La heredera perdida
Jadiet tomó mi mano con seguridad, se suponía que debía ser yo quien la guiara al centro de la pista de baile, pero había tal seguridad en su paso que era ella quien me guiaba a mí. Rodeé su cintura con una de mis manos y permití que la música nos llevara, paso a paso y giro a giro, cada vez más cerca de Cian y Gaseli. Había llegado el momento del baile en el que se intercambiaban parejas, era importante para mi lograr una pequeña oportunidad para hablar con Gaseli. Tenía que hacerlo.
Finalmente ocurrió, una pausa, un giro. Cian soltó a Gaseli y yo solté al tesoro más valioso en mi vida y como una cruel metáfora, o una imagen de pesadilla, ella cayó en manos de aquel hombre despreciable y Gaseli cayó en los míos.
—Su Majestad —saludé. Sentía el impulso en mis rodillas y el deseo en mi corazón, quería arrodillarme ante ella, era el símbolo de todo lo que defendíamos en Calixtho, viva imagen de nuestro pasado. Parte de nuestra historia y nuestro futuro.
—No soy una reina —balbuceó ella—. Quien ostenta el título es mi marido. —Sus pasos eran tan rígidos como su respuesta. Se aseguraba de mantener su piel tensa y lejos de mis manos. Como si el simple hecho de rozarla lo necesario para un baile fuera motivo de escándalo. Alejé mi mano de su cintura a tal punto que solo mis dedos rozaban el costoso tejido de su vestido.
—No, usted es reina de otro lugar y yo soy su leal súbdita —confesé. Era ahora o nunca. ¿Dónde se encontraba su lealtad y su corazón? Miré a Jadiet y la sangre me hirvió. Cian se encontraba demasiado cerca de ella, susurraba algo en su oído y por su expresión, no era nada agradable o respetuoso.
Gaseli no daba muestras de reconocerme. Solo seguía mis pasos, fiel al ritmo y a mi dirección. Suspiré y sujeté su mano con algo más de fuerza. Aquello bastó para que levantara la mirada, pero no para verme, sino para buscar a Cian. Por un instante temí por mi vida, quizás me acusaría de propasarme con ella o peor, revelaría mi identidad. La sensación de terror pasó en cuanto noté que buscaba a Cian con desesperación. Sus ojos estaban desorbitados, su labio inferior temblaba y su piel había adquirido una enfermiza palidez. Liberé la presión de su mano y continué danzando con suavidad, sin ejercer ninguna fuerza sobre ella. Aquello pareció relajarla. El color regresó a su rostro.
—Está todo bien, él no te hará nada. Si lo deseas puedo hacer algo para sacarte de aquí —susurré a toda prisa. La pieza musical alcanzaba su punto álgido y me quedaban solo segundos antes del próximo cambio.
Al escuchar mis palabras levantó su mirada. Mordió su labio y negó con la cabeza.
—Mi lugar es junto a mi esposo. El rey Cian —respondió con tono apagado, monótono, era como si recitara alguna lección.
—No lo es, estás prisionera. Por favor, déjame liberarte. Dime dónde duermes o dame alguna pista para...
—Mi lugar es junto a mi esposo. El rey Cian.
Quise gritar y patalear. No era justo. Me contuve y serené mi expresión. Parecía reaccionar ante la mínima muestra de fuerza o violencia. Resistí las ganas de sacudirla, no era su culpa, mi frustración e ira debían ser dirigidas a Cian, no a ella. Gaseli solo era una víctima, una mujer despojada de su voluntad. Miré sus muñecas, allí estaba la prueba, gruesas cicatrices, reminiscencia de terribles ataduras.
Una mujer de Calixtho no se rendía fácilmente, no quería imaginar el estado al que habría llegado ni los horrores a los que la habrían sometido para quebrarla de tal forma.
—Gaseli, soy tu leal súbdita, soy una guerrera de la frontera. —Me arriesgué a confesar de nuevo. Sus ojos brillaron levemente ante el reconocimiento, pero se apagaron de inmediato. Decidí probar suerte de nuevo—: Estoy aquí para hacer un cambio, tu podrías serlo.
—Soy la esposa de Cian, no soy nada más.
La música terminó con un golpe de tambor, un nuevo giro y Shalus arrancó toda esperanza de mis manos. Ahora descansaba en ellas la esposa de Ukui, Drala, de mirada serena y perdida, pasos subordinados a los míos casi a la perfección y una juiciosa distancia entre nuestros cuerpos, parecía la viva descripción del estilo de vida de Luthier. Era la esposa perfecta.
Aparté la mirada para esconder las ácidas lágrimas que amenazaban con derramarse fuera de mis ojos. Por suerte, la imagen que percibí despertó la furia suficiente para evaporarlas.
Cian no había cambiado de pareja. Jadiet seguía presa entre sus brazos. Auténticas llamaradas de fuego escalaron por mi garganta, pero tuve que tragarlas, forzar una expresión neutral y conducir a la estirada esposa de Ukui por el salón de baile.
La música se hacía eterna en mis oídos, esta pieza se extendía nota a nota hacia el infinito, un concepto que nunca había entendido en la escuela, pero que ahora se clavaba en mi mente con inigualable ferocidad. Paso a paso, giro a giro, todo se hacía cada vez más insoportable hasta un punto en el que temí explotar.
Por suerte se hizo el silencio, Jadiet pudo separarse del rey, pero solo unos pasos. Aquel hombre detestable no paraba de prodigarle su atención. Insistía en hablarle y ella, con el rostro clavado en el suelo, no paraba de asentir y reír con nerviosismo para no incurrir en su ira.
Un brazo sujetó el mío en el momento en el cual me disponía a rescatar a mi mujer. Resistí el impulso de sacudirme al percibir el penetrante aroma del aceite esencial de clavos de olor que utilizaba Shalus como perfume. Me dejé llevar por él hacia una mesa cercana y recibí en mis manos un vaso de vino fresco.
—Es un descarado —masculló—. Sabía que había desposado a una mujer de Calixtho, sabía que podía ser la heredera al trono, pero contarlo así, con tal desparpajo, tratar de mentirnos. —Ahogó su ira en un largo trago de vino—. Esa chica lleva años aquí. Sufriendo lo indecible. Ninguna mujer de Calixtho pierde su voluntad de esa manera, ninguna se convierte en un títere y me niego a tener una reina que es poco más que uno —bufó.
—Entonces nos ceñiremos al plan. Iremos a la batalla.
—Es demasiado inseguro —apuntó Ukui nada más llegar junto a nosotros— ¿Qué pasará si gana y reafirma su lugar con la bendición de Lusiun?
—No ganaremos —respondí con seguridad—. Calixtho es un reino enorme, son tres murallas las que debemos de superar. Incluso si logramos organizar un asedio, nos veríamos superados en número y fuerzas. Dentro tienen agua y alimentos suficientes para sobrevivir durante años.
—Había olvidado que fuiste capturado por esas salvajes. —Ukui negó con la cabeza—. Debes conocer mucho sobre esas tierras. No entiendo por qué no te dio el mando.
—Eso es lo de menos —intervino Shalus—. Si esa es la realidad, ¿por qué no encontramos mayor oposición durante el banquete? No hace falta ser un prisionero de Calixtho para saberlo.
—Muchos nobles gustan de subestimar a sus enemigas —suspiré sin medir mis palabras. Shalus y Ukui me miraron como si me hubiera salido una segunda cabeza, pasados unos instantes asintieron.
—A veces olvidamos que son auténticas enemigas y no simples mujeres descarriadas y alejadas del camino de Lusiun —dijo Ukui con conmiseración, como si lamentara con todo su corazón no poder ayudar a las mujeres de Calixtho a encontrar la luz.
—Mujeres que van a morir antes de cambiar —agregó Shalus—. Firmaron su condena al robar nuestras tierras.
—Si tuviéramos el apoyo de otros reinos, las habríamos desaparecido del mapa hace mucho, pero no, hicieron la vista gorda y se dejaron engañar. Ahora comercian con ellas como si fuera lo más natural del mundo.
—Bueno, son mujeres, no saben negociar. Es obvio que solo comercian con ellas por el beneficio que pueden obtener —opiné con condescendencia.
Shalus y Ukui asintieron. La música comenzó de nuevo y pronto desaparecieron entre los nobles que danzaban. Busqué con la mirada a Jadiet, aquí y allá veía mechones de su cabello resaltar sobre el tono apagado del de los demás. Cian continuaba danzando con ella. Busqué a Gaseli, si debía sacrificar a Jadiet, al menos trataría de obtener algo a cambio.
Recorrí con la mirada la multitud y a quienes descansaban en las mesas o en los bancos, no había rastro alguno de la princesa. Gaseli había desaparecido o la habían desaparecido sus vigilantes.
Ya no existía razón alguna por la cual Jadiet debía permanecer en los brazos del rey. Esperé con absoluta impaciencia a que la pieza terminara y me dirigí a ellos apartando de mi camino decenas cuerpos sudorosos y demasiado rígidos para haber estado bailando ¿cómo podían vivir así?
Cian estaba por besar el dorso de la mano de Jadiet cuando coloqué la mía y entrelacé nuestros dedos. El rey se detuvo al instante y me dedicó una gélida mirada de advertencia. Realicé una reverencia profunda y sonreí con aparente inocencia.
—Mis disculpas su majestad, no he tenido gran oportunidad de bailar con mi esposa esta noche. En mis tierras no tengo mucho tiempo libre para disfrutar de banquetes y fiestas.
—Estás disculpado, con semejante belleza debes mantenerte vigilante. —Formó una sonrisa torcida—. Eres mi vasallo y podría ordenarte muchas cosas. Lo sabes, ¿no, Ialnar?
Quise regresar en el tiempo para corregir mi error. En ese instante me había parecido lo correcto. Un acercamiento abrupto, una pequeña venganza ante la incomodidad que provocaba en Jadiet. Ahora ella podía pagar por mi idiotez.
—Por supuesto, mi señor. Todo lo que poseo se encuentra a su servicio. —Ejecuté una reverencia aún más profunda. Si era necesario me arrodillaría y le pediría que me cortara la cabeza, cualquier cosa, menos entregarle a Jadiet.
—Así me gusta. Mis nobles deben ser conscientes de su lugar. —Palmeó mi hombro. Casi suspiré, al parecer había dado por sanado su ego herido—. Eres un hombre muy leal, Ialnar. No te atrevas a cambiar. —Sus ojos brillaron, ponzoñosos—. Por supuesto, puedes hacerlo conmigo en otros ámbitos, si gustas. Noté tu interés en Gaseli.
—¿Señor? —Rogué en mi interior que no estuviera sugiriendo lo que ya empezaba a entender. Era repulsivo, una idea que amenazaba con devolver el vino a mi boca.
—Una reina por una simple plebeya, una noche. Es un cambio tentador. ¿No lo crees así?
Las palabras murieron en mi lengua. Mis manos temblaban en el interior de mis guantes, deseosas de desenvainar y clavar el helado filo de mi espada en el pecho de aquel desgraciado ¿cuánto tiempo sobreviviría si lo hacía? ¿Jadiet lograría escapar? No podía negarme a una invitación del rey, ya lo había ofendido. Sin embargo, prefería mil veces poner a prueba mi suerte antes que entregarle a Jadiet. ¡Ella no era un maldito objeto con el cual comerciar!
—Ah, lo que es la inocencia de la juventud. No pasa nada por probar, muchacho —dijo Cian con condescendencia—. Sé que a tu edad puede parecer algo aterrador el ir contra las leyes de Lusiun, pero somos humanos. No dioses. Él lo entenderá. Si te animas, solo envía a tu esposa con uno de los sirvientes a mi habitación.
El rey dio media vuelta, su capa azotó las perneras de mi pantalón, pero apenas sentí el roce. Todo mi cuerpo vibraba, mis mejillas parecían invadidas por un millón de abejas. Solo el suave apretón de Jadiet pudo regresarme a la realidad a tiempo de evitar una aparatosa y ridícula caída.
—Vamos a nuestra habitación, por favor —pidió por lo bajo. Su voz temblaba y era evidente el esfuerzo que hacía por demostrar fuerza y mantenerse firme pese al miedo y la indignación que de seguro estaba sintiendo.
¿Qué clase de esposa permitía que su pareja viviera algo así sin defenderla o protegerla? Sacudí mi cabeza, ya tendría el tiempo suficiente para odiarme por mi cobardía. Ahora debía sacar a Jadiet de aquel penoso baile.
Escabullirnos a nuestras habitaciones demostró ser más complicado de lo previsto. En el camino no dejábamos de encontrarnos con sirvientes que se ofrecían a prepararnos o traernos platillos únicos y pintorescos con tal de que permaneciéramos en el banquete. Parecían enviados por Cian y si así era, lo lamentaba por ellos y por el castigo que enfrentarían, pero no dejaría a Jadiet cerca de sus manos otra vez.
Cuando por fin pude cerrar la puerta de nuestra habitación y asegurarla con el pestillo, Jadiet se arrojó a mis brazos. Sus hombros temblaban sin control. Audry se levantó a toda prisa del sofá que había reclamado como cama, con un gesto de la mano le indiqué que todo estaba bien y señalé la chimenea. Ella asintió y buscó en mis alforjas las hierbas necesarias para preparar alguna infusión calmante.
—Tranquila, Jadiet. Ya todo pasó y juro que no dejaré que vuelva a acercarse a ti, mi amor —juré con todo el ardor que sentía en mi corazón.
—No prometas nada que no puedes cumplir. Sé que Gaseli es la heredera al trono de Calixtho. Escuché hablar a los comerciantes con mi padre ¿lo recuerdas? —balbuceó con desesperación—. Antes solo eran rumores, historias que con los años surgían y morían, pero hoy conocí la verdad y ahora no puedo quedarme de brazos cruzados. No cuando puedo hacer algo.
—Jadiet, ella no es tu responsabilidad. Es mía. Ella era otro de mis planes, rescatarla, llevarla de regreso a Calixtho. Quizás animaría a la hacer algo. No lo sé. —Pasé los dedos por mi cabello—. Verla así, destruida, no sé qué es peor. Te juro que preferiría que estuviera muerta a verla así —confesé. Cualquier cosa era mejor que esa media vida que llevaba. ¿Por qué no había consumido sus bayas?, ¿por qué había permitido que avanzara hasta ese punto? Sacudí mi cabeza ante aquellos pensamientos, no era justo, no era su culpa. Era culpa de Cian, de esa bestia desalmada sedienta de poder.
—Si tanto quieres rescatarla hagamos el intercambio que pide Cian. Permite que pueda intervenir —dijo Jadiet luego de un rato.
Aquellas palabras me sobresaltaron. La miré a los ojos para asegurarme de que no hubiera perdido la cabeza, pero solo había resolución en ellos. No podía creer lo desprendida que era Jadiet. Era la mujer perfecta, con un gran corazón que opacaba cualquiera de sus otras virtudes. Cualquier otra guerrera, una más dispuesta a entregarlo todo por su reino habría aceptado tamaña locura, pero yo no. Mi amor por Calixtho tenía límites y uno de ellos era Jadiet.
—Jamás podría hacer eso—confesé con vergüenza, como si fuera la mayor de las cobardías.
Jadiet negó con la cabeza y trató de empujarme lejos de su cuerpo, por suerte yo era mucho más fuerte que ella y pude evitar que se alejara. ¿Y si hacía alguna locura? Jamás me lo perdonaría si algo así pasaba. Recibí un par de golpes en mis hombros, Jadiet forcejeaba, pero con cada sollozo desesperado sus fuerzas menguaban. Podía sentir su indignación, su miedo y su desesperación. Miedo a que aceptara su descabellado plan, indignación ante la situación y desesperación al verse de manos atadas.
—Sólo tómala y huye, te daré toda una noche. Puedo entretener a Cian durante horas —aseguró dejando descansar su cabeza contra mi hombro—. Estoy segura que puedo hacer algo, solo soy una mujer virgen, pero puedo distraerlo un par de horas.
—No cometerás semejante locura —susurré entre dientes contra su oreja—. No voy a permitirte algo así. Además, Gaseli, no está lista para escapar. Aunque lograras distraer a Cian, ella no escaparía conmigo. Tu misma la viste, no es ella misma. No hay una feroz princesa de Calixtho en ese cuerpo vacío y sin vida.
—Puedes someterla —Jadiet parecía decidida a cumplir su cometido. No entendía de dónde había salido tal deseo de sacrificio ni por qué ahora deseaba luchar con tanto arrojo contra la injusticia en su reino. Quizás conocer la realidad había roto algo en su interior, pero la solución no era lanzarse de cabeza al peligro.
—No lo haré —dije con más firmeza de la que sentía en mis piernas—. Aun si lograra escapar. Quedarías en manos de Cian —Jadiet negó con la cabeza y antes que pudiera responderme agregué—: te torturaría y te mataría en vida. No puedo hacerte eso, Jadiet. No me pidas que le haga eso a la mujer que quiero, por favor. No puedo hacerlo —rogué.
La espada en mi cinturón, mi lealtad, los años de entrenamiento, de educación y de valores que me habían convertido en una guerrera me arrastraban con su peso a las profundidades de una afirmación. Solo tomaba eso, aceptar el plan de Jadiet y regresar con Gaseli a Calixtho. Los pros y los contras no importaban, era la heredera al trono de quién estábamos hablando.
—Si puedes, yo no valgo la libertad de tu reino, Inava. —¿Cómo se atrevía a decir eso? Para mi ella lo era todo. Sus sonrisas, sus travesuras, su mente brillante y vivaz.
—Para mí, tú vales la libertad de mil reinos. No te entregaré a Cian, mi amor. —Sujeté su rostro con mis manos y busqué sus labios. No había palabras que pudieran explicar mis sentimientos en esos momentos. Solo podía demostrarlos con mi cuerpo, con mis acciones. Me perdería en ella y le demostraría lo valiosa que era su vida para mí. No había nada más importante, ni siquiera Gaseli. Calixtho podía irse por la ventana ¿qué me había traído sino penas y desprecio? Podía quedarme en Luthier, fingir ser un hombre y vivir en paz con Jadiet. Sí, eso era mil veces más sencillo que seguir adelante con planes sin sentido, sin el apoyo de Eneth me encontraba nadando en la oscuridad.
—Inava, detente, profanaremos el palacio de Cian. —Logró jadear Jadiet en el instante en el que liberé sus labios para perderme en la suavidad de su cuello.
—No me importa...
Su cuerpo se arqueó contra el mío en cuanto mis dientes y mi lengua reclamaron un espacio de su cuello como míos. Era primal, una necesidad incontrolable de recorrer cada centímetro de su piel, de cualquier trazo inmundo que Cian hubiera podido dejar sobre ella, incluso si este solo se encontraba en su imaginación.
—Mi señora, la infusión —interrumpió Audry. El deseo se convirtió en ira y luego dio paso a la vergüenza. Había mantenido una conversación bastante intima en presencia de Audry, me sentí desnuda y expuesta ante sus brillantes ojos azules.
—Sí, si por supuesto. —Me separé de Jadiet y cometí el error de mirar sus ojos. Estaban oscurecidos por el deseo, su pecho bajaba y subía con cada respiración entrecortada y su cabello empezaba a despeinarse como prueba contundente de la pasión que amenazaba con derretir nuestras venas.
Jadiet aceptó el vaso de manos de Audry, pasó junto a mí y tomó asiento en la cama. La infusión humeaba y olía ligeramente a limón. Compartí una mirada de aprobación con Audry, era una buena elección. Jadiet bebió el líquido con lentitud, saboreando y dejando que este llenara de calidez su cuerpo. No pude evitar sentirme agraviada por tal gesto, aquella bebida sí tenía el permiso de Jadiet para ingresar a su cuerpo, para llenarlo de calor y alivio. Sacudí mi cabeza. Ya pensaba demasiadas incoherencias.
No tardaría en caer dormida y olvidar el incidente. No estaba segura de haber borrado de su mente aquel absurdo plan y ella era capaz de cualquier cosa, ya me lo había demostrado en otras ocasiones. Aunque no tenía problemas en quedarme en vela vigilando su sueño y su integridad, no estaba de más contar con la ayuda de una fuerte infusión.
Pronto la bebida hizo efecto, los ojos de Jadiet empezaron a cerrarse. Balbuceó algunas incoherencias y alcancé a atrapar el vaso antes que este terminara de deslizarse fuera de sus manos. Dejé el vaso en la mesilla de noche y como pude dejé a Jadiet sobre las almohadas. Miré su vestido, dormiría incómoda con él, pero no estaba segura de quitárselo. No sería correcto.
—Yo me encargo —intervino Audry al ver mi dubitativa—. Deberías prepararte para dormir.
—Gracias —asentí y me dirigí a mis alforjas. Mientras buscaba mi ropa para dormir, no pude evitar sentir algo de pánico.
—Si quieren matarte lo harán, esté desnuda o vestida con armadura —repuso Audry mientras tendía el vestido de Jadiet sobre una silla—. Es mejor que descanse. Yo cuidaré de ambas.
Audry rodó uno de los muebles más largos hacia la puerta y se recostó en él, con la espada sujetada con firmeza en su mano.
—Te debo mucho —susurré mientras reclamaba un espacio junto a Jadiet. El calor de su cuerpo ya invadía la cama. Me deslicé cerca de su espalda y la rodeé con mis brazos. Era imposible alejarme de su calor o su olor.
—Yo te debo la vida, es una deuda que jamás podré saldar. En Cathatica un acto de tal naturaleza une a las personas con un lazo más fuerte que el amor. —Jugó con la espada y luego la dejó descansar sobre su pecho—. Mientras tenga vida no le fallaré.
—Puedes tutearme.
—No sería correcto, no para lo que estamos tramando.
El silencio dominó la habitación. Pese a la tranquilidad que el fresco aire nocturno llevaba hasta nuestros rostros, no pude cerrar mis ojos. Sabía que Audry velaba por nuestras vidas a unos metros de distancia, pero no era el miedo lo que me mantenía despierta.
Miré el rostro sosegado de Jadiet y la tímida sonrisa que se formaba en sus labios. No pude evitar compararme con ella. Sus intenciones eran puras, sólo quería lo mejor para Calixtho aun cuando no había nacido entre sus murallas. Yo en comparación, solo era una interesada más. Me importaba liberarlo si, quería el fin de la guerra como todas las chicas de mi generación, pero mi mayor motivación era ser considerada una heroína. ¿Era entonces tan buena persona cómo creía? ¿merecía estar al lado de una mujer tan maravillosa como Jadiet?
El miedo a no ser suficiente y el agobio me invadieron, con ella todo había sido sencillo, natural. Los sentimientos surgían y actuábamos en consecuencia, pero ¿era lo mejor para ella?
Quería permanecer junto a ella para siempre, ese era un sentimiento que contrastaba con el autodestructivo deseo de alejarme de su lado para no lastimarla nunca. Yo no la merecía, ella necesitaba a alguien mejor, alguien con un corazón tan desprendido como el suyo.
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