El principio del fin
Recorrí numerosos caminos a lomos de Galeón, conocía de manera somera la dirección en la cual podría encontrar las tierras de Lamond y Humbaud, una precaución extra que había tomado de manera inconsciente. Ni con la peor de las torturas arrancarían de mis labios la ubicación de Jadiet porque no la conocía del todo. Miré al cielo, tomaba más precauciones por ella que por cumplir con mi deber como guerrera. En el pasado había deseado con todo mi corazón conocer el amor y ahora que lo tenía en mi vida, era el mayor obstáculo que debía de enfrentar.
El golpeteo de mi espada contra mi muslo era un recordatorio más de mi situación. Había estado tan cerca de acabar con Cian, de decapitar al gran monstruo. ¿Qué importaban las consecuencias? No había un heredero que tomara el trono, las discusiones y luchas entre la familia de Cian habrían debilitado Luthier. Eneth habría sido capaz de atacar y derrotarlos de una vez por todas en nombre de Calixtho.
Pese a mis dudas y autocastigo, los kilómetros extras valían la pena, significaban que Jadiet estaba a salvo de las ambiciosas y lujuriosas garras de Cian, incluso si solo era por un momento o si tan solo se trataba de un simple espejismo de seguridad del que deseaba disfrutar. Engañarse a uno mismo es agradable y necesario en ocasiones como está, cuando la realidad no deja de ser más oscura con cada momento que pasa.
Las posadas y los aldeanos que encontraba eran cada vez menos amables, había una atmósfera tan gris, deprimente e iracunda ni siquiera una moneda de plata como propina podía arrancar una sonrisa de sus labios resquebrajados y sus ojos enrojecidos por el abuso y la desesperación. No les culpaba, de cierta forma, yo era responsable de su situación. Había organizado un ejército masivo, había despertado en sus señores la sed de la batalla y, en consecuencia, habían subido los impuestos y perdido parte de sus cosechas. Pocos meses nos separaban ya del invierno, muchos enfrentarían una muerte agónica en manos del hambre y el frío.
—¿La mansión del sastre y su amante? —espetó un granjero a través de sus dientes podridos—. Si, unos kilómetros al norte, va por buen camino.
Miré sus cultivos, apenas empezaban a surgir de la tierra, una tierra seca y desnutrida. Suspiré y le arrojé dos monedas de oro.
—Compra algo de comida para el invierno —indiqué al ver que miraba en dirección a la taberna.
—Moriremos de igual manera si Lamond y su señorito no logran cerrar el año con buenas ganancias. —Se encogió de hombros—. Si voy a morir prefiero llevarme un buen recuerdo.
Después de aquellas palabras me limité a seguir sus indicaciones y alcancé los terrenos de Lamond y Humbaud justo al atardecer. Ambos compartían una gigantesca mansión ubicada justo a la salida de una pequeña villa y si las palabras del granjero eran solo un ejemplo de lo que murmuraba el poblado, no paraban de estar en boca de todos y solo su generoso apoyo a los más necesitados y sus esposas ahogaban las más feroces sospechas.
Levanté la cabeza y estiré mi cuello, faltaba poco para reunirme con ella, mi estómago saltó de emoción, la primera positiva en semanas. Jadiet estaría a salvo detrás de las paredes de aquel lugar ¿habrían cambiado sus sentimientos hacia mí? Habíamos estado separadas muchos días, quizás la pasión había acabado de su parte, quizás sus sentimientos ya no eran iguales y si no era así, en cuanto tuviera conocimiento de lo que había hecho, de seguro lo harían. Miré a mi alrededor para apartar las lágrimas de mis ojos. Una guerrera como yo, con tanto por lo cual responder no tenía derecho a llorar.
Me distraje con el sol, este se ocultaba a mi izquierda y tintaba el cielo de color carmesí y resaltaba algunas nubes púrpuras amenazadoras. Si se daban las condiciones, de seguro en la noche tendríamos una tormenta de verano, la primera del año.
Avancé al trote, vigilante de mi entorno. Todo estaba muy tranquilo, árboles frutales franqueaban el camino, así como algunos arbustos cubiertos de bayas. No había guardias, solo el cálido canto de despedida de los pájaros, pronto se retirarían a dormir. Froté mis ojos con los dedos de una mano. Dormir parecía un lujo lejano. En las ruidosas posadas era imposible conciliar el sueño e incluso en la calma del monte, mi mente se encontraba tan llena de pensamientos disonantes que bien podía encontrarme en medio de una multitudinaria fiesta. No había paz para mí y en cierta forma lo merecía.
Noté un cambio en el ambiente, los pájaros dejaron de cantar y el viento pareció detenerse. Bajé un poco el brazo para observar el camino cuando lo escuché, el inconfundible sisear de una cuerda al ser liberada de su tensión. Segundos después experimenté la helada sensación de una flecha al romper el aire junto a mi oreja.
Desperté de mi ensimismamiento por completo, me agaché sobre el lomo de Galeón, deslicé una pierna y desmonté con rapidez. Llevé mi mano derecha a la empuñadura de mi espada y con la izquierda liberé mi escudo de mi espalda. Oculta entre los arbustos, con el escudo frente a mí, era lo más segura que podía estar. Lo escuché de nuevo, una flecha al ser disparada, esta vez sentí el poderoso golpe sobre mi antebrazo y el crujido de mi escudo. Miré su superficie, había algo raro en aquella flecha.
Llevaba atada una rosa roja, con un tallo libre de espinas. Liberé la rosa y la llevé a mi nariz, su dulce aroma era más que bienvenido.
—Supongo que he mejorado, ¿No es así, Sianis? —. Aquella voz, mi corazón se aceleró y mi estómago dio un salto al reconocer a la dueña.
—¿Jadiet? —inquirí a la par que abandonaba mi escondite.
—Te atrapó, hermana. Eres una presa fácil —bromeó Sianis a modo de saludo.
No tuve tiempo a responder. Un cuerpo menudo y demasiado fuerte para tal tamaño impactó contra el mío. Dos brazos rodearon mi cuello y un par de labios reclamaron los míos con el frenesí de una ansiada reunión.
—Regresaste —susurró contra ellos—. Regresaste a mí. —Se separó un par de centímetros para sonreír y suspirar—. No sabes lo feliz que me siento, esto es... sabía que... —sollozos incontrolables rompieron sus palabras. No le quedó más opción que ocultar su rostro en mi cuello y aferrarse a mi cuerpo como si su vida dependiera de ello.
—Jadiet, tranquila, mi amor. —Enterré mi nariz en su cabello y disfruté de su dulce aroma. Hogar y seguridad, esa era la magia de su fragancia. Las voces y las dudas que poblaban mi mente desaparecieron por completo, así como el temblor de mis manos y el profundo terror que anidaba en lo profundo de mi pecho—. Estoy aquí y no me iré a ningún lado.
—¿Te gustó mi rosa? —Sorbió por la nariz y señaló la flor que aún sujetaba entre mis dedos.
—¿Fuiste tú? —inquirí dividida entre las ganas de gritarle por arriesgar mi vida y el orgullo por tal muestra de habilidad—. Fue asombroso.
—Tiene un talento natural para el arco y la espada —intervino Sianis—. Es un auténtico diamante en bruto.
Las mejillas de Jadiet se encendieron como respuesta, bajó la mirada y rascó el suelo con sus botas. Rodeé su cintura con mis brazos y la acerqué aún más a mí. Con cada latido de mi corazón explotaba un gran y cálido sentimiento en mi pecho. Por primera vez en semanas una sonrisa se formó en mis labios.
—Estoy orgullosa de ti, Jadiet. —Besé su frente—. Cada vez me sorprendes más.
—Ugh, demasiado amor, babosas. —Sianis sacudió una de sus manos en nuestra dirección, como si con aquel movimiento pudiera alejar los sentimientos que desprendíamos—. Lamond y Humbaud se encuentran fuera haciendo negocios, no regresarán hasta pasado mañana. Tenemos la mansión para nosotras.
—¿No tienes sirvientes? —inquirí.
—Oh, no viven con nosotros. Solo vienen algunos días a la semana a limpiar y cuidar de los establos y el jardín. Mi dulce Avelin disfruta mucho de las labores domésticas, es muy hábil en la cocina.
—Los opuestos se atraen —bromear con Sianis era sencillo, demasiado. Una oleada de veneno llenó mi boca. No merecía las bromas y las risas, no era digna de la calidez de un encuentro así.
—¡Ey! Solo las intoxiqué una vez —bufó.
Sus palabras arrancaron amados y dolorosos recuerdos del fondo de mi corazón. Noches compartidas junto al calor de una fogata y bajo un manto cubierto de estrellas. Noches de risas donde la única preocupación era encontrar un par de conejos para cenar o robar en el mercado sin ser descubiertas.
—¿Por qué no vamos al baño? Estoy segura que quieres relajarte un poco antes de la cena —intervino Jadiet. Abrazó uno de mis brazos y se colgó de él—. Eso le dará tiempo a Avelin a terminar su obra maestra.
—Y a ustedes un ansiado reencuentro. Y aquí estaba yo, retrasando el momento. —Sianis negó con la cabeza y esperó a que Jadiet liberara mi brazo y tomara las riendas de Galeón para rodearme con un brazo—. Sé que no fue sencillo, Inava, si necesitas hablar estoy aquí para ti. No te diré que no debes culparte de nada porque solo tú sabes los límites que habrás tenido que superar, solo ten presente el gran objetivo.
—¿Qué es el bien mayor comparado con mi alma? —suspiré.
—Deja que esa pequeña bola de luz te ayude a encontrar el camino de regreso —señaló a Jadiet—, es maravillosa, un poco ocurrente y demasiado determinada para su bien. La Gran Madre sabe toda la paciencia que necesité para enseñarle y no darle una clase de primera mano en disciplina de Calixtho —suspiró como si en lugar de veinte años tuviera ochenta—, pero es una joya en bruto. Con un poco de entrenamiento será una guerrera de primera.
—La quiero alejada de las armas, yo... —Las emociones se arremolinaron en mi garganta y me impidieron hablar ¿qué podía decir? ¿Que la odiaba por entrenar a Jadiet? ¿Por mostrarle un camino diferente a su destino de abnegada madre y mujer de familia? De eso ya me había encargado yo.
—Amiga, dos cosas —interrumpió Sianis con seriedad—, no puedes decidir por ella y segundo, no es un mundo en el que estés segura sin saber manejar al menos una sencilla daga.
—Solo está emocionada porque por primera vez puede hacer algo diferente a bordar, cocinar, limpiar y lucir bonita. —Si Jadiet me escuchaba sería mujer muerta. No solía pensar así de ella, pero su repentino gusto por las armas y su habilidad me dejaba abandonada en un terreno lleno de profundas ciénagas.
—Nah, esa etapa la superó hace mucho tiempo contigo. Creo que encontró en la espada y el arco su camino —Sianis guiñó un ojo en mi dirección—, no te atrevas a cortarle las alas —agregó con severidad.
—No se me ocurriría. Es solo que... —miré mis guanteletes, la sangre seca aún resaltaba en las costuras—, no quiero que lleve este tipo de vida.
—Cuando tu vida y tu libertad se encuentran en riesgo constante, es el único camino que asegura tu libre albedrío.
—Eneth me ordenó matar a cientos de personas, tuve que convertirme en la rata de Cian y he condenado a decenas de personas a muertes horribles. No parece libre albedrío para mí —mascullé. Aunque dolía hablar sobre ello, había un dejo de calma y alivio al final, como si mi corazón respirara y pudiera bombear sangre de nuevo con normalidad.
—Lo de Eneth lo entiendes, eres una guerrera y ella tu comandante. Tu obedeces sus órdenes. Lo de Cian... estoy segura que fue una decisión basada en tu seguridad y en esta misión, contar con menos nobles que derrotar es una ventaja táctica increíble, Jadiet.
—No estaba pensando en ventajas tácticas en ese momento —gruñí, la bilis subió a mi garganta y abrasó la piel con su ardiente amargura—. Solo estaba pensando en su seguridad. —Señalé con mi barbilla a Jadiet—. Solo pensaba en ella y en como Cian la tiene en la mira.
—Sigue siendo una buena decisión —repuso Sianis. Habíamos llegado a los establos. Jadiet se adelantó a nosotras y retiró la silla de Galeón para luego conducirlo a una de las cuadras. Me concentré en su trabajo, servía generosas cantidades de avena y alfalfa en un cubo mientras con su mano libre acariciaba el cuello de un Galeón cada vez más desesperado.
—Fue una decisión egoísta —dije por fin.
—Fue una decisión tomada desde el corazón, eso jamás será egoísta.
—Si afectas inocentes... —Negué con la cabeza y de nuevo me vi obligada a contener las arcadas que recorrían mi estómago y amenazaban con partir mi cuerpo a la mitad.
—Inava, esos inocentes que dices han destruido nuestras vidas por generaciones —exclamó exasperada.
—Muchos de ellos solo son niños o mujeres inocentes —gemí. La simple idea era insoportable.
—Los niños pueden ser inocentes, quizás algunas mujeres, pero no todas, Inava. Muchas han contribuido a este cruel régimen más de lo que podrías imaginar —rio con amargura—. Actuar como una mujer de clase alta, mas no de la nobleza, me ha dado un vistazo de ese mundo falso que quiero olvidar. Hay días que desearía arrancarme los ojos e introducir fierros ardientes en mis oídos —sacudió la cabeza con desesperación, como si al no poder llevar a cabo aquella tarea deseara tirar sus orejas y ojos por la fuerza de sus movimientos—, ¿tienes una enemiga? planta pruebas de que es una bruja, ¿tu marido se acuesta con alguna sirvienta? acúsala de traición y condénala a una muerte horrible, ¿quieres que tu marido tome las tierras y posiciones de algún general? sedúcelo y luego acude con tu marido, una jugada riesgosa, pero beneficiosa si sale bien.
—Eso es...
—Lo que quiero decir, es que si bien no somos nadie para decidir quién vive o quién muere, lo cierto es que en algún punto de nuestras vidas solo somos herramientas para llevar justicia allí donde es necesaria.
—¿Herramientas de quién? ¿De Eneth? —bufé mientras pateaba un montículo de paja.
—O quizás de algo más —Sianis miró hacia el cielo—. De la Gran Madre, de Ilys, de Lusiun o lo que sea que hay ahí fuera.
—Es una buena manera de quitarse la responsabilidad —gruñí—. No fui yo, un dios invisible me utilizó para impartir justicia —canturreé.
—Tienes razón, es una razón idiota si lo piensas bien —Sianis suspiró y negó con la cabeza—. Solo sé que no puedes dejar que esto te coma la cabeza, amiga. Cumpliste con tu deber y ya. Tu deber se queda donde dejas esa armadura —Dio un par de golpes en mi armadura con su puño—, y creo que Jadiet quiere dejarla en el suelo —señaló con la barbilla a Jadiet.
Seguí su indicación y encontré a Jadiet sentada con desenfado sobre una de las paredes de la cuadra de Galeón. Estaba hermosa, con algunos mechones despeinados rodeando su rostro, la camisa de lino azul abierta sobre su pecho y los pantalones cayendo de manera perfecta sobre sus caderas.
—Y esa es mi señal para retirarme. Diría que las esperaremos para cenar, pero es evidente que no llegarán a tiempo —dijo Sianis mientras guiñaba un ojo. Luego su expresión se ensombreció y agregó—: es una mujer valiente, Inava. Ha logrado pensar por sí misma en un mundo en el cual te arrancan la mente de raíz. Esa es su mayor fortaleza, no te atrevas nunca a decidir por ella.
Apenas escuché sus palabras. Mi mente parecía perdida en algún punto entre los ojos de Jadiet y sus labios. Con una última palmada a mis hombros Sianis desapareció de la escena. Esa fue la señal para que Jadiet saltara fuera de la pared y cayera con elegancia felina en el suelo. Sianis tenía razón, había sangre guerrera en sus venas, una habilidad única que debía nutrir.
—Hasta que al fin nos dejan solas —sonrió con cierto nerviosismo y recorrió las marcas de mi armadura con la punta de sus dedos— ¿Qué deseas, mi guerrera?
—Quiero muchas cosas, pero todo deseo mundano ha desaparecido al verte —confesé y rodeé su cintura con mis brazos—. Deseo estar a tu lado —confesé.
—Entonces lo estaremos, en el baño. Sianis y Avelin lo prepararon. No sé cómo pude vivir tanto tiempo sin conocer un auténtico baño de Calixtho —dijo con voz soñadora.
La simple mención de tal lujo me recordó la aparente tonelada de suciedad que se acumulaba en mi piel y por un instante tuve que resistir la tentación de rascarme como una salvaje sin modales. Por suerte me vi a salvo de tal lucha en cuanto tomó un de mis manos y tiró de mí en dirección a la puerta doble que daba al interior de la mansión.
—¿Baño de Calixtho? —inquirí con un grito poco digno ante su gesto.
—Es un lujo al que decidieron arriesgarse Lamond y Humbaud. Es mucho mejor que andar por allí cubiertos de llagas o enfermos.
Observé a Jadiet mientras dejaba que me guiara a lo largo de aquel laberinto de pasillos, cuadros al óleo y exceso de floreros. ¿Dónde estaba la chica que creía a rajatabla que los baños eran una muestra de vanidad hacia un cuerpo que no era suyo sino una herramienta para complacer a Lusiun? Si bien había adoptado mis costumbres con facilidad, aún podía ver en sus ojos la duda y la lucha contra sus creencias cada vez que debía enfrentar la tina. ¿Habría cambiado también en lo que se refería a las expresiones de amor?
Estaba segura de su amor, de su deseo por mí y, sin embargo, odiaba esa pequeña luz de duda que siempre se encontraba al fondo de sus ojos. En esos momentos no podía evitar sentirme como una terrible persona, alguien que manipulaba a una inocente criatura con el fin de obtener placer carnal a su antojo.
El suave impacto del vapor contra mi rostro me arrancó de aquella espiral de dudas y preguntas sin respuesta. Por primera vez en días experimentaba el dulce aroma de las especias y no la peste de los caballos, el sudor, la sangre y los desechos humanos.
Miré a mi alrededor, debíamos de estar del otro lado de la mansión, del lado de sotavento, un diseño que aislaba el baño del impacto de los elementos, en especial de las ventiscas de invierno. Las paredes eran de piedra pulida, con pequeños estantes de madera llenos de frascos de vidrio de formas variadas y contenidos de todos los colores posibles. En el rincón más alejado había algunos bancos y otras estanterías con toallas y cestas para dejar la ropa.
Di un brinco cuando sentí dos manos rodear mi cintura y empezar a trabajar los broches de mi peto. Jadiet rio y dejó un beso en mi mejilla, sus labios permanecieron contra mi piel un par de segundos más de lo necesario.
—Pensé que regresarías a mi deseando con locura mi contacto y, sin embargo, aquí estás, entre mis brazos, dando saltos como un gato asustado. No dejas de sorprenderme, Inava —con un tintineo mi peto se separó de mi torso. Mis hombros suspiraron de alivio al sentirse libres de su peso.
—Me asustaste —confesé.
—Solo estamos tú y yo, no hay nadie más en este lugar. —Desató mi talabarte y el cinturón con el que sujetaba en su lugar la falda de loriga, sujetó el borde de la cota de malla y la levantó sin esfuerzo sobre mi cabeza y mis brazos—. Puedes hablar si lo deseas, puedes callar también, lo que sea que hagas, Inava, lo entenderé —Miró mis ojos con intensidad—, quiero que te sientas segura conmigo.
Asentí hechizada por la decisión y fiereza en sus ojos. Me regaló una sonrisa y empezó a trabajar en los botones del gambesón, una vez estuvo libre, lo deslizó fuera de mi cuerpo y recorrió con una mano la sencilla camisa de lino que llevaba debajo. Mi piel recibió sus caricias con hambre, un sonoro ronroneo dejó mis labios, Jadiet sonrió en respuesta y tomó mis manos.
—Aprendí muchas cosas mientras estuviste fuera —uno a uno liberó los cordones que mantenían cerrados mis brazales, deslizó fuera los guanteletes y finalmente se arrodilló frente a mí.
El fuego dormido en mi vientre despertó ante aquella imagen. Jadiet levantó una ceja al verme, sin duda divertida ante el sonrojo que poco a poco cubría mis mejillas.
—Tienes una interesante imaginación —bromeó mientras liberaba con lentitud las guardas de mis muslos, mis pantorrillas y rodillas. Sus dedos recorrieron mis piernas en un suave masaje, la sangre recorrió mis extremidades, dejando a su paso una insoportable y a la vez, deliciosa sensación de cosquilleo. Sus manos se dirigieron entonces a los cordones que mantenían los pantalones ceñidos a mis caderas, de un tirón y antes que pudiera reaccionar, ya se acumulaban sobre mis botas.
La mirada de Jadiet buscó la mía, esta vez fue casi imposible no gemir ante el fuego y el deseo que consumía sus ojos como un incendio desbocado. Su deseo era mi deseo, tiré de la camisa por encima de mi cabeza y me deshice de los vendajes de mi pecho. Gemí al sentir mis pechos libres de la presión y en contacto con el húmedo ambiente del baño, de inmediato sentí las manos de Jadiet sobre ellos, sus dedos recorrían los bordes en un masaje más que bienvenido. Tiré mi cabeza hacia atrás para experimentar mejor tan gloriosa sensación.
Regresé a la realidad cuando sus dedos abandonaron mis pechos y se refugiaron en el borde de mis calzones. Con una sonrisita traviesa tiró de ellos y los atrapó entre sus dientes.
—¡Jadiet! —exclamé escandalizada, pero no había vuelta atrás, deslizó la prenda fuera de mis piernas y la arrojó a algún oscuro rincón del baño.
—Báñate ya, te he extrañado demasiado —dijo para luego empujar mis hombros con fuerza. La parte trasera de mis rodillas hizo contacto con el borde de la tina y sin que pudiera evitarlo mi cuerpo se hundió en el agua perfumada. Canela y miel inundaron mi boca y mis sentidos por unos instantes. Al surgir fuera del agua ya no me rodeaban los baños de la mansión, sino los fríos baños del campamento y no era Jadiet quien se encontraba junto a mí. Era Yelalla, con su sonrisa amplia y sus amables ojos azules.
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