Boda arreglada
Los días pasaron con tortuosa lentitud sobre aquel humilde refugio. Jadiet había tomado las riendas de nuestra supervivencia en sus manos y lo había hecho bien. Recuperé las fuerzas con ayuda de las conservas que se encontraban en el refugio y algo de pan que ella había logrado comprar en una cabaña de leñadores cercana.
—Gracias —susurré por lo bajo en cuanto me pasó una hogaza de pan y un plato con zanahorias, pepinos y cebollas en conserva. El olor del vinagre irritó mi nariz y me hizo salivar en espera de su ácido sabor.
—No lo hago por ti —resopló antes de pellizcar un trozo de pan. Observé sus acciones. Humedeció la miga en el vinagre y la introdujo en su boca. Hacía las más tiernas expresiones ante el sabor. Mi corazón aún protestaba al verla, ya no era mía para amar y contemplar, suspiré, nunca lo había sido.
Mi herida estaba cicatrizando bien, podía viajar y alcanzar mi feudo. Ya nos habíamos demorado demasiado y de seguro nos encontraríamos con los hombres de su padre de camino a mi feudo.
—¿Qué ocurrió con el verdadero Ialnar? —preguntó en cuanto terminó de comer. No me miraba a los ojos, su mirada estaba clavada con frenesí en el plato vacío como si este contuviera las joyas más hermosas del mundo.
—Lo decapitaron frente a mí, solo así podría cumplir mi misión.
—Oh, además de mentirosa eres cómplice de un asesinato —siseó por lo bajo— ¿Debo temer ahora por mi cabeza?
—No, Jadiet, para nada —susurré, mi voz se quebró—. Jamás permitiría que algo te ocurriera.
—¿Has matado a alguien en Luthier? —Dejó su plato en el suelo y abrazó sus rodillas. Parecía especialmente afectada por el tema. Decidí contarle la verdad, me odiaba por mis mentiras, no sumaría más odio al que ya ella sentía.
—No... quiero decir, si —acepté—. Maté al tío de Ialnar por llevar el feudo casi a la bancarrota y decapité a más de la mitad de mis capitanes —confesé.
—¿Hiciste qué? —Levantó la cabeza y clavó sus ojos en mí— Es así como esperas lograr la victoria para tu reino, ¿matando oficiales? —escupió.
—No. Habían desobedecido mis órdenes, atormentaron a unas prisioneras y no podía dejarlos salirse con la suya.
Su expresión cambió por unos segundos, había un rastro de confusión, pena y empatía en su mirada, mismo que desapareció en un instante. Jadiet volvió a esconderse detrás de su escudo de odio e indiferencia, pero aquel pequeño gesto me llenó de esperanza. Si me explicaba, si le contaba todo, existía la posibilidad de que entendiera mi misión, que comprendiera que lo que hacía no eraun ataque a ella o a sus creencias, sino por la búsqueda de justicia y paz duraderas.
—Una de ellas era una gran amiga, Yelalla —continué—. Había sido capturada y me reconoció, se negó a entender la importancia de mi misión y tuve que... tuve que acabar con ella —jugué con mis dedos—, supongo que fue lo mejor, estaba muy mal, había sufrido lo indecible en manos de algunos de mis hombres. —Aquella era la nueva mentira en la que se basaba mi cordura y mis ganas para seguir adelante con todo. Ella lo necesitaba, ella se lo había buscado, dos razones amargas que llenaban de bilis mi boca cada vez que hablaba sobre ese momento o lo recordaba, vivido, en mi mente y en mis huesos.
—Bueno, era una guerrera del reino enemigo, de seguro lo merecía —espetó Jadiet con tal veneno en su voz que me sentí morir en ese instante.
—Nadie merece tal atrocidad —mastiqué las palabras. Una vez superada la sorpresa inicial, la ira nació sin control alguno—. Nadie merece lo que le ocurrió a Yelalla.
Jadiet se arrastró sobre sus nalgas para alejarse de mi a toda prisa, pude escuchar como el tul de su vestido se rasgaba contra el rústico suelo de la cabaña, pero no me importó, tampoco lo hizo el tirón en mi muslo en cuanto me puse en pie.
—La violencia de ese tipo no está justificada —gruñí—. Nadie la merece, ni siquiera los hombres de Luthier.
—Yo... —Jadiet luchaba por encontrar las palabras adecuadas, sus labios pálidos temblaban sin control y sus ojos no paraban de viajar entre mi espada y mi mano derecha, como si temiera que desenvainaría y cortaría su cabeza. Tomé aire y froté mi rostro con mi mano, necesitaba calmarme si deseaba explicar lo incorrecto de su pensar.
—Someter a alguien a tal... desesperación, ignominia y pérdida es brutal, Jadiet. Que alguien tome con violencia esa parte de ti, no es un simple robo o castigo por tus decisiones, es mucho peor. Es alguien tomando algo de ti que nunca recuperarás, están manchándote a un nivel que va más allá del físico. Es lo que te habría ocurrido a ti de seguir adelante tu matrimonio con Kiev, tú no lo amas ni lo deseas, él nunca tendría tu consentimiento y, aun así, lo habría hecho contigo, una y otra vez, cada noche que se le antojara, incluso si a ti no.
—Es nuestro deber como esposas aceptar a nuestros maridos. —Miró por la ventana, su voz temblorosa y sus ojos inundados de lágrimas revelaban que su resolución y sus creencias se resquebrajaban.
—No, tienes derecho a decidir sobre tu cuerpo, a decir no, Jadiet. Eso es lo que defendemos en Calixtho, la libertad y posesión de nuestros propios cuerpos y corazones. —Me agaché frente a ella—. Muchas mujeres de Calixtho prefieren morir por la espada que experimentar tal situación, o peor, ser esclavizadas por hombres de Luthier. Es por eso que siempre llevamos bayas venenosas a nuestro alcance, porque de vernos cautivas y al ser imposible un rescate, preferimos morir.
—¿Tú las llevas? —inquirió.
—No, pondría en riesgo mi misión. —Erguí mi cuerpo y estiré mi espalda, no era hora de saturar a Jadiet con información, era bien sabido por todos que las mujeres de Luthier tardaban meses e incluso años en aceptar aquellos conceptos. Por ahora, lo verdaderamente importante era alejarnos del peligro—. Debemos irnos hoy, si cabalgamos durante toda la noche y el resto del día, llegaremos al atardecer a mis tierras, estaremos a salvo.
—¿Y entonces qué? —preguntó Jadiet con violencia.
—Entonces buscaremos una solución a tu situación.
Jadiet rodó los ojos y se levantó. Recogió su alforja apresurada y las mías y las ató a la silla de Galeón en el tiempo que me tomó abandonar la cabaña. No me atrevía a avanzar demasiado rápido, no quería echar por tierra todo el trabajo que Jadiet había realizado por mí.
Montar a Galeón fue todo un desafío, uno que pude lograr gracias a la oportuna ayuda de Jadiet. Pronto nos encontramos de nuevo en el camino de regreso a mi feudo, con la diferencia que la cercanía entre nuestros cuerpos se encontraba manchada por una creciente tensión. Podía sentir como Jadiet hacía lo posible por mantenerse alejada de mí, como si yo estuviera contagiada por alguna plaga.
—Si continúas alejándote caerás del caballo —advertí.
—Es preferible a estar cerca de ti. —Pese a la crueldad de sus palabras, dejó de alejarse y aceptó el firme sostén que le brindaba mi cuerpo. Después de todo, no quería arriesgarse a resbalar y romperse el cuello.
Alcanzamos mi feudo en el tiempo previsto. Mis guardias se apresuraron a ayudarla a bajar y cargaron su bolso con curiosidad mientras esperaban mis instrucciones.
—Llévenla a una de las habitaciones disponibles, la más alejada de la mía —indiqué—. Es una señorita y le debemos respeto.
—Sí señor.
Jadiet se dejó conducir por mis guardias hacia el interior del castillo. El segundo guardia hizo ademán de tomar las riendas de Galeón, pero me adelanté a él.
—Incrementa las guardias. Me temo que el traer a la señorita Jadiet a mi feudo puede tener graves consecuencias —indiqué—. Yo me haré cargo de Galeón, me hará bien cepillarlo para distraerme.
—Como ordene, señor.
El establo era un lugar gigantesco, algunos caballerizos y mozos cuidaban de al menos una treintena de caballos pura sangre poderosos. Al verme llegar algunos trataron de acercarse, pero rechacé su ayuda.
La tarea de cepillar a Galeón era repetitiva y relajante, el suave sacudir de sus músculos y sus soplidos pacíficos y alegres y sus orejas apuntando hacia el frente, totalmente relajadas me decían que disfrutaba de la atención.
Mi burbuja de calma se vio rota por el sonido de pasos pesados quebrando la paja, reconocía aquellos pasos, eran los de un guerrero pesado y fuerte.
—Sabía que te encontraría aquí —dijo Enael para romper el silencio.
—Me has encontrado. —Bajé la mirada. No podía verlo a los ojos ¿y si él me descubría como Jadiet? Era un hombre consciente y justo, pero yo era la responsable directa de la muerte de su gran amor, podía delatarme en venganza y no lo culparía en lo absoluto.
—No tienes que ocultarte, no estás haciendo nada malo —suspiró y pude sentir la intensidad de su mirada en mí nunca—. Quiero decir, es algo pronto para traerla al castillo, pero entiendo que no podías retrasar más este momento. Si no queremos habladurías sobre nosotros, ese es el camino a seguir.
—¿Qué? —inquirí con cierta confusión.
—Jadiet, tu esposa. Sabía que te demorarías, pero no pensé que tomarías la oportunidad para casarte y... —dejó de hablar y tomó aire. Giré y lo vi, sus ojos estaban apagados y tristes, las comisuras de sus labios parecían carecer de la fuerza suficiente para mantenerse erguidas, incluso si él trataba de fingir una sonrisa, el resultado era una mueca bastante amarga que apuñaló mi pecho.
—No es mi esposa —aclaré.
—No tienes que mentir para hacerme sentir bien —espetó y agitó los brazos a sus lados en un vano intento de aliviar la presión—. Eres idiota, Ialnar, pero no tanto.
—Digo la verdad, no es mi esposa.
—Entonces ¿qué hace aquí? no soy quien, para regañarte, Ialnar, pero conoces las leyes de nuestro reino. No puedes tener una chica soltera sin guardianes de su familia bajo tú mismo techo. —Empezó a pasear, el crujido de la paja se hacía más fuerte con cada uno de sus pasos—. Dime que no lo hiciste, Ialnar, dime que no te has metido en un conflicto de honor. —Clavó los dedos en su cabello y tiró de él.
—Su padre rompió nuestro acuerdo y pretendía casarla contra su voluntad con otro hombre.
—¿Y qué? —Enael detuvo sus paseos justo frente a mí— ¿Qué es tan importante en ella como para arriesgarte a ser perseguido por una deuda de honor?
—Quiero que sea libre, Enael, deberías ver como la trata su padre...
—¡Como muchos padres de todo Luthier! —explotó Enael— ¿Y qué harás? ¿Te casarás con todas las chicas de Luthier? ¿Las secuestrarás para salvarlas? ¿Dónde entro yo en todo esto?
—Enael, esto no tiene que ver contigo, yo... —Era mi oportunidad, hora de alejarlo de mi para siempre, de alejarme por fin de toda una vida basada en las mentiras. Separé mis labios para expresarle mis sentimientos hacia Jadiet, pero en un instante vi acunado mi rostro por sus fuertes manos y mi alma se perdió en aquellos ojos verdes intensos y ardientes.
—¿Qué, Ialnar? ¿Tú qué? No me digas que la amas, porque tú y yo sabemos que eso es mentira.
Mi espalda impactó con una de las divisiones del corral de Galeón, sus labios bebieron de mí y yo bebí de los suyos. Había algo reconfortante en su cálido pecho presionado contra el mío, en el insistente empujar de sus caderas contra las mías y en la firme prueba de su atracción hacia mi presionando con insistencia contra mi vientre.
Algo primal despertó en mí, un hechizo que obligó a mis manos a sujetar sus caderas contra las mías y a frotarme con desesperación contra él. Gruñí contra sus labios y rasguñé su espalda para luego colar mis dedos en ella y trazar un camino ardiente con mis uñas. Necesitaba sentirme completa, necesitaba que alguien me recordara que estaba allí para mí y que aunque se tratase de mi identidad falsa, era amada y apreciada.
Por suerte mi consciencia me recordó mi situación y el lugar en el cual me encontraba. No era el mejor momento para dejarme llevar por el deseo o lo que fuera que sintiese en ese momento. Aparté a Enael de un empujón y tuve que enfrentarme al dolor en sus ojos.
—No te rechazo, Enael —dije entre jadeos—. Pero pueden vernos y no quiero arriesgar tu vida por un revolcón en la paja.
Enael asintió y con habilidad ajustó su camisa en el interior de su pantalón, luego pasó los dedos por su cabello para peinarlo y recuperar un poco el porte de un capitán.
—Necesitas un plan para que esto salga bien —dijo por fin—. Si quieres que todo salga bien con Jadiet debes casarte con ella cuanto antes y necesitas testigos del hecho, nobles que apoyen tus palabras. Por lo que cuentan los rumores ella es hija de un rico mercader —asentí—, pero su palabra no es más poderosa que la de dos casas nobles.
—¿Quieres que acuda con Ukui y Shalus?
—Son tus aliados ¿no? Tuviste un banquete con ellos.
—Pero no con estos motivos —susurré.
—Lo sé, pero aun así puedes solicitar su ayuda en estos menesteres. Si envías por ellos ahora, estarán aquí en tres o cuatro días, tiempo suficiente para organizar la boda. Te aseguro que el padre de la chica aún debe estar ocupado reuniendo hombres para buscarla y que su prometido no se atreverá a atacarte sin su apoyo.
—Keiv, se llama Keiv y aspira al puesto de capitán en el ejército de la casa de Daendir.
—Entonces solo es un teniente, difícilmente tendrá el apoyo de su señor...
Un escalofrío recorrió mi espalda. Golpeé la pared con mis nudillos y maldije por lo bajo. Claro que tendría el apoyo de su señor. La casa de Eddand era ahora la favorita de Cian, eso me hacía el enemigo número uno de Daendir, incluso si desconocían mi pertenencia a la alianza que estaba dispuesta a desenmascararlos.
—Lo tendrá, Daendir no es afín al rey, es un secreto a voces. —Enael asintió y resopló.
—Bueno, tres casas contra una, no se atreverán a derramar sangre inocente por una mujer. Escribe a nuestros aliados y a algún sacerdote. La boda debe llevarse a cabo cuanto antes. Es lo único que puedes hacer para salvar tu vida. Si no, ni el mismo rey podrá evitar que Keiv o el padre de la chica te decapiten y que ella sea quemada viva por adúltera.
—¿Qué haría sin ti? —me sorprendí ante la sinceridad y calidez de mis palabras. Enael sonrió y tomó mi mano, la llevó hasta sus labios y depositó un suave beso en mis nudillos.
—Estarías muerto, eres un desastre —bromeó—. Vamos, ve a tu despacho, tienes varias cartas que escribir.
No lo merecía, Luthier no merecía a un hombre como Enael pisando su tierra. Corrí al despacho y redacté a toda prisa las misivas necesarias. Sabía que asistirían en mi ayuda, era una manera de sellar nuestro pacto y de disfrutar de una agradable velada. Además, era una cuestión de honor.
Lo más difícil sería convencer a Jadiet de nuestro plan. Froté mis ojos y descansé la cabeza en el escritorio. Ella tenía que intuirlo, no podía permanecer en el castillo sin más. Pronto exigirían respuestas, los nobles no podían hacer lo que se les diese la gana, al menos no si afectaba su imagen ante el público.
Permití que pasaran algunas horas, aproveché el tiempo en organizar el papeleo acumulado, resolver disputas entre los soldados y luego, tomé un corto y práctico baño con la jofaina. Todo a mi alrededor podía apestar, pero no tenía por qué aguantar una capa sempiterna de mugre sobre mi piel para no destacar.
Me aseguré de no ser vista camino a su habitación y pasé sin tocar. Si iba a gritarme, quería que lo hiciera cuando ya estuviera dentro.
—¿Qué haces aquí? —chistó con furia desde la cama. La ignoré y miré la habitación mientras organizaba mis ideas.
Había dejado su improvisada alforja a los pies de la cama, sus vestidos estaban desparramados alrededor, como si alguna tormenta los hubiera capturado y destrozado a placer. Cerca de la cómoda se encontraba una mesita con una jofaina. No tenían agua y por el color sonrojado de la piel de sus brazos y rostro de seguro se había tomado un tiempo para ponerse cómoda.
—Esto que voy a decir puede que sea difícil de entender —empecé—. Pero tienes que tener la mente abierta y comprender que es la única salida si quieres permanecer alejada de tu padre y Keiv.
—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó sin siquiera verme a los ojos. Su mirada estaba clavada en el dosel de la cama, como si todo su mundo se encontrara en él.
—Casarte conmigo, dentro de cinco días —murmuré en un tono muy bajo, como si al expresarlo así las palabras carecieran del peso que tenían. Ni en mis sueños más locos habría imaginado una situación tan bizarra en mi vida.
—¿Qué? Disculpa, no te entendí —bramó, sabía bien que me había entendido. Uno de sus ojos temblaba y sus puños no soltaban las sábanas, incluso su rostro empezó a colorearse de un color púrpura poco saludable.
—Es la única salida. Al hacerlo serás libre de cualquier demanda de Keiv y tu padre. De las consecuencias me encargaré yo. No tendrás que preocuparte por nada.
Un bufido y una risita cínica de su parte despertaron los sentimientos que me esforzaba por controlar, aquellos que constantemente me gritaban que dejara atrás el control, que gritara, que exigiera justicia y dedicación en su comportamiento, pues mantenerla con vida me estaba provocando muchos problemas y lo mínimo era demostrar agradecimiento hacia mí.
—Si sabes que los matrimonios deben consumarse para ser válidos ¿no? —sonrió victoriosa.
—Eso es algo que podemos solucionar juntas... podemos...
—¡¿Cómo puedes esperar que esté contigo si eres una mujer?! —interrumpió mi explicación casi a gritos. Extendí mis manos y con un gesto le indiqué que bajara la voz. Nunca se sabía si las paredes tenían oídos.
—Antes eso no era un problema para ti —respondí exaltada.
—Porque no sabía que lo eras —sacudió los brazos a su alrededor, sus mejillas estaban sonrojadas, brillantes. Abandonó su lugar en la cama y paseó por la habitación como un torbellino.
—¿Eso en qué cambia todo? ¿Te gustaba o no? —exigí saber.
—¿Por supuesto! Pero estaba engañada. Ahora que te veo solo siento asco.
—Eso puede arreglarse, podemos arreglar los problemas conforme se presenten. Por ahora, lo único que debes saber que te casarás conmigo, de lo contrario, morirás —sentencié con firmeza, di media vuelta y abandoné aquella habitación antes que la intensidad nos llevara a una ronda de gritos.
Clavé la mano en mi pecho y respiré profundo un par de veces, el fuego que sentía en mi corazón no era normal y parecía crecer conforme pensaba en lo injusto de su trato hacia mí.
—Tampoco fuiste muy justa, Inava —me dije antes de regresar a mi despacho. Tenía mucho que hacer si planeaba organizar una boda en cinco días. Con un poco de suerte solo debería ordenar la decoración y el banquete, quizás contratar algunos músicos. No tenía por qué ser complicado.
Los días transcurrieron con rapidez, presas del frenesí de los preparativos. Resultó que cinco días era muy poco tiempo para encontrar músicos, alimentos y realizar una decoración decente y lo peor era que aún faltaban los invitados principales.
—No puede haber boda sin testigos ni sacerdote —espeté mientras probaba el estofado que servirían en el banquete. Frente a mí la cocina era un caos controlado. Los cocineros parecían danzar con las bandejas, especias y alimentos, tenían todo tan coreografiado que no chocaban entre sí e incluso el chico que cuidaba el fogón parecía respetar los tiempos. A veces atizaba el fuego, en otras bajaba su intensidad, todo con el fin de preparar los mejores platillos para celebrar la boda de su señor. Un evento al cual todos estaban invitados y donde incluso el más pobre se iría dormir con el estómago lleno.
—Llegarán, suelo ser bueno calculando el tiempo de viaje —respondió Enael. Al ver que sus palabras no me tranquilizaban en lo absoluto apoyó una mano en un hombro en un gesto de camaradería—. No van a negarse a venir. Nadie se negará ante una invitación del mismísimo héroe de Luthier.
Casi como si hubieran escuchado sus palabras, el cuerno del vigía se dejó escuchar, alegre y jovial. Indicaba la llegada de los invitados, amigos. No era el canto lastimero y desesperado de cuando se avistaban enemigos.
—Bueno, espero que la novia esté lista. —La sonrisa de Enael no alcanzó sus ojos—. Tienes mi apoyo en todo, Ialnar.
—Lo siento. —Era todo lo que podía decirle, esas palabras resumían mi pena y mi vergüenza ante el engaño al que le estaba sometiendo de la manera más vil posible.
Enael se encogió de hombros, luego se irguió y saludó, era un capitán y me debía respeto, pero no solo era una formalidad. A través de aquel gesto se alejaba de una situación que le destruía y que solo soportaba por mi bienestar.
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