Engaño
El silencio de mi habitación se veía interrumpido a intervalos regulares por resoplidos, quejidos, jadeos y uno que otro insulto dirigido a mi persona, y quizás a algunos de mis antepasados. Sonreí y bebí de mi jarra de vino fresco, si Jadiet quería aprender a pelear, entonces debía empezar por lo básico.
—Te odio —susurró antes de terminar la última sentadilla. Se dejó caer al suelo y resopló con dramatismo— ¿Cómo se supone que esto me ayude a pelear mejor?
—Debes fortalecer tus músculos, si vas a pelear llevarás sobre ti una corta de malla, cargarás alguna espada o daga. Has llevado una vida de "señorita rica" en Luthier, por ende, hasta la más mínima brisa de primavera podrá derribarte —expliqué—. Ya has descansado mucho, empieza de nuevo.
—Me estás torturando —protestó, pero para mi sorpresa obedeció.
Nada más terminar, Jadiet arrojó fuera de su cuerpo los sencillos pantalones marrones y la camisa blanca, ambos de algodón grueso. Era un conjunto que había encontrado para ella, no tenía sentido entrenarla en faldas y encajes. Hice mi mejor esfuerzo por ignorar su cuerpo, pero era una tarea casi imposible, su piel brillaba apetecible gracias al sudor y a la luna llena que se colaba por la ventana.
—Como no me enseñes a manejar algún arma pronto, voy a matarte con mis propias manos —amenazó entre resuellos.
—Hay que gatear antes de caminar, Jadiet. —Le tendí un vaso de vino fresco. Lo arrancó de mi mano con ímpetu y lo vació en tres tragos, luego regresó a su posición anterior, desparramada en la cama, como si su cuerpo no contara con articulaciones. No pude evitar notar que ya no llevaba aquella estúpida ropa interior de Luthier y había decidido utilizar las típicas de Calixtho. Mi corazón se hinchó tanto de orgullo ante tal imagen que empezó a doler.
—Siento que puedo dormir por años —masculló. Sus ojos empezaban a cerrarse, todo provocado por una mezcla de cansancio y el rápido efecto del vino.
—Oh no, alguien me prohibió ensuciar la cama antes —advertí y le señalé la jofaina—. Si te das prisa quizás encuentres agua caliente.
—Te odio —gruñó mientras se levantaba. Con paso vacilante se acercó a la jofaina y procedió a lavarse.
—Estoy siendo benevolente contigo —confesé mientras me ponía cómoda entre las almohadas y las sábanas—. En Calixtho es mil veces peor. Todo inicia al cumplir los 16 años, edad en la cual ya eres considerada una mujer adulta y, por ende, tienes que cumplir con el deber de defender el reino. —Jadiet se deslizó bajo las sábanas y reclamó un lugar entre mis brazos. Besó mi cuello y ronroneó mientras se ponía cómoda. Encajábamos a la perfección, deslicé mis manos por su cintura y la apreté contra mí, sentía que mientras más cerca se encontrara, más completa me sentiría.
—Continúa, me gusta escucharte hablar sobre Calixtho —admitió.
—Bueno —acepté y sonreí como una boba en cuanto la escuché reír complacida—. A esa edad empiezas a entrenar, por supuesto, puedes empezar después. En especial si estás aprendiendo algún oficio. Algo bastante común en Ka o Ciudad Central. En las ciudades y poblados más alejados sí es común que las chicas empiecen a los dieciséis.
—¿Calixtho tiene muchas ciudades?
—Solo cuatro, los demás son poblados.
—Son tan organizadas —susurró.
—Es lo que permite que exista un mejor control en los servicios que ofrece el reino. No es perfecto, pero siempre que sea posible, encontrarás agua fresca, sistemas de riego y de alcantarillado. O al menos letrinas. Nada de caminar sobre deshechos.
—Suena como un paraíso —opinó Jadiet entre bostezos.
—Para muchas lo es. En varios sentidos lo es para mí —admití con amargura.
—Tenías todo para vivir bien ¿qué podría faltarte? ¿Eras pobre? —Jadiet se incorporó y me miró a los ojos. Traté de esquivar su mirada, pero una de sus manos acunó mi rostro con tanta delicadeza que de pronto, la pena y la vergüenza que creía desaparecidas, regresaron a mí con la fuerza de un relámpago.
—No, tengo tierras —mascullé—. Calixtho es un buen lugar para ser mujer y amar a otras mujeres, incluso puedes ser afortunado si eres hombre y amas a otros hombres. Lo que salga de ese espectro, está mal visto.
—¿Cómo puede eso afectarte? —preguntó confundida—. Eres una hermosa mujer que ama a otras mujeres o... ¿acaso amabas a un chico? —inquirió con recelo. Quise reír ante sus celos, pero la presión en mi pecho y en mis ojos me robaba la alegría a pasos agigantados.
—No hago ese tipo de distinciones. —Me encogí de hombros—. No, mi problema es que soy diferente. Mi aspecto no es muy femenino, en cuanto empecé a entrenar y crecí un poco más, empezaron a confundirme con un hombre, a burlarse de mí y a... —El ardor en mis ojos superó mi fuerza de voluntad, mi pecho se contrajo y no pude evitar dejar escapar un sollozo—. A ser crueles, porque les divertía jugar con ello. Porque yo se los permitía, era muy débil y tonta. Tenía miedo y pensaba, quizás en mi inocencia, que si respondía no llegarían a ser mis amigas o que todo empeoraría. Con el tiempo y al elegir servir en la frontera las cosas mejoraron, hice muy buenas amigas. —Extendí mi mano y contemplé mis dedos—. Una de ellas me amaba, pero yo estaba demasiado rota y ciega como para entenderlo. Esta mano acabó con su vida en el bosque. Fue capturada y yo... yo... ¡Oh, Jadiet! ¿Cómo puedes estar con un monstruo como yo?
Jadiet guardó silencio por uno tiempo, tanto que temí que la hubiera aterrorizado. Aunque le había contado tal error hacía ya tantos meses, no tenía forma de saber si la recordaba, si la sorpresa del momento la había llevado a olvidar o a no empatizar conmigo.
—Era Yelalla, ¿no? —Sus ojos no expresaban más que simpatía. Escuchar aquel nombre en sus labios y saber que la había recordado provocó todo tipo de reacciones incontrolables en mi interior. Asentí con lentitud, un doloroso nudo se formó en la base de mi garganta, me impedía respirar—. No puedo imaginar siquiera lo difícil que fue —admitió mientras apartaba una lágrima de su mejilla—, tampoco sé que puedo decirte, pero estoy segura de algo —su mano se apoyó sobre mi corazón—, hiciste lo correcto y donde quiera que esté, te aseguro que lo entiende.
El nudo no soportó más, se derrumbó como si estuviera hecho de arena llenando mi garganta y mi pecho de filosos granos que ardían al respirar. Jadiet me apretó contra su cuerpo y esa fue mi señal para dejarme ir, para liberar aquello que ataba mi mente y nublaba mis sentimientos.
***
El carruaje para el viaje era amplio y cómodo. Tenía dos asientos de tres plazas enfrentados. Suficiente para recostarnos en ellos si hacía falta. Las ventanas se cerraban con lonas de cuero y cortinas de encaje. La madera en su interior estaba pintada en colores claros, mientras que la estructura resaltaba con colores oscuros.
Ayudé a Jadiet a subir, lucía un vestido azul muy ligero y sencillo, perfecto para viajar. En sus pies llevaba unas botas altas elaboradas en cuero resistente y con varias hebillas gruesas. Audry subió detrás de ella, llevaba un vestido aún más ligero, de color verde. Bajo la falta amplia llevaba pantalones y botas, en su cinto brillaba un espada corta y cuando dio el pequeño salto para terminar de subir, escuché el típico tintineo de una cota de malla fina. Sonreí satisfecha, siempre lista. Jadiet no podía estar en mejores manos.
Ureil y Ebbe se encontraban hombro con hombro, listos para escuchar las últimas instrucciones y despedirnos.
—Ebbe, asegúrate de mantener seguros los muros de este feudo, no quiero sorpresas.
—Sobre mi cadáver pasará cualquier enemigo, señor —afirmó.
—Ureil —el muchacho echó los hombros hacia atrás y levantó la barbilla para parecer más alto y valiente—, quiero que ayudes a Ebbe con todas las cartas que lleguen a este lugar. Y no olvides tu entrenamiento, quiero verte convertido en el escriba más fuerte de todo Luthier.
—Protegeré sus documentos con mi vida, señor —prometió con los ojos abiertos de par en par y una expresión de tierna lealtad. No podía creer que su padre lo hubiera despreciado de tal manera, era un buen muchacho, siempre dispuesto al trabajo si se le motivaba.
Un par de reverencias después y con el canto de las pisadas de caballos y el tintinear de armaduras y espadas, partimos rumbo al palacio real. Me seguía un contingente de guerreros, hombres valientes y dispuestos a protegernos de cualquier asaltante o ataque en los caminos. Era música para mis oídos, por un momento me ayudaba a distraerme, a olvidar que me encontraba en Luthier. Por un instante solo era la Inava de diecisiete años, casi dieciocho, en mi primera redada rumbo a Lerei. Todo era risas y emoción contenida, todo se resumía en el deseo por probarme, por demostrar de lo que era capaz.
El molesto bamboleo del carruaje me regresó a la realidad, suspiré y miré por la ventana. Tras unos instantes de ver el bosque pasar el movimiento se hizo parte de mí. Además, hacía que los hombros de Jadiet y los míos se rozaran y no podía pedir más.
—Bien, nuestra misión es convencer al rey de atacar dentro de tres meses. Debe organizar todos los ejércitos disponibles y marchar sobre Calixtho. —No había mejor momento que este para hacer partícipes a Jadiet y a Audry de mi plan. Extraje de mi chaqueta un pergamino. En él se encontraban las fechas de la primera Gran Oscuridad y la que estaba por venir. No eran más que eclipses totales de sol. Una manipulación más ante la ignorancia de las personas.
—¿Por qué harías algo como eso? —inquirió Audry.
—Es necesario, confía en mí.
Audry frunció el ceño y arrancó el pergamino de mis manos. Leyó las fechas en voz alta, al terminar, sus ojos regresaron a la primera. Pude notar como palidecía conforme leía y releía la fecha.
—¿Sucede algo con esa fecha? La anoté porque me pareció importante, quizás ocurrió en ella. otro eclipse, sería la prueba que...
—Los eclipses totales se repiten cada setenta años más o menos —interrumpió ella con urgencia—, esta fecha no se acerca a ese ciclo.
—¿Entonces? ¿Por qué te asustaste al leerla? —Si no era un eclipse debía de ser algo más. Tenía que llegar al fondo de aquellas patrañas para desenmascarar la manipulación de aquellos hombres.
—Según nuestras leyendas, ese fue el inicio de la Gran Oscuridad —dijo ella—, pero no como la cuentan en Luthier. —Sus ojos azules centellearon—. Ocurrió casi al inicio de los tiempos, cuando mi pueblo empezaba a escribir su historia. Un estruendo rompió el silencio de la noche más calurosa del año. Nadie dormía, los habitantes del pueblo disfrutaban del calor y las fiestas del verano, por lo que todos fueron testigos de la ira de los dioses. —Resistí la tentación de interrumpir su relato, pero me contuve—. Una gran columna de fuego dividió el cielo en dos, una nube de polvo, ceniza y gases creció como un hongo al final de aquella columna y la tierra tembló con tal intensidad que no quedó casa, tienda, ni castillo en pie. Todo lo que rodeaba aquella montaña desapareció, no quedó nadie que pudiera servir como testigo de lo ocurrido, pero lo peor le ocurrió a los supervivientes.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Jadiet intrigada.
—Los días sin sol —respondió con infinita pena y horror—. La noche más calurosa del año se convirtió en la noche eterna. Durante años el sol no salió en el horizonte. El cielo fue remplazado por acero, lo poco que podía crecer lo hacía mal y débil. Las plantas apenas podían alimentarnos y los animales morían. Hubo pestes, muerte y putrefacción por doquier.
—Describes un volcán, uno muy grande —dije—. Tiene sentido. Si ocurrió hace tanto tiempo, es de entender que la historia sea una leyenda ¡Oh! —exclamé al recordar—. Las sacerdotisas del Rito solían contarnos una historia similar, aseguraban que la Gran Madre se encontraba enferma y se había contenido por nuestro bien. Sin embargo, un día no pudo más y expulsó todo el mal con una gran explosión. Sus intentos para salvarnos casi nos llevaron a la extinción.
—Diferentes historias un mismo hecho. Un volcán —dijo Jadiet— ¿Qué es un volcán?
—Una montaña que lanza ceniza y roca derretida —respondió Audry—. Pero este fue mil veces peor y afectó a toda criatura viva. Por ende, fue obra de los dioses —dijo mientras dirigía una mirada retadora en mi dirección. Levanté las manos en rendición, no iba a meterme en una absurda discusión sobre religión. En Calixtho nos enseñaban a aceptar y celebrar las diferencias, por raras que fueran.
—¿Los tuyos, el de Luthier o la de Calixtho?
Sonreí ante las palabras de Jadiet, dejé un beso en su sien y negué con la cabeza.
—Nunca sabremos la verdad, por eso cada pueblo es libre de venerar lo que guste. Lo que no debería ser permitido es someter a otros basándose en tus creencias y mucho me temo que Luthier está modificando demasiado a su favor.
—En eso estamos de acuerdo, mi señora —aceptó Audry—. Porque una cosa es un volcán alimentado por los dioses y otra es un eclipse. —frunció el ceño—. Conozco sus efectos, pero no lo sé a ciencia cierta, ¿qué es un eclipse?
Pasé la siguiente hora de viaje explicando a ambas los movimientos del sol, la luna y nuestro planeta. Al terminar, ambas se encontraban maravilladas y asqueadas a partes iguales. Era más que evidente que los sacerdotes de Luthier manipulaban a su antojo al rey y a los plebeyos gracias a su ignorancia en el tema.
—Ha sido su fortaleza, ahora será su debilidad —sentencié.
Nos detuvimos para acampar cuando el sol besaba el horizonte. Mis guerreros se concentraron en buscar la leña y preparar la comida. Nosotras permanecimos en el carruaje hasta que el frío y el hambre nos obligaron a tomar asiento junto al fuego y compartir la carne seca y el pan.
—Cuentan que en las noches de luna llena las mujeres de Calixtho realizan hechizos de brujería —empezó a contar un soldado, un muchacho algo menor que yo—, dicen que se desnudan ante la luz de la luna y luego de recitar horrendas oraciones y encantamientos, pueden convertirse en horribles monstruos nocturnos y se aventuran a nuestras tierras.
—Esos son cuentos de niños —bufó un soldado ya entrado en sus treintas.
—No, es cierto —apoyó otro—, hace unas semanas a la prima de mi esposa le robaron su bebé. Son las brujas de Calixtho que recorren las calles de nuestros pueblos buscando ventanas y puertas sin cerrojo, ingresan a los hogares y se roban a las niñas.
—Por suerte solo son niñas —espetó otro.
Jadiet y Audry compartieron una mirada sigilosa conmigo. Yo no tenía idea del origen de aquella leyenda, pero si estaba segura de algo. Muchas mujeres llegaban como refugiadas a Calixtho. La gran mayoría lo hacía cargando niñas que no eran suyas en sus brazos.
Di una mordida al pan y disipé el amargo sabor y el nudo en mi garganta con un trago de vino. No me sorprendía en lo absoluto que las mujeres entregaran a sus hijas recién nacidas a quienes planeaban escapar a Calixtho. Cualquier cosa era mejor, incluso ser confiada a una desconocida, que vivir en una casa donde reinaba la violencia y el horror.
***
El palacio real nos recibió con su acostumbrada pomposidad y elegancia. Las paredes parecían refulgir aún más y no había mesa que no cargara sobre si vinos, tentempiés y galletas, ni candelabro o antorcha que no brillara, incluso en pleno día. Un derroche con el cual Cian demostraba su riqueza y poderío.
—Mi joven amigo —saludó al verme llegar ante su trono. Me arrodillé ante él, Audry y Jadiet siguieron mis movimientos, pero no se levantaron cuando él me lo ordenó. No estaba bien visto que una mujer elevara su cabeza ante el rey. Además, no podían levantarse sin mi orden expresa. Me dolió en el alma, pero decidí dejarlas en el suelo, hablaría bien de mi ante Cian.
—Su Majestad —respondí—. Mucho me temo que mis asuntos aquí no son agradables, pero son prometedores para su reinado.
—Por supuesto, así lo intuí al leer tu carta, por eso convoqué a esta reunión de la corte. Las casas más lejanas llegarán esta noche, celebraremos un banquete y nos explicarás lo que sabes —se inclinó sobre el trono y susurró—, debo admitir que me dejaron intrigado tus insinuaciones, así que no me molestaría escuchar dichas explicaciones antes que mis nobles.
Su tono de voz pretendía sonar curioso y afable, pero sus ojos, fríos y oscuros como el carbón, solo ocultaban amenazas y poder. Debía explicarle todo en privado, sin audiencias. El banquete solo sería una pantomima, una actuación. Cuadré mis hombros y apoyé la mano en mi espada.
—Mi rey, los monjes del monasterio de Lusiun han recibido una terrible revelación.
Cian alzó una ceja y se repantigó a gusto en su trono. Tomó una copa de vino que descansaba en una pequeña mesa contigua y dio un sorbo a la bebida. No parecía preocupado, tampoco interesado y por un momento el mundo se desplomó a mis pies.
—¿Ah sí? —repuso con voz afectada, como si hubiera escuchado esa historia miles de veces— ¿Y qué tienen para decir mis amigos de la montaña?
—Se acerca la segunda Gran Oscuridad, señor y es inevitable.
—¿La Gran Oscuridad? —miró a Jadiet y a Audry. Rodó los ojos y con un gesto de su mano señaló a los guardias y luego a mis acompañantes. Los soldados se dirigieron a toda prisa a ellas, las sujetaron por los brazos y las obligaron a ponerse en pie—. Es un tema grave que debemos conversar en privado. —Agitó su mano y los guardias arrastraron a Jadiet y a Audry fuera de la sala del trono. Necesité de toda mi fuerza de voluntad para no ir tras ellas.
—Su Majestad, yo confío en...
—Tonterías, no se puede confiar en nadie. —Me atravesó con la mirada. Mi corazón se aceleró ¿conocía mis planes?, ¿Ukui y Shalus me habrían traicionado? Si así era, los llevaría conmigo. No sin antes liberar a Jadiet y a Audry de este nefasto lugar—. Tranquilo, muchacho, ellas estarán bien, aunque deberás explicarme qué hace una mujer con una espada —cogió una manzana, le dio una mordida y me señaló con ella—. Sabes que no deben utilizar armas.
—Es la guardaespaldas de mi esposa, lo considero necesario para mantenerla alejada de cualquier tentación o de algún atentado en su contra.
—Mmm. —El rey peinó su barba con los dedos—. Parece una idea interesante, la verdad, nunca lo habría imaginado. Supongo que es mejor que encerrarla en alguna habitación.
—Las ventanas y puertas pueden ser violentadas, señor.
—Sí y no podemos sellarlas, pero nos desviamos del tema, continúa. ¿Cómo ese eclipse de sol es un peligro para mi reino? —levantó una ceja y sonrió con cinismo antes de vaciar su copa de vino.
—Señor...
—No trates de tomarme como idiota, Ialnar, porque no lo soy —bufó—. Conozco muy bien a mis monjes y sé lo manipuladores que pueden llegar a ser.
—Ellos creen que es mucho más que eso...
—No me mientas, Ialnar. Ellos quieren que creas eso, pero ni tú te lo crees —jugó con el corazón de la manzana—, háblame con franqueza, dime las razones por las cuales consideras que es oportuno atacar Calixtho. Deja la religión de lado un momento y háblame como el estratega y militar que eres —sus ojos centellearon—, convénceme de atacar y deja la magia para convencer a los caballeros que compartirán mi mesa esta noche.
El interior de mis guantes estaba empapado en sudor, mi nuca se encontraba erizada y podía sentir como un calor helado inundaba poco a poco mi cuerpo. No estaba preparada para esto. Todos mis alegatos estaban fundamentados en la superstición, no en datos reales.
Fue entonces cuando comprendí mi posición en el juego de poder de Luthier. Cian sonreía de oreja a oreja y no dejaba de girar su copa de vino. Parecía entretenido, victorioso. Si planeaba rechazar mi solicitud, si consideraba la Gran Oscuridad como una tontería ¿por qué había aceptado la reunión?
Era dolorosamente consciente del paso de los segundos, de los minutos, era una habilidad que como guerrera había desarrollado y que era muy útil para llevar a cabo cualquier estrategia, peor justo ahora era mi mayor enemiga. Si dejaba pasar el tiempo, Cian dejaría de confiar en mí, ordenaría mi muerte y conmigo caerían mis soldados, mi casa y más importante aún, Jadiet.
Era una prueba de lealtad, él sabía algo, si le ocultaba la verdad, todo acabaría con una orden, un veredicto y una sentencia.
Tomé la decisión en un segundo, Jadiet no merecía morir, ella no caería por un error, su vida no sería sacrificada en vano. Mis planes podían cambiar, debería obedecer a Eneth y al rey, Ukui no sería el futuro rey.
—Tiene que combatir una rebelión en su contra, señor.
Las vidas de Ukui, Shalus y los demás nobles involucrados no valían nada ante la existencia de Jadiet y la integridad de Ebbe, Audry, Enael, Ureil y mis sirvientes. No morirían por mi misión, era mi responsabilidad y seguiría adelante sin importar las consecuencias. Incluso si debía cometer errores y arrojar oportunidades por la borda. Me sentí perdida y fracasada, ahogada en un mar de pérdidas y derrotas, pero no era el momento para regodearme en esa tentadora sensación de autocompasión. Eneth me había lanzado al mar, sin apenas herramientas para debilitar a Luthier, pero en solitario había logrado mucho más que ella y todas las comandantes y reinas juntas en el pasado, si lo había hecho, podía hacerlo de nuevo.
Estaba en el palacio, a punto de destruir mi plan con el objetivo de salvar lo poco que tenía en este mundo y lo haría con gusto. En cualquiera de estos pasillos estaba Gaseli, la oportunidad que, por alguna razón, Eneth detestaba y había obviado. Ella era mi única salida, solo debía encontrarla y acercarme lo suficiente. No derrocaría al rey, pero la ayudaría a escapar. Con un poco de suerte, la reina Appell se indignaría ante su situación y arrasaría Luthier de una vez por todas.
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