Banquetes
Era una suerte para mí que la vida de un señor no fuera tan pesada. Solo debía encerrarme en el despacho, leer la contaduría y aprobar recursos para los campos. No era una labor tan ardua, eran temas que se enseñaban en la escuela a todos los niños y niñas de Calixtho, independientemente de si contábamos con tierras o no, nunca se sabía lo que podía deparar el futuro y era mejor contar con un buen administrador que uno malo. Una sola granja improductiva era sinónimo de hambruna y de escases. Ahora comprendía porque Luthier nos atacaba y sufría de tanta hambre y enfermedad. Nadie sabía administrarse, nadie estudiaba ni se superaba. Solo los señores, algunos pajes y escribas conocían el arte de la lectura y los números.
La falta de educación podía arrodillar a un reino antes que un ejército poderoso.
A mi día como señor feudal debía agregar mis labores sociales. Luego de administrar mis tierras debía de sentarme en el salón principal y escuchar a los campesinos y a los capitanes de mis ejércitos. No había que hacer nada más y, aun así, el tío de Ialnar se las arregló para llevar el feudo al borde de la quiebra, la sequía y hasta la peste.
Si la falta de educación arrodillaba un reino, la vida licenciosa de sus poderosos podía destruirlo.
—Mi señor. —Uno de los soldados cruzó la puerta del despacho y saludó—. Los señores de las casas de Fereir e Yfel solicitan una audiencia con usted.
Extendí una mano para que me acercara el pergamino que llevaba. Así lo hizo y pronto tuve ante mí una petición bastante pomposa, aunque urgente, de las mencionadas casas, firmaban con sus sellos respectivos, un dragón negro con escamas rojas y tres torres inexpugnables. Consideré citarlos y reunirme con ellos en el despacho. Sin embargo, parte de mi trabajo era demostrar mi riqueza y poder y la casa de Eddand y ya el tío de Ialnar había hecho mucho daño al buen nombre de la misma.
—Invítelos a un banquete dentro de tres días —indiqué al escriba que estaba sentado a mi diestra mientras le pasaba el pergamino. El buen hombre empezó a escribir a toda prisa—. Entregarás la carta a los señores y ordenarás al mayordomo que prepare todo para su llegada. Quiero celebrar una buena fiesta —dije al soldado.
—Por supuesto, mi señor.
Me repantigué en mi cómodo asiento frente al escritorio. Los días habían transcurrido en un torbellino de acción, papeleo y oraciones. Todos los días al amanecer los sirvientes me levantaban para mi oración matutina al sol naciente. Froté mi rostro, era enervante, Ialnar me había enseñado algunas oraciones, pero no su frecuencia o los ritos que las acompañaban. Razón por la cual casi había quedado como una idiota frente a los sirvientes. Mi corazón aún latía desesperado al recordar el momento.
—Mi señor, es hora de su oración. —Una sirviente apartó las cortinas de la cama de manera repentina. Su violento movimiento y su voz me arrancaron de un sueño profundo, y antes que pudiera detenerme ya le estaba apuntando con mi espada al cuello— ¡Mi señor! Discúlpeme. Perdóneme la vida. Yo solo le despertaba para que cumpliera con su deber a Lusiun.
—¿Qué deber? —inquirí más dormida que despierta. Bajé mi espada sin molestarme en una disculpa. De hacerlo caería en algún ciclo infinito de perdón y de palabras amables.
—Sus oraciones matinales, mi señor —explicó la sirvienta muy confusa.
—¿Qué oraciones matinales? —Las consecuencias de mis dudas calaron sobre mi mientras restregaba el sueño fuera de mis ojos. Mi corazón latió desbocado y por un segundo temí verme descubierta por el desconocimiento de ritos que debía de manejar desde la cuna.
—Señor, las que todo fiel seguidor de Lusiun debe hacer ¿se siente bien? Quizás su estancia en tierras enemigas alteró sus sentidos y recuerdos. —Sin saberlo aquella chica me dio la solución para salir del aprieto. Sonreí con cierto nerviosismo y asentí.
—Tienes razón, lo había olvidado. Gracias por despertarme.
Una vez sola en la habitación, no me permití relajarme. Me dirigí a la ventana y allí miré hacia el horizonte. Se suponía que debía orar mientras el sol salía y así lo hice. No quería que nadie entrara y me encontrara faltando a un deber sagrado. Ya había levantado sospechas en la sirvienta, estaba segura de eso.
Regresé a la realidad. El escriba había terminado, ahora enrollaba y sellaba el pergamino con la arpía bicéfala de mi casa. Un sello, una casa noble en mis hombros y el amor de dos personas que no iba dirigido precisamente a mí. Negué con la cabeza. Debía concentrarme en la misión y eso era ser Ialnar y encontrar un punto débil en este reino de locura y opresión.
***
La noche del banquete llegó y pude por fin conocerlos. Mientras mi mayordomo los anunciaba, decidí detallarlos, quería conocer mis posibles aliados, o enemigos, pero mirar fijamente estaba prohibido, era de mala educación. Permanecí de pie al final de la larga mesa e incliné mi cabeza con cada nombre, como se esperaba de un buen señor. Mientras detallaban la decoración de la sala, sin duda impresionados por como refulgían las piedras ante la luz de las antorchas y por las alfombras que expresaban sus ricos colores, me di un tiempo a familiarizarme con sus apariencias.
El señor de Fereir, Ukui, era un hombre de larga barba castaña y cabello atado en una coleta, vestía una llamativa camisa de color naranja y pantalones azules de algodón, llevaba una sobrevesta, también azul, con el escudo de su casa. Su esposa, Drala, vestía un humilde vestido verde con mangas amplias y acampanadas. En el escote dejaba ver una camisa blanca con un tejido azul que mantenía el escote cerrado y lejos de la vista. Shalus era el señor de Yfel, fuerte, de apariencia mucho más joven. Llevaba el cabello corto y la barba definida. Vestía pantalón y camisa marrón a juego, con altas botas de cuero y una espada al cinto. Debajo de las mangas de su camisa se dejaba ver una cota de malla. Su esposa, Esea, vestía un hermoso vestido de seda rojo, con una falda amplia y vaporosa.
Era evidente que Ukui era un hombre rico, que gustaba de gritar a todos su nombre y estatus sin preocuparse por la apariencia de su esposa, mientras que Shalus prefería un aspecto humilde y aguerrido, más no escatimaba en gastos en lo que se refería a la vestimenta de su esposa.
Después de los saludos, los cinco tomamos asiento en la mesa del salón. Mis sirvientes acudieron con jarras de vino fresco y cerveza, así como con un gran lechón asado con salsa de naranja y patatas.
—¡Espléndido! —dijo Ukui al valorar el lechón—. Una pieza magnifica, Ialnar.
—Solo lo mejor para mis invitados, respondí.
—Yo he traído algo para la cena —intervino Shalus, aplaudió y su paje, un joven desgarbado de unos quince años de edad ingresó a la sala. Noté como lanzó una mirada deseosa y hambrienta al lechón, pero controló su faz y se inclinó respetuosamente ante Shalus—. Sé un buen muchacho y trae el pastel que horneó Esea, por favor.
El joven regresó sobre sus pasos y a los pocos instantes regresó balanceando en sus brazos un pastel de aspecto ligeramente mustio. Era evidente que el viaje en carruaje no había sido muy amable con el acabado y la frescura. Mordí mi lengua cuando las largas piernas del muchacho trastabillaron, el pastel se balanceó peligrosamente, aun así, el jovencito se las arregló para evitar que diera contra el suelo.
—Para el postre, Ialnar —indicó Shalus.
—Por supuesto, faltaría más. —Señalé un lugar libre en la mesa y el jovencito dejó el pastel en él— ¿Se unirá tu escudero a la cena?
El joven miró a Shalus con esperanza, expresión que pronto cambió cuando este negó con firmeza.
—Está aprendiendo a ser un caballero y serlo va más allá de banquetes. Tiene que soportar la dureza de la vida. Comerá con tus soldados. —Agitó su mano y despidió al joven.
—Me atrevería a decir que difiero de tus métodos amigo —intervino Ukui—. Un jovencito debe aprender el adecuado comportamiento en la mesa. Sino, hará de sí mismo una burla. Por entrenamientos como el tuyo es que hay tantos caballeros jóvenes que comen como bestias.
—Le daré la adecuada instrucción sobre banquetes y bailes cuando lo merezca —repuso Shalus—. Un caballero solo acude a banquetes y bailes para celebrar sus victorias.
Estaba por ordenar a mis sirvientes que empezaran a servir el lechón, pero las esposa de Ukui y Shalus se inclinaron sobre el lechón y empezaron a cortar y a servir las porciones necesarias para todos, siendo especialmente generosas conmigo y sus esposos, pero frugales con los suyos. No dije nada, no quería problemas por hablar a la esposa de mis invitados. Ni siquiera había levantado la vista para observarlas bien, no me atrevía a dar un paso en falso.
—Caballeros, el contenido de su misiva me preocupó —dije luego de un rato, desesperada por conocer el motivo de sus preocupaciones.
Shalus miró a mis sirvientes con intensidad, entendí su indirecta y les ordené que se alejaran. Luego me levanté a comprobar que no se quedaban a escuchar detrás de las puertas y regresé a la mesa.
—Nunca se puede ser demasiado precavido —apuntó Ukui en cuanto tomé asiento a su lado—. Más con lo que planeamos discutir contigo.
—Son tiempos de engaños, sedición y traiciones —continuó Shalus—. La avaricia ha dominado los corazones nobles y leales a Cian.
—¿Qué dices? —siseé enmascarando mi alegría con una expresión de profundo pesar y odio—¿Quién se atreve a tal ignominia?
—Las casas de Imil y Daendir —repuso Ukui mientras cortaba con gestos finos una pieza de lechón de su plato.
—Escuché que organizaban sus ejércitos, pero pensé que era para atacarse entre sí.
—Son casi hermanas, jamás se atacarían entre si —bufó Shalus como si aquella fuera la más absurda de las ideas. Su plato estaba casi vacío, por lo que su esposa se apresuró a rellenarlo—. No, tienen mucho renombre y poder, solo quieren acercarse a la corona y reclamar algún derecho. Según cuentan, conocen un terrible secreto de Cian, uno que puede llevarnos a la más terrible de las caídas.
—¿Secreto? —inquirí.
—Muchos son los rumores. —Ukui dio un trago a su jarra de vino y sacudió la mano con desenfado—. Pero debemos tomar partido.
—Eso no está en discusión, apoyaremos a Cian —repuse con firmeza—. Es nuestro legítimo rey, no podemos deponerlo basándonos en rumores infundados.
—Me gusta tu disposición, esa debe ser nuestra posición oficial. —Shalus dio un golpe a la mesa y derramó su vino. Esea lo secó a toda prisa—. No podemos tomar una posición de neutralidad, nos juzgarán como cobardes.
—Aun así, si lo que conocen Imil y Daendir es cierto, podremos vernos en un gran aprieto ante la opinión del pueblo —repuso Ukui con parsimonia.
—Sea lo que sea, jamás debe poner en duda nuestra lealtad al rey.
—Opino igual que Shalus. Nada puede ser tan escandaloso como para fracturar nuestra confianza en el rey Cian.
—¿Incluso si se casó con la heredera al trono perdida de Calixtho?
No pude contenerme y escupí mi vino. Las esposas de mis visitantes se apresuraron a secar el desastre. Tuve que aferrar la mesa con mis manos para no ayudarlas y para tener algo que hacer con mis manos que no fuera desenvainar mi espada y reclamar la verdad. Gaseli, la heredera perdida, la principal heredera al trono de mi hogar, aquella que había sido dada por muerta durante más de ocho años estaba con vida. Negué con la cabeza. Era creencia común, y el pueblo lo había aceptado como una verdad irrefutable, que la pequeña había acabado con su vida al verse en manos enemigas. No había podido ser rescatada ni los traidores capturados. Todos habíamos crecido con ese vacío en nuestros corazones y con no pocas esperanzas puestas en su hermana, Senka.
—Repulsivo, si —intervino Ukui—. Casarse con una salvaje, no es de sorprender que no le quitara el velo en toda la ceremonia ¿Dónde dejas esas patéticas excusas de no querer mostrar su esposa a ojos extraños? Es suya, puede hacer lo que quiera. —Para demostrar sus palabras tiró de Drala hasta que esta se encontró sentada sobre sus piernas, luego tiró del delicado tejido de su escote, revelándolo a todos— ¿Ven? Y yo no tengo ningún problema.
Rechiné mis dientes, Drala tiró de su cabello para cubrirse, un profundo sonrojo cubría sus mejillas y su labio inferior temblaba. Ukui tomó sus manos con violencia y apartó el cabello.
—Son nuestras, para hacer lo que queramos.
—Y precisamente por eso el rey decidió ocultar a su esposa de ojos pecaminosos —gruñó Shalus— ¿Qué más da si es la heredera de Calixtho? Eso solo hará que su futuro hijo sea heredero de ambos reinos, Calixtho será nuestro. Actuar contra los sabios planes de nuestro rey es una locura.
—No será nuestro —repuse con voz calma y distante—. Las leyes que gobiernan estas tierras no lo aprueban. Nuestro rey se casó sin el consentimiento de los demás reinos. Para que un matrimonio entre reinos sea válido, los magistrados de ambos reinos deben de aprobarlo, luego se debe de tramitar un permiso con los embajadores de ambos reinos y la boda debe llevarse a cabo en ambos reinos. Si nuestro rey tiene un hijo con esa mujer, no será más que un bastardo para Calixtho, y quizás para los sectores conservadores de nuestra tierra, por eso Imil y Daendir planean traicionarlo, no están de acuerdo con su accionar.
—¿Y tú lo estás, Ialnar? —Shalus me miró con desconfianza.
Era un punto de no retorno. Si respondía que sí, estaría posicionándome con casas que no conocía y que estaban siendo acusadas de traición. Si respondía que no, tendría a estos hombres de mi lado, sería leal a Cian y lo ayudaría a mantenerse en el trono ¿por qué todo debía de ser tan retorcido?
—Estoy de acuerdo con los planes del rey, Shalus, siempre lo estaré, su sabiduría viene del mismo Lusiun, quien baño su cuna con sus dorados rayos el día de su nacimiento. —Di un largo trago a mi jarra de vino y agradecí el mareo y el adormecimiento que regaló a mi mente. Lo necesitaba. Gaseli, en manos de Cian ¿qué horrores no habría vivido? A su lado, mis tormentos eran un juego de niños. Sujeté con fuerza el tenedor y pinché un trozo de carne. Había perdido el apetito, pero tenía que disimular, en especial ante mis invitados.
—Así se habla, Ialnar —aceptó Shalus— ¿Y tú? ¿Estás de acuerdo con el rey? —preguntó a Ukui. El asqueroso hombre estaba ocupado manoseando a su esposa. No era ajena a tales acciones en la frontera, en mi reino, pero nunca habían estado manchadas por la sombra de la violencia, la dominación y la falta de consentimiento. Drala era un muñeco sin vida sentado sobre las rodillas de un pútrido titiritero, el cual no paraba de manosear sus hilos y exigir a cambio una bella sonrisa o un jadeo tímido.
—Por supuesto —respondió el hombre—. Creo que comete un error, pero prefiero estar de su lado, es nuestro rey. Con nuestras tres casas unidas a su favor, poco podrán hacer los traidores. Nos ganaremos el favor del rey.
No me agradó para nada su sonrisita llena de avaricia, por suerte, el vino de aquella temporada había resultado bastante fuerte. La cena terminó temprano y luego de un par de canciones de los trovadores, mis invitados se dirigieron a sus habitaciones.
Imité sus acciones, en mi habitación el calor de la chimenea poco hizo por aliviar mi turbada mente. En tan solo una noche había hecho un descubrimiento brutal, uno que era de vital interés para Calixtho ¿qué harían al enterarse? ¿declararían la guerra que tanto deseaba Eneth? Tenía que informarle, pero ¿cómo? Ella me había pedido que realizara labores de espionaje y sabotaje en Luthier, más no me había explicado cómo le haría llegar los resultados de mis averiguaciones.
Paseé por la habitación, la nueva alfombra abrazaba mis pies, pero no registré la comodidad o la suavidad, eso era lo menos importante. Necesitaba comunicarme con Calixtho, o tal vez, liberar a la princesa por mi cuenta. No. Golpeé la pared, no podía actuar sola, sería una locura. Quizás, si me unía a las casas traidoras y jugaba contra Cian, quizás eso los desestabilizaría lo suficiente como para que dejaran Calixtho en paz.
—Claro, porque dos casas tradicionalistas dejarán de atacar Calixtho, el famoso nido de pecado y lujuria —bufé mientras me escondía entre las sábanas—. Eres idiota, Inava, una gran idiota.
...
Ukui y Shalus partieron al amanecer del día siguiente. Me aseguré de ofrecerles alimentos y bebidas para el viaje y acordamos vigilar a nuestros enemigos en común y repetir nuestras reuniones con frecuencia. Era necesario estar vigilantes y listos para la acción.
Me dirigía hacia el castillo cuando un nuevo guerrero llegó a mí con un nuevo pergamino. Conociendo mi suerte, sería de la casa de Imil y Daendir para pedir mi colaboración en su cruzada. Evalué el sello esperando encontrar la imagen de la nutria y del tigre en llamas que les identificaba, pero no era así. Era un sello liso, típico de los comerciantes. Solo se encontraban las marcas de los engarces de las piedras preciosas que lucía en el anillo.
Mis piernas temblaron cuando fui consciente de las implicaciones. Genial, Inava, no solo te has metido en un complot, sino que ahora debes dar la cara por tus acciones durante el baile del palacio.
Mi señor, Ialnar.
Tengo el grato honor de saludarlo y desearle larga vida y salud.
El motivo de esta carta es su interés en mi hija, Jadiet. Es mi deseo como padre que ella goce del mejor futuro y de una vida llena de comodidades y paz. Me tomo el atrevimiento de recordarle su promesa y es mi deseo pautar con usted una visita a mi humilde hogar. El rey parece tenerle estima y valorar su fuerza y lealtad, quiero que mi hija tenga un hombre como usted a su lado.
Será bien recibido en mi hogar el día que desee honrarnos con su visita. Conocemos los peligros del camino, por lo que le ofrezco la poco ortodoxa oferta de dormir bajo mi techo, confiando por supuesto de su honra y de valía y de la integridad de mi hija, que fue criada con los más estrictos valores y ética de nuestro reino.
Espero que podamos llegar a un acuerdo beneficioso para ambos, pues le recuerdo que mi hija es mi mayor tesoro y que, sea cual sea el acuerdo, usted será el hombre más rico del reino al final.
Se despide,
Elmer.
Mis manos temblaban tanto que apenas y podía sostener la carta entre mis dedos. Estas eran palabras mayores, aquel hombre esperaba organizar un matrimonio. Tenía que darle largas, no tenía por qué aceptar, estaba en mi libertad de negarme y rechazar a Jadiet. No era seguro para ambas seguir con aquella tontería ¡Solo había sido un baile! Sí, eso haría, rechazaría con amabilidad la oferta, me ganaría como enemigo al comerciante, pero permanecería viva para ver un día más.
—No puedo, Jadiet —susurré al viento.
En el momento en el que aquellas palabras abandonaron mis labios, mi corazón ardió con furia ¿qué pasaría con ella si la rechazaba? ¿su padre la entregaría al siguiente pretendiente? Rechiné mis dientes. No, no podía permitirlo, sufriría una vida de vejaciones, como la pobre Drala a manos de Ukui ¿Y si terminaba casada con un bestia como él?
Quizás podía casarme y no consumar. Sacudí mi cabeza ¿Por qué hablaban de matrimonio tan pronto? Apenas la conocía, no sabía si teníamos gustos en común, solo habíamos quedado hechizadas la una con la otra. Solo eso. Las relaciones no se fundamentaban en hechizos. Y, sin embargo, ahí estaba, dispuesta a todo por evitarle un futuro lleno de sufrimientos arriesgando mi misión y la vida en el proceso.
—¿Señor? ¿Tiene una respuesta? —inquirió el caballero.
—Dile al escriba que redacte una carta de aceptación, que partiré mañana a su hogar y que estoy dispuesto a negociar.
—Muy bien, señor.
El guerrero se marchó a toda prisa y yo regresé al castillo. Si no lo hacía, no habría podido controlar el terror que burbujeaba en mi interior. Habría saltado sobre él y habría anulado la orden. No podía hacer eso. Ya que estaba en un problema, ¿qué tan grave era sumar otro más a la lista?
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