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Esos Demonios, En La Eternidad

Capítulo dedicado a: xblueghost, por seguir esta historia, y a todos los bellos lectores que llegaron al final. ¡Muchas gracias!

—¿Quiere que lo vista de forma correcta para dormir? —preguntó Sebastian, mientras lo depositaba suavemente sobre la cama que hace poco habían abandonado por culpa de ojos curiosos. Ciel pareció molesto ante esa pregunta, frunciendo su ceño y negando en un bufido: ¡cómo si fuera a quitarse la ropa de su mayordomo ahora que la tenía en su poder!

—¡Ni de broma!, hace frío —murmuró, dando un puchero completo lleno de vergüenza acumulada. El color carmín iba subiendo poco a poco sobre sus mejillas, llenándose de algo similar a la alegría, cuando Sebastian captó sus acciones, dio una diminuta sonrisa, al verlo aferrarse al enorme frac. Phantomhive se tiró con fuerza contra la cama, buscando taparse con las cobijas—. ¿En serio ocurrió algo aquí? La mansión sigue igual. —Encaró con simpleza, dando una rápida mirada de reojo para poder captar el sitio en el que estaba.

—Sería una completa pérdida que un mayordomo del demonio Ciel Phantomhive no pudiera encargarse de los visitantes con sólo un chasquido de sus dedos —declaró, con una pequeña sonrisa que buscaba ser simpática, pero hasta cierto punto lo único que lograba dar era la completa impresión de ser lo tétrico llevado al límite. Ciel se mostró reacio, escondiendo más su cuerpo entre las cobijas, sintiéndose tranquilo, a pesar de ese gesto del demonio mayor, estar a su lado, era, de forma efectiva, completamente tranquilizante—. Aunque creo que esto llevará a un artículo en el periódico bastante problemático. Posiblemente pronto haya una leyenda urbana sobre esta mansión abandonada.

Todavía seguía nervioso por lo ocurrido hace poco con Yuki, pero quería distraerse, creer que él tenía la ventaja. No le había gustado la forma tan antipática que le dirigió ese adolescente cuando regresó a recoger a Ciel, ¡hasta le sacó la lengua como si hubiera ganado! Pero, ¿ganar qué?

—Pero, ¿te encargarás de eso si llega a pasar? —preguntó el de hebras azules, tocando por inercia cerca del ojo que tenía su contrato, acariciando su piel. Esperó a que ese azabache asintiera en modo afirmativo, y por fin girara su cuerpo hacia otro lado—. Sebastian...

—¿Qué ocurre, joven amo? —cuestionó el mencionado, dando un ligero toque suave a la hora de responder la pregunta y enfrentar a Ciel. El menor giró su cabeza, dando una mirada de reojo ante la interrogante mirada en el atractivo rostro del demonio. Michaelis notó como el contrato en su ojo brillaba, y esa vez no pudo evitar mirarlo con cariño, con un cariño tan extraño y complejo, que ni él mismo lo entendió.

—Quiero un poco de leche caliente, hace frío —ordenó, volviendo a girar su rostro, evadiendo su mirada. Ésa fue la razón exacta por la que no pudo mirar el rostro de Sebastian, y tampoco pudo descifrar el silencio que chocó de pronto. Su mano, de manera inevitable, se aferró a la sábana blanca, tratando de darse fuerza, aterrado por lo que buscaba, arriesgándose por algo que ni siquiera lo beneficiaba. Era el colmo, y una enorme tontería.

—Por supuesto. —Por fin, la serena voz de Sebastian se coló por sus oídos, y Ciel no pudo evitar sonreír con torpeza. Ese demonio podía ser un ser vil y despiadado, pero estaba enamorado de él—. ¿Quiere que le traiga un poco de miel?

—¿No se suponía que eso me hace daño antes de dormir? —Se mofó de él, cruzándose de brazos y tratando de sonar irónico. Ciel ya casi podía ver, incluso sin mirarlo realmente a la cara, el rostro un poco molesto de su acompañante, ante el ligero gruñido que se escapó de sus labios, como un instinto.

—Usted siempre ha afirmado que no le hace daño, ya que es un demonio —contraatacó, logrando que Ciel chasqueara su lengua ante la batalla verbal nada ingeniosa que tenía con su demonio.

—¡Entonces sí trae la maldita leche con miel! —exigió en un grito, desesperado por haber terminado siendo humillado por Sebastian. Pronto cubrió todo su cuerpo con las cobijas, bastante avergonzado, aceptando la derrota muy en el fondo de su subconsciente.

—Entendido. —El ambiente se llenó de los pasos ajenos alejándose de la cama, logrando llegar hasta la puerta, donde el desarrollado oído del antiguo Conde escuchó claramente como Michaelis tomaba la perilla de la puerta. También sintió que éste se giró de nuevo para verlo, y pareció interesado en decir algo—. Joven amo, ya que lo estaré consintiendo demasiado al ser mi potencial pareja romántica, ¿de casualidad también le gustaría ver la serie BL que está saliendo justo en este momento por el canal dos? —comentó con simpleza, en su tono se notaba que hablaba en serio y a la vez se burlaba de él. Ciel, naturalmente, fue tomado desprevenido por esa afirmación, sintiendo un vuelco en sus sentidos y notando como el ardor se iba colando por toda su cara: ahora estaba que explotaba, hasta parecía que el humo salía de sus oídos, tratando de acoplar y buscar el ambiente perfecto—. ¿Joven amo? —El muy maldito todavía se atrevía a preguntar por su estado sólo diciendo ese apodo tan habitual.

Ahí el demonio de menor estatura no pudo soportarlo más, mostrando su miedo y pena atrapados en su atractivo rostro, siendo un problema al estar más pálido, ya que lograba mostrar sus verdaderas emociones que se presentaban en su piel.

—¿Te crees muy chistoso, Sebastian? ¿Quieres dormir afuera? —amenazó, evitando la mirada y fingiendo indiferencia ante la tentadora oferta del susodicho de ver ese programa televisivo.

—No, mil disculpas, señor.

Cuando Sebastian regresó, Ciel no protestó estirando su mano para que este le diera la leche caliente recubierta de miel. Sin embargo, en el instante en que su pálida mano rozó el diminuto plato de porcelana donde estaba la leche, pudo notar el ligero temblor que transmitían las manos de Sebastian. Ciel se sorprendió un poco, observando al demonio que ahora sólo quería cultivar sus sentimientos, y salvarlo del largo camino llamado «eternidad». Su mirada parecía dolida, mostrándose por fin, Phantomhive no pudo evitar pasarlo por alto, creyendo vagamente que no se esperaba que ese demonio de pronto, tras aguantar tanto, terminara por romperse. El detonante había sido Yuki, y el último toque fue la mano de Sebastian temblorosa, tirando la leche al suelo, rompiendo todo en pedazos. Pero eso fue lo que menos le importó a Ciel.

—¿Sebastian? —cuestionó, completamente dudoso, al verlo detenerse de golpe y caer de rodillas al suelo, frente a él, en la orilla de la cama donde Ciel estaba sentado para tomar su leche. La seriedad fue destruida, rompiendo una de las barreras del de menor estatura, en el instante en que notó que una lluvia cristalina inundaba las pálidas mejillas del demonio negro que antes osaba ser un ser cruel sin emociones, listo para tentar a cualquier humano.

Sebastian Michaelis, siendo su verdadero nombre todo un misterio, estaba completamente sorprendido por la capacidad máxima que había atrapado, cuando las lágrimas empezaron a bajar de sus ojos. Él juraba que nunca había llorado, nunca había entendido cuando la gente lo intentaba y realmente no era algo que le interesara mucho.

El helado dedo de Ciel llegó a parar, hasta picarle una de sus mejillas. Sebastian levantó la vista, notando la temblorosa mirada entre su eterna unión y el color carmesí en la fase demoníaca del menor.

—¿Joven amo? —preguntó, completamente perdido, al sentir la caricia en sus mejillas de las palmas ajenas. Ciel no dijo nada, sólo se dedicó a mirarlo, con completa seriedad, mostrando sus ojos que se tragaban la poca humanidad que poseía, esos ojos que le habían causado grandes pesadillas nocturnas, que le quitaban el aliento y lo hacían despertar gritando. Ahora todo era tan cálido, nunca había sentido algo como eso. Los dedos ajenos restaurando cada inseguridad a su paso, mostrando con egocentrismo el esmalte negro pintado hasta en el último y recóndito lugar de la uña. Sebastian recordaba haber detestado esa característica. Pero ésa era la primera vez en la que se alegraba de forma sincera por todo lo que el destino le había preparado.

Se retractaba de las palabras que había dicho la primera vez que Ciel le preguntó si quería ser libre.

Estaba feliz de no haber devorado su alma.

Con delicadeza, Sebastian ignoró nuevamente su estética como mayordomo, rodeando con sus brazos la cintura del menor, mientras que se acercaba lo suficiente a su pequeño estómago, y recargó ahí su rostro, escondiéndolo entre las prendas de la persona amada y su propio frac. Ciel sintió la humedad llenando su camisa, al igual que la cercanía para nada discreta de Sebastian para estar pegado a él. El color rojizo llegó a su rostro, cuando sintió como el mayor se aferraba más a su cuerpo, como si simulara nunca soltarlo. Eso, de una u otra forma, logró que el menor estallara en un honesto color rojizo, y las ganas innatas de gritar, como cuando algo lo exaltaba, lo tentaban furtivamente.

El color rojizo empezó a temblar entre sus pálidas mejillas, y no pudo evitar aceptar que sí, en efecto, era un demonio enamorado que cayó rendido contra Ciel Phantomhive. La única forma de hacerle llegar su sentir, era con la orden autorizada que Ciel le había dado permiso usar tiempo atrás.

—¡Oye, ¿qué te pasa?! Sebastian, ¡me estás mojando la camisa con tus lágrimas! ¡Es una orde-...! —Se vio interrumpido a medio camino, al ser empujado a la cama, terminando por caer de espaldas contra el mullido colchón, casi al punto de rebotar. Sebastian llegó a parar arriba de él. Ciel sintió que el estómago se le revolvía.

La respiración se le cortó, cuando el mayor le indicó callar, con un gesto sumamente tentador para él. Su dedo chocando contra los delicados labios del menor, indicando que guardara silencio, logró sacar al otro un enorme gesto de sorpresa: las lágrimas ya no estaban presentes en sus ojos, seguía pareciendo completamente serio en ese aspecto, sin embargo, la pequeña diferencia era una sonrisa libertina.

—¿Sebas-...? —Cuando intentó volver a retomar la compostura, frenó todo en seco, al divisar, de pura suerte, un diminuto color carmín inundando las mejillas de su eterno acompañante.

—Mi señor, estoy enamorado de usted —afirmó el demonio mayor, disfrutando como nunca cuando vio el honesto rostro de Ciel enredarse en el color rojizo por esa afirmación. Al no verlo negarse ante sus acciones, lo tomó como un acto con el cual podía seguir. Acercó su mano izquierda hasta sus propios labios, dando una ligera mordida a la blanca superficie del guante, deshaciéndose de éste, dejando a la vista el contrato tan perfecto entre ambos. Apenas ambas marcas estuvieron al exterior y bastante cerca, emanaron un entonado brillo que aseguraba su unión eterna.

Michaelis sonrió, al ver como el otro demonio parecía un tanto retraído, pero fingiendo que no le importaba mucho la situación actual; pero todas sus defensas se destruyeron, cayó al suelo la armadura impenetrable de Ciel, cuando la mano desnuda de Sebastian acarició con suavidad una de sus mejillas, tratando de demostrarle afecto, de la forma en la que los humanos acostumbraban hacerlo. Phantomhive volvió a intentar parecer duro cuando el juego de seducción de Sebastian inició, pero terminó cediendo sólo un poco, recargando su mejilla tímidamente en la mano ajena, para que lo siguiera acariciando. La posición en la estaba, había logrado que Ciel inclinara un poco su cabeza, permitiendo sentir el tacto pecaminoso en el que mucha gente fue tentada, gracias a Sebastian. El mayor lo sabía, las caricias siempre funcionaban, al igual que las palabras susurradas cerca de la oreja. Era un punto débil natural en la mayoría de los humanos.

—Bien, joven amo, le mostraré lo hermosa que puede ser la eternidad. —Invitó, con el tono tentador que siempre usaba, cerca del oído ajeno, rozando una de las debilidades de Ciel, que no tardó en aferrar sus manos a las sábanas, tratando de reprimir el mar de emociones que lo atesoraban. Por inercia propia, el demonio buscó con su única mano libre poder unirla con la del joven amo, tentando a la suerte, y cuando la encontró, se aferró a ésta; al mismo tiempo que seguía respirando con agitación cerca del oído ajeno.

Lamentablemente, ésa era la única manera de seducción efectiva que veía que funcionaba contra los humanos, y Ciel también cedió.

Mordió el lóbulo de la oreja del otro, con cierta suavidad, no buscando lastimarlo, pero sí para llamar la atención y tuviera el estimulante necesario. Phantomhive se tragó un jadeo, mordiendo uno de los dedos del mayor, que éste había puesto cerca para esa misma razón.

Los demonios estaban tan hundidos, eso era lo que conocía Sebastian desde que había existido. Siempre caminaban en la oscuridad, como su única y fiel acompañante eterna. Pero Ciel le había dado una patada a esa oscuridad y la había sacado volando con una sonrisa confiada en sus labios. Era algo natural y mágico, que alguien se enamorara de él y le extendiera la mano, buscando salvarlo. Aunque eso implicaba que el salvador tampoco tenía un lugar fijo adónde ir.

Por eso ya no le sorprendió el rechazo de su acto de lujuria pura por parte del que alguna vez fue su contratista, sutilmente, al rodear con la única mano que tenía libre y no estaba siendo aferrada a la suya, al abrazarlo por el cuello. Y cuando Sebastian quiso preguntar por ese comportamiento, lo único con lo que se topó fue con la sonrisa del otro, tan nítida y suave, mostrando sinceridad.

Irónico, y eso que Ciel le había afirmado que no sabía cómo sonreír.

—Te quedarás a mi lado por toda la eternidad, ¿eso no te molesta? —preguntó, mientras se aferraba más al agarre de sus manos—. Ya no soy humano, Sebastian.

El mencionado sonrió apenas escuchó esas palabras, con completa burla mentirosa que siempre osaba usar.

—¿Me está rogando que permanezca a su lado? —Se burló abiertamente, logrando sacar un bufido al menor, porque sólo él sabía interrumpir momentos románticos.

—¡No lo estoy haciendo! —aseguró, gritando y ofendido.

—Entonces, ¿por qué no lo pide como le enseñé?

Eso, sin querer, logró que Ciel sonriera.

—Es una orden, Sebastian. Quédate a mi lado toda la eternidad. —El aludido sonrió, y antes de responder, dio una ligera caricia a la mejilla del menor, ahora sin ninguna pizca de morbo.

—Sí, mi lord.

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