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Paz y tormenta

Como si de un amargo y cruel fantasma se tratase, Yelalla se acercó a mí y deslizó sus dedos sobre mi mejilla. Sus ojos me miraban con infinita ternura, con el cariño y el amor que no merecía de su parte. Mi corazón explotó en una puñalada de dolor sin precedente, me alejé de sus caricias con un manotazo y cubrí mi rostro con mis manos. No era cierto, no era ella, tenía que desaparecer, era solo un cruel monstruo disfrutando de los delirios de mi mente.

—¿Inava? —La confundida y rota voz de Jadiet me trajo de regreso a la realidad. Ya no me encontraba en los baños del campamento, sino en los de la mansión y la mano que acababa de apartar de forma tan violenta había sido la de ella.

—Jadiet, oh, Jadiet, lo siento —exclamé a toda prisa, pese al calor del agua mi cuerpo se congeló—. Lo siento, todo esto es... —Traté de tomar aire, pero este se negaba a ingresar a mis pulmones, sujeté los bordes de la gran tina y sumergí mi rostro en el agua. El grito que me impedía respirar escapó en una nube de burbujas frente a mis ojos. Uno, dos, tres, los gritos se sucedían uno tras otro, el aire en mis pulmones se agotó y, aun así, mi garganta y mi pecho se las arreglaron para expresar la furia, el dolor y las heridas que destruían mis huesos con cada latido de mi corazón.

Dos brazos rodearon mi cintura y tiraron de mí hacia un pecho suave y cálido. Mi cabeza rompió la superficie del agua y, entre sollozos y gemidos que desollaban mis pulmones, por fin pude respirar.

—Inava, está bien, todo está bien —susurró Jadiet contra mi sien—. Todo está bien, estamos juntas, estoy aquí.

—Jadiet —susurré con la voz rota. Di vuelta en su abrazo y escondí mi rostro en su cuello. Su contacto me regresó poco a poco a la realidad, como un balsero te acerca brazada a brazada a la seguridad del muelle.

—Lo lamento, no sabía —sollozó contra mi cabello—. No quería asustarte así, Inava —acunó mi rostro entre sus manos y besó mi frente, sus ojos buscaron con desesperación los míos—, dime que estás bien.

—No es tu culpa, Jadiet —sorbí por mi nariz y aparté el agua jabonosa de mis ojos—. Estoy bien, o lo estaré —forcé aquellas palabras a través de una sonrisa falsa y débil—. Voy a estar bien.

—No mientas, Inava. No lo estás. —Sus manos recorrieron frenéticas mi piel hasta detenerse en la nueva cicatriz que portaba en mi abdomen— ¿Te hirieron con alguna espada envenenada? ¿Te lastimaron seriamente? Dime qué te ocurrió, por favor, Inava, no me dejes fuera de todo esto. No soy una escultura de cristal.

Asentí contra su cuello y deslicé mi cuerpo sobre el suyo hasta encontrar un lugar cómodo y seguro sobre su pecho, donde mis oídos se dejaron arrullar por los latidos de su corazón y mi piel recibió el constante consuelo de su respiración. Este era un nuevo nivel de intimidad, algo que no habíamos compartido con frecuencia. Desnudar el cuerpo era fácil, confesarle mis temores y demonios, desnudar mi alma, era mucho más difícil.

—Es el aroma del agua, me recordó a Yelalla —confesé—. Fue la última noche que compartimos juntas antes de... —tomé aire—, antes de atravesarla con mi propia espada.

—Oh, Inava, lo siento, de haber sabido que esta mezcla de aceites y miel te iba a hacer daño lo habría evitado. —Jadiet estrechó sus brazos a mi alrededor—. Fue una decisión egoísta de mi parte. Elegí la miel porque sabía que podías tener algunas heridas y la canela porque... bueno —ante su silencio levanté la mirada y me encontré con sus mejillas sonrojadas—. La canela es un energizante y una parte de mí no podía aceptar que vinieras cansada del viaje y no... no... tú sabes —apartó algunos mechones de cabello de su rostro y suspiró con exasperación—. Y solo provoqué sufrimiento, soy una tonta.

—Nada de eso. —Entrelacé nuestros dedos y besé sus nudillos, noté su piel algo rugosa y herida, un contraste enervante ante la suavidad que portaban semanas atrás. Examiné sus dedos y noté algunas ampollas y laceraciones, evidencia de su arduo entrenamiento—. No hiciste nada malo, Jadiet. Yo en cambio... —resoplé—. No solo diezmé al Gran Ejército, sino que entregué a todos los nobles y sus familias a Cian. Hombres, mujeres y niños sufrirán su ira.

—Inava, es por un bien mayor. Ambas lo sabemos.

—No hay ningún bien en la muerte, ¿cómo puede la muerte cambiar para mejor estas tierras? Si las guerras, las traiciones, los asesinatos y los castigos crueles continúan, habrá tanta sangre en estas tierras que nada crecerá en ellas. Quedarán malditas para toda la eternidad, manchadas y sucias como mi alma. —Liberé su mano y me aparté de su pecho. Mi corazón protestó ante el movimiento, rechiné mis dientes para contenerlo, él no importaba ahora—. Debes alejarte de mí, Jadiet, solo soy un cascarón vacío, un monstruo cruel que te arrastrará a la muerte y la oscuridad. Aléjate de mí ahora que puedes.

—No voy a alejarme de ti, Inava —sentenció ella con firmeza—. Eres una guerrera y una espía y estas situaciones son parte de tu trabajo, pero no de ti. Tu corazón permanece tan puro como el día que te conocí —apoyó su mano en mi pecho—, y late exactamente igual que ese día. Sigues siendo mi Inava, la mujer que me rescató de una vida sin sentido y me demostró lo que es la libertad. Eres la mujer que quiero en mi vida, estoy orgullosa de tu fuerza y de tu valor, de tu sacrificio y sentido del deber, pero no eres solo eso. Eres mucho más. Eres un corazón noble y amoroso, una visionaria, un espíritu sediento de amor y a la vez, con toneladas de amor por entregar. Personas así son escasas en este mundo y son las responsables de iluminarlo. Algunas a través de su ejemplo y otras, a través de la espada. No voy a alejarme de tu lado, Inava, voy a seguirte hasta el fin del mundo y más allá si hace falta.

Las heridas que destruían mi corazón no tenían cura, pero las palabras de Jadiet tenían el poder de aliviarlas y cerrarlas, incluso si solo era de manera temporal. Tomé sus manos y besé cada uno de sus nudillos sin apartar mis ojos de los suyos. Solo había sinceridad en ellos, sinceridad y energía, un fuego feroz dispuesto a destruir y a crear. Su magia me atrajo y nuestros labios se encontraron por fin.

Sus labios recorrieron los míos con ternura y lentitud, no había prisa, solo instantes para disfrutarnos y reconocernos de nuevo. Pronto los besos no fueron suficientes y su lengua se unió a la acción, delineó mis labios con atrevimiento y sus dientes mordieron mi labio inferior. Jadeé y ella aprovechó para conquistar mi boca y beber de mi todo lo que había extrañado. Tomó control del beso y se lo permití, estaba cansada de luchar, solo quería abandonarme en sus brazos, dejar que ella me conquistara, me hiciera suya y recorriera cada rincón de mi cuerpo con su amor.

—¿Quieres esto? —preguntó contra la piel de mi cuello. Depositó un beso para luego atrapar la piel entre sus labios y saborearla a gusto—. Esperé por ti más de un mes, puedo esperar mucho más —aseguró—. Solo quiero que estés bien. —La ternura y el amor en su voz debilitaron mis piernas, por suerte sus brazos me sujetaban con fuerza y me guiaron hacia su regazo, donde pude sentarme con comodidad.

—No lo sé —respondí luego de un rato. Mi cuerpo vibraba y deseaba sus caricias y a la vez, deseaba ser dejado en paz, amado, pero no de forma carnal—. No sé lo que quiero —confesé—. Quiero que me ayudes a descubrirlo.

Jadiet asintió, dio una mordida juguetona a mi oreja y buscó de nuevo mis labios. Esta vez sus besos tenían otra naturaleza, no se trataba de pasión desenfrenada o conquista, sino de entrega. La lenta danza de sus labios y su lengua contra los míos era enloquecedora y a la vez, tranquilizante. Nos separamos para sonreír y volver a la carga, no quería separarme de aquel beso demasiado tiempo.

Pronto mis manos vagaron por su cuerpo, encontré el borde de su camisa y la levanté con infinita lentitud. Mientras subía aquella empapada prenda, deslicé la punta de mis dedos sobre sus costillas y cintura y provoqué la piel de sus pechos. ¿Me estaba esperando lista para esto? La idea echó raíces en mi mente y desapareció cualquier indicio de duda con una poderosa llamarada que inició en ella y que terminó en algún lugar de mi vientre. Jadiet dejó escapar un jadeo de sorpresa, arrancó la prenda de mis dedos y la arrojó lejos.

—¿Sin ropa interior? Eso es atrevido —susurré contra sus labios.

—Suficiente tenemos con una armadura —bromeó ella mientras sus manos luchaban con los nudos de su pantalón. En un segundo la prenda también voló a través del baño.

Mis dedos redescubrieron su piel, cada curva, cada nuevo músculo que empezaba a dibujarse en su abdomen y finas líneas que narraban cada práctica de esgrima con Sianis. Mi pecho ardió y expresé con un rugido mi desaprobación.

—Ahora estamos parejas —murmuró Jadiet contra mi oído—. No temas, mi guerrera, porque pronto tendrás una compañera de batalla que cuidará tu espalda tanto como tú has cuidado la suya. Los sacrificios ya no solo serán tuyos. Serán nuestros —aseguró con tal firmeza que el nudo que se empezaba a formar en mi garganta desapareció.

Tomó mi mano y la dirigió a su centro, el agua poco podía hacer para competir contra la humedad natural que allí se encontraba. Deslicé mi dedo en su entrada hasta ubicar aquel punto que la haría alcanzar las estrellas. Dibujé pequeños círculos sobre él y Jadiet arqueó su espalda, sus senos escaparon del agua y por fin pude atraparlos con mis labios. Sus gemidos eran la más pura música para mis oídos, no, eran el compositor y yo su instrumento, solo que, en lugar de notas musicales, sus gritos, jadeos y gemidos me indicaban qué hacer, que ritmo seguir y que silencios llenar con mis propios gruñidos. Su mano recorrió mi pecho, mi espalda y mi abdomen, nunca aventurándose más allá de mi vientre.

No pude contenerme, quería sentir sus dedos tensos de placer en mi interior, reclamándome, llevándome lejos de este mundo. Tomé su mano y la llevé a mi centro, Jadiet parpadeó un par de veces para aclarar su mirada, robó un beso a mis labios y susurró contra ellos:

—¿Ahora si estás segura?

—Estoy segura que explotaré si no lo haces —confesé.

Dos dedos recorrieron mi intimidad de arriba a abajo, corrientes de energía recorrieron mi espalda y mi vientre, por fin, dos dedos se detuvieron en mi entrada y dibujaron círculos en ella, no queriendo esperar más me dejé caer sobre ellos. La deliciosa sensación de ser estrechada, de ser una con la persona que significaba el mundo para mí fue abrumadora. Mordí su clavícula con fuerza y dejé escapar un grito gutural desde lo más profundo de mi garganta.

Su mano y mis caderas encontraron un ritmo propio, único, un paso que cada segundo nos acercaba al final. No importaba si el agua complicaba el viaje, había suficiente deseo para combatirla. Jadiet tomó mi mano y guio su propia conquista con firmeza y fogosidad. Unidas por fin, nos dejamos llevar por los brazos de la pasión, por su sabor y el mío en nuestros labios, por sus gemidos entremezclados por los míos, por el amor y el deseo que podíamos ver con sinceridad plena en los ojos de la otra. Pronto el destino se hizo visible y lo cruzamos juntas, con un salto que nos llevó más allá del precipicio y nos capturó en brazos llenos de colores, luz y explosiones. Solo éramos ella y yo, todo lo demás había desaparecido.

—¿Inava? —Acaricié con mi nariz la mejilla de Jadiet para hacerle saber que la estaba escuchando—. Eres maravillosa, la mejor de todas.

—He sido y espero ser la única, no tienes con quien compararme —refuté.

—Estoy tratando de ser romántica. —No pude resistirme y besé su tierno puchero de protesta. Guerrera o no, seguía siendo mi hermosa, fogosa y atrevida Jadiet.

El puchero pronto se convirtió en una trampa mortal para mis labios, como si se tratara de un ejército muy bien entrenado, invadió mi boca y reclamó cada centímetro de ella con caricias y mordidas que de nuevo encendieron el fuego que yacía dormido en lo profundo de mi vientre.

—Jadiet —gimoteé, mis piernas se separaron por cuenta propia, mi cuerpo estaba más que listo para recibir con bombos y platillos a su dueña y señora.

—Creo que debemos salir, Avelin se esforzó mucho en esta cena de bienvenida y no le hará gracia saber que la gran Inava prefiere ser follada en su baño que disfrutar de sus habilidades culinarias.

—De pequeña me enseñaron a ser sincera —bufé y en respuesta un pellizco se alojó en mi brazo.

—Y yo te enseñaré cortesía básica. Asistiremos a la cena —concluyó Jadiet con firmeza. Luego besó mi mejilla y recorrió mi mandíbula con sus dientes hasta alcanzar mi oído—. Si te portas bien y tienes energía quizás podamos continuar esto en la cama.

Aquella promesa y las protestas de mi estómago fueron suficiente aliciente para vestirme con ropa nueva y fresca, cortesía de Lamond y sus habilidosas manos. Se trataba de una camisa de lino rojo y un chaleco de cuero negro finamente bordado con hilos de oro. Los pantalones eran de algodón negro, sueltos y perfectos para ceñir con el par de botas de cuero marrón que había dejado para mí.

—Esto es demasiado —jadeé mientras daba vueltas frente al espejo del baño.

—No, es justo lo que mereces y más. Lamond está encantado con el diseño que solicitaste para mí, empezó a ofrecerlo entre algunas damas de confianza y son todo un éxito —Jadiet me abrazó por la espalda, sus brazos rodearon mi cintura y se cruzaron sobre mi estómago—, además, me encanta como te queda.

—Tu eres la más hermosa de las dos —susurré. Giré en sus brazos y acuné su rostro entre mis manos—. Este vestido color turquesa es precioso. —Tomé su mano y la hice girar frente a mí para apreciar el amplio escote que dejaba a la vista su espalda y terminaba justo al final de su espalda. La seda abrazaba a la perfección su cintura y el encaje en sus hombros resaltaba su figura.

—Es una lástima que no pueda llevarlo fuera de estas paredes.

—Para mí no lo es —recorrí con la yema de mis dedos su espalda desnuda hasta detenerme en el inicio de sus nalgas—, no creo que me agrade especialmente que alguien te vea así en la calle.

—¿Celoso, señor de Eddand? —inquirió Jadiet con un brillo travieso en los ojos.

—Solo un poco —acepté para luego dejarla de cara al espejo. Sujeté sus manos y las coloqué a ambos lados de su cabeza—. Déjalas allí —ordené, Jadiet apoyó la frente en la fría superficie del espejo y lo empañó con su aliento.

La sensación era intoxicante, un hechizo en el cual había caído y no deseaba romper. Recorrí su espalda primero con mis dedos y luego con mis uñas, solo con la presión justa para dejar pequeños caminos rosa sobre la piel. Jadiet se retorció contra mi cuerpo, sus sacudidas se incrementaban a medida que bajaba y me colaba en la parte superior de su ropa interior.

—No puede ser posible que una dama de su categoría vista tan reveladora prenda —susurré contra su oído en un tono lleno de lujuria y fingido reproche— ¿Tiene algo que decir en su defensa?

—Mi esposo lo permite —respondió con seguridad—. Y él no estará muy de acuerdo con su proceder —Jadiet hizo su mejor representación de una dama noble indignada, alzó la barbilla y rodó los ojos con descaro. Aproveché la oportunidad para reclamar su cuello con mis dientes y mi lengua para luego continuar:

—¿No? Creo que si lo estará. Atrapar a las traviesas esposas de los nobles es mi trabajo. —Mis manos recorrieron su cintura y acariciaron la parte inferior de sus pechos—. Espero que no le moleste que realice una inspección. —Por un segundo mi mente se vio inundada con recuerdos de antiguas «inspecciones» en Calixtho. Por suerte, la pasión podía más y aquel pequeño juego dominaba por completo mis emociones—. Las mujeres no tienen permitido llevar armas. —Separé las piernas de Jadiet con un firme barrido, ella respondió con un jadeo ronco y un golpe al espejo con su frente.

No quise extenderlo más, poco a poco levanté la falda del vestido, arrugándola y sujetándola con mi puño en su cintura. Mi mano libre recorrió la piel de sus muslos y mi centro pulsó de pasión al sentirla temblar de placer. Mis dedos pronto se toparon con una sencilla correa y una vaina, una daga descansaba en ella.

—Oh, una daga. Ese es un terrible crimen, mi señora —sentencié contra su nuca—. Veamos qué esconde más arriba.

—No tengo nada que esconder —suspiró Jadiet—. Déjeme ir y me aseguraré de hacerle llegar una jugosa recompensa.

—Oh, ¿con que sobornando a la autoridad? —Una nalgada firme y un grito agudo resonaron en las paredes del baño—. Muy mal, señorita, muy mal. Además, mi jugosa recompensa se encuentra justo aquí.

En el momento en el cual mis dedos hicieron contacto con su húmedo centro su cabeza pasó a descansar sobre mi hombro. Dejé caer la falda de su vestido y llevé mi mano a su garganta, sujetando su rostro en aquella posición para besar y saborear a placer toda la extensión de su cuello. Nuestras miradas se encontraron en el espejo, oscuras, perdidas en un juego creado por nuestro incontrolable deseo y una creatividad desbordada en exceso. Gemimos al unísono y la hice mía con un simple movimiento de mi muñeca. La conexión se rompió en cuanto Jadiet cerró los ojos, gruñí, deseaba verla, así que mordí su clavícula en advertencia.

—Quiero verte, quiero ver tus ojos cuando te entregues al placer —rogué contra su oído.

Jadiet abrió los ojos y me permitió perderme en su basta oscuridad, en la entrega y en el húmedo sonido que emanaba de su cuerpo. Sentí su centro tensarse, no tomaría mucho, aceleré mis embestidas y busqué sus labios, gemido a gemido tragué su pasión desbordada y su entrega absoluta y en cuanto su cuerpo dejó de temblar, retomé mi ataque, esta vez, rocé aquel pequeño nudo de placer. De nuevo, su cuerpo no tardó en perderse en los brazos del deseo, un grito gutural escapó de su garganta y luego su peso descansó por completo en mis brazos.

—Ese libro es un peligro —dijo con la voz rota en cuanto se recuperó. Compartí una sonrisa con ella a través del espejo y aparté mi mano de su centro. No pude contenerme y di una lamida a mis dedos. El sabor de Jadiet inundó mi boca de inmediato y sus ojos centellearon a través del cristal—. Inava, como sigas con esto no vamos a llegar a cenar.

—Hay cosas peores —bromeé para luego reclamar sus labios. Jadiet gimió apreciativamente contra mí al probarse en mi boca—. ¿Estuvo bien? ¿No fue demasiado? —pregunté en cuanto nos separamos. Ayudé a alisar la falda de su vestido y disimulé detrás de su oreja los mechones despeinados de su cabello.

—¿Estás demente? —sonrió y rodeó mi brazo con uno de los suyos—. Fue maravilloso. Espero que estés lista para mi revancha.

—Estoy más que lista —confesé. Me sentía volar. Atrás había quedado el peso que cargaba mi alma, aun se encontraba oculto en la oscuridad, listo para surgir en cualquier momento. Por ahora había sido derrotado por la ternura y amor y de Jadiet. Siempre que ella estuviera a mi lado, todo estaría bajo control.

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