonamente hasta hacerla gemir. En la parte donde su autocontrol aún estaba firme, sabía que las cosas estaban a punto de salirse de control y que eso que estaba sucediendo entre ellos estaba mal en muchos niveles, pero lo ignoró. Deseaba demasiado a la humana como para dejarla marchar después de una pequeña probada. Lo quería todo de ella.

—Sesshomaru...—suspiró con placer.

Empujando delicadamente su cuerpo devuelta al árbol, el demonio aferró una de sus piernas y la envolvió en su propia cintura, utilizando su otra mano para levantar los brazos de ella.

—No dejes caer mi obsequio. —le advirtió. —Lo dejas caer, te castigo.

—¿Q-qué vas a hacer? —le preguntó con nerviosismo.

Iba a devorarla, degustarla y saciarse de ella para poder sacarla de su sistema y borrar la imperiosa necesidad de mezclar sus esencias. Iba a llevarla al clímax entre sus labios para averiguar si su sabor podía ser tan dulce como el de esas fresas con chocolate y memorizar su cuerpo. Iba a marcarla y arruinarla para cualquier otro macho con el que se cruzara y que no pudiera olvidar el nombre del que la hizo sentir así, y sólo entonces, reflexionaría sobre sus actos y la dejaría ir. Pero nada de eso tenía por qué saberlo.

—Estás advertida, mujer.

Liberando sus brazos, comenzó a deslizar una de sus manos por su costado hasta alcanzar el borde inferior de su blusa y se escabulló por debajo de ésta, palpando directamente la suavidad de su cremosa piel. Se sentía cálida y suave bajo sus dedos conforme iba explorando más a través de ella, subiendo hasta la tela extra que cubría sus pechos y volviendo a bajar a su cintura. El tiempo no estaba de su lado, podía estar seguro de ello después de haber convivido con su protegida por un tiempo. Sabía que en cualquier momento la pequeña enviaría a alguien en su búsqueda y para entonces tenía que tenerla satisfecha y vestida. No había forma en el infierno de que alguien más la viera expuesta.

—Sesshomaru...—gimió quedamente.

Su nombre escapando de sus labios con ese sonido lo tuvo endureciéndose todavía más. Yako se movía en el marco de su prisión pero había optado por no intervenir, ansioso por probar un poco de ella antes de que fuera demasiado tarde. Su mano volvió al exterior y en esta ocasión fue bajando todavía más, capturando la textura sedosa de las piernas de la mujer un segundo antes de colarse bajo la extraña prenda verde que tendía a usar.

Topándose con una nueva barrera hecha de tela, el daiyokai desgarró la prenda con una de sus largas garras y la arrancó de su cuerpo con rapidez. Podía sentir el calor escapando de entre sus muslos abiertos y la humedad filtrándose desde su centro. La mujer estaba preparada y lista para Él. Y sería muy fácil arrancarse su propio atuendo y deslizarse en su calor pero tenía que refrenarse.

—Mi ropa...—intentó explicarse.

—No te muevas. —la interrumpió el Lord. —Tu pierna alrededor de mí, no la bajes.

Kagome quiso rebatirle y expresar su indignación ante sus órdenes y el triste final de su ropa interior pero estaba demasiado concentrada en el cúmulo de sensaciones tremendamente placenteras que estaba sintiendo que no pudo más que asentir.

Respirando profundamente e inhalando la deliciosa esencia de la chica, Sesshomaru se dejó caer sobre sus rodillas y acomodó la delicada pierna humana sobre uno de sus hombros, facilitando el acceso de sus labios a su centro. Con cuidado, acercó su boca al interior de sus muslos y dejó salir su lengua para probar brevemente su sabor. Era exquisita y su sabor combinado con el de su obsequio tenía a Yako gruñendo excitado en su interior.

—Sesshhh...

Envalentonado, se acercó todavía más y capturó entre sus labios el rosado botón de su clítoris, haciéndola temblar y gemir más alto. Nunca antes había hecho algo como esto. Las hembras eran sólo un medio para satisfacerse y en su pensar, les correspondía a ellas complacerlo. Lamerlas y probarlas era algo que su yo antes de esta sacerdotisa encontraba inconcebible y ahora que lo estaba probando por primera vez, no podía pensar en abandonarlo.

"Deliciosa. Déjanos probar sólo un poco más". —gimió la bestia.

Sesshomaru continuó su asalto, bebiendo de la esencia de la chica y probando cada gota de humedad que se filtraba de su hendidura, sintiéndola temblar entre sus brazos y mover sus caderas contra su boca. Podía sentir la desesperación y el fuerte deseo emanando de ella, tan ansiosa por pertenecerle como Él por marcarla.

—Sesshomaru...

—¡Señor Sesshomaruuuuuu! —interrumpió de repente la chillona voz de Rin.

Kagome se tensó en el firme agarre de Sesshomaru, asustada ante el riesgo de ser descubiertos. El grito de la niña se había escuchado todavía lejano pero no tardaría en encontrarlos y esta era una imagen que ella definitivamente no tenía que tener.

—¡Keh, Kagome! ¡¿Dónde estás?! —la acompañó instantes después la voz del hanyou.

Pero Sesshomaru no se detuvo. Su lengua continuó su asalto en el centro de la chica y sus labios siguieron cerrándose en torno a su clítoris, buscando su liberación. Las voces de ambos intrusos le habían llegado pero sabía que por lo menos Inuyasha sabría en lo que estaban metidos, pues sus sentidos serían capaces de detectar los pequeños gemidos de la mujer y aroma de su excitación fluyendo junto con la de Él.

—Sessho-maru...no puedo...

Apartándose un momento de su vagina, corrió sus labios hacia el interior de uno de sus muslos y enterró con fuerza sus incisivos, marcando la piel con dureza y capturando en su boca el sabor acerado de la sangre de la sacerdotisa fluyendo en su interior. Sin apartar sus labios de la herida, corrió uno de sus dedos por su centro e hizo presión en su abertura, buscando el ingreso a su calor.

—¡Sesshomaru-samaaaaaaa! —volvió a llamarlo su protegida.

Su dedo presionó un poco más hasta introducirse en su interior y el gemido de la mujer aumentó una octava. Iba a correrse pronto. Su boca se apartó de la zona donde le había mordido y se cambió al muslo contrario, lamiendo en círculos la piel antes de clavar nuevamente sus incisivos. La mordida la catapultó todavía más alto y Sesshomaru pudo sentir las paredes de su vagina contrayéndose.

—Para, nos van a-

Percibiendo la cada vez más cercana presencia de los intrusos, regresó sus labios al botón de su clítoris y, sin deslizar fuera su dedo, volvió a chuparlo con fuerza, catapultándola a su clímax. La pierna de la sacerdotisa presionó contra el rostro del Lord mientras sus caderas se alzaban prolongando el contacto contra sus labios y lengua, y su otra pierna comenzaba a perder su fuerza.

Sesshomaru la sostuvo firme en su posición conforme el clímax arrasaba con ella y sus paredes vaginales se cerraban con fuerza sobre su dedo, forzándolo a mantenerse en su interior. La bestia, impulsado por su despiste, lo tuvo lamiendo toda la humedad de su liberación y arrancándole más gemidos que la chica intentaba contener con una de sus manos. Los exquisitos temblores de su cuerpo mientras terminaba de bajar de la cumbre lo tenían fascinado y lamentó tener que retirar su dedo cuando los pasos de su protegida y el hanyou llegaron al borde del bosque, sólo a unos pocos metros de donde ellos se encontraban.

—¿Señor Sesshomaru? —llamó indecisa la niña.

—Están por aquí, Rin. —le dijo el hanyou. —No deben tardar, así que no te preocupes.

El daiyokai desenredó la pierna de la humana cuando los temblores de su clímax se detuvieron y se puso en pie, atrapando a la chica antes de que golpeara el suelo. Su cuerpo estaba débil y saciado. Y sólo por ese momento le permitió ocultar el rostro contra su pecho mientras observaba su alrededor: las fresas se habían derramado sobre el suelo y yacían a centímetros de la tela que había desgarrado para alcanzar su centro.

—Mi obsequio. —susurró contra su oído.

—¿Hmm?

—Más tarde lo pagarás.

Kagome no conseguía reunirse nuevamente. El orgasmo que Sesshomaru le había provocado la había mandando a volar muy alto y simplemente no podía volver. Su cuerpo todavía sentía los espasmos de su clímax y estar respirando la deliciosa esencia del demonio no le estaba ayudando en nada. Mierda, ¡ni siquiera había comenzado a considerar que se había corrido teniendo a la pequeña Rin y a su mejor amigo tan cerca!

"Me gusta la Navidad". —gruñó de la nada la bestia.

A Sesshomaru también empezaba a gustarle. No había alcanzado su propio clímax pero más tarde tendría tiempo para hacerlo. Sin soltar a la chica ni por un momento, alcanzó el lugar donde había situado la maldita flor que Yako había insistido en conseguir y se la entregó a la humana.

—¿Qué es esto? —preguntó somnolienta y relajada.

Nochebuena.

La chica del futuro observó la curiosa flor que no poseía parecido alguno con la flor real de Nochebuena más que el brillante rojo de sus hojas y sonrió. Quizás Sesshomaru no supiera lo que era la Navidad pero se había tomado la molestia de conseguirle un obsequio también.

—Gracias. —rió con suavidad.

—¡Joder, Kagome! —gritó de repente el hanyou. —Si ya terminaron, podrían apresurarse un poco. Hay una niña aquí esperándolos.

El sonrojo floreció en las mejillas de la chica al escuchar a su amigo. No era esto lo que había tenido planeado cuando compró el regalo del daiyokai. Sólo había querido darle un detalle e infundirle un poco de espíritu navideño.

—¡Señorita Kagome! ¿Está bien? —preguntó a gritos la pequeña.

—Eh yo...eso creo. —susurró más para sí misma.

—No te escucha.

—¡Sí, Rin! —exclamó más alto. —Enseguida vamos.

Recuperándose un poco más de todo lo sucedido, clavó su mirada sobre la de Sesshomaru antes de retroceder, escapando de su agarre. El deseo todavía brillaba en ellos y una diminuta sonrisa ladeada se había establecido en sus labios pero no parecía ni de cerca tan afectado como ella.

—Nosotros no...

—No tiene importancia. —la interrumpió el Lord, antes de relamerse los labios y dirigirse al borde del bosque.

Mientras la observaba de reojo recomponerse y recoger apresuradamente las fresas y lo restante de su ropa interior, el daiyokai no pudo evitar pensar que había conseguido lo que quería, y que aún así, no se sentía ni medianamente satisfecho con sólo esa probada, necesitaba más. Y lo tendría, a su tiempo. Por el momento la dejaría recuperarse y disfrutaría del silencio que proporcionaba un Yako malditamente saciado y complacido.

"Feliz Navidad, mujer".

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