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El final de la cacería

El resto del verano pasó sobre nosotras llevando consigo calor y algunos incendios accidentales. Por suerte los cultivos y las vidas pudieron ser salvadas. Las amenazas y accidentes lejos de separarnos como comunidad, nos unían más y más. El pueblo había tomado el camino correcto después de mi discurso y no me había visto obligada a llevar adelante mis amenazas.

La sorpresa más importante del verano vino a nosotros de la mano de Sianis. Ella, Humbaud y Lamond visitaron Gaira para cenar con nosotros y pasar unos días discutiendo acuerdos comerciales, esa era la excusa oficial.

—Hanildra está por llegar —dijo Sianis dando brinquitos de alegría por todo el salón—. Dice que tiene grandes noticias para nosotros, noticias que aún en Luthier se desconocen.

—No puedo esperar a conocerla —aportó Avelin dando un sorbo al que era su tercer vaso de vino. Por alguna razón respiraba con prisa y sus labios temblaban, parecía dividida entre los nervios y la ansiedad. Si seguía jugando con el encaje de su vestido lo destrozaría.

—Ya la conoces por correspondencia, mi amor, estoy segura que todo estará bien —intervino Sianis.

—¿Y si no le gusto en persona? —inquirió con temor.

—Entonces llegaremos a algún acuerdo, pero puedo asegurarte que tus temores carecen de sentido.

—De sentido carece esta conversación —intervine—. No me malinterpreten, me encanta tenerlos aquí y cenar con ustedes, pero no comprendo, ¿por qué no enviar una carta? ¿Por qué enviar a Hanildra a mi feudo?

—La información que trae consigo es delicada. No podemos arriesgarnos a que caiga en manos equivocadas —respondió Lamond mientras estudiaba el mantel con ojo crítico.

—Es como todo el proceso de cambio en las creencias, lo hemos llevado con cautela, hasta ahora los marginados de los bosques han aceptado la nueva historia con brazos abiertos, en unos meses empezaremos con los granjeros de las fronteras —aportó Humbaud—. Todos aprenden a leer y escribir con mucha alegría, aunque las patrullas del rey y sus generales no dejan de ser un obstáculo para este esfuerzo.

—Creen que mientras más despreciables demuestren ser, más rápido Cian los convertirá en sus nuevos nobles —espetó Audry—. No se han metido con nuestra escuela porque se encuentra en el feudo.

—Haremos lo posible por llevarles la información, no nos detendremos, ¿verdad, Enael? —apuntó Ureil. Sus manos se recuperaban con lentitud, ahora podía sostener un vaso de vino y beber de él sin derramarlo sobre su camisa, un logro que celebraba siempre que podía. La comida era un desafío diferente.

—Por supuesto, Ureil, esta vez lo lograremos.

Dos golpes secos desde la puerta exterior nos sobresaltaron, Enael y yo desenvainamos y nos acercamos a ella. Aún no había suficientes jóvenes mayores de edad a los que pudiera nombrar como guerreros, por lo que estaba escasa de guardias para defender el feudo y prefería dejarlos en la periferia que rodeando el castillo sin hacer nada.

—Hace calor para ser inicios de otoño, abran la maldita puerta —espetó Hanildra desde el exterior.

Una gran sonrisa dominó mi rostro. Corrí el seguro y dejé pasar a Hanildra, detrás de ella venía mi madre. Me apresuré a darle un abrazo, tenerla cerca de mí era un alivio y aunque su valor me enorgullecía, no dejaba de preocuparme que se encontrara en el bosque viviendo junto a marginados y ladrones cuando podía vivir cómoda y segura en mi castillo.

—Solo me quedaré unos días, hija, sabes que tengo una misión que cumplir —dijo sobre mi hombro.

—Madre, deberías quedarte en mi feudo, nada tienes que hacer en el bosque.

—¡Tonterías! Tengo mucho que hacer. Desde que descubriste ese pergamino he pasado estas semanas compartiendo las buenas nuevas con mis compañeros. Convencerlos de participar en este esfuerzo es complicado, muchos prefieren quedarse en la seguridad del bosque, pero otros se han animado a convertirse en monjes del nuevo orden, pronto dominaremos los pueblos, ya lo verás.

Me dejé contagiar por su buena energía y asentí, di media vuelta para permitirle ingresar al salón cuando me encontré con una escena curiosa.

Hanildra, la misma Hanildra que protestaba por todo, no creía en el amor y era una ferviente creyente en la filosofía del "moriremos todas" abrazaba y besaba a una sorprendida Avelin, que ni corta ni perezosa correspondía a su cariño con besos aún más intensos y un abrazo de cuerpo completo que bien podía terminar en otra cosa. Sianis, lejos de molestarse, parecía encantada con la demostración.

—Espero que esta cabeza de chorlito te haya cuidado bien —masculló Hanildra en cuanto Avelin le permitió respirar.

—Sianis es un amor —admitió ella.

—Lo sé. —Ahora era el turno de Sianis. Como no detuviera aquellos besos, Audry terminaría por unirse a aquella extraña relación, Humbaud se desarmaría en lágrimas, Lamond perdería los ojos de tanto rodarlos y Jadiet ardería por si sola bajo el fuego de sus mejillas.

Carraspeé para llamar su atención, Hanildra detuvo los besos y me enfrentó, cara a cara teníamos la misma altura, pero ella siempre era más imponente, mucho más fuerte y también, más aterradora que yo.

—Me sorprende verte con vida, pero siempre supe que serías una guerrera feroz. —Me vi inmersa en su poderoso abrazo. Olía a ella, a bosque y a sudor, aromas que, como una feroz corriente, me llevaron de regreso a aquellas noches compartidas frente al fuego, con Yelalla riendo a carcajadas ante las tonterías de Sianis o mi absurda timidez. Unas lágrimas escaparon de mis ojos y al sentirlas contra su cuello, Hanildra solo suspiró—. Está bien, todo está bien. Nadie te culpa de nada, Inava. Has cargado demasiado sobre tus hombros, deja que comparta tu carga.

Una de mis manos se vio atrapada por un roce que conocía de memoria. Jadiet había entrelazado nuestros dedos y me regalaba un apretón que no solo me decía que estaba ahí para mí, sino que le demostraba a Hanildra que estaba fuera de los límites si es que lo que podía ver en el remolino de preocupación y curiosidad que dominaba sus ojos podía ser catalogado como celos.

—Hanildra, te presento a Jadiet, mi esposa.

—Un placer, Hanildra, teniente de la vigésima cohorte —saludó mi amiga con una graciosa y elegante reverencia.

Pasado aquel momento, Hanildra tomó control de la situación. Se dirigió a la mesa y se sirvió un gran vaso de vino, lo levantó entre los presentes y brindó:

—Por un nuevo futuro, señores, —no era un brindis de buena voluntad, sus ojos buscaban traidores y enemigos entre las personas reunidas en el lugar.

Hanildra sonrió satisfecha cuando todos seguimos su brindis, inclinó el vaso de vino sobre sus labios y solo nos quedó esperar a que terminara de beber. En cuanto lo hizo, volvió a servirse un vaso de vino, tomó aire y clavó sus impresionantes ojos grises en todos.

—Lo que les diré no cambia nuestros planes, solo puede complicarlos —advirtió y el mundo cayó a mis pies—. Gaseli ha escapado de Cian. —El silencio invadió la sala para luego verse roto por sonrisas y pequeños murmullos de alegría. Mi corazón saltó en mi pecho, abracé a Jadiet contra mi pecho fuerza y compartimos una sonrisa, por fin nuestra sucesora al trono estaba libre.

—¿Escapó? ¿Cómo? —me escuché preguntar. No era consciente de mis palabras o movimientos, la algarabía dominaba mi cuerpo, no mi voluntad.

—Hace unos meses llegó al ejército una chica muy extraña. Cuentan que no viene de este mundo —sacudió la mano con desenfado—, ya sabes cómo son, cuando encuentran algo que no pueden explicar, inventan leyendas. Sin embargo, algo especial debe tener, porque Eneth la odia con todo su ser. —Se encogió de hombros—. Como sea, esta chica se perdió en el bosque y encontró el campamento de caza de Cian y descubrió en él a la princesa Gaseli. Admiro su valor —admitió mientras se servía un tercer vaso de vino—. Incursionó en el campamento y rescató a la princesa. En cuanto Eneth se enteró, me envió con la firme orden de avisarte sobre esto. Cian debe estar furioso, lo pagará con el pueblo y con cualquiera que vaya contra él. Es necesario ralentizar un poco el avance del plan y ser mucho más cuidadosos.

—No he escuchado nada —admití.

—Yo si —intervino Audry—. En la escuela los aldeanos murmuran y comentan cosas. Aseguran que en la ciudad los soldados del rey recorren las calles exigiendo el pago de impuestos que ellos mismos inventan, que ordenan el cierre de pequeñas tiendas ambulantes que han estado allí por años por falta de permisos, han encerrado, castigado y golpeado a inocentes.

—Están furiosos —opinó Enael—. Si la chica logró rescatar a la heredera de Calixtho te puedo asegurar que los soldados que se encontraban con el rey sufrieron o están sufriendo la peor de las muertes en este momento.

—Tiene sentido, debemos mantener un bajo perfil, al menos por las siguientes semanas.

—Y tú debes prepararte, de seguro el rey pedirá tu apoyo para exigir el regreso de su "legítima" esposa. Gaseli no se encontraba en condiciones para viajar, así que debe estar bajo resguardo en el campamento en Lerei. Es vulnerable.

—Estaré atenta, aunque dudo me solicite apoyo. No tengo los hombres suficientes para ayudarlo. —Por primera vez estaba agradecida por lo que había hecho en el bosque. No me enorgullecía, pero evitaba que atacara a mis compañeras de nuevo. Mi corazón no lo habría soportado.

—Solo ten cuidado. Bueno, tendremos cuidado —Hanildra sonrió—. Estoy aquí para quedarme. Eneth espera informes constantes de nuestro avance aquí, al parecer desea enviar un equipo de avanzada para facilitar nuestro trabajo.

No pude evitar fruncir el ceño al escuchar sus palabras. Si bien representaban una luz de esperanza para todos, no dejaba de ser una representación más de control, la mano de Eneth atrapándonos bajo su voluntad. Miré a Enael, sus labios formaban una fina línea llena de tensión y Ureil no dejaba de frotar sus hombros tratando de aligerar la tensión que los endurecía.

—¿Cuándo llegará el equipo de avanzada? —pregunté.

—No creo que pase de invierno, ya nos enteraremos. —Hanildra leyó mi expresión y negó con la cabeza—. Ya no estarás sola en esto, Inava. Eneth tampoco me agrada, pero entre ella y luchar esta guerra en solitario, solo podemos escoger el menor de dos males.

—Solo espero que no lo arruine todo —espetó Enael antes de dejar su vaso sobre la mesa. Rodeó con un brazo a Ureil y lo sacó del salón—. Que tengan una buena noche.

Lamond carraspeó para llamar nuestra atención, tomó la mano de Humbaud y sonrió apenado.

—Es algo tarde, nos retiraremos a nuestros aposentos, pero creo que hablo por ambos cuando digo que has traído una nueva esperanza a nosotros, Hanildra —dijo con solemnidad. Humbaud secundó sus palabras con enérgicos asentimientos.

Audry solo se encogió de hombros, se sirvió una generosa jarra de cerveza y desapareció a través de los pasillos. Para ella, cualquiera que nos ayudara a derrotar a Cian era un aliado y si resultaba ser un traidor, la situación tenía fácil solución: su afilada y feroz espada.

—Bueno, eso salió mejor de lo esperado —resopló Hanildra mientras tomaba asiento entre Sianis y Avelin. Rodeó a cada una con un brazo y depositó un tierno beso en sus sienes. Al notar mi expresión de incredulidad y la de Jadiet rio a carcajadas, algo que nunca había hecho en la frontera, al menos, no con tanta alegría.

—Sé que es raro incluso para los estándares de Calixtho, pero las amo a las dos —confesó.

—¿Cómo? —quiso saber Jadiet. Cortó un generoso trozo del pernil de cerdo asado que descansaba en la mesa y lo entregó a Hanildra. Ella agradeció con una sonrisa y empezó a comer.

—Sianis y yo compartíamos algo especial en Calixtho. Una extraña relación de simbiosis, ella me daba la alegría, locura y optimismo necesarios para llenar de luz mi aburrida existencia y yo anclaba a la realidad su alocada mente.

Sonreí, un cálido sentimiento nublaba mi mente y nada tenía que ver con el vino. Era la felicidad pura que generaba mi corazón al ser testigo de tanto amor entre las dos personas que consideraba mis amigas.

—Al marchar a Luthier Hanildra me liberó de nuestra relación —gruñó Sianis como si fuera el mayor de los insultos—. Me negué por supuesto, podíamos mantener vivo el amor por correspondencia.

—Claro, porque no ibas a casarte con alguno de esos dos payasos de las telas —espetó Hanildra.

—Fue un matrimonio falso, ninguno de los dos tocaría a una mujer, ¡ni con un palo! —exclamó Sianis a voz de cuello.

—Pero conoció a Avelin —continuó Hanildra ignorando los aspavientos de su novia—. Comprendí entonces que el amor es mucho más complejo de lo que creemos y conforme pasó el tiempo y fui conociéndola.

—Y conociéndote —agregó Avelin tomando la mano de Hanildra con ternura.

—Pues surgió esto —Hanildra se encogió de hombros—, nunca he sido más feliz en mi vida.

—Yo nunca podría compartir a Inava con nadie —gruñó Jadiet—. Acepto y respeto lo que ustedes tienen, chicas, pero...

—Tranquila, fierecilla, tampoco podría compartirte con nadie. —Dejé un casto beso en la frente de Jadiet. Hanildra sonrió con auténtica felicidad al vernos y levantó su vaso en nuestra dirección.

—Por que triunfe la libertad y el amor.

***

Con Hanildra y mi madre en el castillo la rutina cambió por completo, nos sentíamos más libres y felices, completos. Éramos como una gran familia feliz, una familia que debía ocultarse cada vez que Ebbe ingresaba a las habitaciones o al salón principal. Si él lo notaba, no decía nada, continuaba siendo un lugarteniente fiel y dedicado a su trabajo.

—Deberíamos decirle —dijo Jadiet un día—. No creo que le moleste conocer la verdad.

—Es un guerrero de Luthier, amor, ante todo es leal a la corona.

—Te ayudó a ocultarme del rey, tan leal no es —espetó para luego tomar asiento en mis piernas. Era un día aburrido, las consultas, quejas y solicitudes del pueblo habían resultado ser pocas y ahora nos encontrábamos solas en el gran salón mientras Ebbe se encargaba de escoltarlos fuera de las tierras del castillo.

—Es leal a Lusiun y a sus creencias, es un buen hombre, pero incluso la bondad tiene límites.

—Inava, mi amor. —Los ojos de Jadiet se clavaron en los míos con gran intensidad, tanta que la sangre subió a mis oídos y me perdí en el dulce aroma de su piel—. Debes confiar más y temer menos, estoy segura que entenderá cuando le digas que no eres el verdadero Ialnar.

—No lo haré, incluso si es leal a mí, solo lo pondría en peligro. Está mejor en la ignorancia. No quiero cargar con más penas en mi corazón.

—¿Lo dices por Ureil? Sabes que no tenías opción y que Cian te había ordenado entregar a todos los traidores.

—Solo las casas de Imil y Daendir eran traidoras, las demás eran inocentes, incluyendo la suya —negué con la cabeza—. Yfel y Fereir solo deseaban el favor del rey y los llevé a la traición. Las demás solo se encontraban en el camino y Cian deseaba probarlas. Fui su herramienta, su instrumento y me odio por eso.

—Solo debiste cumplir una misión para él, una que beneficia a tu gente. A veces es necesario tomar decisiones difíciles, Inava. —Acunó mi rostro entre sus manos—. Eosian era inocente, pagó por la mala decisión de su abanderado, no por tu culpa.

Aunque en mi mente no dejaba de repetirme aquellas mismas palabras, solo cuando venían de parte de Jadiet tenían un efecto calmante sobre las tribulaciones de mi corazón. Estaba por buscar sus labios cuando un fuerte estruendo proveniente de la puerta principal llegó hasta nosotras. Me levanté a toda prisa y Jadiet trastabilló mientras luchaba por recuperar el equilibrio. Corrí hacia la puerta y forcejeé con las manillas para abrirla, pero no tenía caso, el golpe las había atorado entre sí. El corazón retumbaba contra mi pecho y mis sienes mientras forcejeaba y luchaba por separar las dos puertas, pronto Jadiet se unió a mis esfuerzos y juntas logramos abrir las pesadas puertas y dar un vistazo fuera. A lo lejos una espalda ancha y una larga mata de cabello negro azabache se alejaba a toda prisa.

—Ureil —susurré.

—Inava... lo siento, lo siento, te juro que... —Jadiet temblaba en su lugar, no dejaba de mordisquear sus uñas y contemplaba la figura con temor—. Acabo de arruinarlo todo.

—Tarde o temprano ocurriría, avisa a los otros. Yo me encargaré. —Desenvainé y corrí detrás de Ureil, me llevaba una gran ventaja, pero si me daba prisa podría alcanzarlo.

Mis piernas y pies no daban mucho de sí, la armadura que llevaba ralentizaba mis pasos y dificultaba mi respiración. Ureil no llevaba armadura, iba ligero de ropa y tenía piernas fuertes y largas. Para cuando alcancé las caballerizas era demasiado tarde. Mis manos solo atraparon el polvo que dejó el caballo que había utilizado para escapar.

Cuando regresé al salón me encontré con una gran gama de miradas. Apenadas de parte de mi madre y Audry, exasperadas de parte de Sianis y Hanildra y desesperadas de parte de Jadiet y Avelin. Dejé para el final a Enael, sus ojos burbujeaban a causa de la furia, pero estaban apagados debido a la pena.

—Esperemos que no cause problemas —gruñó Hanildra—. Apenas puedo comprender la magnitud de todo lo que ha hecho y las situaciones en las que te has visto inmersa, Inava, pero si ese chico representa una amenaza o hace algo para arruinar nuestros planes, debe morir.

—No lo hará, espero —susurró Enael—. Quizás solo está dolido, desconocía esta parte del plan, pero jamás acudirá con Cian, lo odia. Solo espero que comprenda la realidad y que pueda ver que Cian tenia a Inava entre la espada y la pared.

Jadiet tomó mi mano con fuerza y me dedicó una mirada llena de cariño y simpatía. No estaba sola en esto y lograríamos salir adelante. Con o sin Ureil en nuestras filas.

***

Las semanas pasaron y Ureil no daba señales de vida. Los campamentos marginales tenían la orden de capturarlo y entregarlo a nosotros, pero no habían tenido suerte. Era como si la tierra se lo hubiera tragado.

Con el tiempo su recuerdo desapareció de nuestras mentes. Había mucho que hacer, como entrenar a Jadiet y Avelin en conocimientos y habilidades dignas de cualquier guerrera de la frontera. Ahora que éramos cuatro guerreras, podíamos dedicar nuestras habilidades y conocimientos para pulir sus mentes y sus cuerpos.

—Con el tiempo buscaremos mujeres en los poblados dispuestas a levantar una espada. Aprenderán con nosotras —explicó Hanildra una tarde después de una extensa jornada de entrenamiento. Descansábamos nuestros agarrotados cuerpos bajo la sombra de los árboles. El invierno estaba por llegar y la brisa helada contra nuestra piel era un alivio más que bienvenido.

—Espero que lo hagan pronto, no puedo esperar a enfrentar a Cian —intervino Jadiet, trató de levantar su espada, pero la dejó caer luego de que violentos temblores atacaran su brazo—. Ugh, Hanildra, eres muy cruel con nosotras.

—La crueldad del entrenamiento debe ser superior a la de la guerra —recitó ella—. Que conste que aquí disfrutas de comida caliente y bebida, Sianis, Inava y yo sobrevivíamos con lo que encontrábamos.

—Sí, pero podrías serlo luego de una noche completa de descanso —masculló Avelin.

Audry lanzó una carcajada al aire en respuesta al mordaz comentario. Sus habilidades y tácticas como guerrera de Cathatica eran especialmente útiles para forjar el carácter de Jadiet y Avelin al acostumbrarlas a un estilo diferente de combate, incluso resultaba una gran ventaja para Sianis, Hanildra y yo.

—Habla por ti, Avelin, yo voto por más noches como esa.

—Sean cuidadosas, la servidumbre empieza a murmurar en los pasillos —advertí—. Son chismes que pueden convertirse en denuncias si no tenemos cuidado.

—Díselo a tu amiga "dedos locos" Hanildra.

Estallamos en carcajadas a tal punto que nos faltó el aire. Miré a Jadiet, tenía las orejas encendidas y no podía mirarme a los ojos sin ceder a la compulsión de ocultar el rostro detrás de sus manos.

—¿Siempre son así en Calixtho? —murmuró contra mi cuello en cuanto reunió el valor y las fuerzas para arrastrarse sobre mí.

—Son peor —aseguré.

—Bien, las dulces tortolitas están por ponerse acarameladas y yo quiero cenar bien antes del postre —bramó Sianis—. Así que en marcha, chicas.

Recogimos las espadas y nos dispusimos a regresar al castillo. Nadie comentaría nada contra las armas que portaban mis amigas. La oportuna excusa de la defensa propia ante la escasez de hombres en el feudo había sido suficiente para alejar los comentarios negativos de los pocos que quedaban con vida y a los jóvenes poco les interesaba que una mujer noble y algunas burguesas aprendieran a manejar la espada, después de todo, un señor tenía derecho a elegir el cómo proteger a su mujer y quienes vivían bajo su techo.

Un viento helado recorrió mi cuello y se coló bajo mi gambesón. Tirité y sujeté mi espada por costumbre. Había algo en el aire, un aroma peculiar. No solo era el frío. Detuve mis pasos y giré hacia el bosque, allí, ocultos por los arbustos se encontraba al menos una veintena de hombres, diez de ellos portaban arcos y flechas.

—¡Corran!

El entrenamiento entró en acción. Nadie preguntó el por qué, solo obedecieron. En cuanto las flechas empezaron a caer sobre nosotras el tiempo se detuvo. Tiré de Jadiet y la coloqué frente a mí. Mi espalda la protegería. Frente a mí, Sianis y Hanildra repitieron mis acciones, solo que con Avelin. Audry corría en zig zag frente a nosotras.

Un ardor insoportable atravesó mi muslo derecho, trastabillé. Mis músculos se negaban a moverse. Miré hacia abajo y noté que la flecha había atravesado de lado a lado mi pierna. Era una suerte, o quizás mi condena.

—¡Inava! —Jadiet se detuvo, las demás la imitaron. Hanildra estudió la herida con ojo experto, asintió para sí y rompió el astil cerca de la punta, repitió la acción del otro lado. Para ese momento mis lágrimas se mezclaban con el sudor que recorría mis mejillas. Jadiet tomó mi mano y soportó mi grito y el agarre férreo de mis dedos mientras Hanildra extraía la flecha.

—¡Vámonos! —exclamó Sianis.

Para nuestra mala suerte ya era demasiado tarde, estábamos rodeadas.

—¡Ríndanse, traidoras al reino!

—Ni hablar —chistó Hanildra. Desenvainó y las demás imitaron su acción. Me puse en pie con la espada al ristre, lista para llevarme a unos cuantos conmigo a la pira funeraria.

Es curioso como todo desaparece cuando peleas por tu vida y la de quienes amas. El viento deja de aullar en tus oídos y solo comprendes los golpes de tu oponente y te adelantas a ellos. Mi espada rompió huesos y penetró vísceras hasta el cansancio. En algún punto de la refriega, Ebbe se unió a nosotras. De seguro venía a llamarnos para la cena. La cena, ahora sonaba tan lejana y mundana.

—¡Déjalas! ¿No ves acaso que son traidoras a Luthier? —bramó uno de nuestros enemigos—. A quien sirves no es Ialnar, es una impostora llamada Inava.

Sentí como el corazón se congelaba en mi pecho. Jadiet pegó su cuerpo al mío. Los enemigos parecían multiplicarse, si Ebbe decidía cambiar de bando, estaríamos perdidas

—Inava o Ialnar, sea quien sea, ha sido el mejor señor que ha tenido Gaira en todo este tiempo. Soy leal a su estandarte. ¡Mi señora, márchese! —exclamó Ebbe antes de lanzarse a una muerte segura.

Tal distracción nos dio unos segundos de ventaja, tiempo que aprovechamos para correr en dirección al castillo. Sus paredes de piedra se hacían más cercanas con cada paso, pero mis pies resbalaban y mi pierna se negaba a moverse y dar un paso más. Era una carga, un estorbo para la supervivencia de las demás.

—Déjenme aquí —musité al caer sobre mis rodillas.

Hanildra, Sianis y Avelin compartieron una mirada antes de obedecer. Audry y Jadiet se quedaron conmigo.

—Podemos cargarte —dijo Audry con decisión.

—Eso haremos.

Jadiet trató de pasar mi brazo sobre su hombro, pero me negué. No iba a poder conmigo, podía sentir en la tierra el feroz paso de nuestros enemigos. Noté en los ojos de Audry que ella los sentía también.

—Vete, Jadiet, estaré bien —rogué.

—Te capturarán, morirás —balbuceó ella sin dejar de tirar de mi brazo. Al darse cuenta que era inútil se arrodilló a mi lado y sollozó—: Entonces moriremos las dos.

—Prefiero ser yo a que seas tú. Jadiet, huye y vive, disfruta de la victoria y celébrala en mi nombre.

—¡No!

—Audry, sácala de aquí.

Escuché el forcejeo, no tenía corazón para mirar a Jadiet y encontrarme con sus ojos rotos, pero debía regalarle eso. Levanté la mirada y sonreí. Quería decirle con aquel gesto que todo estaba bien, que todo resultaría como lo habíamos planeado incluso si habíamos sido descubiertas. Audry forcejeó con Jadiet y logró tirar de ella en dirección al castillo. Las piernas de Jadiet respondieron por cuenta propia, alejándola del peligro que se cernía sobre mi espalda. Estarían bien. Me querían a mí. Yo los detendría y ella tendría la oportunidad de escapar.

—Te amo, Jadiet.

—¡No! Inava —cerré los ojos para olvidar aquel grito descarnado, gruesas lágrimas de terror y amor inundaron mis mejillas. Tomé aire y llevé las manos al interior de mi peto. No me atraparían con vida.

Una patada arrojó las bayas a la oscuridad de la noche. Un pie cubierto con botas de piel elegantes y costosas. Levanté la mirada, allí estaba nuestro miembro pródigo. Ureil, con una sonrisa desquiciada y la mirada desenfocada y enloquecida.

—No morirás, Inava. Tienes que pagar la muerte de mi padre. Eres la única responsable. Secundaste la rebelión, les diste ánimos para seguir a Dereck y a Helton al matadero —dejó escapar una risa descontrolada—. Quien vive de engaños, muere traicionado—sentenció con firmeza antes de golpear mi sien con el pomo de su espada.

El mundo desapareció para mí con la lentitud suficiente como para ver a Jadiet deslizarse sana y salva al interior del castillo. Con la certeza de que verdadera misión estaba completa me abandoné a la inconsciencia. Nada importaba ya.

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