Ese Mayordomo, Tiene Pesadillas
Ciel lo había logrado, por puros intentos inútiles por parte de sus mayores esfuerzos, y pudo lograr calentar la leche. ¡Fue magnífico! Y al día siguiente, Sebastian le había prometido enseñarle a preparar los tan alabados sándwiches.
De ahí en fuera, no había ocurrido nada digno de mención, todo completamente aburrido, como si no fuera tan importante. Cuando terminaron en esa bochornosa escena, mostrando su completa debilidad, nadie dijo más de lo que debían, y tampoco parecían muy convencidos de querer hablar de lo que pasó. Cada uno por su lado y todo se resolvería, o eso creían. Ciel en el estudio de la antigua familia yakuza, leyendo los nuevos libros que compró del supermercado (o más bien, que compró Sebastian), mientras el mayordomo colocaba la televisión en el cuarto del demonio de menor estatura.
Cuando cayó la noche, todo parecía completamente tranquilo, siendo Sebastian sólo una fiel sombra intacta, sin hacer nada por órdenes de Ciel.
—¡No hagas nada! —ordenó, deshaciéndose del extraño chaleco de la época actual con el que se tuvo disfrazar. Parecía toda una tortura, quitárselo era difícil; Ciel estaba crítico en esa situación. Michaelis asintió, tratando de fingir que no disfrutaba verlo desesperarse, pero al menos podía decir que sus esfuerzos se apreciaban—. Yo puedo hacerlo solo, tengo que hacerlo. ¡Maldición! —gritó de alivio, cuando éste cayó. Luego, empezó a quitarse la extraña playera azul de manga corta que llevaba puesta, atorando sus brazos al tratar de sacar por arriba la prenda. ¡Estaba seguro de haberle prestado atención a Sebastian cuando fue vestido! ¿Por qué? ¿Qué era diferente?
—Joven amo.
—¡Ni se te ocurra hacer algo, Sebastian! Te golpearé si lo haces —exclamó, completamente absorto, sacudiendo su cabeza con cierto desespero, hasta que por fin un pequeño rayo de luz iluminaba su desesperanza, deshaciéndose de todo. La playera salió volando por los aires, cayendo al suelo. Ciel no pudo evitar que se presentara su orgullo, sonriendo con arrogancia ante su gran logro.
Sebastian no pudo evitar sentir como algo se revolvía en su interior, al verlo tan orgulloso de realizar algunas cosas por su cuenta. Era algo bueno, ya no era tan pesada la carga así, y era divertido ver las tonterías que cometía en el proceso... pero algo no andaba bien, y él lo sabía. ¿Se quería deshacer de él? Ya estaba dictado que se separarían pronto, no pasarían la eternidad juntos. Posiblemente ni siquiera se vuelvan a mirar o a cruzar caminos de nuevo una vez que esa promesa se cumpliera. Cuando esté libre a dónde irá, ¿al Infierno? Ciel no podría entrar al no ser un demonio puro.
Apretó sus dientes, afilando un poco sus facciones, al verlo quitarse sus calcetines como si nada.
—¿Está hablando en serio, joven amo?
—¿Qué quieres decir? —preguntó el chico, soltando unos ligeros gemidos llenos de rabia por no poder desabrochar su pantalón.
—Eso de dejarme libre... —musitó en voz baja, casi rozando lo que se conocía como susurrar. Ciel detuvo sus acciones de golpe, levantó su vista, y miró con total seriedad a su mayordomo vestido de negro.
Pronto, sonrió con burla, pareciendo que quería ocultar algún tipo de emoción desconocida. Sebastian no podía atinar a acertar con la misma, pero sabía que algo le pasaba, porque lo conocía mejor que a ningún otro.
Ciel desabrochó el botón de su pantalón por pura suerte.
—Tú mismo lo dijiste: me expresaste tu descontento por estar conmigo. Si ya no te necesito, debo dejarte ir, la venganza ya fue cumplida, así que ya no nos debería de unir nada. —Encaró con total descaro, quedando completamente desnudo al quitarse la última prenda. Michaelis al fin pudo realizar una pequeña labor de mayordomo, extendiéndole el pijama al más bajo. Él la tomó y se la colocó más rápido de lo esperado: pero su pelea contra los botones empezaba ahí mismo—. Honestamente, a veces pienso que debería de haber muerto hace mucho tiempo. No tengo un propósito en la vida. Al igual que tú, hubiera deseado que te comieras mi alma, antes de quedar completamente-... —Detuvo sus palabras a propósito, sonrió con torpeza mentirosa. Negó, y no siguió.
—¿Eso es lo que usted realmente quiere? —Se atrevió a contradecir el azabache, Ciel pareció bufar, porque un botón no entró a la primera.
—¿A quién le importa? No somos felices ahora, tú lo sabes, demonio idiota. —Enmarcó, lastimando un poco a Sebastian al decir esas palabras—. La eternidad es demasiado larga —comentó, deteniendo su mano sobre los primeros botones, mirando la larga hilera que todavía le quedaba—. Y si es larga, no la quiero pasar contigo —murmuró, dejando el temblor en sus labios, sabiendo que quizás su idea había salido mal planteada.
¿No? ¡Eso no podía ser! Sus manos estaban temblando, sentía que el aire le faltaba, quería gritar, pero la voz no le salía, se sintió mareado. Ya no pudo seguir. Quizás una parte de él no quería dejarlo ir.
¿Por qué el soberbio rey del tablero de ajedrez dudaba de sus decisiones ya tomadas?
Porque se había enamorado.
Sebastian no pudo evitar sentir algo similar a una punzada, y un terrible sabor de boca inundó su paladar. Se suponía que él no sentía el sabor de las cosas.
Ciel soltó un carraspeo por inercia, sacándolo por pura suerte. Dejó su camisa a medio abotonar, creyendo que él igual quería quedarse a medio camino. Cerró sus ojos y fingió orgullo, metiéndose entre las cobijas de pies a cabeza.
—¿Joven amo? —cuestionó el mayordomo, enmarcando sus cejas y acercándose un poco a la cama. Con delicadeza, trató de tomar las cobijas para ver al otro a la cara, pero Phantomhive fue perspicaz, jalando la fina tela, enrollándose más—. No se ha acomodado su pijam-...
—No importa, hace calor. ¡Ahora quiero dormir como Dios me trajo el mundo! —respondió, dando un grito en modo de excusa. Ciel afirmó que pagaría lo que fuera para ver la cara que hizo Sebastian en esos momentos, pero no quería verlo a la cara. No ahora—. Hace calor.
—Entonces no debería de taparse toda el cuerpo-...
—Demonio pervertido, ¡quieres verme desnudo! —aventuró a declarar, aun sin salir de las cobijas. Sebastian no pudo evitar rodar los ojos ante esa afirmación tan tonta de Ciel, y cuando quiso replicar, el demonio menor se le adelantó, cerrándole la boca—. ¡Vete a dormir ahora! —ordenó, con la voz más gruesa posible.
Y él, nuevamente, por culpa de su posición como mayordomo no podía desafiarlo. ¿Debía de hacer algo al respecto?
—Como ordene.
Ciel, entre la suave calidez en la que se metía al estar entre las cobijas, escuchó los pasos de Michaelis caminar a la salida, abriendo la puerta, y antes de irse, le indicó a su manera una especie de fórmula de palabras para que durmiera bien. La puerta se cerró de golpe, dejando la enorme habitación en un perfecto silencio sepulcral, digno de una mansión solitaria, llena de fantasmas.
—Estúpido... —murmuró el demonio, mirando entre la oscuridad sus pálidas manos. Éstas se aferraron contra las sábanas de la cama, sintiendo un terrible dolor en su garganta a la hora de entender que eso era lo que le esperaba cuando Sebastian se fuera. Sólo silencio y más silencio.
Sin darse cuenta, sus ojos se llenaron de lágrimas, que no pudieron quedarse retenidas en ese maldito lugar, desbordándose, rodando por sus mejillas. Quizás no quería alejarse de él, quizás no quería quedarse solo por siempre. Quizás lloraba porque era un demonio enamorado de un recipiente humano sin emociones.
—Soy un idiota —dijo para sus adentros, tragándose un enorme sollozo para que no se mezclara con el tranquilo silencio que irradiaba la mansión de noche.
¿Lo único que le esperaba, después de todo, eran noches eternas de interminables lágrimas?
Las órdenes de su amo eran definitivas, y si Ciel le pedía que se durmiera, él lo hacía, sólo porque sí. Aunque su plan era arreglar esa parte de su cuerpo que molestaba a su joven amo, tuvo que quitar prioridad a una orden directa, teniendo que realizar los procedimientos adecuados con su conocimiento en la medicina y la anatomía humana, creando así lo que Ciel quería: un corazón latiendo dentro de su pecho.
Al día siguiente definitivamente se lo mostraría. Era un hecho, mientras tocaba con su mano su corazón palpitante.
«Y si es larga, no la quiero pasar contigo», antes de dormir, esas palabras parecieron clavarse en su mente, como una terrible aguja atravesando su cuerpo, fina y delgada, casi transparente, apretando su cuello. El choque de su mano en su pecho se detuvo.
Y se durmió, porque se lo ordenaron, porque Ciel lo ordenó.
«—Estoy enamorado de ti. —La imagen difusa de un amante pasado llenó el espacio. La figura masculina de un hombre alto y delgado, sonriendo con total destreza al afirmar eso era lo único que miraba el demonio mayordomo, que en ese momento no era un mayordomo.
—No diga eso, por favor. —Sebastian, que en ese momento no se llamaba Sebastian, pareció figurar ligera timidez ante la afirmación del contratista que sin duda y si mal no recordaba, era el que estuvo antes que Ciel.
—Hablo en serio, estoy siendo sincero —admitió el hombre azabache, colocando ambas manos sobre la mesa donde estaba el demonio, rellenando un documento importante. El hombre de ojos carmines pareció querer evadir eso de nuevo.
—Usted está confundido, sólo siente atracción física. Fue por lo que hacemos en las noches-... —interrumpido de golpe.
—¡No lo es! —Insistió el otro, mostrando por completo un rostro atractivo en sus ojos rasgados de un color azul tan profundo, y sus cortos cabellos negros repartiendo su cara.
—Si yo le llegara a mostrar mi verdadera forma demoníaca no pensaría lo mismo.
—No estoy muy seguro de eso...»
Recuerdo destruido al instante, por las pupilas dilatadas y el sudor corriendo por el pálido rostro de Sebastian Michaelis. No esperaba dormirse y tener un ligero viaje al pasado. Parpadeó un par de veces y le dio poca importancia a sus palabras y emociones que sintió en ese momento.
Cualquiera que quisiera enamorarse de un demonio estaba en completa perdición, recordando a ese joven atractivo con el que compartió algunas noches con escenas que iba a omitir, porque ese idiota no quería estar solo. El nombre de Ray (como se hacía llamar ese sujeto), terminó siendo manchado de oscuridad. Ellos no podían ser amados, los demonios no podían alcanzar el nirvana, aunque lo intentaran con todas sus fuerzas... y eso no le importaba.
—La historia termina con el pequeño cordero blanco de atractivo semblante huyendo de la falsa oveja negra, al ver su verdadera naturaleza, descubrió que abajo de esa piel había un lobo, no muy atractivo —contó, alzando su mano hacia el techo, tratando de ocultar algo. Sonrió con cierto sadismo, al recordar a ese idiota genuino—. Y terminó siendo devorado.
Siempre, los demonios sólo podían alcanzar la felicidad si se teñían de desesperación y dolor. Sebastian sonrió, dolido ante ese hecho. Se preguntaba por qué los humanos habían calificado a su raza con el pasar del tiempo como seres malignos y oscuros, si ellos mismos eran los influenciables, deseando más de lo que deberían.
Eso no era justo.
De manera inconsciente, colocó una de sus manos en su pecho, dejando que los latidos de su corazón se acoplaran con su respiración tranquila.
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