La gran oscuridad
Jadiet concentró todos sus esfuerzos en dormir en la alfombra durante el resto de la semana. Cada vez que entraba a la habitación, la atmósfera cambiaba por completo, se tornaba tensa, era imposible respirar o siquiera sonreír. Si se encontraba sobre la cama, se limitaba a tomar una almohada y las sábanas, encontraba un lugar sobre la alfombra y allí descansaba. Si debía quedarme tiempo de más en el despacho e ingresaba ya entrada la noche, debía tener cuidado al caminar alrededor de la cama, porque estaría sobre la alfombra, aovillada, durmiendo o fingiendo hacerlo.
Lo peor de esos días fue no escuchar su voz, habría agradecido incluso, la oportunidad de discutir con ella. En cambio, se desplazaba por el palacio como un alma en pena, a veces llevando especias y flores en sus brazos, otras, cargada de libros, tinta y pergaminos. Cuando no estaba entrenando, Audry la seguía a todas partes, fiel a su palabra de protegerla, incluso si por el momento apenas y podía defenderse a sí misma.
La noche anterior al viaje no lo soporté más, dejé de lado las sábanas y me agaché frente a ella. Por lo fruncido de su ceño y lo rígido de su posición era evidente su incomodidad. Extendí una mano y la detuve a unos centímetros sobre su hombro. Por un instante la duda me embargó ¿y si reaccionaba mal? ¿y si me odiaba más? Sacudí la cabeza, bien, podía odiarme todo lo que quisiera, no iba a dejarla dormir en el suelo una noche más, incluso si debía abrazarla contra mi pecho y no dejarla escapar.
—Jadiet. —Sacudí su hombro—. Jadiet, despierta.
—Déjame en paz —masculló contra la almohada—. Estoy durmiendo.
—A gusto no —aseguré—. Regresa a la cama, por favor.
—¿Ahora me quieres en ella?, ¿qué cambió?, ¿está demasiado fría para tu gusto? —Me aparté de ella como si sus palabras representaran el golpe de un látigo y así se sintieron. Sentí la insoportable tentación de apartarme de ella, de dejarla en el suelo, solo acompañada de su furia, pero algo me lo impidió. No podía hacerle eso, ya no era un simple conflicto, una batalla de voluntades, pese a todo, ella sostenía mi mundo en sus ojos.
—Por favor, Jadiet —rogué. El tono suplicante de mi voz la llevó a levantar su cabeza y a mirarme por fin.
—Está bien —respondió con un tono que no supe identificar ¿resignado?, ¿aliviado? No importaba, había accedido y eso era lo que importaba.
Subió a la cama y al acomodarse entre las sábanas dio un suspiro de alivio, sonrió y estiró los brazos por encima de su cabeza.
—Esto es un alivio. Ya no aguantaba la espalda.
Quise preguntarle por qué lo había hecho si era tan incómodo para ella, pero decidí morder mi lengua y contenerme. No quería arruinar la aparente tregua en la cual nos encontrábamos.
—Es duro dormir en el suelo cuando no estás acostumbrada —admití y ocupé mi lugar a su lado. Por primera vez en días me sentí cómoda. Sin ella a mi lado había descansado bien, el típico sueño del soldado, el necesario, con su calidez cerca de mí era diferente, ahora sentía que podía dormir de verdad.
—¿Es duro? —preguntó luego de un rato. Sentí como se movía en su lugar. El rozar de las sábanas contra su camisón y la oscuridad crearon un ambiente único, tan íntimo que mis mejillas se calentaron.
—¿Qué cosa?
—Convertirte en una guerrera. He visto las cicatrices en los brazos de Audry, también las he visto en tu piel. —El tacto de su mano sobre mi abdomen me sorprendió. Trazó con cuidado una de las muchas cicatrices pequeñas que marcaban la zona.
—Es lo que pasa cuando practicas con espadas afiladas —admití—. También es normal que ocurra cuando combates al enemigo. Supongo que puede decirse que sí, es duro. —Nunca había considerado los rigores de la vida como una guerrera de Calixtho, no era más que una segunda naturaleza, algo esperado de ti si nacías mujer. Nadie hablaba en contra, todas lo tomaban como un deber más, una parte de tu vida de la cual no podías escapar.
—Cuando conocí tu secreto me dijiste que ya habías enfrentado la muerte, que no temías tomar tu propia vida. ¿Me contarías? —De nuevo la escuché moverse, esta vez me sorprendió sentir su peso sobre mí. Sus brazos descansaban sobre mi torso, apoyó su barbilla sobre ellos y me dirigió una mirada curiosa, apenas iluminada por los pequeños retazos de luz que sobrevivían en la chimenea.
—No puedo contar mucho —respondí con sinceridad, algo perdida al sentirla de aquella forma tan relajada sobre mi cuerpo ¿qué estaba pasando? ¿acaso no me odiaba?
—Vamos ¿es acaso un secreto? —apartó un mechón de cabello de su rostro con un ademán coqueto y batió sus pestañas—, ¿puedo comprarlo?
—Jadiet, no sé a qué puedas estar jugando, pero...
—Un beso —interrumpió mis protestas—. Un beso por tu secreto.
Quise sentirme indignada, la última prueba del ejército de la frontera era uno de los secretos mejor guardados de todo Calixtho, las guerreras que superaban tan difícil situación se enorgullecían en exceso de su dificultad y deseaban que las nuevas generaciones lo enfrentaran como ellas. Aquellas que no la superaban se encontraban en tan avergonzadas que no hablaban de ello a lo largo de sus vidas. Ambos grupos tenían algo en común, se llevaban el secreto a la tumba.
—Es algo que vale mucho más que un beso, Jadiet —respondí, sus cejas se juntaron y sus labios formaron un puchero bastante tierno. Era evidente que la curiosidad la carcomía.
—¿Es que quieres algo más? —Jugó con un mechón de su cabello, ya no era curiosidad lo que pintaba su voz, sino algo más, insinuación y un exceso de carisma. Mi pierna se vio atacada por una de las suyas, con extrema lentitud se deslizó sobre mí, su cuerpo abrazó al mío y su cabeza descansó junto a mis labios.
—Vale más que eso. —Tragué con dificultad, era difícil resistirme a todo lo que sentía presionarse contra mi piel desnuda. Solo nos separaba su camisón y mis vendas, por lo que podía sentir a la perfección las curvas de su cuerpo amoldarse a las del mío—. Jadiet, ¿qué haces?
—No lo sé —admitió. Ocultó su rostro en mi cuello y respiró en profundidad—. Siempre hueles delicioso. Debo aceptar que de todas las manías de Calixtho, la de los baños diarios es mi favorita.
—No me cambies el tema, Jadiet —presioné—. Por favor, dime qué es lo que pasa por tu cabeza —acaricié su cabello al sentir como se tensaba contra mí. El dulce aroma a frutas y miel que asociaba a ella envolvió mis sentidos—, debo admitir que agradezco que hayas tomado nota de mis costumbres —agregué a toda prisa. No quería presionarla, nadie merecía ser presionado en esos temas.
—Nunca he apestado —bufó con indignación.
—Nunca has tenido alguien a tu lado con el suficiente valor para decírtelo. —Pellizqué ligeramente sus costillas y la escuché reír, era música para mis oídos, los mejores músicos de Calixtho apenas podían soñar con acercarse a tan maravilloso sonido.
—Gracias, Inava. —Mi corazón saltó al escucharla decir mi nombre—. Por todo. Sé que no lo he dicho nunca, pero debes entender que esto es difícil para mí —susurró contra mi cuello antes de sumergirse en él y dejar escapar un pequeño y tímido beso contra mi pulso. Me vi obligada a contener un estremecimiento, aquel pequeño gesto había despertado una oleada de energía sin precedentes en todo mi cuerpo.
—No te culpo por ello, Jadiet, no te preocupes —jadeé.
—Cierra los ojos, debes dormir, mañana te espera un largo viaje —indicó, las últimas palabras escaparon con un dejo de pena y nostalgia.
—Solo serán un par de días y me tendrás por aquí molestándote de nuevo. —Traté de animarla, en vano, porque también empezaba a sentirme vacía y sola—. Volveré y podremos aclarar lo que sea que esté dando vueltas en esa cabeza tuya.
—Creo que tengo algo muy en claro. —Levantó su cabeza con tal rapidez que por un momento temí que se fracturara el cuello. Su mirada me atravesó, era intensa, casi mortal. Una de sus manos se dirigió a mi rostro, sus dedos se deslizaron a lo largo de toda mi mandíbula y se enterraron en mi cabello. Imité sus acciones, no acariciar su suave piel habría sido un crimen.
Fue un beso como ningún otro, no era parte de un engaño o de una actuación, tampoco buscaba lograr algo con él. Era puro, sincero. Una gran oleada de euforia cubrió mi cuerpo desde la cabeza hasta mis pies. Me sentí volar y regresar a mi cuerpo mil veces, incluso más. Mis manos tomaron el control y las descubrí recorriendo la espalda y la cintura de Jadiet, delineando aquel delicado cuerpo que se me antojaba tan fugaz y mágico como poderosa era su dueña.
Con cierta timidez recorrí sus labios con mi lengua, quería entrar, probar su sabor y perderme en él por horas. Se me antojaba como un bálsamo mágico que podía salvarme de los más oscuros rincones de mi mente. Jadiet consintió, pero no se quedó atrás, tomó de mi tanto como yo de ella, no había prisas, solo éramos dos jóvenes perdidas tratando de cambiar un mundo demasiado grande para nosotras.
***
Ebbe y Audry se encontraban conmigo en la entrada de mis tierras, Jadiet estaba a la sombra de un árbol, algo alejada del grupo, jugaba con su cabello y con algunas de las flores que cubrían las ramas más bajas. Habíamos despertado juntas, todo sonrisas torpes y caricias curiosas, ninguna mencionó el beso, era una especie de acuerdo tácito entre ambas.
Subí a lomos de Galeón y me acerqué a ella, por un segundo miró a mi caballo con respeto y temor, luego apoyó su mano en mi rodilla y me regaló un suave apretón.
—Regresa pronto —pidió, sin verme a los ojos, parecía muy concentrada en ver crecer la hierba.
—Lo haré —prometí—. No te separes de Audry, si ella no se encuentra cerca o no puede estarlo, Ebbe cuidará de ti.
—Pfff, ¿cuándo les he dado dificultades? —inquirió divertida.
—No empieces ahora. —Entrelacé nuestros dedos—. Quiero que tengas esto, Jadiet. —Desenvainé mi daga, giré nuestras manos y la deposité en su palma—. Me quedaré más tranquila sabiendo que la tienes en tu poder.
Jadiet acunó aquella arma entre sus dedos con sumo cuidado, casi como si el filo pudiera morderla. Estudió el mango y el acero como si fuera una experta armera. Fruncí mis labios, en Calixtho le habría regalado una daga de mi verdadera propiedad, quizás ornamentada, como símbolo de mi amor y fidelidad.
—Úsala cuando sea necesario —indiqué.
—Pero es tuya —protestó.
—Tengo una espada, estoy bien. Además, solo voy a un viejo monasterio en las montañas. Todo estará bien.
Jadiet asintió, aun no muy convencida guardó la daga en la faja de su vestido. No pude contenerme y bajé del caballo, no me marcharía sin despedirme correctamente. Salté justo a su lado, tomé su rostro entre mis manos y planté un beso en su frente.
—Cuídate.
Volví a montar y espoleé a Galeón, no miré a atrás, no podría soportarlo, no tendría la fuerza para resistirme y no subirla a la silla junto a mí. Llevarla lejos de todo, hacia lo más profundo de las montañas, más allá de las fronteras, hacia algún rincón del mundo donde nos permitieran vivir en paz.
Al pasar junto a Ebbe y Audry les saludé con un gesto, ambos sabían que dejaba en sus manos mis tierras y a mi esposa y estaba segura de su lealtad. Sentí pena por Ebbe, era un buen hombre, amable con las mujeres y leal hasta la médula, pero seguía siendo un guerrero fiel al rey, no había manera de revelarle mi secreto sin arriesgar mi vida. No, Ebbe, por muy bueno que fuera, siempre sería un hombre de Luthier y no arriesgaría mi misión por él.
Cabalgué a lo largo del camino hasta encontrar una desviación que daba al este. Este camino, ampliamente recorrido por viajeros, mercaderes y fieles que peregrinaban hasta el monasterio, el principal en el reino, para presentar sus peticiones y oraciones.
Era un lugar hermoso, a lo largo del camino se encontraban arbustos y árboles de todos los tamaños, no faltaba la sombra durante el viaje y podía escuchar el suave canto de un riachuelo cercano, era casi idílico.
Detuve mi viaje cerca del mediodía. Busqué el riachuelo y refresqué mi rostro y mi cuello mientras Galeón bebía agua a tragos y mordisqueaba algo de hierba. El viaje tomaría un par de días, así que a lo sumo estaría lejos de mis tierras, y de Jadiet, una semana. Sumergí mi cabeza en la suave corriente para aliviar la repentina sensación de calor y soledad que me embargó. Jadiet, tan llena de contradicciones y, aun así, una fuente inagotable de sonrisas para mí.
Con su recuerdo presente, el camino se hizo mucho más llevadero, incluso cuando los árboles y arbustos fueron reemplazados por plantas más robustas y con menor cantidad de hojas, las rocas empezaron a cubrir el camino y cada vez le costaba más a Galeón encontrar briznas de hierba que comer. Por suerte, el monasterio se encontraba solo a unos kilómetros, podía ver su imponente estructura resaltar justo a medio camino de la cima de una montaña que se encontraba franqueada por dos cerros. El aspecto del lugar era imponente, no solo estaba ubicado a una gran altura, sino que la construcción era única.
En la entrada destacaban dos columnas gigantescas, sobre ellas un gran arco tallado de tal forma que simulaba los rayos del sol observaba toda la escena a sus pies, como si desde su posición vigilara todo el reino. Detrás se encontraban columnas más pequeñas que rodeaban un atrio, todo estaba tallado en mármol blanco, puro. Detrás, una torre oscura se elevaba a una altura tal que sus últimos pisos rozaban y se escondían entre las nubes.
Dejé a Galeón en unos establos ubicados al pie de la montaña. Pagué generosamente por su cuidado y me dispuse a subir el escarpado camino que llevaba hasta el monasterio. En todos lados había rocas sueltas y era necesario pisar con cuidado. Cualquier resbalón podía significar una dolorosa caída al vacío.
Apoyé una mano en la pared que se alzaba a mi diestra y afiancé mis pies al suelo. En varias ocasiones mis pies resbalaron sobre la infinidad de rocas y guijarros sueltos, pero mi mano firme en los salientes me salvaba de caer a mi muerte.
Los sacerdotes esperaban por mí a la entrada del atrio. Me arrodillé ante el arco y saludé al gran Lusiun antes de levantarme y darle la mano a los sacerdotes. Eran solo jóvenes acólitos, enviados por los más ancianos para servirme. Vestían prendas oscuras, con cintas doradas que discurrían a lo largo de sus brazos, había algunos con más y otros con menos, asumí que se debía a alguna jerarquía interna.
—Vino para sus labios resecos, señor.
—Agua para sus manos.
—Pan y frutos del bosque, debe estar hambriento.
Bebí el vino y lavé mis manos, pero rechacé los alimentos. El sol apenas rozaba el horizonte y yo no deseaba quedarme más allá del mediodía, necesitaba regresar, algo en el lugar me hacía sentir incómoda. Quizás era la imponente altura de la torre, podía verla perderse en las nubes, o la cantidad de monjes cegados por sus propias creencias.
El monje Dealian esperaba por mí a la entrada de la torre. Tomó mis manos y las estrechó con fuerza, parecía genuinamente emocionado por verme allí. A toda prisa empezó a hablar de las maravillas del monasterio, de los miles de fieles que recibían y de la elevada opinión que tenía Cian de sus trabajos religiosos. Eran tan resaltantes sus adulaciones que una alarma se encendió en el fondo de mi mente.
—Por favor, vaya al grano, deseo marcharme pronto, tengo asuntos que atender en mis tierras.
Dealian torció el gesto, al parecer, dar vueltas a un tema antes de enfrentarlo era una tradición entre el clero y la nobleza.
—Nuestro rey es joven, como usted, y no suele entender los designios como nosotros, por eso es imprescindible que usted intervenga y le ayude a ver la verdad. Tenemos entendido que le tiene en gran estima, joven Ialnar.
—Gané una batalla en su nombre y traje grandes riquezas, supongo que puedo hablar con él, pero no creo que sea razón suficiente para ganar una plaza entre sus hombres de confianza.
—¡Siempre tan humilde! Un verdadero seguidor de nuestro señor.
Todos bajaron la cabeza y pronunciaron a toda prisa una extraña plegaria. No les imité, preferí mantenerme con la cabeza gacha y observar sus acciones. Ni siquiera las sacerdotisas del Rito actuaban así. Estos eran hombres de fe llevados al extremo.
—Necesitamos que convenza al rey de efectuar un ataque a escala masiva sobre Calixtho —dijo por fin Dealian. Por pura fuerza de voluntad me mantuve a su altura ¿un ataque masivo? En la frontera no lo resistirían, no había suficientes guerreras, podían enfrentar el ataque de una o dos casas nobles.
—Mi señor, eso sería imposible, el rey solo ordena a una o dos casas que ataquen, no quiere dejar sin soldados la frontera norte ni la este —respondí a toda prisa.
—Esos son asuntos terrenales, pequeños saqueos sin importancia, el verdadero peligro para nosotros es Calixtho —sentenció con dureza. Señaló una gran puerta de madera y los acólitos se apresuraron a abrirla, el tufo de libros viejos, pergamino deteriorado y sudor humano impactó mi nariz—. Esa es nuestra sala de estudios, en ella Lusiun nos ha hablado. No está de acuerdo con lo que hemos estado haciendo contra sus enemigas, no las hemos detenido y el pecado solo se extiende a lo largo y ancho del mundo gracias a ellas.
Había escuchado de sacerdotisas que entendían las instrucciones de la Gran Madre, algunas incluso podían leer designios en las nubes, el fuego y el agua, pero ninguna se atrevía a hacer aseveraciones tan firmes y soberbias como las de este hombre. Ninguna en su sano juicio enviaría todas las fuerzas de nuestro reino contra nuestro enemigo.
—Nos ha asegurado que se viene de nuevo la Gran Oscuridad, un hecho que sumió nuestro mundo en la desesperación. Lusiun se niega a luchar contra Ilys porque nuestra lucha contra el pecado no es de corazón. Cian ha permitido que nuestras batallas contra Calixtho sean simples saqueos, no se ha dedicado a enfrentarlo con valor, a eliminarlo del mapa y anexar sus tierras a las nuestras ¡Eso es lo que demanda Lusiun para las infieles!
Hice mi mejor esfuerzo para no expresar otra cosa que entendimiento y aceptación de aquella locura. Prefería morir antes que llevar mi consejo ante el rey, no condenaría mi reino por los delirios de un sacerdote.
Decidí concentrar mi mirada en la impresionante colección de libros y pergaminos que nos rodeaba. Los estantes llegaban hasta el techo y para alcanzar los volúmenes más altos, había que subir en escaleras y bancos. También había mesas dispersas alrededor, todas cubiertas de libros y manuscritos que eran leídos y memorizados por una auténtica multitud de acólitos.
—Cómo puedes ver, la oscuridad se acerca —extendió un pergamino frente a mí. No era más que una carta estelar, había visto muchas en mi tiempo en la escuela, cuando en cursos superiores las maestras se esforzaban por enseñarnos algunos conocimientos prácticos para que pudiéramos orientarnos utilizando la luna y las estrellas. Esta era más compleja, representaba el movimiento de los astros para los meses siguientes, pero aun así podía entenderla. Era evidente que el sacerdote trataba de manipularme, no tenía manera de saber qué tantos conocimientos de astronomía tenía un noble de Luthier, pero dadas sus mentiras, lo mejor era fingir ignorancia.
—Si, por supuesto, aquí puedo ver el momento —señalé el dibujo de un sol oscurecido por la sombra de la luna. Un eclipse total. Solo eso, pero para ellos era la señal absoluta del fin, la oscuridad que duraría por siempre.
—No hay duda de su sabiduría, joven Ialnar, estoy seguro que, si presenta nuestras preocupaciones al rey, él le escuchará —Dealian palmeó mi espalda con alivio— ¿Hablarás con él?
Miré el pergamino y una idea surgió en mi cabeza. Si todo este problema se debía a un humilde eclipse de sol, entonces la base misma de su religión se debía a uno también ¡Vivían creyendo una mentira! Si esta salía a la luz, quebraría las bases de su sociedad, fracturaría su fe en su rey y los derrotaríamos. Era otro camino hacia la libertad.
—Si me permite, me gustaría estudiar sus documentos. Si voy a presentar su caso al rey me gustaría estar bien informado ¿Cree que podría dejarme solo? Estudio mejor en compañía del silencio y la soledad.
Dealian asintió con emoción, no pareció leer nada extraño en mi actitud. Dio un par de palmadas y los acólitos se apresuraron a dejar el recinto. En cuanto la puerta se cerró a sus espaldas corrí hacia los estantes más polvorientos y viejos, si había alguna oportunidad para Calixtho, debía encontrarse en la pila más antigua de pergaminos de este lugar.
N/A: Nuevos descubrimientos se suman a las aventuras de Inava. Creo que a la pobre le explotará el cerebro con tanta información ¿ustedes qué creen?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro