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Nueva misión

No encontré a Yelalla, ella me encontró a mí, con el rostro aún cubierto de agua nieve, lodo y otras porquerías, ahora empezando a solidificarse. Sentía mi cuerpo temblar sin control, quizás presa del frío o de los sollozos que escapaban de mi pecho sin que pudiera hacer algo para evitarlo y que se habían convertido en objeto de burla para Rakel y sus lacayas. Solo me dejaron en paz cuando burlarse de mi desgracia se hizo algo repetitivo, o tal vez, cuando sus consciencias así se lo indicaron, quizás si tenían de estas en su interior.

—Inava ¿quién te hizo esto? —preguntó Yelalla por enésima vez, con la misma mezcla de ira y dolor que la primera. Ya no trataba de arrastrarme a nuestra habitación, sino que limpiaba mi rostro con algún pañuelo suave.

—¿Quién más? —mascullé cuando por fin pude hablar. Mi garganta ardía y pulsaba, no quería hablar, no quería encontrarme con nadie y, aun así, los brazos de Yelalla eran el único lugar en el que quería estar. Era el único espacio en el cual me sentía segura, libre de cualquier amenaza.

—Voy a matarlas —siseó.

—Déjalas en paz, no quiero que te metas en problemas tan pronto. En especial ahora que eres teniente. —Tomé el pañuelo entre mis dedos y terminé de limpiar mis lágrimas.

—En especial ahora que tengo poder, puedo reportarlas con Eneth. Tendrán que pagar, tarde o temprano, Inava. —Sujetó mi brazo y me ayudó a ponerme en pie. Esta vez puse de mi parte para llegar a la habitación que compartía con el resto de la cohorte. En algunas literas oscuras ya se encontraban algunas chicas. Unas dormían, otras estaban entretenidas en otro tipo de actividades.

—No quiero hacer nada, solo empeorará todo. Siempre ha sido así, desde la escuela, la Palestra, todo, siempre empeora todo si te quejas con alguna superior. —Tomé asiento en su cama y tiré de mi cabello. Era imposible hacerles pagar y en parte era culpa de mi corazón blando y débil. Otra chica en mi posición habría reaccionado.

—Está bien, pero eso no evitará que haga algo, estoy harta de verlas salirse con la suya. —Yelalla buscó agua limpia en la jofaina ubicada en nuestra mesa de noche, enjuagó el pañuelo, tiró el agua por la ventana, volvió a rellenarla y la dejó sobre mis rodillas. Agradecí el gesto con una sonrisa y lavé mi rostro y la parte de mi cabello que estaba manchada. Pronto dejé de apestar a lodo y otros líquidos que no deseaba identificar.

—Déjalas en paz, con suerte todo acabará en alguna batalla contra Luthier.

—¡No! —El grito de Yelalla levantó protestas en la habitación. Cuando todo regresó a la calma continuó—: No vuelvas a decir eso, Inava, no te atrevas. —Sus manos acunaron mi rostro con ternura—. No te atrevas a despreciar así tu vida.

Negué con la cabeza. No quería levantar la mirada, había ganado el derecho de andar con la frente en alto por primera vez, ya era toda una guerrera de la frontera y mi propia capitana me había humillado frente a las demás. Solo era un motivo de risas, un bufón para ellas.

—Escúchame muy bien, Inava, no les dejes ganar en esto, no permitas que ellas controlen tu vida de esa forma. —Tomó mis manos—. Me duele verte así, desvalorizándote solo porque un montón de simios decidieron divertirse contigo.

—Simio que ahora es mi superior —balbuceé.

—Eso no importa, cuando Eneth se entere de esto de seguro hará algo. —Acarició mi mejilla—. Eres una mujer maravillosa, quienes te conocemos lo sabemos bien. Todo estará bien.

—Nada estará bien. Siempre estaré sola, nadie considerará amarme o conocerme porque todas son unas estúpidas que comen por los ojos —balbuceé con odio y amargo veneno en mi voz. El miedo a la soledad atenazaba mi corazón con sus helados tentáculos, era insoportable.

—¿Y quieres ser amada por personas así? ¿Vanas y vacías? —Los ojos azules de Yelalla buscaron los míos con insistencia—. Eso no es amor verdadero, Inava.

—No sé lo que es porque nadie me ha dado nunca la oportunidad de amar. Nadie ha correspondido nunca a mis sentimientos y no puedo atraer a nadie porque mi aspecto es algo masculino según todos.

—Suficiente autocompasión, Inava —gruñó Yelalla en un tono tan duro que detuvo por completo hasta las quejas de mi mente—. Y respecto a lo segundo que dijiste ¿estarías tu dispuesta a corresponder los sentimientos de alguien?

—No creo que alguien tenga sentimientos hacia mí. —Fruncí mi ceño— ¿Quién los tendría?

Yelalla tomó aire y por un instante me dirigió una mirada llena de exasperación, la cual pronto fue reemplazada por la pena y luego por una calidez que no supe explicar.

—Yo, yo los tengo, Inava, desde que te conocí y hasta ahora los he tenido. —El aire se congeló en mis pulmones ¿ella? ¿mi mejor amiga? ¿cómo no lo había notado hasta ese momento? ¿lo del baño no había sido una broma?

Tomé aire, eran demasiadas emociones por una noche. Me sentía agobiada y desesperada. Mi cuerpo añoraba algo que no sabía identificar y que por un instante encontró en Rakel y en sus engaños.

—Lamento lo del baño, quizás fui muy directa —Yelalla rio con algo de nerviosismo—. No puedes culparme, había pasado mucho tiempo y no te había comentado nada porque estábamos bajo mucha presión, pero ahora que tenemos un techo sobre nuestras cabezas y podemos descansar, quiero que sepas que mis sentimientos por ti van mucho más allá de una simple amistad.

Por primera vez vi a Yelalla lucir nerviosa y agobiada, mordisqueaba su labio y ya no me miraba a los ojos.

—Por favor, di algo —pidió—. Así sea para rechazarme, para olvidarlo y concentrarme en ser tu amiga. —Acarició el dorso de mi mano—. Porque no quiero perder nuestra amistad.

—Yo... —Contemplé sus ojos. Yelalla era una mujer excepcional, hermosa tanto por dentro como por fuera, era ese tipo de chica que compartiría contigo su último mendrugo de pan sin pensarlo dos veces, incluso si eso la llevara a su muerte. Repasé mis pensamientos en el baño, me atraía su belleza, sus abrazos calmaban mi desbocado corazón y cuando sonreía yo no podía evitar hacerlo también. Eso era amor ¿cierto? Lo que había sentido por Rakel era deseo, como todas las demás—. Si, mis sentimientos corresponden —acepté.

Al escuchar mis palabras el rostro de Yelalla se iluminó y pronto tenía mis manos entrelazadas con las suyas, nuestras narices casi se rozaban y su sonrisa era tal que no le cabía en el rostro.

—¿De veras? Oh, Inava, te juro que a mi lado serás la mujer más feliz del mundo. No dejaré que rompan tu corazón de nuevo.

Noté sus intenciones en el momento en el que sus ojos se clavaron en mis labios y luego regresaron a los míos. Mi corazón se desbocó. No. No de nuevo. No estaba lista para otro chasco si ella me besaba. Además ¿acaso sabía besar? No quería arruinarlo tan pronto y menos con algo tan patético como demostrar mi torpeza en un beso. Pareció comprenderlo al instante, porque cambió la trayectoria de sus labios y les permitió rozar mi mejilla con suavidad.

—Tranquila, iremos despacio —susurró contra mi piel.

Un calor indescriptible, tan poderoso como el de una hoguera, pero que no lastimaba para nada, inició en mi pecho, justo donde estaba mi corazón. Era amada, por fin alguien me quería de verdad. Ya no estaría sola ni perdida en un limbo lleno de parejas y pasión desmedida.

—¡Vaya, vaya! Mi querida teniente ya ha hecho su trabajo de caridad por esta noche ¿no es así? Eres realmente buena cumpliendo mis órdenes.

La enfermiza voz de Rakel llegó hasta nosotras, allí estaba, en la entrada de los dormitorios, secundada por su grupo de amigas, mas aquello no era lo importante, sino sus palabras. Giré y miré a Yelalla ¿de verdad se había prestado para algo así? ¿otra broma?

—Deja de mentir, Rakel, y déjala en paz.

—Tú y yo sabemos que solo digo la verdad. Cumples mis órdenes, mis planes, no podemos tener a una chica como Inava entre nosotras. Un fenómeno de circo más. Dime ¿qué pasará en batalla cuando alguna guerrera la confunda con un apestado de Luthier?

—No seas estúpida, todas llevamos la misma armadura, la misma capa —siseó Yelalla.

Mi garganta se cerró en un sollozo gigantesco, genial, no solo podían confundirme en batalla, sino que debía de confiar en mi uniforme para que algo así no ocurriese ¿tan terrible era mi aspecto? Empujé a Yelalla lejos de mí y abandoné el dormitorio a toda carrera. Al pasar junto a Rakel, ella y su grupo rompieron a reír:

—Solo renuncia de una vez.

—Largo de aquí.

—Termina con todo, nadie te quiere en estas tierras. —Quien quiera que dijo eso atravesó su pie en mi camino, tropecé y caí estrepitosamente. Mordí mi lengua y mi boca se inundó con hiel y acero.

—¡Inava! Es mentira, maldita sea, no puedes creerles.

—Tu calla y no te insubordines ¿o quieres una acusación formal en tu primer día? —amenazó Rakel a Yelalla. Mi amiga no se inmutó y le hizo frente, tampoco prestó atención a como el grupito de guardaespaldas de Rakel la rodeaba.

—No lo hagas —susurré—. Déjalas.

—No, alguien tiene que hacerles frente en algún momento y he decidido que es ahora —gruñó con toda la decisión y el odio que aquella persona, otrora amable y de buen corazón, pudo reunir en tan solo un par de segundos, o tal vez, a lo largo de todo el tiempo que aquellas mujeres nos habían atacado y acosado.

Nunca supe quién dio el primer golpe, todo se volvió una nube confusa de miembros, gritos e insultos. Me levanté y corrí en busca de Eneth, solo ella podía detener eso, solo ella podía salvar a Yelalla. No podría hacer otra cosa, incluso si con mi aviso la condenaba a algún castigo, cualquier cosa era mejor que morir en manos de aquellas desalmadas. Todas eran el tipo de salvajes que podían matar y cubrirse las espaldas, ya lo habían hecho en el entrenamiento. Nadie se había tragado el cuento de que la chica había resbalado desde lo alto de la muralla.

Las lágrimas no me permitían ver el camino, y tampoco me importaba. Solo quería salvar a Yelalla. Tropecé varias veces con las rocas que marcaban los caminos entre las cabañas, hasta que mis pies chocaron con una demasiado alta, a tal velocidad que fue imposible detener mi caída.

Por suerte para mí, dos brazos me sostuvieron y evitaron que me partiera la cabeza contra la escalinata que daba al comedor.

—¿Cuál es el problema? —inquirió Eneth.

Casi me derretí de alivio en sus brazos, solo casi, porque en un instante mi cerebro recuperó la razón y me llevó a saludarla y a recuperar el aire perdido.

—Comandante, hay una pelea, en los dormitorios de la nueva cohorte —jadeé.

Eneth hizo un gesto con su cabeza hacia las guerreras que las rodeaban y estas corrieron en dirección al lugar indicado. A mis ojos no parecían llevar la velocidad necesaria, no llegarían a tiempo para salvar a Yelalla.

—Vamos a mi oficina, ellas se encargarán —indicó Eneth.

—¿A su oficina?

—Claro, te necesitaré como testigo de los hechos.

Apenas tuve tiempo de contemplar la oficina de la comandante. Sus guerreras regresaron, cada una llevaba a una participante de la pelea. Compartí una mirada ansiosa con Yelalla. Parecía estar bien, algo herida, quizás mareada, con golpes en cada centímetro de su rostro. Rakel no estaba mejor, tenía un ojo morado, tan hinchado que no podía mantenerlo abierto.

—Bien, alguien que me explique lo que ha ocurrido, ya —ordenó Eneth sin alzar la voz, con frialdad. Tomó asiento detrás de una mesa larga, a su alrededor había varias sillas vacías, pero nadie se tomó la libertad de tomar asiento. La atmosfera se había tornado gélida y agobiante.

—Comandante, solo trataba de hacer entrar en razón a mi teniente. Se insubordinó contra mí —explicó Rakel a toda prisa. Sus seguidoras solo asintieron y se apresuraron a confirmar las palabras de su ama.

Eneth asintió como si creyera sus palabras. Solo mi lengua herida evitó que interviniera. Yelalla si lo hizo, con voz serena.

—Rakel y su grupo estaban molestando a Inava, como lo han hecho a lo largo de todo nuestro año de entrenamiento. Atacando su honor y su confianza. No puedo servir a una capitana que considera menos a una de sus guerreras. —Yelalla tomó los broches de su capa, aquellos que expresaban su rango y los retiró de un tirón.

—Las capitanas siempre son las mejores guerreras de su cohorte —repuso Eneth—. Pero también aquellas que saben tratar a las guerreras a su cargo.

—No puede creer sus palabras —espetó Rakel.

—Las creo, Rakel, porque soy conocedora de esos momentos en los que atacaste a Inava —Eneth suspiró y frotó sus ojos—. No puedo tener una capitana y una teniente que no confían la una en la otra, ambas perderán sus rangos —sentenció.

Un coro de protestas se alzó en aquel reducido espacio. Fui consciente de todos los insultos y amenazas que arrojaron las lacayas de Rakel en mi dirección, todos susurrados con veneno y odio puros.

—Tampoco puedo tener guerreras tan débiles —continuó Eneth y esta vez clavó su mirada en mi—. Lograste superar todas las pruebas, Inava, aun así, eres incapaz de luchar por ti misma, por tu dignidad.

Rakel bufó divertida y sus amigas empezaron a reír por lo bajo. Yelalla protestó, pero todo aquel ruido desapareció con un gesto de la mano de Eneth. Sus guerreras tomaron a mis compañeras de cohorte y las llevaron fuera de su oficina. Me quedé a solas con Eneth, con la mesa entre ambas y un fuego tan pequeño en la chimenea que le era imposible calentar la estancia. O tal vez, solo era mi corazón que se había helado ante lo que insinuaba la comandante.

—No hay espacio para ti en la frontera —suspiró Eneth—. Me temo que no hay espacio para ti en ningún rincón de este reino. —Junto las manos frente a sí misma y jugó con una daga.

—Comandante Eneth, por favor, yo, este es el único lugar donde he sido medianamente aceptada —rogué. Si alguna vez me había importado mi orgullo, en ese momento lo estaba perdiendo por completo.

—No tienes el valor de luchar, Inava, y aun así eres una buena guerrera. Lo tuyo es un don, un don despreciado. —Se levantó y tomó asiento sobre la mesa, justo frente a mí—. No tienes espacio en la frontera. —Apoyó la punta de su daga bajo mi barbilla—. Pero si en Luthier.

—¿Disculpe? —Si antes mi corazón amenazaba con morir de terror, ahora quería escapar de mi pecho ¿había escuchado bien?

—Tengo una misión, una que, si te explico y no aceptas, me veré en el triste deber de matarte en este instante. —Clavó con mayor fuerza la daga—. Si la aceptas, contarás con ese reconocimiento que tanto ansías y podrás jactarte de ser una heroína para este reino. Los libros de historia y las juglares darán a conocer tu nombre a lo largo y ancho de Calixtho.

Los ojos de Eneth brillaban con cierta emoción contenida, como si sus sueños estuvieran a solo un paso de hacerse realidad. Por mi parte, solo quería escuchar lo que tenía que decir. No tenía nada que perder y todo que ganar. Yelalla lo había perdido todo por amarme, Rakel me odiaba y no dudaba de que pronto influenciaría a las demás para actuar en mi contra. La frontera se convertiría en un infierno para mí y no sometería a Yelalla a la carga de defenderme en cada ocasión en la que el miedo me paralizara y las lágrimas me cegaran.

—Es secreta, nadie sabe de ella salvo ciertos mandos.

—¿Ni siquiera la reina Appell? —inquirí.

—A veces los gobernantes son demasiado cobardes como para tomar las decisiones que deben ser tomadas. A veces tienes que ofrecerles la oportunidad para que actúen —indicó ella—. Y ya con eso sabes demasiado. —Clavó la daga hasta romper mi piel—. Así que por tu bien, espero que aceptes.

La determinación de su mirada fue reemplazada por frialdad absoluta. Era la expresión de una mujer dispuesta a matarme en ese mismo lugar sin remordimiento alguno. Temblé, no me quedaba de otra, aceptaría.

—Acepto la misión, comandante.

—Muy bien, porque irás a Luthier, te infiltrarás en su ejército, reunirás información, cualquiera que consideres importante y sabotearás lo mejor posible sus planes. Tus acciones serán vitales para liberar a Calixtho de su apestosa amenaza.

Eneth tomó mi mano y tiró de mí. Me dirigió como un muñeco de paja a lo largo de las callejuelas del campamento mientras en mi mente solo se repetían una y otra vez las palabras «irás a Luthier» al lugar donde ninguna guerrera deseaba ir, a ese espacio que al pisar debías morir por tu propia mano si no deseabas un destino peor.

Volví en mi cuando noté la frialdad y la peste a humedad y fluidos humanos que permeaba el aire. Nos encontrábamos en las mazmorras, frente a una puerta de madera con una pequeña ventana con barrotes.

—Él es Ialnar, tu nueva identidad a partir de esta noche —susurró Eneth.

—¿Qué? —inquirí, no entendía nada y es que el pitido constante en mis oídos no ayudaba en nada a mi aturdida mente a comprender las palabras de Eneth.

—Aprenderás todo sobre su vida, sus costumbres, sus gestos. En el entrenamiento revelaste tener una muy buena memoria, así que demuéstralo ahora, porque de ella dependerá tu sobrevivencia en Luthier. —Sacó un par de llaves cubiertas de herrumbre y luego de forcejear con la cerradura abrió la puerta de un empujón. El ruido despertó al prisionero, quien solo nos vio con ojos agotados y desesperados.

Ialnar llevaba el torso desnudo y solo un par de pantalones raídos, sus muñecas estaban encadenadas sobre su cabeza y prácticamente colgaba del techo. Descansaba su peso sobre la punta de sus pies y podía ver como temblaba y tiritaba debido a la tensión. Mis propios hombros protestaron, hacía horas había sido retenida en una posición similar.

—Él te lo contará todo, no te preocupes —sonrió Eneth—. Sabe a qué atenerse si no cuenta la verdad.

Aquel hombre, ahora convertido en el lejano recuerdo de un guerrero, asintió agotado. Eneth le recompensó con un trago de agua y liberó un par de eslabones de la cadena, lo que le permitió descansar su peso en sus pies.

—¿Entiendes cómo funciona? ¿No? —inquirió en mi dirección.

—Sí, comandante.

Era evidente, aquel hombre llevaba tanto tiempo siendo torturado que respondía al menor estímulo positivo. Solo era una sombra, una figura con conocimiento sobre sí mismo y poco más. Todo instinto o deseo de luchar o vivir habían desaparecido de su corazón, solo quería desaparecer. Cerré mis puños, hacía unos instantes me había encontrado en un estado mental similar.

—Te quedarás con él el tiempo que necesites para aprender todo sobre su vida —susurró Eneth en mi oído—. Pregúntale todo lo que creas necesario, reconstrúyelo al completo y luego podremos empezar con la misión. Ten presente que, si fallas, no responderemos por ti. Nunca hemos regresado por aquellas a quienes toman prisioneras y no serás la primera, Inava.

—Lo sé, comandante.

—También extenderé un rumor poco agradable sobre ti —continuó—. Nadie se creería que has renunciado, Yelalla y tus amiguitas te conocen demasiado bien. Todas sabrán que escapaste, que desertaste en tu primer día. —No era una pregunta, era un hecho que estaba llenando de bilis mi boca.

—No hay deserciones en la frontera —cité.

—Todas están por voluntad propia, es verdad, menos quienes tienen el mando. —Sostuvo en su mano el broche destinado para las capitanas—. Les diré que, ante tu feroz negativa a dejar el cuerpo, te ofrecí la capitanía y en un acto de cobardía decidiste renunciar a ella y huiste campo través. Nadie te buscará después de eso, estarás completamente sola. Necesitas estar completamente sola, Inava.

—No será tan diferente de mi vida —suspiré—. Todos pensando lo peor de mí, sin nadie con quien compartir mi...

—Ahórrate las lágrimas y los lamentos juveniles —espetó con odio y por un instante me sentí una niña inmadura y no una mujer—. Ahora eres una guerrera con una misión, cúmplela o muere en el intento.

La comandante abandonó la celda y cerró con fuerza la puerta a mis espaldas. El estruendo ahogó mi gemido de terror ¿qué había hecho? Miré al Ialnar, estaba dormido, o fingía estarlo. Le envidié, al menos él podía temblar sin sentirse como un cobarde.

—Traeré pan y agua cada día —prometió Eneth—. Así que asegúrate de darte prisa. No quieres empezar demasiado débil esta misión ¿o sí?

Negué con mi cabeza, hacerlo sería un suicidio seguro. Observé a Eneth desaparecer en el pasillo y me giré para enfrentar a Ialnar. Bien, yo sola me había metido en este aprieto, ahora debía seguir adelante y dar lo mejor de mí, sobrevivir y demostrarle al reino que podía ser de utilidad, que podía traerle la libertad y que tendrían que arrepentirse de todos los maltratos a los que me habían sometido a lo largo de mi vida.

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