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La guerrera

No podía soportarlo, de nuevo había actuado a mis espaldas, había puesto su vida en riesgo. ¿Y si alguna requisa hubiera encontrado los pergaminos en el camino? Apreté los puños, no solo habríamos terminado con la última esperanza, si es que había alguna, sino que ella estaría ahora en manos de Cian y todo habría sido en vano.

—Lo siento, pensé en traerlos porque el castillo podía ser requisado. Pensé que sería peligroso dejarlos allí —susurró. Un bufido cínico fue mi respuesta. Pensar. Si claro.

—No entiendo qué pasa aquí —interrumpió Sianis—, pero podemos discutirlo mientras desayunamos. Esperaré fuera a que terminen de vestirse.

Los ojos de Jadiet siguieron los pasos de Sianis con pánico e incluso dio un respingo cuando está cerró la puerta de la habitación.

—No quería hacer nada a tus espaldas, lo juro, Inava —aseguró con fiereza—. Te juro que solo quería hacer las cosas bien.

—Está bien, no me drogaste ni actuaste impulsivamente. Solo habría deseado saber qué planeabas hacerlo, es todo. —Recibí mi camisa de sus manos y la deslicé sobre mi cabeza a toda prisa. Me sorprendió como una simple capa de tela podía darme la seguridad que necesitaba para discutir con Jadiet, el poder extra se transformó pronto en indignación y decepción.

—Te habrías preocupado en vano. —Jadiet buscó en el armario un hermoso y sencillo vestido azul marino. No respondí a sus palabras y justificaciones, si lo hacía, podía decir algo de lo que me arrepentiría luego. Por suerte no tardó demasiado en estar lista y sus oportunidades para hablar desaparecieron.

—Bien, ya podemos desayunar —comenté por lo bajo. Me dirigí a la puerta con paso brusco. Las emociones que burbujeaban en mi interior amenazaban con salirse de control y convertirme en un ser irracional. No quería enojarme con Jadiet, no podía hacerlo, no ahora que por fin estábamos juntas. Lidiaría con mis sentimientos sola y luego me aseguraría de tomar cartas en el asunto. La alejaría de todos los planes. Si, alejarla de todo era una gran idea.

—No, Inava, necesitamos hablar. —Jadiet sujetó mi antebrazo con su mano y tiró de mi con fuerza—. Habla conmigo, no me ignores así.

—Ahora sabes cómo se siente —espeté. Liberé mi brazo y abrí la puerta. Sianis esperaba a un lado, al ver mi expresión las comisuras de sus labios se curvaron hacia el suelo.

—No sabía que estaba cometiendo un error, pensé que te lo había dicho —susurró.

—Tranquila, parece un accidente muy común por aquí —gruñí—. Prefiero saber la verdad a que seas parte de esta mentira.

—Yo ya dije que lo sentía —agregó Jadiet a nuestras espaldas—. Y expliqué mis razones.

—Bueno, yo tengo mis razones para sentirme traicionada y molesta, Jadiet. Decidiste esto por tu cuenta, sin consultarme porque me habría preocupado en vano. Soy una guerrera, puedo lidiar con una pizca más de tensión.

—Tú también tomas decisiones por mi seguridad sin consultarme. —Jadiet dejó ir un pisotón tan fuerte sobre la alfombra que liberó una pequeña nube de polvo—. Y las acepto sin problemas, porque sé que son lo mejor para mí, porque confío en ti. ¿Tanto te cuesta confiar en mi juicio?

Sus palabras me empujaron hacia atrás, ella tenía razón y por eso mi molestia creció aún más. Era irracional, una tontería absoluta y, sin embargo, una parte de mi deseaba, no, exigía tener la razón y lamer sus heridas a gusto en algún rincón oscuro de mi mente.

—Confío en tu juicio tanto como lo haría con el de una niña, Jadiet.

—Inava...

—No, Sianis, déjala continuar —siseó Jadiet con veneno cada una de sus palabras— ¿Una niña? ¿Eso es lo que he sido para ti todo este tiempo? ¿Con qué clase de enferma he compartido mi cama?

El silencio entre ambas creció mientras meditaba mi respuesta. No me había referido a ella como una niña en cuerpo ni en mente, solo en juicio y solo en aquel destinado a nuestra importante misión, pero ¿cómo podía explicarle? Sacudí mi cabeza, me había distraído del asunto principal, su imprudencia, su determinación y su impulsividad.

—Como guerrera lo eres —dije antes de poder contenerme.

—Se acabó —volvió a levantar una nube de polvo con otro pisotón extremo a la alfombra—. Tu y yo, un duelo, ahora —siseó.

Sus palabras impactaron mi pecho con una fuerza intangible tan poderosa que me vi obligada a dar dos pasos hacia atrás. ¿Un duelo?, ¿siquiera conocía las implicaciones de sus palabras? Había lanzado un desafío contra mí y estaba en mis manos aceptarlo o no, por suerte no había más testigo que Sianis, ella entendería mi negativa. Jadiet, por otra parte, quizás no sería tan comprensiva.

—Ay no —suspiró Sianis—. Jadiet, no sabes lo que dices. —Blandió un dedo amenazador frente a Jadiet para luego girar y enfrentarme—: Inava, no se te ocurra aceptar.

—¿Por qué no puede aceptar? ¿Por qué soy una niña? —bramó Jadiet. Por un segundo me maravillé en la ternura de sus movimientos, en como sus puños y su cuerpo se tensaban. Era como ver una fiera en miniatura.

—No, para nada Jadiet, pero no tenemos tiempo, el personal del...

—Tenemos al menos dos horas hasta que lleguen los jardineros, tiempo más que suficiente para esto —Interrumpió Jadiet a Sianis, luego recorrió la distancia que nos separaba en dos zancadas y se detuvo frente a mí, sus ojos brillaban con fiereza y pasión— ¿Y bien? ¿Dónde está tu honor, guerrera? —separó en sílabas la última palabra casi como si la despreciara, como si se burlara del título que llevaba con orgullo y valor en mi corazón.

—No quiero lastimarte, Jadiet, juré que jamás lo haría y no voy a romper esa promesa hoy —dije por lo bajo, derrotada. No iba a levantar mi espada contra ella de esa manera.

—No te atrevas a rechazarme, no te atrevas a verme hacia abajo, porque no lo estoy. Soy igual que tú, que Sianis y que cualquier guerrera de Calixtho. Honra mi reto —exigió con vehemencia.

—Yo no amo a cualquier guerrera de Calixtho, Jadiet, eso te hace diferente.

Mis palabras parecieron desequilibrarla e invalidar la tonelada de razones que barajaba en su mente para obligarme a aceptar. Frunció los labios, empuñó la falda de su vestido a la altura de las caderas, la levantó y corrió pasillo abajo.

—Lo juro, Inava, esa niña en Calixtho hace mucho que habría perdido la habilidad de sentarse —exclamó Sianis con exasperación para luego agregar risueña—: me cae bien.

—Voy a buscarla, es capaz de encontrar problemas en una mansión vacía.

—De seguro se encuentra entre los manzanos al fondo de la mansión. Hay un claro que utilizamos para entrenar. —Frunció el ceño—. Inava, si vas tras ella te convencerá de luchar ese estúpido duelo.

Palmeé la empuñadura de mi espada. Si llegábamos a eso ella tendría la ventaja de una armadura y de mi incapacidad para lastimarla. Jamás me atrevería a levantar una mano en su contra, incluso si ella olvidaba el vínculo que nos unía y decidía aprovechar mi pecho desnudo.

Después de una breve caminata la encontré justo en el claro descrito por Sianis. Bajo un árbol se encontraba un cobertizo y en su interior se encontraba Jadiet, forcejeaba con una armadura sencilla de cuero. Observé la superficie, había algunos rasguños y agujeros que se emparejaban a la perfección con las pequeñas cicatrices que cruzaban el cuerpo de Jadiet.

—Asumo que si estás aquí es porque aceptaste mi desafío —escupió.

—No, Jadiet, no aceptaré tu desafío. —Levanté una mano para cortar lo que seguro sería un discurso lleno de furia—. No porque no te considere una guerrera, sino porque significas mucho para mí. Te amo, Jadiet y nunca se lastima a la persona que amas. Al menos no así. —Señalé su espada.

—Entonces soy una terrible persona por siquiera desafiarte, ¿es eso lo que quieres decir? —Dio vuelta a la espada en su mano, sin duda para drenar la tensión que con el paso de los segundos se acumulaba en su cuerpo.

—Jadiet, estás dando vuelta a mis palabras. Estás siendo irracional.

—Loca, claro, loca, la excusa de los hombres cuando no tienen la razón y quieren escapar de sus mujeres. Dime, Inava, ¿acaso tu papel se te está subiendo a la cabeza?

—Nunca.

—Entonces acepta mi desafío. Comprueba mis habilidades y acéptame como guerrera. —Apuntó su espada a mi pecho—. Acepta ahora, porque tu insulto allá dentro me ha lastimado, Inava, y nada más que la sangre podrá lavar esta mancha entre nosotras.

Negué con la cabeza, no podía siquiera considerar derramar su sangre. No podía lastimarla, no cuando lo que pretendía era protegerla. Sin embargo, mi cuerpo reaccionó. Ajusté la posición de mis piernas y miré al frente aún sin desenvainar mi espada.

—Está bien, acepto, Jadiet. ¿Quieres hacer esto? Lo haremos.

—¡No me subestimes y desenvaina!

Jadiet cargó contra mí con una velocidad que me sorprendió. Reaccioné a tiempo para no ser picada en cachitos y me alejé lo suficiente de su espacio como para esquivar con comodidad otro ataque.

—Maldita sea, Inava, desenvaina.

De nuevo otro ataque, esta vez descendente. Arrojé mi cuerpo hacia un lado y luego avancé hacia el frente, invadí con facilidad el espacio de Jadiet, rodeé su cintura con un brazo y con un suave tirón la hice girar en el lugar. Me aparté de inmediato y esperé otro ataque.

—No es justo. —Una lágrima bajó por su mejilla—¿Por qué me subestimas? ¿Por qué juegas conmigo?

—No juego contigo, Jadiet, ni te subestimo. Has mejorado mucho para llevar poco más de mes y medio de entrenamiento con Sianis.

—Entonces, ¿por qué no desenvainas? ¿Por qué no llevas tu armadura? —se arrojó de nuevo sobre mí, esta vez la esquivé con un giro y ella me sorprendió con un ataque ascendente. Pateé la espada y me alejé.

—Porque confío en tu habilidad. Sé que puedes detener la espada antes de lastimarme de seriedad tal y como hiciste con la flecha y la rosa. No te estoy subestimando, Jadiet, estoy reconociendo tus capacidades haciendo algo estúpidamente peligroso. ¿No era eso lo que deseabas? ¿Qué te reconociera como una igual? Eso hago, Jadiet.

—No estás luchando conmigo —masculló y bajó su espada—. Quiero que luches conmigo.

—Y yo no quiero hacerlo. —extendí mis brazos a ambos lados de mi cuerpo—. Para un duelo se necesitan dos.

—Es un duelo a primera sangre —gruñó—. No a primer sermón.

Tomé aire y miré al cielo. Hacía un día hermoso, las nubes apenas y manchaban el profundo azul de la cúpula veraniega. Jadiet no comprendería la verdad con palabras, deseaba acción, su sangre hervía deseosa de ser derramada, de probarse en batalla. Rodeé con mi mano izquierda la vaina de mi espada y de un empujón desenvainé mi arma para atraparla con mi mano derecha.

Jadiet no se dejó sorprender por aquel movimiento, atacó con una estocada, la cual desvié y con ayuda de mi pie la hice tropezar. Sujeté su hombro justo a tiempo para evitar que cayera sobre su espada y de un pequeño empujón volví a colocarla sobre sus pies.

La acción se desarrolló como si entrenáramos. Ataques medidos, defensas claras y algunas fintas y engaños. El choque de nuestras espadas era fuerte y claro, firme, alimentado por el deseo de ser reconocida y mi cautela a la hora de evitar una herida de gravedad en alguna de las dos.

Jadiet logró encadenar un par de ataques, me defendí lo mejor que pude, pero no contrataqué. Si lo hacía solo mantendría esta locura en pie por más tiempo y no era momento para permitirnos el lujo de la introspección. El tiempo empezaba a correr en nuestra contra y si Jadiet no quería entenderlo, entonces tendría que atravesar su dura cabeza con mi espada.

Permití que solo un poco, una pizca, de ese espíritu guerrero que llevaba escondido en mi pecho permeara mi cuerpo. La furia, la sed de sangre invadieron mi sistema, lo necesario para que ella comprendiera la locura y la violencia que había detrás del estilo de vida que había elegido y que no era un juego de reconocimiento y gloria.

Giré la espada en mi mano e impacté con firmeza la suya. El chasquido la sorprendió, pero no le permití retroceder, un barrido de mi pie capturó la parte posterior de su rodilla a la par que mi espada y mi cuerpo terminaban por empujarla al suelo.

Era evidente que ya se había encontrado en esta posición al enfrentarse a Sianis. Bloqueó todos y cada uno de mis golpes, con cada uno sus brazos cedían más y más, cada vez más cerca de su cuerpo.

—¡Inava! ¡Detente! —chilló en cuanto mi espada venció la defensa de sus antebrazos— ¡Detente!

Sus palabras penetraron la densa neblina que se había instalado en mi mente. Detuve mi espada y le tendí una mano. Tan temblorosa como un cervatillo se las arregló para sujetarla y me permitió tirar de ella hasta ponerla en pie. Su equilibrio falló por unos segundos, por suerte lo retomó sin mi ayuda. Jadeaba como si el aire que la rodeaba estuviera compuesto de agua y no de lo necesario para vivir. El suelo a su alrededor recibía las gotas de sudor que se desprendían de su barbilla y de la punta de su nariz, algunas superaban sus cejas e invadían sus ojos para terminar mezcladas con las lágrimas que discurrían con libertad por sus mejillas. Fue entonces cuando noté una pequeña gota carmesí bajar a lo largo de su dedo índice, por unos instantes eternos se balanceó en la punta de su uña para luego manchar la tierra. Jadiet lo notó y resopló.

—Has ganado —susurró.

—No, lo has hecho tu —admití—. Has aprendido hoy más de lo que dos años de entrenamiento en Calixtho te podrían haber enseñado. —Extendí mi mano en su dirección, temblaba tanto como ella, si recibía su rechazo todo en mí se desplomaría sin remedio.

Para mi alivio Jadiet entrelazó nuestros dedos, tiró de mí y enterró su rostro en mi cuello. Rodeé su menudo cuerpo con mis brazos y permitimos que las emociones se desplazaran sobre nosotras como un alud lleno de oscuridad, miedos, rabia e impotencia.

—Tómalo como un conflicto entre dos guerreras, Inava. No quiero que lo veas como una pelea entre nosotras —dijo al fin. Estaba por negar sus palabras cuando sus brazos nos unieron aún más—. Por favor, Inava, no quiero que te culpes por nada. Era yo quien deseaba medir sus fuerzas, quien se sentía preparada para hacer frente a una guerrera de elite. Tenías razón, pensaba en esto como en un juego, pero ver como tus ojos se perdían en la oscuridad y en la vorágine de la batalla... me aterró. Conocí de primera mano la violencia de este mundo de manos de la única persona en la que confiaría mi vida. ¿Cuántos tienen ese beneficio? ¿Cuántos guerreros pueden ver tal despliegue antes de conocer tal horror en el campo de batalla?

—Ahora eres una guerrera completa —susurré contra su cabello—. Te he subestimado, Jadiet y no debí hacerlo. Te preparaba para defenderte, pero no para luchar. No tomé en cuenta tus deseos, estaba tan preocupada por salvar tu vida que obvié lo que ansiabas en verdad. —Acuné su rostro con mis manos y conecté nuestras miradas. Frente a mí no se encontraba mi esposa, sino una guerrera completa—. Deseas la libertad de tu reino tanto como yo deseo la paz para el mío. Tienes mi palabra, trabajaremos juntas, no volveré a subestimarte.

—¿Ni a sobreprotegerme?

—No presiones. —Negué con mi cabeza y besé su frente. Un sencillo gesto a través del cual escapó mi corazón y rodeó el cuerpo de Jadiet. No, no la sobreprotegería, pero mantenerla con vida sería mi prioridad.

Pasados unos instantes Jadiet me permitió retirar el destruido brazal y atender el pequeño corte que marcaba su piel. Sianis eligió ese momento para aparecer, llevaba en sus brazos el vestido de Jadiet. En silencio retiró la armadura y le ayudó a vestir como toda una señorita de Luthier, salvo que no lo era. Sus ojos ardían con tal ímpetu que era imposible enmascararlo. Por si fuera poco, sus hombros se encontraban más erguidos y su paso era más seguro, firme. Jadiet exudaba resolución y en cualquier calle de Luthier llamaría la atención.

—Tendrás que aprender a disimular esos ímpetus —susurró Sianis—. No puedes desplazarte por ahí con la frente tan alta.

—No lo haré, estoy cansada de hacerlo. Plegué mi voluntad durante diecinueve años de mi vida, no lo haré de nuevo.

—Bien, entonces me aseguraré de estar a tu lado siempre —entrelacé mi brazo con el suyo—. Nadie se atreverá a hablar mal de ti frente a tu feroz esposo.

—Vamos, babosas, se enfría el desayuno y debemos organizar los pergaminos. Humbaud y Lamond quieren trabajar en ellos cuanto antes. —Sianis empujó nuestras espaldas y nos dirigió al interior de la mansión.

***

El desayuno transcurrió sin pena ni gloria. Avelin solo alzó una ceja al notar el aspecto desarreglado y agotado de Jadiet, así como su porte. Sianis susurró algo en su oído, compartieron una sonrisita cómplice y no comentaron nada más. Todo estaba dicho, habíamos alcanzado un nuevo nivel de entendimiento y con suerte, dado un paso en la dirección correcta.

Humbaud y Lamond arribaron cerca del mediodía. Ambos lucían agotados, sin embargo, los ojos azules de Humbaud brillaron al verme y antes que Lamond pudiera detenerlo, bajó a toda prisa del carruaje y se lanzó a mis brazos.

—¡Al fin! Al fin alguien pondrá punto y final a las pesadillas —sollozó.

—Eso espero —balbuceé con torpeza. Palmeé su espalda, las dudas me invadían. ¿Cómo podía este hombre de aparente fragilidad ayudarnos?

—Estoy cansado, estoy harto de esconderme, quiero ser yo mismo. —Se separó de mí y secó sus mejillas con las mangas de su costosa casaca de terciopelo—. Haré lo que sea —golpeó su pecho con decisión—, lo que sea, Ialnar.

—Vamos, amor, no lo abrumes así —intervino Lamond, sujetó el brazo de su esposo y lo apartó de mi—. Lo siento, Ialnar, pero hemos esperado este cambio durante mucho tiempo —sus ojos canela brillaron con el fuego de la lucha y el sacrificio—. No dejaré que nadie nos separe y si tengo que luchar contra Cian, lo haré. Él ha sido lo mejor que me ha pasado en la vida. —Besó a Humbaud en los labios y le sonrió con ternura—. No dejaré que me arranquen el corazón.

—Podemos hablar de esto dentro. En tu despacho —dijo Sianis—. He preparado una mesa con los trozos de pergamino, algo de vino y el almuerzo. Podemos hablar con sinceridad y trazar nuestro plan de acción.

Con una nueva resolución en nuestro futuro avanzamos al interior de la mansión. Humbaud y Lamond no se separaban el uno del otro. El primero sonreía y asentía a todo lo que le decía su novio y el segundo solo murmuraba a toda prisa, la expresión en su mirada no variaba, había amor y decisión. Nada ni nadie lo apartarían de la decisión que había tomado. Era un guerrero, uno dispuesto a darlo todo por aquello por lo que valía la pena morir: su alma gemela.

Quizás ese era el camino. Atacar el corazón de Luthier, acabar con las creencias que les unían a través del miedo y el dolor. Mis esperanzas se encontraban en un rompecabezas viejo, quizás solo era la misma historia, quizás solo habían escondido los pergaminos para salvarlos de los ladrones, pero, ¿por qué hacerlo de manera tan descuidada y sin la protección adecuada? ¿No era su historia más preciada? Algo no cuadraba y lo descubriríamos.

¿Y si estaba equivocada? Negué con la cabeza y Jadiet percibió de inmediato mi desazón. Entrelazó nuestras manos y dejó un beso en mi mejilla.

—Todo estará bien, sea lo que sea lo enfrentaremos juntas.

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