Crueldad
"Tiene que combatir una rebelión en su contra" en cuanto esas palabras abandonaron mis labios comprendí que no había vuelta atrás. Podía lanzar a las casas traidoras a las fauces de Cian, quizás podría mantener en las sombras a Shalus y a Ukui. Tal vez no tendría que abandonar todos mis planes. Para mi desgracia, un vistazo a la expresión divertida y cínica de Cian me reveló lo contrario.
—Puedes hacerlo mejor que eso, estoy seguro —dijo con tono condescendiente—. Soy un rey —extendió los brazos—, siempre habrá conspiraciones en mi contra.
—Quizás si todo va bien en el ataque, usted pueda silenciar los nocivos rumores que llevan a esto, mi señor —dije complaciente.
—Es una buena idea, pero ¿y si todo falla? —rellenó su copa de vino—. Si todo sale mal me culparían, tendrían una excusa para destronarme.
Contuve el impulso de morderme los labios o frotar mi nariz. No podía mostrar mi nerviosismo ahora.
—Usted es el enviado de Lusiun, mi señor ¿Y si es su voluntad que usted envíe a sus enemigos a una misión suicida? Si mueren o son derrotados, solo sería su justo castigo.
Cian frunció el ceño mientras contemplaba mis palabras. Suspiré por lo bajo, hablar de las personas como si fueran simples objetos, simples piezas en el tablero de un juego superior a ellas, como si sus vidas carecieran de importancia, llenaba mi estómago de amargo veneno, sustancia que poco a poco discurría hasta dominar mi alma.
—Puede ser, pero ¿qué haríamos con quienes sobrevivan? —Escogió un trozo de queso de la bandeja y le dio una mordida casual y despreocupada, como si habláramos del clima y no del futuro de su reino o de vidas humanas.
—Podría desenmascararlos, mi señor.
—Tengo una idea de quienes son. No mantienes el trono siendo confiado —sonrió—, por tu bien espero que tus conversaciones con ellos siempre hayan sido en pos de mantenerme en él.
—Mi señor, jamás cometería traición en su contra —empecé, Cian rodó los ojos, se levantó del trono y desenvainó. Resistí el impulso de imitarlo, mi brazo derecho ardía, quería moverse solo, pero una reacción aprendida durante años de entrenamiento no podía ponerme en riesgo, no ahora. Cian apoyó el filo de su espada en mi cuello. Tragué y mi garganta ardió al rozar con el acero. Estaba demasiado cerca.
—Y, aun así, viniste aquí con la intención de convencerme de llevar a cabo un ataque masivo contra Calixtho con motivos religiosos —acusó.
—Nunca fue mi intención engañarlo, señor. Yo creo en las palabras de los sacerdotes y los monjes. Vi las pruebas con mis propios ojos. Lo que ocurra después, será solo la voluntad de Lusiun.
—Ah —suspiró de manera teatral—. La voluntad de Lusiun puede ser interpretada para tu beneficio o para tu caída. Es evidente que no puedo ir contra la palabra de esos vejestorios, sus leyes y el terror que infunden mantienen el pueblo en orden. La única salida es la que me presentas —sonrió—, llevaremos a cabo el ataque. Quiero que sea masivo, quiero que en Calixtho sufran. —Sus ojos brillaron—. Son feroces guerreras, su venganza será terrible. Con suerte quedarán pocos traidores con los cuales lidiar.
—Señor —asentí. Mi corazón no podía latir más a prisa. Podía sentir el sudor acumularse en mi espalda y en mis brazos. Cada segundo que pasaba en presencia de Cian me acercaba a la muerte de manera inexorable.
—Y quiero que me cuentes la verdad, odio las mentiras, Ialnar. Si conoces a quienes están detrás de este complot en mi contra, quiero sus nombres. Si tu versión coincide con la de mis informantes —lamió sus labios—. Quizás te perdone la vida.
—Señor, son las casas de Imil y Daendir, estaban complotando contra usted así que, junto a mis aliados, los cabezas de las casas de Yfel y Fereir decidimos hacerles frente. Una alianza de nuestras tres casas les haría desistir de actuar contra usted. Planeábamos reunir pruebas, pero... decidí ponerlos a prueba, señor. —No había vuelta atrás, no podía mentir más. Ukui y Shalus debían ser sacrificados.
—Todo lo que dices ya lo sé —bufó el rey—, pero cuéntame más sobre esa prueba.
—Descubrí que Ukui, miembro de la casa de Fereir puede reclamar el trono. Quise probar su lealtad y falló. Al ver la oportunidad de reclamar el trono, no dudó demasiado en aferrarse a un nuevo plan. Espera que falle para reclamar su derecho, si tenemos éxito, dará un paso atrás y permanecerá fiel.
Cian palideció. Apartó su espada de mi cuello y por primera vez me permitió ver como la turbación inundaba su rostro. El rey confiado y feroz había sido reemplazado por un hombre común con miedos mundanos.
—Pensé que mi padre había eliminado cualquier competidor —susurró—. El viejo idiota se equivocó. —Giró para enfrentarme de nuevo y clavó su espada en mi cuello—. Ialnar, tu cuello descansa en el filo de mi espada. Cuida tus pasos, en cualquier momento podrías resbalar y caer.
Asentí, mis extremidades parecían haber sido reemplazadas por agua.
—Soy un hombre justo, desconocía tal verdad y Ukui de Fereir no se encuentra aquí para confirmar o desmentir tus palabras —Sus labios se curvaron hasta casi tocar sus orejas—, tampoco le daremos la oportunidad. Dejaré todo el ataque en manos de Helton de Daendir, él coordinará el ataque. Por tu bien, espero que me apoyes. Cuando todo resulte en desastre, reclamaré su cabeza y si Ukui se suma a la traición, reclamaré la suya también.
—¿Y si todo sale bien? —jadeé.
—Si todo sale bien, entonces lo invitaré a celebrar. —Envainó su espada—. Eres libre de marchar, Ialnar. Espero que mis palabras hayan sido claras —sonrió—. De nuevo has demostrado tu lealtad hacia mí, pero no te confundas. Un paso en falso y sufrirás su mismo destino.
***
Recorrí los pasillos como si estos no existieran, solo eran un borrón de cuadros, mármol y antorchas. El guerrero que guiaba mis pasos caminaba frente a mí, con la mano firmemente afianzada en la vaina de su espada. Podía desenvainar en cualquier momento. Más que un guía era un vigilante. La presión era insoportable. Sequé el sudor que corría en mi frente y fingí una cortés sonrisa en cuanto me señaló mi habitación.
—Se le anunciará cuando el banquete se encuentre listo, señor. Mientras tanto, evite abandonar esta habitación. —Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarme pasar. Tan pronto lo hice, cerró la puerta a mi espalda con firmeza.
El portazo alarmó a Audry y a Jadiet, quienes se encontraban sentadas frente a la ventana. Algo debía leerse en mi expresión, o tal vez habían sido amenazadas, ambas corrieron a mi encuentro. Audry se detuvo a una distancia prudente, Jadiet solo se arrojó a mis brazos y dejó escapar un sollozo.
—¿Estás bien? —inquirí, temía la respuesta, pero debía saberlo. Era lo único sobre lo que tenía control en ese momento.
—Sí, ambas lo estamos —respondió Audry por ella.
—¿Jadiet? —Después de todas las emociones vividas en la sala del trono, de haber mantenido la calma con el filo de la espada de Cian contra mi cuello y después de todas sus amenazas, lo único capaz de derrumbarme eran los sollozos de Jadiet. Ella solo enterró su rostro en mi hombro y trató de controlarse, en vano. Sus hombros y su pecho temblaban cada vez que trataba de tomar aire, situación que parecía no tener fin.
—Está asustada, señor —explicó Audry—. Temía que el rey no entendiera sus planes y los malinterpretara.
—No estoy asustada —masculló Jadiet entre resoplidos. No pude evitar sonreír y acariciar su cabello.
—Está bien tener miedo, serías una idiota si no fuera así. —Busqué sus labios y me perdí un instante en ellos—. Todo está bien.
—Estás empapada en sudor frío, tu piel está pálida y tus labios aún tiemblan, no me digas que todo está bien. No soy tonta —protestó mientras clavaba sus ojos en los míos con fiereza descontrolada.
—No, no lo eres. —Acaricié de nuevo su cabello—. No tenemos tiempo para esto, debemos prepararnos para el banquete.
—¿Habrá banquete?
—Lo habrá, los planes han cambiado —susurré en su oído—. Todo estará bien, salimos de esta y podremos avanzar de nuevo. Estoy segura.
Jadiet asintió, aún no se le notaba convencida, sus labios aún se encontraban fruncidos y sus ojos parecían los de un cervatillo aterrado. Negué con la cabeza, ella no podía estar así, no podía verse afectada por mis problemas, no era justo. Me agaché ligeramente y rodeé sus muslos con mis brazos. Fue fácil levantarla, no pesaba mucho.
—In... Ialnar —jadeó y clavó sus manos en mis hombros—. Bájame ahora mismo —exclamó.
—No. —Di algunas vueltas. Pronto las protestas se convirtieron en risas y por un instante me perdí en aquel sonido musical y en el aspecto desdibujado de la habitación. Me detuve justo antes de marearme. Jadiet resopló, tenía el cabello despeinado y una expresión asesina en el rostro, pero ya no tenía miedo y era lo que importaba.
—Te odio —murmuró.
***
Llegamos al banquete justo a tiempo. Los representantes de todas las casas se encontraban ya sentados. Detrás de ellos se encontraban jóvenes escuderos, cada uno sostenía los estandartes de las casas con infatigable orgullo. Brazos fuertes, ojos feroces y armaduras relucientes contrastaban con las impolutas barbillas alzadas. No eran más que jovencitos que acababan de abandonar la infancia.
Mi estandarte era sostenido por uno de mis soldados. Mi escudero tenía mejores cosas que hacer que lucir radiante ante los demás. Miré a su padre, aparentemente no pensaba igual que yo. Su ceño fruncido y sus ojos fijos en mi soldado revelaban su malestar.
No le di el honor de dedicarle un segundo más de mi tiempo y me concentré en su estandarte, una espada de tres puntas. A su lado se encontraba la casa de Daendir, fácilmente reconocible por el tigre en llamas, su representante era Helton, un hombre de espesa cabellera negra y ojos helados, mismos que no dejaban de verme. Decidí ignorarlo, su capitán me había retado a duelo y pagado el precio, estaba libre de toda responsabilidad.
Le seguía la casa de Imil, con su nutria enfurecida, el representante absoluto se llamaba Derek y no era más que un pelirrojo de aspecto enjuto y débil. Su guardaespaldas tenía más porte de caballero que él. A su diestra se encontraba el jefe absoluto de la casa de Ionun, Baldric, un joven de aspecto distraído y cabello color paja, su estandarte era un trébol de cuatro hojas, todas del color dorado. Era la casa más joven y también, una de las más afortunadas. Había encontrado una mina de oro en su feudo y no paraba de encontrar nuevas vetas.
El dragón negro con escamas rojas y las tres torres inexpugnables franqueaban mi asiento, Fereir e Yfel, respectivamente. Shalus y Ukui me saludaron con una inclinación de cabezas, gesto que devolví con gracia. Mi estómago se contrajo, no era así como debía actuar una guerrera de Calixtho. Traición, ataques por la espalda. Les sonreí y tomé asiento. Jadiet me imitó. Pronto entabló conversación con la taciturna Drala.
El silencio dominó el lugar en cuanto las puertas que daban acceso al salón se abrieron de par en par y dejaron pasar al rey. Cian lucía una gran capa de color carmesí ribeteada en piel de hurón blanco, llevaba puesta su armadura al completo, así como su corona. Todos nos levantamos y lo reverenciamos. Cian nos obligó a permanecer en tal postura mientras se dirigía con lánguido paso a su asiento en la cabecera, noté que había dos asientos y no uno. Uno con un respaldar más alto y ornamentado que el otro, era una imitación bastante humilde del trono real.
En cuanto Cian giró para dirigirse a su silla, descubrí a quien ocultaba su capa. Pálida, con un ostentoso vestido que poco hacía para ocultar la debilidad de lo que otrora era un cuerpo fuerte y entrenado, retorciendo sus manos entre sí y con la mirada fija en el suelo, se encontraba la heredera al trono de Calixtho, secuestrada hacía ya tantos años y dada por muerta. Resistí como pude el impulso de lanzarme sobre la mesa y arrancarla de tan cruda realidad. Pude disfrazar mi tensión y sorpresa entre la de los demás caballeros.
—Bienvenidos señores. Les presento a mi esposa, la princesa Gaseli del reino de Calixtho. —Cian sonrió ampliamente. Sus ojos se deleitaron en la furia mal disimulada de Helton y Derek, en la sorprendida inocencia de Baldric, en el aparente desencanto de Eosian y en la fiera determinación de Shalus y Ukui—. Como pueden ver, hasta sus propias gobernantes pueden darse cuenta de la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal.
Una mano tímida se entrelazó con la mía. Me sorprendió la fuerza de su agarre. Miré a mi lado, Jadiet tenía la mirada clavada en el suelo, pero estaba conmigo, podía sentir su apoyo y su valor. Aquel agarre no solo significaba compañía, sino apoyo y un ancla para mantenerme firme ante la tempestad que se cernía sobre mi mente.
El rey tomó asiento por fin y nos permitió acabar con aquella ridícula reverencia. Dio una palmada y pronto los sirvientes nos agobiaron con platos de todo tipo, sopas, asados, guisos y panes de prístino trigo.
El rey alzó su copa y con su venia, empezó la cena. Nadie hablaba, todos tenían la mirada concentrada en sus platos, como si no hubieran probado bocado y los alimentos fueran a desaparecer si dejaban de contemplarlos. Yo no podía apartar mi mirada de Gaseli, a pesar de haber estado perdida durante años, sometida al yugo de Cian y sufriendo lo indecible, había crecido para convertirse en la viva imagen de su hermana menor. Cabello castaño, ojos del color de las avellanas, labios delicados y bien delineados, pero carecía de un detalle importante, el fuego, la pasión y la energía de su hermana, de cualquier mujer libre de Calixtho.
Comía solo cuando Cian terminaba de hacerlo. Levantaba su cuchara cuando él se llevaba la suya a la boca, siempre un bocado por detrás. Si el alzaba la mano, incluso si era para tomar una servilleta, ella se encogía en su asiento.
Nadie debía pasar por eso, nadie merecía temer a simples gestos, nadie debía subyugar su voluntad a una persona de esa manera.
—Bien, Ialnar, eres el responsable de esta reunión ¿te importaría informarnos a todos de los motivos de la misma? —dijo por fin Cian. Gaseli se apresuró a llenar su copa de vino y a servir en su plato una nueva porción de alimentos, luego ocultó las manos bajo la mesa y agachó la mirada.
—Bien —carraspeé para apartar el nudo que me evitaba hablar, el nudo que quería escapar bajo la forma de un grito de guerra—, los fieles servidores de Lusiun han recibido fatídicas noticias, una profecía de nuestro futuro que se cumplirá si no demostramos nuestra lealtad. Se acerca la Gran Oscuridad, señores, y nos afectará como a inicios de nuestra historia si no acabamos con nuestras enemigas juradas y para eso debemos unirnos.
—¿Un ataque masivo a Calixtho? Eso costaría muchísimas vidas, ni hablar de recursos, dinero, alimentos, armas —intervino Eosian. Los demás caballeros asintieron y empezaron a hablar entre sí.
—¿Qué es un poco de nuestras riquezas comparado con nuestra lealtad a Lusiun? ¿con el futuro de nuestros hijos? La Gran Oscuridad trae peste, muerte y destrucción ¿de qué servirá tu oro cuando no exista nada que comprar? —respondí.
Eosian frunció el ceño y se cruzó de brazos, había dado en el clavo. Si todos eran como él, hombrecillos sedientos de oro y poder, podría manipularlos con facilidad. Fijé mi mirada en Gaseli, pero no había reaccionado al escuchar el nombre de su reino, ni siquiera ante la amenaza que se cernía sobre él.
—Yo puedo prestar el oro necesario, a módicas tasas de interés, para esta gran batalla —ofreció Baldric. Se apartó el cabello de la cara y se inclinó sobre la mesa—. Estoy dispuesto a invertir a pérdida si hace falta, nos hemos abandonado a una vida de lujos y placer, hemos olvidado las enseñanzas de Lusiun y si debemos pagar por ello con sangre y violencia, debemos hacerlo.
—¿Nuestros ejércitos se encontrarían bajo sus órdenes? ¿o ante las de alguien más? —preguntó Helton al rey—. Todos responden a un señor diferente, jamás obedecerían las órdenes de otro a menos que usted lo indique. —Mordí mi lengua, no era más que un hombre sediento de poder ¿qué importaba el mando del ejército? No era importante ahora. Cian parecía pensar lo mismo, porque sus labios se torcieron y sus ojos ardieron.
—Mi estimado súbdito, por supuesto que estarán subordinados a una voz y esa será la tuya, espero que te encuentres a la altura de tan importante labor.
Ahí estaba, la trampa y el cebo, listos para atrapar a Helton y hacerlo añicos con una derrota aplastante o alguna acusación falsa. Un movimiento armado tan masivo como el que planeábamos era susceptible a sufrir corrupción. En el desorden de la batalla, todos creían que nadie notaría un par de monedas de oro menos. El problema era que poco a poco se acumulaban y se convertían en toda una carga para el reino. Calixtho no era inocente a ese problema. La ambición de las casas nobles era excesiva y exacerbada desde la cuna.
Regresé a la realidad para ver a Helton recibir el estandarte real en sus manos. Shalus y Ukui no apartaban la mirada de la escena, podía notar la respiración fuerte de Ukui, era un trabajo muy pobre si lo que deseaba era ocultar su frustración. Shalus sonreía, quizás visualizando el fracaso del ataque y con ello, la caída de sus enemigos.
Helton tomó de inmediato el control de la reunión, en tan solo unos minutos organizó lo necesario para el despliegue y las responsabilidades de cada uno. Las mías consistían en proveer de alimentos y bebida al ejército a precio reducido. Rechiné mis dientes, debería explotar a mis granjeros si quería cumplir con sus requerimientos y lo peor, no podría pagarles según sus esfuerzos.
En cuanto Helton terminó de hablar, Cian dio un par de palmadas y la música llenó el salón. Tomó la mano de Gaseli, quien se encogió al contacto y se dejó guiar como un cachorrito hacia un espacio libre de mesas el centro del lugar.
—Es hora de celebrar esta unión, esta prueba de lo compenetrados que se encuentran mis grandes servidores. Pensé que esta reunión tomaría más tiempo y que jamás se pondrían de acuerdo. Nunca estuve más feliz de haberme equivocado. —Hizo girar a Gaseli y bailó con ella. Poco a poco, los caballeros y sus esposas se unieron al baile.
Pronto el espacio disponible estaba lleno de parejas que giraban y bailaban al ritmo de la música suave. El ambiente estaba cargado de energía, de emociones y expectativas. A mi lado, Shalus dio un silbido y compartió una sonrisa conmigo.
—Comparto la opinión del rey, eso fue fácil.
—No es de sorprender —intervino Ukui—. Helton y los demás están ansiosos por demostrar su valía ante el rey. Que no te sorprenda si te dejan en la retaguardia, Ialnar.
—Se han equivocado conmigo si creen que eso puede afectarme. —Estiré mis pies bajo la mesa y apoyé mi nuca en la parte superior del respaldo de la silla—. Solo me interesa encontrarme en el ataque. La retaguardia es un buen lugar si Helton es el que dirige todo.
—¿Tan seguro estás del fracaso? Helton es un gran estratega —dijo Shalus.
—No estoy seguro de nada, Shalus, de lo que si estoy seguro es que ninguna alianza se mantiene si quienes la conforman prestan mayor atención a sus ambiciones personales que a la meta a lograr. Helton quiere ganarse el favor del rey. Eosian es un pobre tacaño que no entregará a sus mejores hombres para la batalla. Baldric solo quiere hacer negocios con el oro, puede ofrecer un bajo interés, pero nadie da sin esperar nada a cambio. —Eran tan evidentes sus debilidades que incluso era risible.
Shalus y Ukui asintieron, eran conscientes de su lugar en aquella lista, eran los miembros de un complot que buscaba apoyar al rey, o traicionarlo, según los resultados de la batalla. Tenían intereses encontrados, pero cualquier desenlace les sería favorable.
Con el tiempo decidieron unirse al baile, quedé a solas con Jadiet en una mesa demasiado grande y llena aún de alimentos. Ella sonrió y apretó mi mano entre sus dedos. No me había soltado en ningún momento ni había probado gran bocado.
—¿Cómo estás con todo esto? —inquirió con auténtica preocupación.
—Cansada —susurré—, pero no podemos alejarnos todavía. Comamos un poco y unámonos a la fiesta. Quiero estar cerca de Gaseli, solo así sabré qué le ocurre.
—No creería que es la heredera al trono de Calixtho si no lo hubiera dicho el rey. Parece la perfecta mujer de Luthier.
Resistí una arcada en cuanto las palabras de Jadiet calaron en mí. ¿Qué había sufrido Gaseli para llegar a tal estado de sumisión?, ¿qué tanto la había roto Cian?, ¿podría recuperarse lo suficiente como para tratar de escapar conmigo? No tenía manera de saberlo si no hablaba con ella y para eso tendría que arriesgarme.
—Bailemos, Jadiet. —Extendí mi mano en su dirección—. Es hora de trabajar.
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