Nogrod
— Jefe Durin, ¡jefe Durin! —resonó una voz urgente y emocionada.
— ¿Qué sucede, Thrain? —preguntó Durin, levantando la mirada para encontrarse con el rostro agitado de su compañero.
Thrain llegó jadeante, como si hubiera estado corriendo de un lado a otro en su búsqueda. Su emoción era innegable.
— ¡El experimento fue un éxito! —exclamó Thrain, apenas recuperando el aliento.
Durin frunció el ceño, intrigado por las palabras de Thrain.
— ¿Cuál experimento, Thrain? ¿De qué estás hablando?
Thrain trató de controlar su respiración agitada antes de responder.
— ¡El experimento para conectar con el otro lado! ¡Funcionó, jefe Durin! Después de muchos intentos, finalmente hemos logrado establecer una conexión.
El corazón de Durin dio un vuelco ante la noticia. Ya había olvidado que hace un tiempo, ordenó a Tharin. Un enano que le encanta experimentar con la magia. Buscar la manera de establecer una conexión con el otro lado, la idea lo llenó de emoción y expectación.
Ambos se encontraban en el corazón de Nogrod, en el majestuoso Moriahul, el líder de los enanos, Durin, pasaba sus días observando su próspero reino con una mezcla de orgullo y tranquilidad.
Sin perder tiempo, Durin tomó una decisión.
— Thrain, ve al Distrito de Comercio Zarakâz y avisa a los demás. Diles que el experimento fue un éxito.
Thrain asintió con entusiasmo y, sin perder ni un segundo, se apresuró en dirección al Distrito de Comercio para transmitir la emocionante novedad.
— Después de tanto tiempo, volveremos a reunirnos con nuestros viejos amigos —murmuró Durin, con una mezcla de esperanza y nostalgia. — Confío en que las espadas que le enviamos a Licht les hayan servido en su lucha.
Durante un instante, Durin permitió que su mente vagara hacia su pasado. Recordó a Licht, el líder de los elfos, y a los demás elfos quienes en antaño formaron una gran amistad. Esperaba sinceramente que las espadas forjadas con esmero les hubieran brindado la ayuda que necesitaban en su lucha contra los demonios.
Antes de que pudiera perderse más en sus pensamientos, Thrain regresó, con su rostro reflejando sorpresa. Durin alzó una ceja, esperando ansiosamente lo que tenía que decir.
— Jefe... No es solo eso —Thrain parecía contener una mezcla de asombro y sorpresa en sus palabras—. Tenemos invitados
Durin dio la orden a Thorin Escudo de Roble. Un enano que vive en las gigantescas montañas cerca de uno de los poblados. Abordar al par de invitados que llegaron de improvisto, y guiarlos a Moriahul para una audiencia con su líder.
— Sí, Nogrod —respondió el enano al chico—. La Tierra de los Enanos.
— ¿Habían escuchado sobre este lugar antes? —preguntó el enano a los jóvenes, observando sus expresiones sorprendidas.
— Nunca habíamos oído hablar de él —respondió la pelinegra.
— ¿Y tú quién eres? —intervino Asta—. Pareces bastante diminuto.
Ichika lanzó una mirada reprobatoria a Asta acompañado de un zape.
— No seas descortés —le reprendió—. Recuerda que tú también eres un enano.
— ¡Oye! —alegó Asta—. Tú eres más pequeña que yo.
El ser frente a ellos soltó una pequeña carcajada antes de continuar.
— Permítanme presentarme, soy Thorin Escudo de Roble. Pueden llamarme simplemente Thorin —se presentó el enano—. Por favor, acompáñenme a Moriahul, nuestro líder, está deseoso de verlos.
El camino hacia la audiencia con el líder de los enanos, se convirtió en un viaje lleno de curiosidad y preguntas por parte de Thorin Escudo de Roble. Hacia los jóvenes
El enano sabio no podía ocultar su fascinación por el mundo humano y su anhelo de aprender más acerca de sus costumbres y magias.
Mientras caminaban con destino a Moriahul, bajo la sombra de los majestuosos árboles, con el murmullo suave del arroyo en sus oídos, Thorin no podía contener su emoción. Se dirigía a Asta e Ichika con una chispa en sus ojos, ávido por conocer cada detalle.
— ¿Me dicen que en su mundo humano no utilizan la magia como lo hacemos aquí? —preguntó Thorin, su barba tembló ligeramente mientras hablaba.
Asta asintió con una sonrisa.
— Así es, en el mundo humano no todos poseen la capacidad de usar la magia. Es un don reservado para unos pocos —Asta dio un pequeño suspiro.
— En lugar de forjar armas y objetos de gran poder liberamos nuestro poder con nuestras katanas —añadió Ichika—. Aunque debo decir, que lo que dices de forjar armas y un sinfín de objetos mágicos es realmente interesante.
— También —continuó Ichika—. Que cada uno de ustedes forje sus propias herramientas es increíble.
— Y díganme, ¿cómo es que conviven en su mundo? ¿Tienen diferentes razas y reinos? —el enano estaba entusiasmado de aprender las costumbres de los humanos
— Nuestra sociedad se organiza jerárquicamente en torno a la figura del Shogun —comenzó a describir Ichika—, un sabio líder que guía a todas las aldeas y clanes bajo su protección. Él toma decisiones buscando el bien común de los habitantes.
— Debajo del Shogun en la escala jerárquica están los Ryuzen —continuó narrando la pelinegra—, guerreros élite que entrenan desde pequeños en el manejo de la katana y en disciplinas marciales, tanto físicas como mentales. Los Ryuzen son los encargados de defender las fronteras y mantener la paz interior entre los clanes.
— Cada primavera, cuando los cerezos están en flor, se celebra un gran torneo marcial donde los Ryuzen miden sus habilidades frente a frente —siguió relatando Ichika con orgullo—. Aficionados de todo el país acuden a presenciar estas justas. El guerrero que resulte vencedor obtiene gran honor y prestigio de parte del Shogun, convirtiéndose en un posible candidato para ser Ryuzen.
Thorin escuchaba el relato con gran interés, asintiendo repetidamente mientras acariciaba su espesa barba gris.
— La base de nuestra economía son los hábiles artesanos y agricultores de cada aldea —agregó la joven espadachina—. Cultivamos fino arroz, té verde y seda. También elaboramos bellas cerámicas y kimonos bordados, que intercambiamos con otras naciones en prósperas rutas comerciales.
— ¡Fascinante! —exclamó Thorin—. Se nota que tienen una cultura rica y una sociedad bien organizada. Me recuerda en algunos aspectos a nuestro propio reino aquí en la tierra de los enanos...
Thorin miro al cenizo, esperando que también le relatara desde su punto de vista.
— En mi tierra, el Reino del Trébol, tenemos una estructura jerárquica similar en algunos sentidos —comenzó a relatar Asta—. La máxima autoridad es el Rey Mago, una posición que equivale a la del Shogun. Algún día yo mismo aspiro a convertirme en el Rey Mago.
Thorin arqueó sus tupidas cejas, claramente sorprendido por la ambiciosa declaración del joven.
— Debajo del Rey Mago están los capitanes de los escuadrones de caballeros mágicos —prosiguió Asta—. Ellos cumplirían una función equivalente a la de los guerreros Ryuzen, encargados de misiones de defensa del reino. Cada capitán dirige su propio escuadrón, integrando lo que podríamos considerar como clanes.
— Mi propio escuadrón se llama Toros Negros —agregó el pelicenizo con orgullo—. Mi capitán se llama Yami Sukehiro, conocido como el "dios de la destrucción".
Ichika no pudo evitar soltar una risita.
— Vaya, me sorprendes... sí lograste entender esas analogías —comentó la pelinegra, provocando un sonrojo de Asta ante lo que consideró un extraño cumplido, rascando su nuca mientras le sonreía en respuesta, antes de continuar.
— En el Reino del Trébol tenemos una moneda llamada yuls con la que comerciamos bienes —retomó Asta su explicación—. Yo crecí en una iglesia en una zona rural llamada Hage. Solíamos vender las cosechas de verduras en el mercado para obtener algunos yuls...
Thorin parecía fascinado, absorbiendo cada detalle mientras se acariciaba su espesa barba gris.
«Oye, este lugar... No me da buena espina —comentó Liebe».
«¿Por qué lo dices? —le cuestionó Asta».
«No lo sé... Siento que esto no va acabar bien».
«Estas exagerando, relájate».
— Una mezcla similar a la nuestra, entonces. Aquí en Nogrod, las diferentes familias y clanes a menudo colaboramos en pos del bienestar de todo el reino —explicó el enano con un tono amigable y sincero, brindando un vistazo de cómo funcionaba la cooperación en su reino.
Mientras Ichika y el enano seguían conversando fluidamente, Asta caminaba con una expresión pensativa y distante.
— Oye, Asta —lo llamó Ichika, atrayendo su atención—. No estamos yendo en esa dirección.
Asta parpadeó, algo desorientado por un momento fruto de conversación con su hermano, mientras trataba de comprender la corrección de dirección.
— ¿Eh? —respondió, mostrando su confusión mientras se orientaba en el entorno.
El enano no pudo evitar soltar una carcajada ante la situación.
Mientras Asta, Ichika y Thorin avanzaban por un sendero escarpado, la imponente silueta de la montaña más grande de Nogrod comenzó a perfilarse en el horizonte. La montaña se alzaba majestuosa y poderosa, su cima pasaba las nubes pareciendo no tener fin con su base oculta entre las sombras de la tierra. La montaña estaba coronada por una corona de picos rocosos que se elevaban en espiral, como los dientes de un antiguo dragón petrificado.
La montaña parecía emanar una presencia mística, como si estuviera imbuida de la esencia misma de la tierra. Las laderas estaban cubiertas de un manto verde de vegetación exuberante que contrastaba con las rocas grises y marrones que se alzaban como guardianes silentes. La montaña parecía tener una vida propia, parecía que emitía un latido ancestral que resonaba en cada rincón y grieta.
A medida que el grupo avanzaba, el sonido de los martillos golpeando el metal se volvía más prominente, reverberando en el aire y marcando el ritmo de la vida en Nogrod. Los destellos de la forja parpadeaban en la distancia, como estrellas diminutas que guiaban su camino hacia el corazón de la montaña.
Una vez se encontraban en Moriahul, los rostros de ambos visitantes reflejaban asombro y maravilla al contemplar la magnificencia de la ciudad. Asta parecía hechizado por lo increíble de aquel lugar. Ichika lo observaba un tanto consternada.
La calzada que los conducía estaba empedrada con habilidad, el tañido de las campanas de las forjas creaba una sinfonía de fondo que acompañaba el recorrido. El aire estaba impregnado con el aroma a metal caliente y la sensación táctil de la brisa, ocasionalmente mezclada con el resplandor del sol que se filtraba a través de las aberturas en las paredes de piedra, pintaba un lienzo pintoresco de la vida en Nogrod.
Finalmente, llegaron al corazón de Nogrod, donde el líder de los enanos, Durin, los esperaba para recibirlos. El líder enano notó sus expresiones asombradas y esbozó una sonrisa amable, listo para darles la bienvenida a su reino y descubrir el motivo detrás de su llegada.
— Gracias por traerlos hasta aquí, Thorin —agradeció Durin, expresando su gratitud al enano que los había guiado.
— No hay de qué agradecer, Durin.
Durin asintió.
Ambos jóvenes no podían evitar sentirse abrumados por la presencia del líder enano. Su barba blanca, era mucho más larga que la de cualquier otro enano que habían avistado en el camino hacia Moriahul, junto con sus ropajes cuidadosamente elaborados, le conferían una apariencia que irradiaba mucha sabiduría.
— Mi nombre es Durin, soy el encargado de velar por toda mi gente —se presentó.
— Mucho gusto —Ichika le mostraba respeto—. Mi nombre es Ichika y ese tonto de ahí es Asta.
— ¡Oye! ¿¡Cómo que tonto!? —le protestó el aludido
— Es la verdad —le respondió mientras se cruzaba de brazos—. Y muestra tu respeto.
Asta miro al enano y se disculpó.
— Mucho gusto, señor enano —Asta pronunció con un tono respetuoso y extendió la mano hacia Durin, invitándolo a un apretón de manos.
La mirada de Durin, sabia y penetrante, analizó al joven con curiosidad antes de aceptar el saludo con un gesto cordial. Sin embargo, algo en su mirada dejaba entrever una chispa de inquietud, como si sus ojos hubieran captado algo más allá de lo aparente.
— Tu... desprendes esencia demoníaca —las palabras de Durin salieron sin rodeos, llenando el aire de una afirmación inesperada que cayó cual relámpago sobre Asta.
El muchacho sintió cómo un escalofrío recorría su espina dorsal y el sudor frío comenzaba a emerger en su piel. Sus risas nerviosas eran un intento por disipar la tensión que se estaba acumulando en el ambiente. Mientras tanto, la expresión de Thorin pasó de la sorpresa a la incredulidad, sus ojos se abrieron de par en par, mientras procesaba lo que acababa de escuchar. Ichika, en cambio, mostraba preocupación, sus ojos reflejaban la ansiedad que comenzaba a crecer en su interior.
«Te dije que este lugar no me daba buena espina —le recordó Liebe en los adentros del muchacho».
«Tranquilízate estos tipos no parecen ser malas personas».
«Si, no parecen enemigos, pero hay algo raro en este lugar —Liebe se escuchaba peculiarmente angustiado».
Sin embargo, Durin no detuvo sus palabras, continuando con una seguridad que solo un líder experimentado podía poseer.
— Pero no detecto malas intenciones —agregó, con una voz tranquila y firme.
Un suspiro colectivo de alivio pareció recorrer la estancia, y Asta sintió que su corazón volvía a latir con normalidad. Aunque aún estaba procesando lo que había sucedido, la revelación de Durin les brindaba cierta tranquilidad.
— Permíteme explicarles... —Asta comenzó a hablar, preparándose para compartir la historia detrás de su conexión con Liebe.
Asta dio un paso atrás mientras permitía que Liebe se manifestara en forma chibi.
La vista del pequeño demonio dejo sorprendidos a los enanos. La pequeña figura flotaba en el aire, con una expresión que reflejaba una mezcla de curiosidad y determinación. Era un recordatorio visual de que, a pesar de su origen demoníaco, el lazo entre Asta y Liebe era más complejo de lo que podría parecer a simple vista. Comenzando a contar parte de su historia y su poder.
— Que interesante, es por eso que no detecte poder mágico en ti —mencionó Durin sorprendido.
— Nunca había escuchado hablar de esa tal antimagia —agregó Thorin.
Continuaron una amena charla hasta que Thorin se retiró del lugar. En ese momento de silencio una preocupación llego a los jóvenes.
— Durin —llamó Asta, su voz hizo eco en el aire fresco, llevando consigo una mezcla de asombro y preocupación.
— ¿Sí? —respondió Durin con una mirada atenta, y su barba centelleando a la luz del fuego.
Asta compartió una mirada rápida con Ichika antes de expresar la pregunta que pesaba en sus mentes.
— ¿Cómo vamos a regresar a nuestro mundo? —su voz reflejaba una preocupación lógica y genuina, mientras sus ojos se fijaban en el enano líder en busca de respuestas.
La intriga bailaba en el aire, reflejada en la expresión inquisitiva de Ichika. Durin captó la inquietud en sus miradas y decidió abordar sus dudas con la sabiduría que solo un líder experimentado podía ofrecer.
— Tranquilos —dijo Durin, su voz resonó en la habitación como un bálsamo calmante—. Iremos a hablar con Thrain. Él fue quien abrió el portal que los trajo aquí, así que seguramente tendrá respuestas para ustedes.
Un suspiro compartido entre Asta e Ichika expresaba su alivio ante la perspectiva de encontrar una solución a su situación inesperada. Sin embargo, el desconcierto seguía presente en sus ojos, ya que el mundo enano les era completamente ajeno.
— Pero antes de eso —añadió Durin con una sonrisa tranquilizadora—. Permítanme llevarlos a un recorrido por la ciudad y presentarles cómo se compone Nogrod. Creo que les será interesante conocer más sobre nuestro reino.
La sonrisa de Durin brillaba como una joya en la noche, irradiando calidez y hospitalidad. Asta e Ichika asintieron en agradecimiento, aceptando la invitación con gratitud.
El camino estaba flanqueado por antorchas cuyas llamas parpadeaban en la luz del atardecer, creando destellos danzantes de luz y sombra que bailaban en las paredes de piedra y generaban una atmósfera cálida y acogedora.
Las callejuelas se entrecruzaban en una red compleja, parecido a un hormiguero que conectaba cada rincón de la ciudad. Los colores vibrantes de las banderas que ondeaban en las esquinas y los mercados llenos de vida y color daban un toque de vitalidad a cada esquina. Los enanos se apresuraban en sus quehaceres diarios, saludándose con amistosas sonrisas y gestos de camaradería.
— Nogrod se divide en estas zonas: Moriahul es el corazón de Nogrod, donde nos encontramos, aqui se encuentra el Gran Salón de los Clanes. Donde se toman las decisiones importantes y se celebran festivales y ceremonias —comenzó Durin—. Regente de la Tierra Media: Es el exterior donde vive Thorin y unos que otros enanos en pequeñas aldeas en los alrededores. Luego está el distrito Artesanal Kharnâk. Este distrito alberga las forjas y talleres donde forjamos las armas, armaduras y objetos preciosos. Es el lugar donde cada uno de nosotros crea obras maestras. El Distrito de Comercio Zarakâz: En esta zona bulliciosa se encuentran los mercados y tiendas donde cada uno comercia sus creaciones. Desde gemas y joyas hasta armas y herramientas, todo se puede encontrar aquí —Durin hizo una pequeña pausa señalando al norte—. Ahí está el distrito de los Tesoros: Zirazâhn. Esta parte de la ciudad alberga las bóvedas y cámaras de tesoro, donde se guardan las gemas, los metales preciosos y los objetos más valiosos que poseemos. Es un lugar de gran importancia con seguridad constante —Durin señalo al sur—. Ahí están los Barrios Residenciales Durinabad: Una sección de la ciudad donde cada uno posee su vivienda —Durin señalo al este—. En esa dirección está el Distrito de Conocimiento Tharkûn'sar: En ese lugar se encuentra la Biblioteca de los Sabios, una colección de pergaminos y libros de nuestros antepasados que registran la historia, la artesanía y la sabiduría acumulada a lo largo de los años.
— Increíble... —murmuró Ichika, mientras el chico estaba con la boca abierta y los ojos hechos estrellas.
— Caminos y Pasadizos Khazâd'dumuz —continuó Durin con su explicación—. Los pasadizos subterráneos que conectan las diferentes partes de Nogrod. Están bien iluminados con lámparas y antorchas, y están decorados con relieves y grabados en piedra que cuentan toda nuestra historia.
— Y por último está La Forja de Acero y Honor: En el corazón de Nogrod, donde el calor de las forjas derrite el metal y la destreza enana cobra vida. Esta arena de combate es un lugar donde los que quieran prueban su habilidad en el arte de la lucha. Tallada en la piedra de las montañas, la arena está rodeada por gradas talladas donde nos reunimos para observar y aplaudir a sus combatientes. El nombre refleja nuestra dualidad: el acero representa la maestría en la forja y la artesanía, mientras que el honor refleja la importancia de la valentía y la lealtad en nuestra sociedad enana. En esta arena, los enanos prueban tanto su habilidad en el combate como su compromiso con los valores de su pueblo.
— La Forja de Acero y Honor, es un lugar donde las rivalidades se resuelven de manera honorable y donde se celebran torneos y competencias. Las armas que se usan en los combates están forjadas por los maestros artesanos de Nogrod Fíli y Kíli, los hermanos forjadores, ellos forjan las armas de mayor calidad de todo Nogrod. lo que garantiza que cada enfrentamiento sea especial.
Mientras Durin detallaba la estructura de Nogrod y sus diversos distritos, Ichika absorbía cada palabra con interés y respeto. Admiraba la riqueza de la cultura enana y la complejidad de su sociedad. Observaba con atención cómo los enanos interactuaban entre sí, apreciando los gestos de camaradería, las transacciones comerciales y la dedicación en cada forja.
Por otro lado, Asta mostraba una atención mucho menos concentrada. Su mirada vagaba entre los enanos y su entorno, sus ojos brillaban con una mezcla de asombro y curiosidad. Observaba con fascinación cómo los enanos manejaban las gemas y las herramientas, cómo sus manos hábiles forjaban creaciones magníficas. El bullicio del Distrito de Comercio Zarakâz le llamaba la atención, y no podía evitar sonreír al ver las animadas interacciones de los enanos en sus puestos de mercado.
A medida que caminaban por los caminos y pasadizos de Khazâd'dumuz, Asta seguía mirando a su alrededor, absorto en los relieves que narraban la historia enana. Cada figura tallada en la piedra parecía cobrar vida a sus ojos, y su imaginación volaba mientras trataba de descifrar las historias que contaban.
Llegaron a Tharkûn'sar, el distrito de conocimiento, con destino a la biblioteca de los sabios con el propósito de encontrarse a Thrain. Que pasaba la mayor parte del tiempo leyendo libros de sus antepasados y realizando experimentos.
El espacio a su alrededor parecía encogerse. Los pasadizos se volvían más bajos y estrechos, requiriendo que los visitantes se agacharan para pasar. Aunque la estatura de los enanos era natural en ese entorno, tanto Asta como Ichika no protestaron y se adaptaron a la situación con gracia.
Al final del pasillo, la biblioteca de los sabios se abría ante ellos, revelando su grandiosidad en todo su esplendor. Aunque eran visitantes en un reino de enanos, la magnitud de la biblioteca dejó a Asta e Ichika atónitos. La sala era vasta y expansiva, llena de estanterías y repisas que se extendían hacia arriba, cargadas de innumerables pergaminos y libros que contenían la historia y la sabiduría de los antepasados enanos.
El hombro de Ichika rozó una de las estanterías mientras avanzaban, y no pudo evitar maravillarse por la cantidad de conocimiento reunido en ese lugar. Los códices estaban adornados con intrincados grabados y adornos, cada uno conteniendo una parte de la rica herencia enana.
Asta por su parte no pudo comparar ese lugar con las torres de grimorios.
«Es como si fueran... más de cien torres de grimorios juntas».
— ¡Mucho gusto! —saludo Thrain entusiasmado—. Es un placer conocerlos.
El saludo cálido de Thrain disipó un poco la tensión que los jóveneshabían sentido en un ambiente tan sagrado. Se acercaron con respeto, asintiendo en señal de saludo antes de que Thrain continuara hablando.
— Me he enterado de su llegada momentos después que atravesaron el portal —explicó Thrain con una sonrisa afable—. Me agrada la idea de conocer a nuevos rostros. Soy un entusiasta de la magia y la experimentación, he estado mucho tiempo tratando de hacer un portal que conecte con el otro lado. Es un honor tenerlos aquí.
— ¿No reciben visitas a menudo? —le cuestionó el chico de la antimagia.
— Ustedes son los primeros humanos que han visitado Nogrod desde que fuimos separados de su mundo —respondió Thrain, sus palabras llevando consigo un eco de una historia larga y desconocida.
La curiosidad de Asta fue avivada por la mención de esa separación. La espadachina inclinó la cabeza, su mirada fija en Thrain, mientras buscaba entender el significado detrás de esas palabras.
— ¿Separados de su mundo? ¿Qué quieres decir? —preguntó Asta, ansiando comprender el misterio que rodeaba a esta tierra subterránea
— Larga historia, será mejor que Balin les cuente —le respondió Thrain—. A él le encanta contar historias.
— ¿Podrías ayudarnos a volver? — le preguntó la espadachina.
— ¡Claro que sí! Esperemos a que anochezca, el portal solo surge efecto bajo la luz de la luna —le explicó el enano Thrain con amabilidad.
El intercambio fue interrumpido por Durin, que se unió a la conversación con un tono de curiosidad.
— Permítanme un momento —intervino Durin—. Me gustaría saber si alguno de ustedes ha oído hablar de un individuo llamado Licht.
— Lamento decir que ese nombre no me es familiar en absoluto —Ichika frunció el ceño, negando con la cabeza.
Asta, por otro lado, pareció reconocer el nombre de inmediato
— Si lo conozco.
Asta procedió a contar su historia y sus aventuras pasadas en el reino del trébol, el cómo conoció a Licht, a los elfos y su batalla con el demonio Zagred. Detalló los desafíos que habían enfrentado, las batallas que habían librado y los vínculos que habían forjado en su camino.
Durante su relato, los ojos de Durin brillaban con interés y asombro, sus gestos y expresiones reflejaban la admiración que sentía por las hazañas de Asta. La historia era como una saga épica que se desarrollaba ante ellos, llena de giros y momentos emocionantes. Ichika escuchaba con atención, sorprendida por la profundidad de la historia de Asta. A medida que las palabras del joven pelicenizo fluían, Ichika descubría aspectos de su compañero que no había conocido antes.
— Vaya, así que no eres tan cabeza hueca como aparentas —bromeó la espadachina, codeándolo.
— ¡Oye! —protestó el chico—. ¿¡Cómo que cabeza hueca!?
— Cabeza hueca.
— ¡Claro que no soy cabeza hueca! —replicó Asta, su voz era un cóctel de defensa y broma.
Ichika soltó una risa suave, su mirada se suavizó mientras observaba la reacción de su compañero. La conexión entre ellos se profundizaba en medio de la conversación y las risas compartidas. Durin, por su parte, observaba la interacción con una sonrisa discreta, apreciando la camaradería que surgía entre los jóvenes y su admiración mutua.
— Si que se llevan bien —Durin llamo su atención.
— Si, somos buenos amigos —mencionó la pelinegra.
Asta recordó las situaciones incomodas del día anterior y llamó a Ichika con una expresión intrigante en su rostro, atrayendo su atención. La chica se volvió hacia él, esperando escuchar lo que tenía que decir.
— Por cierto —Asta comenzó, haciendo una pausa mientras Ichika lo miraba—. Me contaras los rumores esos que mencionaste.
La chica giró para mirarlo, y suspiró resignadamente, como si ya hubiera anticipado la pregunta. La mención de aquellos rumores la frustraba.
— Bueno veras...
— Veo... —interrumpió Asta—. ¡Auch!
Asta recibió un zape de Ichika
— ¡No te lo tomes de chiste! —lo regañó la pelinegra.
— Lo siento, te escucho —dijo Asta, sobándose la cabeza.
— Daizaemon esparció rumores falsos —le explicó Ichika aun un tanto molesta—. El año pasado le tocó a él organizar el torneo anual y, como le encanta molestarme por tu... imprudencia —añadió la pelinegra mirando con severidad al chico—. El resto ya lo sabes.
— Daizaemon... —murmuró el chico, intentando recordar quién era, mientras su mente recorría los rostros en su memoria...
Liebe se manifestó en su forma chibi.
— Es el tipo que parece un oso. Ge, ge... —exclamó el peliblanco.
El comentario de Liebe fue seguido por un rápido zape por parte de Ichika, que dejó claro que no toleraría faltas de respeto para los Ryuzen.
— ¡Tú! Más respeto a los Ryuzen —lo regañó Ichika.
— Ge, ge, ge. Recuerda que ahora yo también soy uno de ustedes —se burló Liebe.
— Tú... maldito tramposo —protestó Ichika, con su voz cargada de indignación.
— Oh, no sabía que caerse del ring fuera considerado trampa —respondió, alzando una ceja con fingida inocencia.
La tensión creció entre ellos, y un evidente tic nervioso apareció en el ojo de Ichika mientras su paciencia se agotaba.
Asta, sin embargo, intervino para calmar las aguas agitadas.
— Chicos, tranquilos —intervino Asta.
— ¡Vamos a la arena de este lugar! Los pondré en su sitio —exclamó la espadachina mientras desenvainaba su katana.
Durin, observando la escena, pensó que sería un buen espectáculo para los enanos ver a los dos visitantes humanos luchando en la arena "Forja de Acero y Honor".
— Chicos —Durin atrajo la atención de todos—. Pueden resolver sus diferencias en la Forja de Acero y Honor. Acompáñenme. Thrain avisa que tendremos un encuentro en la arena.
El enano asintió saliendo rápidamente del sitio.
Durante el camino, el aire resonaba con el aroma de herrería y el resonar constante de martillos contra el metal. El sonido era ensordecedor, pero también portaba un sentido de propósito y artesanía. Los enanos trabajaban en sus forjas con destreza, creando piezas de armadura y armas que relucían bajo el cálido brillo del fuego. Los jóvenes, acompañados por Durin, avanzaron por pasillos encajados en la roca, hasta que finalmente llegaron a la impresionante Forja de Acero y Honor.
El espacio era colosal, con gradas esculpidas en la piedra que se elevaban hacia arriba, creando un anfiteatro natural. Las antorchas iluminaban el lugar, pintando destellos de luz y sombra en las paredes de piedra. En el centro de la arena, un gran yelmo y una espada estaban incrustados en el suelo como un símbolo de la tradición y la historia enraizadas en el corazón de Nogrod.
A medida que se acercaban a la arena de combate, un enano de voz potente y resonante tomó el centro del escenario, dirigiéndose a la multitud con entusiasmo contagioso. Su voz retumbaba en las paredes de piedra, llamando la atención de todos los presentes.
— ¡Honorables enanos de Nogrod! —exclamó un enano presentador, extendiendo los brazos con emoción—. ¡Hoy es un día especial, un día en el que recibimos a visitantes de tierras lejanas! ¡Les presento a los humanos visitantes, Asta y Ichika!
La multitud respondió con vítores y aplausos, dando la bienvenida a los forasteros con un gesto cálido y amistoso. Asta e Ichika intercambiaron miradas de determinación y asombro, sintiendo la energía de la multitud que los rodeaba. Estaban a punto de experimentar algo completamente nuevo y emocionante en este reino enano.
El enano presentador continuó, su voz retumbaba en la arena añadiendo emoción al ambiente.
— ¡Hoy, estos valientes jóvenes nos brindarán un espectáculo que quedará grabado en los anales de la historia de Nogrod! ¡Se enfrentarán en un combate en la sagrada arena de La Forja de Acero y Honor! ¡Dos mundos convergen en este lugar, dos caminos se cruzan, y estamos aquí para presenciar el choque de fuerzas y destrezas!
La multitud vitoreó una vez más, la expectación crecía con cada palabra del enano presentador. Los jóvenes sintieron cómo sus corazones latían al ritmo del entusiasmo que llenaba el aire.
— ¡Que este combate sea un ejemplo de valentía y honor! —declaró el enano, su voz resonaba con un fervor que envolvía a todos—. ¡Que los enanos de Nogrod y los visitantes humanos compartan esta experiencia única y celebren la pasión por la lucha y la camaradería! ¡Que comience el combate en La Forja de Acero y Honor!
— ¡Bien, las reglas son sencillas! —continuó el presentador—. ¡Ganas si tu oponente se rinde o queda inconsciente! ¡Pueden comenzar!
Ichika mantenía una mirada determinada, su expresión reflejaba una mezcla de concentración y resolución. Aún recordaba el enfrentamiento del día anterior contra Liebe, y estaba decidida a ponerlo en su sitio esta ocasión. Su frustración por aquella "humillante derrota". La estaba carcomiendo.
Con un movimiento fluido, Ichika alzó su katana en el aire, su voz resonó con un tono firme mientras invocaba su hechizo.
— ¡Yojutsu oscuro: guerrera negra de capa oscura!
En un destello de energía oscura, una capa sombría envolvió a Ichika, otorgándole su armadura samurái. Sus ojos brillaban con determinación mientras apuntaba hacia Asta con su katana en mano.
Por su parte, Asta también estaba listo para la contienda. Su determinación era innegable.
«Hey Asta —le llamó Liebe—. Recuerda que no puedes usar la Black Form, y mucho menos la asimilación, para no llamar la atención».
«Si, lo tengo en cuenta».
«Suenas muy decidido —dijo el peliblanco—. ¿Qué tienes en mente?».
«Ayúdame a cubrirme con la antimagia de otro modo».
«Algo así... —Asta le explicó lo que tenía en mente».
«Ge, ge —pan comido».
— ¿Te vas a quedar ahí parado? —exclamó la pelinegra.
Esta vez, su Black Form tomó una forma inusual. En lugar de rodearse de aquella energía en la forma en que estaba acostumbrado, la antimagia lo cubrió de manera distinta.
Sus ojos ardían con intensidad mientras sostenía a Zanma, listo para enfrentar el desafío que tenía frente a él.
— ¡Bien! ¡Estoy listo!
— Vaya, vaya —Ichika estaba incrédula—. Parece que copiaste mi estilo.
— No me culpes —le dedico una sutil sonrisa—. Eres genial.
— Veamos que es lo que tienes —le dijo antes de empezar a caminar lentamente hacia él.
La multitud observaba en silencio, cautivada por las transformaciones de ambos jóvenes y su determinación. El enano presentador había desaparecido en un segundo plano, permitiendo que el escenario central fuera ocupado por Asta y Ichika.
Estando lo suficientemente cerca, con un grito de determinación, Ichika avanzó hacia Asta con rapidez y agilidad, su katana impactó con la de su oponente en un choque de chispas, no tardaron mucho en separarse.
La pelinegra no le dio un respiro, lanzándose rauda en contra del cenizo.
— ¡Haaa! —Ichika se lanzó hacia Asta blandiendo su katana.
"¡Ziu! ¡ziu!"
El acero silbó al cortar el aire, Asta alzó su katana justo a tiempo, produciendo un estruendo metálico que lleno la arena de combate.
Las hojas chocaban una y otra vez, levantando una lluvia de chispas con cada impacto. Ichika atacaba con una rápida sucesión de estocadas laterales, que Asta lograba desviar por muy poco.
"¡Clang! ¡clang! ¡clang!"
Las espadas chocaban la una contra la otra, de manera frenetica. Poco a poco la pelinegra arrinconaba a su oponente.
«Es muy rápida —pensó Asta mientras se defendía».
De pronto, Ichika giró sobre sí misma para ganar impulso. Su katana silbó describiendo un arco plateado, buscando el costado desprotegido de Asta. Pero el joven logró interceptar el golpe con un movimiento desesperado.
"¡Clang!"
Las espadas quedaron enganchadas, forcejeando. Los rostros de ambos guerreros quedaron a escasos centímetros uno del otro, al punto que ambos podian sentir la respiracion del otro.
— No está nada mal —murmuró Ichika con una sonrisa, que no se logró vislumbrar, quedando ocualta tras su mascara.
Asta sonrió también mientras hacía fuerza para zafarse. Con un grito, logró empujar a la pelinegra y romper el contacto. Pero Ichika ya giraba de nuevo, describiendo un amplio arco con su hoja...
"¡Ziuuu!"
Asta se agachó justo a tiempo. El filo pasó silbando sobre su cabeza, cortandole algunos cabellos.
— Uff...estuvo cerca —dijo el joven, irguiéndose para continuar la lucha.
La multitud observaba el despliegue de habilidad con creciente asombro. El intercambio se volvía más y más intenso, desplegando toda la destreza de los jóvenes espadachines.
"¡Ziuuu!"
La katana de Ichika silbó al pasar rozando la mejilla de Asta, abriendo un pequeño corte.
— ¡Ugh! —Asta se llevó la mano a la cara, sintiendo la tibia sangre brotar.
— ¿Qué pasa? ¿Eso es todo? —lo provocó Ichika con una sonrisa desafiante.
Asta frunció el ceño. Esta vez fue él quien tomó la iniciativa, abalanzándose hacia adelante con un grito.
Su espada golpeó la de Ichika una y otra vez, levantando una lluvia de chispas incandescentes. Ichika lograba bloquear los embates, pero estaba siendo empujada hacia atrás poco a poco.
— Vamos humano, ¡tú puedes! —gritó uno de los enanos entre la multitud.
— ¡Dale duro muchacho! —vociferó otro, alzando su jarra de cerveza.
— ¡Vamos humana!, ¡no te dejes arrinconar!
Incluso Durin parecía impresionado.
— Nunca había presenciado tal despliegue de habilidad —comentó a su consejero—. Son extraordinarios.
Ichika aprovechó un descuido de Asta para contraatacar. Giró sobre sí misma y descargó un potente corte de oscuridad en diagonal.
La katana impactó en Asta, pero su armadura antimagica se encargó de protegerlo. El joven retrocedió un tanto aturdido por la fuerza del impacto.
— Maldición... —masculló, jadeando.
Ambos combatientes se miraban agotados, pero sin bajar la guardia. La multitud rugía de emoción.
—¡No pierdas Humano! —gritó un enano—. ¡Tú puedes vencerla!
— ¡No te quedes ahí parada Humana! —secundó otro enano—. ¡Ya lo tienes contra las cuerdas!, ¡Remátalo!
Este fantástico duelo estaba superando todas las expectativas.
— Has mejorado bastante —Asta exclamó con aliento contenido mientras se movía ágilmente para esquivar un tajo de oscuridad que buscaba alcanzarlo.
— Tu tampoco lo haces nada mal —respondió Ichika, su voz llevaba consigo una mezcla de admiración y sorpresa.
De repente, Ichika pareció desvanecerse de la vista de Asta en un parpadeo fugaz. Un destello de comprensión atravesó la mente del chico.
«¡Una distracción!», pensó Asta con rapidez, consciente de las artimañas que Ichika estaba utilizando.
— Recuerda de quien aprendiste —le dijo a sus espaldas, su voz portaba una nota de advertencia—. ¡Zetten!
El poderoso corte dio de lleno en el chico que gracias a su armadura de antimagica logro resistir el corte, pero fue lo suficientemente fuerte para mandarlo directo al suelo. La chica espero a que se levantara. Parecía que lo había dañado de gravedad.
Una vez el pelicenizo se levantó de los ojos de Ichika empezaron a brotar pequeños rayos y de un salto se acercó al chico.
— ¡Zetten!
— ¡Te tengo! —exclamó el chico con rayos saliendo de sus ojos.
— ¡Zetten! —el corte del chico obligo a la chica a retroceder para no verse muy afectada.
Los jovenes intercambiaban golpes y ataques con una destreza igualada, cada uno aprovechando sus habilidades únicas para mantener la paridad en la lucha. La arena resonaba con el sonido de los choques de sus armas levantando chispas que llenaban el ambiente.
Sin embargo, la intensidad del combate llegó a un punto crítico cuando Ichika invocó un hechizo oscuro de poder impresionante. La energía sombría se acumuló en torno a su katana mientras su voz resonaba en la arena.
— Yojutsu oscuro: ¡Estrella negra! —exclamó creando un campo gravitacional a su alrededor.
Ante la potencia del hechizo, Asta se vio obligado a tomar una decisión drástica. En un abrir y cerrar de ojos, su mano se extendió hacia su grimorio, revelando la espada Shukuma. La hoja negra brilló repeliendo los efectos del hechizo en el ambiente.
Pero el impacto de revelar la espada no pasó desapercibido para la multitud de enanos que los observaba. El alboroto que había llenado el aire cesó abruptamente, dejando un silencio incómodo en su lugar. La atmósfera tensa se llenó con murmullos de desaprobación y consternación mientras la multitud reaccionaba a la aparición de aquella espada.
— ¡Esa espada no te pertenece! —gritó alguien entre la multitud.
— ¡Ladrón!
— ¡Devuelve lo que no es tuyo!
Las voces se alzaron en un coro de protesta y descontento. Ambos combatientes se detuvieron en su enfrentamiento, sus miradas se dirigieron hacia la multitud, sintiendo como la tensión se acumulaba drásticamente de un momento a otro.
En medio de la agitación, Durin se levantó y avanzó hacia el centro de la arena, extendiendo las manos en un gesto de calma. Su voz resonó por encima del murmullo, imponiendo autoridad y serenidad.
— Queridos enanos de Nogrod, permítanme aclarar esta situación —habló el líder, captando la atención de todos los presentes—. La espada que han visto es una réplica, creada para esta ocasión. Asta, nuestro invitado, no ha venido a robar nada, sino a compartir sus habilidades y su historia con nosotros.
Los susurros iniciales de protesta cedieron ante las palabras de Durin. La multitud escuchó con atención mientras el líder enano afirmaba la honestidad de Asta y explicaba la situación de la espada.
Cuando el combate quedó en pausa, Durin se acercó a Asta y Ichika para dirigirlos fuera de la arena, alejándolos del tumulto de enanos que aún murmuraban y observaban con ojos curiosos. Durin los condujo hacia un espacio más tranquilo, donde la tensión en el aire se diluía.
— Quiero agradecerles por brindarnos este combate —comenzó Durin con una sonrisa amable.
Mientras tanto, Fíli y Kíli, los hermanos forjadores de Nogrod, se aproximaron a Asta con expresiones serias pero curiosas. Los hermanos habían estado observando el combate desde las gradas y ahora deseaban hablar con el joven visitante.
— Hola, jóvenes visitantes —saludó Fíli con una sonrisa sincera.
Kíli asintió en acuerdo, su mirada reflejaba curiosidad.
— Entendemos que esa espada no es una réplica —dijo Kíli con serenidad—. De hecho, somos nosotros quienes la forjamos.
Las palabras de los hermanos Fíli y Kíli consternaron al chico.
— Nos gustaría invitarlos a nuestro taller, donde podríamos discutir este asunto de manera más privada —ofreció Fíli—. Queremos entender porque portas esa espada.
Los jóvenes asintieron, agradecidos por la oportunidad de aclarar las cosas y compartir su perspectiva. Acompañados por Durin, se dirigieron hacia Kharnâk, el distrito artesanal, donde se encontraba el taller de los hermanos Fíli y Kíli.
La visión que se presentó ante ellos fue impresionante. Un vasto taller se extendía ante sus ojos, lleno de fraguas y herramientas, cada una destinada a la creación de obras maestras en metal. Ambos jóvenes se quedaron maravillados por la magnitud del taller y la destreza que representaba. Mientras los hermanos tomaban sus herramientas, listos para empezar a forjar.
— ¿¡Así que tienes las demás espadas!? —inquirieron al unísono ambos hermanos, con sus ojos ampliamente abiertos mientras se asombraban ante la presencia de las legendarias armas.
Asta respondió a su sorpresa con una sonrisa confiada y una mano en la nuca un gesto casual que contrastaba con la magnitud de las espadas que portaba, luego de contar su historia con la batalla en la pica contra los diablos.
— Las espadas cumplieron su propósito —explicó Fíli, su voz llevaba un tono de satisfacción por el deber cumplido.
— Erradicar a los demonios —secundo Kíli, las palabras de su hermano con un aire de orgullo.
La propuesta de los hermanos enanos no se hizo esperar.
— Déjame verlas y les añadiremos algunas mejoras —propuso Fíli, sus ojos chispearon con anticipación mientras consideraba las posibilidades.
La reacción de Asta no se hizo esperar, entusiasmado asentía con fervor ante la perspectiva de mejorar aún más las espadas legendarias.
Mientras tanto, Durin hizo su entrada en el taller, acompañado por otro enano que había sido llamado momentos antes. El líder de los enanos había estado escuchando la historia desde las sombras y había decidido unirse a la conversación en el momento adecuado.
— Es Balin —anunció Fíli, señalando al enano que acompañaba a Durin.
La presencia de Balin, con su sabiduría y experiencia, añadió un nuevo nivel de profundidad al encuentro.
— Mira —agregó Kíli entusiasmado, mientras le mostraba las espadas.
Los ojos de Balin se abrieron ampliamente como platos en asombro mientras observaba las espadas. Aunque habían sufrido cambios desde la última vez que las vio, aunque ya no portaban aquel blanco inmaculado, seguían irradiando aquella imponencia como en antaño.
— Tomen asiento, les contaré la historia de las espadas —habló Balin, capturando la atención de los jóvenes.
— Allí va de nuevo —dijo Durin con una sonrisa.
— Ahí va el cuentacuentos —secundaron ambos hermanos al unisonó mientras empezaban hacerles retoques a las espadas.
Ichika, intrigada por el apodo, no pudo evitar preguntar.
— ¿Cuentacuentos? —inquirió, con ojos curiosos buscando una explicación.
La respuesta llegó de parte de Durin, con una pizca de humor en su tono.
— Un apodo que se ha ganado Balin —explicó, su mirada llena de camaradería hacia el enano que estaba a punto de comenzar su relato—. Le encanta contarles cuentos a los niños y a cualquiera que esté dispuesto a escuchar.
Balin asintió con una sonrisa afable, aceptando el apodo con dignidad, mientras estaba a punto de empezar con su relato.
Las llamas de las antorchas parpadeaban en la sala, proyectando sombras danzantes en las paredes talladas con intrincados relieves. La atmósfera estaba cargada de expectación mientras escuchaban atentamente al enano.
— Hace tiempo atrás, nosotros vivíamos en el otro lado. Compartíamos las tierras con nuestros amigos los elfos. Todo era prosperidad y armonía, un tiempo en el que la amistad entre nuestras razas florecía en medio de la belleza natural que nos rodeaba.
La voz de Balin se hizo más grave, y sus ojos parecían retroceder en el tiempo mientras recordaba los eventos que habían cambiado sus vidas para siempre.
— Pero entonces, la oscuridad se cernió sobre nosotros. Los demonios, criaturas de pesadilla que se habían liberado del Qlifot, comenzaron a sembrar la destrucción y el caos. La masacre que siguió fue implacable, y los días se volvieron sombríos mientras los demonios avanzaban, devorando todo a su paso. Su intención era clara: aniquilar a todos los seres vivos y sumir el mundo en la oscuridad eterna.
Los oyentes se estremecieron.
— Pero incluso en medio de la desesperación, la esperanza se alzó. Fíli y Kíli, los legendarios hermanos forjadores, se levantaron para enfrentar la amenaza. Con su habilidad y dedicación, forjaron tres espadas únicas, capaces de enfrentar a los demonios. Danma-Matademonios, Shukuma-Albergademonios y Metsuma-Destruyedemonios se convirtieron en nuestras armas contra la oscuridad.
Balin describió las espadas con reverencia, sus nombres resonaban en el aire como un eco de poder.
— Cada una de estas espadas poseía una propiedad única que las hacía formidables en la batalla. Y fue Licht, el valiente líder de los elfos, quien empuñó estas espadas con coraje y determinación en la primera gran guerra de todos los tiempos. El poder de las espadas hizo retroceder a los demonios, y la Tierra encontró un respiro.
Los enanos asentían, sus miradas fijas en Balin, absorbidos por la historia que se estaba desplegando.
— Con el tiempo —continuó Balin, su voz se encontraba cargada de un peso melancólico—, las espadas quedaron en manos de los elfos como muestra de gratitud por su valentía y sacrificio. Pero entonces, una maldición desatada por un demonio de alto rango cayó sobre nosotros, sobre Nogrod y sus habitantes. Fuimos aislados y separados del otro lado, atrapados en una dimensión paralela. Nogrod quedó suspendida, fuera del alcance del mundo que conocíamos, y solo un puñado de nosotros logró quedarse en ese otro lado, manteniendo viva la esperanza y la memoria de quienes éramos.
Las palabras de Balin se aferraron a la atmósfera, dejando una sensación de asombro y pesar en el aire. Los jóvenes visitantes quedaron pasmados ante tal relato, sus mentes tratando de asimilar la magnitud de lo que habían escuchado. La historia de Nogrod se había entrelazado con las espadas, con los elfos y con los demonios, formando una epopeya que trascendía las eras y los mundos.
Asta se quedó atónito, con su expresión reflejando un profundo asombro mezclado con incredulidad. Las espadas que había portado desde siempre, aquellas que habían sido herramientas en su lucha para conseguir su sueño, de repente adquirieron una dimensión completamente nueva. Nunca se había imaginado que estas hojas encerraran una historia tan vasta y significativa como la que Balin había narrado.
Ichika, mientras escuchaba la historia relatada por el enano con asombro y fascinación, experimentó una conexión única con la narrativa que se desplegaba ante la Ryuzen. Las palabras de Balin habían tejido un tapiz de heroísmo, Ichika podía sentir la profundidad de la historia resonando en su interior.
Después de que Balin terminara su relato, los hermanos forjadores, Fíli y Kíli, se acercaron a Ichika con una amabilidad evidente en sus gestos y palabras. La conexión que se había formado durante la historia parecía haber abierto una puerta de camaradería y confianza entre los visitantes humanos y los enanos de Nogrod.
— Ichika, ¿nos permitirías prestar tu espada por un momento? —preguntó Fíli con una sonrisa mientras miraba a Ichika y la espada que sostenía.
— Claro, por supuesto —respondió Ichika, entregando la espada con cuidado a los hermanos forjadores.
Mientras Fíli y Kíli comenzaban a realizar ajustes en la espada, Ichika no pudo evitar sentir una mezcla de emoción y anticipación. Aquella espada que había sido una compañera constante en su viaje ahora estaba siendo atendida por manos expertas, manos que habían forjado las mismas armas que habían desempeñado un papel crucial en la historia de Nogrod.
Una vez que Fíli y Kíli terminaron de realizar los ajustes a las espadas, las armas fueron devueltas a los jóvenes visitantes. La katana de Ichika brillaba con una intensidad casi mágica, su hoja reflejaba la luz de manera especial, como si estuviera hecha de agua cristalina. Por otro lado, las espadas de Asta seguían manteniendo su característico color negro opaco, pero también brillaban con un resplandor único.
El taller parecía llenarse de un aura especial, como si las energías de las espadas y la historia que habían compartido se hubieran impregnado en el ambiente. Los enanos observaban con respeto y admiración mientras los jóvenes sostenían las armas que habían sido mejoradas por las mejores manos conocidas.
El sol estaba comenzando a ponerse, pintando el cielo con tonos cálidos y dorados. Durin, el líder de los enanos, rompió el silencio.
— Ya está atardeciendo —dijo con voz tranquila, dirigiéndose a Ichika y Asta—. Es hora de volver con Thrain y regresar a su reino. Lleven nuestras palabras y noticias de nosotros, vuelvan cuando quieran.
Los jóvenes asintieron en acuerdo, conscientes de que su tiempo en Nogrod estaba llegando a su fin. Pero antes de partir, se tomaron un momento para despedirse de los enanos presentes. El taller se llenó de sonrisas y gestos de despedida, un recordatorio de la conexión que habían formado en tan poco tiempo.
La luz crepuscular tejió un ambiente mágico en el sendero por el que caminaban los jóvenes, acompañados por Durin, Thrain y Thorin. El sol que terminaba de ocultarse en el horizonte, creando un telón de fondo impresionante para el momento que se avecinaba. A medida que avanzaban, la emoción y la anticipación llenaban el aire.
Thrain, con un artefacto mágico en mano, similar a una roca, estaba preparado para llevar a cabo el proceso. Este artefacto parecía resguardar la esencia misma de magia espacial en su interior. Una vez que se consideró listo, Thrain trazó un círculo en el suelo utilizando múltiples piedras mágicas dispuestas estratégicamente y apuntando hacia el cielo estrellado.
El círculo brillaba con un fulgor mágico, emitiendo destellos que danzaban en la oscuridad del anochecer. La energía mágica se acumulaba en el círculo, iluminando las rocas.
— Bien, en cualquier momento el portal se abrirá —afirmó Thrain con confianza, su voz resonaba en el aire tranquilo.
A medida que el tiempo avanzaba, una tensa expectativa llenaba el ambiente. Los presentes observaban el círculo mágico con una mezcla de anticipación y ansiedad. Sin embargo, a medida que las estrellas se mantenían inmóviles en el firmamento, el silencio comenzó a pesar sobre ellos de manera incómoda. El portal que esperaban no hacía acto de presencia, y el tiempo pasaba sin ningún indicio de éxito.
Dos largas horas transcurrieron en el mismo estado de anticipación y espera. Los intentos por establecer la conexión con el otro lado resultaban infructuosos, y una sensación de desconcierto y preocupación se apoderaba de los presentes. Los enanos compartían miradas preocupadas mientras los jóvenes sentían la incertidumbre creciendo en su interior.
La esperanza parecía desvanecerse con cada intento fallido, y la ausencia de progreso añadía un peso adicional a la atmósfera. Thrain, en particular, se encontraba sumido en sus pensamientos, tratando de comprender la razón detrás de esta situación inesperada. Recordó con claridad el día en que había logrado abrir el portal por primera vez, un recuerdo que ahora asomaba con una posible solución.
La mente de Thrain se iluminó mientras conectaba los puntos. Recordó un fenómeno que ocurría una vez al año: la luna carmesí.
Había sido un elemento clave en su éxito previo, y ahora comprendía que este era el factor faltante en sus intentos actuales. La preocupación en su rostro se mezcló con una chispa de comprensión.
— Esperen —exclamó Thrain, su voz resonó con urgencia—. Recuerdo ahora, el día que logré abrir el portal por primera vez, la luna carmesí iluminaba el cielo.
— Pero... —exclamó Durin—. Pero la luna carmesí, ocurre una vez cada año.
Aquellas palabras azotaron a los jóvenes como si de un balde de agua fría se tratara. La realidad se asentó de golpe en sus mentes, y la magnitud de la situación comenzó a hundirse en ellos con un impacto avasallador.
— Y, ¿cuándo es la próxima luna carmesí? —preguntó Ichika en un tono que denotaba su creciente estado de shock.
— Ayer, ocurrió el fenómeno —respondió Thorin con calma, pero su respuesta resonó como un eco en la mente de los jóvenes—. Lo que significa que un año la luna se teñirá de carmesí de nueva cuenta
La noticia asestó un golpe emocional a Ichika y Asta. El tiempo que tendrían que pasar en Nogrod, lejos de su mundo y de todo lo que conocían, se extendía ante ellos como una espera interminable. La sensación de estar atrapados en un lugar desconocido y la incertidumbre de lo que enfrentarían en el transcurso de un año dejaron una marca profunda en sus expresiones.
Ambos jóvenes permanecieron inmóviles, como si el tiempo se hubiera detenido en ese momento. La luna carmesí había brillado en el cielo la noche anterior, lo que significaba que los jóvenes se enfrentaban a la posibilidad de quedarse en Nogrod durante todo un año hasta que el fenómeno se repitiera.
Thrain, con su amable y sabio enfoque, se volvió hacia ellos con una oferta.
— Si están dispuestos, pueden unirse a mí durante este tiempo —dijo Thorin con una sonrisa—. Les mostraré Regente de la Tierra Media. También les presentaré a más de nuestros hermanos y compartiré con ustedes nuestro conocimiento.
La oferta de Thorin estaba llena de genuina hospitalidad y cordialidad. Ofrecerse como guía y compañía para los jóvenes durante su tiempo en Nogrod demostraba la amabilidad y el deseo de los enanos de hacer que su estadía fuera lo más acogedora posible.
Durin, el líder de los enanos, asintió en acuerdo con la propuesta de Thorin. Comprendía la situación en la que se encontraban los visitantes humanos y la importancia de hacerlos sentir bienvenidos en su mundo.
— Consideren Nogrod como su hogar durante este tiempo —dijo Durin con una sonrisa—. Aunque la espera será larga, encontrarán en nosotros amigos y aliados. Estamos encantados de recibirlos
Los dos jóvenes estaban en estado de shock mientras asimilaban la situación. Sin embargo, ante la oferta de Thorin de acompañarlos a las montañas, aceptaron con un gesto de acuerdo. Las montañas les parecían un lugar cómodo y seguro para enfrentar esta inesperada estadía.
Tras un trayecto que los llevó a lo alto de una colina, Thorin los guió hacia una cabaña que yacía en lo alto de una montaña. Ichika y Asta compartieron risas nerviosas ante la pequeñez de la cabaña, pero la atmósfera cambió cuando Thorin dejó de lado las bromas y reveló su habilidad mágica: la magia de escala. Utilizando su poder, ajustó el tamaño de la cabaña en un acto asombroso.
Los jóvenes observaron atónitos mientras la cabaña se transformaba, creciendo ante sus ojos hasta alcanzar un tamaño más cómodo y adecuado. La magia de Thorin había dado vida a la cabaña de una manera que superaba toda comprensión. Una sensación de maravilla y asombro llenó el aire mientras los jóvenes absorbían lo que acababan de presenciar.
Thorin, luego de dejarlos boquiabiertos, se volvió hacia ellos con una sonrisa amable.
— Esta cabaña será su hogar durante su estadía aquí —dijo Thorin—. He ajustado su tamaño para que se sientan cómodos en ella. Cualquier cosa que necesiten, la podrán encontrar en el pueblito que está justo debajo de esta montaña. Allí encontrarán todo lo necesario para su día a día, yo me encuentro al sur del pueblito.
La sorpresa y la incredulidad se reflejaban en los ojos de Ichika y Asta mientras asimilaban las palabras de Thorin. La situación seguía siendo increíblemente surrealista, pero la generosidad y la amabilidad de los enanos les aseguraban que, a pesar de las circunstancias, estaban en buenas manos.
Horas después, en medio de la atmósfera serena y el vasto firmamento que se extendía sobre ellos, Asta encontró a una pensativa Ichika. Ella estaba sentada en el borde de la montaña, con la mirada perdida en las estrellas que brillaban en el oscuro cielo.
Asta se acercó con pasos cautelosos, reconociendo la seriedad en el rostro de su amiga. Se sentó a su lado y observó las estrellas por un momento antes de romper el silencio.
—Todo esto es muy abrumador —dijo en un tono suave—. La idea de quedarnos aquí durante un año entero... es difícil de asimilar.
Ichika suspiró y asintió, sus ojos seguían perdidos en el cielo nocturno.
— No puedo evitar sentirme atrapada en esta situación, como si estuviéramos varados en un lugar desconocido sin poder regresar a casa —respondió con sinceridad—. Pero, al mismo tiempo, sé que no hay otra opción en este momento.
Asta asintió comprensivamente, sabiendo que no había palabras que pudieran cambiar la realidad. Luego, con una mirada decidida, le habló a Ichika.
— ¿Recuerdas cuando entrenamos juntos? Siempre has sido fuerte y valiente. ¿Por qué no terminamos lo que empezamos, incluso aquí en Nogrod?
Ichika volteó a mirarlo, sorprendida por su propuesta. Asta continuó con una sonrisa en su rostro.
— ¿Qué dices si continuamos ese combate interrumpido por todo esto? —le propuso con una sonrisa.
Ichika no pudo evitar reírse ante la ocurrencia de Asta. La idea de continuar su combate en medio de un lugar tan diferente y frente a una situación tan abrumadora era extrañamente refrescante.
— Tienes razón —dijo con una sonrisa—. Un poco de acción podría ayudarnos a desconectar por un momento.
Asintieron en acuerdo y se pusieron en pie. Juntos, descendieron de la montaña y se adentraron en el vasto bosque que se extendía a sus pies. La oscuridad estaba salpicada de destellos de luz de las estrellas, creando un escenario mágico mientras exploraban el terreno desconocido.
El bosque los recibió con susurros suaves y la melodía de las criaturas nocturnas. Asta y Ichika avanzaban con cautela, sus sentidos alerta y sus espíritus en busca de una conexión con algo familiar. Con cada paso que daban, la sensación de estar en un mundo nuevo se volvía más tangible, pero también emocionante.
El sonido de hojas crujientes bajo sus pies, el aroma a tierra húmeda y la frescura del aire nocturno se convirtieron en parte de su experiencia compartida. Mientras continuaban explorando, la oscuridad del bosque comenzó a revelar sus secretos a medida que los jóvenes se sumergían en la aventura.
Continuaron su exploración en el bosque, dejándose llevar por la magia de lo desconocido. En su caminar, llegaron a un lugar que parecía sacado de un cuento de hadas, pues era un pequeño lago en medio del bosque, con aguas cristalinas que reflejaban el brillo de las estrellas en el cielo. Pero lo que realmente capturó su atención fueron las flores que crecían alrededor del lago. Eran de un color azul intenso, brillante y vibrante, iluminando el entorno con su resplandor único y mágico.
Las flores desconocidas emitían un suave resplandor azul, creando una imagen de ensueño en el claro de aquel bosque nocturno. Ambos jóvenes se quedaron maravillados por la belleza y la rareza de la escena que tenían ante sus ojos. Era como si el bosque mismo hubiera revelado un rincón secreto lleno de asombrosas maravillas.
Inspirados por la belleza del lugar y el espíritu aventurero que los había llevado hasta allí, ambos jóvenes decidieron aprovechar la oportunidad para retomar su combate interrumpido. Esta vez, sin la intensidad de un enfrentamiento serio, sino más bien como una forma de compartir risas y sonrisas mientras intercambiaban golpes amigables con sus katanas.
Se pusieron en posición, sus rostros se iluminaron por el suave resplandor azul de las flores. Sus katanas brillaban a la luz de las estrellas y del lago, creando un escenario de fantasía en el que los dos amigos se encontraban.
A medida que intercambiaban golpes suaves y evitaban los ataques uno del otro, la atmósfera se llenó de risas y alegría. Ichika dejó escapar una risa mientras esquivaba un golpe de Asta, y él respondió con una sonrisa juguetona.
— ¡Te tengo! —exclamó Asta, con un brillo travieso en sus ojos.
Ichika rió mientras bloqueaba el ataque con su katana, y luego respondió con un rápido movimiento que hizo que Asta retrocediera.
— No tan rápido —dijo ella con diversión.
Continuaron su juego improvisado de esgrima, intercambiando golpes y movimientos mientras compartían momentos únicos. El sonido suave de sus katanas chocando se mezclaba con el susurro del viento y el murmullo del agua del lago. Era un momento mágico y único en medio de un mundo que aún estaban explorando.
Después de ese agradable momento de risas y juegos, Ichika decidió tomar un respiro y se sentó al borde del lago, sumergiendo sus pies en el agua cristalina. El reflejo de las estrellas en el lago creaba un mosaico brillante en su superficie, y las flores azules continuaban iluminando el entorno con su resplandor mágico.
Asta observó a Ichika mientras se perdía en sus pensamientos. Su cabello negro sin ataduras caía en cascada sobre sus hombros, y el suave resplandor azul de las flores realzaba su tez. La suave brisa del bosque jugueteaba con los mechones rebeldes de su cabello y hacía que la tela de su ropa se moviera con gracia.
En ese instante, el corazón de Asta comenzó a latir de manera desenfrenada, como si el mero acto de mirarla hubiera encendido una chispa dentro de él. Era una sensación extraña, nueva y a la vez poderosa. Observarla en ese entorno, rodeada de la magia de las luces azules y la calma del lago, hizo que su corazón latiera aún más rápido.
La imagen de Ichika, jadeante por el juego anterior, con una sonrisa genuina en sus labios, se grabó en su mente. Sus ojos brillaban con diversión y complicidad, y su risa resonaba como una melodía en el aire. Los destellos de luz azul se reflejaban en sus ojos, haciendo que parecieran estrellas en sí mismos.
A medida que Asta la observaba, sintió una emoción que nunca había experimentado antes. Un sentimiento cálido y profundo se apoderó de él, como un torrente de emociones que lo envolvían por completo. Cada detalle de ese momento se imprimió en su mente y en su corazón de una manera inolvidable.
Las mejillas de Asta comenzaron a arder con un rubor que no podía controlar. Sentía su pulso latiendo en sus oídos mientras su mirada se mantenía fija en Ichika. Era como si el mundo entero se hubiera reducido a ese instante, a esa imagen de ella, bañada en luces azules, serena y hermosa.
El chico sintió una necesidad imperiosa de acercarse a ella, de decirle lo que estaba sintiendo en ese momento. Sin embargo, una mezcla de emociones lo mantenía inmovilizado en su lugar. El miedo a lo desconocido y la vulnerabilidad que sentía ante esa nueva e intensa emoción lo mantenían atrapado en una lucha interna.
La distancia entre ellos parecía un abismo insalvable en ese momento. Pero el deseo de compartir lo que estaba sintiendo, de romper el silencio que lo ataba, comenzó a crecer en él. Observando a Ichika, inspirada por la belleza del entorno y la magia del momento, finalmente encontró el coraje para dar un paso adelante.
Con el corazón latiendo como un tambor desenfrenado en su pecho, Asta se acercó lentamente a Ichika. Cada paso era un desafío, como si estuviera caminando hacia un territorio desconocido, hacia algo que lo asustaba y emocionaba al mismo tiempo.
Pero al tenerla en frente el miedo le gano dándole la espalda.
— O-Oye, creo que ya es tarde —balbuceó nerviosamente—. ¿Qué te parece si regresamos?
La voz de Asta tembló ligeramente, sus palabras salieron con una mezcla de ansiedad y urgencia. Su corazón parecía estar luchando por escapar de su pecho, y sus palmas estaban ligeramente sudorosas. Miró hacia el suelo aun estando de espaldas, como si temiera lo que podría ver en sus ojos.
Ichika lo miró con sorpresa, notando el abrupto cambio en el cenizo. La sonrisa que había estado en su rostro se desvaneció gradualmente mientras observaba la reacción de Asta. Había algo en la forma en que hablaba y en cómo evitaba su mirada que la hizo sospechar que había algo más detrás de sus palabras.
A medida que comenzaron el camino de regreso, Asta parecía atrincherarse en un silencio incómodo. Cada intento de iniciar una conversación parecía morir en el aire, y sus miradas se mantenían en cualquier dirección excepto la del otro. El chico parecía inmerso en sus propios pensamientos, atormentado por la confusión y el temor a lo que había sentido en ese momento junto al lago.
Ichika no estaba segura de qué había sucedido para cambiar tan drásticamente el ambiente entre ellos.
«Y ahora, ¿Qué le pico?», pensó la espadachina.
El camino de regreso pareció mucho más largo de lo que había sido antes. Cada paso estaba cargado de una tensión que ninguno de los dos había sentido anteriormente. El silencio era abrumador, llenando el espacio entre ellos con una barrera invisible.
Finalmente, llegaron de regreso a la cabaña que Thorin les había proporcionado. Ichika miró a Asta con una expresión mezcla de preocupación y curiosidad, pero decidió dejar que fuera él quien abriera la puerta de la conversación. Se quedaron en el umbral de la cabaña, enfrentándose a la incertidumbre que flotaba en el aire.
— Fue un día agotador —soltó el chico.
— Si que lo fue.
— Buenas noches —le dijo antes de escabullirse a su habitación.
Ichika decidió dejar sus pensamientos del cambio repentino en el chico para irse a su habitación a dormir plácidamente.
La luz de la mañana comenzaba a filtrarse por las ventanas de la pequeña cabaña en Nogrod, Regente de la Tierra Media. Asta se despertó con lentitud, sintiéndose un tanto aturdido por el agotamiento acumulado. Parpadeó un par de veces, tratando de orientarse en su entorno, y fue entonces cuando notó algo inusual. En la mesita de noche, a su lado, había un plato de desayuno preparado con cuidado.
La sorpresa paralizó por un momento sus sentidos. Miró el plato con incredulidad, como si necesitara confirmar que no estaba soñando. Un vistazo rápido alrededor de la cabaña confirmó que Ichika no estaba a la vista en ese momento.
A medida que su mente procesaba la situación, una sensación familiar comenzó a palpitar en su pecho. Esa misma emoción que había sentido cerca del lago volvía a surgir. Un cosquilleo de nerviosismo y emoción se apoderó de él, y una sonrisa involuntaria se curvó en sus labios.
Cautelosamente, Asta se levantó de la cama y se acercó a la mesita. El aroma del desayuno llenó el aire, un recordatorio tangible de la atención y el cuidado que Ichika había puesto en preparar esa comida para él. Cada detalle, desde los utensilios perfectamente colocados hasta los ingredientes seleccionados, para Asta eran detalles únicos.
El chico se sentó en la cama con el plato en sus manos. Era un gesto simple pero significativo, una muestra de la amabilidad de Ichika. Empezó a devorarlo, una vez acabada la comida se preparó para salir a buscar a su amiga.
Asta salió de la cabaña con paso decidido, dispuesto a encontrar a Ichika. El sol de la mañana bañaba las montañas de Nogrod con su luz dorada. Algunos enanos ya se aprestaban a iniciar sus labores del día.
El chico recorrió con la mirada la magnificencia de lugar, preguntándose por Ichika, quien la logro divisar en colina cercana.
Asta se encaminó hacia allí. Al llegar a la cima, divisó la figura de Ichika recortada contra el cielo matutino. La chica contemplaba el panorama con expresión serena.
Asta sintió que los latidos de su corazón se aceleraban. Armándose de valor, se acercó con pasos vacilantes.
— Ichika... —llamó en un murmullo.
La aludida volteó, mirándolo con sorpresa. Asta desvió la vista, sonrojándose. Las palabras parecían atorarse en su garganta.
— Yo...quería decirte que... —balbuceó.
Ichika ladeó la cabeza, sin comprender el nerviosismo del joven. Asta tragó saliva, intentando calmar el frenético latir de su pecho.
— Gracias...por el desayuno —logró articular finalmente—. Fue muy considerado de tu parte.
La chica pareció tomar consciencia de repente. Sus mejillas adoptaron un leve tono carmín por el halago.
— No fue nada... —murmuró—. No te acostumbres.
Asta asintió, esbozando una tímida sonrisa. Una agradable calidez lo invadía por dentro. Era la primera vez que experimentaba esa mezcla de nerviosismo y felicidad.
Algo nuevo estaba naciendo en su corazón. Algo que solo Ichika despertaba en él...
Momentos después.
Ambos jóvenes descendieron juntos la colina, adentrándose en las calles de Regente de Tierra media. Los enanos que transitaban les dirigían miradas curiosas, poco acostumbrados a ver humanos en sus tierras. Pero los saludaban con cordialidad.
Los jóvenes pasearon admirando la arquitectura en piedra labrada de las casas y edificios. Las chimeneas humeaban en cada hogar, espaciando su aroma por las callejuelas. En la plaza central, los enanos negociaban entre risas sus mercancías. Algunos afilaban sus picos antes de dirigirse a las minas subterráneas. Otros transportaban en carretas rocas y minerales extraídos de las profundidades.
Los sonidos de martillos contra yunques resonaban desde las herrerías, donde los enanos forjaban armas y armaduras sin descanso. En una esquina, un grupo entonaba viejas baladas épicas mientras compartían enormes jarras de cerveza espumosa.
— Es increíble, nunca había visto algo así —comentó Asta, observando maravillado la plaza central.
— Tienen una cultura muy singular —asintió Ichika—. Se nota que valoran mucho las tradiciones.
Los jóvenes se detuvieron ante un puesto de artesanías. Asta tomó una pequeña estatuilla tallada en piedra, examinándola con curiosidad.
— ¡Ten cuidado, eso es frágil! —se alarmó Ichika.
Asta soltó la figura de golpe, pero la hábil Ichika logró atraparla antes de que se estrellara contra el suelo.
— Uff, estuvo cerca —suspiró la chica.
— Je, je, lo siento —se disculpó Asta rascándose la nuca-. A veces no controlo mi propia fuerza.
Ichika negó con la cabeza, esbozando una sonrisa. Luego de devolver la estatuilla, ambos siguieron recorriendo el mercado. Los aromas de la comida hacían rugir el estómago de Asta.
En eso, se acercó un enano de barba blanca, invitándolos amigablemente:
— ¡Eh, ustedes! ¿No quieren visitar la taberna? ¡Tenemos los mejores tragos de todo Nogrod!
Asta miró a Ichika, y ella le achino los ojos...
— No —Ichika le negó tajante—. Terminas hecho una porquería cuando tomas.
Dos meses pasaron en la cabaña de Nogrod, y durante ese tiempo, un nuevo ritmo de vida había surgido para Ambos jóvenes. Se habían adaptado a su entorno y habían establecido una rutina que incluía recolectar materiales de la naturaleza, intercambiar productos en el pueblito cercano y realizar misiones para asegurarse de que no les faltara comida ni otras necesidades.
A lo largo de esas semanas, Asta comenzó a mostrar un cambio notable en su comportamiento hacia Ichika. Había una atención extra en sus gestos, un esfuerzo constante por estar cerca de ella y compartir momentos juntos. Ichika no pudo evitar sonreír internamente al observar cómo Asta se esforzaba por mostrar su afecto. Había notado el cambio en su energía, cómo su KI revelaba sentimientos más profundos de los que el chico estaba dispuesto a admitir abiertamente. Pero decidió no mencionarlo, en su lugar, disfrutaba de verlo actuar como un idiota.
Asta, por su parte, se encontraba en un estado constante de nerviosismo y emoción cada vez que estaba cerca de Ichika. Cada mirada, cada sonrisa compartida, le llenaba de una sensación que apenas podía describir. Se esforzaba por ser atento, por hacerla reír, por crear momentos que pudieran compartir juntos. No sabía bien cómo expresar lo que sentía, pero estaba decidido a demostrarlo a través de sus acciones.
— ¿Qué esperas? —susurró la pelinegra con una voz cargada de promesas y deseo—. Ven... Tigre.
Las palabras resonaron en el aire como un hechizo irresistible, desencadenando una ola de pasión que envolvió a ambos en su abrazo. Asta, casi hipnotizado por la intensidad del momento, se movió con suavidad y determinación, despojando a la pelinegra de sus ropas de manera delicada. El roce de las prendas cayendo al suelo resonaba como una melodía sensual en la habitación cargada de anticipación.
La desnudez de la chica lo sumergió en una intimidad profunda, ambos cuerpos anhelantes buscaban el contacto el uno con el otro. Los pechos modestos de la pelinegra quedaron al descubierto, la chica con su mirada invito al chico que estaba sumido en placer. La lengua del cenizo se convirtió en su instrumento de exploración, trazando círculos suaves y provocativos alrededor de los pechos, desde la suave curva hasta los pezones que se alzaban en respuesta al toque. Cada movimiento de su lengua provocaba un gemido suave de la pelinegra, en sus ojos se reflejaba una mezcla de deseo y satisfacción. El juego de sensaciones se intensificaba con cada caricia.
Por parte de la chica, las melodías íntimas que escapaban de sus labios se volvieron un canto seductor, un hechizo susurrado solo para el pelicenizo que había caído bajo su influjo. Las notas de su deseo llenaban el aire, como un susurro tentador que le acariciaba el alma y avivaba la llama de la lujuria.
La reacción del chico fue instantánea y visceral. Sin detenerse, Asta avanzó con determinación, deshaciendo con destreza las ataduras que sujetaban el cabello de la chica. Con cada atadura liberada, sus cabellos negros cayeron en cascadas de seda oscura sobre sus hombros, envolviéndola en un aura de sensualidad que lo dejó sin aliento.
— Me encanta tu cabello así —murmuró Asta con una honestidad que reflejaba su fascinación por la belleza natural de la chica.
La chica respondió a su elogio con un beso ardiente, un beso que selló sus palabras en un pacto silencioso de deseo y pasión compartida. Sus labios se encontraron en una danza apasionada y rítmica, como una melodía prohibida que solo ellos conocían. Las lenguas se entrelazaron en un baile sincronizado, explorando y saboreando el placer mutuo.
Las manos del cenizo recorrieron el torso desnudo de la chica con una urgencia que reflejaba su necesidad incontenible. Sus dedos trazaron senderos de fuego sobre su piel, despertando gemidos contenidos y dejando un rastro de electricidad en su camino. Mientras tanto, Ichika se dedicó a despojar a Asta de sus ropas, liberando su cuerpo para la exploración y el deleite mutuo. La habitación se llenó de la música de sus suspiros y gemidos, una sinfonía de deseo que los envolvía en un mar de pasión y entrega.
El chico, impulsado por un deseo incontrolable, comenzó a recorrer el cuello de la chica con besos largos y ardientes, sus labios dejaron una estela de pasión en su piel sensible. Los susurros placenteros que escapaban de los labios de la espadachina resonaban como gemidos de éxtasis, avivando aún más la lujuria que se desataba entre ellos.
Luego, sus labios descendieron a su clavícula, dejando cortos besos que parecían encender cada centímetro de piel por donde pasaban. El chico continuó con su exploración, encontrándose con los pechos de la chica, que eran objeto de su atención apasionada. Cada beso, cada caricia, estaba lleno de un deseo intenso que hacía que la chica arqueara su espalda y suspirara con abandono, la boca del pelicenizo se convirtió en un instrumento de adoración, mimando los pechos de la chica con caricias húmedas y besos apasionados que arrancaban a Ichika gemidos entrecortados de placer.
Los besos bajaron gradualmente, trazando un camino de excitación y placer por su vientre, sus labios dejaron huellas de fuego que parecían encenderla aún más. Las manos del chico se movieron con habilidad, deshaciéndose de las prendas inferiores de la chica con una urgencia irresistible, dejando su piel al descubierto para sus ojos hambrientos.
Observaba con lujuria como los labios inferiores de la pelinegra se dilataban poco a poco, invitándolo a ingresar.
Sin embargo, en el punto culminante de su pasión, una sombra se cernió sobre ellos. Una figura avanzaba lentamente, rompiendo el hechizo de su intimidad compartida. El chico distinguió la figura de su capitán, su mirada llena de advertencia y seriedad. La sorpresa y el temor se mezclaron en su corazón.
— ¿C-Capitán Yami? —murmuró el chico, con voz temblorosa por la incertidumbre que lo embargaba.
El capitán los observaba con una expresión grave, su presencia cargada de tensión. El chico soltó un grito de angustia cuando, de repente, despertó de ese sueño en su cama, su cuerpo empapado en sudor y su mente agitada por la intensidad del reciente sueño.
— ¡AHH! —exclamó, con su voz llena de temor y agitación, mientras luchaba por recuperar el aliento y asimilar lo que acababa de experimentar.
— ¿Por qué carajos estás gritando tanto? —espetó Liebe, visiblemente irritado por la interrupción abrupta de su placido sueño.
Asta, aún agitado por la intensidad del sueño que lo había asaltado, intentó recobrar la compostura mientras su compañero lo miraba con una ceja levantada. Sus manos se aferraban a su cabeza mientras murmuraba entre dientes.
— No tengo idea si fue una jodida fantasía o una maldita pesadilla.
Espero hayan disfrutado de este capítulo.
Nos vemos en el siguiente.
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