Venenos
El salón, los pasillos y las escaleras hacia mi despacho desaparecieron en un borrón, alguna cortina del primer piso recibió con resignación mi cena a medio digerir y las puertas soportaron estoicas la fuerza de mi desesperación.
Todos, todos iban a morir en mis manos y en cuanto lo hicieran, sería la primera sospechosa. Por otra parte, si lograba hacerlo pasar por una plaga o un castigo divino durante la gran oscuridad, quizás y podría liberarme de toda culpa, entregar a Shalus y a Ukui al rey y salvar mi vida y la de todos en la frontera.
Aun así, eran demasiadas muertes. No dejarían de atacar por un par de hombres envenenados. No podía cargar con tanto. Una cosa era decapitar a quien se lo merecía, dejar ir mi odio y venganza sobre quienes habían lastimado a Yelalla y otra era envenenar a traición a todo un ejército, había algo enfermizo y oscuro en aquel acto, algo que manchaba mis manos de sangre de tal forma que jamás serían las mismas.
La puerta de mi despacho se abrió con lentitud, cinco rostros se asomaron con cautela. Traté de sonreírles para transmitir calma y sosiego, pero fue imposible, solo logré esbozar una mueca cansada.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Jadiet. Enael cerró la puerta a su espalda y se cruzó de brazos, listo para escuchar mi respuesta y entrar en acción si era necesario.
—Llegaron las órdenes —susurré, como si al no alzar la voz el crimen que estaba por confesar sería menos atroz—. Eneth ordena envenenarlos a todos. Tengo la responsabilidad de entregar los alimentos, no es difícil llevarlo a cabo, pero aun así...
—Esa mujer está loca —intervino Keira. Arrancó el pergamino de mi mano y lo arrojó al fuego—. En mi tempo en Calixtho la comandante enfrentaba el peligro con valor, no con tretas oscuras y vacías.
—No pueden hacer frente a un ejército tan numeroso —negué con la cabeza.
—Son más de diez mil hombres —jadeó Ureil. Por un instante quise sacarlo del despacho, no eran conversaciones para un joven de su edad. Recordé entonces que era parte de mi secreto y que ya era un adulto, un guerrero. Nada ganaría ocultándole la crudeza de la guerra.
—No debemos dejar que ese número nos detenga. Si es posible, yo estoy dispuesta a rebanar algunos cuellos durante las noches, quizás no sean suficientes, pero hará una diferencia —dijo Audry
—Es imposible encontrar tal cantidad de veneno en Luthier —dijo Enael. Había aceptado la misión sin problemas de consciencia, no se le notaba turbado y hablaba con tranquilidad y firmeza—. Quizás no deban morir todos, pero si incapacitar a una gran cantidad de ellos.
Sus palabras me llenaron de esperanza. Si, tal vez no debían morir todos. Quizás bastaba con incapacitarlos, enfermarlos lo suficiente. Habría muertes, eran inevitables, pero no serían excesivas.
—Él tiene razón, matarlos a todos es imposible —dijo Jadiet. Avanzó hacia mí y tomó mi mano—. No tienes que hacer esto sola, Inava.
—Son mis órdenes, no puedo permitir que ustedes... —Una terrible sensación de ahogo invadió mi pecho. No podía respirar, el mundo empezaba a cerrarse a mi alrededor. Todo iba a salir terriblemente mal, podía sentirlo. Sospecharían, nos perseguirían, atraparían y matarían uno a uno de maneras terribles.
—¡Inava! —Ahí estaban, dos gruesas cuerdas ataban mis brazos, no podía moverme, no podía respirar. De seguro habían cubierto mi rostro con una toalla empapada y verían agua sobre él, o peor, sumergían mi rostro en arena. Risas, decenas de risas llegaban a mis oídos—. Tienes que respirar. Inava, respira.
Me resistí a hacerlo. El agua entraría a mis pulmones. La arena invadiría mi boca. Las cuerdas cedieron y se dirigieron a mi rostro. Temblé y luché contra ellas, no les permitiría colgarme, no lo harían, ¿qué pretendían? El tacto suave y delicado, así como un aroma a frutas y canela llegó a mi nariz. Era Jadiet.
—Sigue mi respiración, Inava. Respira. Estás a salvo.
Seguí sus indicaciones. Si ella respiraba y estaba conmigo, entonces todo estaba bien. Pronto el mundo se aclaró ante mí y poco a poco reconocí mi despacho y los rostros alarmados de Keira y Ureil. Enael descansaba en el alfeizar de la ventana, su rostro estaba sumido en la oscuridad.
—Si vas a seguir adelante con esto no puedes permitirte un momento de debilidad —sentenció. Keira me tendió una copa de vino y Jadiet me ayudó a beber. Ambas rodaron los ojos al escuchar sus palabras.
—Todos tenemos permitido un momento de debilidad, Enael. Sé que lucen invencibles, pero hasta las guerreras más fuertes pueden sentirse sobrecogidas. En especial en esta situación. —Keira apartó la copa vacía de mis manos y junto a Jadiet me ayudó a tomar asiento en la silla del escritorio. La cabeza me daba vueltas, así que apoyé mis antebrazos sobre la superficie de madera pulida y descansé mi frente sobre ellos
—Inava ha estado sometida a una presión constante. Es natural que desfallezca de esa manera. —Las manos de Jadiet recorrieron mis hombros—. Es por eso que debemos permanecer unidos y trabajar junto a ella.
—Ella está aquí —mascullé—. Y como ya dije, no puedo permitir que...
—Estamos juntos en esto quieras o no, así que te ayudaremos a buscar la manera de derrotar al gran ejército. —Entrelazó nuestros dedos y me dio un tierno apretón—. No puedo dejar que hagas esto sola.
—Ni yo —aseguró Keira—. Tendrás todo mi apoyo, hija.
—Mi respuesta ya la conoces —espetó Enael desde su posición en la ventana—. Te ayudaré en todo lo que lleve a destronar a ese desgraciado.
—Mientras ustedes hablaban yo... yo buscaba en algunos libros prohibidos —intervino Ureil. Sus mejillas brillaban—. Tienes muchos en esta biblioteca, Inava —advirtió y sacudió un volumen polvoriento y corroído por el paso del tiempo—. Este volumen trata sobre herbolaria. Describe muchas plantas, sus efectos y cuenta con ilustraciones.
Se acercó a paso rápido al escritorio y trastabilló con la alfombra. Enael contuvo una risita y el sonrojo de Ureil se acrecentó hasta llegar a sus orejas. Sus manos temblaban y el sudor brillaba en ellas a medida que pasaba las páginas a toda prisa.
—Aquí mencionan dos plantas, belladona y acónito común. La primera tiene la capacidad de paralizar los músculos del cuerpo, incluyendo el corazón, en dosis bajas crea delirios y alucinaciones. Sería útil para incapacitar a algunos —concluyó con gravedad—, a su vez, el acónito puede actuar hasta media hora después, quien lo consuma sufrirá picor en la lengua, hormigueo en el cuerpo, ganas de vomitar, diarrea, debilidad, problemas de visión y dificultad para respirar. Si se consume en dosis elevadas la persona dejará de respirar.
—Dos plantas tóxicas, necesitaremos más que eso —agregó Enael—. Quizás una tercera. Incapacitar a un ejército a fuerza de plantas no será sencillo.
—El estramonio también puede afectar varias partes del cuerpo —dijo Ureil luego de pasar varias hojas a toda prisa—. Afecta la micción, provoca dolor abdominal, visión borrosa, boca seca, vómitos, pulso irregular, convulsiones, delirios, e inconsciencia.
—No se diga más, buscaré esas plantas en el bosque. Los campamentos marginales estarán encantados de ayudar.
Negué con la cabeza. Mientras más personas estuvieran involucradas en los hechos, mayor sería el riesgo de ser descubiertas. Nuestros huesos terminarían en alguna mazmorra oscura y llena de aparatos de tortura.
—No los conoces, Inava. Todos perdieron a personas amadas en manos de Cian, todos desean verlo morir o perder el trono y más importante aún, desean un cambio. Permíteles ayudar —Keira tomó mi mano—, no dejes que todo esto sea solo tu responsabilidad, hija.
—Sé lógica, no hay manera de que recolectemos esa cantidad de hierbas por nuestra cuenta —gruñó Enael—. Además, debemos prepararlas, no puedes utilizarlas al natural, es necesario preparar extractos.
—En eso yo puedo ser de ayuda —aceptó Keira—. Durante mi estadía en Calixtho aprendí a prepararlos y durante mi tiempo en el bosque perfeccioné la técnica. No conseguirás extractos más concentrados que los míos.
—Quizás debamos agregar algunas serpientes —susurró Ureil—. El veneno de serpiente es casi indetectable.
—Será difícil de conseguir, pero puedo hacer algo al respecto —aceptó Enael.
—Ves, no tienes que hacerlo todo sola, amor. —Jadiet besó mi sien con ternura, aquel gesto actuó como un sello que marcó el inicio de nuestra colaboración. Miré a todos, no, no era una colaboración, iba más allá, incluso si no agradaba demasiado a Enael. La culpa agujereó mi estómago, hacían todo esto con tal de destronar a Cian, yo lo hacía para sobrevivir a su juicio. Aparté aquella sensación y me concentré en lo positivo, estábamos juntos en esto.
—Gracias a todos —dije con sinceridad. Mi pecho nadaba en un lago lleno de calidez y sus aguas amenazaban con escapar por mis ojos. Fijé mi mirada en Ureil, era el único que, pese a las demostraciones de compañerismo, se mantenía alejado. Separé mis labios para llamarlo y fue entonces cuando lo comprendí—. Ureil, ¿tu padre estará en el ataque?
—Si. —Se encogió de hombros—. Siempre acompaña a su ejército, dice que es así como se comporta un verdadero hombre. —Retorció sus dedos—. Por favor, no se detenga en su nombre o por hacerme un favor —levantó la mirada con decisión—. Si muere, será por su mano.
—Ureil —negué con la cabeza—, no puedes hacer algo así, quiero decir, es tu idea, eso ya es demasiado para tu conciencia. No quiero convertirte en un parricida.
—Me encargaré de solucionarlo, por mi cuenta —aseguró con una firmeza que no esperarías en un chico tan joven—. Visitaré a mi padre. Cada vez que lo hago, tiene la costumbre de recibirme con una práctica de esgrima. Si no fuera por sus insultos diría que lo disfruta. —Sonrió con amargura—. Si soy lo suficientemente hábil, lograré incapacitarlo, es un idiota, pero no se atreverá a participar en el ataque.
—Si ese es tu plan, te ayudaré a llevarlo a cabo —dijo Enael—. Coincido con Inava, hay límites que es mejor no cruzar, incluso si eres un guerrero. —Rodeó el hombro de Ureil con un brazo—. Si eso es todo, es mejor que nos retiremos a dormir, mañana será un día muy largo. Todos tenemos tareas que cumplir.
—Les ayudaré con las serpientes —dijo Audry—. En mi tierra no son comunes, pero aprendí a manejarlas durante mi esclavitud, hay idiotas que disfrutan verte bailar con ellas —frunció los labios para luego sonreír con cinismo—, es lo justo, un castigo justo.
—Marcharé al amanecer. —Las palabras de Keira me sacudieron. Sabía que usaría a su grupo de marginados para la labor, pero no quería que se marchara tan pronto. Siquiera pensar en ello arrugaba mi corazón. El deber y la guerra volvían a arrancarla de mí, ¿y si esta vez sí era para siempre?—. Oh, hija, no llores. Es lo mejor, cuanto antes actuemos, antes tendremos esos extractos listos para ti. —Se arrodilló ante mí y secó mis lágrimas con sus pulgares—. Solo es recoger un montón de hierbas, estaré aquí antes de lo que imaginas.
Asentí y me dejé envolver en su abrazo y en la magia que escondía. En ella encontraba sentido a esta loca vida que me había tocado vivir, era como si por un instante todo desapareciera y la existencia tuviera una razón. Suspiré contra su cuello y me dejé mimar por su amor y su cariño únicos, una sensación que jamás pensé volver a experimentar y de la cual no quería despedirme en muchos años más, todos los que me quedaban por vivir a ser posible.
Abandoné mi despacho junto a Jadiet, el camino a nuestra habitación se me hizo eterno, casi como si el pasillo y los pasos que nos separaban de ella hubieran adquirido el tamaño de montañas. Mañana abandonaríamos aquella habitación con un plan en mente, con acciones concretas para llevar a Luthier sobre sus rodillas o al menos, eso creían todos salvo Audry y Jadiet.
La derrota del gran ejército solo revelaría a los traidores a Cian, solo serviría para afianzar su poder entre los nobles. Suspiré, no era merecedora del apoyo que había recibido ni de la amistad que había ganado de parte de Ureil y Enael.
Por otra parte, destruir a los nobles les daría poder a los burgueses, incluso si solo era un poco. El desbalance de poder sería suficiente como para que Eneth lo aprovechara. Si es que estaba dispuesta a ello. Aun así, no lo estaría, aún el grueso de los súbditos estaría de parte del rey, lo apoyarían. Sería imposible derrocarlo sin derramar infinitos litros de sangre y con ello, destruir nuestra reputación. Nada bueno empezaba con un baño de sangre.
Necesitábamos algo que pusiera al pueblo de nuestra parte, algo que les llevara a superar el miedo que sentían por Cian, que destruyera para siempre el respeto que les tenían a los sacerdotes y al culto a Lusiun. El incremento de los impuestos solo provocaba algunos alzamientos, la crueldad solo despertaba unos pocos corazones valientes, debía de haber algo que les uniera y por fin los llevara a luchar por una vida mejor.
Me preparé para dormir esa noche como cualquiera, siguiendo la misma rutina hasta quedar bajo las sábanas, era fácil vivir bajo una rutina, en especial cuando tus decisiones cambian vidas, o las terminan. Mientras tanto, Jadiet observaba el sillón y abrazaba una almohada contra su pecho.
—Sabes que no tienes que hacer eso, ¿verdad? —dije sin verla—. Me hace sentir algo manipulada, si soy sincera.
—¿Manipulada? —La voz de Jadiet llegó a mí con un dejo de genuina sorpresa.
—Pues sí, sabes, como si forzaras mi brazo para que vuelva a confiar en ti. —La amargura de la noche amenazaba con dominar poco a poco mis palabras, con escapar y dirigirse hacia Jadiet, el único blanco que había en la habitación.
—No lo hago por eso —masticó aquellas palabras con tanto vicio que me vi obligada a fijar mi mirada en ella. Sus mejillas estaban sonrojadas, no por la vergüenza de saberse descubierta, sino por la furia de quien es acusado en vano—. Te expliqué las razones.
—No puedes culparme demasiado por no creerlas —susurré antes que pudiera detenerme. Por supuesto, el silencio de la noche fue cómplice de mi error y Jadiet escuchó aquellas agrias palabras.
—Oh, bueno, quizás ahora tengo unas nuevas. —Sacudió su melena al darme la espalda, acomodó su almohada en el sillón y se arrojó sobre él.
Pateé las sábanas. Qué más daba la confianza o el problema que nos separaba, no eran importantes en las vísperas de una situación de vida o muerte. Lo único que valía la pena era sentirla cerca y disfrutar en lo posible el tiempo que aún teníamos juntas. Me detuve frente al sillón, Jadiet fingía una respiración pausada, cualquiera habría considerado que estaba dormida, pero la tensión en sus hombros destruía por completo su actuación.
—Lo siento, a veces hablo demasiado —murmuré mientras me arrodillaba junto a ella—. No quiero que esto siga así, Jadiet.
—Hmfp —resopló como respuesta. Sonreí, algo era algo. Deslicé una mano por su cintura, recorrí su piel con mis dedos sobre la fina tela de su camisón hasta llegar a rodearla con mi brazo por completo.
—Ven conmigo, a la cama. Compartamos las noches que nos quedan juntas antes que debamos separarnos.
Jadiet movió la cabeza en un imperceptible asentimiento. Aquel gesto era suficiente, deslicé mi brazo hacia sus rodillas y el otro lo pasé por debajo de su espalda, en un segundo la tenía contra mi pecho. Pesaba más que antes, había zonas de su cuerpo que ya no eran tan suaves y que amenazaban con una fuerza que podía destruir montañas si se lo permitías.
—Odio cuando haces eso —masculló mientras rodeaba mi cuello con sus brazos—. La fuerte guerrera de Calixtho carga a la damisela en apuros.
—No, la damisela en apuros carga a la todopoderosa guerrera de Luthier. —Acaricié su mejilla con mi nariz, era tan suave como la seda, no, incluso más que el terciopelo más fino. Llegamos a la cama antes de poder elegir la mejor comparación.
Allí, con ella sobre mi pecho, volví a sentirme completa y en paz. Sobre el horizonte se levantaba una tormenta, una que bien podía separarnos con sus vientos voraces, pero que ahora podíamos enfrentar y superar con valentía. Solo teníamos que ser valientes.
***
Con un plan en mente y en acción, las semanas transcurrieron en un borrón de preparativos. Bajo el control de Ebbe, las bodegas del palacio se llenaron de barriles con agua, vino y cerveza, así como con sacos de granos y vegetales varios. Helton llegaría en unos días para revisar la calidad y empezar el lento traslado. Días después marcharíamos detrás de él y la acción empezaría.
Enael y Ureil habían marchado rumbo al feudo de su padre. Con algo de suerte el chico evitaría que su progenitor cayera ante la poderosa mezcla de venenos que portaba en envases de cuero en mis alforjas. Una gota bastaba para derribar a un caballo, tal era su concentración y poder.
Audry se había sumado a los entrenamientos matutinos de Jadiet. Ahora era capaz de hacernos frente a ambas, quizás a una velocidad controlada y con nuestras fuerzas a un tercio de nuestro verdadero potencial, pero era un avance, algo que llenaba de esperanza mi corazón. Con algo de suerte, Jadiet sería capaz de hacer frente a peligros puntuales y amenazas de poca monta, como un ladrón o algún soldado de Cian.
Con cada día pasaba y cada nueva botella de extracto venenoso que preparaba Keira el nudo en mi estómago crecía. Pronto debería marchar, debería dejar todo atrás y enfrentar una auténtica crisis solo para regresar a un destino incierto, una muerte casi segura en la corte del rey o sus elogios, tal y como había prometido.
¿Cuánto valían las promesas de Cian? Quedaría calva a fuerza de sacudirme el cabello y tirar de él y no lo averiguaría, era un imposible, nadie podía leer el futuro, ni siquiera las más renombradas pitonisas de Calixtho. Solo conocería la respuesta cuando enfrentara al rey, cuando siete semanas después me encontrara frente a él, de rodillas y con el cuello expuesto a su veredicto.
Si es que decidía ser misericordioso y decapitarnos. Se suponía que la decapitación era el castigo de los nobles. Un gesto que incluso él respetaba, dejando para extranjeros y campesinos los peores y más inventivos tormentos.
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