CAPÍTULO 1
Estaba enfadada, muy enfadada.
Una mujer gritaba y amenazaba a un volumen tan alto que llegaba hasta mis oídos. Las acusaciones pasaban a través de la pared que nos separaba. A la par que lamentos y quejidos conseguían traspasar, uniéndose al ruido que hacía la mujer.
Trataba de ahuyentar los malos sonidos con una simple almohada sobre mi cabeza. ¿Por qué le gritaba?, ¿En qué momento decidí mudarme a este piso? Nunca creí que irme a vivir sola acarrearía tantos problemas.
Algo se estrelló contra el suelo y seguidamente se escuchó un portazo.
Fue un sonido sordo y apagado por la lejanía que nos distanciaba, pero algo grave había pasado en el piso de al lado.
La ira y el miedo me recorrían por todo el cuerpo mientras me levantaba de la cama. Pensé en llamar a la policía pero quise averiguar lo ocurrido, me pudo la curiosidad. No podía solamente llamar a la policía por ruidos y gritos, aunque ganas no me faltaban. Tenía que descubrir que era lo que había ocurrido.
Una vez vestida decidí salir al balcón, estaban tan cerca el uno del otro que podría saltar hacía allá. La pega era que vivía en un tercero y si me caía me mataba seguro. Bueno, quien algo quiere algo le cuesta.
El frío me recibió en cuanto abrí la ventana y cogí un abrigo. El muro del balcón era un poco alto así que decidí poner una silla para poder saltar. Temblando fijé mi mirada en mi destino y sin pensar en la distancia que había hasta el suelo, salté.
Me recibió la dura loza del balcón vecino, y un fuerte golpe en el hombro cuando reboté contra el muro.
- ¡La madre que me...! – Maldije por el dolor.
Una vez repuesta y de una pieza, me levanté y fui derecha a la ventana. Gracias al cielo la suerte estaba de mi parte y se encontraba abierta. La oscuridad predominaba en la habitación creando un entorno fantasmal, olía terrible y daba un poco de miedo ya que había cosas rotas por el suelo, muebles volcados y basura por todos lados. Busqué algún interruptor, pegándome a la pared fui palpándola poco a poco. Tenía los bellos de punta.
De pronto me percaté de algo, ¿un sollozo?, era tan leve que casi ni sería perceptible si no estuviese atenta. Alertada busqué con más ahínco y al fin lo encontré.
La luz se propagó por el cuarto, horrorizándome por todo lo que veía. Parecía un basurero, era un entorno tan lamentable que dudaba que alguien pudiese vivir allí cómodamente, y menos dos personas como suponía.
Entre la basura, en una de las esquinas, se podía percibir un montículo que temblaba. Para defenderme, por las dudas agarré una pata de una silla que se encontraba rota, como todo en ese lugar. Con cuidado me acerqué y divisé una silueta que lloraba echa un ovillo, tan débil que casi ni se escuchaba.
- ¿Hola? – dije lo más suavemente que pude, aun así empezó a temblar más. – No voy a hacerte daño. Solo vengo a ayudar, soy tu vecina de al lado y escuché ruido. ¿Te encuentras bien?
Un gemido fue todo lo que obtuve como respuesta.
Agachándome con cuidado le toqué y pareció asustarse. Decidida seguí hablándole y diciendo palabras calmantes y suaves para conseguir que se girase y poder verle.
Solté un grito sordo.
No era más que un niño, tendría como unos once o doce años y tenía la cara ensangrentada y llorosa. Su cuerpo estaba cubierto de moratones poco perceptibles por toda la porquería y mugre que tenía. Sus ojos cerrados sin querer mirarme me indicaban que estaba aterrorizado.
- No voy a hacerte ningún daño, quiero ayudarte. Mira, me llamo Olivia, pero me dicen Oli, es frustrante porque a veces no sé si me llaman o me saludan. - quise quitarle hierro al asunto con una broma, pero no pareció entenderlo. - ¿Cómo te llamas?, me gustaría saberlo si es posible, y que me digas donde te duele para poder ayudarte. No me moveré si me tienes miedo, solo cuando tú me digas, ¿de acuerdo? Esperaré.
Pasaron unos largos minutos hasta que escuché una fina y adolorida voz infantil.
- Tony... me llamo Tony.
- Qué bonito, Tony. – sonreía afectuosa y feliz de que hablase. - ¿Es de Anthony?
Asintió despacio mientras abría sus ojitos y, pude ver que eran increíblemente hermosos. Heterocromía, uno de sus ojos era de un plateado tan intenso que parecía plata liquida, el otro celeste, como el cielo de verano. Sacudí la cabeza para despejarme y decidí concentrarme primero en lo importante, su salud.
- ¿Dónde te duele?
- La cara y la barriga... - gimoteó.
- Voy a mirarte, ¿vale? – dije mientras me acercaba a él.
Desconfiado se removió pero cuando empecé a susurrar que se tranquilizase y solo le miraría, paró reticente.
De cerca vi que tenía unos hermosos ojos grises con puntitos verdes, me dejó hipnotizada por unos segundos. Sacudiendo la cabeza toqué con mucho cuidado su carita, tenía la ceja y el labio rotos. Temblaba tanto que le solté y fui a mirar su barriga. Arrodillada a su vera le subí la camiseta roída que llevaba y comprobé aterrorizada que sangraba.
Le habían apuñalado.
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