Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Compromiso

Dejé mis tierras en manos de mi jefe de servicio y del capitán de mis tropas. No sabía por cuánto tiempo estaría lejos, o si sobreviviría al viaje, por lo que era mejor dejar todo organizado para que pudieran manejar la situación mientras yo no estuviera en el castillo.

Elmer parecía desesperado por casarme con su hija, era toda una victoria para él. Su familia pasaría a ser reconocida, sus nietos serían nobles caballeros con un apellido rimbombante y tendrían acceso a grandes fortunas. Él mismo las tendría, porque viejos como él no se contentaban con la dote que exigían por su hija, sino que, como suegros, esgrimían aquel lazo para pedir favores especiales, inversiones. Era un comerciante después de todo.

Mientras cabalgaba por los caminos rurales, solo acompañada por el canto de los pájaros y la fresca brisa, ambos anunciando la llegada de la primavera, no pude evitar pensar en Enael. Parecía tener una relación muy cercana con Ialnar, después de todo, se había atrevido a besarme, había hablado de amor, de huir juntos ¿No estaría actuando extraño si perseguía los favores de Jadiet? ¿Podría culparme por buscar una vida "normal"? Eso era lo que hacían en este lugar, ahogaban el amor en falsos matrimonios, en mentiras inauditas para encajar y sobrevivir.

Rocé mis labios, el sabor del cuero y el metal inundó mi boca, pero no distrajo mis pensamientos. Mi primer beso y con un hombre. Sacudí la cabeza. Me había sentido muy bien entre sus brazos, segura, como si el mundo se hubiera detenido por un instante. No era una feroz guerrera de Calixtho, sino una chica normal. O chico, a sus ojos.

—Dos personas, es simplemente maravilloso —mascullé— ¿Qué se supone que haga ahora?

La respuesta escapaba de mi como el agua entre los dedos, así que decidí concentrarme en el viaje y en la libertad que disfrutaba. Era toda una paradoja. Calixtho era el reino de la libertad para las mujeres, se suponía que en él podía vivir segura y en paz, pero no había sido así para mí. Luthier era sinónimo de opresión y horror y, sin embargo, en sus calles me había ido mucho mejor que en mi propia tierra. Era libre y quizás, podría ser feliz junto a una chica hermosa, o al menos, disfrutar de unos breves meses de engaño.

Me sentí asqueada por un instante ¿Tan desesperada estaba por afecto? Debía concentrarme en mi misión. Encontrar aquello que buscaba Eneth, liberarnos de Luthier, regresar como toda una heroína a Calixtho y ser reconocida por ello y no por mi aspecto. Sí, eso era lo que debía hacer, rechazaría la oferta de Elmer y trataría de darle largas a Enael, era algo sencillo, justificaría mi reticencia con el miedo a ser descubiertos.

¿Qué más daba si entregaban a Jadiet a otro hombre en matrimonio? Negué con la cabeza, ese era el mayor obstáculo a mi decisión. No podía simplemente dar un paso a un lado y permitir que alguien la lastimara, que alguien cortara sus alas.

Negué con la cabeza ¿cuántas mujeres no perdían sus alas con solo nacer en Luthier? ¿Por qué ella tenía que disfrutar de una ventaja diferente? Si quería libertad, lo único que debía hacer era huir a Calixtho. No la tenía tan difícil ¿o sí?

Estaba tan perdida en mis divagaciones personales que no noté la cercanía del poblado. El fresco e inalterado ambiente natural dio paso a los desordenados límites de la aldea y con él a una atmósfera enrarecida, al punto que tuve que tapar mi nariz con un pañuelo. El usual hedor del lugar había empeorado ahora que la nieve empezaba a derretirse y el frío cedía paso al calor, pero no solo se trataba de eso. Aquí y allá, había jaulas ocupadas por cadáveres o personas agonizantes cuya piel se encontraba resquebrajada por el frio, la mordedura de las aves e insectos y los golpes con rocas, fruta podrida y otros objetos y sustancias poco agradables.

El ambiente también había cambiado. Los vendedores, incluso los hombres, se notaban más callados, humildes. Nadie trataba de venderme nada. Todos intercambiaban miradas iracundas y de sospecha, era evidente que nadie apreciaba a sus vecinos y desconfiaban hasta de su sombra. Obligué a Galeón a acelerar su paso. El ambiente empezaba a desesperarme, no iba a detenerme a comer en alguna posada, los ojos enrojecidos y los escupitajos que lanzaban al camino que dejaba detrás eran prueba suficiente. Si me detenía, no sobreviviría.

La situación se repitió en otras aldeas pequeñas. Lanzas con cabezas cercenadas por las manos de verdugos inexpertos, sangre en los caminos, moscas, gusanos y pestilencia. Por suerte, a medida que me acercaba a al centro del reino ya no era merecedora de miradas llenas de odio, solo de aceptación y sumisión. Me atreví a pernoctar en aquellas aldeas. Las tabernas y posadas se notaban silenciosas en la noche, todos tenían la mirada perdida y taciturna, un mohín en los labios y un temblor que disimulaban sujetando con fuerza sus respectivos vasos de vino. No me quedaba a esperar los espectáculos con esclavas, pero era evidente que incluso estos estaban suspendidos, o prohibidos, a mi habitación no llegaba el rumor de gritos, risas y comentarios soeces. Algo grave había ocurrido, todos hablaban de ello, pero callaban al verme llegar.

Al llegar a la ciudad que rodeaba el palacio de Cian pude notar que incluso esta parecía sumida en esa aura oscura manchada de muerte de destrucción. Espoleé a Galeón, una punzada en el pecho me obligaba a buscar a Jadiet cuanto antes. Necesitaba saber que estaba bien, que nada le había ocurrido.

Encontrar su hogar no fue difícil. Era una de las casas más grandes del lugar, toda una mansión con un hermoso jardín lleno de árboles frutales y setos muy bien recortados y cuidados. Con frenesí revisé los alrededores, no parecía ocurrir nada malo, no había sangre, marcas de caballos u otra prueba de violencia.

Al terminar de dar vuelta a la mansión, ingresé al jardín. La puerta principal estaba resguardada por dos guerreros, parecían ser mercenarios y prueba de ello eran sus armas de buena calidad y sus armaduras de cuero y cota de malla relucientes. Elmer parecía no escatimar en recursos en lo que respectaba a seguridad y eso en parte llenó de paz mi corazón. Era evidente que Jadiet estaría a salvo de lo que fuera que hubiera ocurrido en las aldeas.

Desmonté al llegar a la puerta principal, un joven sirviente se acercó y sujetó las riendas.

—Bienvenido, el señor lo está esperando —anunció con formalidad.

Le entregué una moneda de plata y me dispuse a entrar. Los guerreros solo inclinaron sus cabezas al verme y uno de ellos se apresuró a abrir la puerta. Estaba por agradecerle cuando un torbellino de encajes, seda y piel me empujó fuera del camino. Un delicado aroma a jazmín fue todo lo que quedó tras el paso de aquella bestia salvaje.

—¡Jadiet! —El grito descarnado e iracundo de Elmer casi me hizo saltar fuera de mis botas. Miré a quien me había empujado, era Jadiet, vestida con un vaporoso vestido color salmón, luchaba por subir a la silla de mi caballo ante la desesperada mirada del sirviente.

—No dejaré que me cases con el mejor postor —bramó.

Corrí a su lado, aquel vestido estaba diseñado para lucir hermoso y resaltar la belleza de quien lo llevara, no para subir a toda prisa a un caballo y huir ¿siquiera sabía montar a caballo? Sentí como mi corazón subía hasta mi garganta. No, Galeón era un caballo de guerra, obediente, pero feroz si no se le manejaba con cuidado y Jadiet tiraba con fiereza de sus riendas en sus intentos por subir a la silla.

—¡Jadiet! —grité, pero fue contraproducente para mis planes. Mi grito solo la animó a subir a mujeriegas sobre el lomo de Galeón y a espolearlo.

Su posición, la fuerza de un caballo de guerra y su evidente inexperiencia la llevaron a resbalar ante un violento corcoveo de Galeón. Por suerte, llegué a tiempo para atraparla en mis brazos y evitar una tragedia. El joven sirviente, que debía de ser algún caballerizo, se apresuró a sujetar las riendas y a calmar a Galeón.

Con el cuerpo dominado por fuertes temblores y el rostro tan pálido como la nieve, Jadiet trató de apartarse de mí.

—¡Suéltame! Tú, tú solo eres como los demás —masculló.

Elmer llegó a nuestro lado en un instante. Iracundo, tomó con fuerza el antebrazo a su hija y tiró de ella hasta ponerla en pie.

—¡¿Qué clase de comportamiento es ese?! ¡¿Qué pasa contigo?! No te enseñé a comportarte así, eres una señorita, estás en mi casa y mientras estés en ella harás lo que yo diga ¡incluyendo casarte con quien YO diga!

Con cada grito descargó un par de bofetadas sobre el rostro de Jadiet. Mi sangre hirvió y me puse en pie a toda prisa. Llegué a su lado a tiempo para sujetar su antebrazo y detener tan despiadado ataque.

—Creo que es suficiente —siseé. No podía mostrar mi ira, aunque deseaba partirle el brazo en dos, no sería correcto de mi parte. Solo era un padre corrigiendo a su hija y yo no tenía derecho a intervenir.

—No tienes que defenderme —masculló Jadiet—. No cuando todo esto es tu culpa —sollozó, levantó su falda un par de palmos del suelo y corrió hacia la mansión. Segundos después escuchamos un fuerte portazo y un grito iracundo en una de las habitaciones superiores.

—Mis disculpas, mi señor —dijo Elmer con altivez—. Mi hija tiene mucha energía, mucho me temo que las actividades típicas de una joven de su clase no la agotan lo suficiente. Me aseguraré de llevarla a las cocinas, ayudando a la servidumbre aprenderá una cosa o dos sobre llevar un hogar y lo que se espera de ella como mujer de un señor.

—No es necesario —respondí—. Quizás está nerviosa por el futuro.

—¿Nerviosa por su futuro? —Elmer rio de buen grado y los guerreros le imitaron—. No tiene nada de qué preocuparse. Se casará con un hombre en una buena posición económica —palmeó mi hombro con fuerza—, y no tendrá carencia alguna en su vida ¿qué tiene que temer? Siempre que se comporte, todo estará bien y será feliz.

—Yo... —opté por guardar silencio. Si respondía, revelaría mi identidad a aquellos idiotas. Concluirían que Ialnar tenía algunas ideas novedosas, que quizás le habían lavado el cerebro en Calixtho—. Tiene usted razón, Elmer —acepté.

—Bien, bien. —Frotó sus manos con codicia— ¿Por qué no vamos dentro y discutimos nuestro futuro acuerdo?

Seguí sus pasos hasta el salón de su mansión. Era enorme, con muebles de madera oscura tallada en las formas más enrevesadas y complejas que pudiera imaginar. El asiento y el respaldar se encontraban acolchados y tapizados con terciopelo rojo. En el centro se encontraba una mesa baja en la cual ya descasaba una tetera, tazas y una bandeja con pastas y galletas.

Tomé asiento y él me imitó, una sirvienta apareció de la nada y sirvió en las tazas una bebida de poderoso aroma y oscuro color.

—Café, traído directamente desde Tasmandar hasta mi mesa —sonrió—. Estoy a punto de concretar un acuerdo con los productores más respetados de la región, importaré toneladas a Luthier. Es una bebida muy apreciada por los nobles y gente de alcurnia en nuestro reino, imagino que no la has probado, después de pasa tanto tiempo luchando por nuestro reino.

—Por supuesto, no he tenido el gusto —respondí y di un trago a aquel brebaje. Era amargo, pero su aroma reconstituía mi espíritu y pronto, el cansancio inherente al viaje empezó a desaparecer de mis huesos.

—Es muy energizante, perfecta para jóvenes caballeros como usted —dijo.

—Sería una excelente adición al ejército de Su Majestad —dije con desenfado, al parecer, mis palabras le ofendieron.

—¡Tal bebida para la tropa! ¡Estás loco, muchacho!

—El rey podría comprarle una gran cantidad, sería dinero fácil y un aliciente para los ciudadanos, quienes solo probarían este manjar si sirven a su tierra —repuse.

—Ay, estos jóvenes de hoy —rodó los ojos—. Nada es peor que hacer negocios con la corona, muchacho. Siempre tienes las de perder. Con el tiempo terminas como esas pequeñas aldeas sin señor, empobrecido, desahuciado. —Mordisqueó una galleta—. No tengo nada en contra de nuestro señor, pero los negocios son negocios.

—¿Qué ocurrió a las aldeas? —inquirí.

—Oh, lo de siempre, impuestos. Fue un invierno muy duro y no tienen cómo pagar lo que deben al rey ni señor que pueda velar por ellos u ofrecerles un préstamo. Quienes no pudieron pagar fueron reclutados para el ejército, quien no tenía juventud o un hijo para ofrecer lo perdió todo y quien se resistió, bueno, de seguro fuiste testigo de cómo pagaron a la tierra las sangres y vísceras que le debían al rey.

La galleta que mordisqueaba casi cae de mis manos ¿se podía ser más cruel? En Calixtho si bien era un fastidio pagar impuestos, te veías recompensada por la protección de un ejército que contaba con las mejores armaduras y armas, una ciudad con alcantarillas, escuelas gratuitas para todos, orfanatos y viviendas aptas para las refugiadas que llegaran a nuestro reino en busca de paz y seguridad ¿qué ofrecía Cian a cambio de sus impuestos?

—El rey sabe lo que hace —respondí al fin—. No puede permitir que la población caiga en las garras del libertinaje y la irresponsabilidad.

—Por supuesto —aceptó Elmer—. Pero se debe ser cuidadoso, no puedes apretar demasiado o terminarás siendo considerado un tirano. Es como llevar un hogar, no puedes ser cruel con tus hijos y servidumbre, por mucho que quieras controlarles, solo puedes enseñarles el camino y esperar que se mantengan en él mientras están bajo tu techo. —Lanzó una mirada a las escaleras que se encontraban a un lado, una gran estructura que subía hasta el segundo piso de la mansión y se dividía para dar paso a dos pasillos.

—Jadiet debe ser difícil de manejar —comenté y traté de mantener mi voz ligera, libre de cualquier acusación.

—No lo es, solo se resiste a dejar el hogar paterno, algo común en estos días entre las jovencitas de su edad. La influencia de sus amigas es terrible, es algo de lo que debes cuidarte, muchacho.

Era ya la tercera vez que me llamaba así y no "señor" fruncí el ceño ¿cuándo había ocurrido el cambio en su trato y deferencia hacia mí? ¿O pretendía sonar cercano ahora que podía convertirme en su futuro nuero?

—Seré sincero, Jadiet es mi tesoro más valorado y es una buena muchacha, sé que lo que viste hoy puede demostrarte lo contrario, pero lo es. Por eso, la dote que pido por ella no es cualquier cosa.

—Elmer, si me disculpa, no quisiera hablar de una dote tan pronto.

—¡¿No quieres casarte con ella?! Sé que su comportamiento fue deplorable, pero te juro que... —la desesperación en su tono, el color lila de sus mejillas y el temblor en sus manos era evidencia suficiente, si me negaba, Jadiet pagaría las consecuencias.

—Oh, no es eso, se lo aseguro, es solo que —tomé aire—, es solo que me gustaría pasar tiempo con ella, demostrarle que mis intenciones son solo las mejores para ella y para su familia. Quizás actuó así llevada por el miedo, si le demuestro que mis intenciones son íntegras, confiará en mí y podremos seguir adelante con un compromiso.

—Tienes una manera muy extraña de pensar —dijo Elmer al fin, levantó la mano y la sirvienta se acercó a nosotros con dos copas de vino—. Lo permitiré, después de todo, estás dispuesto a darle una oportunidad a mi hija, incluso si ella te ha mostrado su lado más insoportable.

—Le aseguro que eso no es un problema para mí —respondí—. Si me lo permite, me gustaría que me mostraran mi habitación, estoy agotado.

—Por supuesto —aceptó Elmer. Hizo un gesto a la sirvienta—. Ella te mostrará el camino. Subirán tu equipaje en un rato.

Seguí a la humilde sirvienta hasta el segundo piso y a través del pasillo de la derecha. Había múltiples habitaciones, la mía se encontraba al final, cerca del baño. Miré a mi alrededor, todo era alfombras, mármol y algunas esculturas y floreros, las ventanas tenían cristal, todo un lujo en Luthier. Elmer era absurdamente rico.

Mi nueva habitación no escatimaba en gastos, contaba con una gran cama con dosel y sábanas de seda y piel, así como un gran ventanal que daba a una terraza. Había un espejo de gran tamaño, así como un armario y una jofaina llena de agua. La chimenea estaba apagada, con leña nueva y sin un ápice de cenizas. Sobre la cama se encontraban mis alforjas, así que no debía de preocuparme por intromisiones.

—Esto es una locura —siseé, por un instante vi todo rojo. La habitación me oprimía, sentía que me faltaba el aire en el pecho, aflojé las cuerdas de mi camisa y tiré mi capa. La sensación continuó, así que abrí el ventanal y salí a la terraza, necesitaba respirar, mi visión empezó a oscurecerse en los bordes. Si me desmayaba, quedaría a merced de ojos y manos inescrupulosas.

Sostuve mi peso contra la barandilla del balcón, aire, dulce aire ingresó a mis pulmones. Respiré hondo un par de veces. Contener mis emociones, hablar como un idiota de Luthier, negociar el futuro de Jadiet sin que ella estuviera presente o tuviera voz y voto en la materia carcomía mi corazón ¿era así para todas? Contuve una arcada. Si me rechazaba o se negaba, tendría que dejarla ir, pero ¿cuáles serían las consecuencias? Su padre la maltrataba, había compartido una ridículamente ostentosa bebida con el hombre que la había golpeado, había hablado con él en paz, en Calixtho habría podido matarlo, ponerlo en su lugar y nadie habría juzgado mal mis acciones.

Un sollozo ahogado me arrancó de mi mundo de ira e impotencia, allí, a varias terrazas de distancia, se encontraba Jadiet. Estaba sentada en una silla y secaba sus ojos a toda prisa, como si permitir que cualquier lágrima escapara fuera un sacrilegio, una traición a su alma indómita.

No lo pensé demasiado, corrí a la habitación y cerré la puerta con llave, luego regresé a la terraza. Ella me daba la espalda, así que mi plan era seguro. Subí un pie a la barandilla lateral, luego subí el otro, entre temblores erguí mi cuerpo lo suficiente como para dar un paso hasta la barandilla de la siguiente terraza. La sensación de vacío me acompañó todo el tiempo que tardé en dar el paso, aterricé con suavidad en la terraza vecina. Mi corazón dio un brinco, la caída no era demasiado peligrosa, pero no deseaba asustar a Jadiet.

Repetí la operación, a cada terraza maldije la distancia que había entre nosotras. Lo habían pensado muy bien. Querían evitar cualquier «accidente». Reí para mí, eso era un imposible, por dos poderosas razones.

Jadiet estaba tan concentrada en luchar contra sus lágrimas que pude caer justo a su lado sin que lo notara ¡Toda una hazaña considerando mi torpeza y tamaño!

—Una mujer tan linda como tú no debería llorar —susurré y le tendí un pañuelo. Era de Ialnar, pero no me importó. Tampoco tenía pañuelos bordados con mi nombre en Calixtho.

Jadiet jadeó debido a la sorpresa y a punto estuvo de gritar, por suerte, al ver que era yo, solo atinó a dar un manotazo a mi mano para alejar el pañuelo de sí.

—No necesito nada de ti y aléjate, o gritaré —amenazó. En otra ocasión, habría prestado atención a tales palabras, pero en su caso, era imposible. Tenía los ojos enrojecidos e hinchados de tanto llorar, el cabello despeinado y los labios temblorosos, todo enmarcado en un vestido demasiado delicado y vaporoso ¡Un soplo de aire podía partirla en dos!

—No, no creo que lo hagas —dije, sintiéndome más segura de lo que había estado en toda mi vida.

—Tienes razón, no puedo hacer nada por mí misma —bufó y tomó el pañuelo que le tendía. Secó con furia sus mejillas y protestó ante la rojez que las decoraba.

Detuve su mano con una de las mías y tomé el pañuelo. Algo en mí no soportaba verla en esa situación, lastimándose a sí misma sin razón.

—Debes ser más cuidadosa. No tienes que lastimarte más —susurré mientras secaba las últimas lágrimas. Sus ojos se clavaron en los míos, así como sus dedos en mis muñecas, parecía dividida entre las ganas de apartarme y el deseo de perderse en mi mirada.

—No lo entiendo —dijo por fin—. No entiendo por qué eres tan gentil conmigo. —Bajó la cabeza apenada y arrugó parte de su vestido en su puño.

—No tengo que ser una bestia salvaje con alguien que no me ha hecho mal alguno —respondí—. Nadie merece ser maltratado de esa forma.

—Desobedecí a mi padre —justificó—. Lo merecía por tratar de escapar de casa. Incluso traté de robar tu caballo ¿por qué no estás gritándome? ¿por qué no me odias por eso?

Me quedé sin palabras. El poderoso espíritu de Jadiet estaba siendo consumido poco a poco por la doctrina de su padre. No pude contenerme y acuné su rostro entre mis dedos. Aterrada, cerró los ojos con fuerza, como esperando un golpe que nunca llegaría, jamás lo haría. Prefería morir antes que lastimarla ¡Era maravillosa!

—Eres asombrosa —dijo mi corazón y mis labios fueron portavoz de su sentir—. Eres fuerte, eres única en este mundo. Has resistido tanto —susurré.

—¿Qué? —inquirió sorprendida. Sus manos acompañaron las mías, suave calidez contra la ligera callosidad de mis nudillos.

—Han tratado de convertirte en algo que no eres, Jadiet y, aun así, día a día luchas una batalla sin cuartel, la más noble de todas, la lucha por ser tu misma.

—Me temo que no te entiendo —murmuró.

—No hace falta entender nada, solo debes concentrarte en no cambiar —dije, llevada por un frenesí indescriptible, una ola de energía que no podía controlar—. Dime ¿qué es lo que más deseas en este mundo y no te permiten hacer?

—Quisiera, quisiera montar a caballo —apartó un mechó de cabello de su frente con cierta timidez—, mi padre dice que esa no es una actividad para una dama.

—Tonterías, yo te enseñaré —prometí.

—Buena suerte con eso —negó ella—. Papá no nos dejará solos, nombrará alguna chaperona para vigilarnos.

—Oh, tú déjalo en mis manos. —Acaricié la rojez de sus mejillas con suavidad, deseé como nunca tener el poder de desaparecer su dolor—. Me haré cargo de ella y nos dejará en paz. Promesa de caballero.

—¡Jadiet!

El grito de Elmer nos obligó a separarnos. Jadiet cambió su semblante feliz por uno sombrío y comedido, con un gesto de sus manos me conminó a regresar a mi terraza. No quería dejarla, no en manos de aquel hombre que se hacía llamar su padre, pero no tenía otra opción. Si deseaba una oportunidad con ella, debía comportarme como el perfecto caballero.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro