Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

El libro

El tiempo se detuvo a mi alrededor, todo desapareció y me encontré a solas con aquel dichoso libro y Jadiet, quien parecía no notar mi presencia y no dejaba de admirar las explícitas ilustraciones.

Por un instante sentí el repentino deseo de arrancar aquel ominoso libro de sus manos, incluso extendí mis brazos para hacerlo, pero me contuve. Jadiet tenía razón, había pasado toda su vida escuchando órdenes, viviendo según las reglas de los demás ¿qué derecho tenía yo de decirle lo que debía o no debía hacer? Crucé los brazos para contener la tentación y suspiré.

Jadiet miró con atención una de las ilustraciones, rodé los ojos y traté de controlar el sonrojo que buscaba dominar mi rostro. Se trataba de dos chicas, una sentada sobre las piernas de la otra, disfrutando de un placer único. El artista tenía mi admiración, había dibujado al detalle las expresiones de entrega y pasión en el rostro de aquellas mujeres, así como las reacciones de sus cuerpos, las espaldas arqueadas, las caderas deseosas. Pronto me encontré admirando aquella imagen tal y como lo hacía Jadiet.

No pude evitar dibujarnos en esa situación, mi respiración se aceleró, no podía llevar suficiente aire a mi cuerpo, no cuando mi mente estaba concentrada imaginando aquella escena. Podía sentir su peso en mi regazo, sus muslos presionando los míos, el roce de su centro, su humedad, su calor. Un ardiente deseo nació en mi vientre, me vi obligada a cerrar las piernas para obtener un poco de alivio, era lo único que parecía calmar aquellas llamas que amenazaban con expandirse y lo peor, era que no podía controlarme, no podía dejar de soñar despierta. La Jadiet de mis fantasías se tensaba sobre mí, envolvía mis dedos en su calor, cabalgaba con frenesí y se dejaba perder ante mi atenta mirada.

Regresé a la realidad con un jadeo, cerré mis ojos durante un momento, no me atrevía a ver a Jadiet a la cara, no cuando la había imaginado en tan comprometedora situación. Debí de alertarla con aquel resoplido, porque en un instante notó mi presencia y clavó sus ojos en los míos. Entré en pánico, ¿le habría dado asco lo que veía? No, por supuesto que no. Su cuerpo gritaba lo contario, estaba sonrojada. Claro, criada en un sistema tan cerrado como el de Luthier, probablemente no conocía ni su propio cuerpo. Quizás las imágenes le daban curiosidad, pero las acciones en ella podrían aterrarla, asquearla. Cerré los ojos y me preparé para su rechazo, podía sentir como mi corazón se rompía, podía escuchar sus palabras acusadoras, sus quejas. Como buena guerrera reuní valor, como en una batalla, lo mejor era lanzarse de cabeza, con la espada en alto y esperar salir con vida de aquel pandemónium.

Al abrir mis ojos me encontré con una situación que reavivó las brasas y alejó por completo el miedo de mi pecho. Jadiet admiraba la escena de nuevo y rozaba con su dedo las letras que describían la posición y lo que podías hacer en ella, frunció el entrecejo tratando de entender lo que allí se mostraba, pero lo que en su rostro era una escena enternecedora pasaba a convertirse en un verdadero infierno en sus piernas. Había cruzado sus pies, cerraba sus muslos con tanta fuerza que estaba segura que, de haber colado mis manos allí, no podría sacarlas ni con toda la fuerza del mundo.

—¿Sabes hacer algo como esto? —inquirió con la voz rota de deseo.

—¿Yo? Pues... —Me había atrapado como un ciervo en medio de una partida de caza.

—Es curioso —jadeó—. Me siento tan... extraña.

—¿Solo extraña? —quise confirmar.

—Bueno, se siente bien —admitió—. Es cálido y desesperante. —Sus ojos se encontraron con los míos y pude ver el hambre y el deseo en ellos. Sin previo aviso extendió una mano en mi dirección, clavó sus dedos en el cuello de mi camisa y tiró de mí. Trastabillé y como pude me dejé caer sobre ella. Atrapé mi peso con mis manos a cada lado de su cabeza, justo en el reposabrazos acolchado. Una de sus manos se enroscó alrededor de mi nuca y con ansias llevó mis labios a los suyos.

Nos encontramos con un jadeo y un gemido compartido. Nos dejamos llevar por lo que sentíamos en ese momento, abrí mi boca y permití que dominara aquel beso, que se llevara todo de mí y no lo devolviera, era suyo para reclamar. Sintiendo mi entrega, su mano dejó mi cuello y se concentró en desabrochar el gambesón, pronto la sentí recorrer mi pecho, sus dedos delineaban mis senos con pasadas cada vez más atrevidas, mis pezones se endurecieron al instante y en cuanto lo descubrió, sonrió en el beso y los acarició con la yema de sus dedos.

—¡Jadiet! —Una oleada de vergüenza me invadió, un único roce de sus manos y me había convertido en una bola de arcilla suave y maleable.

—Eso es nuevo —murmuró contra mis labios—. Creo que me quedaré con esto. —Me dio un par de golpecitos en la frente con el libro, su mirada brillaba con una mezcla de emociones. Se le notaba satisfecha, curiosa y a la vez, nerviosa.

Dejé un último beso sobre sus labios y me aparté para que pudiera levantarse. Con sus manos estiró las arrugas de su falda, luego entrelazó sus dedos con los míos y acto seguido, tiró de mi hacia nuestra habitación.

—Jadiet, espera —pedí en cuanto cerró la puerta a nuestras espaldas, pero no me escuchó, simplemente presionó su cuerpo contra el mío, dejándome atrapada entre ella y la puerta. Sus manos se apoyaron en la madera, junto a mis hombros. Estar cautiva nunca se había sentido tan bien. Pese a nuestra diferencia de alturas, en ese instante Jadiet parecía superarme, no importaba si me veía desde abajo, la fuerza detrás de su expresión era suficiente para hacerme sentir a sus pies.

Esta vez sus labios atacaron mi cuello, incliné mi cabeza casi de inmediato. Necesitaba sentirla en toda mi piel, que la reclamara a su gusto. Mis piernas empezaron a temblar, el fuego en mi cuello viajó por todo mi cuerpo y se concentró en mi vientre. Gemí y jadeé, mis manos encontraron la cadera de Jadiet y allí se clavaron, tirando de ella para unir nuestros cuerpos. La quería cerca, si cada centímetro de nosotras no se encontraba en contacto, explotaría en ese mismo instante.

Sentí a Jadiet sonreír contra mi cuello, como si supiera algo que yo no y pronto descubrí que era. Con un pie separó mis piernas, solo para dejar que su muslo hiciera contacto con mi centro. La explosión de sensaciones me hizo echar la cabeza hacia atrás, el estruendo poco nos importó, solo quería que siguiera, que no se detuviera, porque si lo hacía, iba a morir.

De nuevo, Jadiet se separó de mí. Jadeaba, sus mejillas, su cuello y su pecho estaban enrojecidos. Miró el libro en el suelo y se agachó a recogerlo. Al levantarse, la timidez y el nerviosismo habían regresado a su expresión. Aquello apagó por completo el descontrol que reinaba en mi cuerpo, recuperé el sentido lo suficiente como para tomar su mano y regalarle un apretón delicado para reconfortarla.

—Muestra muchas cosas —susurró mientras sacudía el libro—, algunas de ellas no las entiendo del todo y pensé que... al probarlas las entendería, pero luego sentí esto —señaló su pecho—, esta sensación que no entiendo del todo y que... —Ahogó sus palabras con un suspiro. No soportaba verla así, pequeña y perdida, por lo que traté de acunar su rostro con mi mano, pero ella solo retrocedió y se encogió en si misma—. Lo siento, lamento haberte provocado así, solo detente, por favor.

—Jadiet —susurré, mi corazón hecho pedazos —. Sabes que jamás haría algo que no quisieras.

—Eres tan grande y fuerte y... pensé, por un momento pensé que había ido demasiado lejos. Sería tan sencillo para ti el dejarte llevar, el hacer algo...

—Que tenga la fuerza para hacer algo que no quieras no significa que lo haría —sentencié con firmeza—. No importa lo lejos que quieras llegar, no es correcto que yo siga sin tu consentimiento.

Jadiet frunció el ceño y asintió, casi podía escucharla pensar. Aparté los mechones de cabello empapado por sudor que se acumulaban en su frente y para mi alivio no se alejó, al contrario, inclinó su cabeza buscando el contacto y el confort que mis caricias le brindaban.

—En Luthier no es así —murmuró más para sí misma—. Quiero decir, desde chica te dicen que cualquier cosa provoca a los hombres y que si haces algo y ellos reaccionan, pues es tu culpa y simplemente debes aceptar lo que suceda. Entonces, no pude evitar pensar que...

—¿Que sería igual que ellos? —inquirí, no pude evitarlo y la rabia que sentí ante sus palabras se coló en mi voz. Lo lamenté al instante, al verla encogerse sobre sí. Rodeé su cuerpo con mis brazos, deseando protegerla de los demonios que se encontraban en su mente, porque los que acechaban en el exterior bien podían sucumbir ante mi espada—. Lo siento, me enervan sus actitudes, no sabes cuánto deseo liberar estas tierras de una vez por todas.

—Lo harás —sentenció con la seguridad que ni yo misma sentía—. Lo haremos —me miró a los ojos—, quiero ir a esa reunión tuya con el rey, quizás pueda hacer mi parte. Por favor, no me dejes fuera de esto —rogó.

—Está bien —contra todos mis deseos acepté. No podía mantenerla alejada, no cuando ella no quería hacerse a un lado. Esta era su lucha tanto como la mía.

Después de aquel acuerdo tácito, decidimos prepararnos para dormir, o al menos, para ir a la cama. No me quedé en ropa interior, sentí que no era correcto, no después de todo lo que había pasado entre nosotras. Quería que Jadiet estuviera cómoda a mi alrededor, no nerviosa, esperando el ataque de mis bajas pasiones.

—Eso no es justo —protestó tan pronto me vio ingresar bajo las sábanas vestida con una camisa de lino suelta y pantalones del mismo material.

—Pensé que estarías incómoda.

—Incómoda estoy ahora ¿me estás castigando por algo? —bufó y formó un puchero demasiado tierno como para no besarlo.

—Bueno, ya que lo dices... —fingí pensar—, alguien se estuvo portando mal hoy.

—No es justo, yo ya me expliqué —espetó mientras se cruzaba de brazos y giraba para darme la espalda.

—Solo bromeo. —Me apresuré a confesar, no quería que estuviera enfadada conmigo. Dolía, no era agradable. Rodeé su cintura con mis brazos y uní nuestros cuerpos—. Solo pensé que estarías más cómoda así —admití.

—Sé que puedo parecer débil en ocasiones, en especial si huyo como cobarde ante ciertas situaciones —dijo mientras jugaba con mis dedos—. Sin embargo, eso no quiere decir que vaya a escapar de ti o de estos momentos. —Sus dedos subieron por mi antebrazo. Me sentí querida y arrullada, aunque era yo quien buscaba brindar tales sensaciones a Jadiet.

—Bien, entonces esto se va fuera —acepté. Traté de soltarla para quitarme la camisa, pero sus manos sujetaron las mías y me detuvieron.

—No, así estoy bien. No me sueltes —masculló.

No pude contener una risita, besé su cuello y permanecí en aquella posición. Nada ni nadie me habrían arrancado de ella. Ni siquiera el peligro más apremiante y mortal. Era un privilegio la oportunidad de tenerla entre mis brazos, de ser envuelta por su dulce aroma, un regalo que no había experimentado nunca y que jamás dejaría ir.

—Nunca pensé que dos mujeres podrían hacer todo lo que se describe en ese libro —admitió con cierta premura, como si la vergüenza acelerara su lengua— ¿Todo eso es posible? ¿Por qué lo hacen?

—¿Cómo te sentiste cuando me lo hacías? —inquirí. La mejor maestra era la experiencia y no tenía palabras para explicarle algo que solo conocía en teoría y que apenas estaba descubriendo con ella.

—Bien, extrañamente bien y poderosa, como si tu... tu fueras solo mía y fuera un privilegio, un regalo tener la oportunidad de hacerte sentir así —confesó entre tartamudeos—. También podía sentirlo, justo aquí —señaló su pecho—, y aquí —tomó mi mano y la llevó hasta su vientre—. No sabía que podía sentirse así.

—Puede sentirse mil veces mejor —acaricié su pubis con suavidad, con un roce tan delicado como el de un diente de león al besar la piel. Jadiet reaccionó al instante, presionando su vientre contra mi mano con insistencia.

—Es, es algo increíble —admitió—, pero aún no siento que debamos... que debamos explorar más allá.

—Está bien, yo tampoco me siento muy lista —confesé—. Podemos ir a paso lento. Ese libro que lees tiene mucha información útil respecto al tema, más allá de las imágenes.

Las orejas de Jadiet se tornaron tan rojas como sus labios. Ocultó su rostro en la almohada y gruñó.

—No soy una pervertida —dijo contra el relleno—. Solo puedo reconocer algunas letras y las imágenes eran lo único que podía entretenerme y...

—Vaya entretenimiento —bromeé.

—¡Cállate! —gruñó.

—Vamos, no tienes que sentirte tan avergonzada. Yo ya leí ese libro en mi juventud, en Calixtho. Era de los más solicitados en la biblioteca pública, solo podíamos tenerlo por un día o dos y solo te daban permiso a sacarlo cuando te hacías mujer, así que debías sortear una larga lista de espera.

—¿Biblioteca pública? ¿tienen libros gratis para que las personas puedan leerlos? —jadeó sorprendida.

—Claro, una población educada es fuerte, puede luchar por sus derechos porque los conoce, puede desarrollar nuevas tecnologías porque conoce las bases de lo ya creado. Un reino solo se desarrolla si su población tiene los conocimientos necesarios para construirlo.

—Suena maravilloso. —Tras unos segundos de contemplación, continuó—, entonces ¿puedes leer este libro cuando sangras por primera vez?

—Sí. Si, tienes menos de catorce años, necesitas permiso de tus padres, ya después puedes consultarlo cuando quieras. Igual con los chicos, al cumplir los catorce pueden leerlo.

Jadiet sacó el libro de debajo de la almohada y pasó las páginas, encontró la sección dedicada a las parejas de chicos y chicas, o naturales como se les decía en Calixtho a modo ciertamente despectivo, ignoró aquella sección como si las hojas quemaran y terminó en la sección para parejas masculinas del mismo sexo.

—Oh —jadeó—. Con que así lo hacen.

—¿No tenías ni idea?

—Una muy lejana —aceptó, su rostro hervía cada vez más con cada nueva ilustración—. Se ve... doloroso.

—Por eso recomiendan el uso de aceites. No se mojan al excitarse como nosotras —expliqué. Mis mejillas empezaban a encenderse. Me gustaba explicarle todo lo que desconocía, pero había límites que rozaban y jugaban con mi vergüenza.

—¿Eso que sentí al ver la sección para mujeres... estaba excitada? Pensaba que había algo mal conmigo, que se había adelantado o...

—Sí, todo eso y más lo explica el libro, así que, si quieres conocerlo todo, deberás aprender a leer pronto.

—Pero tú puedes explicármelo.

—¿Y arruinarte la diversión? No.

—Pero...

—Vamos a dormir, y escóndelo bien. Tengo la impresión que es un libro prohibido que puede costarnos la cabeza.

Jadiet resopló y escondió el libro entre el colchón y el cabecero de la cama. Luego apagó las velas con un soplido apresurado y volvió a su lugar en mis brazos.

—Los sirvientes ya no hacen la cama, lo dejan en mis manos —explicó—. Por eso escondí tus pergaminos allí. Nadie los encontrará.

—Busca un mejor lugar, no sabemos quién pueda tratar de perjudicarnos —dije con premura. Le cedería aquella delicada responsabilidad, ella quería ayudar con la causa y yo la haría partícipe de todo aquello que no representara un riesgo para su vida, si es que algo así existía.

—Lo haré.

—Bien, a dormir, mañana empiezas tus lecciones con Ureil. Tengo la certeza de que es un buen muchacho. Será un buen maestro para ti.

—Buenas noches, Inava —susurró Jadiet, giró en mis brazos y depositó un beso en mis labios. Le respondí con una sonrisa y un beso. Ella solo buscó un lugar bajo mi cuello y suspiró. Su cuerpo se relajó.

Estaba por caer dormida cuando soltó una petición que heló mi sangre.

—Leeré, pero quiero aprender a pelear.

No le respondí. Esa era una promesa que no podía cumplir. Nadie enseñaba a su esposa a combatir y nombrar una guardaespaldas para ella ya había sido peligroso. Forcé mi mente a buscar una solución, quizás y podría enseñarle algunas cosas en la privacidad de nuestra habitación.

...

La respuesta del rey llegó al castillo mucho antes que mi respuesta a la petición de Jadiet. Eso último había generado una situación bastante molesta y tensa entre las dos y Ureil se veía atrapado entre los dos ejércitos. Jadiet se aseguraba de ser extra molesta con él y de provocar problemas cada que podía.

—Vendrás al palacio conmigo —sentencié mientras enrollaba el caro pergamino con la respuesta y el sello real sobre su superficie—. El rey accedió a una reunión de la corte y eso incluye esposas e hijos con la capacidad de levantar una espada.

Jadiet respondió con un resoplido. Ojeaba un nuevo libro, esta vez de geografía. Los mapas le resultaban interesantes.

—Será un viaje de una semana en carruaje —advertí—. Prepara ropa cómoda y un vestido elegante.

Jadiet apartó la mirada del libro y sonrió, no lo hizo con dulzura o por felicidad, era una sonrisa atrevida, coqueta. Mi garganta se anudó en un instante y se negó a dejar pasar el aire a mis pulmones.

—Suena interesante, una semana en un carruaje, tú y yo, solas —levantó una ceja—, tendremos mucho tiempo para que me expliques qué dice ese libro y ¿quién sabe? Tal vez podamos practicar un poco —dijo con voz sedosa.

La perspectiva agitó mi cuerpo y mi mente. La mera idea era atractiva, una semana, juntas en un carruaje. Solo la Gran Madre sabía lo que podía pasar. Aun así, el nerviosismo me dominaba ¿qué travesuras podía inventar Jadiet por el camino?, en especial, si se trataba de temas sexuales. No, lo mejor era distraerla con algo más.

—Ugh, está bien, te enseñaré —cedí—. Pero solo en nuestra habitación.

—¡Si! Sabría que lo entenderías. —Dejó su lugar en el sillón para abalanzarse sobre mí y sentarse en mi regazo. Rodeé su cintura con mis brazos y besé su mejilla.

—Sí, pero con ciertas condiciones —advertí. Jadiet asintió con energía.

—No quiero quejas ni llantos, harás lo que yo te diga sin chistar y más importante aún, yo elegiré el arma que utilizarás —dije con seriedad.

Jadiet frunció el ceño y me miró con cierta preocupación. Parecía tomada por sorpresa, reí ante su inocencia y con un dedo di un par de golpecitos en su nariz.

—¿Crees que convertirte en una guerrera es fácil? Jadiet —acerqué mis labios a su oído y susurré—: no sabes en lo que te has metido.

Disfruté del escalofrío que recorrió su cuerpo ante mis palabras. Esperé unos instantes y dediqué una mordida al lóbulo de su oreja. No pude evitarlo, se veía demasiado apetecible. Jadiet dio un respingo y lo aprovechó para incorporarse y abandonar mi regazo.

—¡Debo estudiar geografía! —jadeó a toda prisa.

Reí por lo bajo. Estar con ella me hacía sentir ligera, feliz. Era como si su espíritu se fusionara con el mío y lo ayudara a volar, libre de todas las cargas. Con ella podía ser una joven despreocupada, podía jugar, podía divertirme y dar rienda suelta a mi verdadera yo. Sonreí, Jadiet era la mujer que tanto había esperado encontrar, incluso si disfrutaba creando problemas por doquier.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro