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Ese Mayordomo, Siendo Un Desobediente

Capítulo dedicado a: Crunchy-Pastel, por seguir esta historia. ¡Muchas gracias!

—¿Qué demonios te pasa? —gritó el menor, aguantando la respiración al ser engatusado en un extraño juego del cual no podía irradiar sus sentidos y preparar sus jugadas de forma anticipada.

Ni siquiera podía pensar correctamente, porque los brazos del otro se hacían cada vez más potentes al abrazarlo.

—Joven amo, ¿qué es lo que le ocurre? —preguntó el hombre, subiendo una de sus manos sobre los azules cabellos del antiguo Conde que estaba pegado a él, enrollado en las cobijas, tratando de zafarse con todas sus fuerzas.

Sebastian sabía que las probabilidades de que Ciel estuviera enamorado de él eran altas, muy enormes. No era un imbécil. Y aun sabiendo eso, sabiendo que él era la completa debilidad de ese orgulloso Conde, no le molestaban los sentimientos de ese joven. Por increíble que pareciera, y aunque podía aprovecharse de él en cualquier momento, o en el mejor de los casos, asesinarlo y quedarse con la mansión, no lo hacía. Todavía dudaba, no entendía nada, no entendía ni un poco las emociones humanas, por eso, le generaba incertidumbre la idea de que alguien que amaba a otro quería alejarse de esa persona amada.

Ciel le había dicho palabras «hirientes» la noche anterior, y actualmente forcejeaba por separarse, mientras sus enormes ojos azules iban siendo empañados por tremendas lágrimas cristalinas que ya estaban en completo peligro de desbordarse.

—¡Idiota!, ¿cómo te atreves a hacerme esto? —exigió una respuesta el otro, tratando de alejarse. Sus ojos iban siendo cerrados, tratando de no ceder ante los notables sollozos que estaban saliendo de sus labios. El rubor también ya lo estaba dilatando, cediendo poco a poco ante el fuerte aroma del mayordomo negro y la calidez tan extraña que emanaba su cuerpo—. ¡Es una orden, Sebastian! ¡Lo es! ¡Debes de soltarme, imbécil! ¡No estoy jugando! —Trató de luchar, mordiendo sus propios labios, recordando como algo vago el reciente contacto que habían tenido hace poco, tan delicado y fino.

—Me disculpo, pero no puedo cumplir ese deseo —admitió el mayor, recargando su mentón en la cabeza de Ciel, notando como poco a poco el menor dejaba de luchar contra sus propios impulsos. Detuvo toda su extrañeza, cortando su propia respiración.

El esmalte negro de sus uñas fue un punto vicioso que notó Ciel al lograr sacar una de sus manos de las sábanas, respirando con agitación y a duras penas, por la impensable realidad en la que chocaba su mundo; sería un demonio por toda la eternidad.

—Estás siendo desobediente, Sebastian —susurró el menor, dando un largo suspiro, logrando acallar un poco sus sentimientos destructivos acerca de su propio corazón y sus mejillas rojizas delatando sus verdaderos sentimientos. Sebastian sonrió ante lo que hacía, estaba destruyendo su estética perfecta de mayordomo. Algo andaba mal.

Ciel se aventuró a estirar su mano, llegando a parar hasta su ropaje, y se aferró a la ropa de mayordomo, mientras recargaba su frente en el pecho del mayor. Ahí fue cuando lo notó.

Sus pupilas se dilataron, y su mano poco a poco fue subiendo, recorriendo curioso el lugar: ahí estaba. Palpó ahí, acomodándose lo mejor que pudo, para poder atinar a sentir entre la palma de su mano, un auténtico latir de un corazón ajeno encarcelado en la perfecta sintonía de los golpes provocados. Sus pupilas no pudieron evitar soltar un diminuto rastro de brillo, siendo lo más discreto a la hora de hacerlo. Sebastian también conocía como la palma de su mano a ese joven demonio de 205 años de edad, y sabía que en casos que le emocionaban, sería lo más discreto posible, pero no lo suficiente como para hacerlo notar con tactos sutiles. Sin querer, eso le provocó una sonrisa, sintiendo la delgada mano del otro recorriendo esa parte de su cuerpo, presionando más su oreja contra el lugar donde había ocurrido un milagro. De un momento a otro, el latir escurridizo de uniformidad del otro empezó a sonar en un modo desbocado, siendo más rápido con cada golpeteo, alistando todo para una sinfonía con pura melodía alta y veloz.

Sus pupilas carmines mostraron total sorpresa ante la nueva actitud tan rara que estaba tomando su demandante cuerpo humano, sólo con Ciel Phantomhive. Ciertamente no era algo muy usual. De pronto todo estaba tranquilo y de un momento a otro su corazón artificial parecía dar brincos de alegría al ser tocado por la persona que en algún punto creyó odiar.

No, eso no podía ser normal.

Su mano recorrió con pesar la oscuridad a tientas, logrando atrapar la de Ciel Phantomhive en el acto. Al ya tenerla como un reclamo de que se apropiaría de todo, obligó al menor a que tomaran ligeras distancias; sin embargo, el fuerte agarre entre sus manos que se había creado seguía vigente. Ciel sintió que todo se removió en su estómago, al alzar su vista, con la respiración cortada, al verlo sonreír.

—Disculpe mi atrevimiento, joven amo. —Ciel sabía que esas palabras no traerían nada bueno, pero, una parte de sí mismo parecía querer indagar ante el extraño semblante tan acaramelado del azabache apenas cruzaron miradas—. Pero tengo la ligera teoría de que usted está enamorado de mí...

Sebastian esperaba ver la reacción de su amo tras esa actitud tan directa, esperaba cualquier cosa: el color rojizo explotando en su cara, los gritos ahogados, la mirada desviada y toda la actitud tierna y llena de estereotipos que se buscan en momentos como ésos, para hacer la escena más chistosa. Pero Ciel era Ciel Phantomhive, y podía ser que en realidad sí quisiera dejarse guiar por las descripciones anteriores, pero peleó contra todo, usando una enorme fuerza de voluntad que no era muy bien condensada entre sus verdaderas intenciones. El único que lo pudo derrotar fue el color carmín, poblando sus delicadas facciones pálidas, pero de ahí en adelante, había podido contra todo, incluso dándose el perfecto gusto de sonreír con libertinaje ante la afirmación de Sebastian.

—¿Qué pasa contigo? —Se mofó de él, con la completa crueldad que sabía manejar como si fuera la mejor amiga de su vida. Separó el agarre de golpe que había creado con la mano ajena, y con mucha seguridad fingida, tomó de la corbata negruzca que llevaba el otro y lo obligó a acercarse. Los dos quedaron a centímetros de tocarse, rozando sus narices a propósito sólo para que Ciel Phantomhive pudiera darse el ligero gusto de esa diminuta acción. Michaelis pareció calmado ante todo, pero volviendo a sentirse intranquilo cuando su corazón pareció dar un vuelco: ¿eso era normal con el brusco movimiento? Tenía entendido que no—. ¿Y qué pasaría si fuera verdad? —preguntó, fingiendo completa fortaleza, disfrazando su miedo y curiosidades en sus propios condominios, listo para tirar todo por la borda.

—¿Realmente está seguro de sentir eso? —Sebastian cambió la pregunta, rompiendo un poco la estética de mayordomo perfecto de nuevo como si nada, y eso, aunque fue notado por Ciel, ya no era algo que le importara mucho, ya casi nada le importaba si era honesto al menos una vez—. Podría estar confundido.

—No sé, ¿lo estoy? —coqueteó el menor, siendo lo más infantil e imprudente posible, jugando con una bestia salvaje que no pudo almorzar. Su pálida mano soltó la corbata del mayor, y terminó por subir hasta el atractivo rostro de Sebastian. Sin pudor, ahí su mano llegó a acariciar las mejillas del otro, siendo lo más suave posible, subiendo poco a poco su caricia hasta llegar a sus cabellos. El tacto entre sus pieles desnudas y lo insinuante que parecía ser la voz de Ciel con él en esos momentos, lo cegó por unos instantes.

Uno de los puntos fuertes de un demonio de su clase era lo fácil que podía caer tentado en la lujuria, incluso un diminuto rastro inocente que insinuaba sin querer, terminaba por caer entre sus delgadas gotas no humanas. Sus ojos parecieron encenderse de un fuerte color carmesí, asomando sus pupilas como las de un gato, tan delgadas y finas, encerrándose en su propia jaula.

Empujó al menor con la delicadeza al flote entre su caballerosidad ya acostumbrada sobre Ciel, y lo recostó en la cama. Él se posicionó frente a él. Su respiración agitada, sus extraños sentimientos que buscaba alguien más era lo más lógico que podía cruzar por la mente de Sebastian: contacto sexual.

Todos, absolutamente todos buscaban eso cuando recurrían a su forma humana en algunos contratos innecesarios, había estado en su memoria desde que creía poseerla. Lo sabía, porque siempre que mostraba su verdadera apariencia, terminaban huyendo de él. Sólo debía de mostrársela a ese joven que creía estar enamorado de él y terminaría huyendo, distanciándose de ese sentimiento. Los demonios no pueden alcanzar la felicidad. Pero si quería su cuerpo humano, se lo daría, acompañado de todo el placer que podía provocar en cualquiera a la hora de intimar.

—No creo que yo pueda ser amado, porque si yo le muestro a usted... mi verdadera-... —Calló en seco sus palabras, ante la falta de su voz a la hora de intentar mostrar y alejar a Ciel de su estúpida ceguera. El indescriptible miedo de que de verdad eso asustara a su acompañante eterno y se alejara de él, lo terminó frenando. La idea de que Ciel se diera cuenta de que lo que en verdad sentía por él no era amor, de cierta forma, lo ponía incómodo—. Mi verdadera... mi...

Ciel lo miró, no ocultando su sorpresa, parpadeando, al verlo dudar de sus propias palabras. Eso casi lo hizo reír.

—Estás temblando, qué raro en ti. —Encaró, arqueando sus cejas con completa burla, llamando la atención al instante del atractivo hombre que estaba arriba de él. Estiró sus delgadas manos y las colocó sobre los cachetes del otro e intentó como sólo él sabía calmarlo—. Eres un desobediente. No sé qué es lo que tramas conmigo en esta posición tan sumisa. Sabes que nunca dejaré que me domines de esta forma.

—Joven amo...

—Pero ya que te metiste en mi cama sin permiso, ya no puedes huir. Duerme conmigo —pidió, siendo lo más amable posible, mostrando timidez por primera vez, insinuando con su mirada el lado izquierdo de la cama.

—¿No le molesta?

—Sólo no te me pegues tanto.

La tristeza se había borrado con esa actitud.

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