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Consecuencias

El salón tenía un tamaño en extremo ridículo para las tres personas que nos encontrábamos ahí. Sianis estaba sentada a la cabeza de la mesa, jugaba con los tenedores y las copas de cristal. Jadiet descansaba su cabeza en mi hombro, su mano no había soltado la mía y de vez en cuando dejaba una caricia a lo largo de mi brazo. Nunca me había sentido tan libre y en paz en Luthier.

Avelin eligió ese momento para entrar. Vestía un conjunto ligero de pantalón y camisa de lino azul con encajes en el pecho y en los bolsillos. Llevaba el oscuro cabello atado en un moño en la parte superior de su cabeza y un ligero maquillaje para resaltar sus rasgos. Sus ojos verdes brillaron con emoción al ver como Jadiet y yo nos tomábamos de la mano y empujó con ímpetu el carrito que portaba. Los platos, jarras y fuentes que llevaba en él tintinearon peligrosamente.

De inmediato me levanté y ofrecí mi ayuda. Avelin me agradeció con una sonrisa y una ligera reverencia. Pronto la mesa estuvo servida.

—¿Qué comeremos hoy, amor? —inquirió Sianis levantando la tapa de una de las fuentes. Avelin le dio un azote en la mano con una de las servilletas para levantar ella la tapa y revelar una maravillosa ave asada. El color dorado de su piel resaltaba y el relleno escapaba de ella. En las otras fuentes había una crema de calabaza de aspecto delicioso y en otra el postre, un pequeño pastel de crema para todas.

—Faisán relleno con vegetales, crema de calabaza y pastel de crema con fresas. —Tomó asiento en la silla junto a Sianis y empezó a servir la crema en nuestros platos—. El faisán es fresco, Aiden, el jardinero —aclaró para mi beneficio—, lo cazó ayer con sus amigos y me lo dejó por un buen precio.

—Esta crema está deliciosa, Avelin —aprobó Jadiet, quien ya llevaba el plato casi vacío.

Comimos en silencio unos instantes hasta que empezamos a dar buena cuenta del faisán. Sianis eligió ese momento para hablar.

—He escuchado de los pregoneros que el rey va a juzgar a todas las casas nobles, menos la de Eddand dentro de una semana en los terrenos del palacio y al amanecer. Sus sentencias serán llevadas a cabo a lo largo del día —suspiró y clavó sus ojos en mi—. Es obligatorio asistir y solo podrán faltar quienes cuenten con un justificante para ello y, aun así, podrás ser sujeto a multas y prisión.

El faisán perdió su sabor en mis labios. El suelo se abrió y la tierra devoró mi silla y, sin embargo, de alguna manera aun me encontraba entre mis compañeras de mesa. Los dedos de Jadiet se las arreglaron para atravesar aquel hechizo y me transmitieron su apoyo en forma de un apretón. La calidez de su mano me ancló a la realidad. Avelin y Sianis me miraron con preocupación, luego se encogieron de hombros y continuaron. No había tiempo para sentimentalismos, debíamos actuar con la firmeza y frialdad de una guerrera.

—No creo que debamos ir juntos, es necesario ocultar en lo posible nuestra alianza —dijo Sianis.

—Estoy de acuerdo —intervine—. No quiero que nadie se encuentre en más peligro del necesario. Ustedes son mis aliados y eso los pone en una situación demasiado vulnerable.

—Esto me aterra —confesó Avelin—. Y a la vez me emociona, por fin veremos un poco de justicia, incluso si viene de la mano de la peor de sus fuentes —dio un trago a su copa llena de vino y agregó—: Sianis me contó que nada de esto te agrada, Inava, pero es un mal necesario, uno que debemos permitir a cambio de un bien mayor.

Negué con la cabeza, por una parte, me sentía traicionada, Sianis le había confiado mi secreto y por otra, me sentía horrorizada ante la falta de sentido humano que había en la mesa. ¿Era así como pensábamos en Calixtho? ¿Era ese el pensamiento de los guerreros? ¿Dónde quedaba yo en medio de todo esto?

—No lo pienses demasiado, Inava —dijo Jadiet en voz baja. Llenó mi copa y la acercó a mis labios—. Bebe y aprovecha esta noche para descansar. Si debemos de encontrarnos en el palacio de Cian en tan poco tiempo, es necesario marchar cuanto antes.

—Jadiet...

—Inava, si hay algo que aprendí como mujer de Luthier es a dejar en paz las cosas sobre las cuales no tengo control —intervino Avelin—. No podemos evitar lo que está por ocurrir, no tenemos las fuerzas necesarias ni la influencia sobre Cian para lograrlo. Es su decisión, por ende, serán muertes que pesarán sobre su alma.

—No lo son, pesarán sobre la mía —confesé—. Yo decidí sus destinos.

—Cian lo hizo parecer así. Su decisión ya estaba tomada desde el momento en el que descubrió la traición de sus nobles. Es un genio de la manipulación, Inava, disfruta cargar sus pecados en hombros ajenos porque es un cobarde, porque no puede gobernar sin burlarse ni utilizar a quienes le rodean. Es lo que le da poder, es lo que lo hace sentirse un hombre completo —dijo Avelin mientras repartía el pastel de fresas y crema. El contraste era total, una conversación oscura y un postre tan inocente—. No le des el gusto de entrar en tu mente. Si lo haces, lo perderás todo.

Sus palabras le daban un sentido diferente a todo lo ocurrido hasta el momento. Miré a Jadiet, tenía razón, si me refugiaba en la culpa y la autocompasión no tomaría las mejores decisiones para salir de todo esto. Podía incluso arriesgar la vida de Jadiet y de todos los que dependían de mí en algún arriesgado rescate o al levantar mi voz. Había hecho lo correcto al aceptar las condiciones de Cian, seguían siendo suyas, no mías. Era un razonamiento que tenía mucha más lógica que el de Sianis y sus dioses, así que me aferre a él como a una tabla en medio de un mar revuelto. Era lo único que me mantendría con vida y cordura a lo largo de todo lo que vendría.

—Avelin es una gran filósofa. —Sianis rodeó con un brazo a su novia y depositó un beso en su mejilla—. No podía brillar por culpa de sus hermanos, mocosos celosos de su inteligencia, pero en cuanto llamó la atención de Humbaud y la mía, todo mejoró. —Llevó el dorso de la mano de Avelin a sus labios y depositó un casto beso en ella. La chica solo se sonrojó y bajó la mirada—. No seas tímida mi amor, es la verdad, eres todo un prodigio para entender a los poderosos.

—No soy todo lo que dices, amor —suspiró Avelin con un brillante sonrojo sobre sus mejillas.

—Tienes razón, eres eso y más. —Las manos de Sianis sujetaron las de Avelin. En cuanto noté que sus ojos bajaron a los labios de su novia decidí dar por terminada la cena. Sianis podía ser muy exhibicionista en lo que se refería a muestras de amor.

—Creo que es hora de retirarnos —dijo Jadiet por mí—. Sé cómo se ponen —murmuró por lo bajo en mi oído.

—Jadiet, siempre tan puritana. —Sianis le sacó la lengua, pero Avelin se mostraba conforme con la decisión de Jadiet. Nos despedimos con algo prisas, agradecí por el magnífico faisán y las acertadas palabras de Avelin y pronto me encontré siguiendo los pasos de Jadiet a través de una maraña de pasillos.

—¿Cuántas habitaciones tiene esta mansión? —pregunté en cuanto perdí la cuenta de las puertas que habíamos dejado atrás.

—No lo sé. Humbaud suele rentarlas a personas como nosotros, a marginados y perseguidos por un bajo precio. Los bosques no están muy lejos, así que es un buen lugar para descansar y escapar al amanecer sin ser vistos. —Nos detuvimos frente a una puerta exactamente igual a las demás—. Esta es mi habitación —robó un beso a mis labios y recorrió mi cuello con uno de sus dedos—, nuestra habitación.

Tiró de mi mano hasta llevarme al interior de un lugar con muebles funcionales, pero elegantes. Había una cama grande, una cómoda, dos mesas de noche con candelabros y una ventana que daba al bosque. En el centro había una alfombra de piel de oso de aspecto suave y nuevo.

—A veces el pago son pieles, o lo que tengan, no siempre es dinero —explicó Jadiet mientras recorría la habitación encendiendo las velas con un pequeño pedernal.

—Humbaud y Lamond arriesgan el pellejo con todo esto —concluí mientras descansaba mis antebrazos en el alfeizar de la ventana. La noche había caído y entre las rejas que protegían el acceso se colaba una brisa fresca y dulce. De seguro algunas flores habían florecido cerca. Llené mi pecho con aquel aire y noté las nubes sobre mi cabeza. Una ráfaga de viento potente se coló sobre mí y apagó algunas velas sumiendo la habitación en la oscuridad. Un resplandor iluminó los terrenos de la mansión y pronto, como si alguien en el cielo hubiera decidido vaciar algún cubo, cayó sobre la tierra una lluvia tan poderosa que era imposible ver a más de dos metros frente a mí.

—¡Vaya! —exclamé para luego forcejear con las ventanas. Eran de madera, con algunos grabados para dejar pasar la luz del día y el viento fresco de la noche. Fue una tarea titánica, el viento amenazaba con arrojarme al suelo. Por suerte Jadiet corrió en mi auxilio y juntas logramos cerrar las ventanas y las contraventanas.

—Tormentas de verano —dijo Jadiet con la voz temblorosa y agobiada—. Me temo que no podremos viajar mañana. Los caminos estarán inundados.

—En ese caso, esperaremos por Humbaud y Lamond, quiero agradecerles su apoyo y quizás hacerlos partícipes de todo esto.

—Estarán encantados con la idea, ya adoran a Sianis, Inava. —Rodeó mi cintura con sus brazos y escondió su cabeza en mi pecho cuando un resplandor se coló a través de las rendijas de la ventana— ¿Crees que podemos ir a la cama?

—¿Mi pequeña guerrera teme a las tormentas? —canturreé en su oído. En respuesta Jadiet sujetó el cuello de mi camisa y tiró de mi para juntar nuestros labios. Gemí contra su boca apreciando el atrevido movimiento cuando ocurrió: un estruendo rasgó la tierra e hizo resonar la casa. Su cuerpo menudo saltó a mis brazos y sus piernas rodearon mis caderas.

—A la cama, ya —rugió entre dientes.

—Como ordené mi valiente guerrera —reí a sus expensas unos instantes para luego deslizarme a oscuras en dirección a la cama. Mis rodillas golpearon el colchón y debido al peso de Jadiet perdí el equilibrio. Caímos juntas y solo gracias a mis reflejos evité aplastarla con mi peso. Con mis manos a ambos lados de su cabeza y sus ojos perdidos en los míos faltaba solo una chispa para juntarnos y dar rienda suelta a nuestros sentimientos.

La chispa llegó bajo la forma de un poderoso rayo que dejó los vellos de nuestra piel erizados y que cayó a unos cuantos metros de distancia de las paredes de la mansión. Me arrojé sobre Jadiet de manera instintiva, como si mi cuerpo se tratase de alguna especie de escudo humano. En cuanto pasó la conmoción sentí su mano recorrer mi espalda entre temblores.

—Ahora recuerdo porqué odio las tormentas de verano —dijo entre hipidos.

—Mi madre siempre decía que la mejor cura contra el miedo es la distracción. —Llevé nuestros cuerpos al centro de la cama, pateé mis botas fuera de mis pies y sentí a Jadiet imitarme—. Cuando algo me aterraba demasiado, solía cantarme o darme algún consejo. Recuerdo la primera vez que me cosieron una herida, fue horrible, pero su suave voz de alguna manera me sacó de aquella cabaña llena de hierbas. Desde ese momento aprendí a lidiar con el miedo de esa manera.

—¿Y cómo lidias con él si estás sola? —Jadiet deslizó sus manos sobre mis hombros para quitarme el saco.

—Siendo valiente.

—Qué respuesta tan brillante —bufó—. En serio, ¿cómo haces? —Era evidente el sentido de su pregunta. Hice tiempo deslizando su vestido fuera de sus hombros y más allá de sus caderas. Sus manos me quitaron la camisa y recorrieron mi piel desnuda con lentitud hasta que una de ellas se detuvo sobre mi corazón.

—En batalla es diferente. Tienes que devorarlo, tomarlo y esconderlo en algún lugar —respondí—. Nunca en tu estómago, jamás lo hagas allí —resalté mientras daba tiernos golpecitos a la punta de su nariz.

—¿Por qué? —Después de aquella pregunta concentró sus energías en sacarme el pantalón. Ya desnudas nos refugiamos bajo una sábana fina. La tormenta había bajado la temperatura, pero al tener cerrada las ventanas la atmósfera de la habitación era cálida, casi rozando lo agobiante.

—Porque no puedes correr fuera de la formación en pleno campo de batalla. Nadie quiere morir agachado sobre la tierra.

—¡Asquerosa!

Reímos un buen rato y perdimos otro mirando en profundidad los ojos de la otra. Extendí una mano y dibujé las líneas de su rostro.

—El miedo en batalla se va en cuanto piensas por quién levantas la espada. Eso te ayuda a seguir y cuando ya estás en medio del pandemónium solo te queda confiar en tu escudo y tus habilidades para salir de allí. Una y otra vez, hasta que ya eres demasiado vieja para levantar tus armas o hasta que tu familia gana en importancia y deseas más compartir tiempo con ella y forjar una vida.

—¿Y si tienes que defenderles?

—Entonces lo haces, pero ya habrás dejado de lado el arte de la guerra. Tu vida no estará en defender a los demás, un ideal o a un reino, sino a esas personas especiales. —Descansé mi mano sobre su corazón, el suave ritmo era un bálsamo contra mis tribulaciones—. A veces es necesario saber cuándo apartarse y dejar la lucha a los demás.

—¿Has llegado hasta ese punto? —Jadiet retiró mi mano de su pecho y entrelazó nuestros dedos. Aún en la oscuridad pude sentir todo el peso de su mirada sobre mí.

—A veces creo que sí. —Negué con la cabeza—. Si tú me lo pidieras, no dudaría en dejar las armas y escapar contigo. Donde quieras. Incluso a nuevas tierras, donde tú desees, mi amor —expresé con ardor. Una parte de mi esperaba con ansias que ella expresara tales deseos, cumplirlos sería entonces mi nueva prioridad.

—Yo quiero luchar —dijo con firmeza—. Quiero luchar por aquellas que no pueden hacerlo.

—Entonces estaré a tu lado —prometí. Descansé sobre mi espalda y concentré mi mirada en la oscuridad del techo. Solo los feroces resplandores rompían su monotonía. Sabía que esa sería su respuesta y, aun así, no dejaba de decepcionarme. La parte egoísta de mi alma, esa que deseaba huir, necesitaba de Jadiet para excusarse, para esconder su cobardía.

—¿Inava?

—¿Mmm?

—Cuando todo esto termine sí que deseo dejar las armas. —Giró para abrazarme—. Me apetece una vida a tu lado en Ka, en tus tierras —admitió con voz soñadora. Le regresé el abrazo y giré para encontrarnos frente a frente. Sus labios buscaron los míos y compartimos un beso lánguido lleno de promesas—. Quizás dos hijos, una niña y un niño.

Esas palabras bastaron para romper la burbuja de paz que se había formado a nuestro alrededor. Sujeté sus manos y me aparté unos centímetros, como si aquella corta distancia pudiera ayudarme a entender su razonamiento.

—¿Hijos? Jadiet, somos muy jóvenes.

—Estamos por cumplir veinte años, Inava, no nos haremos más jóvenes —señaló con severidad.

—Yo no los llevaré —me estremecí—, todos esos síntomas y la enorme panza. No, no es lo mío.

—Yo lo haré —palmeó sus caderas—. Tengo buenas caderas.

—¿Y dejarte a ti en la Ceremonia de Entrega? Ni hablar. —La simple idea daba vuelta a mi estómago y lo retorcía a niveles insoportables.

—¿Qué es eso? —inquirió con inocencia— ¿Es algo malo?

—Ugh, no, es la forma en la cual tenemos hijos. —Froté mi nariz—. En ella un hombre se une con tu pareja para bueno, dar lugar a un hijo. Existen todo tipo de acuerdos y regulaciones sobre el tema, pero...

—¡No! No haré eso —Jadiet se estremeció visiblemente y buscó refugio en mi pecho—. No podría hacernos eso. Creo que podemos adoptar, ¿es eso posible?

—Claro, siempre es posible, pero ¿por qué insistes tanto con el tema? Quiero decir, somos muy jóvenes, Jadiet. En Calixtho las parejas esperan un poco más antes de embarcarse en esa aventura.

Jadiet frunció el ceño y concentró su mirada en los tablones del techo. Tras unos instantes regresó su mirada a la mía.

—Es lo que me enseñaron, supongo. Cásate y ten hijos que hereden las tierras y tu legado. En Luthier nunca sabes cuándo vas a morir y Lusiun lo exige —se encogió de hombros—, supongo que por eso es una prioridad. —empuñó las sábanas entre dedos crispados—. Después de todo este tiempo siempre hay algo, un detalle, una enseñanza, que como un veneno se las arregla para permanecer en mi mente.

—Está bien, son enseñanzas que superarás con el tiempo. —Acaricié sus nudillos hasta que relajó sus manos—. Yo aún no he pensado en ese tipo de futuros, estoy atrapada en el presente, pero cuando todo esto se calme, sí me gustaría pensar más allá.

—¿Cómo sabré si mis pensamientos y deseos son míos o han sido inculcados por alguien más? ¿Por esta sociedad cruel y llena de mitos?

—Supongo que lo sabrás cuando nazca de tu corazón y no sea un simple logro que tachar. —Tiré de ella hasta dejarla descansar sobre mi pecho—. Vive el presente, Jadiet —murmuré contra sus labios.

—Justo ahora me apetece mucho —admitió para luego rodear mi cuello con sus brazos y sentarse a horcajadas sobre mí.

—¿Qué hizo Sianis contigo? —Recorrí con mis dedos las delicadas y peligrosas curvas de su cintura—. Me ha entregado a una nueva Jadiet.

—No, soy la misma de siempre, solo que más libre y feliz que nunca —sentenció con firmeza antes de reconquistar mis labios con los suyos.

La mañana nos recibió con el gentil canto de los pájaros y una creciente penumbra en la habitación. Víctima de mi entrenamiento, desperté con el sol y dediqué unos valiosos instantes a contemplar la hermosa figura que descansaba acurrucada sobre mí. En ese momento el contacto de nuestras pieles desnudas no era una fuente de lujuria y pasión, sino de calidez, seguridad y de una sensación de plenitud. Recorrí su cabello con mis dedos hasta descansarlos sobre su espalda. Un rayo de sol impactó en los mechones brindándoles un tinte rojizo y un parecido fugaz con el fuego.

—Extrañaba despertar así —murmuró Jadiet contra mi piel—. Me siento tan feliz —ronroneó mientras me abrazaba con fuerza.

—Y yo, creo que no tengo palabras para expresar lo que siento —confesé.

—Las palabras pueden arruinarlo todo. —Levantó la cabeza para mirarme a los ojos y deslizó sus dedos a lo largo de mi mandíbula—. Es mejor expresarlo en un idioma que no da lugar a malentendidos. —Esbozó una sonrisa torcida y deslizó sus caderas contra las mías, nuestros centros apenas se rozaron, pero el contacto fue suficiente para enviar una corriente de energía por todo mi cuerpo.

—Jadiet, vas a acabar conmigo —jadeé contra sus labios en una falsa protesta. ¿Quién era para negarme a sus deseos y a los míos?

—No te he visto en semanas, no sé cómo pude soportarlo. —Atacó mi cuello con todas sus energías, mis manos buscaron sus caderas y mis piernas se separaron por voluntad propia para dejarle el paso libre a sus sensuales y poderosos movimientos. No importaba nada más que nosotras y esos puntos que unían nuestros cuerpos hasta convertirlos en uno.

Fue rápido, poco elegante y rudimentario, un testimonio de nuestra necesidad y locura. Solo la insistencia de los rayos del sol al colarse por la ventana nos obligó a abandonar nuestro pequeño refugio de sábanas húmedas marcadas por nuestra esencia.

—Mmm no quiero dejar la cama —masculló Jadiet. Estaba acostada en toda su esplendorosa desnudez a lo ancho del colchón y colgaba su cabeza en el borde para regalarme pucheros y protestas cada vez que me veía vestir una nueva prenda.

—Tienes qué, hay trabajo por delante. —Me acerqué a sus labios y robé un beso lánguido y lleno de ternura—. Luego podremos ponernos al día.

—Nunca nos pondremos al día si no empiezas ahora. —Extendió sus brazo y piernas en dirección a las cuatro esquinas de la cama. Obligué a mis ojos a no mirar demasiado y me concentré en mis botas. Si la miraba por un segundo, cedería y no abandonaríamos aquel refugio en todo el día.

—¡Es hora de...! ¡Por la Gran Madre! —Sianis se encontraba bajo el dintel de la puerta que acababa de abrir de par en par—. He visto mucho de ti últimamente, Jadiet, pero eso no —dijo forzando las palabras a través de unos labios que luchaban por curvarse en una sonrisa atrevida. Por su parte, Jadiet dio un grito y cubrió su desnudez con las sábanas, o trató de hacerlo, se encontraban tan enredadas que era imposible sacarles alguna utilidad.

Me apresuré a cubrir la modestia de Jadiet con mi camisa. Era tan grande que le llegaba al inicio de los muslos. La ternura de la imagen desplazó por completo el agudo aguijón de celos y malestar que me había generado Sianis con su entrada teatral.

—¿Qué sucede, Sianis? —inquirí mientras abría las contraventanas. Hablar semidesnudas era una práctica común en Calixtho, pero eso no significaba que disfrutara de mostrarme así frente a una amiga.

—Humbaud y Lamond enviaron un mensajero. Llegarán al mediodía. Terminaron pronto sus negociaciones y decidieron regresar cuanto antes. Están ansiosos por ser parte del cambio y estoy segura que esos pergaminos que tiene tu esposa son la clave.

Sobre la habitación se desplomó un silencio abrumador. Quizás venía de mi parte, de Jadiet o de ambas. Nuestras miradas se encontraron y por un instante tuvo la decencia de lucir apenada y morderse el labio. Froté mi nariz y tomé una gran bocanada de aire. De seguro había una muy buena explicación detrás.

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