Destinos cruzados - Primera parte
Mereoleona irrumpió en el campo de batalla en una tormenta de fuego, con las llamas reflejándose en sus ojos y una sonrisa desafiante en su rostro. Su aura ardía con una intensidad que hacía retroceder incluso a los más valientes. Sin perder un segundo, señaló a Yosuga y exclamó con una voz que resonó como un trueno:
— ¡Oye, debilucho! ¡Te desafío a una batalla!
El aludido, al escuchar la provocación, apretó el mango de su katana con fuerza. Sus dientes rechinaron, y una chispa de emoción comenzó a bullir en su interior, como un volcán a punto de estallar.
Los espectadores, sintiendo el calor abrasador que desprendía la mujer de fuego, retrocedieron instintivamente varios pasos, buscando refugio de la intensa energía que emanaba de ella. Parecía que el mismo aire se incendiaba a su alrededor.
Sin dar tiempo a que Yosuga respondiera, Mereo alzó su puño envuelto en llamas y, con un salto impresionante, se lanzó hacia su presa cual felina en plena cacería. Yosuga reaccionó con una velocidad sobrenatural, desenvainando su katana para bloquear el ataque. El choque de sus fuerzas fue tan intenso que el suelo bajo sus pies comenzó a resquebrajarse y a temblar, como si la tierra misma temiera su furia.
El puño en llamas de la Mereo ejercía una presión descomunal, obligando a Yosuga a retroceder poco a poco. El espadachín de hierro plantó firmemente sus pies en el suelo, haciendo un esfuerzo titánico por mantenerse en pie ante la ferocidad de la leona ardiente. Sus músculos se tensaban como cuerdas al borde de romperse.
Fue entonces cuando Yosuga se percató de algo extraño: Al bajar la mirada, vio un camino en el suelo, dos líneas perfectamente marcadas que partían el adoquín de las callejuelas. Con asombro, se dio cuenta de que habían sido sus propios pies los que habían dejado ese rastro. La fuerza de la leona lo había arrastrado cientos de metros sin que él se diera cuenta, como si fuera una hoja llevada por una tempestad.
Ante tal revelación, Yosuga se quedó impávido, completamente impresionado por la hazaña de su oponente. Levantó la vista justo a tiempo para ver la sonrisa desafiante de Mereo antes de que ella le propinara una patada brutal en la barbilla, enviándolo a volar varios metros en el aire. La patada fue igual a un mazo gigante golpeando una campana, y el sonido resonó por todo el campo de batalla.
Aprovechando el estupor de Yosuga, Mereoleona se lanzó al aire cual cohete, alcanzándolo en pleno vuelo. Comenzó a golpearlo sin piedad, cada golpe fue una explosión de fuego y fuerza.
— ¡¿Qué pasa?! —gritó desafiante, al tiempo que lo seguía golpeando— ¡¿Eso es todo lo que el mejor guerrero de estas tierras puede ofrecer?!
Yosuga, sacudiendo la confusión de su mente, reaccionó al fin. Con un gruñido de furia, le espetó:
— ¡No seas una presumida!
En un movimiento veloz, el espadachín de hierro lanzó un tajo con su katana, logrando cortar superficialmente a su adversaria. Pero no se detuvo ahí. El Ryuzen comenzó a lanzar múltiples tajos de hierro en rápida sucesión, como si fuera una torreta viviente, cada corte era una obra de precisión mortal.
Mereoleona, sin amedrentarse, bloqueaba cada uno de los tajos con sus puños envueltos en llamas. El espectáculo era impresionante: el hierro al rojo vivo chocaba contra el fuego abrasador, creando un juego de luces y chispas que iluminaba el campo de batalla. El sonido del acero cortando el aire y el rugido del fuego llenaban los oídos de todos los presentes, quienes observaban boquiabiertos, incapaces de apartar la mirada de la feroz contienda que se desarrollaba frente a ellos: Un choque de titanes, donde el fuego y el hierro se enfrentaban en un intenso enfrentamiento.
Después de un forcejeo feroz, Liebe logró alejarse de Gabriel, retrocediendo al instante para evitar el contraataque de su lanza, que le cortó unos cuantos cabellos. En ese momento, Liebe se detuvo s reflexionar.
«Tengo que tener cuidado —pensó Liebe, con la adrenalina corriendo a todo gas por sus venas—. Un golpe de esa lanza y estoy muerto. Aun no comprendo del todo ese maná raro que ese tipo posee, la antimagia no funciona».
Con una determinación inquebrantable, inició su contraataque. El peliblanco hizo gala de su control sobre las espadas, moviéndolas como si tuviera brazos invisibles. Las hojas cortaban el aire con múltiples silbidos agudos, "¡Fiu! ¡Fiu! ¡Fiu!", obligando a Gabriel a retroceder. Metsuma, Shukuma y Danma se movían cada vez más rápido, como si tuvieran voluntad propia.
El choque de las armas se intensificó, y Gabriel comenzó a usar su lanza para bloquear las espadas. Chispas y estruendos llenaron el campo de batalla, como si un espectáculo de fuegos artificiales hubiera estallado en medio de la contienda.
Liebe, con Zanma en su mano, se concentró. «Tengo que intentarlo», pensó, mientras una gran cantidad de antimagia fluía directo a su katana. Zanma se tiñó de colores negros y carmesíes, vibró con un poder aterrador, como si anhelara probar la sangre de su enemigo.
Primer intento.
Liebe se lanzó directamente hacia su adversario, quien luchaba para repeler las espadas danzantes.
▬ ¡MALDITAS MOLESTIAS! ▬gritó Gabriel, fúrico ante tanto asedio.
Liebe, con la agilidad de un acróbata, utilizó los escombros como trampolines improvisados. Saltó con la espada en alto y cayó sobre Gabriel con toda la fuerza de su antimagia concentrada. ¡ZAS! Una cortada semi-profunda apareció en el torso de su adversario, pero el Zetten no pudo concretarlo.
Enfurecido, Gabriel le propinó una patada brutal que envió a Liebe a estrellarse contra los escombros cercanos. Aturdido y magullado, Liebe se quedó inmóvil por un instante, con el cuerpo adolorido por el impacto.
«Mierda, ¿cómo se supone que se hace el Zetten? No entiendo del todo el maldito Ki... —sus pensamientos se interrumpieron cuando sintió una presencia amenazante que se acercaba. Por instinto, giró su cuerpo hacia la izquierda, justo a tiempo para evitar la lanza de Gabriel, que se clavó en el lugar donde había estado segundos antes—. Esa sensación... ¿será el Ki? —se preguntó Liebe, mientras se preparaba para continuar la batalla».
Los ataques de Yosuga, cada vez más precisos y letales, comenzaron a ganar terreno. Con un grito de guerra, desató una de sus técnicas:
— ¡Yojutsu de Hierro: Embestida de hierro!
La energía de Yosuga se concentró en un punto, su katana brilló con una intensidad cegadora. Con una serie de movimientos fulgurantes, lanzó cortes que parecían atravesar el aire mismo. Mereoleona, por primera vez, se vio obligada a retroceder. Sus pies marcaban surcos en el suelo mientras intentaba mantener la defensa ante la furia del Ryuzen. Cada impacto de la katana de Yosuga resonaba como un trueno, el campo de batalla se llenaba de una luz brillante que cegaba a los espectadores.
Pero la leona no era de las que se acobardan.
Poco a poco, su cuerpo y su espíritu comenzaron a adaptarse al feroz ritmo de Yosuga. Sus movimientos se volvieron más fluidos, y su resistencia al Zetten aumentaba con cada segundo. Sus puños envueltos en llamas golpeaban y bloqueaban con una precisión cada vez mayor. El espadachín de hierro observaba, perplejo, cómo esta mujer increíble soportaba sus cortes potentes de lleno, cada uno de ellos suficiente para partir a un enemigo en dos.
— Imposible... —murmuró Yosuga, mientras sus ataques se hacían más desesperados, pero en el fondo estaba disfrutando de ese combate como ningún otro.
Decidido a no ceder, Yosuga optó por su último recurso. Con una voz potente y firme, proclamó:
— ¡Yojutsu de Hierro: Dios de la Guerra de Hierro!
Una armadura de hierro se formó alrededor de su cuerpo, cubriéndolo por completo en un caparazón impenetrable. Se sentía invencible, como una fortaleza viviente en el campo de batalla. Pero su adversaria no mostró señales de temor. Al contrario, una sonrisa salvaje se dibujó en su rostro, y sus ojos brillaron con una intensidad aún mayor.
— ¿Así que te escondes detrás de una armadura, eh? —rugió la leona—. ¡Vamos a ver cuánto aguanta!
Tras exclamar aquello, comenzó el asedio. Mereo, con una velocidad y una ferocidad indescriptibles, lanzó una serie de ataques implacables. Sus puños ardientes golpeaban el hierro con tal fuerza que comenzaban a calentarlo. Yosuga sintió cómo el calor comenzaba a penetrar su armadura, a cada segundo el calor se hacia más intenso. El hierro –su mayor defensa–, se convertía en su peor enemigo. El metal ardiente comenzaba a quemarle la piel.
Yosuga apretó los dientes, tratando de soportar el calor insoportable. Pero no podía más. La armadura, que debía protegerlo, casi se trasformaba en su verdugo. Con un rugido de frustración y dolor, desactivó la técnica, dejando que la armadura se desvaneciera en el aire.
— ¡Maldición! —gritó, jadeando por el esfuerzo y el dolor.
Mereo, sin perder un instante, se abalanzó sobre él. Sus ojos eran los de una depredadora que no dejaría escapar a su presa.
— ¡Ahora sí que estamos en igualdad de condiciones! —aseguró, lanzando un gancho directo al rostro de Yosuga.
El espadachín de hierro, sin su armadura, apenas pudo bloquear el golpe. El impacto lo hizo retroceder varios pasos, y se dio cuenta de que estaba en una desventaja clara. Sin embargo, su espíritu guerrero no se rendía.
— No creas que esto ha terminado —murmuró, levantándose con esfuerzo.
Ambos demonios se miraron fijamente, y de un momento a otro se elevaron hacia los cielos, comenzando una batalla épica en las alturas.
Surcaron el firmamento de Nogrod, se movieron entre las majestuosas montañas que se alzaban imponentes a su alrededor. Las espadas antimagicas, continuaron su asedio implacable contra Gabriel, como un enjambre de avispas enfurecidas, lo iban hiriendo sin piedad, cortándolo en su ya magullado cuerpo.
Los filos de las espadas encontraron su objetivo y comenzaron a cortar la carne de Gabriel. Liebe, al ver a su enemigo debilitado, no pudo resistir la tentación de burlarse de él.
— ¿Qué pasa, Gabriel? ¿Te estás haciendo más lento? —se mofó Liebe con una sonrisa arrogante en su rostro—. Parece que ya no eres tan "temible".
Gabriel, a pesar de estar en condiciones deplorables, sin un brazo, sin un ala y con heridas graves que surcaban su cuerpo, se negó a rendirse. Con una mirada cargada de odio y frustración, le gritó a Liebe:
▬ ¡Si no fuera por las maldiciones que tengo, ya estarías muerto, insignificante insecto!
Liebe soltó una carcajada burlona ante las palabras de Gabriel y continuó con sus provocaciones, al tiempo que seguían surcando los imponentes paisajes de Nogrod.
— Excusas, excusas. Admite que no eres rival para mí, Gabriel. Ríndete ahora y tal vez considere perdonar tu miserable vida.
▬ ¡MALDITO SEAS!
Mientras intercambiaban insultos y amenazas, ambos siguieron moviéndose por los cielos de Nogrod. Atravesaron riscos escarpados, donde el viento aullaba con furia y las rocas afiladas amenazaban con despedazarlos si cometían el más mínimo error. Pasaron cerca de cascadas rugientes, cuyas aguas cristalinas se transformaron en una lluvia de diamantes bajo la luz del sol. Esquivaron árboles ancestrales, cuyos troncos nudosos parecían extender sus ramas para atraparlos en un abrazo mortal. Incluso atravesaron algunas antiguas construcciones enanas, ahora en ruinas.
Segundo intento.
En medio de la batalla, Liebe se concentró en la sensación que había experimentado antes. «Tengo que concentrarme... en la misma sensación de hace un rato», pensó mientras aferraba a Zanma con fuerza. Transmitió una cantidad abrumadora de antimagia a la espada, con la esperanza de desatar el Zetten contra su enemigo.
Sin embargo, el exceso de antimagia hizo que Zanma se tornara un tanto pesada, lo que dejó a Liebe vulnerable.
Gabriel, al ver la brecha en la defensa de Liebe, aprovechó la oportunidad para contraatacar. Con un movimiento veloz y preciso, cortó una de las alas del peliblanco y atravesó uno de sus brazos con su lanza. El afectado dejó escapar un grito de dolor y soltó a Zanma, que cayó al vacío. Su adversario, con una sonrisa triunfante, le propinó una patada brutal, enviándolo violentamente hacia el suelo.
¡PLOF!
Liebe se estrelló contra la tierra con un impacto ensordecedor, visiblemente herido, con el cuerpo magullado y ensangrentado. Gabriel, por su parte, descendió lentamente, con la respiración entrecortada y la visión borrosa. Su enigmático mana primordial se agotaba a un ritmo alarmante, y sus heridas, en lugar de sanar, parecían empeorar a cada segundo. Estaba llegando a su límite, y lo sabía.
Ambos guerreros, exhaustos y al borde del colapso, se miraron desde la distancia. La batalla había sido feroz, y ninguno de los dos parecía dispuesto a ceder. Sin embargo, era evidente que el próximo movimiento podría ser el último...
Yosuga, jadeando, evaluaba a Mereo con una mirada de acero. Sabía que su oponente era formidable, pero no podía permitir que lo venciera. Apretó el mango de su katana con renovada determinación y se lanzó hacia ella, cortando el aire con movimientos rápidos y precisos.
La leona, con sus puños envueltos en llamas, bloqueaba y contraatacaba con una furia indomable. El sonido del acero chocando contra el fuego creaba un espectáculo, digno de fuegos artificiales. Ambos combatientes se movían con una velocidad que desafiaba la vista de los espectadores.
Yosuga decidió cambiar de táctica.
En lugar de ataques directos, comenzó a utilizar movimientos más calculados y estratégicos, buscando abrir una brecha en la defensa de su adversaria. Pero la leona ardiente, adaptándose a cada cambio, respondía con una agilidad y una fuerza sobrehumanas.
— ¡Eres fuerte, pero no invencible! —vociferó Yosuga, lanzando una serie de cortes en un arco perfecto.
— ¡Y tú eres tenaz, pero aún no has visto todo lo que puedo hacer! —replicó la mujer, con una postura firme como una roca.
Con un rugido, Mereo desató una explosión de fuego, obligando a Yosuga a retroceder. El calor era tan intenso que el aire alrededor de ellos se distorsionaba, como si estuvieran en el corazón de un volcán.
En respuesta, Yosuga comenzó a lanzar tajos de acero no para herir, sino para distraer a Mereo. Sus cortes volaban en todas direcciones, obligándola a moverse y a defenderse continuamente. Los movimientos rápidos y precisos de la katana creaban un torrente de ataques que de a pocos, comenzaban a nublar la visión de la leona ardiente.
— ¿¡Qué pretendes con estos juegos de niños!? —gritó Mereo bloqueando uno de los cortes con un puño envuelto en llamas.
Pero Yosuga no respondió. En lugar de eso, mientras mantenía a Mereo ocupada con los ataques constantes, comenzó a concentrar toda su energía en un solo punto. Sus músculos se tensaron, y sus ojos se enfocaron en el objetivo. La katana brilló con una luz blanca cegadora, acumulando poder para un tajo más fuerte.
En el momento preciso, Yosuga desató su ataque:
— ¡Yojutsu de Hierro: Katana del Verdugo! —la katana cortó el aire con una velocidad y una potencia sobrehumanas, dirigiéndose directamente hacia Mereo.
Mereo, sorprendida por el repentino cambio de intensidad, apenas tuvo tiempo de reaccionar. El tajo de Yosuga la alcanzó, golpeándola con una fuerza brutal que la hizo retroceder varios metros. La luz del impacto iluminó el campo de batalla, cegando a los espectadores por un momento.
Cuando la luz se desvaneció, ambos combatientes estaban en pie, jadeando y con sonrisas desafiantes en sus rostros.
El combate entre Mereo y Yosuga se intensificaba a cada segundo.
La leona ardiente –aprovechando su ventaja elemental–, comenzó a ganar terreno poco a poco. Yosuga, a pesar de estar visiblemente herido, con magulladuras y múltiples quemaduras por su cuerpo, se negaba a rendirse. La emoción que sentía al librar la batalla con la que había soñado durante tanto tiempo –una batalla que lo llevara al límite contra una mujer de yojutsu de fuego–, lo impulsaba a seguir adelante, a luchar hasta que el cuerpo aguante.
— ¡Vamos, Yosuga! —gritó Mereo, desafiante— ¡¿Es todo lo que tienes?!
Yosuga apretó los dientes, ignorando el dolor que recorría su cuerpo. La imagen de su anterior combate con Yami pasaba fugazmente por su mente. La fatiga era evidente, pero su espíritu guerrero no se quebraba. Cada magulladura y quemadura en su piel delataban su tenacidad.
Mereo, por su parte, estaba impresionada por la resistencia y fuerza de su oponente. A pesar de que Yosuga ya estaba desgastado, seguía en pie, luchando con todo su ser. Sin embargo, la leona tampoco se había salvado de salir perjudicada, pues su cuerpo estaba marcado por cortes producto de la habilidades del espadachín de hierro.
— No lo haces nada mal, Yosuga —admitió la mujer, limpiándose la sangre de un corte en su mejilla—. Pero este es el final.
En un movimiento desesperado, Yosuga reunió toda su fuerza y gritó:
— ¡Yojutsu de Hierro: Embestida de Hierro!
Una estocada poderosa emergió de su katana, provocando perturbaciones en el ambiente. Mereo salió disparada hacia atrás como un proyectil, chocando contra un muro de la ciudad y haciéndolo pedazos cual castillo de naipes. Yosuga esbozó una sonrisa triunfante, creyendo haber obtenido la ventaja.
Pero su sonrisa se desvaneció rápidamente cuando un grito ensordecedor trinó por todo lo alto:
— ¡Encarnación del Fuego Infernal!
Mereo se cubrió por completo de fuego, multiplicando su fuerza y agudizando sus sentidos. Ante tal despliegue de poder, Yosuga no tuvo más remedio que adoptar una postura defensiva. Sabía que si usaba su armadura de hierro, sería cocinado vivo por las llamas abrasadoras de su oponente.
Tragando saliva, Yosuga se concentró, consciente de que las posibilidades estaban en su contra.
— ¡¿Dónde quedó ese ego tuyo?! —provocó, mientras lo golpeaba sin parar.
Yosuga, sin dejarse intimidar, esbozó una sonrisa desafiante mientras bloqueaba los golpes de fuego con la hoja de su katana. Poco a poco, el metal se fue calentando hasta quedar al rojo vivo.
— ¡No creas que me vas a derrotar tan fácilmente! —rugió Yosuga, sintiendo la furia y la adrenalina pulsar por sus venas.
En un último esfuerzo, Yosuga comenzó a cargar su Ki, preparándose para ejecutar una vez más el Zetten. Rayos comenzaron a brotar de sus ojos, mientras seguía siendo asediado por los implacables ataques de Mereo.
— ¡Zetten! —exclamó, desatando el corte definitivo, dándole de lleno a su oponente.
El corte junto a la onda de choque generada por el ataque mandó a la leona varios metros hacia atrás. Por un instante, el Ryuzen creyó haberla vencido.
Pero para su sorpresa, a pesar de estar herida, Mereo lo miró con una sonrisa desafiante y gritó:
— ¡Mana Zone: Calidus Brachium!
Tomando el control del maná circundante alrededor de Yosuga, Mereo comenzó a golpearlo con ráfagas de fuego desde múltiples direcciones. El flujo continuo de ataques hizo imposible que el espadachín se defendiera. Cada golpe lo empujaba más hacia el borde de sus límites.
Yosuga rebotó como una pelota de ping-pong dentro del dominio de fuego hasta que el hechizo llegó a su fin. Agotado y derrotado, cayó al suelo, incapaz de continuar.
Mereoleona, desactivando la Encarnación del Fuego Infernal, emergió como la ganadora indiscutible. Sin embargo, ella también se desplomó en el suelo, agotada y dolorida por los múltiples cortes que había recibido.
En medio de su agotamiento, Mereo miró a Yosuga y reconoció en él a un digno oponente, alguien que la había obligado a luchar con todas sus fuerzas, sin contenerse.
— Eres... un guerrero formidable, Yosuga —admitió.
Yosuga, jadeando y con una sonrisa de satisfacción, respondió:
— Y tú... una leona indomable...
Tercer intento.
Liebe cerró los ojos y se concentró, sumergiéndose en sus pensamientos, mientras intentaba descifrar el secreto del Zetten. Los recuerdos de su tiempo junto a Asta afloraron en su mente, especialmente aquel momento en el que el pelicenizo aprendió el uso del Ki, cuando este habitaba el grimorio de cinco hojas, siendo un espectador silente de las aventuras de su hermano.
Y entonces, las palabras de Yami resonaron en su cabeza como un eco lejano:
"Es una energía natural emitida por personas y objetos cuando se mueven. Está separado del maná. El Ki puede usarse para predecir ataques y movimientos de otros, incluso cosas no vivas, y para detectar mentiras."
Liebe relacionó ese recuerdo con la sensación que había experimentado momentos antes, cuando logró captar la presencia de su adversario.
Con renovada determinación, Liebe buscó la primera espada que encontró, siendo esta Metsuma, ya que había perdido de vista a Zanma durante la batalla. Evocó los recuerdos de la estancia de Asta en el País del Sol y el Zetten, recordándola como una técnica que combina la magia y la manipulación del Ki –en el caso de él y Asta, la antimagia.
Saliendo de sus cavilaciones, Liebe divisó a Gabriel portando su lanza, descendiendo a gran velocidad hacia su posición, semejante a un depredador que tiene fijada a su presa.
Con Metsuma en mano, Liebe se concentró, rememorando la sensación que experimentaba cuando él y Asta realizaban el Zetten estando en asimilación.
En ese instante, pequeños rayos rojos emanaron de los ojos de Liebe, siendo un signo inequívoco de que había alcanzado un nuevo nivel de poder, había logrado dominar el Ki en medio del combate. Gabriel se acercaba cada vez más, a punto de asestar su último golpe con su lanza. Sin embargo, Liebe estaba preparado. En el momento preciso, contrarrestó el ataque de su enemigo y gritó con todas sus fuerzas:
— ¡Zetten!
La espada Metsuma cortó el aire con una precisión letal, y Gabriel fue partido a la mitad. El cuerpo del demonio cayó al suelo en dos mitades, mientras Liebe se erguía victorioso, al tiempo que una sonrisa triunfal se dibujaba en sus facciones, regodeándose en su gloria.
Sin embargo, algo llamó la atención de Liebe: la espada Metsuma brillaba con una luz extraña, al igual que el cuerpo de Gabriel, que comenzaba a desintegrarse lentamente...
A paso lento y cojeando, Liebe emprendió el camino de regreso, solo para encontrarse con Asta en las mismas condiciones, quien avanzaba en dirección a la batalla con Zanma en mano. Los dos hermanos se reencontraron, se fundieron en un abrazo y luego chocaron sus puños en señal de victoria.
— Bien hecho —felicitó Asta a su hermano con una sonrisa cansada, pero satisfecha—, Liebe.
Tras la intensa batalla, todos se reunieron con los enanos e Ichika. Quien, a pesar de estar herida, esbozó una sonrisa cansada al ver a sus compañeros victoriosos. Los hermanos Fíli y Kíli se acercaron a ellos con expresiones de alivio y gratitud en sus rostros.
Fili, con voz suave pero firme, musitó:
— Yunque de renovación.
Al instante, los tres comenzaron a renovar las heridas de los guerreros, como si el tiempo se rebobinara y las lesiones se desvanecieran. Los enanos, al presenciar este milagro, estallaron en gritos de júbilo y euforia, triunfantes ante la amenaza.
Sin embargo, en medio de la algarabía, la espada Metsuma seguía brillando con un fulgor extraño, un fenómeno que no pasó desapercibido para Asta, Ichika y Liebe. Sus miradas se cruzaron, cargadas de preocupación y desconcierto.
— Esto nunca había pasado antes —comentó Asta, frunciendo el ceño mientras observaba la espada resplandeciente.
— Es cierto —secundó Liebe, con un dejo de inquietud en su voz—. Algo no está bien.
Ichika, por su parte, se quedó pensativa, su mirada se perdió en el cielo como si buscara respuestas en las nubes. Una sensación de intranquilidad se apoderó de ella, un presentimiento de que algo iba mal, aunque no pudiera precisar qué era...
— Chicos —habló la Ryuzen, con un tono de advertencia en su voz—, manténganse alerta... como que algo no encaja.
Los dos hermanos asintieron, sus cuerpos se tensaron como las cuerdas de un arco, listos para enfrentar cualquier amenaza que pudiera surgir...
Calma.
Nada sucedió. El silencio se extendió como un manto pesado sobre Nogrod, y la calma, aparentemente imperturbable, se instaló en el ambiente.
Metsuma dejó de brillar, como si nunca hubiera emitido ese misterioso resplandor. Ichika frunció el ceño, desconcertada por el repentino cambio, pero antes de que pudiera ahondar en sus pensamientos, la multitud de enanos los rodeó, cargándolos sobre sus hombros mientras gritaban al unísono:
— ¡Que vivan nuestros salvadores!
— ¡Que vivan!
— ¡Gracias extranjeros!
Los tres héroes se vieron arrastrados por la marea de alegría y gratitud de los enanos, quienes los llevaron en andas hasta Moriahul, donde Durin, había convocado a todo Nogrod para dar inicio a una celebración sin precedentes.
Poco después.
En medio del bullicio y la algarabía, Asta se lanzó sobre la comida como si no hubiera un mañana, devorando todo lo que se cruzaba en su camino. Ichika, al verlo, rodo los ojos y le dio un "suave" codazo en las costillas.
— No seas un glotón, Asta —lo reprendió con un tono entre divertido y exasperado—. Deja algo para los demás, ¿quieres?
Asta, con la boca llena y una sonrisa avergonzada, asintió y trató de moderar su entusiasmo culinario. Liebe, por su parte, se contentó con mordisquear unas galletas, con la mirada perdida en la distancia mientras reflexionaba sobre los eventos recientes.
La celebración continuó con música, bailes y brindis en honor a los héroes que habían salvado Nogrod de la destrucción. Los enanos reían, cantaban y festejaban, ajenos a la inquietud que aún persistía en los corazones de Asta, Ichika y Liebe, no podían sacudirse la sensación de que algo más grande y peligroso acechaba en el horizonte...
Entre tanto de la celebración, los tres fueron llamados para una ceremonia.
Los enanos se habían reunido de todos los rincones de Nogrod para hacer de la celebración sin precedentes, una ceremonia de reconocimiento de los héroes que habían salvado su hogar de la destrucción.
Durin, se acercó a ellos con pasos firmes acompañado de una sonrisa cálida en su rostro. Su barba trenzada con hilos de oro y plata reflejaba la luz de las antorchas, junto a su mirada que irradiaba sabiduría y bondad.
— Hoy, nos reunimos aquí para honrar a tres valientes guerreros que han demostrado su coraje y dedicación al proteger nuestro amado Nogrod —proclamó Durin, su voz rebotó en las paredes de piedra del salón—. Asta, Liebe e Ichika, en nombre de todos los enanos, ¡les doy las gracias por su valentía y sacrificio!
La multitud estalló en vítoreos y aplausos. Thorin Escudo de Roble, el enano que había abordado a Asta e Ichika cuando llegaron a Nogrod, se acercó a ellos con una sonrisa orgullosa.
— Nunca dudé de ustedes, jóvenes guerreros —les felicitó—. Sabía que tenían el corazón y la fuerza para enfrentar cualquier desafío.
Gimli, un amable artesano, les ofreció a cada uno un regalo especial: un medallón de oro con el símbolo de Nogrod grabado en él.
— Para que siempre recuerden que tienen un hogar aquí, entre nosotros —explicó con una sonrisa afectuosa.
Dwalin, un guerrero gruñón, se acercó a Liebe con su martillo mágico en la mano. Para sorpresa de todos, inclinó la cabeza en señal de respeto hacia el demonio.
— Has demostrado que no todos los demonios son malvados —admitió con voz ronca—. Tus acciones han cambiado mi perspectiva y la de muchos otros. Gracias por luchar a nuestro lado.
Fíli y Kíli, los hermanos forjadores, se apresuraron a mostrarles las nuevas armas y armaduras que habían creado en su honor. Balin, el antiguo cuenta cuentos, se comprometió a escribir una epopeya sobre sus hazañas para que su historia fuera recordada por las futuras generaciones.
Thrain, el responsable de crear el portal al mundo humano, se acercó a Asta e Ichika con una mirada de disculpa.
— Lamento que hayan sido arrastrados a nuestro mundo de manera tan inesperada —se disculpó—. Pero no puedo negar que su llegada fue una bendición para Nogrod. Gracias por todo lo que han hecho. Y no se preocupen, ya estoy viendo como regresarlos lo más rápido posible, estoy investigando la manera de acelerar la luna carmesí —explicó con la cabeza gacha.
Durin, con un gesto solemne, colocó coronas de laurel en las cabezas de los tres héroes, simbolizando su valentía y liderazgo. La multitud volvió a estallar en vítoreos, y los enanos de todos los distritos se unieron en una celebración sin precedentes.
En medio de la animada celebración que llenaba el Gran Salón de los Clanes con risas y brindis, Liebe se encontraba en un rincón apartado, mordisqueando distraídamente unas galletas cual ratón que se esconde en las sombras. Sus ojos, se convirtieron en un par de pozos profundos de reflexión, perdiéndose en la distancia mientras su mente se sumergía en los recuerdos de su reciente batalla.
Asta, se acercó a Liebe, posando una mano reconfortante sobre su hombro al tiempo que le preguntaba con tacto:
— ¿Qué te preocupa, Liebe? Puedo ver en tu rostro que algo te perturba.
Liebe, saliendo de su ensimismamiento, dirigió su mirada hacia Asta y, con un suspiro que parecía llevar el peso del mundo, comenzó a relatar lo que había visto en las memorias de Gabriel.
— Hay algo que debes saber sobre Gabriel, Asta —comenzó, gesticulando con sus manos en un ademán semejante a un niño que cuenta una historia fantástica—. Él no era un simple demonio, sino que reinaba junto a Lucífero en el Qlifot hasta que perdió todo su poder en una batalla contra los elfos.
Asta escuchaba atentamente, sus ojos se abrieron como platos ante cada revelación que Liebe compartía. Simultáneamente, Ichika, quien había estado conversando animadamente con un grupo de enanos agradecidos, se acercó a los hermanos como gato en la oscuridad, intrigada por la seriedad que emanaba de su conversación.
— ¿De qué están hablando ustedes dos? —preguntó la pelinegra, uniéndose a ellos sumamente curiosa.
Liebe, tomando otra galleta y dándole un mordisco pensativo, continuó su relato:
— Verás, Ichika, después de una batalla que ese sujeto libró con los elfos, quedó atrapado en este lugar, y de alguna manera pudo observar tanto el Qlifot como el mundo humano al mismo tiempo —explicó, mientras migajas de galleta caían sobre el suelo—. Pasó años buscando a alguien que no pudiera almacenar maná en su cuerpo, Asta y yo nos convertimos en sus objetivos perfectos.
Asta, reflexivo añadió:
— Algo así me había dicho al principio de la batalla... pensé que era un fanfarrón.
Liebe, con una mirada que reflejaba la gravedad de la situación, respondió:
— El maná que Gabriel manejaba era diferente al de este mundo. Era el maná primordial, uno que solo los seres primordiales, hijos de un ente misterioso al que Gabriel llamaba "Padre", podían controlar.
Ichika, con el ceño fruncido en concentración, preguntó:
— ¿Y qué pasó con Gabriel después de su derrota contra los elfos?
Liebe carraspeó antes de continuar:
— Los elfos lo maldijeron, condenándolo a nunca más poder usar el maná primordial a cambio de su propia prosperidad —explicó—. Desde entonces, quedó maldito y abandonado por Lucífero en la gran batalla. Pero antes de eso, uno de sus seguidores leales maldijo Nogrod, sellando estas tierras benditas en otro plano, aislándolas del resto del mundo.
Asta, con la boca abierta en asombro, farfulló:
— Entonces, ¿cómo Gabriel pudo separarnos y romper nuestro pacto demoniaco?
Liebe asintió solemnemente y, con un suspiro que parecía llevar el peso de mil años, continuó:
— Sí, Gabriel poseía una habilidad llamada "jerarquía" que le permitía controlar a los demonios de menor rango que él, pero al perder poder, su capacidades se vieron mermadas —reveló—. A pesar de ser más fuerte que Lucífero, tenía menos seguidores debido a la maldición que cargaba, la de su propio padre, quien le cortó las alas y confisco casi todo su poder, por su creciente maldad y ambición de destruir a los seres que consideraba inferiores.
Asta e Ichika se miraron el uno al otro, abrumados por la magnitud de las revelaciones que Liebe compartía. Mientras tanto, la celebración continuaba a su alrededor, con los enanos ajenos a la profundidad de la conversación que se desarrollaba en aquel rincón apartado.
Después de la impactante revelación de Liebe sobre el pasado de Gabriel y su conexión con el Qlifot, un silencio reflexivo se apoderó del ambiente. Ichika, con el corazón que le latía como un tambor, se acercó lentamente a Asta, semejante a una polilla atraída por la luz. Con movimientos tímidos y llenos de nerviosismo, se sentó a su lado, su mano vacilante buscaba el calor reconfortante de un abrazo, de la proximidad y el calor.
Asta, percibiendo la cercanía de Ichika a través del Ki, sintió cómo su corazón se aceleraba, igual a una orquesta en crescendo. A pesar de los nervios que le recorrían el cuerpo como hormigas, reunió el valor necesario y con un movimiento suave y decidido, rodeó la cintura de la pelinegra, atrayéndola hacia sí como si fuera la pieza faltante de un rompecabezas.
Sus miradas se encontraron y en ese instante, el tiempo pareció detenerse. Sus rostros, cuales lienzos pintados de carmesí, reflejaban la intensidad de las emociones que fluían entre ellos.
Liebe, al notar la intimidad del momento, decidió retirarse discretamente –o al menos eso intentó–. Con pasos exagerados y movimientos dignos de un payaso en una fiesta infantil, el peliblanco se alejó del lugar, tropezando con sus propios pies y chocando contra algunos enanos en el proceso.
Asta, con la garganta seca y las palabras atoradas en su boca, trató de encontrar las frases adecuadas para expresar lo que sentía. Ichika, por su parte, tampoco parecía tener mejor suerte, pues apenas habían compartido su primer beso antes de que el estruendo causado por Gabriel los obligara a lanzarse a la batalla. Ahora, en la calma después de la tormenta, se encontraban nuevamente solos, sin saber cómo dar el siguiente paso en su floreciente relación.
— Yo... —comenzó el pelicenizo, su voz era como una hoja siendo llevada por el viento, entrecortada por momentos— ¿Cómo estás?
— Bien —respondió la pelinegra, con una sonrisa nerviosa que bailaba en sus labios como una bailarina principiante— ¿Y tú?
— Sí, estoy bien —asintió Asta, rascándose la nuca en un gesto de incomodidad, parecido a un mono confundido—. Ha sido una locura, ¿no?
—Tal vez —murmuró Ichika, bajando la mirada mientras jugueteaba con un mechón de su cabello—. Pero estamos juntos ahora.
— Puede ser —coincidió Asta, reuniendo el valor para tomar la mano de Ichika entre las suyas, igual a un caballero que toma la mano de su damisela—. ¿Qué crees que pasará ahora?
Ichika, con el corazón que latía fuertemente, entrelazó sus dedos con los de Asta, en un movimiento suave y lleno de afecto, se acurrucó en su hombro.
— No lo sé —farfulló, en un susurro apenas audible por encima del bullicio de la celebración—. Pero sé que quiero explorar esto... lo que hay entre nosotros.
Asta, con una sonrisa que iluminaba su rostro, apoyó su cabeza sobre la de Ichika, sintiendo la suavidad de su cabello contra su mejilla.
— Yo también quiero eso —confesó, mirando a la chica con una mezcla de ternura y determinación—. Veamos a dónde nos lleva este camino.
Ichika asintió, una sensación de calidez y esperanza inundaba su corazón, como si fuera un río desbordante. Sabían que tenían mucho por descubrir y enfrentar en los días venideros.
El País del Sol resplandecía con la algarabía de una celebración sin precedentes, como si el astro rey hubiese descendido a la tierra para contagiar su calidez a cada rincón. El motivo: la gente confundió a la peculiar Charmy con la venerada diosa de la comida, Ocha-ami.
La pequeña híbrida contempló los rostros expectantes que la rodeaban: ojos centellantes de ilusión y estómagos rugiendo de anhelo. Con una sonrisa que rivalizaba con la luna llena, Charmy decidió agasajarlos con un festín digno de las leyendas.
Sus fieles corderitos se desplegaron como un ejército culinario, trabajando a un ritmo frenético para satisfacer hasta al paladar más exigente. Pronto, mesas interminables se vieron colmadas de suculentos manjares: carnes jugosas, vegetales frescos, postres exquisitos...un banquete que hizo llorar de dicha a todo el país.
Conforme la noche se cernía como un manto aterciopelado, los ánimos se fueron sosegando. Era hora de disfrutar de la calma tras la tempestad gastronómica.
Durante la celebración, en un rincón apartado, Yosuga y Mereo compartían una botella de sake tras su primer enfrentamiento. La imponente mujer había salido victoriosa, para deleite de su orgullo y frustración de su contrincante.
— No peleas nada mal... aunque dejas mucho que desear —comentó Mereo con sorna, dando un largo trago al licor.
— Sólo me tomaste desprevenido —replicó Yosuga con una sonrisa desafiante—. La próxima vez, te hare pedazos.
— ¿Desprevenido? —Mereo soltó una carcajada, golpeando la mesa con la palma de la mano—. No me hagas reír. La verdad es que tuviste suerte de que no te rompiera todos los huesos.
— ¿Suerte? —Yosuga alzó una ceja, inclinándose hacia ella—. Estaba distraído, eso es todo. Si hubieras visto cómo he destrozado a otros en combate...
— Bla, bla, bla —interrumpió Mereo, moviendo la mano en un gesto despectivo—. Excusas de un perdedor. Acepta tu derrota.
El espadachín de hierro gruñó por lo bajo.
— La próxima vez será diferente.
— Eso está por verse —respondió Mereo con una sonrisa feroz.
Ambos guerreros chocaron sus frentes en un gesto retador, las chispas de rivalidad danzaron entre sus miradas. Justo en ese instante, una figura emergió de entre las sombras, acompañada del inconfundible aroma a tabaco, quien los vio en su improvisada riña.
— Vaya, vaya... ¿qué no tuvieron suficiente? —articuló Yami, exhalando una nube de humo gris.
Yosuga soltó una carcajada grave mientras Mereo le daba un trago a su licor.
— Miren quién decidió honrarnos con su presencia, el mismísimo Sukehiro —saludó el Ryuzen con sorna.
— Ya que estás aquí, ¿qué tal un duelo? —lo desafió Mereo al tiempo que se tronaba los nudillos.
Yami se encogió de hombros despreocupado y tomó asiento junto a ellos.
— Paso —le dio una calda al cigarrillo—. Esta noche sólo quiero un buen trago y platicar como la gente decente... —extendió su mano hacia una botella y se sirvió licor— si es que ustedes conocen el significado de esa palabra.
Las botellas de sake iban y venían, mientras rememoraban hazañas del pasado y se ponían al día sobre el presente –Yami y Yosuga, Mereo por su parte disfrutaba del ambiente tan diferente de las tierras del Sol.
— Oye Sukehiro —llamó Yosuga, terminándose un vaso—, ¿y tú para cuándo sientas cabeza? —preguntó Yosuga—. ¿No tienes ninguna candidata?
Yami enarcó una ceja, Yosuga al verlo señaló a Mereo, e infló su pecho como si fuera un pavo real.
— Pues yo ya conseguí a alguien.
Mereo estalló en carcajadas, casi derramando su sake.
— ¿Conmigo? —repitió entre risas—. Antes de aceptar salir contigo, tendrás que derrotarme en combate, y ya sabemos cómo terminó eso.
Yami se unió a las risas, golpeando la mesa con su mano.
— Ya veremos, ya veremos... —murmuró Yosuga, llevándose el vaso a los labios mientras Mereo y Yami seguían riendo.
Poco después, Yami comenzó a reflexionar, hundió su mirada en las llamas danzantes de la fogata, como acordándose de algo. Y entonces, la imagen de cierta capitana de cabellos dorados y ojos como zafiros apareció nítida en su mente.
— Ahora que lo mencionas...le hice una promesa a alguien hace algún tiempo —musitó enigmático con la mano en su barbilla, en una pose filosófica—. "Cuando terminemos con esto, vamos a tomar algo"...eso fue lo que le dije.
— ¿Y quién es la afortunada? ¿Alguna stripper del reino del trébol? —inquirió Yosuga riendo.
— Eso no me lo esperaba —secundo Mereo terminándose un vaso.
— Su nombre es Charlotte...una capitana de orden —explicó Yami sin inmutarse.
— ¿Capitanas de orden? —soltó Yosuga.
— Si —intervino la mujer—. Por lo que he visto de este lugar, la posición de los capitanes es semejante a la de Ryuzen.
Yosuga se irguió en su asiento ante la comparación. Miró a Yami con renovado interés, al tiempo que una sonrisa se dibujaba en sus labios.
— Bueno, si pudo fijarse en un debilucho como tú, tampoco debe ser la gran cosa esa mujer —declaró mordaz—. Primero derrótame y luego hablamos de proezas amorosas.
Los ojos de Yami centellearon con un brillo peligroso. Soltó una risa grave y apagó su cigarrillo contra la tierra.
— ¿Debilucho yo? Parece que tu memoria falla. No usé ni la mitad de mi poder en nuestro duelo y aun así casi te hago trizas.
— Sigue soñando, Sukehiro —replicó Yosuga sin borrar su mueca socarrona.
La tensión podía cortarse con un cuchillo, amenazando con inaugurar un nuevo combate allí mismo. Pero justo cuando iban a ponerse en guardia, Mereo carraspeó para llamar su atención.
— Oigan, par de imbéciles. Hay algo importante que debemos discutir —los amonestó con severidad—. Mañana comenzaremos la búsqueda exhaustiva de Asta e Ichika.
Al oír esos nombres –que habían sido el motivo de su lucha–, los ánimos belicosos se esfumaron como el humo. Yami frunció el ceño y sus facciones se endurecieron hasta parecerse a una piedra.
— Sobre eso...hablé con Ryuya hace unas horas —informó con voz grave—. Al parecer, existe la posibilidad de que hayan viajado a otra dimensión...
— ¿Otra dimensión? —repitió Mereo pensativa—. Quizás se trate del Qlifot...he oído rumores de portales que conducen a ese lugar.
Un pesado silencio se instauró entre los tres, cada uno perdido en sus cavilaciones. La preocupación era como una bruma espesa que se negaba a disiparse.
— Sea donde sea que estén...más les vale regresar sanos y salvos —murmuró Yami con la mandíbula tensa—. O yo mismo iré a patear sus traseros.
Después de esa conversación, todo parecía en aparente calma.
Pero entonces, un temblor sin precedentes sacudió las tierras del País del Sol. El caos se desató en el lugar, la gente corría despavorida, buscando refugio mientras los edificios se estremecían como hojas al viento. Al mismo tiempo, grietas se abrían en el suelo, que amenazaban con engullir todo a su paso. Y de la nada, los temblores frenaron, dejaron tras de sí un silencio inquietante, como la calma antes de la tormenta.
Todo aparentaba normalidad, tranquilidad. Sin embargo, un pequeño cambio en el firmamento captó la atención de los presentes: sus ojos veían una luna roja, como si la hubieran bañado en la sangre de un sacrificio. Todos observaban curiosos el fenómeno, murmuraban entre sí, especulaban sobre su posible significado. Algunos lo veían como un presagio de desgracias, otros como una señal divina.
Y entonces.
Un rayo rojizo descendió del cielo, tan brillante que obligó a los espectadores a apartar su mirada, como si el sol mismo hubiera decidido besar la tierra. La luz era cegadora, abrasadora, consumía todo a su alrededor en un resplandor carmesí. Cuando finalmente se disipó, reveló a dos figuras entrelazadas en un apasionado beso, sus siluetas se recortaban contra el cielo nocturno como una pintura renacentista.
El silencio se instauró en el lugar. Todos contenían la respiración, tratando de descifrar la identidad de aquellos amantes inesperados. Poco a poco, los detalles se hicieron más nítidos: eran nada más y nada menos que Asta e Ichika –quienes llevaban un año perdidos– aparecían de la nada, compartiendo un momento íntimo, ajenos al mundo que los rodeaba.
¡Choc!
Yami, estupefacto ante la escena, dejó caer su cigarro al suelo, su mandíbula se desencajó en una mueca de asombro. Mereo, por su parte, se limitó a enarcar una ceja, su rostro impasible denotaba su característica indiferencia ante situaciones de esa índole.
En un tejado cercano, una chica de cabello plateado se quedó sin aliento, sus ojos se abrieron como platos, mientras su cuerpo se paralizaba en un shock abismal. El grupito de los 'BlackBulls' no estaba en mejores condiciones, sus rostros reflejaban una mezcla de incredulidad y estupor.
Todos, excepto Finral, quien no pudo contener su emoción:
— ¡Kyaaa! —chilló con un tono agudo que bien podría haberse confundido con el alarido de una fangirl en un concierto, su voz se cargaba de una alegría desbordante, como si hubiera presenciado el evento más memorable de su vida.
Tras ese grito ensordecedor, todos parecieron salir de su trance. Los protagonistas de la escena se separaron lentamente, Asta apartó las manos de la cadera de la pelinegra con delicadeza mientras ella deslizaba las suyas del cuello del chico. Se miraron a los ojos, una sonrisa cómplice bailó en sus labios, antes de dirigir su atención al mundo que los rodeaba. Sus semblantes irradiaban una felicidad innegable, un brillo especial que sólo poseen aquellos que han encontrado el amor verdadero.
Pero rápidamente se dieron cuenta de que no todos compartían su misma emoción. Yami, incapaz de procesar lo que veía, llevó instintivamente la mano a la empuñadura de su Katana. Asta e Ichika le dedicaron un saludo nervioso, al tiempo que sus voces se cargaban con una mezcla de alegría y aprensión.
— ¿Esto qué significa? —preguntó Yami, sus palabras resonaron en el aire como un trueno, cargadas de una confusión que rayaba en la ira, mientras sus ojos oscuros escrutaban a la pareja, exigiendo una explicación.
Asta, con las manos temblorosas por los nervios, se dirigió a Yami:
— ¿Cuánto tiempo, capitán? —su voz se asemejaba a un susurro tímido, casi inaudible en medio del caos reinante.
Yami, sumido en un profundo shock, no sabía cómo reaccionar ante la inesperada aparición de su hermana y su pupilo.
Una atmósfera pesada se instaló entre los presentes, tan densa que casi podía verse en el aire. La gente del País del Sol murmuraba en especulaciones y asombro, al tiempo que otros muchos gritaban:
— ¡Es Ichika! —vociferó uno.
— ¡Regresó! —secundó otro.
— ¡Y está acompañada por el héroe extranjero! —añadió un tercero.
— ¡Ven, les dije que eran pareja! —exclamó un hombre desde un local— ¡No estaba loco!
El cenizo, estaba desconcertado, sentía que esa no era la recibida que esperaba...
¿Acaso sabían que justo iban a llegar en ese preciso instante? Sus pensamientos se arremolinaban en su mente, como objetos atrapados en un tornado.
Ichika, por su parte, percibió unas miradas escrutadoras sobre ella, tan intensas que parecían atravesar su alma. Al voltear, se topó con sus amigas —Komari y Kezokaku—. Sus rostros eran un lienzo de sorpresa y alegría, como si hubieran visto un milagro. Con una sonrisa ladeada, Ichika las saludó junto a un ademán simple de su mano.
Mientras tanto, Asta sentía unos ojos que lo miraban de una manera tan penetrante, que juraría que podía sentir como si lo golpearan. Era como si esa mirada quisiera atravesar su cuerpo y llegar hasta lo más profundo de su ser.
Al mirar hacia el frente, se encontró con unos ojos rosados que lo observaban como nunca antes. Eran los ojos de Noelle, pero había algo diferente en ellos. Emociones indescifrables. Ajeno a la conmoción de la chica, el cenizo habló al fin:
— Hola, Noelle, ¡cuánto tiempo! —la saludó Asta con un ademán de su mano, al tiempo que se pasaba la otra por la nuca, de forma despreocupada.
La aludida agachó su rostro para ocultar sus lágrimas, como si quisiera esconder su vulnerabilidad del mundo. Estiró su mano y le lanzó un potente dragón acuático a Asta.
«Esto no se va quedar así...».
El cenizo, en un movimiento rápido, desenfundó a Zanma y partió al dragón por la mitad, como si estuviera hecho de papel. La salpicadura se dirigió hacia Yami, sacándolo de su estupor en el momento en que el agua fría impactó contra su rostro.
Al enfocar sus pensamientos, lo primero que Yami vio fue a Asta con la katana en mano, agarrado de la mano de Ichika, con dedos entrelazados...
Sin pensarlo dos veces, se lanzó hacia él, con su katana desenfundada y lista para el combate.
¡Clang!
Asta, por instinto, bloqueó el katanazo. El choque de los metales produjo un sonido ensordecedor, como el rugido de un trueno. Y comenzó una inesperada riña, chispas volaron en todas direcciones, iluminando brevemente la noche.
¡Ziu!
¡Clang!
¡Ziu!
¡Clang!
En medio del caos, Asta intentaba calmar a su capitán, pidiéndole que se tranquilizara. Pero sus palabras parecían entrar en oídos sordos, pues el espadachín de oscuridad continuaba con un asedio, implacable como una tormenta.
De un momento a otro, Yami sorprendió a Asta con una de sus técnicas devastadoras:
— ¡Zona de mana: Magia de oscuridad, estocada mortal!
El ambiente trinó y el aire circundante a la katana de Yami vibró, formando ondas como si fuera un campo magnético, al tiempo que un poder abrumador se concentraba en la hoja.
El cañón invisible fue lanzado, pero para el asombro de todos, Asta contrarrestó el ataque con uno idéntico, aunque con otro nombre:
— ¡Estocada infinita!
El mismo fenómeno ocurrió a su alrededor, con la diferencia de que el aire circundante a Asta se comía el ambiente, haciendo desaparecer el mana. Ambos ataques chocaron con un trinido espectacular, siendo una colisión de fuerzas titánicas, pero la estocada del chico, le gano a la de Yami, quien se vio obligado a esquivar el golpe, que terminó partiendo un edificio en dos.
Al ver la acción, se dirigió al caballero de la antimagia, sonriéndole.
— Bastardo, ¿hasta cuándo dejarás de copiar todas mis técnicas?
— He estado practicando mucho —respondió Asta, con un brillo desafiante en los ojos—. ¡Ahora soy más fuerte!
Ambos se lanzaron el uno contra el otro, esta vez con una sonrisa en sus rostros, como si disfrutaran del combate. Pero en ese momento, algo cambió, haciendo que ambos se detuvieran al instante.
Una presencia se sentía.
Una presencia se cernía.
La presencia era tan fuerte y pesada que hizo que los civiles inocentes cayeran arrodillados por la presión descomunal, la cual se sentía en todos lados. Inclusive al otro lado del mundo, no había lugar donde no se percibiera esa asquerosa sensación de pura maldad.
Los presentes miraron al cielo y ahí estaba... el demonio Gabriel, una figura humanoide con patas de cabra y alas de ángel. Su voz gutural reverberó por todo el mundo:
▬ No sé cómo sucedió, pero debo agradecértelo, Liebe ▬comenzó, al tiempo que una sonrisa desquiciada se dibujaba en su rostro▬. Gracias a ti, me he deshecho de la maldición que restringía mi poder. Aquella vez, cuando mi cuerpo se desintegraba, el sello que me ataba se rompió, y en ese momento, renuncié a mi mana primordial a cambio de una segunda oportunidad para vivir. Lo llamé: Voto vinculante.
Asta estaba en shock, al igual que Liebe en su interior.
▬ Ahora tengo el mana común de este mundo, pero créeme, es más que suficiente para acabar con ustedes, miserables seres inferiores.
Sus ojos brillaban con una malicia indescriptible mientras descendía lentamente.
▬ Liebe, te concederé el honor de ser el primero en morir. Han disfrutado de una victoria temporal, pero esto no ha terminado. Esta vez, no habrá tregua, no habrá escapatoria. Prepárense para enfrentarse a tu final.
Asta, al escuchar las amenazas de Gabriel, no dudó ni un segundo y entró en asimilación con Liebe en una explosión de poder antimágico. Su cuerpo se cubrió de oscuridad mientras sus ojos brillaban con un intenso rojo escarlata, listo para el combate.
Yami, por su parte...
... se recubrió de mana, en un estallido oscuro. Una intrincada armadura envolvió su cuerpo. Su katana, ahora imbuida con un poder aún mayor, emitía un aura amenazante que hacía temblar el aire a su alrededor.
— Capitán Yami, ¿qué es esa armadura? Nunca antes la había visto —preguntó sorprendido.
— Es mi as bajo la manga. Pero eso no es lo importante ahora... —se quedo viendo a Gabriel quien descendía con parsimonia— ¿Qué mierda es esa cosa? Tiene maná ilimitado...
Gabriel se dio cuenta de las visibles metamorfosis, giró su mirada hacia Asta y, con una voz cargada de crueldad, añadió:
▬ Nogrod ya no existe.
Las palabras del demonio generaron un escalofrío más que gélido en Asta. Gabriel continuó, deleitándose en el horror que causaba:
▬ Esos malditos enanos ya no molestarán más.
Antes de que Asta pudiera formular palabra, Gabriel mostró tres cabezas cercenadas, pertenecientes a los enanos: Fíli, Kíli y Durin. Las soltó con desdén, y cayeron grotescamente al suelo, mostrando sus rostros asustados y ausentes de vida.
Asta quedó en shock, apretó sus dientes... estaba más que listo para lanzarse en contra del demonio, pero...
En ese instante, Ichika apareció en el campo de batalla, con su figura envuelta en su armadura samurái. Se posicionó junto a ellos, lista para enfrentar al enemigo. Pero Asta, al percatarse de su presencia se giró hacia ella.
— ¡No, Ichika! ¡No puedes luchar en tu estado! ¡Estás embarazada, no puedes arriesgarte así! —exclamó en estado de alarma—. Por favor, encárgate de poner a salvo a las personas. Confío en ti para protegerlas.
A Yami, esas palabras lo recorrieron como agua helada.
— ¿Qué?
Espero que este capitulo haya sido de su agrado.
Una disculpa por la demora. El trabajo se puso muy pesado, espero poder actualizar más seguido.
Nos vemos en el siguiente, pasen un bonito día.
P.D. Los sucesos que transcurrieron en Nogrod, se irán revelando por medio de flashbacks en capítulos posteriores.
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