Ese Mayordomo, Sin Corazón
Hoy es el cumpleaños de nuestro Ciel Phantomhive, junto con su hermano. ¡Habrá capítulo nuevo gracias a esta bella fecha!
—Entonces, hasta mañana, descansa —afirmó el de menor estatura, alzando sus hombros con cierta facilidad a la hora de pronunciar esas palabras. Se tapó lo mejor que pudo con las cobijas, negándose a girar su cuerpo, a pesar de que tener cara a cara a Sebastian lo mataba en más de un sentido. No quería que ese demonio se escabullera de su cama apenas se durmiera. Debía de tomar medidas por si acaso eso llegaba a pasar—. Tienes prohibido salir de la cama, Sebastian —ordenó entre dientes, frunciendo su ceño para parecer autoritario. Sebastian arqueó sus cejas, de una forma un tanto indecisa, dando un respiro pesado antes de asentir y tratar de acomodarse entre las cobijas.
Ciel pareció satisfecho ante esa acción, ya que logró girar su cuerpo completamente al otro lado, con más confianza que con anterioridad: ya podía estar seguro de que no se alejaría.
Sintió la respiración tranquila de su mayordomo, y como no parecía moverse para nada, como si ya se hubiera dormido: ¿se había dormido? No, los demonios no dormían.
Cerró sus ojos, y él tampoco pudo conciliar el sueño, apretando sus puños por instinto y mordiendo sus labios con cierta torpeza. ¿Sebastian estaría aburrido a su lado? Lo sabía, era una posibilidad, ya que estaba con él por compromiso. Por un contrato.
¿Significaba que siempre estaría solo?
Eso lo aterró de mil formas posibles: en silencio, aislado de todos, perdiendo a cualquier criatura de la que se quisiera encariñar. Eso no le gustaba, si era un mal sueño, quería no tenerlo.
Le hubiera gustado que Michaelis se comiera su alma.
—Sebastian... —llamó en un susurro a la persona que estaba justo a su lado, queriendo saber que no estaba solo.
—¿Necesita algo? —La contestación le destruyó un poco sus inseguridades, y sintió como su corazón latió, emocionado. ¿Sebastian también sentirá su corazón latir con fuerza cuando algo le emocionaba?
—Quítate la ropa... —indicó con total rectitud, sin voltear a verlo e improvisando. Podía adivinar sin mirar las expresiones de su mayordomo demoníaco.
—Joven amo, es un atrevido —comentó con burla el demonio, logrando alertar los instintos de Ciel ante esa idea. Su pupila se dilató por la sorpresa y se giró para ver al otro para aclarar el malentendido—. Pero está bien... —Detuvo sus palabras de golpe, deshaciéndose de su corbata con tanta facilidad llena de elegancia, haciendo que el menor soltara un grito y el color rojizo llegara a su cara.
—¡No es lo que tú crees! —Tuvo la extraña sensación de querer detener el malentendido. Sebastian delineó una sonrisa divertida en sus labios, sacando libertinaje puro de su esencia, digno de un demonio, antes de tragarse sus propias palabras con todo—. ¡Sólo quiero tu maldito torso desnudo!
—Esa propuesta sigue siendo indecente —respondió con simpleza el otro, pero no respondiendo de más antes de deshacerse de las prendas pedidas, levantarse y acomodarlas de una forma digna de gracia por lo perfectamente dobladas que estaban sobre una silla.
—Ven aquí —aludió con cierta compostura recuperada el otro demonio, señalando con su dedo el colchón y su lado vacío—. Recuerda que no puedes dejar la cama, idiota.
—Por supuesto —contestó tan eficiente como siempre. Ciel mordió sus labios, al verlo sentado justo frente a él. Los dos estaban en la cama, de una forma un tanto extraño y Sebastian parecía completamente ajeno a lo que ocurría en ciertas ocasiones, era como si algunas veces llegara el antiguo mayordomo carismático en ese cascarón vacío, pero no tardaba en irse. Y eso lo volvía a comprobar, cuando las pupilas carmines de Sebastian que lo miraban con mucha fuerza estaban sobre su cuerpo, sin una pizca de amor hacia alguien: los demonios no pueden amar. Entonces, ¿por qué él, Ciel Phantomhive, estaba cayendo poco a poco por alguien como Sebastian? No era justo.
Sintió una rabia iracunda, siendo fácilmente reflejado en su cara al arquear sus cejas, afilar su vista y estirar su mano directamente al pecho del hombre que tenía frente a él. Sus pieles al rozarse parecieron una melodía sincera de emociones inexpertas entre ambos, ya que incluso Michaelis pareció un poco aturdido por el repentino tacto.
—¿Joven amo?
—No digas nada —pidió, ahora más como una súplica que una orden. Su cuerpo temblaba hasta más no poder, su piel inexperta se iba encarcelando con la suya, sus dedos desnudos pasaban de un lado a otro por el pecho del azabache, buscando algo. Algo que latía.
Nada.
No había nada.
—¿Tienes corazón? —Lo miró a la cara con completa seriedad.
—Cuando me hice este cuerpo, me aseguré de imitar a la perfección los órganos humanos, por si llegaba a «morir» en mi trabajo, pudieran creer que era uno más del montón —respondió, con cierto orgullo por su devoción a un trabajo que detestaba—. Así que sí tengo corazón, ¿por qué?
—¿Por qué no late?
—¿Tiene que latir? —Su inocencia en ese tema fue algo que realmente Ciel no se esperaba.
—Porque a cualquier humano le late el pecho, tonto —aventuró a responder su interrogante, colocando ambas manos sobre el pecho de Sebastian, tratando de encontrar un latido al menos—. Pensé que eras inteligente.
—Sé que late un corazón humano, pero no lo vi necesario en mi caso. O en este sentido: sólo está de adorno.
—Ningún humano podría tomarse el lujo de afirmar eso —finalizó así la plática el otro, respirando con una pesadez profunda, alejando sus manos del pecho desnudo ajeno, para colocarlas sobre su propio cuerpo y empezar a desabrochar su camisa. Cuando llegó al último botón, dio un suspiro, antes de estirar sus manos pintadas de algo similar a un esmalte negro en sus uñas y tocó una de las manos de Sebastian, antes de acercarla hasta su pecho y obligar a que lo tocara—. Hasta yo tengo corazón, ¿lo puedes sentir? —cuestionó, un poco apenado por sus propias acciones, haciendo un énfasis claro en los golpes dentro de su pecho que daba ese órgano tan importante, y que se había vuelto loco cuando empezó a ser tocado por Sebastian.
Sebastian palmeó curioso, mostrando facetas inocentes entre tanta maldad pura que llenaba su ser. Poco a poco, un tenue color rojizo fue estrellándose en sus pálidas mejillas, al entender entre la penumbra del cuarto oscuro, lo que estaba haciendo con su amo. Dio un ligero apretón en el caliente pecho del menor al sentir que, en efecto, latía mucho más de lo planeado ese corazón. Parecía que en cualquier momento caería, y Ciel se aferró a la tersa mano del otro, porque no quería soltarlo. Porque no quería dejarlo ir, pero lo haría, porque ese demonio sin corazón no le traería nada bueno.
—¿Crees qué tu corazón latería si hago un esfuerzo? —cuestionó Ciel, un poco apenado por esa repentina idea e intentó apartar la vista y dibujar indiferencia en el aire.
Pero Sebastian con su lengua filosa e inconcebible lo hizo todo más difícil.
—No creo nunca necesitarlo...
El antiguo Conde escuchó esas palabras de golpe, mordiendo sus labios con cierta aspereza intencional a la hora de que todo ingresó a sus oídos. Sin decir ni una palabra más, alejó las manos de Michaelis, dando un bufido inconforme antes de acostarse en las cobijas, con el ceño fruncido.
—Es una orden, duerme —comentó, más dolido que molesto.
—Como ordene...
¿Por qué se enojaba si sabía que así era Sebastian?
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