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Estrategia y manipulación (parte II)

Aunque nuestros corazones, cuerpos y mentes ardían, el agua a nuestro alrededor no, así que decidí salir de la tina y extendí una mano en dirección a Jadiet. Cualquier excusa era válida para tener su mano en las mías o para tocarla, Jadiet dudó unos instantes, suficientes como para que empezara a dudar de nuestras confesiones, mi corazón se aceleró y un desagradable sabor amargo invadió mi boca.

—¿Por qué no tomas mi mano? —quise saber, no quería reaccionar o adelantarme a sus gestos, algo debía estar pasando, Jadiet debía tener alguna buena razón para actuar como lo estaba haciendo.

—No quiero que te enojes —murmuró por lo bajo y el mundo cayó a mis pies, nada bueno podía comenzar con una frase así—. Es una tontería, en verdad.

Ignoró mi mano extendida y trató de levantarse sin apoyarse en el borde, razón por la cual resbaló. Alcancé a sujetarla de los brazos y le ayudé a ponerse en pie. Había algo raro en su actitud, algo que me estaba sacando de quicio y no era normal luego del momento que habíamos compartido.

Me concentré en sus manos, las había utilizado con normalidad cuando me había retirado la ropa, luego de eso había sido más cautelosa con ellas.

—¿Te lastimaste con mi armadura? —Tomé sus manos y su siseo de dolor no pasó desapercibido. Sentí el irrefrenable deseo de quemar mi armadura, destrucción, eso era lo que merecía quien lastimara a mi Jadiet.

—No, jamás —respondió. Trató de liberar sus manos, pero no se lo permití. Les di la vuelta para estudiar sus palmas y lo que vi congeló el aire en mis pulmones.

Seis líneas paralelas cruzaban ambas palmas, estaban enrojecidas e hinchadas. Sin poderlo evitar acaricié una de ellas con mi dedo. Jadiet protestó y detuve mis acciones. Mi corazón lloraba por ella a la par que mi mente iba como un caballo desbocado tratando de encontrar una explicación.

—¿Qué sucedió? —siseé, la pena estaba siendo reemplazada poco a poco por ira irrefrenable y un sentimiento de protección realmente abrumador. Jadiet se negó a verme a los ojos, por lo que tomé su barbilla entre mi pulgar y mi índice y levanté su rostro. Lo que vi en ellos juré no verlo de nuevo, gruesas lágrimas se acumulaban sin control en sus ojos y sus labios temblaban.

—Que soy una idiota, eso ocurrió —balbuceó. Quedé paralizada ante su cambio de actitud. Poderosos sollozos sacudieron sus hombros y no tardé en rodearlos con una toalla y abrazarla, me había enfocado en sus heridas, pero podía resfriarse si seguíamos hablando empapadas como estábamos.

—No eres idiota, Jadiet —dije con firmeza. Sequé su cabello, sus brazos y sus piernas, me giré para darle unos segundos de privacidad y le tendí su camisón. Podía ir sin ropa interior, estaba en mi habitación y nada ni nadie le diría como vestir.

—¿Podrías pasarme unos calzones? —hipó. Le dediqué una sonrisa nerviosa y me dirigí a los cajones de su armario. Mi rostro hormigueó, iba a buscar ropa interior para ella, se suponía que esto lo hacían las parejas, ¿no? Con manos temblorosas abrí el cajón y traté de tomar lo primero que vi, no había mucha diferencia tampoco, todos eran blancos, enormes y vaporosos. Jadiet vistió la prenda a toda prisa y tomó asiento en la cama. Ahora que ella se encontraba vestida, me sentí desnuda. Busqué en mi armario una camisa ligera y unos calzones.

—Deberías usar de estos —bromeé para aligerar el ambiente—. Son más cómodos que esas cosas.

—Cómodo sería ir al baño con ellos —respondió con ironía—. Los míos están diseñados para ir al baño con vestido.

Jadiet dejó escapar una risita al ver mi expresión, dejó la cama y se dirigió a su sección del armario, una vez allí sacó uno de sus calzones y lo extendió ante la luz para que pudiera estudiarlo. Tenía razón. Aunque se asemejaba a un pantalón vaporoso, recatado y que llegaba casi hasta su rodilla, la parte de la entrepierna faltaba por completo. Desde la cintura se extendía una especie de falda muy corta que cubría la zona por delante y por detrás, dando lugar a una especie de falda-pantalón.

—Wow, eso es muy conveniente —opiné mientras observaba aquel diseño—. Hace sencillas muchas cosas.

—Pervertida —Jadiet dejó escapar una risita nerviosa y dejó sus calzones en paz. Tomó mi mano con cuidado y me guio hacia la cama. Tomé asiento y descansé mi espalda en las almohadas y el cabecero, Jadiet me miró con ciertos aires de duda, mordió sus labios y se balanceó en el borde de la cama.

—No muerdo —bromeé—. Ven aquí, no creas que he olvidado eso que tienes en tus manos. —Tiré de ella hasta que apoyó su torso en el mío y escondió su cabeza en mi cuello. Sus piernas descansaban entre las mías y por un segundo mi mente se perdió entre una miríada de pensamientos candentes. Parecía tener control propio. Sacudí mi cabeza y me concentré en acariciar la espalda de Jadiet.

—Fue el maestro Edeid —admitió ella—. Pierde la paciencia con facilidad, nos insulta y enfurece si respondemos.

Escuchar su confesión fue como recibir un golpe de energía, una bola de fuego directa al pecho que me sorprendió por sus efectos en mi control. Solo el peso de Jadiet contra mi pecho evitaba que me levantara a toda prisa y corriera detrás de aquel hombre. No era un sentimiento nuevo para mí, quería protegerla y vengarla, eso lo sabía desde el momento en que la vi, la única diferencia clara era que deseaba hacerlo con mayor fuerza que antes y no actuar estaba costándome cada gramo de autocontrol que pudiera extraer de mi mente.

—¿Qué le hizo a Audry? —quise saber.

—La azotó frente a mí. Ella trató de defenderme, por lo que él dijo que le enseñaría su lugar y que llevar armas no la haría igual a él. —Jadiet se encogió contra mi pecho—. Audry quedó paralizada, perdió su ferocidad, quedó reducida a una estatua y él se aprovechó de eso.

—Edeid tuvo suerte, pudo haberlo matado.

—La culpa la carcome —sollozó Jadiet—. Y no es justo ¿qué habría sido de ella si le mataba?

—No creo que le importaran las consecuencias, nadie la habría juzgado sin mi presencia. Fue su pasado lo que la detuvo. Sirvió a muchos hombres en su vida, algunos la lastimaron, para ser una guerrera debe superar su miedo y comprender que puede hacer tanto o más que ellos, que puede defenderse. —Tiré de mi cabello, era un castigo ínfimo para mi idiotez. Pensar que Audry estaría bien con solo desearlo y entrenar. Mi mala decisión había llevado a Jadiet a resultar herida.

—No te culpes, Inava, por favor, llevas mucho sobre tus hombros —rogó Jadiet.

—¿Cómo no podría culparme? Te dejé sola, con una guardaespaldas que aún no está lista y no dejé las instrucciones suficientes para que nadie se atreviera a levantar una mano contra ti. —Un nuevo nudo creció en mi garganta al darme cuenta de la realidad—. Y lo peor es que cuidaste de mí, me quitaste la armadura, debió doler. —Tomé cada una de sus manos y dejé algunos besos en ellas, como si fueran suficientes para curar el daño. Luego me incliné sobre la mesa de noche, en ella contaba con algunos ungüentos y hierbas, también había vino, platos, frutas, miel y queso para mi cena, era todo lo que necesitaba para cuidar de ella sin levantarme.

—Es un alivio que seas de Calixtho, sabe tantas cosas útiles —susurró Jadiet mientras observaba con atención como mezclaba las hierbas y miel con vino en uno de los platos. En cuanto obtuve una pasta, la apliqué con delicadeza en aquellas marcas. Vendar resultó sencillo, un par de tiras extraídas de las sábanas, no deseaba dejar a Jadiet sola ni por un segundo. Le brindaría toda la protección y el amor que no pude darle debido a mi fatídico viaje. Nadie la tocaría de nuevo.

—Nadie te lastimará —prometí besando de nuevo sus manos. Jadiet sujetó mi barbilla y levantó mi rostro, sus ojos brillaban de nuevo, ya no lloraba ni tenía miedo.

—Lo sé, tengo a la mejor guerrera de mi lado.

***

Me encontraba sentada en mi trono, Jadiet lo estaba en mi regazo, Edeid estaba arrodillado ante ambas, tal y como merecía estarlo. El viejo maestro pensaba que tenía todas las de ganar hasta que vio las vendas en las manos de Jadiet y su posición. No estaba en el suelo, arrepentida y castigada, se encontraba cuidada, amada y protegida por mí.

—No creo haberte dado permiso para tocar a mi esposa, Edeid —siseé.

—No la toqué, mi señor —negó aquel hombrecillo—. Yo estaba cumpliendo con mis labores. Estaba enseñándole las ciencias básicas a su esposa cuando ella se rebeló ante mí.

—No me estaba enseñando nada, solo recitaba una y otra vez la historia de Lusiun y sus preceptos, protesté y él me ordenó callar, me dijo que debía recordar mi lugar ante él y ante Lusiun, que no estaba de acuerdo en enseñarme las ciencias y que, por el contrario, podría hacer más aprendiendo a servir.

—O sea que no solo la golpeaste, sino que fuiste contra mis órdenes explícitas —bramé.

—Pero, señor...

—Tus creencias personales no deben guiar nunca tu trabajo ni alterarlo, Edeid. Te ordené algo y debías cumplirlo.

—Solo la castigué como lo haría con cualquier muchacho, respeté el decoro y azoté sus manos.

—Claro, y como Audry no merecía decoro, a ella si la azotaste como se debe ¿no? —rugí.

—No, tampoco, señor, la azoté como lo merece una esclava.

Solo tener a Jadiet en mi regazo evitó que me lanzara sobre aquel hombre. Ebbe se tensó a mi lado, el conocía mis órdenes, todos las conocían en el castillo. Audry no era una esclava y ya no debía ser considerada como tal.

—Audry no es una esclava, es guardaespaldas de mi esposa, cuida mi propiedad y su honor. Al azotarla has dañado una de mis empleadas y si mal no recuerdo, eso no está entre tus responsabilidades.

Edeid asintió con cierto nerviosismo y bajó la cabeza. Con gentileza aparté a Jadiet de mi regazo y me levanté. Desenvainé mi espada, asegurándome de hacer todo el ruido posible. Edeid tembló y yo no pude evitar sonreír. Permití que el dulce veneno del poder recorriera mis venas por unos instantes antes de apoyar el filo de mi espada contra su nuca.

—Tienes un día para recoger tus cosas y dejar mis tierras, no quiero volver a verte dentro de estos muros. Si lo hago, o cualquiera de mis hombres lo hace, conocerás de primera mano la muerte. Ahora, vete de mí vista antes que cambie de opinión.

Disfruté al ver al hombrecillo levantar su oscura túnica y correr por su vida. La siguiente en presentarse ante mí fue Audry. Antes que pudiera evitarlo se arrodilló ante mí y besarme la mano.

—No debería despedir a un hombre tan sabio por mi causa, mi señor.

—Levántate, Audry, tú solo hacías tu trabajo y estoy orgulloso de ti, mi confianza en tu espada solo ha crecido.

—No logré defender a su esposa de las garras de ese hombre —masculló.

—Me aseguraré que un día puedas, no te preocupes. Por ahora, retírate a tus aposentos y descansa ¿estás bien?

—Solo fueron algunos golpes, estaré bien —desestimó y yo negué con mi cabeza.

—Descansa y si necesitas ayuda, sabes dónde encontrarme.

Tomé asiento en mi trono y entrelacé mis dedos con los de Jadiet. Capitanes y generales me miraban con una mezcla de odio y sorpresa.

—Alfwin, creo que todos queremos escuchar tu opinión —invité sin preocuparme de ocultar el dejo de ironía en mi voz.

—Mi señor —saludó y dio un par de pasos al frente para ser el centro de las miradas—. Verá, no estoy de acuerdo con todos estos cambios, no van de acuerdo a nuestras costumbres ¡Una guardaespaldas! Una mujer con espada ¡como nuestras enemigas! Y acaba de despedir a uno de los mejores maestros y sabios del reino por ella.

—Y por lastimar a mi esposa. Que yo valore a mi mujer no quiere decir nada, Alfwin. Quiero que mi esposa sea capaz de administrar mis tierras mientras voy a la batalla o a cualquier misión que mande nuestro rey y Edeid no cumplió con su trabajo.

—Expresó una opinión. No puedes castigarlo por...

—No lo hizo, fue directamente contra mis órdenes al no enseñar correctamente a mi esposa y actúo fuera de los límites establecidos para su posición. Estoy siendo justo, no beneficiando a nadie en específico. Incluso entre nosotros hay enemigos y lo acaban de ver hoy ¿es tan descabellado que elija a una mujer para cuidar a mi esposa? ¿No lo dicta así el decoro? Tomen a Audry como una doncella más, solo que con una espada ¿o quieren que un desconocido cuide a sus esposas?

Susurros de aceptación se levantaron en la multitud. Alfwin enrojeció y regresó a su lugar.

—El siguiente punto de este consejo es comunicarles que ordenaré y supervisaré la construcción de una escuela gratuita en el feudo. Quiero que todos los niños sean capaces de leer y realizar operaciones matemáticas básicas. Les hará personas más valiosas.

—¡Estudiar! Los hijos de los campesinos y soldados —espetó Alfwin—. Empezarán a creerse nobles, especiales.

—¿No lo son por estar vivos? Quiero que mis hombres sean capaces de pensar, les hará más hábiles y la prosperidad del feudo se incrementará ¿Qué es mejor? ¿un granjero que desperdicia su dinero y es engañado por comerciantes o uno que puede defenderse y tomar solo las mejores decisiones para las tierras por las que cobro un impuesto?

De nuevo se dejaron escuchar murmullos de aceptación. Sonreí, pequeños cambios harían la diferencia en este lugar.

Fue en ese momento en el cual las puertas principales se abrieron y dieron paso a un hombre de gran tamaño, cada uno de sus brazos eran como tres piernas mías, su cabeza calva brillaba ante el sol y su capa roja y blanca revoloteaba detrás de su espalda con la energía de sus pasos. Detrás iba un muchacho, quizás algo enjuto para ser un caballero, con el cabello por los hombros y un caminar menos brusco y más elegante.

—Soy Eosian, cabeza de la casa de Elon —se presentó el hombre—. Y este es mi hijo primogénito, Ureil.

—Ialnar de la casa de Eddand —respondí.

—Quisiera ser breve, es un largo viaje hasta mi feudo —rugió—. Te ofrezco mi hijo como escudero. Quiero que en tus tierras se convierta en hombre, en caballero —escupió.

—¿Alguna razón especial? —Elon no tenía lazos con Eddand, habría aceptado algo así de la casa de Fereir o de Yfel.

—He escuchado que tus hombres destacan como los guerreros más fieros y fuertes, mi hijo puede aprender mucho de ellos. Sé que puede beneficiarse de un liderazgo fuerte y virtuoso como el tuyo.

Froté mi barbilla, era evidente que planeaba llegar a mí con alabanzas. Sonreí, no tenía el ego de un caballero, no lograría convencerme de esa manera. Clavé mis ojos en los del muchacho, no tenía los músculos de un escudero, llevaba la espada con incomodidad en el talabarte y sus manos no eran fuertes, sino algo más delicadas. Comprendí entonces que asqueaba a su padre y porqué lo deseaba lejos.

—Su hijo no es un guerrero, Eosian.

El aludido enrojeció de ira y dio un fuerte empujón a su hijo. El muchacho se tambaleó en sus pies y evitó caer al suelo de milagro.

—Sí, tiene algunas absurdas ideas sobre el arte. Debería preocuparse por la espada, pero prefiere la pluma y la lira.

—Lo aceptaré —extendí una mano en dirección al muchacho. El joven me miró con sorpresa, sus ojos casi escapaban de las órbitas de sus ojos. A toda prisa abandonó el lado de su padre y depositó su espada en mi mano, sellando así su servicio conmigo.

—Gracias por regresarme el honor, la casa de Elon no olvidará este gesto. —Eosian realizó una ligera reverencia y abandonó la sala.

—Y con eso damos por terminada esta reunión. Ebbe, muéstrale los aposentos de los escuderos al muchacho. —Ebbe extendió una mano para sujetarlo por los hombros, pero una idea se forjó en mi mente—. Mejor, déjalo conmigo un instante. Todos los demás, pueden marcharse.

En cuanto quedamos a solas, clavé mi mirada en el joven. No debía tener más de quince años, no levantaba los ojos del suelo y se balanceaba sobre sus pies cubiertos por costosas botas de cuero.

—Muchacho ¿sabes leer y escribir? —El joven asintió— ¿Conoces las artes matemáticas? ¿Geografía? ¿Astronomía?

A cada área del conocimiento el joven asentía con vigor, con cada pregunta ganaba más confianza. En cuanto levantó los ojos del suelo y me miró le dediqué una sonrisa.

—¿Te animarías a enseñar a mi esposa a leer y a escribir? —Tendí una mano en dirección a Jadiet, ella la tomó y ejecutó una pequeña reverencia. Siempre la dama perfecta—. Le enseñarías a ella y a su guardaespaldas, Audry.

—Por supuesto, señor, aunque ¿no tiene usted un maestro escriba? —El joven habló con confianza, revelando su tono de voz, suave y melodioso. Parecía genuinamente emocionado.

—Lo despedí por ir contra mis órdenes, ¿qué dices? Les enseñarías después de tus entrenamientos diarios. No podemos decepcionar a tu padre.

—Nadie quiere decepcionarlo nunca —suspiró—. Pero acepto.

—Todos tenemos talentos diferentes, si los tuyos son las artes y las ciencias, debes cultivarlos, mi biblioteca estará abierta para ti. Pero tu padre te dejó aquí para que aprendieras el arte de la espada, así que deberás esforzarte.

Ureil asintió con energía. En ese momento le indiqué a Ebbe que lo llevara al dormitorio de los escuderos. Quedamos en la sala solo Jadiet y yo.

—Estás tomando decisiones peligrosas, Ialnar —susurró preocupada.

—Necesito hacer cambios, no puedo permitir que esto siga así. Tengo libre albedrío en mis tierras siempre que pague al rey mis impuestos y entregue mis armas cuando las pida, estaremos bien, Jadiet. —Acuné su rostro con mis manos y dejé un suave beso en sus labios—. Confía en mí.

—Con mi vida —aceptó.

—No tendré más reuniones aburridas hasta pasado mañana, con Shalus y Ukui ¿te apetece dar un paseo a caballo?

—Nada me encantaría más —sus ojos brillaron y su sonrisa fue tan radiante que el mismo sol podía ocultarse y con ella bastaría para iluminar mi mundo. Robé un beso un poco más intenso y nos perdimos un instante en nosotras. Los caballos podían esperarnos algunos minutos más.

***

Shalus y Ukui se encontraban sentados frente a mí, ambos con una expresión de pocos amigos y una gran sombra sobre sus rostros.

—Mi visita al monasterio me mostró la verdad —empecé. Debía jugar bien mis cartas, debía manipularlos y llevarlos a creer que Cian era el único responsable de lo que podía pasar—. Nos amenaza una catástrofe similar a la que experimentó Luthier cuando Lusiun fue traicionado.

El color desapareció de sus rostros. Al parecer creían por completo aquella historia absurda. Tendría que investigar, toda leyenda tenía una base real, alguna catástrofe golpeó a Luthier y ellos la achacaban a la traición de una mujer sobre su dios.

—Los monjes recomiendan atacar a Calixtho antes y durante esta catástrofe, un ataque masivo combinando los ejércitos de todas las casas —expliqué. Sentí mi sangre hervir al organizar tal peligro para mi tierra natal, pero ya resolvería ese problema luego.

—Es una locura.

—¿Crees que el rey lo permita?

—Si es un verdadero hijo de Lusiun, lo hará. Si tiene su favor, ganaremos y es aquí donde quiero llegar —me incliné sobre la mesa, Shalus y Ukui me imitaron—. Si todo sale bien, será la prueba definitiva de que Lusiun está con nuestro rey, tal y como lo dicen nuestras escrituras sagradas, si fallamos, significa que ha ofendido a nuestro dios, que sus decisiones han llevado desgracia a nuestro reino y no podemos evadir el deber de limpiar el trono —clavé mis ojos en Ukui—. Si este plan falla ¿reclamarías tu derecho al trono?

—Si está en los designios de Lusiun, por supuesto —aceptó.

—Un ataque así es una locura, nos dejaría desprotegidos ante Cathatica, ellos responderían, son aliados de Calixtho —repuso Shalus con temor.

—Son las órdenes de Lusiun, Shalus. Estoy seguro que, de concedernos la victoria, nos permitirá reagruparnos y defendernos de Cathatica. Además ¿qué son si no más que un gran grupo de pequeños reinos enfrentados entre sí? Tardarían meses en ponerse de acuerdo.

Shalus asintió aún no muy convencido, pero no podía hacer nada. Estaba tan atado por sus creencias que sofocaba la voz de la razón. Oculté una sonrisa con un trago de vino, pagarían cara su ceguera.

N/A: Esto empieza a tomar forma, por eso ven tantos capítulos ¡No puedo dejar de escribir!

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