Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La verdad

Lamond inclinó su cuerpo sobre el pergamino para continuar con la lectura. La historia avanzaba ahora hacia el relato favorito de los monjes de Lusiun. La historia de Ilys y Lusiun, la cisma que marcaba la diferencia entre hombres y mujeres, la base de la guerra entre Calixtho y Luthier. Ahora existía un tercer personaje en la historia, Alandri para ellos, la Gran Madre para nosotras.

Los años han pasado y ahora vivimos en paz y armonía. Nuestro pueblo crece y se multiplica como el trigo en nuestros campos. Somos tantos que necesitamos un guía, alguien puro que nos gobierne. Hemos elegido de entre todos a un rey y yo soy su consejero.

Lusiun guardó silencio durante años, decir que no me preocupa es una mentira voraz, pero no dejo de visitar nuestro árbol todos los días. Espero hablar con él y agradecerle todo lo que nos ha dado antes que mi tiempo en este mundo se termine.

Puedo sentirlo, con cada día que pasa el calor escapa de mis huesos, la vida escapa de mi como un saltamontes al vuelo. Dormir al arrullo de Lusiun es lo único que me brinda consuelo.

—Es su último aporte al pergamino —susurró Lamond—. Quien continúa con la historia no es él.

—Murió, pero ¿quién continuó? —Jadiet señaló los cuadros que aún faltaba por leer.

—Un joven monje. Esto se pone interesante. —Lamond acercó los ojos al pergamino—. Al parecer no todo era miel y pan en Luthier.

El buen Trutbald ha muerto y con él, toda la felicidad y la armonía que existía en Luthier. Parece que la envidia, la ambición y la violencia son rasgos típicos del ser humano y son imposibles de erradicar. Luthier y sus vecinos caen en una espiral sin control marcada por las guerras, los saqueos y el deseo de poder y riquezas. Esos son nuestros gobernantes, pero incluso en las familias este mal se esparce como la peste.

Los hombres sospechan de sus esposas, cada trozo de tierra es preciado y ansían legárselas solo a sus hijos verdaderos. Cada día más y más mujeres son encerradas en sus hogares. Los celos y la envidia han provocado que familias de hombres y mujeres dejen de ser consideradas como tales, los magistrados se prestan a tales infamias y por una parte de sus tierras escuchan las falsas acusaciones de sus vecinos.

Niños sin padres inundan las calles, pero ni esposos ni esposas pueden cuidar de ellos. Los magistrados se aseguran de ello.

La sangre, los lamentos y la muerte manchan el vestido de Alandri y lastiman su corazón. Hermosos bosques han sido talados y quemados, el rey se adueña de las tierras de caza y prohíbe a sus súbditos el acceso a ellas, ¿qué carne podrán comer quienes no tienen ganado?

Lusiun descarga su furia en verano, pero nadie aprende, nadie escucha mis palabras y mis compañeros monjes amenazan con echarme por siquiera mencionar a Ilys y a Alandri.

Es por eso que duermo ahora bajo el árbol de Trutbald, mi vigilia es lo único que evita que sea talado. Quienes me ven me llaman loco y escupen a mis pies. No importa, no dejaré que el legado de Luthier se pierda.

Empiezo a creer que Alandri ha escuchado mis llamados y llantos. Siento sus caricias de hierba en mi piel y su voz susurrante en el viento. Cada día repite gestos y palabras, pero soy demasiado estúpido y débil para entenderla.

Tres semanas me ha llevado entender su mensaje. Nuestra gran diosa está dolida con nosotros, no es así como quiere ver a sus hijos, nos hemos apartado del camino trazado Ilys y Lusiun consideran que debemos desaparecer de la faz de Alandri. La aman demasiado como para dejarla morir en nuestras manos.

—Su ira es infinita, Ryned —habló por fin en el idioma de los hombres.

—¿Qué podemos hacer? ¿Dar muerte a todos los hombres manchados por la maldad?

—Deberás condenarlos a todos, hijo, cada humano en este mundo tienen maldad en su corazón. Tu juicio no es diferente al de tus padres.

—Mi corazón es puro, madre Alandri.

—Incluso tu corazón ha sido tocado por el odio, es la maldición de la humanidad.

—¿No tenemos salvación? —lloré como un niño pequeño a las faldas de su madre.

—Las acciones de Ilys y Lusiun han sido alimentadas por el amor que sienten por mí. No me quieren ver perecer en las manos de nuestros hijos y poco puedo hacer para detener su influencia. Solo me queda advertirles y pedirles que retomen el camino de nuestras leyes. Aléjense del camino de los excesos y cultiven con sabiduría.

—No lo entiendo, madre, ¿qué ocurrirá?

—Aunque es el amor de Ilys y Lusiun quien ha emitido sentencia, este también les ha llevado a ser misericordiosos. Su influencia puede barrer a la humanidad, pero esta tendrá una oportunidad. El secreto de su supervivencia a la Gran Oscuridad se encuentra en las leyes.

En ese momento supe que estábamos condenados, pero también comprendí, con la certeza de los condenados a muerte, que haría lo posible por salvar Luthier.

Un silencio sepulcral inundó el despacho. No podíamos hacer otra cosa que compartir nuestras miradas. Frente a nosotros se encontraba la prueba definitiva, el final de un sistema de creencias basado en mentiras.

—No puedo creer que se desaparecieran a Alandri y tomaran a Ilys como la mala de la historia. —Las palabras de Sianis rompieron el silencio.

—Era lo único que iba a mantener en el poder del rey, de los magistrados y los monjes corruptos —dijo Lamond por fin—. Debemos transmitir esto al pueblo, han sido tan subyugados por falsos monjes y dioses por demasiado tiempo.

—¿Cómo podríamos hacerlo sin morir? —La voz de Humbaud temblaba—. Tan pronto empezamos a transmitir la verdad, seremos perseguidos y marginados en el mejor de los casos.

—Empezaremos con los marginados de los bosques, luego con aquellas personas descontentas con el rey —dije por lo bajo.

—En algún momento te toparás con un fanático, con alguien que desee congraciarse con el rey, te entregarán y morirás de una manera cruel —respondió Humbaud.

—Nadie dijo que saldríamos vivos de esto —dijo Jadiet con firmeza—. Si queremos aprovechar esta oportunidad debemos arriesgarnos.

—¿Cómo podríamos convencerlas de nuestra verdad? Los monjes simplemente dirán que somos un grupo de herejes, que transmitimos mentiras. —Humbaud negó con la cabeza—. Las personas se irán con la verdad más simple y fácil de aceptar, incluso si es la que les ha oprimido durante todas sus vidas.

—Tenemos que actuar. Quizás mostrarles este pergamino antiguo como prueba, solo a los más fieles y dispuestos a seguirnos.

—Solo tenemos que crear un cisma en la religión, separar al pueblo de los engaños de los poderosos, demostrarles que no tienen por qué rendirles pleitesía y que nunca fueron elegidos por Lusiun, solo por el pueblo al inicio de los tiempos, un derecho que pasó por sangre y que puede ser revocado si así lo desean. —Lamond golpeó la mesa—. Esta es nuestra oportunidad de hacer algo y no podemos desperdiciarla sintiendo miedo como corderos que enfrentan el matadero.

—El pueblo está cansado de los abusos y cuando sean obligados a presenciar las ejecuciones de los nobles y sus familias, estarán de nuestro lado —aseguró Jadiet con vehemencia—. Muchas personas caerán en la pobreza o la esclavitud debido a esta medida de Cian, es nuestra oportunidad.

—Mucho me temo que esto generará persecuciones, pero eso solo nos dará la razón —dije por fin—. No persigues la mentira para sofocarla si sabes que tienes razón, solo a la verdad. Con el tiempo las personas se darán cuenta de esto y empezarán a seguirnos.

—Entonces está decidido, daremos a conocer la verdad —Avelin dio una palmada que resonó en las paredes y nuestros pechos—. Es una buena razón por la cual morir, supongo.

—Primero debemos enseñar a leer al pueblo, ofrecerles las herramientas necesarias para entender esto. —Jadiet señaló el pergamino—. Ofrecerles la oportunidad de acceder al verdadero conocimiento y arrancarlos de la oscuridad.

—Y luego mostrarle las pruebas —susurró Humbaud.

Mi corazón latía a toda prisa y mis manos sudaban a mares. No podía evitar sentirme como Ryned, una condenada a muerte que lucharía sin cuartel para hacer llegar la verdad a quienes la necesitaban para ser libres.

—Tenemos que entregarles copias de esto, la historia morirá si no está por escrito y será propensa a cambios si pasa de boca en boca—concluí—. Necesitamos sacar copias de esta historia. Todas las posibles —susurré, no quería llevar malas noticias a un momento tan solemne ni frenar nuestros planes, pero debíamos ser realistas—. Mi escriba está herido y es el único al que podríamos confiarle este trabajo. Incluso si todos nos dedicáramos a escribir sin parar, nunca obtendríamos la cantidad de copias necesarias para informar al pueblo.

Lamond sonrió y estiró los brazos por encima de la cabeza, Humbaud lo abrazó y dejó sobre su mejilla un beso sonoro.

—Todos nuestros compañeros comerciantes son dignos de confianza, pero si existe un hombre al cual entregaría mi vida ese sería Walbert —dijo por fin el experto en telas—. Walbert es de los nuestros y puedo asegurarte que estará encantado de ayudar.

—¿El librero? —Fue difícil enmascarar la incredulidad en mi voz— ¿Cómo puede un librero...

—Porque ha desarrollado un medio para escribir libros con rapidez. Aún es un prototipo, pero asegura que reducirá el costo de los libros y que permitirá que todas las personas accedan a ellos —respondió Avelin—. Estoy segura que su creación cambiará el mundo, pero para hacerlo, debe superar esta prueba de fuego.

—Bien, tenemos un plan entonces —accedí—. Aun así, necesitaremos mucha ayuda.

—Es donde entra Eneth. Los aldeanos no estarán listos solo con saber leer y escribir o con conocer el engaño detrás de sus creencias, necesitarán entrenamiento para drenar su furia de la mejor manera posible. Cuando las copias de esta historia estén terminadas y todos los exiliados y marginales convencidos, le escribiré, acudirá con refuerzos y entonces nos prepararemos para derrumbar a Luthier desde adentro —sentenció con la firmeza de una guerrera que está por ir a la batalla—. Se vienen meses duros hermana, pero lo lograremos.

—Ve donde Walbert ahora, Inava. Son solo algunas horas de viaje a caballo y se encuentra en dirección al palacio. —Las últimas palabras de Lamond estaban llenas de oscuridad—. Quiere público para su pequeño espectáculo y si no lo obtiene, su sed de sangre no se saciará.

Asentí y tomé en mis manos las manos de Jadiet, ella me regaló un apretón que llenó de calma mi agitado corazón. Podía sentir la sangre acumulándose en mi cabeza y viajando a toda velocidad por mi cuerpo, pero su presencia era como un bálsamo, un faro en medio de las tinieblas. Teníamos mucho por delante y debíamos ponernos en marcha ahora mismo.

—Sus caballos deben estar ensillados ahora —repuso Sianis después de ver por la ventana. Siempre eficiente, debía de conocer los planes de Lamond desde un principio.

—¿Sus? —inquirí. Jadiet había llegado en carruaje, no a caballo. No podía viajar con mi esposa a caballo por los caminos reales, atraería la atención. Estaba por expresar mi inconformidad cuando Sianis me interrumpió:

—No llegarás a tiempo en carruaje. Deberán cabalgar. Además, le prometí a Jadiet que le enseñarías a sobrevivir en el bosque —dijo con un guiño atrevido—. No tienes que preocuparte por nada, los bosques de esta región son seguros para todos los amigos de Lamond y Humbaud. Nadie se horrorizará si ve a Jadiet blandiendo una espada. Créeme cuando te digo que sería lo menos transgresor que podrían presenciar en sus vidas.

Negué con la cabeza, siempre un paso por delante. Jamás habría pensado en tales estrategias por mi cuenta. Quizás, si hubiera pensado antes en los pergaminos habría evitado todas las tragedias que había atravesado hasta este momento.

—Oh no. Inava, conozco esa mirada. No seas tonta, todo lo que hiciste fue necesario. Si no hubieras ido a batalla como Eneth te lo ordenó, jamás habrías ingresado al monasterio y si no hubieras ganado la confianza de Cian, ahora estaríamos enfrentando un ejército y no a Luthier en su estado más débil.

—Solo deseo que todo esto hubiera sucedido de forma diferente —suspiré, por un instante el peso de decenas de muertes descansó sobre mi espalda. Jadiet descansó su mejilla en mi hombro y acarició mi espalda con movimientos lentos.

—Tomaría tu lugar sin dudarlo, Inava, solo para liberarte de esta carga —confesó.

Mis brazos encontraron en su cuerpo un refugio irresistible, uno que se vio invadido por la mano de Lamond al tenderme los pergaminos, ahora ordenados, protegidos por una funda de terciopelo y listos para ser transcritos y repartidos por todo Luthier. Escondí tan preciosa carga en el interior de mi camisa, justo sobre mi corazón. Nada le pasaría a esta preciosa carga.

Con un simple gesto nos despedimos de Lamond, Humbaud y Avelin y seguimos a Sianis hasta las caballerizas, donde, tal y como y ella lo había asegurado, nos esperaban nuestros caballos. Mi fiel caballo de guerra, Galeón, compartía espacio con un hermoso caballo marrón con manchas blancas, que, de no ser por su imponente tamaño y músculos, habría considerado como demasiado tierno para ser de guerra.

—Es tuyo, Jadiet. Considéralo un regalo de mi parte —dijo Sianis con una sonrisa risueña—. Es lo menos que mereces después de haber demostrado todo tu valor estos días.

—Sianis —jadeó Jadiet con incredulidad. Se acercó con cautela al caballo y acarició su cuello con una mano—. Es hermoso, pero no puedo aceptarlo.

—Una guerrera necesita un caballo, así que acéptalo —resopló mi amiga con firmeza.

Jadiet no se hizo de rogar. Asintió con rapidez, abrazó a Sianis a modo de despedida y agradecimiento y con elegancia subió a la silla. Su porte era magnífico, su equilibrio en las alturas envidiable y su sonrisa, contagiosa. Imité su acción y nos encontramos frente a frente, el aire a nuestro alrededor se llenó de energía, vibraba con fuerza, como un fuego poderoso.

—Ugh, son insoportables —bramó Sianis—. Vayan con bien y recuerden, Walbert debe cuidar el pergamino con su vida y crear todas las copias posibles. Lamond pasará a recogerlo cuando esté lista la primera copia.

Espoleé mi caballo en cuanto la última indicación de Sianis dejó sus labios. Jadiet me siguió de cerca, una gran sonrisa dominaba su rostro y no dejaba de soltar las riendas para acariciar la crin de su nuevo caballo con ternura y emoción mal disimulada. Parecía un niño con un juguete nuevo, todo sonrisas y expectación.

—¿Le pondrás un nombre? Tiene que tener uno —dije en cuanto pude formar una oración coherente. Verla cabalgar y ser testigo de su felicidad me robaba el aliento y me desarmaba por completo.

—Zafiro, por la forma de sus manchas —señaló las manchas redondeadas.

—Es un buen nombre.

Alcanzamos la librería unos instantes antes del atardecer. Era un lugar solitario, con grandes estantes repletos de libros. La tienda no era más que la fachada de una casa grande y elegante, pero con aires desordenados, como si hubieran construido las habitaciones, ventanas y rejas sin seguir un orden especifico. La imagen sería la pesadilla de cualquier artista o arquitecto, pero para mí tenía cierto encanto, como el dibujo de un niño pequeño.

—¡Clientes! Bienvenidos, bienvenidos —saludó Walbert desde el mostrador ubicado al final de la tienda. Lo reconocí de inmediato, era el mismo hombre afable, con la camisa algo tensa sobre su prominente estómago. Las arrugas en sus ojos le daban un aspecto afable casi perenne.

—Me temo que esa no es nuestra misión —informé—. Nos envía Lamond, con un pergamino que necesitamos duplicar cuantas veces sea posible.

—Oh, ese pequeño bocón —protestó Walbert—. Le dije que mi máquina aún era un prototipo y que no soñara demasiado. —Extendió una mano en mi dirección y le entregué el pergamino. Con infinito cuidado lo organizó sobre el mostrador, sus ojos se abrieron de par en par y sus labios palidecieron mientras leía. Al terminar, su mirada viajó entre Jadiet y yo varias veces antes de asentir—. Por supuesto, puedo copiar este texto —acarició las letras con dedicación y amor—. Tantos siglos de mentiras. Esto es una joya, una verdadera joya. Lamond sí que lo ha hecho bien.

—No lo hizo solo —interrumpió Jadiet con fiereza—. Ialnar lo ayudó. —Rodeó mi cintura con un brazo—. De no ser por él, todo estaría perdido.

Walbert se disculpó con una graciosa reverencia, organizó los pergaminos y los devolvió a la bolsa, luego abrió una puertecita disfrazada de vitrina en el mostrador y nos permitió pasar a la trastienda. El lugar estaba tan lleno de libros como la tienda principal, solo que algunos llevaban coberturas de cuero negro para ocultar sus portadas y permitir disfrazarlos de cualquier otro volumen. Nos encontrábamos ahora en el lugar en el que Walbert hacía dinero de verdad.

En una esquina se encontraba un gran bulto lleno de agudas aristas ocultas por una lona marrón. Walbert caminó hacia ella con paso tambaleante, casi como el de un pato. Deslizó la lona y reveló un artilugio extraño. Dos planchas de metal oscuras se enfrentaban, como una prensa. La parte superior y la inferior contaban con pequeños cubículos donde entraba a la perfección una hoja de papel o un trozo de pergamino.

—Sus libros son bastante baratos —susurró Jadiet mientras admiraba los libros que descansaban en las estanterías.

—Bueno, con ayuda de esta bebé mis libros son mucho más económicos que los de mi competencia. Por primera vez el pueblo puede acercarse al bosque y leer en paz —dijo el librero con orgullo—. Eso no les ha gustado a los sacerdotes y a algunos nobles, creen que el pueblo no tiene porqué ser culto o perder su tiempo leyendo.

—Eso es una estupidez —sentencié.

—Todo este reino está basado en estupideces, si me permite decirlo, pero quemar libros es la peor de ellas. —Con un gesto de la mano me invitó a seguirlo hasta donde una pesada cortina de color azul, apartó el tejido revelando una ventana con un cristal algo mohoso y lanzó una mirada devastada a la pila de cenizas y brazas que brillaba en medio de la calle adoquinada del pueblo—. Esos solo eran libros de recetas médicas y algunas enseñanzas básicas sobre el arte. Y los consideraron libros prohibidos. Sus dueños ardieron junto a ellos.

De pronto, la verdad detrás de aquella pila de cenizas la dotó de un mayor nivel de ignominia y no pude apartar mi mirada. No solo se trataba de conocimiento perdido. Sujeté el alfeizar con fuerza hasta que la madera crujió. No era justo.

—Este sí que es un libro prohibido —susurró Jadiet desde el fondo de la trastienda. Se encontraba agachada detrás de un escritorio roñoso y ojeaba un libro ricamente decorado con tonos carmesí e hilos de oro.

—¡Oh! mis disculpas señor, su esposa ha encontrado... ha.... —Walbert soltó la cortina, cortando con eficiencia la terrible imagen. Sacudí mi cabeza y giré para entender la escena. El pobre hombre estaba tan pálido que tuve que sujetarlo por un brazo y llevarlo a una silla cercana. Las patas de aquella delicada obra de la carpintería crujieron en cuanto se vieron obligadas a sostener su peso.

—Yo no juzgo, amigo, soy partidario de la libertad, debería saberlo. —Palmeé su hombro.

El aspecto del librero mejoró en un instante. A toda prisa cerró la puerta de su tienda, tomó mi brazo y me dio un recorrido a lo largo y ancho de la trastienda, aquí y allá señalaba libros provenientes de todos los rincones del mundo. Jadiet nos ignoraba, aún se encontraba sumida en la lectura de aquel curioso libro.

—Mi adorable máquina —suspiró en cuanto terminamos el recorrido—. Como sabes, con ella puedo imprimir varios libros en poco tiempo. Ya no deben ser escritos a mano. Solo las ilustraciones suelen dar problemas y a veces contrato aprendices de artistas para que las realicen. El costo sube, claro, pero sigue siendo menor al de un libro tradicional. Aunque... creo que he dado con la solución —rebuscó bajo la mesa y me mostró dos piezas con líneas y dibujos básicos—, puedo ilustrar algunos libros con estas piezas, pero son modelos muy sencillos y válidos solo para algunos libros. Como verás, no tendré problema en ayudarte con los pergaminos.

—Ialnar, quiero comprar este —Jadiet se irguió y abrazó el libro que leía contra su pecho. Sus mejillas estaban sonrojadas—. Quiero seguir leyéndolo.

—Ah un gusto exquisito, con su lectura aprenderá mucho, señorita. Por ser usted, puedo dejarlo en quinientas monedas de oro. —Olvidada la misión, Walbert se convirtió de nuevo en el hombre de negocios que era.

—¡¿Qué?! —Eso era lo que costaba mantener a mis hombres por un mes—. Es demasiado, Jadiet. Déjalo. —Froté mi nariz. Solo a ella se le ocurría ir de compras en medio de una misión tan importante.

—Tengo también una versión impresa por mi máquina. —Walbert desordenó un rincón—. Está ilustrado como el original —señaló el libro que sujetaba Jadiet—, pero es más económico. Puedo venderlo en cien monedas de oro y cincuenta de plata.

Jadiet tomó aquel libro de aspecto más sencillo, con una cubierta de cuero negro y simples detalles en oro, ojeó algunas páginas y asintió satisfecha.

—No es un libro legal, así que es mejor para ti que cuentes con una copia menos llamativa.

Jadiet me miró con ojos perfectamente redondos, ¿siempre habían sido así de grandes? Volví a frotar mi nariz, ella nunca me había pedido nada material, quizás no había nada malo en concederle aquel pequeño capricho.

—Enviaré el dinero con un guerrero —suspiré, Jadiet dio un gritito de alegría y se colgó de mi brazo. Un escalofrío recorrió mi espalda en cuanto tomé la decisión, ya era demasiado tarde para recordar que el gusto de Jadiet en libros no era inocente en lo absoluto.

—Por supuesto —aceptó Walbert. Revolvió algunos pergaminos y regresó con un recibo. Firmé con mi nombre y Jadiet se apresuró a esconder el libro en algún oscuro lugar entre los dobleces de su falda.

El desorden en la trastienda no dejaba de darme una sensación de inseguridad, ¿y si los pergaminos se perdían en este campo de batalla literario? Walbert debió de interpretar de inmediato mi expresión, porque levantó un dedo y desapareció a través de la puerta que daba a su hogar, regresó segundos después con una caja de acero. Las bisagras de la misma se encontraban en su interior y estaba asegurada con dos fuertes candados.

—No temas, prefiero morir antes que perder nuestra llave a la libertad —sentenció Walbert con tal firmeza que le entregué los pergaminos sin pensarlo demasiado. Lamond tenía razón, este hombre era nuestra única salida y era digno de nuestra confianza.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro